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Eco y Lacan

Una historia de amor

Mauricio Gil Q.

Cuenta la anécdota que en una de sus visitas a Italia, durante una


cena, Jacques Lacan le habría dicho a Umberto Eco: “¡cómete tu
Dasein!”, cambiándole la vida con ello... Difícil imaginar una
anécdota intelectual más curiosa, que de manera tan desconcertante
combine –figurativamente— tensiones personales y filosóficas de
este nivel.1 Elizabeth Roudinesco la narra en su Jacques Lacan.
Esbozo de una vida, historia de un sistema de pensamiento (1993),
basándose en la propia versión de Eco (1992), aunque
simplificándola en extremo. Dado que en ella se juegan cuestiones
de algún interés para la historia intelectual, vale la pena una
reconstrucción más precisa, objetivo de la presente nota.

Una “lectura plural”

La anécdota es parte de una historia más larga, cuyo inicio se puede


situar a mediados de los años sesenta, cuando Eco oyó hablar por

1
Para lo que sigue, téngase en cuenta que Dasein es el término filosófico
clave de Sein und Zeit (1927), la obra maestra de Martin Heidegger. No es
necesario intentar una definición, basta saber que connota la filosofía del
pensador alemán.
primera vez de Lacan por boca de su editor francés, François Wahl.
En ese momento, en París, Eco discutía con Wahl la traducción de
Opera aperta, a la vez que comenzaba a establecer vínculos con los
grupos semiológicos de esa capital –apenas en formación, con
Barthes a la cabeza. En ese contexto, Wahl le habló de Lacan y de
su intención de convencer al gran psicoanalista de publicar la
colección de sus escritos.

Cuando finalmente salieron en Le Seuil, en 1966, Eco emprendió


una lectura minuciosa de los Écrits –lectura que él mismo
caracteriza como “plural”, con subrayados y notas en varios colores.
A pesar de este empeñoso esfuerzo –particularmente notable si se
considera la gran complejidad de los textos de Lacan, y si se toma
en cuenta el tiempo en que se hizo (apenas un año después de su
aparición)—, la lectura de Eco, inscrita como capítulo 5 de la
sección D de La struttura assente (1968), poco menos que reducía la
obra de Lacan a ser una versión de Heidegger o, con más precisión,
“un caso de manierismo heideggeriano” (Eco 1968: 5.VI.3).2

En la patria de Descartes la reacción al libro fue adversa. Wahl


comunicó a Eco no sólo que no publicaría este nuevo libro suyo,
sino que no le gustaría verlo publicado en Francia en absoluto, y que
le apenaba que ya hubiera sido publicado en Italia. Eco sostiene que
Wahl lo hacía “culpable de leso˗lacanismo” en un momento en que
en Francia el lacanismo se había vuelto una moda y un dogma. De
todos modos, el libro salió unos pocos años después en otra editorial
(Mercure de France, 1972), y aunque era una versión recortada
(como la española), los enemigos del lacanismo la usaron a su favor,

2
Los lectores de la traducción española (La estructura ausente, 1972) no
pueden seguir adecuadamente esta historia, pues –como veremos— se trata
de una versión transformada, cuyo rasgo principal es la práctica eliminación
del capítulo dedicado a Lacan.
envolviendo a Eco en “una venganza de clan” (Eco 1992: 13). A
resultas de ello perdió varios amigos y dejó de frecuentar Paris –a
los que le quedaron, los veía en Nueva York o en Urbino. Fue
prácticamente una excomunión, o al menos así la vivió Eco.
Notablemente, la historia con el mismo Lacan fue distinta.

La más exitosa de las seducciones

En este estado de cosas, llegando un día de Nueva York a


comienzos de los años setenta, Eco se enteró de que Lacan ofrecería
esa misma noche una conferencia en la Universidad de Milán. A
pesar del jet lag, decidió ir, sabiendo que se encontraría con la
pesada lacaniana local. Terminada la conferencia, y cuando la
discusión se había vuelto particularmente densa, se animó a levantar
la mano y preguntar. Lacan le respondió con cordialidad, y a
continuación, delante de todos, le dijo que tenían que reunirse, que
lo invitaba a cenar. Eco, en medio de su jet lag, atinó a encontrar
una excusa. Lacan insistió, estaba dispuesto a retrasar su retorno con
tal de desayunar con él.

¿Qué pasó en ese desayuno? No se habló ni de psicoanálisis ni de


semiología sino de algunas frivolidades cósmicas. Tuve la extraña
impresión de que trataba de complacerme y después comprendí.
Alguien le había dicho que yo era un enemigo y él quería
seducirme. Jamás una seducción alcanzó tal éxito. El me sedujo.
Y yo quería dejarme seducir como si él hubiese sido una hermosa
mujer que me preguntaba si, by the way, no me gustaría pasar una
noche con ella (Eco 1992: 13).3

3
Todas las traducciones, salvo las de los extractos de El péndulo de
Foucault, son nuestras. Agradecemos a Antonella Scarnecchia por la revisión
y corrección.
Eco sostiene que él no dio nada a cambio, que no modificó sus
ideas. Pero si pudo decir eso es porque en realidad ya lo había
hecho, ya las había cambiado, al menos de manera parcial: en
efecto, hacía un mes que circulaba la versión francesa, La structure
absente (1972), que eliminaba prácticamente toda la sección
dedicada a Lacan.4 En lo posterior, las relaciones con Lacan
mantuvieron la misma tesitura: “Nunca hablamos de problemas
serios. Pero si él venía a Milán, yo iba a verlo, y si yo daba una
conferencia en Paris, él estaba en primera fila, dándole prestigio al
evento” (Ibíd.: 13-14).

