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ÍNDICE1
SECCIÓN PRIMERA
I INTRODUCCIÓN
1. ¿Es posible conocer la afectividad?
2. ¿Cómo abordar su estudio?
3. Un punto de partida
4. Descripción inaugural: el afecto como pasión
5. La complejidad de nuestras emociones
6. Cuando el amor no es un sentimiento
II ¡ADENTRO!
1. Por qué la afectividad
2. Por qué la afectividad hoy
3. Motivos complementarios y/o más desarrollados
4. Hacia el fondo de la cuestión
SECCIÓN SEGUNDA
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No posee páginas ya que es seguro que la numeración no concuerde con la del libro original…
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
IX EN LA RAÍZ DE LA RAÍZ
1. La compleja unidad de la persona humana
2. Inteligencia, voluntad y sensibilidad
3. La opción entre el ser o el yo: fundamentos
4. Cuando el yo se convierte en absoluto
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
realidad que pretende transmitirnos quien nos habla o escribe, sino un punto de llegada,
algo sustantivo o consistente, que vale por sí mismo, con independencia del conocimiento y
las realidades o fenómenos que lo sustenten.
O, dicho de otra forma: casi sin darnos cuenta, nos hemos acostumbrado a quedarnos en las
palabras. De un tiempo a esta parte, el lenguaje se ha absolutizado, dando lugar a una
especie de mundo cerrado y autónomo: cuando alguien nos habla o cuando leemos un
escrito, en vez de dirigir nuestra mirada y capacidad de comprensión hacia las
realidades que nuestro interlocutor piensa y conoce efectivamente, nos detenemos —casi
sin advertirlo— en las palabras mismas… como si estas fueran la más auténtica realidad
(efecto que se ve incrementado también por la existencia de realidades virtuales).
Expuesto todavía de otra manera: hoy día, los seres humanos pensamos que conocemos algo
cuando entendemos o podemos repetir más o menos de memoria un conjunto
de afirmaciones sobre ese determinado hecho o situación, cuando tenemos algo
que decir acerca de ellos. Pero no solemos prestar atención a la realidad misma de ese
otro algo que hay más allá de las palabras y al que estas deberían conducirnos.
Una de las más graves derivaciones de este hecho, bastante fácil de comprobar, es que el
lenguaje se ha convertido tal vez en el instrumento de mayor alcance para manipular el
conocimiento y la conducta: para transformar una realidad en otra, simplemente alterando
los términos utilizados; para confundir a las personas; para hacer pasar como de ley una
mercancía averiada o viceversa…
¿Consecuencias? El uso fraudulento de los vocablos y expresiones, la manipulación del
lenguaje, conduce a bastantes personas a dar por bueno lo que, si se expresara de la manera
adecuada y pudiera ser bien conocido, sin duda sería rechazado. O, al contrario, hace que se
convierta en desagradable o en tabú lo que por sí mismo no lo es.
Las escaramuzas decisivas entre lo políticamente correcto e incorrecto, por poner un solo
caso, se desarrollan muy a menudo en el campo de batalla del lenguaje.
3.2. De modo análogo, y más relevante para los fines de este estudio, los sentimientos y
los estados de ánimo se han transformado en lo importante, sin tener en cuenta lo que los ha
inducido, que es lo que en realidad determinaría su valor y su conveniencia o
inconveniencia.
Componen también una suerte de mundo separado y concluso. Hoy importa más si me
siento alegre o triste que la causa o el motivo de uno u otro sentimiento.
Pero, de hecho, la simple emoción no dice mucho por sí misma: es correcto, e incluso un
deber, que llore cuando se ha muerto un ser querido y que me alegre por el triunfo
profesional de un amigo; mientras que no sería bueno ponerme contento, por envidia,
cuando el mismo amigo fracasa o cuando fallece una persona, incluso aunque estuviera
convencido de que ese individuo daña a la nación, a otros ciudadanos, a mi familia, etc.
4. Y posible solución
Todo lo cual inclina a sostener que, en la actualidad, antes de comenzar cualquier estudio o
conversación, o conforme se va desarrollando, conviene llegar a un acuerdo sobre el
significado de los términos que se utilizan: de lo contrario, aquello puede convertirse en un
diálogo de sordos… o, lo que casi es peor, en un debate televisivo.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Con otras palabras: ponerse de acuerdo sobre el significado de los distintos vocablos y
expresiones es algo que debe cuidarse con gran esmero y, muchas veces, la clave para
entenderse mutuamente. Lo iremos haciendo a medida que avancemos en nuestros análisis;
y, sobre todo, intentaremos dejar claro lo que entendemos por afectividad.
Pero tanto o más importante es que, desde este mismo instante, te empeñes en ir más allá de
las palabras y frases. Más concretamente, que, en lugar de intentar aprender lo que
ellas dicen, te esfuerces por descubrir y conocer la realidad que está por detrás y a la que
remiten: los sentimientos; y que, de manera análoga, pongas todo tu empeño en averiguar de
dónde o de qué deriva una determinada emoción o estado de ánimo.
O, si quieres que lo exponga con términos más operativos y cercanos: que no plantees la
tarea que te dispones a afrontar como el estudio de una especie de asignatura, sino como
una incursión en un aspecto relevante de toda existencia humana y, más en particular, de la
tuya.
Estudiar una nueva asignatura no tiene a veces demasiado interés; conocer los recovecos de
tu vida afectiva, y saber así un poco más de ti mismo y de cuantos te rodean, puede resultar
apasionante.
Más sobre el lenguaje
Lo negativo
A todo lo anterior se añade un hecho comprobado desde antiguo, al que ya aludimos: la
ambigüedad del lenguaje.
Esto significa:
1. Que el lenguaje nunca es unívoco: una palabra para designar una realidad.
2. Sino análogo: una misma palabra indica dos o más realidades relativamente similares,
pero no idénticas.
3. O equívoco: una palabra señala dos o más realidades… que no tienen nada que ver entre
sí.
Es decir, que, según el período histórico, la situación geográfica, las costumbres al uso y la
propia biografía, un mismo término adquiere matices y significados distintos e incluso
opuestos.
O, visto desde el otro lado, que la misma realidad puede nombrarse de maneras muy
diferentes.
Uno de los ejemplos más claros de esto último —dos o más voces para indicar lo mismo—
lo ofrece el tema que ahora empezamos a estudiar.
3.1. Para designar una emoción se utilizan términos tan distintos como «pasión», «afecto»,
«sentimiento» o, de forma más genérica y difusa, «vivencia».
3.2. Y, según los autores y las escuelas, esos vocablos pueden significar exactamente lo
mismo o tener cada uno matices propios que lo diferencian de los otros.
Lo positivo
A pesar de todo, el lenguaje es el medio principal del que disponemos para comunicarnos.
Y no es tan malo como a veces pensamos o lo antes expuesto pueda haber llevado a creer.
Incluso las imprecisiones a que acabamos de aludir ayudan a menudo a captar determinados
aspectos de las realidades a que se refieren.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Al tratar de la afectividad, sobre todo al compararla con otros fenómenos más localizados, el
uso del idioma debería servirnos de entrada para advertir su carácter global y
omniabarcante: el hecho de que, al margen de su causa o motivo, afecte o impregne a toda
la persona.
Y, así, cuando digo que me duele la cabeza o el estómago, que me han dado una buena
noticia, que siento una especie de pinchazo en el corazón, que he conocido a una
persona amena o pesada, que la situación nacional es desastrosa o que está mejorando,
que la hipocresía gana terreno en el mundo de hoy…, aquello a lo que me refiero es siempre
algo particular y hasta cierto punto localizado, en mí o en el mundo: la cabeza, el corazón,
el estado de la nación, un conocido, la sociedad actual, etc.
Por el contrario, si afirmo que (yo) estoy eufórico; que me siento desencantado o pletórico;
que (yo) estoy hundido o deprimido; que el balance económico de la
empresa me descorazona, que el dolor de estómago prolongado acabó por bajarme el tono
vital, que esta acumulación de ejemplos empieza a ponerme nervioso y a cansarme…, de un
modo u otro y con mayor o menor fuerza estoy indicando que lo implicado en lo que
expreso soy todo yo, mi entera persona.
Sensación ≠ sentimiento
Por tales motivos, solemos hablar de una sensación de dolor o de placer, en principio,
localizados; mientras que a la depresión, la euforia, el desencanto, la apatía, la felicidad…
los llamamos sentimientos, estado de ánimo, y con expresiones similares, justo para indicar
que afectan difusamente a todo nuestro ser: pues «ánimo» se encuentra etimológicamente
emparentado con alma, y con el alma, en el lenguaje habitual, se suele apuntar a toda la
persona.
Así lo explica Frankl en su famoso ensayo El hombre en busca de sentido, en relación con
el dolor:
El sufrimiento humano actúa como un gas en una cámara vacía; el gas se expande por
completo y regularmente por todo el interior, con independencia de la capacidad del
recipiente. Análogamente, cualquier sufrimiento, fuerte o débil, ocupa la conciencia y el
alma entera del hombre. De donde se deduce que el “tamaño” del sufrimiento humano es
absolutamente relativo. Y a la inversa, la cosa más menuda puede generar las mayores
alegrías [2] .
¿Una causa para cada sentimiento?
El análisis del lenguaje nos ayuda también a advertir la falta de relación estricta entre lo que
se supone que tendría que ser el motivo de un sentimiento, emoción o estado de ánimo y el
efecto realmente producido. O, con palabras más sencillas: a veces sabemos por qué nos
sentimos de un modo u otro, pero es más corriente que lo ignoremos o no lo tengamos del
todo claro.
1. Por ejemplo, a menudo somos conscientes de que unas buenas calificaciones, un éxito
profesional, el chico o la chica que acabamos de conocer, el aumento de sueldo o la
comprensión de un problema constituyen la razón de que estemos más optimistas y veamos
el mundo de color rosa.
2. Pero con mayor frecuencia aún se escuchan afirmaciones del estilo:
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
2.1. «Hoy todo me ha salido redondo en el trabajo y, sin embargo, estoy más desanimado
que ayer»; «a pesar del dolor de cabeza casi insoportable, me siento muy optimista»; «el
espectáculo era descorazonador, pero yo me iba creciendo ante los obstáculos»…
1.2. O, en otro ámbito cercano: «no tengo ni la menor idea de por qué me encuentro tan
deprimido y con tantas ganas de llorar»; «no había cambiado nada en nuestra relación, pero
rebosaba felicidad por todos mis poros»; «anoche me invadió una alegría desproporcionada,
que no sé cómo explicar», «no consigo ni imaginar el motivo de que aquella actuación,
aparentemente normal, me conmoviera hasta lo más íntimo»…
Todo lo cual es síntoma y prueba de lo que por ahora pretendemos poner de relieve: que a
menudo ignoramos el origen de nuestros sentimientos, emociones, estados anímicos, etc.; y,
como consecuencia, que se nos hace muy difícil comprender a fondo en qué consiste la
afectividad.
II. ¿Cómo abordar su estudio?
Siendo esta la situación, bastantes de las orientaciones que suelen ofrecerse para indagar
adecuadamente en torno a cualquier realidad humana —la persona, la libertad, el amor…—
alcanzan aquí una resonancia muy particular, por lo que deben seguirse con mayor atención
e interés.
La visión de conjunto y el «oído atento al ser de las cosas»
En concreto, nunca conviene olvidar que aquello que se estudia posee un contexto
determinado o forma parte de un todo más amplio y complejo, que nunca lograremos
conocer por completo, pero debe ser muy tenido en cuenta, porque es lo que confiere el
significado definitivo a cada uno de los elementos que lo integran. Y en el caso de los
sentimientos esas precauciones han de llevarse al extremo; de lo contrario, nos perderemos
en divagaciones ajenas a la realidad.
Dicho con las menos palabras posibles: al analizar cualquiera de los componentes del
mundo afectivo nunca deberíamos perder de vista la entera persona en la que esos
fenómenos tienen lugar.
Como ya apuntamos, el estudio directo, pleno e inmediato de la afectividad en su totalidad,
como algo global que empapa y matiza cuanto somos y hacemos, resulta imposible para un
entendimiento limitado, como el nuestro: necesariamente debemos avanzar por etapas,
analizando unos factores que, al aislarlos, impiden descubrir su auténtica naturaleza y el
papel que les corresponde en el conjunto de cada persona, sin la que nada son ni ejercen
función alguna.
Por eso, desde el primer instante, hemos de procurar mantener bien visible el horizonte
sobre el que se recorta cada uno de los elementos considerados —la vida íntegra de la
persona—, pues solo de este modo nos acercaremos a su significado definitivo.
Y todo ello, de una forma muy peculiar y acentuada, que no cabe identificar sin más con lo
que ocurre al reflexionar sobre otras realidades.
Algunos casos diversos, para realzar el contraste
Y es la afectividad es muy distinta de las restantes esferas del obrar humano. En los demás
casos, resulta más sencillo definir la actividad propia de determinados órganos o facultades.
Esto es facilísimo cuando se trata de miembros físicos, como los pies o las manos, o incluso
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
de cuestiones que pueden resultar ajenas a los planteamientos habituales, más de una vez
volveremos sobre lo ya visto, con la intención de agregarle un único nuevo matiz, para más
adelante estudiarlo de nuevo y reforzar lo ya sabido o añadir otra dimensión inédita o antes
solo esbozada.
Como contrapartida, la comprensión de la afectividad, una vez adquirida o en la medida en
que se va logrando, otorga al hombre de hoy un saber de sí mismo y de sus congéneres muy
superior al que obtiene mediante el estudio de las restantes esferas del ser humano.
De hecho, y según nos enseña la experiencia, la vida sentimental implica de tal manera a la
totalidad de la persona que su estudio constituye la mejor vía para llegar a comprender al
varón y a la mujer, también en sus diferencias y complementariedad recíprocas, sin dejar de
lado ningún elemento o aspecto significativo.
III. «Un» punto de partida
«Uno» entre muchos
El entrecomillado del «un/uno» pretende sugerir que, en cierto modo, el análisis que se va a
bosquejar podría ser sustituido por bastantes otros… y relativamente distintos.
¿Por qué?
Porque solo aspira a que el lector compare lo que aquí se expone con su propia experiencia
y se haga una idea inicial de lo que entendemos por emociones y sentimientos. Para que
después, una vez logrado ese acuerdo de base, profundicemos poco a poco, hasta entender
mejor la vida sentimental.
La consecuencia es que nadie debería desanimarse por no alcanzar una plena comprensión
de lo que estudia… o por estar en desacuerdo con ello. Basta con que el asunto le vaya
resultando familiar y no del todo ajeno a su propia vida vivida.
De momento, tampoco nosotros pretendemos exponerlo de forma rigurosa y acabada.
Lo que dicen las autoridades
Así planteada la cuestión, y puesto que podríamos comenzar por cualquier lado, veamos lo
que sostienen un par de autores contemporáneos, especialistas en el uso del lenguaje.
1. María Moliné, en su Diccionario del uso del español, escribe:
Afecto. (Del lat. “affectus”, participio de “affícere”, poner en cierto estado, de “fácere”,
HACER; v. “desafecto”.)
® En sentido amplio, *sentimiento o *pasión. Cualquier estado de ánimo que consiste en
alegrarse o entristecerse, amar u odiar: 'Los afectos que mueven el ánimo'. (“Sentir, Tener;
Cobrar, Coger, Tomar”) [3] .
2. A su vez, en una de las últimas ediciones de su Diccionario, Zingarelli define el afecto
como:
Cualquier modificación de la conciencia del yo debida a la acción de algo o de alguien
fuera de mí [4] .
3. Un tercer experto —Scola—, ahora en el ámbito de la filosofía, aporta algunos datos
complementarios y un poco más complicados.
En concreto, comenta que la definición de Zingarelli
… conserva la sustancia del significado etimológico de la palabra latina afectio. Esta deriva
de afficere y con ella se conecta affici aliqua re (ser afectado por algo). El significado más
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
elemental es ser afectado por algo que está fuera del yo (ej.: affici aegritudine = ser
afectado por una enfermedad). La experiencia afectiva aparece entonces en el plano
fenomenológico como una modificación del sujeto dependiente de una provocación
exterior [5] .
La verdad es que, si reflexionamos un poco, esto es lo que experimentamos cuando decimos
que algo nos ha afectado, que nos turba, excita o conmociona. Advertimos que el
conocimiento de una realidad provoca en nosotros una especie de trepidación interior, a la
que normalmente siguen, como en cadena, otro cúmulo de experiencias y/o actividades… y
nuevas sacudidas, actuaciones, vivencias, etc.
Una puntualización
Adelantamos ya que la definición de Zingarelli tiene un límite muy claro. Y es que parece
reducir el fenómeno completo de la emoción a la simple conciencia, al mero conocer.
1. Da la impresión de que, al emocionarnos, se diera un único cambio: el de nuestra
percepción o conocimiento. Y es cierto que toda emoción o estado de ánimo se forja sobre
la base de una percepción, de una imaginación, de un recuerdo, de la anticipación de un
futuro que nos atrae o repele… Pero esto es más bien algo previo al sentimiento en cuanto
tal.
2. Pues, en realidad, todos advertimos que, cuando me turbo o conmuevo, además del
simple saber y como consecuencia de él, otra cosa ha variado en mí y que ahí radica
propiamente la emoción: por ejemplo, tras conocerlos y recordarlos, descubro que soy
atraído por alguien o que algo me produce repugnancia, que la carne se me ha puesto de
gallina o el pulso se me ha acelerado, que el corazón late con más fuerza y rapidez o, al
contrario, que me quedo sin voz o sin aliento…
Y, además —en este extremo fundamental acierta Zingarelli—, soy bastante consciente de
todos o buena porción de esos cambios, aunque los perciba con cierta confusión.
Y dos modos de entender los sentimientos
Por otro lado, solemos hablar de sentimientos, emociones o, más aún, de afectividad, de dos
maneras:
1. O para referirnos fundamental o exclusivamente a lo que aquí acabamos de llamar afecto
y, todavía más en particular, al impacto y la conmoción inicial que uno experimenta y, en
todo caso, a la re-acción inmediata que le sigue… y basta.
2. O para aludir a eso y al cúmulo de fenómenos que una emoción, sentimiento o estado de
ánimo suele llevar consigo: reacciones, actividades, nuevos sentimientos, más y más
operaciones, etc. [6]
IV. Descripción inaugural: el afecto como pasión
Para empezar a describir ese conjunto, y aunque de entrada resulte extraño, acudiremos a un
filósofo clásico, adaptando su lenguaje a un modo de expresarse más actual.
Tomás de Aquino define el afecto de manera muy similar a Zingarelli: como «una passio,
una pasión».
¿Por qué? Pues porque considera las emociones «como el efecto particular de un agente
sobre un paciente: passio est effectus agentis in patiente».
En este sentido el afecto sería, antes que nada, la modificación o impresión que
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
montaña dura y escarpada, nos da fuerzas para intentarlo con otra de todavía mayor
dificultad y riesgo.
2. Como cualquiera puede advertir con solo examinar su propia vida, sin el refuerzo del
placer, la ira o la memoria del gozo, es posible que no lográramos nuestros objetivos o no
emprendiéramos otras empresas similares.
O de rechazo
Eso no quita que puedan darse, y se den de hecho, sentimientos de tipo contrario: de
repugnancia, temor, desdén, etc. Pero sí que apunta a algo muy interesante, que completa la
idea de que la afectividad esbuena.
A saber, que tales rechazos —o, en general, las emociones desagradables— no se
producirían si no existiera en nosotros una aspiración global hacia lo bueno (a nuestra
propia perfección, a la de las personas a quienes amamos y, hasta cierto punto, a la de todo
el universo), que se concreta en multitud de inclinaciones a bienes más particulares y
determinados.
Según sostiene Proust, en su En busca del tiempo perdido,
… si no hubiéramos sido felices, aunque no fuera más que gracias a la esperanza, las
desventuras se verían privadas de crueldad.
V. La complejidad de nuestras emociones
Con todo, si de momento hemos acudido a Tomás de Aquino es por el análisis que realiza
del cúmulo de fenómenos que, normalmente, se desencadena cuando tiene lugar lo que él
llama immutatio y nosotros podríamos traducir por impresión, excitación, impacto, choque o
palabras similares.
Pensemos, por ejemplo, en lo que nos sucede al enamorarnos.
Tomás de Aquino distinguiría en este hecho —como en cualquier otro afecto, tomado ahora
en la acepción más amplia— cinco o seis componentes o estadios, no necesariamente
lineales ni sucesivos, sino, como casi todo lo que nos ocurre, mutuamente implicados unos
en otros y con el conjunto de nuestra vida: mezclados, por decirlo de manera más sencilla.
1. Impresión
El primer elemento es justo el ya insinuado: la immutatio o impresión. Una alteración,
cambio o excitación, que, en el caso del enamoramiento, puede ser muy densa, vehemente y
notable, tanto por su intensidad y la diversidad de componentes como por las consecuencias
que provoca en el resto de nuestra existencia.
El enamorado y la enamorada, impresionados por el encuentro con la otra persona, sufren
un impacto y una transformación muy particular, que tal vez los amigos o conocidos puedan
tomar a broma o convertir en objeto de burla, pero que él o ella advierten de manera
irresistible como algo de gran trascendencia, capaz de imprimir un giro de 180º a todo lo
que son, quieren, ambicionan y hacen.
Dos o tres puntualizaciones.
1.1. En el ejemplo del enamoramiento, esta primera sacudida es seguida con frecuencia por
una amplia serie de realidades distintas.
Pero no siempre ocurre así. Hay casos en que lo único que sucede es justo
que sentimos algo: tristeza, congoja, desgana, alegría, entusiasmo, aburrimiento, exaltación,
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
etc.
Y, por lo mismo, tal vez sea a esta impresión percibida en nosotros a lo que corresponda con
más propiedad el término «emoción», «afecto», «sentimiento»… utilizados de momento
como sinónimos.
1.2. Añadimos todavía que, al utilizar el vocablo «impresión» no apelamos tanto a una
percepción, sino también y sobre todo a cierto cambio (advertido) que algo o
alguien imprime en nosotros.
De ahí que palabras como «emoción» o similares suelan emplearse cuando descubrimos un
golpe y una mudanza en nosotros.
Por el contrario, si lo percibido es que «seguimos como estábamos» —lo cual no suele
advertirse sin cierto desarrollo de la capacidad de autoobservación, precisamente porque no
hay cambio ni, con él, desconcierto o sorpresa—, hablaremos más bien de estado de ánimo.
1.3. Parece que el núcleo del asunto al que acabamos de aludir —a saber: que la
emoción no se reduce a mero conocimiento— queda bien recogido en expresiones del tipo:
«la noticia (simple saber) me produjo una impresión extraordinaria (conmoción o
sentimiento)»; «sí, la verdad es que tiene un novia muy guapa» (mera constatación
cognoscitiva»), frente a: «al ver que ella se fijaba en mí, me puse a temblar como un tonto»
(obviamente: conocimiento + impacto-y-conmoción… ¡y qué conmoción!).
Volveremos sobre todo ello.
2. Afinidad o adaptación recíproca
Normalmente, esa primera impresión va acompañada y/o seguida de un conjunto de
reacciones, cuya suma constituye la totalidad del sentimiento en su significado más pleno.
Manteniéndonos en el mismo ejemplo, al estremecimiento o choque que tiene lugar en
nosotros y percibimos al enamorarnos se encuentra aparejada lo que Tomás de Aquino
denomina coaptatio y hoy calificaríamos tal vez como una densa y honda empatía… o
incluso algo más amplio y profundo.
Es decir, experimentamos una adaptación o afinidad entre la realidad que nos afecta —en
este supuesto, otro ser humano— y nosotros mismos.
Y esto, de dos maneras fundamentales:
2.1. Bien porque cambiamos y nos adecuamos a aquello que nos ha impactado.
2.2. Bien —y es lo más común en el ejemplo propuesto: el amor-enamoramiento a primera
vista— porque nos sentimos ya conformes o adecuados a la persona o realidad en
cuestión… ¡y por eso nos impresiona tan hondamente y reaccionamos con tanta intensidad!
Al enamorarnos, la mutua conformidad resulta tan patente y repentina que nos parece
descubrir una especie de armonía preestablecida entre quien experimenta la passio o el
afecto (quien se enamora «con pasión») y la persona de quien ha quedado prendado o
prendada.
Con palabras distintas: al margen de lo que ocurra más adelante, quien de veras se siente
enamorado percibe que la otra persona es justo aquella a la que desde siempre había estado
esperando (su media naranja, solía decirse, aludiendo de forma indirecta al mito de
Aristófanes narrado por Platón) y piensa asimismo, no sin algo de razón, que ese ser
maravilloso ha venido a la existencia justo para ella o para él.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
No se trata, pues, de una correspondencia coyuntural o aleatoria, sino de una afinidad casi
absoluta, que difícilmente se percibe ni supone como resultado del azar.
3. Complacencia-deseo
Y, entonces, tiene lugar lo más importante y característico del afecto: lo que en latín se
denomina complacentia (complacencia).
En castellano solemos traducir este término como deseo; un vocablo que, por desgracia, no
reproduce los matices del original latino.
¿Por qué?
Porque la totalidad de la emoción que venimos analizando podría describirse como un
«sentirse tan con-forme, tan co-adaptado y, por eso, tan a gusto y dichoso… que uno quiere
ir a más».
Pero, en ese complejo fenómeno, la complacentia latina subraya sobre todo «el placer de la
mutua afinidad», la alegría de percibir que estamos hecho el uno para el otro o el haberse
adaptado a lo que nos impresionó o, en su caso, nos turbó; mientras que el deseo castellano
pasa como de puntillas por encima de este aspecto y acentúa sobre todo el anhelo de
proseguir e intensificar esa afinidad, así como de aumentar el deleite que provoca: las ganas
de unirnos más entre nosotros y hacer más prolongados y más hondos el gozo y la
satisfacción que eso lleva consigo.
En cualquier caso, la complacencia o el deseo constituyen la característica más sobresaliente
del afecto, hasta el punto de que los clásicos la utilizaron para definir el tipo más simple y
elemental de respuesta afectiva: lo que, a partir de un determinado momento de la historia se
llamó, dando a esta voz un sentido muy amplio, amor naturalis (amor natural, que hoy
traduciríamos como inclinación acorde con lanaturaleza de una realidad dada).
Tal vez, de momento, no haya que explicar más. Es tan obvia la presencia del deseo en
cualquier amor… que muchos de nuestros contemporáneos reducen el amor, en la más alta
de sus acepciones, al simple deseo de contacto físico.
Sí conviene repetir:
3.1. Que el afecto que aquí ponemos como modelo es una emoción compleja y positiva.
Y no lo hacemos por mero gusto, sino que responde al hecho fundamental antes apuntado. A
saber, que, considerada en sí misma, la afectividad es algo muy bueno.
Y, por consiguiente, que en la base de todo sentimiento —también de los más destructivos,
aunque de manera indirecta—, se encuentra la atracción hacia un bien… que, en las
circunstancias en que no se logre, origina precisamente esa sensación de tristeza o
sinsentido y, en su caso, la ira que llevaría a eliminar lo que se opone a su conquista.
Pero si el ser humano no anhelara determinados bienes, tampoco podría sufrir y afligirse por
el hecho de no alcanzarlos o de perderlos, como sucede, por poner un solo caso, con la
salud.
3.2. A lo que habría que agregar que en ese complacerse hay ya cierta modificación de la
facultad y, por consiguiente, una emoción.
Con otras palabras: la confirmación de aquello que me ha impresionado o su rechazo
constituye cierto movimiento o, mejor, la actualización o el desperezarse de la potencia o
potencias que en cada caso se pongan en juego.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Normalmente, cuando se trate de personas, se actualiza la voluntad, que dice gozosa: «sí, es
maravilloso que existas», así como un conjunto de apetitos sensibles, que disfrutan noble y
notablemente con la belleza física de aquel o aquella que nos impresiona, con el timbre de
su voz, su manera de andar o de sentarse o de mirar, de encender o coger un cigarrillo o
llevarse una copa a los labios, etc.
4. Tendencia
Volviendo a la descripción que estamos realizando, si la complacentia es concebida
básicamente como deseo, no extrañará que su consecuencia natural sea la intentio, también
en su acepción etimológica detender hacia (in-tendere).
Tras el impacto inicial, la advertencia de ese golpe y de la con-moción o movimiento
interior que lleva consigo, florecen el conjunto de acciones que nos inducen a in-tentar
unirnos de forma más plena con la realidad que nos afectó.
También ahora el lenguaje erótico —entendido en su sentido más noble— aporta un
conocimiento suficiente de lo que acabamos de afirmar.
5. Placer-gozo
A continuación, si todo sucede como debería —que es una de las condiciones de un ejemplo
no demasiado mal elegido—, la real posesión de lo deseado suscita en nosotros un nuevo
sentimiento gratificante: un deleite o placer relativamente distintos y de ordinario más
intensos que los experimentados hasta entonces, entre los que los clásicos incluían, como el
más elevado de todos, el gozo o gaudium.
Un deleite que la tradición filosófica, lejos de rechazarlo, como a veces se sostiene, lo
consideraba el culmen o complemento positivo indispensable de la afectividad. Según
explica Roqueñi:
Tan importante considera Tomás de Aquino la energía y fuerza implícita en las emociones
que le lleva a afirmar que aquel anhelo o tendencia ya consumada —es decir, el deleite—
perfecciona la operación humana como un fin completivo, esto es, "en cuanto que a este
bien que es la operación sobreviene otro bien, que es el deleite, que lleva consigo el sosiego
del apetito en el bien presupuesto (… y, además) indirectamente, en cuanto el agente, al
deleitarse en su acción, atiende a ella con más vehemencia y con mayor solicitud la
ejecuta" [7] .
6. Quietud o reposo
Por fin, con la alegría del anhelo satisfecho se restablece la paz, reposo o quietud
(la quies latina), que es la respuesta última a la inicial immutatio.
Algo que probablemente no habrá sucedido al lector que deseara una explicación acabada
de lo que es una emoción o sentimiento, pues en estas líneas solo hemos pretendido esbozar
algunos de sus rasgos más comunes… sin ni siquiera cuidar la pulcritud de los elementos
considerados.
Poco, muy poco, es lo dicho; y muchísimo lo que resta por agregar e incluso por corregir.
VI. Cuando el amor no es un sentimiento
… en las antípodas del término de llegada
Solo para dejar constancia de hasta qué punto la cuestión es compleja y en muchos casos se
aleja del modelo que hemos bosquejado, copiaremos, y glosaremos con pocas palabras, algo
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
de libertad inter-personal y, como consecuencia, resulta siempre mucho más activo que
pasivo o re-activo.
(Insistimos en que no hay que preocuparse por no entender o no estar de acuerdo con
nuestras afirmaciones. Más adelante expondremos con calma lo ahora solo apuntado).
«Amor» re-activo (o pasivo) y amor activo
Reiteramos, para evitar confusiones y no empobrecer la riqueza de la afectividad —y
porque con bastante frecuencia ni se alude a ello—, que existen dos tipos de amor muy
diferentes, que a menudo se mezclan y con-funden en el pensamiento y en la vida de
cualquier persona.
