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El periodismo vive tiempos convulsos. Una de las cuestiones que se debate es el acceso
gratuito a los contenidos en la red. Es importante estudiar las posiciones adoptadas por
diferentes sectores sociales, los intereses en torno a ellas y -lo más importante- sus
consecuencias en los contenidos. Por Pascual Serrano / Periodista y escritor, autor
del libro La comunicación jibarizada (Península).
Como las grandes empresas estaban molestas e inquietas porque se veían obligadas a
ofrecer sus contenidos gratuitos en Internet si querían que se leyeran y la población
lograba a través de la red barra libre para leer todos los periódicos y revistas, la
izquierda llegó a la conclusión que eso era bueno, de que estábamos ante un avance en
la democratización de la información y el acceso libre a la cultura. Esa postura era
también apoyada por otro sector social que desde una absoluta ausencia de ideología se
sumó a las tesis de la izquierda porque esgrimían una coartada a favor de la gratuidad.
Olvidan algunos detalles:
Publicidad y contenidos
La idea de una información gratuita no implica un concepto social progresista como
sucede con la de una sanidad o una educación públicas. Estos últimos servicios no son
gratis, son financiados por la comunidad en lugar de por el individuo, los paga el Estado
para evitar que los sectores menos pudientes se vean discriminados. Su prestación
pública no supone que dejen de llegar fondos económicos a esos campos para que
funcionen de forma adecuada y se remunere adecuadamente a sus profesionales, al
contrario, se les garantiza una mayor estabilidad laboral e independencia profesional.
Para que el periodismo y la información existan solo puede haber tres vías de
financiación: los usuarios, el Estado o los anunciantes (directos o diferidos), no hay
otras. Con el modelo gratuito en auge, y con el aplauso de los sectores de izquierda, se
renuncia a la primera vía -la del público- y a la del Estado, casi nadie pide más
presupuesto público para apoyar a la prensa no comercial o desarrollar los medios
estatales, la mayoría de los partidos y la ciudadanía lo interpreta como gasto en
propaganda política gubernamental. De modo que solo nos queda la tercera opción: los
anunciantes o la inyección de fondos procedentes de sectores empresariales que estén
dispuestos a perder dinero a cambio de lograr influencia ideológica. Noam Chomsky y
Edward S. Herman recuerdan en su obra Los guardianes de la libertad que la
incorporación de la publicidad en el siglo XIX actuó como “un poderoso mecanismo
debilitador de la prensa de la clase obrera” en la medida en que los periódicos de la
derecha lograron un mayor acceso a los anunciantes empresariales por su sintonía
ideológica, lo que permitió bajar el precio de los ejemplares, aumentar la tirada y los
beneficios y destinar más recursos a las mejores tecnológicas y la difusión. Si los
periódicos actuales consiguen la mitad de sus ingresos de la publicidad, con la difusión
gratuita por Internet ya todo el ingreso procede de las empresas que se publicitan, lo que
convierte a estas compañías en los árbitros que deciden quién sobrevivirá y quién no, y
qué deben publicar para seguir logrando el favor de esos anunciantes.
Es verdad que la aparición de Internet debe suponer cambios. El hecho de que ahora, a
diferencia de hace veinte años, la multiplicación del producto comercializado tenga un
coste cercano a cero debería suponer un avance y un ahorro económico, pero no por ello
desentendernos de que la información, la buena información, la que no tiene detrás
intereses de grupos económicos ni está dispuesta a empobrecerse en forma y contenido
para lograr audiencias a toda costa, cuesta dinero. Y la responsabilidad de una sociedad
que quiere seguir contando con esa buena información porque sabe que es
imprescindible en un sistema democrático, implica que hay que buscar la forma de
cubrir sus costes.