Autocrítica y corrección

La reedición italiana de La struttura assente (1980) incluye dos


añadidos: unas “Riflessioni 1980” y unas “Riflessioni 1971/1972”.
Las primeras narran la historia de la composición de La struttura
assente y de los cambios introducidos en el texto en el curso de sus
diversas traducciones; las segundas presentan el texto que
reemplazó el capítulo sobre Lacan en las ediciones extranjeras.

En su origen, La struttura assente era una versión aumentada de un


texto previo, los Appunti per una semiología delle comunicazioni
visive (1967), que circuló de manera limitada. La diferencia entre
aquellos Appunti y La struttura assente era la nueva sección D, que
desplazaba el centro del libro de una discusión sobre semiótica de la
arquitectura al tema más general de “las relaciones entre la empresa
semiológica (o semiótica) y la metodología estructuralista”.
Admitiendo la importancia del estructuralismo, en este nuevo
apartado Eco denunciaba dos tendencias erróneas: la de identificar

4
Como consecuencia de esta eliminación, las reseñas, al menos las sumarias,
no registraron la (desaparecida) polémica con Lacan (cf. Richaudeau 1972).
la semiología con el método estructural, y, sobre todo en Francia, la
de derivar del método estructural una ontología estructuralista. Con
relación a este último punto criticaba sobre todo a Lévi˗Strauss, pero
también a Lacan, aunque en un sentido diverso, esto es, no como
fundador de la nueva filosofía, sino como consumador de sus
contradicciones internas.5

En cualquier caso, las críticas le llovieron (sobre todo por esta


lectura de Lacan) y tuvieron un impacto notable:

Cuando se trató de reescribir parte del libro para las ediciones


extranjeras, es precisamente con relación a aquel capítulo que
busqué eludir las objeciones que se me habían hecho. Las
traducciones yugoslava, brasilera y polaca salieron demasiado
pronto y todavía eran iguales a la primera edición italiana (y por
lo tanto a la aquí reimpresa). En cambio las traducciones
española, francesa, alemana y sueca contienen ya las partes
nuevas y revisadas (Eco 1980).

Eco aclara que el recorte no se había hecho para evitar la


excomunión en Francia, porque ésta ya se había producido.
Considerando que era “una polémica atacable y refutable”, eliminó
(salvo alguna nota) la parte relativa a Lacan por motivos de

5
“En Lacan se consuman las aporías del estructuralismo ontológico porque,
en el momento en que el discurso estructural es conducido a sus últimas
consecuencias, el Otro [el orden simbólico], que se ha logrado capturar, se
escapa a la captura poniéndose como Diferencia y Ausencia; y después
porque, una vez reconocidas, la Diferencia y la Ausencia no son más
estructurables. En el límite de su propia deducción consecuente, el
estructuralismo ontológico muere: y nace una ontología pura y simple, sin
ningún tipo de estructura” (Eco 1968: 5.vi.4).
prudencia argumentativa y no de prudencia ‘política’. Incluso si
no puedo negar el chantaje psicológico: cuando todos te dicen que
estás equivocado, y te sientes aislado, haces unos exámenes de
conciencia tal vez excesivos. Pero en definitiva, todo sumado, el
examen de conciencia fue sereno, por lo menos desde el punto de
vista teórico (Eco 1980).6

Como anticipamos, la versión francesa del libro había salido un mes


antes de la escena de seducción, de modo que, efectivamente,
tampoco puede decirse que fuera el motivo para corregir. Al menos
esto es lo que se puede concluir si hipotetizamos que la conferencia
a la que asistió Eco es la famosa intervención de Lacan del 12 de
mayo de 1972 en el Instituto de Psicología de la Facultad de
Medicina de la Università degli Studi di Milano (“Du discours
psychanalytique”),7 y si damos por cierto que La structure absente
salió el 7 de abril de 1972.8