A uno de ellos —el amor como pasión, afecto o sentimiento, conocido también como
amor de deseo o inclinación— nos hemos referido principalmente hasta ahora.
En los párrafos que siguen queremos dejar claro, por el contrario, que en los dominios de la
voluntad existe, además, otro género de amor, llamado normalmente amor electivo o
propiamente personal, y apuntar algunos de los caracteres que lo diferencian del de deseo.
Y más adelante profundizaremos en la naturaleza de ambos y en lo que los distingue entre
sí.
El «otro» amor
1. Un amor distinto
Así presenta Scola esta dualidad:
Sobre esta base elemental [lo que hemos considerado en párrafos anteriores] se inserta […]
un segundo nivel del afecto que genera una respuesta libre y querida de amor [9] .
Esa respuesta no es, por tanto, algo que el sujeto padece o ante lo que re-acciona sin apenas
poner nada de su parte. Sino que, según veremos, constituye el mayor y más autónomo acto
de libertad que un varón o una mujer pueden llevar a cabo y, en consecuencia, el modo de
obrar más pleno y activo y el que más los perfecciona y, derivadamente, el que engendra
mayor felicidad.
Esto, que tiene lugar en cualquier acto de auténtico amor, se manifiesta con más claridad en
los casos en que, por los motivos que fuere, se ama y busca eficaz y efectivamente el bien
para una o más personas que nos producen repugnancia, nos son antipáticas o, incluso, nos
han hecho algún daño real de más o menos calibre… que nos inclinaría a no amarlas ni
buscar su bien.
2. Ejercicio supremo de libertad
Prosigue Scola, y no importa que se entienda bastante poco, ya que será estudiado de nuevo
más adelante:
Es el nivel de la voluntas ut ratio [del ejercicio de la voluntad una vez que ya ha intervenido
y deliberado el entendimiento o razón], en que el amor se convierte en una elección [activa]
libre y consciente [10] .
Y añade:
Tomás lo llama amor de dilectio o de benevolencia precisamente porque sigue a
una electio [11] .
Es decir, a una elección, considerada por algunos como la máxima manifestación del obrar
libre. Cuestión que, de nuevo, se muestra más patentemente cuando —¡porque queremos,
17
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
poniendo en juego nuestra libertad!— decidimos hacer un bien a alguien por quien
no sentimos una particular inclinación o que incluso nos repele: ayudar a levantarse al
jugador que durante un partido nos ha puesto intencionadamente una zancadilla, a
consecuencia de la cual también él ha caído al suelo; prestar unos apuntes a un compañero o
compañera que, tiempo atrás, no quiso dejarnos los suyos; apoyar a un colega que nos hizo
una jugarreta, etc.
3. Acto por excelencia
Aquí se marca la contraposición a la que desde hace un rato pretendemos referirnos y que
estimamos muy importante tener en cuenta, entre otros motivos, porque —como dijimos—
la distinción entre los dos significados del amor se ignora habitualmente en nuestra cultura,
con consecuencias vitales a veces muy graves y dolorosas:
Si el amor de deseo es una passio afectiva [algo que se padece sin poderlo eludir: un
sentimiento], el amor electivo es elección efectiva [un acto].
O, con términos equivalentes y ya utilizados:
3.1. Los afectos, emociones o sentimientos son, en su núcleo más íntimo y primordial,
pasivos o/y re-activos.
3.2. Por el contrario, el amor en su acepción más rigurosa —que esbozaremos poco a poco
y hemos tratado con detenimiento en otros escritos [12] —, es eminentemente activo: la
operación suprema y supremamente autónoma, eficiente… y libre; y de ahí que el amor, en
este segundo sentido más propio y elevado, jamás puede coaccionarse.
Todo lo anterior se manifiesta con claridad también en otras situaciones, en que la mujer o
el varón hacen que su libertad —la elección de un modo particular de obrar— prevalezca
sobre sus inclinaciones espontáneas, entre las que figuran los sentimientos. Las palabras que
siguen, referentes al perdón —máxima expresión de amor, por otra parte—, tal vez nos
ayuden a entenderlo:
Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a
reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprenden a nosotros mismos. Una
persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una
coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Solo necesita
defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas experiencias.
Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio
interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil
y, en ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor.
Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas,
no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico.
Se puede perdonar llorando.
Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde
ordinariamente su amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. “Las heridas se
cambian en perlas” [13] .
4. Y estrictamente personal
Sin esta doble consideración, viene a concluir Scola, toda doctrina sobre la afectividad
quedaría coja, incapaz de explicar lo que es el ser humano en una de sus dimensiones
18
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
esenciales —la emotividad, los sentimientos o afectos, entre los que hoy se engloba el
amor— y de enseñarle a utilizarla para su propio bien y, sobre todo, para el bien de quienes
lo rodean… esencial asimismo para su propia felicidad.
¿Por qué motivos?
En esencia, porque el amor auténticamente humano y personal no pertenece a la esfera de lo
que esbozamos antes (la pasión, el sentimiento… que uno padece sin poder resistirse), sino
que, como estamos insinuando, se coloca en sus antípodas: es el acto más libre
y activamente activo que puede ponerse en acto —algo parecido al perdón que ha servido de
ejemplo—… aunque a menudo, como apuntamos, vaya también precedido de una atracción
ejercida sobre la voluntad y sobre los apetitos sensibles.
De todos modos, ahora nos interesa seguir esclareciendo en qué consisten los afectos o
sentimientos propiamente dichos.
·- ·-·-······-·
Tomás Melendo y Lourdes Millán-Puelles
[1] Como puente entre esta afirmación y el apartado que sigue sirvan estas palabras de
Lukas: «Pero al espíritu investigador del hombre no le gusta lo desconocido. Cuando no
puede explicar una cosa, procura al menos ponerle un nombre; y cuando algo recibe un
nombre empieza a tomar forma» (LUKAS, Elisabeth, Tu familia necesita sentido, Ed. S.M.,
Madrid 1983, p. 12).
[2] Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 71.
[3] Moliné, María, Diccionario del uso del español, Gredos, Madrid 1982.
[4] Cit. por Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 14.
[5] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 14.
[6] Que es lo que esbozaré dentro de unos momentos, en el apartado: 5. La complejidad de
nuestras emociones.
[7] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 44.
[8] Marías, Julián, La educación sentimental, Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 26.
[9] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 22.
[10] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 22.
[11] Scola, Angelo, Identidad y diferencia, Ed. Encuentro, Madrid 1989, p. 23.
[12] Cfr. por ejemplo, Melendo, Tomás, El verdadero rostro del amor, Eiunsa, Pamplona
2006; Ocho lecciones sobre el amor humano, Rialp, Madrid, 4ª ed. 2002.
[13] Burggraf, Jutta, «Aprender a perdonar», en Otero<, Oliveros (Coord.), Retos de futuro
en educación. Aprender a perdonar, EIUNSA, Madrid 2004, pp. 164-5.
Elogio de la afectividad (2): ¡Adentro!
por Tomás Melendo y Mª Esperanza Aguilera
Muy probablemente, el intento de justificar la conveniencia de llevar a cabo un análisis
de la afectividad, anteponiéndolo o incluso dejando de lado otras dimensiones del
sujeto humano, resulte innecesario. Como escribe von Hildebrand: … tener un
19
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
compararse con nada más en su impacto en el espíritu humano, ya que libera todas
nuestras energías y reflexiones más profundas y nos conecta con nuestros afectos más
elevados [4] .
Con gran influjo en nuestro modo de percibir la realidad
Pero hay más. Muy frecuentemente, nuestro primer contacto con el mundo y con cada
uno de sus componentes, nuestra la percepción inicial de todo ello, es de tipo
sentimental o emotivo; bastante a menudo, nuestra afectividad selecciona, canaliza y
modula de entrada cuanto llega hasta nosotros, haciendo que lo conozcamos de un
modo u otro… o que no le prestemos la menor atención.
1. Si nos encontramos ante realidades que a primera vista nos agradan, ese
sentimiento intensifica nuestro discernimiento y nos permite apreciar detalles de
bondad o belleza o virtud que a otros pasarían inadvertidos, o bien impide que
captemos aspectos negativos patentes.
2. Por el contrario, el surgir de una sensación de repulsa ante aquello que se nos
presenta como molesto o desagradable, hace que ni siquiera reparemos en algo o
alguien, que apartemos la vista o que distorsionemos su conocimiento y obtengamos de
ellos una imagen deformada y empobrecida.
Con palabras de un notable psicólogo y neurólogo argentino, Abelardo Pithod, al que
citaremos con frecuencia en estos ensayos:
Desde el sentimiento de autoestima que acompaña —o no— a una persona, a las
distorsiones en la percepción del prójimo debido a oscuros sentimientos de antipatía, la
afectividad es un ingrediente decisivo en la “construcción” de nuestro mundo. Como
dice J. Nuttin, en términos de análisis fenomenológico, el Yo (el self de la psicología
norteamericana) se “llena” de contenidos provenientes del Mundo en el que habita y al
que él mismo ha contribuido a construir. Así, la realidad es percibida como
amenazante por la persona con tendencias paranoides, como triste por el depresivo, o
como carente de sentido, y tantos otros modos de proyección del estado afectivo del Yo.
Es aquello de que todo es del color del cristal con que se mira [5] .
3. Y aún más: la primera impresión de las personas, objetos o situaciones, que
habitualmente se halla condicionada o incluso determinada por los sentimientos, con
bastante frecuencia acaba por convertirse en definitiva.
3.1. No es extraño que, al ver acercarse a alguien, antes incluso de hablar con él o
después de intercambiar una mirada o un par de frases, se instale en nosotros un
sentimiento de agrado o desagrado (me cae bien o mal), de confianza o desconfianza
(es o no es de fiar), de admiración o menosprecio (qué suerte haberlo conocido; ni
siquiera vale la pena cambiar con él dos palabras), etc.
3.2. Y esta opinión, no rara vez injustificada e incorrecta, no la sabemos, queremos o
podemos eliminar… justo por la presión que ejercen nuestros sentimientos. Cosa que,
como leíamos en la cita de Pithod, llega a límites insospechados en las personas con un
desajuste psíquico más o menos grave: neuróticos, paranoicos, etc.
A todo ello apuntan, de manera global pero significativa, y aplicadas a un estado de
ánimo o sentimiento concretos, las palabras que siguen:
21
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
… las emociones pueden afectar con gravedad los principios que dirigen la conducta.
De esta forma «al hombre afectado por una pasión le parecen las cosas mayores o
menores de lo que son en realidad»; su juicio es severamente lesionado y,
consiguientemente no puede actuar. Tal es el caso, por ejemplo, del hombre triste,
afectado por un mal presente: «todo lo elegible se hace menos elegible por causa de la
tristeza (...) y todo lo que debe huirse se torna más repulsivo a causa de ella».
La tristeza es una de las pasiones más graves y dañinas para la naturaleza humana;
tiene varios efectos nocivos, entre los que Tomás de Aquino destaca: la privación de la
facultad de aprender; la pesadez del ánimo, contrariando con ello a la voluntad; el
debilitamiento de toda operación, interior y exterior; y, por si fuera poco, perjudica
gravemente la salud corporal. Sin embargo, «la tristeza respecto de todo mal digno de
evitarse es útil, pues tiene una doble causa de huida, puesto que el mal debe huirse por
sí mismo, y de la tristeza todos huyen, como todos apetecen el bien y la delectación en
el bien» [6] .
Testimonios cualificados
Cuanto hemos esbozado hasta ahora no es un fenómeno coyuntural, sino algo que
baña —con matices y variaciones de tono— toda la historia de la humanidad en cada
uno de sus miembros, y que ha sido reconocido por pensadores, literatos, artistas,
sociólogos, psicólogos… de cualquier tiempo y condición.
1. Platón, por ejemplo, concedía una enorme importancia al influjo de la afectividad
en el conjunto de la vida humana.
2. Aristóteles, por su parte, venía a afirmar que un aspecto muy relevante de la
educación —tal vez su clave— consistía en con-formar los sentimientos (darles forma)
y ponerlos de acuerdo con la razón, para que, de manera casi natural, las personas se
sintieran atraídas por lo realmente bueno y pudieran realizarlo prontamente, sin
error, con el mínimo de esfuerzo o, en el culmen, con sumo gusto y agrado: es el núcleo
de la doctrina de las virtudes, tan ligadas a la afectividad.
3. Agustín de Hipona escribe sin vacilar:
Si algunos tienen a gala no verse exaltados o excitados, ni dominados o doblegados por
sentimiento alguno, en lugar de obtener la serenidad verdadera, pierden toda la
humanidad. Porque no se es recto por ser duro, ni se alcanza un estado de ánimo
perfecto por ser insensible [7] .
4. Y algo muy similar sucede con Tomás de Aquino.
Para él, según explica Paul J. Wadell:
… la integridad moral requiere […] que aprendamos a amar lo que es realmente
bueno y a odiar el verdadero mal, y hacer ambas cosas con pasión y entusiasmo. La
gente virtuosa siente fervor para lo realmente bueno; del mismo modo que aborrece
apasionadamente el mal y la falsedad. Su virtud no es insulsa, sino inspirada. Estas
personas no hacen el bien por un sentido del deber ni por temor, sino porque
realmente aman el bien, de la misma manera que evitan el mal porque lo
desprecian [8] .
5. Muchos siglos más tarde, después de los vaivenes experimentados en el aprecio de
22
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
2. Pero a esto hay que añadir un nuevo motivo: si es verdad lo que acabamos de
sostener, si la percepción y el manejo de los sentimientos no es hoy el que le
corresponde, probablemente el lector —igual que los que escriben estas líneas, hasta
que cayeron en la cuenta de su despiste— participará de ese modo de entenderla y
vivirla, con lo que le resultará más complejo aceptar las correcciones que
propondremos en esta serie de artículos.
Y eso lleva, de nuevo, a pedir comprensión, paciencia y apertura de ánimo, antes de
juzgar quién y hasta qué punto tiene la razón… en la medida en que alguien la tenga y
seamos capaces de advertirlo.
En cualquier caso, nadie podrá «quitarnos lo bailao», como se dice en Andalucía: es
decir, lo aprendido al reflexionar juntos sobre un ámbito tan relevante de nuestra vida
y personalidad.
La afectividad maltratada o «desbocada»…
Expongamos primero el hecho.
1. Ante todo, en el ámbito de la experiencia asequible a cualquiera de nosotros.
1.1. Basta echar una mirada a nuestro alrededor para advertir, por ejemplo, que
demasiadas personas reaccionan o reaccionamos vehementemente ante estímulos que,
considerados con cierta imparcialidad, no parecen proporcionados a la violencia de la
respuesta: ante un coche que se cruza sin aviso previo, ante el empujón involuntario
cuando se detiene un autobús, ante el viandante que impide el paso por andar con
excesiva parsimonia…
La agresividad parece haberse disparado en la civilización que nos acoge, en el plano
individual y de las sociedades y distintas naciones.
1.2. E igualmente descubrimos, sin pretenderlo siquiera, un buen número de varones
y mujeres aquejados por la tristeza, el desaliento, la insatisfacción, el desamparo… o
que parecen simplemente soportar resignados la vida que llevan, pese a que en ella
abunden a menudo los deleites y placeres que deberían proporcionar la felicidad.
2. Si nos trasladamos ahora a los dominios de los expertos, son ya un buen número los
psicólogos y psiquiatras que, interrogados sobre los conflictos de nuestra civilización, y
como fruto de su experiencia clínica, aseguran que una proporción notable de los
trastornos psíquicos deriva de la falta de conocimiento y de habilidad
para habérselas con los propios afectos: para relacionarse con ellos y manejarlos,
atemperarlos o provocarlos, tenerlos más o menos o nada en cuenta, según requieran
las circunstancias.
Y otros muchos profesionales ocupados directamente del trato con personas, así como
pensadores y ensayistas de relieve, concuerdan en sostener que una mala comprensión
y un uso incorrecto de la afectividad destrozan hoy día multitud de vidas.
Y hondamente modificada
Señalan, además, otro asunto, que también es un estímulo para analizar despacio los
sentimientos tal como suelen vivirse hoy día. Se trata de que la afectividad
contemporánea —y, muy en particular, la de la mujer—, en la casi totalidad de sus
componentes, pero sobre todo en los relacionados con la libido, ha cambiado de forma
25
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
bastante neta con motivo de la revolución sexual de fines de los 60 y del conjunto de
movimientos derivados o aparejados a ella.
En este sentido, como recuerda Pithod, muchas de las afirmaciones clásicas respecto a
lo más o menos específico de la sensibilidad femenina merecen una revisión a fondo,
que lleva también a poner entre interrogantes la veracidad de lo que —probablemente
debido a razones no del todo objetivas— se venía calificando como lo propio de la
mujer en este campo (el «eterno femenino») y, por simetría, lo más característico del
varón (a lo que se hacía menos caso).
Por acudir a un solo detalle, normalmente se ha sostenido —tras las huellas de
Aristóteles y, en general, de la mayor parte de los clásicos griegos y sus sucesores—
que, en lo que atañe al ejercicio de la sexualidad, la mujer es más pasiva y el varón más
activo: que este suele tomar y llevar la iniciativa.
Si tal observación parecía confirmada por los hechos hace tan solo cuarenta años, hoy
es casi obvio que culturalmente ha cambiado, al menos en Occidente; y que bastantes
mujeres, no solo por la forma de vestir y de moverse o simplemente de estar, sino
también en lo que atañe al inicio y despliegue de la conquista o seducción, se muestran
más diligentes que muchos varones y, con frecuencia, bastante más agresivas (cosas
que, hasta no hace mucho, se consideraban típicamente masculinas).
No intentamos decir con ello que semejantes comportamientos hayan pasado a formar
parte de la nueva naturaleza de la mujer, o que le resulten beneficiosos o dañinos, o
que el conocimiento pretérito atribuía a su modo de ser lo que no pasaba de ser
incidencia de la cultura…
Ni eso… ni lo contrario. Nos limitamos a constatar que, por los motivos que fuere, un
muy alto porcentaje de las mujeres actuales sienten y, como consecuencia, se
comportan de manera distinta a las de hace unos decenios.
Además, según Pithod:
… este cambio no se limita al solo sexo, abarca la afectividad toda. Es toda la dinámica
instintivo-emocional la que muta de signo. El cambio en la actitud sexual interesa
también a la actitud maternal (o paternal, pero sobre todo a aquella). Se extiende a la
concepción del matrimonio, a la relación marital monogámica, a la estabilidad
conyugal, etc. Las mujeres casadas “miran” cada vez más libremente a otros hombres
que no son sus maridos. A su vez los hombres se sienten halagados si los otros hombres
miran a sus mujeres… [14]
No está de más averiguar el porqué de todo ello. Es lo que pretendemos esbozar,
siquiera en sus líneas más básicas y elementales, en los epígrafes que siguen.
III. Motivos complementarios y/o más desarrollados
En la teoría
Desde el punto de vista teórico, y sin entrar en excesivos detalles, algunas pinceladas
sobre la historia del tratamiento de la emotividad en las épocas inmediatamente
precedentes a la nuestra ayudarán a esclarecer lo que sucede hoy día.
En resumen y simplificando bastante:
1. La afectividad como tal fue olvidada y casi despreciada durante el largo período
26
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
círculo o espiral, que acaba por transformar la vida afectiva —lo que cada
quien siente en un momento u otro— en el núcleo en torno al que gira toda nuestra
existencia.
Es la época en que se ponen de moda expresiones como «actúa según lo que te dicte el
corazón»; o en la que los anuncios más diversos, igual que hoy, comienzan a utilizar
como reclamo el «date un gusto o un respiro», «dedícate un minuto», «tú te lo
mereces», «alégrate la vida», «vive a tope», «sácale todo su jugo al instante»… y
expresiones muy similares.
2. Todo lo cual adquiere tintes un tanto trágicos —como venimos advirtiendo—
porque, al adoptar perspectivas reduccionistas, el mundo de los sentimientos resulta a
menudo mal-tratado: así, la fisiología, representada entre otros por William James,
asegura que las emociones —un fenómeno en realidad muy rico y complejo—
no son sino la percepción de los propios cambios fisiológicos; y de manera similar
proceden, entre otros, ciertos neurólogos y una enorme cantidad de filósofos
«abstractos».
Mas ninguno de ellos logra alcanzar resultados concluyentes, que de veras nos ayuden
a disfrutar más de nuestra existencia. Y esto, por un motivo muy claro, cuyos escollos
estamos intentando evitar en las presentes páginas:
2.1. Falta una adecuada antropología, una visión del hombre como persona, que
permita situar la vida afectiva en el lugar que le corresponde en el conjunto de la
existencia humana, así como explicar su enorme complejidad.
2.2. Precisamente por eso, una de las tareas principales de estos escritos es encontrar
el lugar adecuado de la afectividad en el conjunto o integridad de nuestras personas y
de nuestras vidas, consideradas justo como todos-globales en los que los distintos
elementos y mecanismos —y, de manera muy incisiva, la afectividad— inter-actúan
decisivamente unos en otros.
Al respecto, afirma Polo, con expresiones un tanto técnicas, pero certeras e inteligibles:
El hombre no es una máquina; por tanto, la antropología no puede plantearse
analíticamente [estudiando los elementos por separado]. Para alcanzar la verdad del
ser humano es preciso atenerse a su complejidad. Sin duda, cabe estudiar
analíticamente al hombre (en otro caso, por ejemplo, no habría medicina), pero así no
se considera realmente su plenitud (el hígado, enfocado analíticamente, separado del
cuerpo, no es el hígado vivo). Lo característico de la verdad del hombre es su
integridad dinámica. El hombre es una unidad que no se reconstituye partiendo de su
análisis. Las diferencias en el hombre son internas, tanto si lo consideramos somática
como anímica y espiritualmente. Un punto no tiene ni puede tener intimidad; el
hombre es intimidad antes que composición.
Los posmodernos dicen que el hombre es desde fuera. Pero con ello niegan la
evidencia, porque es evidente que el hombre es desde dentro. Tenemos pruebas de la
interioridad humana que ni Derrida puede negar: los sentimientos no son
exterioridades. No se puede tener una idea clara y distinta del sentimiento, porque es
bastante confuso desde el punto de vista analítico. La antropología tiene que
28
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Sea como fuere, lo que podría preocupar de cuanto estamos esbozando es que buena
parte de quienes viven de la manera indicada —aun cuando no se sientan felices
actuando así— considera esa primacía prácticamente absoluta de los sentimientos
como normal e incluso, en cierto modo, como ineludible y lo más característico o lo
único de auténtico valor del ser humano: lo que lo distingue de otras realidades.
Por apelar a un detalle que parecería banal, pero lleno de resonancias, es muy
frecuente que en las películas de ciencia-ficción se dé por supuesto que
los replicantes conocen intelectualmente y tienen cierta voluntad… aunque
programada o dirigida (lo cual da también una idea de la pobreza de nuestra cultura a
la hora de concebir lo que es el entender y el querer libre).
Como consecuencia, y siempre de acuerdo con el pensamiento más habitual, lo que
marca la diferencia entre ellos y nosotros es que puedan o no sentir, destacando entre
los sentimientos, como el más característico y diferenciador, el amor. Si un mutante
llega a sentir amor… cambia radicalmente de condición y, en virtud de
ese sentimiento —pues como tal se considera—, entra con todo derecho en la esfera de
los humanos.
Un paréntesis ineludible
Por su enorme relevancia y porque suele afirmarse lo contrario, advertimos de nuevo
que, aunque muy relacionado con ellos, en su sentido fuerte y cabal, el amor no es un
sentimiento ni un simple conjunto, más o menos abigarrado, de afectos o emociones,
sino que coloca su núcleo más específico, lo radicalmente indispensable, en otra esfera
muy superior: en los dominios activos de la voluntad, caracterizadores de la persona
en cuanto persona. Y que esta confusión teórico-práctica está en la base del malestar
que aqueja a muchos de nuestros contemporáneos.
4. Hacia el fondo de la cuestión
Ruptura de la armonía
Pero ahora interesa dejar claro uno de los motivos de más peso que, a nuestro
parecer, explican «el desvarío y la hipertrofia de la afectividad» ya dos veces
mencionados.
Sabemos por experiencia que la «propuesta» resulta difícil de aceptar, y por eso
pedimos excusas y un poco de paciencia y la serenidad suficiente para atender a las
razones que siguen, aunque uno se sienta personalmente interpelado, tocado o incluso
ofendido, cosa que, como es lógico, no responde a nuestras intenciones.
Nos arriesgamos a ello por puro amor a lo que consideramos verdadero y apto para
ayudar a los demás, aunque no esté de moda incluso entre personas muy queridas.
Como afirmaba Aristóteles, «si Platón es mi amigo, más lo es la verdad: amicus Plato,
sed magis amica veritas».
1. En la raíz de cuanto antecede, nos parece descubrir cierta ruptura de la armonía
entre los distintos elementos que integran a la persona humana, algunos de los cuales
han crecido de manera desmesurada, mientras que otros se han quedado raquíticos y
disminuidos.
Concretando más, y por ir directamente al grano, diríamos que la hipertrofia o el
30
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
2.1. Lo que hoy se califica equivocadamente como educación de la voluntad tiene poco
o nada que ver con el amor, y mucho con la fortaleza o con la fuerza de voluntad, al
estilo espartano, estoico… o hitleriano.
2.2. Y el uso de esta potencia se confunde sin razón con el tan justamente
denostado voluntarismo o con el cerrilismo seco, irracional, fanático e intransigente, a
los que más tarde volveremos a aludir.
2.3. Con lo que se origina, de manera instintiva y arraigada, un radical rechazo de
cuanto huela o suene a voluntad… sin sospechar siquiera que su acto más propio es
justo el amor.
Como consecuencia, en los asuntos que más afectan a nuestra vida vivida, bastantes de
nosotros quedamos al arbitrio de los sentimientos en estado puro, desligados de la
inteligencia y de la voluntad; y, por eso, por carecer de una guía que lo oriente de
manera estable y coherente, nuestro comportamiento se transforma en fuente de
desilusiones y molestias, cuando debería serlo de disfrute y dicha.
¡La represión!
Aunque merecería un estudio más detallado, nos limitaremos a sugerir una de las
manifestaciones más netas de esa afectividad desasistida del entendimiento y, sobre
todo, de la voluntad, del auténtico amor.
¡Ojalá logremos explicarnos, porque la cuestión tiene su interés!
El término represión se utiliza hoy día con mucha frecuencia, como fruto de una
incorrecta divulgación de los hallazgos de psicólogos y psiquiatras. Y el matiz que la
acompaña es claramente negativo:reprimir… ¡lo que sea! va siempre seguido —según
se dice— de consecuencias prácticamente irreparables.
Y, ¡mire usted por dónde!, nos da la impresión de que esa afirmación es acertada. Lo
que ya no lo es tanto es el modo indiscriminado con que se aplica el vocablo
«reprimir». Y, en el fondo y como acabamos de señalar, la confusión proviene de no
entender correctamente lo que es la voluntad, cómo es su ejercicio y cuál su acto más
propio.
Pues, en realidad, y sin utilizar términos muy técnicos ni difíciles, hay represión, con
las consecuencias que suelen señalarse u otras parecidas, cuando un apetito sensible en
busca de su objeto y del correspondiente deleite resulta violentamente sofocado por
otra instancia, ¡también sensible!, pero de signo contrario.
En términos tradicionales, cuando los apetitos irascibles sofocan a los concupiscibles.
Con expresiones más corrientes, cuando algo que me apetece o interesa dejo de
hacerlo porque sí, sin descubrir las razones que aconsejan su omisión ni buscar y dejar
claros los motivos de amor que inducen a obrar de ese modo. Es decir, justo
cuando no intervienen la inteligencia ni la voluntad amorosa… por más que a esose le
llame «voluntarismo».
Sin embargo, el carácter agresivo y los frutos lamentables desaparecen cuando la
acción prevista deja de llevarse a cabo porque el entendimiento advierte que, en fin de
cuentas, su realización acarrearía daños a mí mismo y a las personas queridas y, justo
por ese motivo, ¡por amor!, decido abstenerme del placer que me atrae o, en el
33
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
extremo contrario, opto por llevar a cabo algo que me molesta e incomoda. Es decir,
justo cuando sí interviene la voluntad con su acto más propio: amar.
Aunque el ejemplo no es todo lo bueno que quiere, la primera situación es similar a la
de un hermano de 10 ó 12 años que, por la fuerza y sin aducir razones, impide a otro
de 5 ó 6 llevar a cabo algo que este desea pero que al mayor le parece equivocado; la
segunda, a la de un buen amigo que, haciendo ver los males que se seguirían de ello,
induce a otro a no hacer —¡porque, tras asimilar los argumentos ofrecidos por su
amigo, ya no quiere hacerlo!— lo que, en fin de cuentas, desembocaría en un mal.
Como no cabe extenderse más, aducimos el testimonio de dos especialistas: A. Pithod,
un psicólogo-neurólogo, y G. Torelló, psiquiatra [20] .
Pithod:
Hay una afectividad sensible y una afectividad espiritual, que deriva de la voluntad,
pues toda inclinación lleva consigo una afección o emoción. […] La actividad sensible
puede integrarse con la afectividad superior. Pero en el caso de que en lugar de
asunción haya represión, sub-desarrollo o malformación, aparecerán perturbaciones
[…] La represión que del concupiscible puede hacer el irascible sin intervención del
apetito racional, es causa de perturbaciones [21] .
Torelló, aplicado a un tema donde la acusación de represión suele ser más frecuente,
asegura:
La observación libre de prejuicios del comportamiento humano ha hecho posible que
la psicología más reciente reconozca que la represión [léase dominio] del instinto es tan
humana y natural como la satisfacción del mismo, y que la una y la otra son causa de
salud o enfermedad, de serenidad o de inquietud, de placer o de disgusto, según la
relación que mantienen con la entera escala de valores específicamente humanos.
Respecto al llamado “instinto” sexual, tiene el “amor” un papel decisivo: la
continencia “por amor” produce calma y libertad de espíritu, lo mismo que la relación
sexual llevada a cabo también “por amor”. La disposición íntima de la persona, que
plasma y colorea el mundo entero, se traduce en las relaciones interpersonales y,
especialmente, en el modo de ser y de existir-con-el-otro-del amor[22] .
Advertencia final
1. Repetimos, porque lo expuesto en los últimos párrafos pudiera inducir a extraer la
conclusión contraria, que nada de ello elimina el papel positivo e indispensable de la
afectividad en la vida humana y, como consecuencia, la necesidad de cuidarla y
desarrollarla.
2. Recordamos con von Hildebrand que no existe
… ninguna duda sobre el hecho de que la afectividad es una realidad importante en la
vida de la persona [23] .
3. Y añadimos, para que quede aún más claro, que incluso un exceso cuasi patológico
de emotividad puede tener también, junto con otros menos deseables, sus efectos
positivos.
Con palabras de Pithod:
El neuroticismo puede ser fuente de cierta particular superioridad, por ejemplo en las
34
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
además, según nos muestra la experiencia, de un algo que nos habla de nosotros
mismos, que tiene lugar, por así decir, en nuestro interior y, sobre todo, que a nosotros
se refiere, valorando el modo como nos encontramos.
Por tales motivos, ese particular caer en la cuenta, propio de los sentimientos, se
distingue sin excesivos problemas tanto de la sensación (conocimiento sensible) como
del conocimiento intelectual, tomados en general, sin más precisiones.
1. El objeto propio de las sensaciones, lo que advertimos a través de ellas, si las
consideramos aisladas, es siempre (con plena conciencia de la redundancia) un
contenido sensible: color, olor, sabor, dolor, etcétera.
Esto también ocurre, a su modo, incluso cuando se trata de las sensaciones del propio
organismo, agrupadas en general bajo el nombre de propiocepción.
Como dice Fabro:
El sentimiento se distingue del simple “sentir” propio de la sensibilidad externa o
interna en cuanto que mientras el sentir transmite “contenidos” objetivos, el
sentimiento reproduce la situación del sujeto, por ejemplo, de satisfacción o
insatisfacción [2] .
2. Por otro lado, muy pocas personas confundirían los sentimientos con el
conocimiento intelectual, también ahora aunque se trate del auto-conocimiento.
Lo más característico de este, al menos en teoría y en buena parte de los casos, es que
—si se lo examina aisladamente, cosa que no debería hacerse, pero se hace a menudo—
se trata de algo frío, objetivo, que raras veces nos excita o con-mueve.
La afectividad sería, pues, un tipo de conocimiento de sí mismo… que no constituye un
propio y mero conocimiento.
¿Qué agrega el sentimiento al simple conocer?
Si esto es así, y empleando categorías clásicas, cabría considerar el conocimiento de sí
mismo —el intelectual y el sensible, y la conjunción de ambos, que solemos
llamar autopercepción— como una suerte de género del que el sentimiento constituye
una especie… y, sobre todo y por lo mismo, al determinarlo o precisarlo más, agrega
otros componentes.
Y también cabría enfocar la cuestión desde el extremo complementario: desde los
componentes agregados; es decir, desde la con-moción que todo sentimiento es o lleva
consigo.
Por ambos lados llegaríamos a:
1. Empezar afirmando que el sentimiento o la emoción son, en sí mismos, una
determinada disposición o estado o movimiento de nuestras tendencias, impulsos,
apetitos… en cuanto que han sido afectados por alguna realidad externa o interna
(afecciones o afectos).
2. Pero agregando de inmediato que, para hablar propiamente de emociones o
sentimientos, es preciso que ese estar siendo tocado sea percibido —que uno se
sienta afectado— y re-accione ante ello.
3. Y, además —y esto es lo que hasta ahora no había dicho de forma tan clara—, que
semejante sentirse es, en fin de cuentas, un sentirse bien o mal, en la acepción más
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
diversas y con distinta intensidad— se pone en juego todo lo que hemos vivido y
asimilado a lo largo de nuestra existencia: en el plano individual, familiar, social, etc.;
es justamente aquí donde se insertaría el difícil y tan relevante discurso relativo a la
educación, la cultura, la historia, el lenguaje…
Sentir-se vivo
Así enfocado, y según García-Morato, podría describirse el sentimiento humano como
la percepción de que estamos mejorando o empeorando como personas… o
adelantando en unos aspectos y retrocediendo en otros.
Con sus propias palabras, el sentimiento sería:
La reacción del ser espiritual ante la propia vitalidad. En nuestro interior hay un
enjambre de fuerzas que chocan y se entrecruzan. Los sentimientos son la manera que
tenemos de percibirlas y así sabemos qué pasa. En el ánimo, cada persona experimenta
el eco del desarrollo o menoscabo de su ser, y la satisfacción o insatisfacción de sus
impulsos vitales [5] .
O también, con expresiones del mismo autor:
Se podría concluir diciendo que la afectividad es la resonancia activa, en la conciencia
de la persona, de su relación existencial con el ambiente y de su estado vital. Y que esto
se muestra en los sentimientos, emociones, pasiones y motivaciones, que se vivencian
personal y subjetivamente de acuerdo con nuestro temperamento, carácter, cultura,
lucha personal, etc. [6]
El sentimiento como vivencia
Tras cuanto llevamos visto, quizás resulte ilustrativo encuadrar el sentimiento, con
toda la complejidad que implica, en los dominios de las vivencias, tan de moda de un
tiempo a esta parte.
En efecto, según sostiene Küng:
Todos conocemos la sociedad en que estarnos insertos. El trabajo ya no ocupa el centro
de ella, pues ha sido desplazado por la vivencia. En gran medida, la vivencia se ha
transformado en una meta en sí. Hay infinidad de cosas que no necesitamos, pero
desearíamos tener: desde la vestimenta al automóvil nuevo, el valor de la vivencia es a
menudo más importante que el de uso. El sentido de la vida ya no lo proporciona el
trabajo, sino la búsqueda de experiencias agradables y la "estetización" de la vida
cotidiana. Todo debe ser más placentero, más bello y más ameno, pues "todo lo que
divierte está permitido".
No es de sorprender que en nuestra sociedad, a la par del mercado de trabajo, el
mercado de las experiencias se haya convertido en un factor dominante de la vida
cotidiana, donde la oferta es cada vez más refinada y la demanda más rutinaria [7] .
Afirmamos antes que el sentimiento es un sentir-se e incluso un sentirse-sintiendo.
Podría también describirse como un vivir-se viviendo, puesto que la vida sensible, a
diferencia de la simplemente vegetativa, implica el sentir y el sentirse; es decir: el
sentirse sintiendo, que equivale entonces al sentirse viviendo… con lo que la emoción
se introduce claramente en los dominios de las vivencias.
Pues, siguiendo el resumen que realiza Malo,
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
… la vivencia puede definirse como la iluminación de la vida desde dentro, o sea, como
el darse cuenta en mayor o menor medida del propio vivir [8] .
Siempre en el decir de Malo, esta descripción inicial puede desarrollarse en los tres
pasos que siguen y que expongo con palabras literales, omitiendo lo que estimo menos
pertinente:
1. La vivencia presupone, ante todo, la comunicación o el diálogo del ser vivo con la
realidad circunstante a través de los instintos, en el animal, y de las tendencias, en el
hombre […].
2. En segundo lugar, puesto que la simple relación instintiva o tendencial no basta para
la comunicación, el individuo animal necesita percibir o darse cuenta del ambiente o
del mundo […]. La percepción hace descubrir al animal en el ambiente conjuntos de
significado; por ejemplo, el reclamo del macho percibido por la hembra en celo, el
agua percibida por el animal sediento… El grado de percepción depende de la
capacidad para descubrir esos significados: el grado más elemental es la percepción
sensorial, común a todos los animales; el más elevado es la comprensión intelectual
[…].
3. La vivencia está integrada por tres elementos: a) la percepción de la realidad
circunstante como positiva o negativa en relación a los instintos animales y a las
tendencias humanas; b) el centro vital del sujeto, es decir, el núcleo de donde salen las
inclinaciones en busca de lo que las satisface; c) la conducta activa consiguiente a la
interiorización del mundo percibido. Estos elementos se unen entre sí de acuerdo con
el esquema pregunta-respuesta y forman el círculo funcional de la vivencia [9] .
La expresión círculo funcional de la vivencia fue acuñada por Philip Lersch. Con ella
quería indicar que
… los hechos anímicos de la pulsión, de la percepción del mundo, del sentimiento y de
la conducta activa no son elementos aislados, sino que forman un conjunto que se
desarrolla través de un feed-backcontinuo [10] .
Que es otro modo de referirse a la idea central que guía esta exposición: la
complejidad del mundo afectivo y la unidad de la persona.
III. Componentes de la vida afectiva
Dos elementos en toda emoción
En el sentimiento intervienen, pues, dos factores, que ahora simplemente enunciamos,
para estudiarlos después con más detalle:
1. El conocimiento.
2. Las tendencias o inclinaciones, que dan lugar a los deseos o rechazos.
El conocimiento
Resulta fácil de comprobar, puesto que nadie habla de sentimiento o afecto si
no percibe nada en su interior.
En relación a este extremo, conviene puntualizar que:
1. Por una parte, no es cierto que, si careciéramos de tendencias o inclinaciones, no
sentiríamos nada, ya que la percepción de frío, calor, estabilidad o inestabilidad
corporal, equilibrio, cansancio, dolor, etc., a las que con rigor cabe
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Estos son los elementos que estructuran toda la vida humana y nos proporcionan
cuatro bases para la excelencia humana sostenible. A menudo, y en nuestro
detrimento, las olvidamos en el mundo de los negocios [11] .
Nada de lo anterior está muy lejos de la afirmación de Einstein:
Los ideales que han iluminado mi camino y que me han dado siempre nuevo valor
para afrontar la vida con alegría han sido la verdad, la belleza y la bondad [12] .
Y, en general, podría hablarse de cualquier tipo de valores que, en efecto, lo sean… o
se perciban como tales.
Los apetitos o inclinaciones
Estableciendo cierto paralelismo con lo analizado en relación al conocer,
comprobamos que tampoco solemos hablar de sentimiento, en su significado más
propio, cuando se trata de una percepción en la que no está implicada tendencia
alguna ni, como consecuencia, cierta sensación…
1. De déficit o carencia, en el momento inicial de activarse.
Al advertir, por ejemplo, que no gozamos de los conocimientos y la autoridad
suficientes para explicar correctamente en qué consiste la vida afectiva o para arreglar
un problema conyugal o familiar, experimentamos simultáneamente la desazón y el
malestar que esa falta o privación de capacidad lleva aparejada.
2. O de cumplimiento o de frustración:
2.1. Según uno perciba que se acerca o no al objetivo anhelado, cosa que puede ocurrir
repetidas veces y de maneras opuestas en el despliegue de un mismo proceso: hay
momentos en que la meta parece al alcance de la mano o que, al menos, se van dando
los pasos que dirigen hacia ella, mientras que en otro u otros instantes se alza un
obstáculo imprevisto que está punto de echar a perder todo lo avanzado, etc.
2.2. Y según se alcance o no, de manera ya definitiva, el término al que apuntaba ese
deseo.
Antes de acabar el presente epígrafe, parece imprescindible insistir en que este modo
de enfocar el asunto, aunque inevitable, resulta excesivamente analítico: intenta aislar
y definir un elemento puro, que, de hecho, se da siempre en conjunción con otros
muchos de la vida humana.
Por eso, si nuestra pretensión fuera observar lo que efectivamente ocurre, deberíamos
actuar al contrario: partir del todo de la vida, del complejo emocional-cognoscitivo-
operativo tal como de hecho se da, para después discernir sus componentes.
Es lo que normalmente realiza la literatura, el cine y más en general, el arte, que por
tales motivos suelen ser más eficaces que las explicaciones teoréticas, como la que
estamos desarrollando.
IV. Sobre las tendencias humanas
Para seguir avanzando en el esclarecimiento de lo que son las emociones, conviene
recordar algunos extremos un tanto más técnicos y, por eso, más difíciles de
comprender.
No hay que preocuparse en exceso, pues todo ello irá resultando más inteligible
conforme avancemos y, como de costumbre, volvamos sobre lo anteriormente leído.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
¿Qué son?
Hace un buen rato que venimos hablando de tendencias, apetitos, inclinaciones… No
nos ha parecido necesario explicar de inmediato en qué consistían, porque los mismos
términos indican lo que nuestra experiencia habitual confirma: que nos sentimos a
menudo solicitados o impelidos a realizar determinadas acciones, o a omitirlas, con el
fin de conseguir algo o, en su caso, aunque derivadamente, de evitarlo.
Desde esta perspectiva, el término «apetito» resulta muy significativo:
1. Por un lado, apela a ese estado orgánico-psíquico que nos impulsa a buscar comida:
algo que nos sacie, eliminando el estado y la sensación de mal-estar o des-equilibrio
orgánico.
2. Por otro, empleado de manera genérica, es utilizado también para aludir, con más o
menos propiedad, a cualquier tendencia, inclinación o pulsión: a esas ganas de ver un
partido de fútbol o baloncesto o una película, de estar con unos amigos, con la mujer o
la novia, de cambiar de ocupación, de intentar eliminar a Dios de nuestra conciencia o
de tratarlo con más intimidad, de aprender matemáticas o filosofía o física, de
librarnos de una situación embarazosa, de romper a cantar, de bailar, de morirnos o
de vivir a tope…
Todos esos deseos o apetitos, que en los animales atribuiríamos a sus instintos, en los
seres humanos están provocados por las distintas tendencias, que más tarde
procuraremos enumerar, distinguir y relacionar de nuevo… porque solo así es como
existen: en mutua interconexión y dependencia y en unión con el resto de la vida de
cada individuo.
¿Cómo se caracterizan?
Entre los rasgos capitales de las tendencias humanas, cabe apuntar por ahora, de
acuerdo con nuestra experiencia, y con el fin de completarlos y concretarlos más tarde:
1. Multiplicidad no armónica
Que son múltiples y no siempre se encuentran en armonía. Centrándonos adrede en
una esfera muy particular:
1.1. Tenemos inclinaciones a echar una mano a quienes nos rodean, complicándonos la
existencia… y a vivir una vida lo más tranquila y regalada posible.
1.2. A mantener o mejorar la línea… y a comer en exceso o no hacer ejercicio físico
regular y continuado.
1.3. A pasar desapercibidos, incluso por timidez,… y a ser el perejil de todas las salsas,
enfadándonos cuando no nos tienen en cuenta o no aprecian lo que valemos.
1.4. A multiplicar el número de nuestros amigos y conocidos… y a aislarnos en nuestro
propio mundo, donde aparentemente reina la paz y el sosiego.
1.5. ¡Y pare usted de contar, porque el elenco sería infinito!
2. No deterministas
Que, en condiciones normales, las tendencias humanas pueden seguirse o no, incluso
aunque las experimentemos con una gran intensidad… a diferencia de lo que sucede
con los instintos, que se imponen alanimal de forma casi maquinal o automática, sin
que este pueda resistirse.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Recogemos de momento un texto significativo, en espera de tratar este asunto con más
detalle. Como fruto de sus vivencias en distintos campos de concentración y de su
práctica como psiquiatra, Frankl asegura:
Sin ninguna duda, el hombre es un ser finito y su libertad limitada. No se trata, pues,
de librarse de los condicionantes (biológicos, psíquicos, sociológicos), sino de la libertad
para adoptar una postura personal frente a esos condicionantes. Ya lo afirmé con
claridad en cierta ocasión: «Como profesor de dos disciplinas, neurología y
psiquiatría, soy plenamente consciente de en qué medida el hombre está sujeto a las
condiciones biológicas, psicológicas y sociales. Pero además de profesor en estos dos
campos soy superviviente de otros cuatro —de concentración, se entiende— y como tal
quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para desafiar y luchar contra las
peores circunstancias que quepa imaginar» [13] .
3. Finalizadas
Que, como repetía Aristóteles, toda tendencia inclina hacia su bien propio y en él se
deleita [14] , aunque deba ser educada, pues, en el hombre, lo natural es la
educación… y aunque una falta de educación o una educación incorrecta la desvíe de
tal objetivo:
3.1. La vista aspira a ver (y a ver lo digno de verse), el oído a escuchar sonidos
armónicos, el gusto a paladear manjares o bebidas exquisitas o exóticas…
3.2. El entendimiento, aunque a veces no lo parezca, a conocer más y mejor (¡aquí sí
que es imprescindible la educación!).
3.3. El apetito sexual, a unirse con una persona del sexo complementario (más aún: con
el propio cónyuge, si hemos hecho madurar esta tendencia, humanizándola, de manera
análoga a como actuamos con las restantes).
3.4. Y asimismo existen, entre otras muchas, inclinaciones a la comodidad, a gozar de
la temperatura adecuada, a moverse o descansar, a buscar la horizontal, a relajarse
cuando nuestros músculos soportan una tensión excesiva…: es decir, a lo que, en
principio, sería el bien-estar físico.
4. Más o menos adecuadas
A todo lo cual es imprescindible añadir lo que ya hemos medio sugerido: que el
hombre no actúa determinado por sus instintos, sino que en él intervienen otros
factores, que de manera genérica, podemos llamar formación o carencia de ella. Y, por
tanto, que el bien aludido puede ser:
4.1. Incluso para la misma tendencia particular, un bien real o solo aparente.
4.2. Y, para el conjunto de la persona: global o enterizo, por cuanto, en efecto, mejora
al individuo en su totalidad; o parcial, porque no perfecciona al ser humano en cuanto
tal, sino solo de un aspecto u otro.
Es decir, porque no conviene a la totalidad de la persona, aunque el apetito concreto
quede a gusto y disfrute: pongamos el ejemplo sencillo del alcohol, del exceso de
azúcar o de sal, de condimentos, etc.
4.3. Como es obvio, en cualquiera de estos dos últimos casos, si atendemos al progreso
radical de la persona como persona, el bien solo parcial o aparente puede en definitiva
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
ser un mal respecto al bien real o al global y superior: al de la persona en cuanto tal,
en cuanto persona.
Sus dos estados principales
Aunque de momento no se entienda el porqué del excursus, y aun tratándose de
cuestiones un tanto técnicas, solicitamos un voto de confianza para desarrollar algunos
rasgos característicos de las tendencias humanas… que en su momento manifestarán
su importancia.
1. La «pura» tendencia
Con las tendencias sucede algo muy parecido a lo de aquella potencia que, quien más
quien menos, estudiamos al cursar filosofía, cuando nos hablaron de Aristóteles y —
¡cómo no!— de la potencia y el acto».
Muy probablemente, las explicaciones de entonces nos llevaron a pensar que la
potencia resulta suprimida cuando adviene o se ejerce el acto: así solemos o solíamos
entender que lo que estaba en potenciapasa a estar en acto.
Pero no. La potencia no es eliminada cuando pasa al acto correspondiente, sino que
permanece como potencia, pero actualizada (no podemos detenernos a explicarlo, pero
confiamos en que se comprenda con los ejemplos que aduciremos de inmediato).
En este caso, como también en el de la inclinación o aspiración, el malentendido surge
por poner un excesivo énfasis y fijar nuestra atención exclusivamente en el
movimiento… que es, en efecto, donde más clara se ve la distinción entre potencia y
acto, pero no la única ni mejor situación donde acto y potencia conviven y se
complementan ni, por consiguiente, donde se advierte de modo más ajustado la
naturaleza respectiva de una y otro.
1.1. Según hemos recordado, suele definirse el movimiento como paso de la potencia al
acto. Y con ello se da la impresión que comentaba: que el acto sustituye a la potencia.
1.2. Pero en realidad, moverse —en el sentido indicado— es la transición del estar solo
en potencia (potencia sin acto que la actualice), a estar en acto (potencia actualizada
por el acto que le es propio).
La potencia, por tanto, sigue ahí, pero con su acto: no es reemplazada por él, sino solo
actualizada o ejercida.
2. La tendencia ya cumplida
Pues algo similar ocurre con las tendencias que están en la base de los sentimientos:
que no resultan suprimidas cuando alcanzan el bien al que están inclinadas. Más bien
se actualizan, y permanecen en ese estado: el de actualizadas o, en este caso, colmadas
o satisfechas.
2.1. Por el contrario, podría decirse que la tendencia o inclinación se ha esfumado
cuando, si esto ocurriere, se acabara el gozo derivado de la adquisición y posesión de
su bien propio.
Así lo afirma Garrido:
La inclinación o propensión del apetito es tal, que no se agota en tender a la busca del
bien ausente, sino que incluye el gozo y el descanso en la posesión del bien presente.
Apetecer es tanto desear lo que no se tiene como gozar de lo que se tiene. Para que la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
apetencia se extinga no basta que se haya extinguido el deseo; tiene que extinguirse
también el placer, que es como su corona. Si es verdad que el término “apetito” alude
por antonomasia al primero de estos dos momentos, el de inquietud y deseo, no menos
cierto es que no excluye al segundo, el de fruición y sosiego, ya que el objeto sobre el
que versa en ambos casos, el bien, es el mismo siempre [15] .
¿Difícil de captar?
Tal vez un par de ejemplos aclare lo que hasta aquí pudiera haber sonado un tanto
abstruso.
Pero antes conviene darse cuenta de que potencia es tanto como «capacidad real
de…», como «poder realmente…».
2.2. Entendido esto, nadie en su sano juicio diría que un coche tiene capacidad (o
potencia) de alcanzar los 300 km. por hora, si, al probarlo en las condiciones
adecuadas y por un conductor con pericia, que sabe hacerlo rendir a tope… el coche
no pasa de los 230.
Pero tampoco, y es lo que se pretende ahora subrayar, que el automóvil deja de tener
esa capacidad justo cuando alcanza o supera los 300 por hora: más bien es entonces
cuando podemos estar seguros de que tenía (¡de que tiene!) esa potencia.
2.3. Acudiendo a otro supuesto: resulta bastante obvio que nadie vería en acto si en ese
preciso instante, por desvanecerse la potencia o capacidad de ver, no pudiera ver. El
que esté viendo es la prueba más clara de que puede ver, de que tiene capacidad o
potencia real para ello.
Esa potencia la posee también cuando cierra los ojos o se encuentra a oscuras; pero
sería absurdo afirmar que la pierde (que ya no puede ver) justo cuando está viendo de
nuevo, al abrir los ojos o encender la luz.
A oscuras, la potencia está sin actualizar: puede ver, pero no ve; con luz, sigue la
potencia o posibilidad (de ver), pero actualizada: hasta tal punto puede ver… que, de
hecho, está haciendo lo que puede hacer: está viendo. No parece muy difícil de
entender y admitir.
Las tendencias no desaparecen cuando se las colma
Y, según se acaba de sostener, algo similar sucede a las tendencias o apetitos: también
ellos persisten una vez actualizados o colmados… a no ser que, en el instante en que
logran su objetivo, o con el paso del tiempo, desaparezca o se embote la inclinación
hacia aquello que antes atraía.
Es lo que solemos llamar «perder el gusto por…»; y, en efecto, la prueba más clara de
que la tendencia no sigue operativa —bien por haber sido suprimida, bien porque una
inclinación opuesta y más fuerte la ahoga— es que el sujeto en cuestión ya no goza con
el bien poseído: aquello deja de gustarle.
Por el contrario, mientras disfrute con lo que ha alcanzado, está claro que la tendencia
a aquello sigue presente… aunque satisfecha o hecha plena: actualizada.
Es sencillo entender que, si en el momento en que ya conquisto lo que ando largo
tiempo persiguiendo —un título universitario, un trabajo, un vino de marca, casarme
con la persona a la que amo…—, desapareciera la inclinación a tenerlo o a convivir
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
con esa persona, ¿cómo podría disfrutar de lo obtenido? ¿Puede alguien gozarse en lo
que ya no quiere, le atrae o apetece… justo porque lo posee?
Cierto que esto ocurre a menudo, y acaso más en el mundo contemporáneo. Pero
indica, tal vez entre otras cosas, que en demasiadas ocasiones ponemos nuestra ilusión
en realidades incapaces de colmarla. En tales circunstancias sí que es posible (e incluso
inevitable) que, al conquistar lo que deseaba, pierda las ganas de tenerlo… y la ilusión
y el gozo por haberlo conseguido: que me des-ilusione.
¿Luego…? Luego el problema es que estaba buscando llenar mis ansias de bien (de
felicidad, como suele decirse, de forma un tanto ambigua) con algo que, por no ser lo
bastante bueno, no puede lograrlo. Y de ahí que, hoy día, como antes apunté, existan
tantas personas perpetuamente insatisfechas, que, desengañadas con las anteriores,
buscan de continuo nuevas emociones, vivencias, sensaciones…
No cuesta demasiado intuir cuánto tiene que ver todo esto con la felicidad y sus
aledaños [16] .
¿A qué tienden las tendencias?
Son muchas, y enormemente variadas, las clasificaciones y enumeraciones de las
tendencias humanas propuestas por los distintos autores.
Sin pretender en absoluto que sea la mejor, y en espera de lo que luego expondremos,
transcribimos una de ellas —recogida por Pinckaers—, para después agregar dos
puntualizaciones claves.
Primero, sus palabras:
Podemos distinguir cinco inclinaciones fundamentales. Se derivan de los elementos
esenciales de nuestra naturaleza y recogen singularmente las ideas generales que los
filósofos llaman “trascendentales” o “cualidades universales”.
La inclinación primera, en el origen de todo acto humano, es la inclinación al bien, una
aspiración que […] es inseparable de la atracción de la felicidad. […] Reúne las demás
inclinaciones en un haz dinámico.
Bajo la égida de la aspiración al bien, viene en primer lugar la inclinación a la
conservación del ser, tan fundamental como la misma existencia. Se manifiesta en la
idea y la experiencia del ser, en el sentido de lo real. Nos pone en comunión con todos
los seres.
El hombre es un ser vivo y tiene la facultad de transmitir la vida por medio del
ejercicio de la sexualidad. El género humano está dividido en varones y mujeres —una
distinción de géneros expresada a través de las ideas y del lenguaje—, llamados a la
generación y a la educación. En este sentido somos semejantes a todos los seres vivos
de la tierra.
La cuarta inclinación es profundamente espiritual: consiste en la aspiración a la
verdad que se manifiesta en la idea y en el conocimiento de la verdad como el objeto
propio y la luz de la inteligencia en sus funciones teórica y práctica. […]
Por último, el hombre posee una inclinación natural a la vida en sociedad que procede
del sentido del otro, constitutivo de nuestro ser personal junto al sentido del bien. Da
paso al deseo de la comunicación y de la comunión, y se manifiesta a través del
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
lenguaje [17] .
Nuestra propuesta provisional:
1 . Resumiendo lo más posible y acudiendo al sentir general, cabría decir que el
conjunto de las tendencias humanas aspiran en última instancia a un mismo fin, que
llamamos felicidad o vida lograda (o plena) y que incluye otros muchos sub-objetivos o
bienes intermedios.
2. A esto habría que añadir una observación ya conocida, pero de enorme relevancia
para la correcta comprensión de la afectividad y de la persona humana. Y es que la
tendencia más perfecta que hay en cualquier persona, justo en cuanto persona, es la
propensión a amar: a comunicar libremente el bien que posee (en el fondo, uno mismo:
lo mejor de sí), y no a conseguir aquel del que se carece… que es siempre signo de
imperfección.
La grandeza de la persona
Estamos ante una de las exigencias más claras de la interpretación metafísica y no
reduccionista de la persona: la que marca la diferencia infinitamente infinita entre el
hombre y los animales, como quería Pascal, y tal vez —según se dijo casi al principio—
la causa de que naufraguen bastantes de los intentos actuales de explicar la
afectividad, que olvidan este dato fundamentalísimo —la sublimidad de la persona—,
principalmente por dos motivos.
1. O bien por moverse de abajo a arriba, al estilo de Freud y tantos otros en la cultura
contemporánea, que, como bien explica Denis de Rougemont, se empeña en explicar lo
superior por y desde lo inferior, y no al contrario:
Nosotros, los herederos del siglo XIX, somos todos más o menos materialistas. Si se nos
muestran en la naturaleza o en el instinto esbozos toscos de hechos “espirituales”,
inmediatamente creemos disponer de una explicación de tales hechos. Lo más bajo nos
parece lo más verdadero. Es la superstición de la época, la manía de “remitir” lo
sublime a lo ínfimo, el extraño error que toma como causa suficiente una condición
simplemente necesaria. También es por escrúpulo científico, se nos dice. Hacía falta
eso para liberar al espíritu de las ilusiones espiritualistas. Pero me cuesta mucho
apreciar el interés de una emancipación que consiste en “explicar” a Dostoievski por la
epilepsia y a Nietzsche por la sífilis. Curiosa manera de emancipar al espíritu, esa que
se “remite” a negarlo [18] .
2. O por seguir de manera muy literal a Aristóteles, quien, según parece, no logró o, al
menos no de manera neta y definida, superar el carácter carencial o privativo del
amor como «deseo-de-lo-que-no-se-posee».
Y por eso no pudo atribuir el Amor a Dios, sino solo el conocimiento. En los
momentos en que Aristóteles habla como filósofo, y no cuando utiliza los esquemas de
la religión popular, incluso en los escritos de su Metafísica, lo concibe como Puro
Pensamiento de su propio Pensamiento, que nada ama-desea porque de nada carece,
sino que mueve como Objeto de amor de las inteligencias superiores: es amado-
deseado sin Él amar. Pues amar [aristotélicamente = desear] sería signo de carencia e
imperfección.
50
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Y algo similar puede decirse de otras actividades más arduas y duraderas, como
adquirir la capacidad de sonreír habitualmente incluso a quien nos ofende; la de
escuchar con paciencia y atención a quien lo solicita, estar pendiente de lo que
necesitan quienes nos rodean, vencer la propia pereza, y un extenso y múltiple
etcétera, en el que cuaja la grandeza humana de cualquier varón o mujer.
Ante un bien ausente, los sentimientos posibles son, pues, dos: la esperanza y la
desesperación… que vienen a sumarse a los seis sentimientos ya conocidos: aspiración,
deseo y gozo; rechazo, aversión y tristeza; o, si apelamos a la reducción que he
esbozado teniendo en cuenta la situación real, se añadirían a los cuatro sentimientos
enumerados: deseo y gozo, aversión y tristeza.
Y los tres últimos
Mas en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas, cuesta alcanzar un
determinado bien porque existen algunos males que dificultan o impiden su
consecución.
En los primeros ejemplos anteriores, las amigas o el padre de la chica, si la relación
consiguiera iniciarse y siguiera adelante, o el profesor de una determinada asignatura,
un auténtico hueso, que se convierte en la barrera más importante para superar una
carrera.
1. Ante ese mal presente se alza en nosotros un sentimiento de ira o cólera,que nos
impulsa a eliminarlo, aunque no siempre con violencia.
2. Pero también puede tratarse de un mal que no se halla actualmente presente —y en
ese sentido, constituye un mal ausente o futuro—, frente al que cabe adoptar dos
actitudes, en función tanto de nuestro propio vigor como de la categoría del obstáculo.
2.1. Si nos consideramos capaces de vencerlo, nos veremos animados de un ímpetu que
expansiona nuestro ser y nuestro empuje, y que recibe el nombre de audacia o, aunque
es menos propio, el de valentía.
2.2. En el extremo opuesto, si el mal que nos amenaza a cierta distancia parece superar
las fuerzas disponibles, la reacción sentimental será alejarnos de él, en la misma
medida en que lo percibamos como indestructible: y a esto se denomina temor o, con la
misma salvedad de antes, cobardía.
A modo de «corchetes»
[Entre corchetes, pero sin omitirlo, porque nos parece relevante: nuestra vida
cotidiana se simplificaría enormemente si tomáramos conciencia de que, desde el
punto de vista que nos ocupa, lo mejor del tiempo es que pasa.
Lo cual, en nuestra opinión, trae al menos dos consecuencias:
1. No es lógico, aunque sí bastante habitual y comprensible, que compliquemos el
presente amontonando en él el pasado y el futuro.
El mal que hoy nos aqueja se ve entonces incrementado por:
1.1. Los pesares pretéritos, que no podemos hacer que no hayan sucedido, pero de los
que deberíamos habernos liberado… y tal vez solo persisten por nuestro empeño en
rememorarlos.
1.2. Y por los futuros, que en realidad ni siquiera sabemos si llegarán a cobrar vida y,
58
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
en cualquier caso, ahora no tienen por qué afectarnos. No los podemos superar,
porque sencillamente no existen y porque no tenemos —¡en el presente!— los medios
para vencerlos: ¿cómo derrotar a lo que aún no existe y tal vez nunca existirá? Ni,
menos aún, ahora nos producirán el más mínimo perjuicio… si no cedemos a la
tentación de adelantarlos.
1.3. Y, en este sentido, es signo de honda sabiduría vivir sólo el-y-en-el presente.
2. A veces, la solución para nuestros problemas consiste simplemente en tener
paciencia y esperar que el tiempo pase, ya que ineluctablemente lo hace.
Por eso, una magnífica terapia ante el miedo consiste en no anticipar los problemas ni
intentar resolverlos antes de que surjan; porque, en el caso de que más tarde lleguen a
presentarse, será entonces —nunca antes— cuando podremos darle solución.
De ahí que a veces se diga, y no es una salida de tono, que los peores problemas son los
que… nunca llegan a existir: los que nos imaginamos y anticipamos.
Un paso más, en el mismo sentido, lo aconsejan estas palabras de Pithod:
Le transmito mi convicción: No luche con sus fantasmas, ignórelos. A fuerza de no
buscar ser feliz, de no querer disfrutar como las personas normales de los buenos
momentos, a fuerza de oponer todo su poder de resistencia, podrá colocarse por
encima de sus miedos, obsesiones y fobias, aunque persistan, y ser Ud. mismo extraño
a tan fieros vecinos. Si le aterroriza hablar en público, ofrézcase para hacerlo; si teme
que Ud. será el único en la fiesta que no gozará de ella, concurra, se sentirá mejor si no
antes al menos durante y después, y quizá logre aparecer animado, cosa que le hará
bien a Ud. y a los otros. Riendo exteriormente uno combate la tristeza, llorando se
terminará sintiendo dolor. Mate sus fantasmas con el humor. Aprenda chistes, dígalos,
bromee, póngase en ridículo (solo le pasará alguna vez y verá que no es tan terrible).
En fin, ríase de sí mismo [6] .
Resumen
De tal suerte, los once sentimientos fundamentales que modulan y dan tono a la vida de
una persona serían:
1. Ante un bien considerado en general, aspiración.
2. Si el bien aún no se posee, deseo.
3. Y si el bien ya se ha conseguido, gozo.
A estos tres, y de manera particular alamor o aspiración, los denomino sentimientos
fundamentales básicos o primarios.
4. Ante un mal, también en general, rechazo.
5. Aversión , si el mal está ausente.
6. Y dolor o tristeza,si ya se ha hecho presente y resulta insuperable.
7. Ante un bien arduo, pero que suponemos asequible, esperanza.
8. Y desesperación , sinos sentimos incapaces de conquistarlo.
9. Ante un mal difícil de vencer, ira, siel mal está presente.
10. Audacia , si el mal es poderoso pero lo advertimos superable.
11. Y temor , siel obstáculo resulta tan fuerte que pensamos que no lo podremos
eliminar o eludir.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
En esquema: aspiración,
deseo, gozo; rechazo,aversión,dolor;esperanza,desesperación,
ira, audacia,temor.
De nuevo se observa que, realmente, la aspiración, el rechazo, la «—» y la ira es muy
difícil, casi imposible, que se den como tales, aislados o en estado puro; más bien se
presentarán como deseo o gozo, como aversión o dolor, como esperanza o
desesperación y como audacia o temor… mezclados o contaminados, además, unos con
otros: deseo de un bien con aversión al estorbo que lo dificulta, esperanzade alcanzarlo
y audacia, porque uno se considera capaz de lograrlo, superando esa barrera… y un
sinfín de combinaciones.
Addenda
Y con un añadido clave:
Si queremos hacernos mínimamente cargo de la variedad sin fin de nuestros
sentimientos —que enseguida abordaremos—, habría que aplicar todo lo visto
y todo cuanto a partir de este momento se estudie a cada uno de los apetitos o
afanes particulares-y-concretos que pueden surgir en nuestra vida, tanto en los
dominios sensibles como psíquicos y propiamente espirituales, como, sobre todo, en la
conjunción de las tres esferas.
1. Particulares: referir todo ello no tanto al afán de comer, sino al de probar alimentos
dulces o salados, fuertes o delicados, enjundiosos o magros…; al deseo de bebidas
alcohólicas o no, frescas o del tiempo, con o sin gas…; al anhelo de saber puro (o
teorético) o al de conocer las aplicaciones prácticas de una doctrina; a la decisión de
superar cada uno de nuestros defectos o de alcanzar esta o esa o aquella otra
particular virtud…
2. Y concretos (según la etimología al uso, con-creto provendría de quasi congregatum,
como fruto de la unión de distintos elementos): referirlo no exclusivamente al deseo de
probar un particular alimento para saciar el hambre o gozar sensiblemente de su
gusto, sino para conocer en su acepción más honda una de las manifestaciones
características de determinada cultura (su gastronomía, en la que a menudo cristaliza
la historia y las circunstancias de un pueblo); ni tampoco a la contemplación de un
monumento arcaico por el placer estético que nos produce y recrearnos en la armonía
del cosmos y de las labores humanas, sino, de nuevo, para saber, además-y-en-unión-
con-ello, cómo trabajaban las personas de aquellos tiempos y lo que así pueda inferirse
respecto al modo de organizarse…
¡Y así hasta el agotamiento… si es que ese agotamiento no se ha hecho ya presente!
II. La riqueza del mundo afectivo
Ampliando el panorama
Somos conscientes de que —por encima de los cuatro o cinco últimos párrafos— la
clasificación recién esbozada, puede parecer excesivamente sencilla e incluso
ingenua… y que en efecto lo es; o, mejor, resulta verdadera, aunque esquemática y
básica, fundamental.
Pero esa misma simplicidad facilita su comprensión y nos servirá de ayuda a la hora
60
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
hecho ya recordado de que jamás operen aisladas, sino en unión más o menos explícita
con otras pulsiones y con los sentimientos que de unas y otras se derivan… y con
muchas «cosas» más: en fin de cuentas, la persona íntegra —pasado, presente y
perspectivas de futuro—, a la que después aludiremos.
1.1. En efecto, es difícil encontrar a alguien que, en un particular momento de su vida,
solo se halle afectado por uno de los denominados sentimientos puros o fundamentales.
1.2. De lo que sí puedehablarse, y es lo que se trataría de determinar, es de sentimiento
o sentimientos dominantes, que,si se tornan estables, desembocarían,a su vez, en
un estado de ánimo e incluso en uncarácter: bonachón, complaciente, agrio, exaltado…
o con terminología más compleja y técnica, que ahora no hace al caso; pero no de
sentimiento exclusivo.
2. Resulta muy problemático que, entre la multiplicidad de factores que componen el
tono vital de una persona en un momento dado, no figuren simultáneamente más de
una realidad (anhelada o presente) calificable como bien ymás de una de las que
pueden considerarse males (y, además —cada cual puede hacerse cargo de lo que esto
implica—, de bienes o malesparticulares y concretos):
2.1 Y así, la ilusión de terminar la carrera o de pasar un rato con la novia o el esposo
convive en ocasiones con el pesar por un posible fracaso en los estudios o, en
determinadas coyunturas, con la amenaza o el presagio de una discusión o de un
desaire.
2.2. La alegría por la victoria del equipo favorito o por el triunfo de un amigo, con
cierta envidia hacia este último (así somos, a veces… ¡y ojalá sea solo a veces!) o, en
términos más amplios, y acudiendo a ámbitos distintos, por la preocupación por la
propia figura corporal, el mal estado de la piel, el modo de vestir… y mil posibilidades
más.
3. La conjunción de esa multiplicidad de bienes y males, junto con el peso otorgado a
cada uno de ellos, su índole de presentes o ausentes, de superables o insuperables, etc.,
acabará por definir, en unión con el propio temperamento y la intervención activa de
la inteligencia y de la voluntad y de la conducta derivada de ellas, el tono emotivo de
una persona durante un período más o menos largo de su existencia y, hasta cierto
punto, durante toda su vida.
Porque complejo es el hombre
En este sentido, subraya Philip Lersch que:
… la conducta objetiva de un hombre no sería referible, muchas veces, a una sola
tendencia, sino que representaría un haz, un complejo, una mezcla de varias. Lo
mismo puede decirse de las emociones. Lo que en las distintas situaciones de la vida
experimentamos emocionalmente es casi siempre una mezcla de diversas tonalidades
afectivas. Así, en la tristeza resuena el movimiento afectivo del dolor, en el amor el de
la alegría, en el resentimiento el del fastidio, en la envidia el del resentimiento. [7]
Y, con más vigor y desenfado, de nuevo Gadda:
El hombre es fisiología, es religio, es movimiento, es ser, es patria, es sí mismo, es los
otros, es viajar a Roma, es engendrar, es tener hermanos, es tener madre, y la madre
62
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Aunque pocas veces seamos conscientes de ello, la necesidad más profunda del hombre
es sin duda la de entregarse [13] .
Lo que sucede es que, debido a nuestra limitación constitutiva, incluso cuando —en
una situación hipotética— el afán de entregar y entregarse a los otros dominara
absolutamente, ese mismo anhelo dinamizaría las tendencias dirigidas a conseguir y
desarrollar los bienes que pretenden otorgarse a quienes se ama… y que uno todavía
no tiene.
Con lo cual no quedarían eliminadas:
1. Ni la afirmación fundamental de que en la persona supuestamente más madura la
aspiración a dar y darse se eleva por encima de las restantes (esta es quizá la clave de
cuanto estamos exponiendo).
2. Ni que esa misma tendencia primordial activaría las que persiguen alcanzar ciertos
objetivos (si bien para donarlos).
3. Y en esa doble-tendencia (el amor en los dos sentidos aludidos) se situaría el origen o
raíz de la puesta en marcha de todos los demás anhelos y sus correspondientes
emociones.
Un caso entre miles
Tomemos, por ejemplo, la desesperanza.
Esta no podría surgir si no existiera de antemano un bien reclamado por alguna
tendencia bajo la forma de aspiración oinclinación, en la acepción amplia de esos
términos.
Solo si nos sentimos impulsados a lograralgo, podremos después, según un orden de
naturaleza, calibrar si nuestras fuerzas son o no las adecuadas para superar los males
que se oponen a ella y, como consecuencia, en la segunda circunstancia, en que
el temor sobrenada por encima de cualquier otra consideración, caer en
la desesperanza.
Una ilustración. El hijo de cirujanos famosos, después de mucho tiempo de convivir
con ellos, podrá sentirse impelido a realizar la carrera de medicina (aspiración), y
comenzarla de hecho. Pero los seis años de estudios iniciales, más los otros muchos de
especialización y de práctica y los exámenes correspondientes, junto con una aprensión
invencible ante la presencia de la sangre descubierta en un momento concreto (temor-
repugnancia), pueden hacer que, al cabo de tantos meses de esfuerzo, se rinda a
la desesperanza, convencido de que jamás podrá superar los obstáculos que se
interponen entre él y su deseo.
Por tanto, ningún sentimiento, ni siquiera los calificados como fundamentales, se
encuentra en estado puro: siempre lo hallamos unido a otros, de signo similar o
contrario, de la misma línea —volviendo al socorrido esquema— o de otra anterior o
posterior.
Pero es que, según comenta Lersch y habría que agregar a nuestras propias
observaciones,
… además de estos complejos emocionales, existen también los que el lenguaje
corriente designa como "sentimientos mixtos" [14] ,
64
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
… que son aquellos en que, respecto a una misma realidad, parecen enfrentarse dos
tendencias opuestas, por cuanto esa persona o cosa, desde un punto de vista se nos
presenta como buena o beneficiosa y, simultáneamente, desde otro, nos parece dañina
o perjudicial.
A nuestro padre, pongo por caso, lo advertimos normalmente como un bien inmenso,
que nos proporciona cariño, seguridad, protección, amistad, experiencia…; pero al
mismo tiempo, en ocasiones, podría repelernos por cuanto nos exige comportamientos
y actitudes costosos e incluso, según nuestro parecer y tal vez en realidad, exagerados e
injustos.
Es lo que apunta Lersch:
Del mismo modo que las tendencias pueden en cada hombre disentir en diferentes
direcciones, también un mismo objeto o una misma situación provoca a veces
sentimientos divergentes. Así pueden hallarse mezclados la esperanza y el temor, la
antipatía y la estimación, el miedo y el amor al padre, la admiración y la envidia, la
satisfacción por la venganza o la alegría ante el daño que el destino ha producido al
otro al hacerle una mala jugada y, al mismo tiempo, la vergüenza de sí mismo por ser
capaz de sentimientos tan bajos [15] .
Como cabe imaginar, el número y la variedad de combinaciones que así cabría obtener
solo puede ser superado... por la vida misma.
Y debe tenerse en cuenta que todavía no se han traído a colación otros muchos factores
que influyen en el estado de ánimo, crónico o agudo, que una persona presenta en una
temporada o en un momento particular.
IV. Los sentimientos y el tiempo
En concreto, las páginas que siguen esbozarán algo bastante obvio, pero sobre lo que
vale la pena llamar la atención al menos una vez en la vida, pues facilita enormemente
la comprensión de los distintos tipos de emociones y afectos, así como los
comportamientos que con ellos se relacionan. A saber:
1. style='font-family:"Times New Roman"'>Que los sentimientos varían a lo largo de
cualquier itinerario en busca de un objetivo o en una etapa de crecimiento.
2. Y que cabe establecer una clasificación de las emociones teniendo en cuenta,
precisamente, su relación con el tiempo.
Resumiendo de nuevo en cuatro trazos la génesis de cualquier afecto humano, habría
que comenzar por decir que en su base se encuentran los distintos apetitos o
tendencias, aislados o, con más frecuencia o prácticamente siempre, en conjunción y
mutua interdependencia. Y que es precisamente la variación en esas tendencias o
inclinaciones, así como la actividad o actividades que desencadenan, lo que provoca los
afectos y emociones en sus muy distintas modalidades.
Exponemos, pues, casi como esquema:
1. Sentimientos antecedentes
En primer término, con la captación o la anticipación pensada, recordada o imaginada
de un concreto bien, se despierta la correspondencia tendencia, originando o, al menos,
incoando un deseo.
65
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
esto es precisamente lo que crea tensión. Hay que poder luchar, hay que poder
esperar, es decir, se hace necesaria una tolerancia de la frustración y esa tolerancia
debe ser educada. Pero la educación actual, preocupada ante todo por minimizar la
tensión, hace que uno se acostumbre directamente a una intolerancia de la frustración,
una especie de, si se me permite, debilidad inmunológica de la psique [17].
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Valentina López Coronado
[1] Gadda , Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
[2] Scheler, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 44-45.
[3] A veces se llama amor a la simple complacencia que experimentamos al conocer
una realidad; así entendido, más que una abstracción, el amor sería el componente
primario tanto del deseo como del gozo, que resulta siempre matizado o coloreado por
uno por otro.
Es lo que recoge esta cita: «Ahora bien, el proceso afectivo de tendencia hacia el bien
consiste en que "un agente natural produce un doble efecto en el paciente, pues
primero le da una forma (amor) y luego el movimiento consiguiente a ella (deseo) […]
el objeto del apetito le da a este, desde un principio, cierta adaptación para con él, que
es la complacencia en el objeto, de la cual se sigue el movimiento hacia él. El
movimiento del apetito se desarrolla en círculo" [ Tomás de Aquino, S. Th., I-II, q. 26,
a 2]» ( Roqueñi , José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p.
34).
[4] Aversión: no quiero ver a esa persona, asistir a esa reunión…; tristeza: me ha sido
imposible evitar esas situaciones, estoy pasándolo mal y deseando que se acaben.
[5] Bossuet , Tratado del conocimiento de Dios y de sí mismo, c. I. Cit. por Scheler,
Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67.
[6] Pithod, Abelardo, Psicología y ética de la conducta, Editorial Dunken, Buenos Aires
2006, p. 101.
[7] Lersch, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
[8] Gadda , Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
[9] Gadda , Carlo Emilio, Meditazione milanese, Einuadi, Torino 1974, p. 238.
[10] Scheler , Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67-69.
[11] Scheler , Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, pp. 67-69.
[12] Philippe , Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed. 2004, p. 122.
[13] Philippe, Jacques, La libertad interior, Rialp, Madrid 3ª ed. 2004, p. 122, nota 15.
[14] Lersch, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
[15] Lersch, Philip, La estructura de la personalidad, Scientia, Barcelona 1971, p. 256.
[16] Lukas, Elisabeth, Libertad e identidad. Logoterapia y problemas de adicción,
Paidós, Barcelona, 2005, pp. 81-82.
[17] Lukas, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Paidós, Barcelona, 2001, p.
37.
Elogio de la afectividad (5): El ambiguo valor de las emociones
68
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
señora (o señor, tanto da), pero si su hijo no cumple con una de sus principales
obligaciones, la de estudiar, será bondadoso o bonachón o buenecito ¡o como prefiera
llamarlo!; pero, desde luego, nunca podrá convencerme de que es “bueno”, si esta
afirmación pretende tener algún sentido serio» [7] .
6. El peligro que todo lo anterior lleva consigo resulta patente en estas nuevas palabras
de Yepes:
La conducta no mediada por la reflexión y la voluntad, es decir, la conducta apoyada
únicamente en los sentimientos, el sentimentalismo, produce insatisfacción con uno
mismo y baja autoestima: adoptar como criterio para una determinada conducta la
presencia o ausencia de sentimientos que la justifican genera una vida dependiente de
los estados de ánimo, que son cíclicos y terriblemente cambiantes: las euforias y los
desánimos se van entonces sucediendo, sobre todo en los caracteres más sentimentales,
ya la conducta no responde a un criterio racional, sino a cómo nos sintamos. El
ejemplo más claro son “las ganas”(de estudiar, de trabajar, de discutir, de dar
explicaciones, etc.). Las ganas como criterio de conducta no conducen a la
excelencia… [8]
II. Sobre sentimentalismos, subjetivismos y egoísmos
La inmersión en el yo
Para hacer frente a la situación descrita, en lo que tiene de mejorable, y para sacar
todo el partido posible a sus aspectos de más valor, debemos intentar conocer sus
causas más íntimas.
Existen unas afirmaciones de von Hildebrand que nos sitúan tras la pista correcta. Él
las atribuye a ciertos «enfermos de sentimentalismo», pero tal vez describan el tono
general de nuestra época… enferma precisamente de sentimentalismo.
Von Hildebrand explica que existen dos modos fundamentales de vivir mal la
afectividad. Y añade que, frente a lo que en sus tiempos solía calificarse
como histeria y hoy normalmente como neurosis, que es el primero de ellos,
… otro tipo de falta de autenticidad afectiva está causado por una profunda
inmersión en uno mismo. Este tipo no es retórico, no es dado a frases ampulosas y no
se deleita en la declamación y en la gesticulación de respuestas afectivas, pero disfruta
del sentimiento en cuanto tal. El rasgo específico de esta falta de autenticidad estriba
en que, en lugar de centrarse en el bien que nos afecta o que origina una respuesta
afectiva, la persona se centra en su propio sentimiento. El contenido de la experiencia
se desplaza de su objeto al sentimiento ocasionado por el objeto. El objeto asume así el
papel de un medio cuya función es proporcionarnos cierto tipo de sentimiento. Un
típico ejemplo de esa falta de autenticidad introvertida lo constituye la persona
sentimental que goza conmoviéndose hasta las lágrimas como medio de procurarse un
sentimiento placentero. Mientras que “conmoverse”, en su sentido genuino, implica
“concentrarse” (being focused) en el objeto, en la persona sentimental
[sentimentaloide, diría yo] el objeto queda reducido a la función de un puro medio que
sirve para originar la propia emoción. Lo que debería ser algo que nos afecta
intencionalmente, queda así degradado a un puro estado emocional originado o
71
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Si se nos permite modificar esta afirmación, podremos decir algo que tantas personas
neuróticas no son lo suficientemente capaces de recordar: mucha más importante que
despreciarse en demasía o considerarse en exceso sería olvidarse completamente de
uno mismo, es decir, no pensar nunca más en sí mismo y en todas las circunstancias
interiores, sino estar interiormente entregado a una tarea concreta cuya realización se
encuentra personalmente reservada y restringida a cada uno.
No nos liberamos de nuestras dificultades personales examinándonos a nosotros
mismos ni mirándonos al espejo, sino renunciando a nosotros mismos a través de la
entrega a una cosa merecedora de tal obra[11] .
3 . De E. Lukas, probablemente quien mejor ha entendido, proseguido… y tal vez
superado a Frankl:
La persona que encuentra un sentido en la vida —sea esta agradable o desagradable—
no se interesa por los efectos aparentes de un entusiasmo artificial creado por el
alcohol o las drogas o de un apaciguamiento postizo salido de una caja de pastillas. Lo
que le interesa a esta persona no es otra cosa que lo real, los valores reales, las
pérdidas reales, el mundo transpsíquico y no las frustraciones intrapsíquicas que,
dicen, hay que quitarse de encima lo antes posible [12] .
4 . Y otra vez Lukas, pero citando a su maestro:
Por tanto, todo desarrollo sano de la identidad requiere un “salto” del auto-
olvido embriagador al auto-olvido natural y abnegado. Pero ¿qué aporta este salto? La
respuesta, como suele suceder en la vida, es relativamente sencilla: aporta el
conocimiento de que la realidad es más importante que su aceptación por parte de
nuestros sentimientos; que esta realidad sigue existiendo incluso cuando huimos de ella
para refugiarnos en otro sitio; que se trata de la realidad que nos rodea porque ella es
el material del impulso creativo que nos mueve desde tiempos inmemoriales; y que no
podemos escabullirnos de intervenir constructivamente en la realidad, por bueno o
malo que sea nuestro estado de ánimo en cada momento.
Quizá sea un discurso duro, pero esconde una sabiduría que Viktor E. Frankl reflejó,
por ejemplo, en estos dos breves fragmentos.
No cabe duda de que, al fin y al cabo, siempre es mejor experimentar un malestar y
que los médicos nos aseguren que no hay nada fisiológico detrás. Siempre será mejor
que el caso contrario, es decir, no notar nada y, sin embargo, arrastrar una lenta
enfermedad latente […].
Paciente: Todo me parece vacío, sin sentido.
Frankl: ¿Qué es lo que cuenta para usted, la manera como le parecen las cosas, o sea,
vacías o llenas… o más bien lo que cuenta para usted es que todo sea importante?
La argumentación de Frankl es obvia. Por supuesto, siempre es mejor no estar
enfermo aunque uno se sienta enfermo (como les sucede a los hipocondríacos) que
estar enfermo y no notarlo (de momento). Siguiendo la misma lógica irrefutable,
también es mejor acometer algo con sentido y sentirse (de momento) miserable (como
en el “salto al auto-olvido natural y abnegado”) que hacer algo carente de sentido y
sentirse de maravilla (por ejemplo, al consumir drogas). Por tanto, el mensaje que una
73
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
ayuda eficiente para adictos deberá transmitir es el siguiente: el ser tiene preferencia
sobre cualquier ilusión emocional.
Y, simultáneamente, de manera inadvertida y espontánea, se producirá el milagro de
la obtención de identidad… [13]
III. Emotividad fecunda y emotividad desbocada
El subjetivismo engendra sentimentalismo
Todo lo anterior se encuentra resumido en esta breve sentencia de Max Scheler, que
compendia en pocas palabras lo que constituye la sublime dignidad de la persona:
Solamente quien quiere perderse a sí mismo en una cosa [en una tarea, en otra
persona, diríamos mejor] puede lograrse auténticamente a sí mismo [14] .
Palabras decisivas, que iluminan el tema que nos ocupa —la afectividad y su
crecimiento incontrolado—, con solo advertir que la prioridad absoluta y desaforada
concedida al yo provoca los siguientes efectos:
1. Exacerba la proliferación de sentimientos, que se multiplican sin fin y se
transforman en el centro de nuestra atención.
2. Incrementa de forma desmesurada la importancia que se les concede.
3. Y desemboca de manera casi inevitable en sentimentalismo o sensiblería, con todas
las connotaciones que ello lleva consigo.
Es lo que explica, con fundamento en largas horas de trato con los enfermos mentales,
Cardona Pescador:
Cuando el hombre se obsesiona —y hoy es muy frecuente este tipo de obsesión— por
hacerse “autónomo”, desligado de toda vinculación o dependencia que considera
“alienante”, pierde su conexión con la verdad objetiva, y la consecuencia de esta
actitud, es la angustia de sentirse inmerso en un mundo vacío de valores. Ese hombre,
desconectado de la realidad, no hace más que buscar continuamente algo estable, un
valor perdurable, escoge como único criterio sus sensaciones subjetivas y las
absolutiza. El enquistamiento en su propio “yo” le conduce a no saber salir de sí
mismo, absolutiza su propio vivir, busca lo agradable y elude todo lo desagradable. Así
el principio del placer es elevado a la categoría de principio supremo.
El egocentrismo absolutiza su propio yo y, en vez de tomar el lugar que le corresponde
en el sistema universal de relaciones, se hace a sí mismo centro del mundo y tiende
fatalmente a construir una jerarquía de valores dictada por sus sensaciones
inmanentes. Así como el sentido de la vida dice Igor Caruso solo se revela por la
adhesión a una jerarquía de valores estables, así se oscurece más y más por el
subjetivismo consiguiente a la precaria apoyatura en el propio yo.
Así, el criterio fundamental de valoración se deposita en la sensación, en la búsqueda
de placer, que continuamente necesita nuevas comprobaciones. Tomar el placer como
criterio de vida conduce forzosamente a un profundo disgusto y a la tristeza [15] .
¿Que cómo me siento?
Para intuir el peligro que engendra la actitud recién dibujada —el sentimentalismo—,
de momento bastaría rememorar que los sentimientos, afectos, emociones, etc., son
siempre percepción del estado en que se encuentra el propio yo —o alguno de
74
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
sus componentes, que redunda en los restantes—, aunque sea en relación a otras
personas, situaciones o realidades, o incluso causado o motivado por ellas.
En lo que ahora nos importa, la manifestación de cualquier estado de ánimo comienza
siempre con un «(yo) me siento…» o «(yo) me encuentro…», en los que queda claro
que el primer punto de referencia de la afectividad es uno mismo, el propio yo.
Por poner ejemplos comprensibles, aunque un tanto banales, resulta muy distinto
afirmar:
1. «Me arrebata la belleza de este paisaje», «sí, no me parece mal la puesta del sol» o,
yendo al extremo, «la exposición será preciosa, pero a mí me importa un bledo».
2. Que sostener: «este atardecer es impresionante, aunque hoy no me diga nada», «El
Quijote es la máxima expresión de la novela castellana, por más que algunos no sepan
advertirlo», «la película es fantástica, sin duda, con independencia de cuántos y
quiénes logren apreciarla».
En los tres primeros supuestos, el centro de interés y lo especialmente resaltado,
aunque de distinto modo, es el yo.
En los siguientes, por el contrario, nuestra afirmación recae y subraya un atributo de
la realidad, haciendo pasar a segundo plano, o simplemente omitiendo, nuestra
reacción frente a ella y manifestando de este modo, al menos de manera implícita, que
lo que a mí me suceda o deje de suceder, aunque relevante, no resulta, en fin de
cuentas, lo decisivo.
Que es, como leemos en las citas precedentes, lo defendido por la logoterapia como
condición de salud mental y perfeccionamiento humano.
Pues… ¡fatal!
Con otras palabras: la prioridad concedida al yo se expresa de manera muy clara en
una atención exagerada a uno mismo y, para lo que nos interesa, en una percepción
obsesiva de cómo me encuentro, de si me siento bien o mal, satisfecho o incómodo,
pletórico o hundido, triunfante o fracasado…; es decir, en una especie de dictadura de
los sentimientos.
Lo cual —aunque dicho con cierto retintín irónico— suele conducir a la hipocondría e
incluso a la neurosis.
1. Como sentenciaba aquel viejo amigo: «si, cumplidos los 40 años, un día te levantas y
no te duele nada, es… que estás muerto»; de ahí que, dentro de unos límites
razonables, resulte preferible levantarse —y seguir levantado— sin atender siquiera a
lo que a uno le duele o le deja de doler, a si ha dormido bien o mal o, simplemente, no
ha dormido, al tiempo que lleva sin sentirse pletórico, etc.
2. Y es que la reiterada inquisición sobre nuestra salud o nuestro bienestar o sobre
nuestra felicidad lleva consigo, de ordinario, el recrudecimiento de las molestias y la
fijación y persistencia del estado de desdicha o depresión.
Nos lo aseguran los especialistas en salud mental. Allport, por ejemplo, asevera:
A medida que el foco del problema se reorienta hacia objetivos ajenos al yo del
paciente, la vida en su totalidad se vuelve más plena de sentido [16] .
Algo parecido, pero más concreto, sostiene Lukas:
75
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Si nos paramos a reflexionar sobre este asunto, advertiremos hasta qué extremos la
primacía de lo subjetivo-sentimental impregna casi toda la vida contemporánea, en la
esfera pública y en la privada… y cuán desproporcionada resulta la preponderancia
de lo mío sobre lo del resto.
1. Por ejemplo, aunque existan gloriosas excepciones y aunque con frecuencia se
afirme lo contrario, lo habitual —considerado culturalmente— es que el propio interés
se imponga al bien común, en el ámbito personal-familiar, nacional e internacional:
expresiones del tipo «yo paso» o «ese es tu/su problema», dejan bien al descubierto el
núcleo de la cuestión.
2. Y ya en los dominios afectivos, es fácil comprobar que a muchos de nosotros nos
importa más cómo nos sentimos al hacer o dejar de hacer algo que si lo realizado es
bueno o malo, resulta beneficioso o perjudicial para los otros.
3. Más todavía, bastantes de nuestros contemporáneos no tienen otro criterio para
calificar algo como bueno o malo que la repercusión sentimental-afectiva que
experimentan en sí mismos: el modo como se sienten al verlo, considerarlo, realizarlo,
repudiarlo, etc.
(Según comentaban unos buenos amigos, una visita guiada a China —las visitas a
China solo pueden ser guiadas— es tal vez lo que mejor ponga de manifiesto la
tendencia, establecida gubernamentalmentey, según ellos, plena y libremente
aceptada por los ciudadanos —¡al menos, por los guías!—, a centrarlo todo en el
propio bienestar).
Una afectividad desbocada
Que todo lo anterior se deriva de una incorrecta comprensión y de un uso defectuosos
de la afectividad se atisba —¡por contraste: porque en la actualidad no se atiende al
«objeto» o «causa», o «motivo», sino a la pura emoción en sí!— en esta idea capital de
von Hildebrand, que concreta y da su forma definitiva a cuestiones antes esbozadas:
Quizá la razón más contundente para el descrédito en que ha caído toda la esfera
afectiva se encuentra en la caricatura de la afectividad que se produce al separar una
experiencia afectiva del objeto que la motiva y al que responde de modo significativo.
Si consideramos el entusiasmo, la alegría o la pena aisladamente, como si tuvieran su
sentido en sí mismas, y las analizamos y determinamos su valor prescindiendo de su
objeto, falsificamos la verdadera naturaleza de tales sentimientos. Solamente cuando
conocemos el objeto del entusiasmo de una persona se nos revela la naturaleza de ese
entusiasmo y especialmente “su razón de ser”. Como dice San Agustín: “Finalmente
nuestra doctrina pregunta no tanto si uno debe enfadarse, sino acerca de qué; por qué
esta triste y no si lo está; y lo mismo acerca del temor” (La Ciudad de Dios, 9, 5) [21] .
Concluimos con unas nuevas palabras de Scheler, también en esta ocasión necesitadas
de ciertas correcciones, pero certeras en lo que atañe a la esencia de su mensaje, que
me permito poner en cursiva.
En contra del uso más habitual de las expresiones, que rechaza como desviación
desordenada el amor propio, mientras que considera neutro el mero amor de sí,
Scheler distingue entre un legítimo amor propio y un ilícito e incorrecto amor de sí, y
77
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
[17]< Lukas, Elisabeth, Paz vital, plenitud y placer de vivir, Ed. Paidós, Barcelona,
2001, p. 65.
[18] Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 37-38.
[19] Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, p. 47.
[20] Lukas, Elisabeth, También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México
D.F., 2ª reimp., 2006, pp. 60-61.
[21] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 36.
[22] Scheler, Max, Ordo amoris, Caparrós Ed., Madrid 1996, p. 37.
Elogio de la afectividad (6): La afectividad propiamente dicha
por Tomás Melendo y Carmen Martínez Albarracín
Después de la sumaria aproximación a la vida sentimental realizada en los artículos
que preceden, y en consonancia con lo allí afirmado, se inicia ahora un análisis más
detallado y preciso —y esperamos que más fecundo— de la afectividad.
I. Dimensiones humanas desatendidas
Como apuntamos en su momento, para entenderla a fondo, igual que para
comprender muchas de las afirmaciones que irán surgiendo en este y los ensayos
sucesivos, es imprescindible poseer un conocimiento ajustado de la persona humana y,
muy en particular, de su grandeza o dignidad incomparables.
Aunque algunos de esos puntos ya han sido esbozados o saldrán de nuevo a colación,
aconsejamos, para quien lo necesite, la lectura o el estudio de algún tratado de
conjunto sobre la persona [1] .
El hombre redivivo
Dentro de tal contexto, y por los motivos que a continuación se esbozarán, concedemos
una muy especial relevancia a la afirmación y el análisis de los distintos niveles de
sentimientos que se dan de ordinario en el ser humano, frente a la pretensión casi
generalizada, al menos hasta hace cierto tiempo y en la mayoría de los autores, de que
la vida afectiva se desarrolla exclusiva o muy fundamentalmente en un solo plano —el
psíquico—, que serviría de enlace o bisagra entre las dimensiones sensibles y las
propiamente espirituales, en las que, por consiguiente, no habría ni afectos, ni
emociones o sentimientos, ni estados de ánimo…
Y lo estimamos de importancia extrema porque el planteamiento más común —
afectividad-psiquismo… y para de contar—, no hace justicia a la condición ni a
la grandeza de la persona humana, por lo que, en fin de cuentas, resulta erróneo y
plantea aporías insolubles desde el punto de vista teórico y problemas vitales difíciles o
imposibles de superar.
Vale la pena leer esta extensa cita de Pithod, que ayuda a comprender bastante bien, y
de manera intuitiva, todo lo que hemos perdido y en este artículo intentamos
recuperar:
1. La unidad del ser humano, encarnada simbólicamente en el corazón
Con el corazón es con el que se acaba de entender, porque en él se junta el saber y el
79
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
sentir; el saber y el sentir de los sentidos y el saber y el sentir del espíritu. El saber y el
sabor de la sabiduría. El corazón es, en efecto, sede de la sabiduría por causa de este
encuentro. Porque en él se junta la cogitativa y la razón, la ratio particular y la ratio
abstractiva, la afectividad sensible y la afectividad espiritual. ¿A quién se le pudo
ocurrir que el espíritu no sentía, que no tenía afectos, que solo sentían los sentidos?
¿Acaso el amor es solo el amor sensible? ¿Solo amor el concupiscible?
2. Espiritualidad, universalidad y grandeza del amor
El amor es también y sobre todo espiritual. Porque, al fin, todo es amor, el amor es
como la energía sustancial del universo, su energía primordial. Amor, el que mueve el
sol y las estrellas. Amor, la esencia divina. Por eso el que no ama, no entiende. Es a la
razón sin amor a la que Pascal achacaba ser ciega. Por carencia de esprit de
finesse. Pero la razón que ama entiende las razones del corazón y el corazón unido a
ella intelige lo que oscuramente vivencian los afectos.
3. De nuevo la unidad, ahora enriquecida
Así, se comprende que verdaderamente hay un conocimiento afectivo que abarca a
todo el hombre, conocimiento experiencial (vivencial), el más profundo al que nuestra
humana existencia llega. Conocimiento que nos hace uno con lo amado, porque el
amor es unitivum sui: “El amante se transforma en el amado y de algún modo se
convierte en él”. La unión del amor es como la de la materia y la forma, porque el
amor hace que el amado sea la forma del amante… Conocimiento de amor que supera
la antigua rencilla entre razón y corazón, entre el esprit de finesse y el esprit
géométrique, entre ciencia y sabiduría, razón y poesía, meditación y
contemplación, entre inteligencia que conoce y voluntad que ama. En fin, entre
espirituales e intelectuales [2] .
No es cierto, pues, que la vida afectiva se desarrolle exclusiva o fundamentalmente en
un solo plano —el psíquico—, que serviría de enlace o gozne entre las dimensiones
sensibles y las propiamente espirituales.
El espíritu redescubierto
Ni extraña, por eso, que —tras asistir a las clases de Freud y de Adler, y convertirse en
uno de sus más destacados discípulos y colaboradores— Viktor Frankl reaccionara
vivamente contra semejante reducción del hombre, que elimina lo más exclusivo y
elevado de él, lo que propiamente lo caracteriza como persona.
Transcribimos algunas citas al respecto, en espera de desarrollos ulteriores.
El primer testimonio es de E. Lukas, probablemente la mejor discípula de Frankl. La
afirmación no puede ser más neta:
Tras su separación de Adler, Frankl desarrolló una antropología propia cuya
declaración principal rezaba: la persona se caracteriza por una dimensión existencial
(es decir, específicamente humana) que la diferencia del resto de seres vivos y a la que
no se pueden trasladar los diagnósticos del ámbito biopsíquico. Frankl la llamó
dimensión «noética» (del griego nóus: «espíritu», «inteligencia»). A partir de entonces,
sus investigaciones se centraron en cómo fertilizar esta dimensión noética para aliviar
y superar los trastornos mentales [3] .
80
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Siguen unas palabras del propio Frankl, con las que se distancia de forma expresa de
la visión de Freud, tanto la común —que todo pretende reducirlo a sexo— como la de
los auténticos conocedores y expertos, que poseen una visión más certera y matizada.
Según Frankl, y frente a lo que sostiene la psicodinámica, el ser humano no es
arrastrado solo por instintos, sino que también se mueve a sí mismo
por razones o motivos, que apelan a su libertad:
Propiamente hablando, el Psicoanálisis no ha sido nunca pansexualista. Y hoy lo es
menos que nunca. De lo que en realidad se trata es de que el Psicoanálisis, más en
concreto el psicodinamismo, describe al hombre como un ser accionado
exclusivamente por instintos: y el que sea el Yo puesto en acción por el Ello o por un
Super-yo —en otros términos, el que el hombre sea impulsado solo desde abajo o que
lo sea desde abajo y desde arriba— es una cuestión accesoria. Porque en ambos casos
no deja de ser el hombre un ser a quien solo mueven los instintos, un ser cuya esencia
consiste en satisfacer instintos [4] .
Y añadimos otro texto, todavía más explícito, donde Frankl se apoya en la autoridad
de dos de los psiquiatras de más renombre de su época:
Dentro del marco de la antropología psicodinámica se nos ha ofrecido el cuadro de un
hombre accionado solo por instintos, el cuadro del hombre como un ser aplacador de
instintos y tendencias del Ello y del Super-yo, como una esencia orientada al
compromiso entre las instancias conflictuales del Yo, Ello y Super-yo. Este bosquejo
psicodinámico de una imagen del hombre está, sin embargo, en directa oposición ala
idea que la humanidad tiene sobre el ser del hombre, y de un modo particular a su idea
sobre lo que constituye la característica primaria y fundamental del hombre, que es su
impronta espiritual y su orientación a un sentido. Esto es una caricatura, un retrato
que desfigura y deforma la verdadera imagen del hombre, pues —volviendo por
última vez y resumiendo la crítica a la antropología implícita en el psicodinamismo—
en lugar de la primaria orientación del hombre a un sentido se ha puesto su
pretendida determinación por los instintos, y en lugar de su tendencia a los
valores, que tan característica es del hombre, se ha puesto una tendencia ciega al
placer. […]
Mas ahora resulta que, en realidad, todos los instintos están personalizados, asumidos
en y por la persona. Pues los instintos del hombre —en oposición a los del animal—
están siempre invadidos y gobernados en su dinámica interna por el espíritu; todos los
instintos del hombre están siempre incorporados dentro de esta «espiritualidad», de
suerte que no solo cuando los instintos son frenados, sino también cuando se les ha
dado rienda suelta, ha tenido que actuar el espíritu; él ha tenido que decir la última
palabra, o por el contrario, se la ha callado. No impulsan los impulsos a la persona;
estos impulsos están siempre inundados en su ser por la persona; a través de ellos
oímos el eco de su voz. La impulsividad humana está siempre «gobernada de un modo
personal» (W. J. Revers). Indudablemente hay «mecanismos apersonales» en el
hombre (V. Gebsattel), pero no nos está permitido situarlos donde en realidad no
están; no pretendamos buscarlos en el ámbito de lo psíquico, cuando los podemos
81
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
2.2. Porque son los complejos resultados de ese influjo los que llevan a hablar
de afectividad, como algo global y propia y estrictamente humano-personal, y no
simplemente de emociones, sentimientos, pasiones… o incluso afectos.
2.3. Y porque justo así, en cuanto penetrada por la inteligencia y la voluntad,
la afectividad da razón de buena parte del dinamismo humano, con las características
que le son propias.
La afectividad, en su acepción más propia
Haciendo nuestro este planteamiento, entendemos por afectividad el complejo
fenómeno que deriva de la fusión-tensión entre las emociones, del tipo que fueren, y las
dos potencias humanas superiores o estrictamente espirituales: el entendimiento y,
sobre todo, la voluntad.
O, si se prefiere, al resultado de la modificación que introduce en los sentimientos
humanos la presencia del espíritu y, en concreto, de la inteligencia y, más aún, de la
voluntad.
La cuestión puede perfilarse, copiando y comentando las palabras de otros dos
especialistas, que también cita Roqueñi.
1. El primero afirma:
La afectividad es un fenómeno que abarca la totalidad del hombre. En la vida humana
"existen factores aparte de la razón que influyen poderosamente en nuestra vida (...)
son los sentimientos, la vida afectiva, osi se prefiere, emocional" [10]
De acuerdo, excepto que de ningún modo preferimos llamarla emocional, sino
justamente vida-afectiva o, mejor, afectividad (¿qué habríamos ganado, de lo
contrario?).
2. Leamos al segundo:
La afectividad es aquella "zona intermedia en la que se unen lo sensible y lo
intelectual, y en la cual se comprueba la indiscernible unidad de cuerpo y alma que es
el hombre" [11]
Y ahora ya no tan de acuerdo.
2.1. Porque, como se ha apuntado de manera expresa, la afectividad no es en modo
alguno una zona intermedia, colocada no se sabe dónde: ¿qué es lo que habría entre el
alma espiritual y el cuerpo, capaz de hacernos comprobar la unidad entre una y otro?
2.2. Sino que —fundamentada, en fin de cuentas, en un acto de ser único y en la
elevación del cuerpo por el alma espiritual que la informa— abarca en indisoluble
unidad los «sentimientos» que penetran los tres ámbitos a los que nos referiremos una
y otra vez: el intermedio [12] , el inferior ¡y el superior!, pero en cualquier caso teñidos
por lo que es propio de cada sujeto humano y que deriva, como acaba de recordarse,
de la unicidad de su acto personal de ser.
Pues, justo en virtud de ese único acto de ser, cada sujeto humano es una persona
indisolublemente compuesta de cuerpo y alma espiritual, única e irrepetible, que deja
su huella personal, peculiar y exclusiva, en todo cuanto realiza o experimenta.
Hablamos, entonces, de afectividad porque, en función del único actus essendi de
cualquier varón o mujer, todo cuanto en ellos se da o cuanto ejercen se encuentra
83
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
modo tocada por tal infinitud, como enseguida veremos. Y, de forma quizá más
definitiva, en la medida en que, en el hombre, incluso las operaciones formalmente
espirituales resultarían incompletas —cuando no imposibles— sin el apoyo de los
dominios sensibles, así como los sentimientos propios del espíritu son perfeccionados
por los afectos psíquico-sensibles.
2. Con lo que asimismo resaltan dos modos principales de participación de lo psíquico
en la afectividad personal:
2.1. Como complemento ineludible del ejercicio de las facultades superiores.
2.2. Como impulso y aliento para tales operaciones y, más propiamente, para las de
todo el compuesto: impulso y aliento que nacen, tal como ahora los contemplo, de los
sentimientos placenteros de la propia psique, que, según hemos comentado más de una
vez, suelen ser los más notorios para el hombre contemporáneo.
Con lo que cabría concluir que tanto la afectividad psíquica como la estrictamente
espiritual contribuyen a impulsar al hombre hacia su destino final de amor inteligente.
III. Afectos espirituales
Asentado lo cual, retomamos la calma de la exposición, afirmando sin reservas y en
primer término…
… la afectividad del espíritu…
No hemos encontrado en Frankl un desarrollo explícito de la afectividad espiritual,
que sin duda es coherente con sus hallazgos y con su defensa de la integridad y
plenitud humana, e incluso exigido por ellos. Pero las bases, al menos, se encuentran
más que puestas, por lo que Lukas puede sostener:
El concepto de Frankl, del ser humano como una unidad tridimensional, implica que el
gozo y la emoción no pertenecen exclusivamente a la dimensión de la psique. El gozo es
también una parte del espíritu y afecta al organismo. Cualquier cosa que influya en
nosotros afecta las tres dimensiones humanas [14] .
La misma inspiración, e incluso ampliada, la hallamos en otros autores.
Por ejemplo, en D. von Hildebrand, para quien
… la esfera afectiva comprende experiencias de nivel muy diferente, que van desde las
sensaciones corporales a las más altas experiencias de amor, alegría santa o contrición
profunda [emplazadas, como él mismo repetirá a menudo, en los dominios
espirituales] [15] .
Por tanto, aun no habiéndolo todavía mostrado, nos gustaría insistir en que el espíritu
del hombre goza de una muy rica e intensa vida afectiva… bastante difícil de
denominar; y que el desconocimiento o el desprecio de este hecho tergiversa
enormemente en la teoría lo que es la persona humana (en particular, su grandeza), y
puede llevar consigo errores prácticos tan graves como para arruinar toda una
existencia.
El primer extremo, el de la existencia de una afectividad propia del espíritu, es
afirmado de manera tajante por Antonio Malo en su Antropología de la afectividad,
atribuyéndolo expresamente a Tomás de Aquino:
… existe un amor, una esperanza y un gozo puramente espirituales. Estos afectos, sin
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
qué con la relajación pueden disminuir las enfermedades infecciosas (resfriados, gripe,
etc.). En realidad el stress y la tensión continuada alteran el funcionamiento de todo el
sistema inmunitario encargado de protegernos de las infecciones. La relajación
contribuirá a mejorar su funcionamiento [24] .
5. Niveles de la afectividad «humano-personal»
Afectividad espiritual…
Esbozadas e ilustradas las distinciones pertinentes, retomamos el hilo del discurso y
advertimos que, al hablar de afectos del espíritu no pretendemos referirnos a aquello
que origina o motiva un sentimiento, sino al sentimiento mismo.
Es decir, a la conmoción-o/y-reposo-percibidos, de forma más o menos clara y fuerte,
pasajera o estable, que experimentamos en el ámbito propiamente espiritual…
En tales circunstancias, no tiene por qué darse una alteración orgánica; basta con
el cambio que experimenta una facultad finita (es decir, todas las del hombre y, en este
caso concreto, el entendimiento o la voluntad) cuando se actualiza o incrementa su
operatividad o cuando, por el contrario, la disminuye o pasa de la actividad al reposo.
Y no es precisa ni posible una modificación física constitutiva del
sentimiento espiritual, justo porque ni la inteligencia ni la voluntad tienen órgano. De
ahí que, como vimos en una cita precedente, los clásicos no les aplicaran el
término pasión [25] .
… que debemos aprender a desarrollar
Y de ahí —estamos ante una cuestión relevante— que haya que aprender a percibir
estos sentimientos, sobre todo cuando la costumbre y el influjo cultural nos han
conducido a tomar como modelo prácticamente exclusivo de emociones las de tipo
psíquico, que son las más frecuentes hoy día y las que sabemos experimentar.
Pero, por su misma naturaleza, los afectos espirituales no son ni se sienten del mismo
modo que los restantes. De donde deriva la necesidad de un entrenamiento para
advertir este tipo de emociones, desarrolladas formalmente en el ámbito del espíritu.
Aunque eso no elimina, en virtud de la estrecha e íntima unidad de la persona, que
incluso tales emociones o sentimientos —los espirituales— por lo común rebosen,
reverberen y se aprecien asimismo en los dominios psíquicos y físicos… en los que sí
provocan cambios experimentables, similares y similarmente perceptibles a los que se
generan y producen en estas esferas.
Al primer aspecto se refiere, de nuevo con gran acierto, Pithod:
La afectividad sensible es, en sí, el movimiento del apetito en el nivel mismo de los
órganos corporales. Se trata de un acto psicofisiológico. En el caso del apetito
intelectual, es un acto de la potencia racional cuyas características lo diferencian de la
actividad psicofisiológica por su índole anorgánica (es decir, solo indirectamente
dependiente del cerebro) [26] .
Espiritual, sí, pero… ¿afectividad?
¿Sentimientos espirituales, entonces? Sí, sentimientos ¡espirituales!… aunque tal vez
mejor no llamarlos sentimientos, al menos así, de entrada, precisamente por las
connotaciones psicofísicas que hoy acompañan a este término y porque, al ser
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
espirituales, según acabo de apuntar, no se perciben del mismo modo que los psíquicos.
Es lo que afirma von Hildebrand:
De todos modos, aunque estados como el buen humor o la depresión no son
sensaciones corporales, difieren incomparablemente más de sentimientos espirituales
como la alegría por la conversión de un pecador, la recuperación de un amigo
enfermo, la compasión o el amor. Precisamente ahora es cuando podemos caer en una
desastrosa equivocación al usar el mismo término “sentimiento”, como si fueran dos
especies del mismo género, tanto para los estados psíquicos como para las respuestas
espirituales afectivas [27] .
¡Pero sentimientos espirituales, porque se generan-y-experimentan en el ámbito
espiritual!
Personalmente, para descubrir esta esfera de la vida afectiva —en el sentido amplio,
pero propio, del término— no necesitamos ningún testimonio externo. Y esperamos
que el lector, si inspecciona con calma y sin prejuicios su existencia cotidiana, tampoco
los eche en falta.
Le bastará recordar, por ejemplo:
1. El gozo sublime de la comprensión intelectual de un asunto, sobre todo cuando lleva
largo tiempo intentando entenderlo. Un deleite de enorme calibre, que nunca suele
darse en estado puro y que a menudo empapa también otras dimensiones no
estrictamente espirituales, con repercusiones a menudo incluso físicas.
2. O la todavía más elevada fruición del amor radicado en la voluntad… que, por lo
común, se mezcla —y enriquece o empobrece (lo oportuno es que se enriquezca)— con
sentimientos y sensaciones de orden psíquico-físico.
La gran dificultad
Pero aquí nos encontramos de nuevo con un problema, tremendamente delicado y de
sumo relieve, sobre el que ya llamamos la atención y más tarde volveremos… porque
existe una inclinación casi instintiva a negarlo o no tomarlo en cuenta.
Y es que en nuestra cultura:
1. No son demasiados los que han realizado la experiencia de la comprensión
intelectual estricta; es decir, son relativamente escasas las personas que de veras han
comprendido algo de cierta envergadura como fruto de una captación de su
entendimiento; con palabras más claras: somos muy pocos (o ¡son muy pocos!) los que
pensamos (o los que piensan) y, por consiguiente, quienes están acostumbrados a las
percepciones espirituales, en la acepción estricta de esta palabra.
Mucho más frecuentes son las afirmaciones presuntamente intelectuales, derivadas sin
embargo de la aceptación acrítica —sin discernimiento— de la costumbre, de la moda,
de prejuicios de muy diverso tipo, de la fe natural o sobrenatural, de la superstición…
2. Paralelamente, tampoco son excesivos los que han elevado el amor a ese grado en
que el factor claramente dominante —¡nunca el único!— es una decidida
determinación de la voluntad, que persigue el bien para otro… y que llena de dicha el
propio espíritu y redunda desde él a las restantes esferas que componen la persona
humana en su totalidad.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
[1] Nos permitimos remitir, más en concreto, a Melendo, Tomás, Las dimensiones de la
persona, Palabra, Madrid, 2ª ed., 2002; y, del mismo autor, Invitación al conocimiento
del hombre, Eiunsa, Madrid, 2008.
[2] Pithod, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires 1994, pp. 221-222.
[3] Lukas , Elisabeth, Equilibrio y curación a través de la logoterapia, Ed. Paidós,
Barcelona, 2004, p. 14.
[4] Frankl , Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 150-151.
[5] Frankl , Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 153-156.
[6] Cardona Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, pp. 172-173.
[7] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 39.
[8] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 39.
[9] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, pp.
39-40.
[10] Pero-Sanz Elorz, José Miguel, El conocimiento por connaturalidad, Eunsa,
Pamplona 1964, p. 10, cit. por Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad,
Eunsa, Pamplona, 2005, p. 40.
[11] Yepes Stork, R. Fundamentos de Antropología, Eunsa, Pamplona, 1997, p. 56, cit.
por Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p. 40.
[12] En realidad, ese presunto estrato intermedio corresponde a la configuración que
en el hombre, en virtud del alma espiritual, adquieren la sensibilidad externa e interna
y los correspondientes apetitos; un modo de ser estrictamente personal, que difiere
abismalmente de las facultades análogas de los animales brutos.
[13] >Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, p.
31.
[14] También tu sufrimiento tiene sentido, Ediciones LAG, México D.F., 2ª reimp.,
2006, p. 143.
[15] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 34.
[16] Malo Pé, Antonio, Antropologia dell’afettività, Armando Editore, Roma 1999, p.
167.
[17] Lukas, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 55-56.
[18] Lukas, Elisabeth, Logoterapia. La búsqueda del sentido, Paidós, Barcelona, 2003,
pp. 53-55.
[19] Frankl, Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 28-29.
[20] Cardona Pescador, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, p. 124.
[21] Roqueñi, José Manuel, Educación de la afectividad, Eunsa, Pamplona, 2005, pp.
79-80.
[22] Herrero Lozano, Eugenio, Entrenamiento en relajación creativa, Barrero y
Azedo, Madrid, 10ª ed. 1998, p. 53.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
No estamos ante algo fácil de entender ni tampoco de manifestar. Por tales motivos, los
autores no deberíamos preocuparnos por no exponerlo de la forma adecuada, ni, sobre
todo, el lector ponerse nervioso si no entiende lo que proponemos… ¡o no está de
acuerdo con ello!
No obstante, si acudimos a la metafísica, y damos por supuesta una suficiente
formación en ella, la verdad a que estamos aludiendo se impone casi por sí sola.
Resumiendo en breves palabras:
2.1. Cada hombre, varón o mujer, tiene una única forma sustancial —el alma humana,
de rango espiritual—, que determina el nivel o categoría del (también único) acto de
ser de esa persona, incluidas sus dimensiones corpóreas.
2.2. Estas son también personales… por participar del ser del alma, que
esta comunica instantánea e inmediatamente al cuerpo en que es creada (el alma
humana no podría ser creada sino en su cuerpo), de modo que el (acto de) ser de toda
la persona humana es uno y el mismo.
2.3. Y si ese ser es personal, todo cuanto de él derive, resultará también personal. Por
eso, en el hombre no hay nada —nada en absoluto— que realmente pueda equipararse
a lo que encontramos en los animales brutos.
Como explica Tomás de Aquino, en el hombre
… la propia alma tiene el ser subsistente […] y el cuerpo es atraído [o elevado] a ese
mismo ser [2].
Para añadir:
Porque entre las substancias inteligibles [el alma humana] tiene más potencia, y por
eso se sitúa en los linderos de las realidades materiales, de modo que las realidades
materiales son atraídas [elevadas] a participar de su ser, de modo que, del alma y del
cuerpo, resulta un solo ser en un solo compuesto; aunque semejante ser, en cuanto
procede del alma, no depende del cuerpo [3].
Nada en el hombre es «simplemente animal»
La misma idea puede expresarse de manera más sencilla y asequible.
Existen muchas realidades que los animales parecen tener en común con el hombre.
Las dimensiones estrictamente físicas: gravedad, cohesión material y orgánica, etc.; los
procesos vitales de crecimiento y desarrollo, con cuanto llevan consigo: circulación
sanguínea, digestión, respiración…; la capacidad de movimiento, en su acepción más
amplia; los sentidos y los apetitos sensibles; cierta relación con su entorno físico y con
otros seres vivos… y un dilatado y amplio elenco, muy difícil de colmar.
Pero ese «parecen» que figura en el párrafo precedente es fundamental, y nos ayudará
a entender lo que sigue.
De hecho, como acabamos de sostener y hemos mostrado otras veces:
1. Podría hablarse de cierta igualdad si cada uno de los elementos se considerara
aislado en sí mismo o, lo que en la mayoría de los casos viene a coincidir, desde la
perspectiva limitada de las ciencias experimentales: física, química, biología, óptica…
Bajo semejantes prismas se equiparan, en los hombres y en el resto de los animales, la
digestión o la respiración, pongo por caso, la acción de ver u oír, etc.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
meras sensaciones, como serían las de puro dolor o pura sed, que, en tal estado de
pureza, no suelen darse en ningún hombre ni, menos aún, en el animal: se dice que el
animal experimenta dolor o placer, pero no sabe que los está experimentando, y esto
establece una diferencia abismal con lo que sucede en los seres humanos.
De hecho, el varón o la mujer no animalizados por las circunstancias (un campo de
concentración, pongamos por caso, o un naufragio prolongado) advierten el hambre o
las molestias físicas en el interior de una percepción más rica y amplia, que, en última
instancia, y adentrándonos hasta el fondo del asunto, es la de su persona íntegra en la
situación o estado en que en ese momento se encuentre: toda su biografía, como a
menudo se dice, de la que un elemento esencialísimo es la aspiración primordial —¡el
ideal!— que guía su entera existencia.
Yendo por partes, las sensaciones que acabamos de mencionar y otras muchas del
mismo estilo suelen dar origen, ya de entrada, a emociones o sentimientos en la
acepción más propia:
1.1. Un dolor de muelas, por aludir a algo sencillo, lleva a menudo aparejada la
representación anticipatoria de una visita al dentista, que, según los modos de ser de
cada cual, provoca de inmediato unsentimiento de incomodidad, miedo, ansiedad,
rechazo, a causa del dolor que se prevé…; o de satisfacción y gozo, por cuanto
pronostica la desaparición de las molestias tras la intervención del odontólogo…; o de
una cosa y la otra, simultáneamente o en constante y más o menos uniforme
alternancia, en función de lo que en cada instante se me hace más patente.
1.2. Una punzada aguda en el corazón y la contracción del brazo izquierdo producen el
temor a un infarto, la inseguridad sobre el propio futuro…
1.3. Y la simple sensación de sed, como las molestias aludidas, no suelen quedarse ahí.
Generan sentimientos de enfado, de desazón o, en el extremo contrario, de satisfacción
por poder superar un déficit meramente orgánico, conciencia de la propia debilidad…
e incluso, en situaciones extremas, cuando el estado habitual es en exceso precario,
llevan a preguntarse si vale la pena vivir esta vida o a
plantearexistencialmente interrogantes aún más descabellados: es decir, absurdos…
cuando los contemplamos desde fuera, pero no tanto —a tenor, al menos, de la
frecuencia con que se dan— en el dinamismo de una vida vivida en las circunstancias
apuntadas.
La concatenación de fenómenos
En el horizonte en que nos movemos, la conclusión pudiera ser que:
1. Una simple sensación, agradable o desagradable,
2. es vivida a menudo como algo de más alcance y relieve, como un sentimiento,
3. y puede originar incluso un estado general de ánimo y dejar una huella emocional
durante un período más o menos largo…
4. hasta acabar forjando (para bien o para mal) un determinado carácter o falta de
carácter.
Recuerdo, a estos efectos, la primera vez que a un buen amigo y magnífico profesional
se le borró del ordenador el trabajo de toda una mañana, que consistía en el
100
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
2.4. La ilusión también un tanto nostálgica de no ser capaces de amar con más
intensidad y pureza a aquellos a quienes queremos.
2.5. La superación de una enemistad o, al contrario, el surgir, asentarse o renacer de
un sentimiento de rencor u odio, que, si no logra ser desterrado, carcome la propia
intimidad y desemboca en la desdicha terrena y eterna…
En cualquier caso, más que un análisis detallado de tales afectos, de momento parece
imprescindible volver a subrayar la importancia de defender estos dominios de la
afectividad espiritual… y de hacerlo correctamente.
Así lo afirma García-Morato:
hay sentimientos y respuestas afectivas que son profundamente espirituales. La
felicidad enraizada en el amor pertenece también a estos sentimientos espirituales. Y
no hay peor cosa que la insensibilidad ante ellos [6].
III. La afectividad completa e integrada
Y repercusiones en toda la persona
Tanto o más aún que lo expuesto en los dos epígrafes anteriores, y como consecuencia
de la unidad del ser humano, conviene recordar que el despliegue positivo o negativo
de cualquiera de esos tres ámbitos, incide casi siempre en los restantes, modificándolos
en la misma dirección y sentido de aquel en que tiene origen la emoción primigenia.
Y esto, no de cualquier modo, sino de la forma que ahora apuntamos, con palabras que
Noriega refiere al amor entre varón y mujer, pero que pueden perfectamente
afirmarse del conjunto de la vida afectiva:
… es preciso tener en cuenta que “lo que está en lo alto se sostiene en lo que está
abajo”, y a la vez, “lo que está en alto equilibra lo que está debajo”.
Es decir, la originalidad del amor entre hombre y mujer, en su nivel espiritual, se
funda en los niveles afectivo [mejor diría: psíquico] y corporal, de tal modo que, si lo
que está debajo se resquebraja, lo que está en alto peligra, y viceversa. Así, la pérdida
de atracción erótica, por la falta de un cuidado afectivo mutuo, puede hacer peligrar el
don de sí; y la falta del don de sí puede hacer perder la armonía afectiva y el mismo
deseo sexual [7].
Precisamente el error del psicoanálisis —siempre en el decir de Frankl, que en este
punto compartimos— estriba en haber eliminado tanto el plano superior (el espiritual)
como el inferior (el somático o biológico), manteniendo solo y absolutizando La Psique.
Afirma Frankl:
Indudablemente que primero se ha de comenzar por poner en orden todo aquello
que —si me es lícito expresarme así— significa o representa las condiciones naturales
de posibilidad para la existencia espiritual y personal del hombre; la equivocación está
tan solo en pretender localizar, de una manera tendenciosa y exclusivista, el origen de
todas las perturbaciones en la zona de lo psíquico, como continuamente se viene
haciendo. Esto equivaldría a localizarlas erróneamente, puesto que no solamente lo
psíquico, sino también lo somático y lo noético [o espiritual, como vimos] pueden ser el
origen de la enfermedad. Y el Psicoanálisis, desde el punto de vista de la etiología, es
culpable de parcialidad en dos aspectos, quiero decir, su horizonte visual está coartado
103
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
por dos antiparras, solo que no las lleva a la derecha y a la izquierda, sino una arriba y
otra abajo, porque de un lado, al aferrarse a la psicogénesis, olvida la somatogénesis, y
de otro la noogénesis de las afecciones neuróticas [8].
¿Verdaderamente se trata de «tres» niveles?
Pues sí y no… y todo lo contrario.
Sin bromas: una vez enunciada esta variedad de afectos, de inmediato se descubre la
imposibilidad de aislar, e incluso de determinar con precisión, sus distintas cotas o
perfiles.
Y es positivo que así ocurra porque, en verdad, aunque efectivamente existan tales
sentimientos, en la vida vivida de cada ser humano particular y único,
prácticamente nunca actúan unos con independencia de los otros, sino en segura e
indefinible interpenetración.
Y el hecho de que, sin proponérnoslo y casi sin advertirlo, utilicemos los mismos
términos para referirnos a emociones desplegadas en distintas esferas constituye una
de las pruebas más patentes de que, menos tal vez que en ninguna otra realidad, nos
encontramos ahora ante algo que dista mucho de ser « claro y distinto » .
Acudiendo a uno de los casos más patentes, la alegría en cuanto tal, como emoción o
sentimiento, ¿es una realidad específicamente psíquica, espiritual… o una conjunción
de ambos niveles con repercusiones también de tipo orgánico?
Y si atendemos a su origen, ¿no se entremezclan todavía más, al tiempo que los tres
planos, lo que antes calificaba como causas (orgánicas)
y motivos o razones (intelectualmente percibidos)? ¿No cabe que la euforia surja como
consecuencia de un amor que crece pujante entre los mayores sufrimientos físicos e
incluso psíquicos, o, en el extremo opuesto, que redunde en el espíritu a raíz de la
ingesta de una droga o, más normalmente, de una ágil y fluida conversación hecha
posible por una comida magníficamente condimentada y servida con mimo y gratitud
(máxime, cuando pasa inadvertida: se ha comido muy a gusto, pero ni tan siquiera se
recuerda cuál fue el menú)?
(La película conocida en España como El festín de Babet compone probablemente una
de las expresiones más logradas, y más verosímiles, del influjo de la buena
gastronomía incluso en las actitudes espirituales y éticas más determinantes).
Todo en todo
En esta imbricación de planos cabe descubrir, al menos, dos motivos.
1. Apetitos sensibles «y» voluntad
Desde el punto de vista estático, por llamarlo de algún modo, descubrimos el hecho
innegable de que muchos de los afectos o emociones tienen lugar a la vez en esferas
diferentes (pero interconectadas) de nuestra persona, por la sencilla razón de que
aquello que dispara el sentimiento es conocido como un bien o un
mal simultáneamente en los dos ámbitos: el de la sensibilidad y el del entendimiento.
Y así, la comida buena y apetitosa es percibida a la vez como bien por el apetito
sensible y por la voluntad.
1.1. En el primero da origen a un deseo y, con frecuencia, cuando el hambre se sacia, a
104
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
abajo).
Algunos ejemplos al respecto ya han sido vistos, y otros irán surgiendo al hilo de
explicaciones posteriores.
La idea clave está de nuevo perfectamente expresada por Pithod:
Se ha distinguido un nivel intermedio entre lo físico y lo propiamente espiritual. Se lo
suele llamar nivel psíquico.
Bios, psique, espíritu o persona: en efecto, podemos distinguir fenomenológicamente
estas tres esferas y su relativa comunicación y unidad. Es un buen ejemplo de la
estimulación de la esfera psíquica por un agente físico esa particular euforia que nos
produce la ingesta de alcohol y el clima de fiesta que de pronto adquiere una reunión
social.
Allí está claramente presente la sensación corpórea de distensión, de excitación; pero
el fenómeno consiste propiamente en una delectación psíquica o alegría del corazón.
Vinum et musica laetificant cor, dice la Escritura. Esta euforia puede, a su vez, dar
origen a sentimientos más altos, de tipo espiritual, de amistad, de bondad, de buenos
deseos, etc.
Se pueden distinguir, pues, fenomenológicamente, una esfera intermedia entre lo
claramente corpóreo y lo propiamente espiritual. En el ejemplo que dimos son
delectaciones mixtas. Es que el hombre mismo es un mixto y fenomenológicamente se
nos aparece como tal [9].
Algo muy parecido, pero tal vez expresado de forma más directa e inteligible para los
no especialistas vimos que exponía Cardona Pescador:
La estructura vital de la personalidad está integrada por diversas dimensiones
configurativas (orgánica, psíquica y espiritual) que establecen íntimas relaciones de
interdependencia, de tal forma que el daño o deterioro de una repercute
necesariamente, en mayor o menor grado, sobre las otras. Así, un dolor corporal
predispone a la tristeza, y la tristeza, a su vez, induce al hombre a la represión de sus
tendencias espirituales, a modo de replegamiento defensivo y de mecanismo de
autoprotección. En sentido inverso, a una mayor plenitud espiritual se sigue una
distensión física y psíquica que facilita superar el dolor y la tristeza [10].
Organismo jerarquizado
Ahora interesa señalar un extremo de capital importancia… y del que debemos dejar
constancia por pura honradez intelectual.
A saber, que, en contra de lo que en ocasiones se pretende —al iguales todo tipo
de vivencias—, dentro del complejo mundo constituido por las tendencias y por los
sentimientos que giran en torno a ellas, no todo se sitúa a la misma altura ni tiene igual
relevancia. Muy al contrario, existe una jerarquía de naturaleza, incoada ya en la
concepción, pero no vital y definitivamente establecida desde ella, sino fruto de una
conquista, prolongada a lo largo de toda la existencia.
El criterio para descubrir e instaurar tal graduación es la propia naturaleza de la
persona humana, que señala el fin al que esta debe encaminarse y la operación con que
alcanza ese objetivo: el buen amor inteligente, gracias al cual logra la intimidad con las
106
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
personas que constituyen su entorno y, para los creyentes, con Dios, normalmente a
través del trato amoroso con los demás y de un trato directo con Él, en la oración y los
sacramentos.
La consecuencia es relativamente clara. Como lo inferior se ordena a lo
superior, todo cuanto realiza o experimenta el ser humano ha de ser puesto al servicio
del amor… tomando ahora este término en su sentido más noble y elevado: como acto
enraizado fundamental y nuclearmente en la voluntad, mediante el cual, según la
célebre descripción de Aristóteles, se quiere el bien para otro en cuanto otro.
Al respecto, no pueden ser más significativas, justo por subrayar la contraposición a
que aludimos, estas afirmaciones de Cardona Pescador:
Urge restituir al amor su dignidad, y para eso hay que destituir al placer de su
primacía. No amo porque me gusta. Amo porque es amable, porque es bueno, y,
entonces, me gusta. Al amar al otro como otro —no por lo que me da— se obtiene,
además, como consecuencia, el deleite del amor [11].
En idéntico sentido, añade:
Para que la persona no sucumba ante el desamor del otro, a la falta de
correspondencia en el amor, es preciso que el propio amor esté bien fundado y no
radique en un mero egoísmo compartido y coincidente (cosa no rara en ciertos
matrimonios y en ciertas amistades) [12].
Y, todavía:
Teniendo en cuenta que el ser humano no puede realizarse solo, que le es esencial el
amar y sentirse amado, y que el amor es la cualidad que más le dignifica y el desamor
—con mayor razón, el odio— es lo que más le deteriora, a mi juicio la soledad puede
definirse como el vacío existencial del desamor querido o sufrido [13].
Puesto que el hombre es una unidad y, con terminología de Pascal, «para llegar a ser
hombre, hay que ser mucho más que hombre», no nos importa —con pleno respeto a
quienes opinen de otro modo— aducir estas palabras de un santo contemporáneo —
San Josemaría Escrivá—, capaces de orientar toda una vida:
Cuando el amor se apaga, desparece todo lo demás. Porque las virtudes que hemos de
practicar no son sino aspectos y manifestaciones del amor. Sin amor no viven ni son
fecundas. El amor, en cambio, todo lo hermosea, todo lo engrandece, todo lo diviniza.
Por eso, yo no os quiero sin ambiciones ni deseos; alimentadlos, pero que sean
ambiciones y deseos […] por Amor [14].
Y, con idéntico respeto a quienes piensen de otro modo, pero movidos por el influjo
que han ejercido en la comprensión de lo que venimos tratando, parece de justicia
citar aquí, además, unas observaciones de Javier Echevarría:
No es difícil descubrir que el recto uso de la inteligencia ordena amar el bien.
Fijémonos en esas personas con discapacidad que, aunque no lo entendamos, son
también auténtica bendición […] para la humanidad y para las propias familias. Su
inteligencia no es capaz de razonar ordenadamente, pero algo de luz hay en su mente,
pues consiguen agarrarse con confianza y cariño a las manos que con amor los
atienden en sus días. Y sus reacciones, aun acompañadas de gestos quizá bruscos,
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
permiten notar cómo aman, cómo agradecen, cómo necesitan ser amados y amar [15] .
Consecuencias vitales
Como más adelante estudiaremos, desde la perspectiva de la
afectividad aislada esto debería traducirse en:
1. Una clara preponderancia de las emociones, sentimientos y estados de ánimo
propiamente espirituales sobre los respectivos sensibles.
2. Lo cual, a su vez, podría expresarse diciendo que una adecuada educación de la vida
sentimental debe conducir, en condiciones normales, a que:
2.1. El gozo espiritual y supremo de la entrega —resonancia habitual de quien ama a
los otros con olvido de sí—, junto con el deleite que suele acompañarlo en la esfera
sensible,
2.2. … gratifiquen a la persona de forma tan recia y plena, que ayuden a superar sin
excesivo esfuerzo (y, en ocasiones, con muy poco o ninguno) las quejas que se
produzcan en los apetitos sensibles y las que genere el amor de sí anclado en la
voluntad… cuando el bien del otro en cuanto otro implique contrariar la tendencia
natural de estas inclinaciones hacia sus bienes propios, natural o infranaturalmente
egocentrados.
·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Bartolomé Menchén
[1] Hildebrand , Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, p. 62.
[2] «… ipsa anima habet esse subsistens […], et corpus trahitur ad esse eius» ( Tomás
de Aquino, De spirit. Creat., q. un., a. 2 ad 8).
[3] Tomás de Aquino, De ente et essentia, c. 4, núm. 29.
[4] Hildebrand, Dietrich von, El corazón, Ed. Palabra, Madrid 1997, pp. 64-65.
[5] Fabro, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del
alma), Rialp, Madrid 1982, p. 114.
[6] García-Morato, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad,
Eunsa, Pamplona 2002, p. 55.
[7] Noriega , José, El Destino del Eros, Palabra, Madrid 2005, p. 47.
[8] Frankl , Viktor, La idea psicológica del hombre, Rialp, Madrid, 6ª ed., pp. 68-69.
[9] Pithod, Abelardo, El alma y su cuerpo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos
Aires 1994, pp. 158-159.
[10] CARDONA PESCADOR, Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1998, p.
124.
[11] Cardona Pescador , Juan, Los miedos del hombre, Rialp, Madrid 1988, p. 94.
[12] Cardona Pescador , Juan, “El síndrome de soledad (I)”, en Mundo Cristiano,
enero 2000, p. 46.
[13] Cardona Pescador , Juan, “El síndrome de soledad (I)”, en Mundo Cristiano,
enero 2000, p. 40).
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
propiamente instintiva. Para subrayar que en la vida «instintiva humana hay más
«incitación» que «impulsión», prefiere Lersch el término Antrieb al de Trieb [1] .
Con otras palabras: también los apetitos comunes al hombre y los demás animales
adquieren, en uno y otros, caracteres distintos e incluso opuestos
La plasticidad de las tendencias humanas
Para resumir con muy pocas palabras esa radical diferencia, bastaría con recordar
que las tendencias humanas son mucho más plásticas que los correspondientes
instintos animales. O, con expresión más concreta, que en el hombre, esas tendencias
están tocadas por o transidas de libertad.
Como sabemos, existen dos maneras sencillas de advertirlo:
1. Por un lado, semejantes necesidades no se encuentran predeterminadas, en los
distintos sentidos que enseguida expondremos.
2. Por otro, incluso cuando se trate de la necesidad más radical y básica, el varón y la
mujer se hallan a menudo capacitados para atenderla o no, asumiendo la
responsabilidad de sus actos, aun cuando a veces las consecuencias de estos sean
fatales… o, llevadas al extremo, provoquen la misma muerte.
De nuevo como resumen, podría decirse que en los seres humanos, incluso las
tendencias más básicas —conservación individual y específica— están impregnadas de
humanidad
Las necesidades primarias, indefinidas… ¡e indefinibles!
En lo que atañe al primer punto, no resultaría complicado enumerar, al menos en sus
líneas elementales, qué necesita un animal para sobrevivir: comida y bebida, un
ambiente propicio, cierta protección material contra sus enemigos…
1. Un (des)acuerdo inicial
Sin embargo, cuando estudiamos con detenimiento lo que precisan los seres humanos
para mantenerse en vida, nos encontramos con los resultados más asombrosos.
1.1. No solo es que varíen de forma espectacular entre un sujeto y otro a lo largo de los
siglos, en las distintas culturas, o incluso en ambientes muy parecidos del mismo
momento histórico de una misma civilización, entre los componentes de la misma
familia… ¡o en mismo individuo en dos instantes relativamente cercanos de su
biografía!
1.2. Sucede también algo muy significativo y como a caballo de lo anterior: que la
mayor parte de los intentos teoréticos de descubrir y establecer cuáles son esas
exigencias ha fracasado rotundamente.
Sin alejarse de la realidad y de los textos, aunque tratándolos con un punto de ironía y
buen humor, Carlos Llano expone la respuesta que dieron a este interrogante tres de
los más grandes pensadores occidentales, bastante distantes entre sí en el tiempo y en
la forma de concebirla realidad: Platón, Tomás de Aquino y Marx.
Y hay que reconocer que la cuestión tiene su encanto.
En un primer momento, como haría cualquiera de nosotros, Platón
señala tres necesidades perentorias, sin cuya satisfacción el hombre apenas podría
subsistir en este mundo: alimentación, vestido y cobijo.
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
A renglón seguido, contento con su hallazgo, parece que salió a celebrarlo, dando unas
vueltas por la ciudad de Atenas, cuyas calles y plazas —al menos las que él recorrió
entonces— no eran un prodigio de pavimentación y ni siquiera de empedrado (¡o sí!,
depende como se entienda lo de «empedrado»). No extraña, entonces, que en un texto
algo posterior, agregara sin vacilar: alimentos, vestimenta, habitación… y calzado; ¡si
uno quería festejar los grande descubrimientos, parecía imprescindible caminar por la
ciudad sin demasiadas incomodidades!
2. Y el «terrible» etcétera
Pero como se trataba de una persona inteligente, pronto advirtió la alta probabilidad
de que en alguna otra circunstancia se topara con nuevos requerimientos, también
perentorios; y, después de pensárselo bien, complementó el elenco con un «etcétera»…
con el que desistía de cualquier intento de clasificación.
Tomás de Aquino y Marx coinciden con el filósofo ateniense en la enumeración de
las tres exigencias primariamente primarias: alimento, ropa y vivienda.
Y cada uno de ellos añade por su cuenta lo que, al parecer, le dictan sus particulares
circunstancias:
2.1. El rigor de los inviernos alemanes lleva a Marx a incluir entre lo esencial para la
supervivencia nada menos que la calefacción.
2.2. Y Tomás de Aquino, a cuya notable corpulencia aluden sus distintos biógrafos,
considera imprescindible un medio de locomoción equivalente al «600» del españolito
medio de los famosos años 60: un borrico capaz de soportar su peso y trasladarlo de un
lugar a otro.
Pero más significativo todavía es que ni Tomás de Aquino ni Marx se quedan
contentos con estos retoques, por lo que también ellos añaden el tan socorrido cuanto
fatídico «etcétera», cuyo significado más interesante, en este momento, es que no existe
modo alguno de delimitar de una vez por todas cuales son las necesidades que un
varón o una mujer han de tener cubiertas para poder habitar humanamentenuestro
planeta: A + B + C + D + etcétera… es, a los efectos, como no decir prácticamente
nada.
Sumamente plásticas
Plasticidad significa, entonces, que no es posible descubrir cuáles ni cuántas son las
necesidades que corresponden siquiera al instinto de conservación individual, pues
estas varían de forma considerable según las circunstancias; ni tampoco cabe
establecer, por los mismos motivos, cómo se colman las restantes tendencias.
1. No infalibles
Por otro lado, también en contra de lo que sucede en los animales brutos, las
tendencias humanas no se encuentran predeterminadas, por el sencillo hecho de que,
incluso estando a su alcance lo que permitiría colmarlas, el hombre no siempre
descubre cuál es la respuesta adecuada para cada una de ellas.
Dicho con otras palabras, aunque en el niño recién nacido se halle ya presente el afán
natural de supervivencia, ni siquiera a los 2, 3… ó 10 años conoce de manera
automática (hablando con más propiedad: instintiva) lo que le resulta beneficioso o
111
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
está demandando.
2. Conforme va creciendo esa persona, la situación en cierto modo se esclarece, pero
fundamentalmente se enriquece y complica.
2.1. El joven —o el hombre adulto— advierte los síntomas de la sed y del hambre; pero
también, y esto marca ya una distancia insalvable respecto al animal, sabe de
ordinario, gracias a su inteligencia, que esas son señales dispuestas por la naturaleza
para poder dar cumplimiento a una necesidad vital —la de alimentarse, en nuestro
caso—, sin cuya satisfacción no podría seguir en este mundo durante mucho tiempo.
Gracias a semejante saber, puede ingerir alimentos aun sin experimentar hambre, con
el fin de recobrar la salud perdida o no deteriorarla más todavía, incluso cuando la
simple idea de comer le repugne, como en ciertos casos de enfermedad; o engullir
sólidos y líquidos cuando ya está más que harto, por simple glotonería, al margen de
toda exigencia biológica.
Es decir, su inteligencia y su voluntad deciden a qué tipo de tendencias responder
cuándo se han activado varias y reclaman respuestas distintas o incluso opuestas.
2.2. Además, con el tiempo descubre que a la satisfacción material de la necesidad se
encuentra normalmente aparejada una satisfacción formal o deleite y que es posible
disociar ambas realidades y perseguir de manera exclusiva el gozo o placer, aunque no
exista en ese instante el requerimiento físico: lo que logra, bien provocándolo de
manera artificial, bien buscando formas refinadas de darle cumplimiento, más allá de
lo fisiológicamente exigido, etc.
Todo lo anterior manifiesta ya algo fundamental, cuyo estudio reservamos para más
adelante.
A saber:
● Que el conocimiento humano no se limita a ser un medio o instrumento para actuar
correctamente.
● O, con otras palabras, que ese conocimiento tiene un carácter sustantivo, de algo-
que-vale-por-sí-mismo.
De lo que puede inferirse, como más tarde veremos, que en el hombre existe una
tendencia natural a conocer por conocer: al saber estrictamente teorético (o saber por
excelencia) [4] .
Y esto, el que el conocimiento no sea en el hombre un mero instrumento de
supervivencia, sino, al menos en determinados casos, un fin en sí mismo, apunta a
otros rasgos provocados en buena medida por la conexión entre el entendimiento y las
tendencias humanas.
Señalemos algunos.
Y su uso adecuado
1. El ejemplo hasta aquí utilizado —aprovechar una tendencia básica para lograr
deleites ligados a su satisfacción— manifiesta cierta perversión del destino natural de
esas inclinaciones; como se ha apuntado, esto es posible justo porque el conocimiento
humano es superior al de los animales brutos y le lleva a distinguir en casi todas sus
acciones tres elementos: los medios, el fin y las consecuencias de esa actividad.
116
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Algo similar hay que decir respecto al hecho, tan común en buena parte de la
civilización presente, de que el hombre aumente de forma artificial lo que llega a
considerar como exigencias ineludibles para su supervivencia y, en cierto modo, a
transformarlas en ellas: de manera que el no poder colmarlas se experimenta como
una privación tremendamente dolorosa e injusta.
«Dolorosa e injusta», subraya Pithod, precisamente porque ha convertido en
necesidades imprescindibles lo que en modo alguno lo eran:
La frustración es generalmente “relativa a”. Uno se siente frustrado si los demás que
son como uno, tienen auto y uno no. Nuestros referentes en aquella época [se refiere a
la de su juventud] eran gentes como nosotros, más o menos, por lo cual no teníamos
una privación relativa grave. Hoy los muchachos con pocos recursos tienen referentes
ricos, muy distantes, llenos de satisfacciones materiales, es decir provocan más
frustración en los carenciados que la que pudimos tener nosotros. Pero hay otro
fenómeno que contribuye a la frustración. Los marcos de referencia están ahora
constantemente presentes en los medios de comunicación. Es el obsesivo “efecto de
mostración”. La moda, por ejemplo, la conocen hasta los más pobres, y además
alcanza nuestro subconsciente por su omnipresencia, y nos golpea de manera
inevitable. La frustración relativa es hoy más odiosa, más incisiva que nunca [5] .
2. < Mas asimismo cabe, en el extremo contrario, demonizar hasta tal punto la
satisfacción de los requerimientos materiales, a causa del deleite que los acompaña,
que se desemboque en un puritanismo ajeno por completo a la naturaleza y, frente a lo
que con frecuencia se sostiene, a la verdadera religión.
Pues tanto esta como la ética natural llevan:
2.1. A mantener en todo momento la jerarquía objetiva de los bienes y, más en
particular, a no anteponer un simple goce —del género que fuere— al cumplimiento
amoroso de una obligación, que reporta un beneficio para quienes nos rodean o para
nosotros mismos.
2.2. A negarse ciertos caprichos para asegurar en lo posible el dominio de la
inteligencia y la voluntad sobre los apetitos.
2.3. Pero también, con la misma o mayor fuerza, a disfrutar templada y noblemente de
todos los bienes lícitos que Dios ha otorgado al ser humano para contribuir a su
felicidad, agradeciendo de forma expresa esos detalles Paternales.
Lo contrario, esa suerte de «deber por el deber» de corte kantiano, al que hemos
aludido en varias ocasiones —un deber que resultaría maleado en cuanto produjera el
más mínimo gozo—, está muy cerca del protestantismo puritano, inexorable e
inflexible, en lo que tiene de antihumano, antirreligioso y antinatural.
III. Voluntad libre
La misión y el influjo de la voluntad
Lo considerado hasta ahora ilustra el papel del entendimiento en el juego de las
tendencias y, derivadamente, en el conjunto de la vida afectiva.
Los detalles que exponemos a continuación, además de esclarecer ulteriormente estos
mismos aspectos, aspiran a poner de relieve la misión central que en todo ello
117
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
amorosa —y lo más perfecta posible para cada quien— de un Ser supremo y absoluto.
Y que esta suerte de voracidad es capaz de rebasar los dominios intelectuales y
voluntarios y encarnarse asimismo en los apetitos sensibles, que por tal motivo se
tornan en cierto modo también infinitos, precisamente porque la persona humana
posee una vigorosa unidad derivada del único acto de ser de toda ella.
Más aún, lo habitual es que el varón y la mujer confieran ese carácter de infinitud
positiva —propios exclusivamente de las facultades espirituales— a los apetitos
sensibles, y procuren calmar sus aspiraciones de absoluto mediante la acumulación sin
término de actividades o posesiones limitadas: algo parecido a lo que Hegel calificaría
como «el mal infinito».
El tan traído y llevado consumismo, la más clara manifestación de este fenómeno,
constituye por eso, curiosamente, una suerte de prueba a contrario de la presencia del
espíritu en el hombre: ¡ningún animal es consumista, sino que se conforma con lo que
efectivamente necesita o lo que el instinto le lleva a prever que le será imprescindible
cuando no pueda obtenerlo!
2. Pero de todo lo expuesto también se sigue que, en este mundo, nada ni nadie puede
determinar a la voluntad humana a elegir en un sentido o en el opuesto, y a actuar o
dejar de hacerlo como consecuenciade tal elección.
Cosa que no elimina, como es obvio, que el hombre pueda ser obligado externamente a
realizar una acción o a omitirla, e incluso forzado a inclinar casi inconscientemente su
voluntad en un sentido u otro, utilizando medios más sofisticados, que se introducen en
su interior orgánico —sustancias químicas, estimulación eléctrica, etc.— o en
su interior psíquico: publicidad supra- o sub-liminal, información parcial o sesgada, y
tantos otros similares, muy utilizados hoy día.
Lo que nunca puede forzarse es el acto mismo y más propio de la voluntad en cuanto
tal: no cabe obligar a nadie a elegir —que implica libertad— de manera determinada o
no-libre, es decir: a elegir… sin elegir, sin libertad.
También sucede a menudo nuestra voluntad no logra sustraerse al influjo incorrecto,
cuando lo fuere, de los apetitos sensibles (tendencia a la comodidad, a la comida o a la
bebida, etc.) o espirituales (vanidad, soberbia…), y se autodetermine (ahora sí,
libremente, con una libertad limitada) en contra de lo que en principio querría-
desearía… pero de hecho no quiere.
Por fin, en lo que atañe a Dios, baste recordar que, debido a la suma imperfección con
que Lo conocemos en esta vida, tampoco por estas vías Él tiene poder para determinar
nuestras elecciones.
Y, aunque estaría en Sus manos hacerlo cuando quisiera mediante una intromisión
directa en lo más íntimo de nuestra inteligencia-voluntad, sabemos que nunca lo
llevará a cabo por la perfecta congruencia de todo su obrar: habiéndonos hecho libres,
no tiene sentido que no respete —hasta su propia Muerte, como afirma la religión
cristiana— la libertad que Él mismo nos ha otorgado.
B. Capaz de elegir… hasta sus últimas consecuencias
El resultado más notable y sobrecogedor de todo lo apuntado es que, en unión con el
119
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Aristóteles, sino mediado a través del conocimiento, que, bajo el dictado de la voluntad
y sobre la propensión o el horizonte de toda la biografía de cada quien, atiende a
determinadas facetas de una particular situación, mientras pone entre paréntesis las
restantes, con el fin de lograr el objetivo deseado.
A lo que conviene agregar que cuando tal capacidad de transformar los afectos,
tendencias y circunstancias externas desaparece, todo hombre conserva siempre, al
menos, la de adoptar una u otra actitud sobre aquello mismo que no puede modificar.
Es esta una de las ideas centrales de la logoterapia, como bien señala Lukas:
De la actitud que una persona adopta frente a su destino depende casi todo el daño que
este pueda ocasionarle. La actitud interior tiene una enorme importancia. Con una
actitud positiva se puede sacar provecho hasta de la situación más amenazadora,
mientras que, con una actitud negativa, hasta una estancia en el Paraíso puede resultar
insoportable. Hay un chiste que retrata sabiamente esta realidad. En un autobús
atiborrado de pasajeros, una chica le dice a su novio: “¡Es espantoso este gentío!”, a lo
que su acompañante le contesta: “Pues anoche, en la discoteca, lo llamabas
‘ambiente’”. La actitud interior ejerce un poder sobre el bienestar y la infelicidad, las
esperanzas y las expectativas [7] .
Una función ineludible
Antes de concluir este apartado, vale la pena recordar una vez más que bastantes de
los estudios actuales sobre los sentimientos, incluso buenos o realizados con magnífica
intención, tienden a ignorar la relevancia inigualable para la vida afectiva de este nivel
superior: el del espíritu, entendimiento-y-voluntad, con sus respectivos sentimientos y
estados de ánimo habituales.
Y que a menudo falsifican la naturaleza del entendimiento y, sobre todo, de la
voluntad . Esta última se identifica con harta frecuencia con lo que por lo común
denominamos fuerza de voluntad: es decir, se concibe como una realidad fría,
antipática y contraria a la espontaneidad del ser humano, hoy tan valorada; y, por
consiguiente, se la advierte como un factor de opresión y represión y, en fin de cuentas,
como algo nocivo o malo o, por lo menos, muy molesto, de lo que mejor es prescindir.
Así puede verse, por ejemplo, en estas dos citas de un eficiente psiquiatra español,
correctas en lo que afirman, pero parciales y fuentes de error por lo que dejan sin
nombrar:
La voluntad es determinación, firmeza en los propósitos, solidez en los objetivos y
ánimo frente a las dificultades. […] La aspiración final de la voluntad es perfeccionar,
aunque teniendo en cuenta que somos perfectibles y defectibles. Si hay lucha y
esfuerzo, se puede ir hacia lo mejor; si hay dejadez, desidia, abandono y poco espíritu
de combate, todo se va deslizando hacia una versión pobre, carente de aspiraciones, de
forma que surge lo peor de uno mismo [8] .
La voluntad conduce al más alto grado de progreso personal, cuando se ha obtenido el
hábito de hacer, no lo que sugiere el deseo, sino lo que es mejor, lo más conveniente,
aunque, de entrada, sea costoso [9] .
Además de la confusión que implica (voluntad = fuerza de voluntad), y en la que se
121
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
esfuma el acto por excelencia de la voluntad (el amor, raíz de auténtica y genuina
energía), este planteamiento podría llevarnos a educar en el egoísmo, porque sitúa
como meta la propia perfección, en lugar del amor a los demás, e inclina por ello a la
autocomplacencia narcisista, con la tentación de despreciar a quienes no han sido
capaces de igualar nuestros logros.
Por el contrario, nos parece claro que no puede desarrollarse ninguna teoría-práctica
adecuada sobre la afectividad humana sin tener en cuenta e
interpretar correctamente la intervención primordial y, en muchos casos, definitiva, de
los dominios espirituales —entendimiento y voluntad—, concebidos a su vez de una
forma adecuada.
También ahora resultan sugerentes estos juicios de Pithod:
Es evidente que tal concepción [la adecuada, a la que me referiré largamente] de las
relaciones de la afectividad (tomada in toto) y la vida espiritual no ha dejado casi
rastros en la pedagogía hedonista y espontaneísta contemporánea, ni en las psicologías
que le sirven de base. Por esto se ha podido calificar al psicoanálisis freudiano como
una ascética al revés (L. Castellani). Todo regreso al humanismo espiritualista
supondrá una antropología humana, valga la redundancia, que fundamente una nueva
ética, ni materialista ni idealista. La síntesis de la antigua sabiduría con los aportes de
la psicología contemporánea (y de otras ciencias del hombre) está muy lejos de haber
sido hecha [10] .
IV. Dotación genética y afectividad
Según anunciamos, esta segunda visita al mundo afectivo presenta, entre otras, la
novedad de un planteamiento en parte cronológico o diacrónico. O, con otros términos,
atiende a la constitución y desenvolvimiento del organismo afectivo en el tiempo, hasta
alcanzar alguna de las múltiples configuraciones que presenta en los seres humanos ya
adultos.
Pues bien, aunque solo sea porque compone el inicio y lo más básico y previo en el
desarrollo de una vida humana, entre los elementos que intervienen en la
conformación y despliegue de la afectividad es preciso señalar el papel y los límites de
lo que hoy conocemos como dotación genética.
A lo que hay que agregar, de inmediato, que los genes representan simultáneamente el
primer principio de similitud y de diferencia entre los distintos hombres.
1. De semejanza, porque prácticamente todos los individuos dotados de naturaleza
humana poseen una carga genética similar, que es justo la que los convierte en
representantes de tal especie.
2. Y de radical diferencia, porque cada uno de los integrantes de esa especie —me
parece más oportuno hablar de naturaleza— goza de una dotación genética única o
irrepetible, que lo diferencia ya en el punto de partida de todos los demás [11]
Como conclusión, la diversidad de genes origina la primera diferencia entre los
distintos varones y mujeres.
Asumible por el alma espiritual
Sea como fuere, todavía presenta mayor interés insistir en que justo la concreta
122
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
dotación genética del ser humano (en cierto modo comparable a la materia organizada
aristotélica) incluye o reclama, por expresarlo de un modo relativamente inteligible, su
asunción por el alma espiritual, de la que deriva, para todo el individuo, la condición
de persona.
Con palabras ya conocidas: no hay cuerpo humano sin alma humana
ni tampoco podría comenzar a existir un alma humana sino en el cuerpo
correspondiente.
No se trata, por tanto, como a veces se interpreta, de que a la materia pre-establecida y
conformada ya como humana le advenga un alma espiritual que hace de ella un cuerpo
humano-personal: sino que, justocuando, como fruto y resultado de la unión íntima
entre los esposos, se produce la fecundación, es creada el alma espiritual ya como
forma de ese cuerpo o, mejor, de toda la persona.
Además, en y desde ese mismo instante, es el alma-forma, con el correspondiente acto
de ser, quien confiere a todo el individuo su condición humana y personal, superando
con mucho los caracteres que hipotéticamente provendrían de la simple dotación
genética.
No determinista
Pero todavía más importante es el corolario que se sigue de todo lo anterior. A saber,
que, en virtud del carácter espiritual —y no solo inmaterial— de nuestra alma, la
precisa y absolutamente singular dotación genética de cada sujeto humano de ningún
modo puede ser determinante-determinista respecto a su desarrollo y a su
comportamiento, frente a lo que sucede, en principio, entre los animales y las
realidades inferiores.
En radical oposición a lo que estuvo de moda hace algunos años y todavía opera en
ciertos ambientes, y aunque sin duda influyan en el comportamiento, los genes no son,
por acudir a ejemplos que encendieron fuertes polémicas, la causa de que este
individuo haya violado a aquella chica o aquel otro sujeto sea un cleptómano, un
drogadicto, etcétera.
El alma espiritual, que no se limita a informar y conformar el cuerpo, sino que lo
trasciende y hace posible el conocimiento intelectual y el querer libre. Y, por
semejantes motivos, revoluciona —o puede revolucionar, dentro de ciertos límites—, la
presunta determinación inicial establecida por los genes.
Ciertamente, la dotación genética constituye un punto de partida y lleva consigo
concretas inclinaciones individuales y caracterizadoras, que resultan —hasta cierto
punto, y en algunos aspectos— condicionantes: lo que, en sentido amplio,
llamamos temperamento.
Mas, gracias a su libertad y dentro de las fronteras respectivas, cada persona humana
no solo es capaz de conocer y asumir esas condiciones ineludibles, sino de ir mucho
más lejos y re-conformar una y otra vez su propia realidad: de modificarla —
mejorándola o empeorándola—, o, al menos, en última instancia, de habérselas con
ella de muy diversos modos.
Con lo que llega a convertirse, en el sentido más propio de la expresión, en causa de sí
123
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
misma: en causa sui, que decían los clásicos latinos, en la estela de Aristóteles.
Así lo expone Caffarra:
Con la reflexión sobre la voluntad, entramos en el “corazón” mismo de la persona:
nada es más íntimo, más interno a la persona que la voluntad en cuanto facultad de los
actos libres. El acto libre es el acto de la persona en sentido eminente; todo otro acto es
de la persona en tanto en cuanto que es imperado por la voluntad libre. Mediante el
acto libre la persona se genera a sí misma: llega a ser padre-madre de sí misma[12]
El hombre —¡cada mujer y cada varón!— acaba siendo, en definitiva, lo que
libremente ha querido ser. Apoyado en el supuesto biológico que recibe de sus padres,
cada varón o mujer va estructurando su propia personalidad, sobre todo gracias a sus
elecciones libres.
Algunos testimonios científicos
¿Pruebas de uno y otro aspecto?
Según afirma un excelente psiquiatra español, A. Polaino-Lorente, la marca
genética inmodificable no determina el desarrollo de la persona en cuanto tal… porque
la persona no se reduce a biología:
Una vez producido el parto, las hormonas ya no dirigirán el comportamiento ni la
mayoría de las facultades y funciones de la persona, sino que lo hará el sistema
nervioso central, previamente diferenciado. Esa modalidad en que cada persona está
constituida, que tiene un sello genético inmodificable, no nos puede hacer suponer que
estamos ante un determinismo biológico irrenunciable e inmodificable, por la sencilla
razón de que la persona humana no es pura biología [13]
A su vez, Pithod sostiene la existencia de determinismos en el plano biopsíquico, que
no determinan, sin embargo, el desarrollo propiamente personal, en el que la última
palabra corresponde a la libertad.
1. En primer término, en lo que atañe a la importancia de lo biopsíquico:
… nuestra visión del hombre incluye lo biopsíquico como un aspecto esencial del
mismo. Más aún, el hombre no está solo condicionado por él sino sometido a
verdaderos determinismos en ese nivel. Esta concepción de la hominidad […] estará
presente a lo largo de nuestra exposición. Bios y psique conforman una unidad con lo
espiritual [14]
2. Después, a su alcance… y a sus límites:
La vivencia de los valores espirituales y la resonancia que estos hallan en la persona
dependen en alguna medida del sustrato biopsíquico de la misma. Desde el sentimiento
de culpa a la adhesión o repulsión afectiva frente a valores morales, la experiencia
moral está en relación con el trasfondo endotímico de la persona y con los "fantasmas"
imagino-afectivos que la pueblan. Cegueras y sorderas morales […] pueden tener una
base biopsíquica. Si hay algo impenetrable e íntimo en la persona es el modo de
vivenciar los valores objetivos. Aquí el "no juzguéis" evangélico alcanza una
dimensión relevante de su sentido.
En efecto, desde el temperamento, según la disposición del sistema neuro-endocrino,
pasando luego por la positividad o negatividad de los "fantasmas" afectivo-
124
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Súper-yo, o bien como un producto cuyos factores son: instintos, herencia y mundo
entorno; este producto no es un hombre, sino un homúnculo [18] .
2. Añade que, para superar esa visión estrecha y degradante, es necesario recuperar la
libertad y la responsabilidad correspondientes, ancladas ambas en los dominios del
espíritu:
Por otro lado, difícilmente se puede superar la patología del espíritu del tiempo,
la neurosis colectiva de la humanidad si no es apelando a la libertad y al sentido de
responsabilidad; mas a lo largo de varios decenios se ha venido predicando que el
hombre no era más que un producto de la herencia y del medio ambiente, y por eso
mismo es necesario apelar de una vez a la libertad y al sentido de responsabilidad[19]
3. Y concluye que solo una concepción teorética [«doctrinal», según su terminología]
que, venciendo múltiples oposiciones, haga justicia a la grandeza del ser humano
podrá poner remedio a la infelicidad [«frustración existencial», de nuevo en su
lenguaje propio] que afecta actualmente a tantos varones y mujeres:
Hace ya tiempo que la Psicoterapia se ha contaminado de la neurosis colectiva que
aflige a la humanidad, de esa neurosis colectiva —cada vez más difundida— que
encontramos a cada paso bajo la forma de la frustración existencial del hombre
moderno. Y la humanidad tomó el desquite haciéndose cómplice de su neurosis
colectiva; mas una Psicoterapia solo podrá enfrentarse con la frustración existencial,
con el nihilismo de la vida, en el momento en que se libere del nihilismo doctrinal, de la
concepción homunculística del hombre [20]
4. Todo lo cual trae a la mente unas palabras de Schelling, citadas a menudo:
... el hombre se torna más grande en la medida en que se conoce a sí mismo y a su
propia fuerza. Proveed al hombre de la conciencia de lo que efectivamente es y
aprenderá inmediatamente a ser lo que debe; respetarlo teóricamente y el respeto
práctico será una consecuencia inmediata [...] El hombre debe ser bueno teóricamente
para devenirlo también en la práctica [21]
V. La formación biográfica de la afectividad
Como hoy sabemos, la educación del ser humano comienza prácticamente desde su
misma concepción y, hasta cierto punto, desde mucho antes: pues recibe, entre otros, el
influjo de lo que los esposos son en el momento de contraer matrimonio y, ya casados,
del modo como actúan hasta que conciben a cada hijo y durante el resto de su
existencia.
Todo lo cual es a su vez, muy especialmente, fruto de la libertad de los cónyuges, que
han elaborado su semblanza personal y conyugal también como respuesta a la
ascendencia de sus propias familias, culturas y un casi inabarcable etcétera, al que
enseguida volveré a referirme.
Aunque solo fuera por la belleza de las expresiones, y por romper un tanto el ritmo de
la exposición, valdría la pena transcribir estos versos de Miguel Hernández, que
proyectan en la totalidad del tiempo humano —en La Historia— la unión viva de los
esposos:
Para siempre fundidos en el hijo quedamos: / fundidos como anhelan nuestras ansias
127
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
organizado de tal modo que lo que hemos sentido, pensado, aprendido, querido y
experimentado desde nuestra primera infancia se hunda en una región profunda del
inconsciente y solo una parte mínima de nuestro pasado sea consciente, esto es, se halle
presente en las representaciones del recuerdo [24] .
Para concluir que, no obstante, todo cuanto hemos hecho o nos ha sucedido incide
eficazmente en nuestra vida actual.
… y el futuro
Mas, igual que Hernández, aunque con otra óptica, Lersch señala la importancia del
futuro en cada uno de los actos del ser humano. Se trata, también ahora, de una
realidad asequible al análisis fenomenológico y, por consiguiente, a cualquiera que
reflexione sobre el despliegue de su existencia:
Al igual que el pasado, el futuro, por su parte, está contenido en la actualidad de la
vivencia. Todo presente vivido es anticipación del futuro. Esto es cierto en la medida
en que cada momento de la vida anímica está entretejido por la dinámica y la temática
de la tendencia que se dirigen hacia la realización de un estado todavía no existente y
que constituye una constante en la dirección y configuración de la vida. Así, pues, la
vivencia presente implica siempre un preludio, una búsqueda anticipada [25]
En el ámbito filosófico, han concedido especial importancia a esta dimensión
estrictamente humana muchos y grandes autores, también contemporáneos, casi todos
ellos tras las huellas de Heidegger. Señalemos, entre los más cercanos, a Marías, que
caracteriza al hombre como un ser futurizo, y a Polo, una de cuyas propuestas de
fondo consiste en futurizar el presente.
También los psiquiatras han tematizado el carácter intrínsecamente temporal del
varón y la mujer. Pero con matices diversos, hasta llegar a la estricta contraposición.
Y así, Freud y sus seguidores, dotan de especial relieve al pasado, sobre todo en las
primerísimas etapas. Un pasado conservado en el subconsciente, que determinaría
buena parte de las actuaciones y, más que nada, de los conflictos y los traumas del
sujeto, que de este modo acabaría por no ser responsable de sus actos.
2. Por el contrario, la logoterapia se desentiende de ese pasado remoto, e intenta que la
persona responda a las solicitaciones del presente y del futuro desde la parte más sana
de sí misma —el espíritu—, poniendo en juego los resortes de su libertad.
Elementos que la conforman
En efecto, como exponen intensamente las palabras del poeta, habría al menos que
apuntar que en el despliegue de una personalidad se entrecruzan:
1. El punto de partida: la genética, que podríamos calificar como condiciones físico-
psíquicas iniciales o temperamento.
2. La educación, en su acepción más amplia.
3. Y, sobre todo, el sinfín de decisiones personales y, por tanto, libres que ese individuo
va adoptando con el pasar del tiempo, a medida que crece y se despliega.
Son muchos los ejemplos que ponen de manifiesto, por un lado, que la peculiar
constitución psico-física de un individuo insinúa ya por sí misma un sentido o dirección
para su posterior desarrollo.
129
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Pero que, tanto o más que esas condiciones de partida, interviene en su éxito o fracaso
futuro la educación y los demás influjos recibidos, sobre todo en sus primeros años de
vida.
Y que, con relativa independencia de lo anterior, el factor determinantemente
determinante es justo la libertad personal, que debe tener en cuenta la situación en que
se encuentra, con todos los elementos de relieve, pero que casi siempre resulta capaz de
superar condiciones incluso muy precarias, en ocasiones haciendo un uso estratégico
también de los propios déficits.
Además de lo que nos enseña lo mejor de la neurología contemporánea (pienso, entre
otros, en los magníficos estudios de Sacks) y también lo más excelente de la psiquiatría
(ahora me vienen a la memoria, entre muchos, los ensayos de Frankl, de Lukas y de
Cardona Pescador), lo que llamamos conversiones o rectificaciones radicales de toda
una vida, constituyen pruebas palpables del alcance de la libertad humana.
Aunque matizaríamos algún extremo, transcribimos, como estupendo resumen de lo
visto, otras palabras de Frankl:
Hay determinismo dentro de la dimensión psicológica y hay libertad dentro de la
dimensión noética [o espiritual], la cual se definiría como la dimensión de los
fenómenos específicamente humanos. [...] Por tanto, la libertad es uno de los
fenómenos humanos. Pero también es un fenómeno demasiado humano. La libertad
humana es libertad finita. El ser humano no está libre de condiciones, sino que solo es
libre de adoptar una actitud frente a ellas. Pero estas no lo determinan
inequívocamente, porque, al fin y al cabo, le corresponde a él determinar si sucumbe o
no a las condiciones, si se somete o no a ellas. Es decir, hay un campo de acción en el
que el ser humano puede elevarse sobre sí mismo y levantar el vuelo hacia la
dimensión humana por excelencia [26]
Y añadimos estas de Lukas, que en parte completan las precedentes:
La logoterapia ha dado la vuelta a la antigua pregunta determinista de cómo se
establecen de antemano los actos y sentimientos de una persona, y ha preguntado de
dónde viene ese resto de indeterminación que no debe eliminarse y que persiste incluso
en situaciones de necesidad y enfermedad. Y su respuesta es que proviene de la
dimensión noética. Gracias a ella, el ser humano es capaz de obstinarse frente a su
destino, distanciarse de su estado interno, ofrecer resistencia a sus circunstancias
externas o aceptar heroicamente sus límites. En el plano psíquico no existe realmente
tal libertad: nadie puede elegir su estado anímico. Los miedos, la ira y los sentimientos
instintivos no se pueden destituir; los condicionamientos no se pueden anular; no
podemos escabullirnos de las formaciones sociales preestablecidas ni levantar las
barreras de las aptitudes. Quien reduce lo espiritual a lo psíquico, como hace el
pandeterminismo, despoja al ser humano (al menos teóricamente) de su propia
responsabilidad y lo abandona a su destino [27]
Una peculiar estructuración
En cualquier caso, la múltiple interacción de elementos sucintamente presentados va
generando a lo largo de cada biografía:
130
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
de ella, por cuanto por fuerza van acompañados de la conciencia expresa de que, para
alcanzarlos, cualquier ser humano requiere siempre de la ayuda de otras personas: de
los amigos, en el sentido más amplio y hondo de este término, y, en el caso de los
creyentes, del auxilio de un Dios que todo lo puede, en la medida en que se le permite
intervenir en la propia vida.
Magnanimidad: grandes ideales
Aunque probablemente volvamos sobre este punto, conviene dejar ya constancia del
alcance primordial de lo que se acaba de sugerir: los grandes y magnánimos
propósitos, más cuanto más los hemos interiorizado y universalizado, configuran el
conjunto de nuestro obrar y cada uno de nuestros actos; pero, además y sobre todo, en
ellos y con ellos, tales metas van confiriendo el temple definitivo al conjunto de nuestro
ser, incluida la afectividad.
Con palabras de Wadell:
Nos hacemos personas de una clase u otra a través de nuestras intenciones, ya que ellas
no solo dan forma a nuestras acciones, sino también a nuestras personas. Estamos
marcados por las intenciones, por aquello que continuamente estamos deseando. […]
La intención de un acto le da una cualidad especial, lo identifica, pero, cuando
actuamos, la cualidad que identifica al acto se convierte en un rasgo que se atribuye a
nuestro yo; la intención que da forma al acto también da forma a la persona que actúa,
las dos cosas están íntimamente conectadas. Aunque esto pueda parecer exagerado, es
lo que explica por qué nos convertimos en lo que hacemos [28]
Más de una vez hemos explicado que el sentido más hondo del
término responsabilidad camina por estas veredas: sin poder evitarlo, todo nuestro
ser responde a las acciones que vamos realizando.
Por eso, quien reitera los actos de generosidad, se está haciendo generoso; quien se
esfuerza por sonreír, incluso en los momentos de cansancio o aridez, se convierte en
una persona cordial y afable; quien, por el contrario, acostumbra a responder con
acritud, se torna un malhumorado, etc.
Y esto se cumple de una manera muy particular y honda con las magnas actitudes de
fondo, capaces de orientar toda una vida.
Desde el punto de vista psíquico, la cuestión se advierte también por contraste,
considerando lo que sucede a quienes carecen de metas que den sentido a su caminar
por este mundo. Holmer lo resume así:
… se avecina una tragedia cuando una persona no aprende lo que toda persona
finalmente debe aprender: unos deseos poderosos y persistentes. Al contrario de los
animales cuyos deseos son innatos y por naturaleza, las personas tienen que invertir
tiempo en descubrir qué son sus propios deseos. Y si uno no desea lo que es esencial y
necesario —por ejemplo, ser moral, ser inteligente e informado más que ser estúpido,
o, incluso estar sano más que estar enfermo— entonces, le falta gran parte de lo que es
una persona […].
Ciertamente se encuentra muy apurada la persona que a la edad de cincuenta o
sesenta años tiene que decir: “Yo nunca supe lo que quería”. Porque ese estado
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
describe una vida sin sentido y sin significado, ya que no saber lo que quieres te deja
sin dirección, sin rumbo [29]
En resumen, las intenciones, fines, propósitos o ideales que guían los distintos
comportamientos de un individuo son también un factor de enorme importancia en la
estructuración de su personalidad.
VI. Educación y afectividad
Como es patente, los elementos del subtítulo recién enunciado no son ajenos a los que
hasta ahora se ha venido apuntando. Por eso, antes de desarrollar este apartado, nos
gustaría hacer un par de puntualizaciones, no por obvias, y ya dichas, menos
necesitadas de un recordatorio.
Insistiremos, en primer término:
1. En que ninguno de los factores antes referidos es estable, inmutable, unidireccional
ni mecánico, sino que se halla profundamente embebido de espíritu y libertad.
2. Y que, por tanto, en condiciones normales, la libertad constituye la causa última y
más radical del desarrollo y/o de las contrahechuras que introduzcamos en nuestro
ser.
Ya advertimos que la dotación genética, aunque sea la que es, imposible de mudar, no
determina, en la acepción más fuerte de esta expresión, el posterior desarrollo de un
individuo.
En conexión con toda la persona y todo su entorno
Asentado lo cual, importa dejar claro que existe un entrecruzarse y un influjo mutuo
de los elementos en cuestión. Una interacción recíproca que lleva a que en cada
instante de nuestra historia, en las grandes decisiones y en las menudas, se parta de un
estado concreto y único, en el que los sentimientos y el tono vital revisten gran interés,
pues a veces su influjo es de hecho —contra lo que la propia naturaleza del hombre en
cierto modo reclama— muy superior a los del entendimiento y la voluntad.
Y, como veremos, importa mucho —¡todo!— aprender a sacar partido a ese estado en
particular, sin añoranzas ni utopías sobre lo que uno hubiera podido ser, que no suelen
pasar de simples escapatorias semiconscientes y condenan a menudo a la inacción.
Para comprender esa interacción, conviene insistir en algunos extremos:
1. Antes que nada, y con plena conciencia de estar repitiéndonos —en parte para
contrarrestar la insistencia carente de argumentos con que se afirma lo contrario—,
que la dotación genética y el desarrollo biológico de cada individuo no determinan
ninguno de los resultados, al menos en lo que afecta al carácter, al tono de la
afectividad y a su mayor o menor peso en la existencia, al triunfo o fracaso conyugal,
en el trabajo, en la vida social…, aunque influyan, e incluso notablemente, en todos
ellos.
1.1. Que esto es así, porque la educación familiar y la escolar, mutuamente imbricadas,
inciden con enorme vigor sobre los elementos biológicos y temperamentales y los
modifican, pero, a la par, se apoyan por fuerza en ellos.
1.2. Que, como fruto de ese interactuar múltiple, se va produciendo una sedimentación
biográfica no siempre consciente, que compone la plataforma de base a partir de la
134
Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
que cada cual obra, y en la que algunas experiencias o sucesos, sobre todo de la
infancia, resultan más definitivos que otros, sin más concesiones al psicoanálisis de las
que hay que hacerle, que a menudo implican matices y correcciones.
2. Asimismo, interesa ahora señalar que tampoco cabe atribuir la responsabilidad de
nuestros actos al influjo de la cultura ambiental o de la educación no
institucionalizada, aunque tales influencias resulten cada vez mayores en el mundo de
hoy.
2.1. Y nos referimos a factores espacialmente inmediatos, como las costumbres que se
observan en la vida cotidiana del propio entorno.
2.2. Y a los geográficamente más lejanos, como el modo de vida de otros países, incluso
muy apartados, que marcan incluso con más vigor las pautas de comportamiento,
sobre todo a determinadas edades.
Los dos tipos de estímulos se cuelan hoy en cualquier hogar, si es que no se los invita a
que entren y se acomoden, sobre todo a través de los media y de las modernas
tecnologías unidas a la informática.
Al respecto, considero oportuno recordar algo que hemos desarrollado por extenso en
otros lugares.
Precisamente en virtud de lo señalado, es menester incrementar activa y
conscientemente, con el vigor y el tesón necesarios, el temple y los contenidos de
nuestra vida familiar.
¿Por qué? Porque el peso del ambiente en cada uno de los hogares —en el propio
matrimonio y, de manera derivada, en los hijos— resulta inversamente proporcional
al que ejerza la propia familia, y muy en particular los padres: sobre todo, el padre,
que fácilmente pone entre paréntesis la relevancia de su presencia ante los hijos y se
desentiende de esa tarea.
La consecuencia no podría ser más clara: cada uno de nosotros hemos de procurar
llenar de ideales, valores, actividades, entretenimientos y, en definitiva, de amor, la
propia familia y el propio hogar. No solo ni especialmente en lo que atañe a los hijos,
sino, de manera muy particular, al respectivo cónyuge. Pues, como enseña la
experiencia, si no se mima día a día la relación con el esposo o esposa, se están
poniendo todos los medios para que el matrimonio desemboque en un rotundo fracaso
y arrastre en su caída al resto de la familia.
2.3. Por otra parte, de acuerdo con lo que apuntamos, al hablar del ambiente o cultura,
se apela también a la dimensión temporal, al modo de vivir actual y pretérito: pues el
conocimiento de la Historia, lo mismo que el de otros lugares o costumbres, puede muy
bien corregir los déficits o resaltar por contraste los logros del momento presente.
Y todo esto influye en el comportamiento de las personas pero nunca lo determina. Es
uno de los asuntos en los que más insiste Lukas, incluso en los casos, aparentemente
desesperados, de neurosis.
Otra vez la libertad
Bosquejado lo anterior, y antes de proseguir, reiteramos conscientes, por enésima vez,
el principio maestro o la convicción clave. A saber, que: por encima de los factores
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
indicados hasta ahora —la dotación biológica, por un lado, y el influjo educativo-
cultural, en el opuesto—, lo determinante para el despliegue afectivo sigue siendo el
desarrollo y el ejercicio del entendimiento y la voluntad, es decir, de la libertad.
De nuevo el binomio Frankl-Lukas permite perfilar la cuestión:
Los extremos crean sus propias limitaciones. El determinismo que ha dominado el
pensamiento psicológico por más de medio siglo, está siendo cuestionado. El más
importante entre aquellos que cuestionan, está el psiquiatra vienés Víktor E. Frankl,
que va más allá de la psicología profunda y del conductismo. Él considera la dimensión
del espíritu humano, más allá de todas las interacciones psicofísicas y psicológicas. El
espíritu humano, por definición, es la dimensión de la libertad humana y, por lo tanto,
no está sujeto a leyes deterministas.
Libertad es una palabra a menudo mal empleada. Para evitar malas interpretaciones,
Frankl no habla de libertad de algo, especialmente no de condiciones (nadie está libre
de sus condiciones físicas o psicológicas), sino de libertad para algo, una actitud
libremente tomada hacia estas condiciones. Él refuerza la actitud de “a pesar de”,
nuestra elección de respuesta al destino.
Aquí se da una base para consolar y ayudar a la gente, sin importar cuán inescapable
sea el sufrimiento. Solo venciendo el determinismo es posible consolar; esto se hace al
reconocer la dimensión del espíritu humano [30]
VII. La voluntad-inteligente, clave de todo el entramado
El peculiar «modo de ser» de cada persona
Resumiendo lo visto bajo un prisma un tanto diverso, cabría sostener que los
elementos aludidos en los párrafos que preceden van cristalizando o se posan a modo
de hábitos y costumbres, de distinto alcance y profundidad y estabilidad, dando como
resultado personalidades que se inclinan hacia algunos de los polos del tipo: pesimista
u optimista, confiado o suspicaz, superficial o profundo, autónomo o influenciable,
soso o bullanguero, sociable o huraño…
Para lo que nos atañe, este modo de ser facilita o dificulta las acciones concretas y el
manejo de los estados anímicos y de los sentimientos momentáneos, de tanto alcance
para la vida vivida y para la comprensión de la persona humana.
A. Sus componentes… desde otra perspectiva
¿Cuáles son los integrantes básicos de ese peculiarísimo modo de ser? Como
complemento a lo ya expuesto, cabría afirmar que, para cada individuo, todos ellos
cristalizan en la existencia de:
1. Una constelación de bienes, extremadamente diversos y de muy distinta densidad, a
los que cada cual es más sensible, en virtud del desarrollo y configuración singulares
de las respectivas tendencias.
Como ya vimos, precisamente en cuanto se refieren a cada sujeto particular y ejercen
mayor o menor influjo en él, tales bienes suelen llamarse valores.
Y también quedó apuntado el papel sin igual que en cualquier existencia humana
desempeñan la presencia o ausencia de esos ideales y la calidad de los mismos.
2. Una mayor o menor capacidad de responder a esos bienes concretos, con exclusión
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
imposible que, sin contar con una formación metafísica más que mediana, alguien
entienda lo que sigue, a no ser que precedan algunas explicaciones introductorias.
Dos naturalezas y un solo ser
De ahí que, de entrada y como punto de partida, nos permitamos sentar dos o tres
supuestos, contenidos tal vez magistralmente en la audaz y un tanto
figuradaobservación de Tomás de Aquino que sostiene que:
1. En el hombre «con-viven» dos naturalezas contrarias…
2. Actualizadas por el mismo y único acto de ser.
Con otras palabras. Para el sujeto humano, la unidad se encuentra de parte del ser,
mientras que en lo relativo a su esencia (a sus esencias, cabría decir, aunque la
expresión es bastante impropia) predomina una clara oposición:
El hombre es (resultado) de dos naturalezas contrarias, una de las cuales viene alejada
de la otra (literalmente: retraída) por su cuerpo: homo est ex duabus contrariis
naturis, quarum una retrahitur ab alia a suo corpore [1] .
Pienso que este aserto, tomado en toda su radicalidad, compone una ayuda insuperable
para llegar hasta el núcleo del tema que nos ocupa y de muchos otros que no hacen
tanto al caso, pero gozan también de extrema relevancia.
Dejando para otro momento la fundamentación y la exégesis de tan densas
convicciones, nos limitaremos a llevar casi hasta sus últimas consecuencias uno de los
muchos aspectos de la contrariedad que opone la naturaleza espiritual a la sensible.
Un enfrentamiento relativo
Para lo cual, resulta muy oportuno advertir que los contrarios, aun cuando de hecho
convivan en un mismo género o en idéntico sujeto, se enfrentan entre sí de una manera
radical: pues, en el ámbito que corresponde a este tipo de oposición, lo que puede
afirmarse de uno debenegarse del otro; y, además y por tal motivo, uno de ellos se
configura siempre como superior y el otro como inferior.
Vamos, pues, con los supuestos.
1. Primero : la persona humana es una y obra o actúa unitariamente en función del
único acto de ser que el alma da a participar al cuerpo.
2. Segundo: de por sí, la naturaleza sensible se opone —al modo de los contrarios— a
la de rango espiritual, de la que deriva para el hombre entero su condición de persona.
3. Y también se enfrentan sus facultades respectivas: la inteligencia y la voluntad, para
el espíritu; y los sentidos internos y externos y los apetitos correspondientes, para la
sensibilidad.
4. Corolario :en el plano de la naturaleza, que no en el del ser, las diferencias entre las
potencias exclusivas del alma humana —las espirituales— y las que pertenecen al
compuesto —las psico-sensibles— se oponen recíprocamente, dentro de su propio
género, como lo afirmativo y lo negativo, como el síy el no, como lo superior (origen de
la condición personal) y lo inferior (causa de que semejante persona, sin dejar en
absoluto de serlo, posea a su modo los rasgos propios del animal).
2. Inteligencia, voluntad y sensibilidad
Lo cual, con palabras algo menos crípticas, aunque inicialmente difíciles de aceptar,
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
mío en cuanto mío; mientras que la voluntad sí que se endereza hacia lo bueno como
tal o, lo que es lo mismo, al bien para los demás o para sí mismo en cuanto otro, como
más de una vez he explicado.
Con expresión clara y decidida sostiene Caffarra:
A diferencia del espíritu, la sensibilidad es siempre utilitarista o hedonista: solo
percibe al otro en su papel utilitario o placentero. Esta característica constituye una
limitación natural de la sensibilidad [2] .
Y, de forma aún más tajante, me atrevería a proseguir: el bien de una tendencia
sensible deja de ser bueno cuando lo es en exclusiva para esa inclinación, pero no para
el conjunto de la persona. Es decir: si elpara-sí de lo bueno, relativo por naturaleza,
llega a convertirse en absoluto, deshace o elimina la índole de bien.
Algo similar, aunque no idéntico, a lo que sostiene Millán-Puelles, con la agudeza y
finura que lo caracterizan:
También el animal irracional apetece su propio bien privado y, aunque de hecho sirve
al bien común, no lo apetece como bien común, porque le falta la capacidad de
concebirlo. Por consiguiente, cuando un hombre sirve de hecho al bien común, mas no
por estar queriéndolo como algo comunicable a otras personas humanas, sino tan solo
en función de su bien propio, se produce el fenómeno de una cierta animalización del
ser humano, la cual no por ser libre deja de rebajar a quien la hace [3] .
Querer y no querer el bien
Cosa que, paradójicamente podría expresarse afirmando que, de nuevo con el máximo
rigor y aunque resulte chocante:
1. Los apetitos sensibles no tienden propiamente al bien, sino a lo suyo, a lo que les fala
y conviene; por eso, más que de lo bueno se habla a menudo de lo conveniente,
teniendo la expresión por conveniencia un cierto regusto peyorativo.
2. Al paso que la voluntad sí inclina, en principio, al bien en cuanto bien, aunque desde
puntos de vistas parciales y limitados no convengan a la persona en determinado
momento y circunstancias.
Conclusiones relativamente obvias y, no obstante, muy maltratadas en la historia de la
humanidad y del pensamiento:
2.1. Los apetitos sensibles aspiran a lo que les conviene y, si es el caso, modifican la
realidad que tienen ante sí de acuerdo con la propia disposición (de los apetitos); la
voluntad, por el contrario, tiende al bien-como-es-en-sí y, de resultas, goza de la
notabilísima capacidad de adaptarse al bien real y objetivo, a la voluntad (buena) del
ser amado y, en utilísima instancia, a la Voluntad de Dios, que siempre es Buena,
aunque a menudo se presente de modo que no comprendemos o nos contraría.
2.2. El bien en cuanto tal es siempre común y por eso, justamente, puede equipararse
al bien-del-otro-en-cuanto-otro; y, por idéntico motivo, no puede existir oposición
alguna entre el bien común (de cada uno de todos) y el bien propio (de cada uno de
todos).
2.3. Como consecuencia, cuando el bien propio se transforma en privado —con la
carga de exclusividad que damos ahora a este término: de cada
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
uno sin todos, sin ningún otro—, no solo deja de ser común, sino que, más
radicalmente, decae de su condición de bien.
En resumen, la voluntad tiende al bien de la persona en cuanto tal, mientras que los
apetitos sensibles inclinan hacia algo que, para el conjunto de la persona, puede
resultar o beneficioso o dañino.
Satisfacer una carencia o difundir la propia bondad
Una manera complementaria de advertir la oposición entre apetitos sensibles y
voluntad, y la superioridad de esta respecto a aquellos, consiste en poner de relieve
algo ya sabido, pero cuya importancia no cabe exagerar: que los apetitos tienden a
asimilar y hacer desaparecer su bien, en tanto que la voluntad, cuando actúa de la
manera que le es más propia y radical, la que corresponde a la persona en
cuanto persona, aspira a difundirlo; con lo que los apetitos sensibles hacen que un
bien disminuya o se esfume, mientras que la voluntad provoca que un bien crezca y se
amplíe.
Si, según afirma con plena corrección el clásico adagio, el bien es difusivo de suyo, de
nuevo se torna claro que:
1. Solo la voluntad es capaz de referirse al bien en cuanto bien, puesto que su tendencia
primaria y fundamental es la de amar, inclinando a la persona a difundir sus bienes y,
en fin de cuentas, a entregarse ella misma; desde tal punto de vista, cabría
denominarla centrífuga.
2. Por el contrario, los apetitos —al margen de la voluntad que los endereza— tienden
naturalmente, no solo infranaturalmente, a apropiarse y consumir y hacer desaparecer
lo que les resulta conveniente, aunque en sí mismo no sea bueno (que, en muchas
ocasiones, sí que puede serlo) ni, como consecuencia, difusivo: y, por lo mismo, pueden
calificarse como centrípetos.
Con lo que es correcto concluir, de nuevo tomando los términos en su más radical
acepción, que:
2.1. La voluntad sí puede tender al bien en cuanto tal y, por ende, al bien de los otros,
justo en cuanto otros.
2.2. Mientras que los apetitos sensibles no están, por sí mismos, capacitados para
hacerlo, aunque su unión con el entendimiento y la voluntad, en el hombre animado
por un único y mismo acto de ser, los torne aptos para lograrlo.
2.3. Por consiguiente, la voluntad es superior a los apetitos sensibles y encarna la
tendencia característica de la persona como persona, en la que muestra su grandeza y
abundancia de ser: la inclinación a amar y entregarse a los demás personas.
Curiosamente, tender al bien en cuanto tal o bien-en-sí no equivale a intentar
apropiárselo, sino a aspirar a difundirlo.
Conclusión
Desde semejante perspectiva es posible ver de nuevo la entera dinámica del hombre, de
la que la afectividades parte nada despreciable, con unas luces e irisaciones hasta el
momento imposibles de captar.
Lo propio de la persona humana, lo que le corresponde justamente por ser persona-y-
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
etc.) del bien que a ellos les convieneen cada caso: por lo que, en última instancia, son
tales apetitos los que constituyen en buena o mala la realidad que los circunda.
1.2. Desde este punto de vista, las tendencias sensibles resultan del todo subjetivas,
pues dependen plenamente del estado actual de cada sujeto, de las determinaciones de
este en un instante dado y del modo como él (de nuevo el sujeto) las percibe.
Por ejemplo, si alguien se siente con hambre o sed no puede evitar que se movilice la
correspondiente tendencia sensible a alimentarse, con los dinamismos fisiológicos que
a menudo la acompañan, por más que la inteligencia vea que no debe hacerlo y la
voluntad pretenda obviarlo. Ciertamente, si se trata de una persona con suficiente
autodominio, no comerá o beberá, pero lo que excepto en casos muy extraordinarios
no está en sus manos es impedir que se active y dejar de experimentar la tendencia
sensible a comer o beber.
Quizá todo lo anterior nunca se manifieste con más claridad que en el caso —ya
apuntado— de ciertos estados anómalos para el organismo, como la indisposición
conocida normalmente como empacho, sobre todo cuando es el resultado de un
consumo excesivo de nuestros alimentos favoritos. En tales circunstancias, mientras
dura la indisposición, sentimos que nos asquean, sin poderlo impedir, justo
aquellascomidas que en ese mismo instante sabemos que son las que habitualmente
más nos gustan… y nos encantaban quizá hasta hace muy poco: justo hasta antes de
indigestarnos.
En el nivel de la sensibilidad, la atracción o la repugnancia se encuentran, pues,
exclusivamente determinadas por la disposición orgánica del sujeto en ese momento,
tal como él la percibe (pues, justo por una nueva indisposición de lo orgánico, no
siempre se conoce el propio estado como realmente es); en cualquier caso, el
acercamiento o rechazo no viene determinado por el valor objetivo de la realidad en sí,
incluso aunque esa valía sea conocida y reconocida intelectualmente en el mismo
instante en que siente la repulsa, o viceversa.
1.3. En tercer lugar, los apetitos resultan subjetivos porque, de por sí, inclinan a
su sujeto a poseer y apropiarse (a asimilar: hacer suyos) los bienes a los que tienden,
aunque instancias superiores moderen ese deseo con más o menos facilidad, según el
grado de desarrollo de las oportunas virtudes, que tienden hacia el bien en sí y de los
demás: ordo amoris.
2. Particularizando y escribiendo yo donde hasta ahora figuraba el término sujeto,
debe sostenerse que, en el ámbito de la sensibilidad, yo me constituyo en centro
de mi mundo, de manera que lo bueno o malo resulta determinado subjetivamente
por mí: se trata de mi-bien o de mi-mal, establecidos por mis circunstancias del
momento, más que de lo bueno a malo en sí mismo. Y, cuando se trata de animales, a
no ser que medie una intervención humana externa, la constitución de lo bueno o lo
malo (de lo beneficioso o dañino) desde la dotación instintiva de cada animal en cada
particular situación se impone con carácter absoluto e inevitable.
La primacía del ser
La voluntad, por el contrario, no gira en torno a su sujeto ni resulta determinada por
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
las circunstancias de este, sino que es atraída por lo bueno en cuanto tal. Y, según su
naturaleza, se inclina hacia semejante bien con la pretensión no solo ni en primer
término de gozar de él, sino de cambiar su propia disposición, si fuera preciso, para
transmitir y difundir el bien que ya sí puede apreciar.
Que es, como venimos repitiendo, lo propio y caracterizador de la persona en cuanto
tal: en virtud de su propia eminencia o dignidad, derivada de la impresionante
grandeza de su acto de ser, toda persona es efusiva, fecunda, tiende a darse y se da de
hecho cuando actúa como persona.
Pero, como también hemos intentado dejar claro, la persona humana es limitada. Por
eso, en la mayoría de los casos, su voluntad tendrá primero que conquistar los bienes
que pretende irradiar, aunquesiempre con vistas a su expansión y propagación; pues,
como afirmaban los clásicos y acabamos de recordar, el bien es difusivo de suyo.
Con terminología estrictamente filosófica, lo expone Brock:
La tesis según la cual todo agente actúa por su propio bien, o para mantener y
promover su propia forma, también muestra que el principio o finalidad no siempre
significa que un agente actúa para conseguiralgún bien, o actúa por indigencia. Más
bien, en la medida misma en que es un agente, ya posee el bien en virtud del cual
actúa. De hecho, si el fin por el que un agente actúa es precisamente una participación
en su propia forma, entonces todo agente actúa por su propio bien; su primera
inclinación hacia este bien no es expresada en absoluto en su acción externa, sino en su
propio permanecer lo que es su persistir. Decir que cuando actúa, actúa por su propio
bien significa que actúa para dar, para promover el bien del que ya disfruta. La
potencia es riqueza, no penuria. Si un agente solo actúa, solo da o aporta, para recibir,
entonces es un agente imperfecto, no plenamente formado. Solo cuando el agente
recibe lo que necesita y es hecho perfecto, está plenamente formado, es capaz de actuar
en sumo grado, para dar de sí mismo con las menores restricciones [6] .
Desde este punto de vista, la dinámica acorde con la persona humana, justo en
cuanto persona, es la de adquirir cuantos bienes le sea posible, incluidos los suyos
propios, con la exclusiva intención de ponerlo al servicio de los otros, de amar a
quienes merecen ser amados: las restantes personas.
Por tanto, en los dominios del espíritu, lo que manda es el bien, no el yo ni sus
concretas circunstancias, y eso lleva consigo la apertura de cualquier persona hacia
todos los bienes que efectivamente lo sean y, en fin de cuentas, hacia las demás
personas y hacia Dios, como Bien sumo.
Pero, precisamente porque está orientado a todo bien y a todo el bien, ningún bien
particular y concreto puede determinarla, al contrario de lo que ocurría con los
apetitos sensibles. Como consecuencia, en este mundo, la voluntad humana nunca se
dispara de forma maquinal e inevitable: eso equivaldría a afirmar que quiere sin
querer, lo cual se advierte fácilmente como contradictorio.
Pérdida consentida de la libertad
Por eso, la impresión de haber perdido la libertad, convirtiéndonos en unos autómatas,
sin dominio propio, tiene lugar habitualmente en dos ocasiones:
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
1. < La primera, cuando «libremente» nos dejamos llevar por la atracción inicial que
todo lo bueno captado por nuestra inteligencia ejerce sobre la voluntad, e incluso nos
habituamos a obrar de esta manera, sin poner en juego los resortes más definitivos,
activos y propios de la inteligencia y de la voluntad, que nos permitirían discernir y
perseguir aquel bien que efectivamente lo es en función de nuestras circunstancias y,
más aún, de las de quienes nos rodean [7] .
2. La segunda, cuando hemos hecho lo mismo—dejarnos llevar— en nuestras
actuaciones anteriores, ya sea en los momentos inmediatamente precedentes al hecho
de que se trate, ya a lo largo de una temporada suficientemente larga como para hacer
ahora muy difícil o casi imposible el auténtico ejercicio de la libertad .
Permitimos, en el primer caso, o nos habituamos, en el segundo, a que determinados
bienes parciales ejerzan su influjo progresivo sobre la voluntad hasta aquel punto en
que apenas somos capaces de superar tales influencias. De este modo, la voluntad
acaba por sucumbir, pero porque no quiso desplegar y robustecer la libertad cuando
todavía podía hacerlo: es lo que la tradición latina llama voluntario in causa.
Libremente queremos dejar de ser libres, por decirlo con fórmula paradójica pero
correcta; o, con expresión popular, no quisimos-supimos cortar a tiempo, cuando el
deseo todavía no era tan vehemente como para impedir el ejercicio contrario activo de
la libertad, capaz de orientarse en función de lo bueno en sí: de la realidad tal como
efectivamente es.
3. Todo lo cual resulta plenamente coherente con una libertad real, pero limitada,
como es la de cualquier mujer o varón. Es decir, una libertad orientada hacia el bien,
pero que puede decaer (deficere, dirían los latinos) y situarse en una esfera análoga
(idéntica y radicalmente distinta) a la de los apetitos sensibles.
3.1. Idéntica, por , por cuanto —igual que les sucede por naturaleza a los apetitos
sensibles— acaba transformándose en punto de referencia constitutivo de lo bueno o
malo, que dejan de serlo en sí y pasan a serlo exclusivamente para mí.
3.2. Y radicalmente distinta, porque esa inversión o perversión no es fruto de la
naturaleza —como ocurre con los animales, que obran de acuerdo con sus instintos—
sino de un acto radical de libertad que, con más o menos conciencia, hace del
propio ego el bien por antonomasia y absoluto, fundamento y raíz de cualquier otro
bien: es decir, las demás cosas y personas se convierten en buenas o malas, con
independencia de su bondad o maldad reales, según beneficien o perjudiquen a ese yo.
4. Cuando el yo se transforma en absoluto
Una opción radical…
Resulta lícito, entonces, concebir la inteligencia humana como capacidad de conocer,
aunque coyunturalmente y en contra de su naturaleza, pueda equivocarse. De manera
análoga, la libertad de cada varón o mujer es de por sí la capacidad
de autodeterminarse hacia la propia plenitud personal —derivada de la realización del
bien real u objetivo—, aunque pueda también, per accidens, dirigirse en sentido
opuesto, hacia la propia autodestrucción.
Lo que, visto desde el lado complementario, podría traducirse afirmando que la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Para hacer más comprensible lo que estamos viendo, tal vez sea oportuno establecer
una distinción, hasta cierto punto artificial (porque solo es verdadera en las realidades
finitas), entre la persona como tal y la subjetividad o el yo, también precisamente como
tal.
A la persona le corresponde por naturaleza la difusión del bien o, si se prefiere, la
búsqueda del bien de las restantes personas. Cosa que, cuando se trata de una persona
limitada o imperfecta, se realiza a menudo tras la consecución de los bienes que desea
otorgar a los seres amados. Y precisamente entonces, cuando realiza esa operación
caracterizadora, cuando busca el bien de los otros, es cuando la persona finita va
adquiriendo su perfección como persona y, como consecuencia no buscada, su
felicidad.
El yo, por el contrario —tal como aquí y ahora lo entendemos—, es la subjetividad de
la persona limitada, precisamente en cuanto (contra lo que reclama su acto de ser)
renuncia o se niega a obrar como persona, buscando el bien de los otros, y aspira
exclusivamente a hacerse con los bienes que calman de forma inmediata sus propias
necesidades o deseos. Paradójicamente, aunque esos bienes se alcancen y hagan
derivar de ellos los deleites consiguientes, la inclinación nuclear de la persona, la que le
compete como tal, está siendo frustrada, por lo que el resultado es, siempre, la
insatisfacción global-radical: la desdicha o incluso la enfermedad psíquica.
La siguiente cita de un reconocido psiquiatra resume en buena medida, al hilo de las
afirmaciones de dos excelentes filósofos contemporáneos, lo visto hasta el momento:
Lo describe muy bien Pieper diciendo “un hombre al que las cosas no le parecen tal
como son, sino que nunca se percata más que de sí mismo porque únicamente mira
hacia sí, no solo ha perdido la posibilidad de ser justo, sino también su equilibrio
psíquico. Es más, toda una categoría de enfermedades psíquicas consiste esencialmente
en esta falta de objetividad egocéntrica”. Carlos Cardona, en su reciente
obraMetafísica del bien y del mal, escribe: “si el hombre egocentrándose libremente,
juzga sistemáticamente de los demás y de los actos, propios o ajenos, en función de sus
propias apetencias, reduce su cogitativa a estimativa animal, se despersonaliza, se
animaliza. En la naturaleza psicosomática del hombre, ese hábito puede originar una
disfunción estable, e incluso una lesión orgánica (ya que la cogitativa, al contrario de la
inteligencia espiritual, tiene órgano, aunque hasta ahora los neurólogos no lo hayan
localizado). Y ahí tenemos un origen de la psicopatología reactiva, que puede llegar a
formas extremas de desequilibrios psíquicos, y que en todo caso produce una penosa
fractura de la personalidad y una dolorosa vivencia psíquica” [10]
Modos de «elegir» el yo
¿Cuáles serían los modos principales de optar por el yo?
No resulta muy difícil descubrirlos si se tiene en cuenta lo estudiado anteriormente. En
concreto, si advertimos:
1. Que las tendencias o apetitos sensibles son egocéntricos o centrípetos.
Como consecuencia, la forma más habitual y tal vez menos drástica de centrarse en
uno mismo es la de apoyar voluntariamente a las tendencias sensibles en la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
consecución de sus objetivos, también y sobre todo cuando tales bienes,en lugar de
contribuir al perfeccionamiento de la persona como tal, abriéndola a los otros, se
oponen a la consecución de semejante plenitud, encerrando al sujeto en su yo: y aquí
podría recordarse, una vez más, la célebre afirmación de Kierkegaard, cuando asegura
que la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro, sino hacia fuera, para otorgar el
bien a los otros.
2. Que los afectos o sentimientos son, por naturaleza, relativos al yo, en cuanto
manifiestan solamente cómo me siento al hacer o dejar de hacer algo.
Por tanto, y según vimos, la atención excesiva a los afectos o emociones —sean estos de
naturaleza sensible, psíquica o propiamente espiritual— componen un modo más
refinado de optar por el propio yo; y cuando semejante atención se torna exclusiva, lo
bueno en sí resulta anulado en aras del bien para cada cual.
Si tal tendencia se lleva al extremo, lo que no sea el propio yo o se refiera de modo
inmediato a él pierde toda relevancia y, paralelamente, cualquier acción resultará
justificada si gracias a ella quien la realiza experimenta un sentimiento gratificante.
3. Que la propia libertad es, en los dominios de la operación, el bien de más calibre de
que goza el ser humano.
Y que eso comporta la tentación de incrementarla falsamente y de forma
desmesurada, hasta convertirla en un absoluto, sin norte que la oriente ni límite que la
encauce y le ponga freno.
Semejante pretensión resulta contradictoria y origen de insatisfacción, por cuanto, en
verdad, la libertad del hombre es limitada.
Por lo que el único modo de afirmarla absolutamente consiste en decidir que cualquier
opción se torna buena por el hecho de ser libremente elegida; y que, hasta cierto
punto, lo será todavía más cuando se oponga a la natural orientación de la persona
toda y de la propia voluntad, pues es en este caso cuando, independizada de cualquier
otro influjo, deriva más exclusivamente del yo, es más mía (de mi yo-sin-ser, y no de
mi persona).
Por consiguiente, la máxima falsificación de la libertad humana consiste en rechazar lo
bueno en cuanto bueno, para atender tan solo al propio beneficio.
Y las emociones consecuentes (o subsiguientes)
Todo lo anterior resulta sumamente relevante —¡decisivo!— en los dominios de la
afectividad y, más en concreto, en los sentimientos subsiguientes a la acción, que son
los que más cuentan, pues en ellos desemboca y permanece la persona como
consecuencia de sus diferentes opciones y de las operaciones respectivas.
¿Motivos?
Como ya afirmó Aristóteles, repite Tomás de Aquino y hemos estudiado con calma al
tratar de la felicidad:
1. En virtud de su carácter dinámico y finalizado, cuando una facultad actúa de
acuerdo con su propia naturaleza, el sujeto experimenta un sentimiento positivo, de
gozo o deleite [11] .
2. En coherente simetría, una facultad que obra contra lo que reclama su naturaleza
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
[1] Tomás de Aquino, Super Evangelium Matthei lectura, cap. 25, lect. 2.
[2] Caffarra , Carlo, Sexualidad a la luz de la antropología y de la Biblia, Rialp,
Madrid, 1991, pp. 22-23.
[3] < Millán-Puelles, Antonio, Economía y libertad, Confederación española de Cajas
de Ahorro, Madrid, 1974, p. 373. El texto prosigue: «La dignidad de la persona
humana se sigue dando en quien así se animaliza, más no con toda la perfección de que
es capaz. La persona en cuestión continúa teniendo el libre arbitrio y, por lo mismo, la
dignidad “natural” de todo hombre, es decir, la que ninguno se da a sí mismo
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
admitirlo, el impulso a la unión sexual puede ser tenido a raya por cualquier persona
normal en multitud de circunstancias en que las relaciones se encuentran
desaconsejadas y, en la mayoría de los casos, incluso por toda la vida… siempre que se
tomen las precauciones imprescindibles para no despertar inoportunamente esa
tendencia y se desarrollen las dimensiones espirituales necesarias para elevar el tener a
raya —utilizado adrede para marcar el contraste— al rango del amor auténtico, en el
que en ningún caso podrá hablarse de represión, como también apunté.
Resumiendo, la no-necesidad de las tendencias humanas es mayor y se manifiesta de
forma más clara en aquellas que se encuentran más integradas en la persona y cuya
diferencia con el correspondiente instinto animal resulta más fuerte.
B. La indeterminación inicial
También se revela en las mil y una formas en las que el hombre puede calmar su
hambre y su sed —estamos ante un sujeto radicalmente omnívoro—, frente a las
limitaciones evidentes con que se encuentran los animales, enderezados por naturaleza
a satisfacer tales pulsiones mediante un conjunto muy limitado de alimentos, carentes
de cualquier elaboración.
El arte culinario, con lo que implica también de cultura y manifestaciones propias del
espíritu, encuentran su base en la libertad que impregna al instinto de conservación.
En cualquier caso, esta peculiar plasticidad afecta también de manera mucho más neta
a las relaciones sexuales: frente al rito más o menos simple o complejo, pero siempre
determinado, que preside el apareamiento de los animales, la unión física entre el
hombre y la mujer puede venir precedida, acompañada y seguida de todo un cúmulo
de manifestaciones, prácticamente infinitas, dependientes también de la cultura, de la
educación y de las experiencias de cada uno de los cónyuges y las que va creando la
existencia en común.
Con relación a este último asunto es menester dejar claros otros dos extremos.
1. El primero, que la indeterminación propia de las tendencias en su estado originario
no implica que todos los comportamientos sexuales se sitúen al mismo nivel, desde el
punto de vista antropológico y ético. La propia fisiología humana, la psicología y la
índole personal de quienes establecen esas relaciones señalan unos modos —unión del
varón y la mujer tras un compromiso de por vida— que resultan naturales y
perfeccionadores, mientras que otras manifestaciones se sitúan, con mayor o menor
fuerza, fuera del ámbito de lo natural.
2. El segundo extremo, imprescindible para comprender mínimamente el problema
que nos atañe, es que, como ya vimos, en este como en tantos otros casos, lo natural en
el hombre no debe confundirse con loinnato en estado puro, que sí es propio de los
instintos animales; sino que más bien se identifica con el resultado de
una educación que tiene como norte y como punto de referencia la condición de la
persona humana masculina o femenina, y a través de la cual se alcanza la auténtica
libertad también en este terreno.
C. La determinación «aprendida-natural»
Con otras palabras: es cierto que el hombre aprende a lo largo de su vida a dar la
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
Trascendencia
Hablando todavía de forma en exceso sumaria, y estrechando más el cerco, las
aspiraciones propiamente humanas podrían resumirse en la inclinación a
la trascendencia, entendida como salida de la propia subjetividad y orientación hacia
el ser, hacia lo otro y, de manera muy particular y definitiva, hacia las restantes
personas.
Se trata de algo tan fundamental y tan desatendido —e incluso implícita o
expresamente atacado en los últimos tiempos, en los que pulula un egocentrismo
indiscriminado—, que el lector va a permitir que multipliquemos las citas que lo
defienden y fundamentan.
1. Expondremos en primer término el valor terapéutico de la autotrascendencia.
1.1. Y, antes que nada, en oposición a la tan difundida teoría de la homeostasis, cuyo
fin sería mantener el equilibrio psíquico o psíquico-orgánico:
En el principio de noodinámica siempre confluye un valor del mundo exterior al que
remite el deber, como por ejemplo crear una obra, fundar una familia, construir un
hogar, desempeñar una profesión o mejorar unas circunstancias políticas. En cambio,
el principio de homeostasis está exclusivamente vinculado al ego. Lo interesante es que
en el ser humano se dan ambas cosas: el deseo de placer y la compensación de
pulsiones en el plano psíquico, y el esfuerzo por satisfacer un sentido y unos valores en
el plano espiritual. Sin embargo, esta segunda es, desde la perspectiva logoterapéutica,
la decisiva: la «voluntad de sentido» es la primera y original motivación del ser
humano, y si no lo es, vivirá enfermo. Como en el arco de tensión noodinámico se
produce una superación del ego, el ser humano también deberá tener la capacidad de
llegar más allá de sí mismo. Frankl se refirió a ella como la «capacidad de
autotrascendencia».
La logoterapia considera la autotrascendencia como el nivel supremo de desarrollo de
la existencia humana. Se trata del potencial específicamente humano de pensar y
actuar más allá de uno mismo en el marco de la «existencia para algo o para alguien»
(Frankl), de la entrega a una tarea o de la dedicación a otros seres humanos. En la
realización auto-trascendente, se trata de una cosa «en sí misma» o de personas «por
su propia voluntad», y nunca del objeto de satisfacción de la propia necesidad [3] .
1.2. La atención exclusiva al propio yo, con expreso desprecio de cuanto lo rodea, se
opone a la grandeza de la persona:
No deja de sorprender que a ninguna escuela psicoterapéutica anterior a Frankl se le
haya ocurrido que al ser humano le pudiera pasar algo fuera de lo que hay en él
mismo.
En esencia, todos los otros conceptos psicológicos de motivación giran en torno al sí
mismo de la persona. Así, la psicología profunda pone la mirada en la máxima
obtención de placer a través de la satisfacción de las pulsiones, mientras que la terapia
de la conducta se centra en la recompensa y los «mimos» (obtención de aplauso social),
y la psicología humanista contempla la realización personal. Según la logoterapia,
estas escuelas esbozan una imagen totalmente egocéntrica del hombre que —en una
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Elogio de la Afectividad – Tomás Melendo y Gabriel Martí
2.1. Alcanzar y profundizar en el conocimiento de ese bien apto para guiar la vida
entera, que para cada individuo adopta perfiles propios y únicos.
2.2. Hacer que la voluntad se adhiera a él cada vez de forma más neta, profunda, clara
y decidida.
2.3. Y todo lo anterior teniendo en cuenta que no se trata de dos logros autónomos ni
tampoco independientes de cuanto se dirá enseguida en torno a las facultades
sensibles; sino de una especie de circuito de alimentación mutua, casi a modo de
espiral, en el que el conocimiento de lo bueno incrementa el vigor de la voluntad para
adherirse a él, y el amor a ese bien hace más aguda y penetrante la inteligencia, que
descubre de este modo auténticos mediterráneos hasta entonces inadvertidos, capaces
de mover de nuevo a la voluntad con un vigor renovado y más intenso.
2.4. Y teniendo presente, además, algo de capital importancia: la necesidad de
descubrir, vivir y comunicar el atractivo de una existencia que busca apasionadamente
el bien y aprende a disfrutar de él. O, con términos más técnicos, la oportunidad de
hacer resplandecer la belleza del bien y de la verdad.
Para lo cual, animamos a reflexionar sobre esta afirmación de Coomaraswamy:
La belleza no es en ningún sentido especial o exclusivo una propiedad de las obras de
arte, sino más bien, y con mucho, una cualidad o valor que puede ser manifestado por
todas las cosas existentes, en proporción con el grado de su ser y perfección efectivos.
La belleza puede reconocerse en sustancias tanto espirituales como materiales, y si es
en estas últimas, tanto en objetos naturales como en obras de arte[8] .
3. En segundo término, hay que lograr que las facultades sensibles —sobre todo, las
tendencias o apetitos, a través del conocimiento que aportan la inteligencia y la
sensibilidad externa e interna— se pongan también de acuerdo con la voluntad así
ordenada y potenciada.
3.1. De modo que, sin abandonar su bien propio —cosa imposible, pues se trata de una
inclinación natural—, cada apetito se modifique lo suficiente para que la energía que le
corresponde no solo no se oponga, sino que contribuya a robustecer la fuerza de
adhesión al bien de esa voluntad presa de un gran amor; es decir, correctamente
orientada hacia lo bueno y guiada por un entendimiento también recto. Se tratará, por
tanto y en resumidas cuentas, de:
3.2. Aprovechar en cada caso las tendencias sensibles que, de forma espontánea, se
orienten a favor del bien de la persona en esa circunstancia concreta.
3.3. Acrecentar el vigor de esos mismos apetitos, de modo que su aportación a las
energías que buscan el bien sean cada vez mayores.
3.4. Remodelar —cuando y en la medida en que resulte hacedero— las tendencias
sensibles que frenen el ímpetu de la voluntad bien orientada, porque en ellas puede
más el propio bien sensible que el bien de la persona en ese instante, tal como es
captado por el intelecto (por eso suele hablarse del bien inteligible) y buscado por la
voluntad.
3.5. Para lograr lo que proponen los puntos anteriores (la mejora y remodelación de
los apetitos sensibles) no suele ser eficaz, sino más bien al contrario, el intento directo
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[1] Lukas, Elisabeth, Psicología espiritual, San Pablo, Buenos Aires, 2004, p. 157.
[2] Todo esto, sin duda, se encuentra hoy dificultado por unas plasmaciones culturales
en las que, de forma indiscriminada, y en virtud de la prepotencia técnica y de una mal
entendida libertad, aparejada a un fuerte hedonismo y al predominio de los bienes
meramente sensibles, se consideran normales o naturales las determinaciones sexuales
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