6
En las reflexiones de 1980, Eco admite que tal vez fue “más severo y
desconfiado de lo que Lévi˗Strauss se mereciese: pero espero que resulte
todavía evidente cuánto fui atraído y nutrido por el pensamiento que
criticaba”; sobre Lacan, si bien reconoce que su lectura había sido “infiel” y
“superficial”, defiende todavía la validez de su argumento en lo que hace al
diagnóstico de las tendencias de pensamiento que derivaban de Lacan: “¿Pero
qué quiere decir ‘infiel’ dado que justamente de la lección de Lacan, no sé
decir en qué grado por propia responsabilidad suya, surgieron las teorías de la
deconstrucción del texto, de la libre relación de goce con el tejido textual, y
por lo tanto, del derecho a leer casi teologalmente las nuevas Escrituras?”
(Eco 1980).
7
En efecto, no hay registro de ninguna otra conferencia en Milán a
comienzos de los años setenta. En ella, dicho sea de paso, Lacan formuló por
primera y única vez el matema del discurso del capitalista (cf. Lacan 1978) –
de lo cual hay pálidos y distorsionados ecos en la versión novelesca de este
encuentro, como veremos más adelante.
8
Cf. http://www.gallimard.fr/Catalogue / MERCURE-DE-FRANCE / Essais
/ La-Structure-absente.
Esta hipótesis permite dar un giro a la propia interpretación de Eco:
si Lacan pudo tener noticia de la publicación francesa y del hecho
de que eliminaba la crítica que se le dirigía previamente, tal vez en
el momento de la improvisada cita de Milán ya no veía en Eco a un
enemigo, sino a un ensayista independiente e inteligente que
despertaba su simpatía, y que, de todos modos, convenía mantener
cerca.9 El propio Eco parece haber sentido esto:

Yo creo simplemente que él estaba contento de que alguien que,


según los otros, no le quería, le diera al contrario una prueba de
cordialidad y de interés por su trabajo. Me halago pensando que a
él le gustaba conversar conmigo porque al fin veía un
no˗lacaniano. ¡Qué alivio! ¡Qué rareza en el horizonte coercitivo
de su corte! (Eco 1992: 14).

Para probar que esta mutua simpatía no fue una ilusión personal,
Eco aporta el testimonio de algunas dedicatorias: “La que me gusta
más es la que acompañaba el envío en 1974 de un ejemplar de
Télévision: ‘A Umberto Eco, bras˗dessus bras˗dessous’ [agarrados
del brazo]. Quizás también se lo escribió a otros, no pretendo ser su
única aventura adulterina” (Ibid.).

Aunque con los cambios introducidos en el texto de La struttura


assente, y con el éxito de su seducción, Lacan tuviera ya pocos
motivos para ver en el semiólogo italiano a un enemigo, Eco
hipotetiza (es cierto que de manera novelesca) que tal vez nunca
acabó de perdonarle no haberlo amado más –a juzgar por lo que
ocurrió después…

9
Entre otras cosas porque, en lo que a política del psicoanálisis se refiere, en
esos momentos Lacan estaba promoviendo el establecimiento de nodos de su
escuela en Italia, en particular en Milán (cf. Lacan 1978).
Una cena memorable
En una cena con Lacan, en una época no precisada por Eco, se
produjo un evento notable. Como solía ocurrir entre ellos, la
conversación versaba sobre frivolidades.

Estábamos cenando, yo hablaba de otra cosa, puede ser que


hubiera puesto demasiada pasión al hablar de otra cosa, y Lacan,
con aire de quien habla a su vez de otra cosa, dejó caer una
palabra que me hizo ver de otra manera una experiencia que
estaba viviendo, y a la cual me estaba refiriendo ciertamente,
fingiendo hablar de otra cosa. Lacan había hablado de manera
distraída y me había ordenado comer mi Dasein.

Mi vida cambió. Lacan nunca lo supo. Y sin embargo creo que


con su olfato de animal devorador de almas él había comprendido
que al hablar de otra cosa era de mí mismo que yo hablaba, y él
dejó caer su réplica como hablando de otra cosa para golpearme el
corazón. Él no lo hizo a propósito, fue su instinto el que lo llevó a
decir lo que dijo. Fue su maldito olfato, reaccionó sin pensar, pero
golpeó con precisión.

Ignoro si esta réplica lanzada por casualidad consagró mi condena


o mi salvación, si me devolvió el bien por el mal o el mal por el
bien. Él hacía su trabajo (y yo le doy a esta expresión su sentido
más alto) (Eco 1992: 14).

Si bien Eco había resuelto el impasse teórico tomando una prudente


distancia disciplinaria con relación al psicoanálisis, cortando todo
debate intelectual con Lacan, ahora experimentaba los efectos de
una intervención analítica improvisada y fulminante, nada menos
que de parte del propio Lacan. Eco deja en la penumbra el objeto de
esta intervención, no sin hacer un guiño, enviando a la versión
novelesca del episodio, con este apunte: “La historia es verdadera en
sus líneas esenciales” (1992: 14).

Una versión novelada

En El péndulo de Foucault (1988) hay, en efecto, rastros del evento.


Aunque el mismo Eco aclara que el doctor Wagner no es el doctor
Lacan –porque un personaje nunca coincide con ningún individuo
empírico—, es a la vez evidente que la figura novelesca está
construida sobre la base del Lacan que Eco conoció y de los
rumores que circulaban en torno a su persona.

El doctor Wagner, un austríaco que desde hacía años dictaba


cátedra en Paris, de ahí la pronunciación “Wagnère” para quien
quisiera jactarse de frecuentarlo, hacía unos diez años que era
invitado regularmente a Milán por dos grupos revolucionarios del
período inmediatamente posterior al sesenta y ocho. Se lo
disputaban, y por supuesto cada grupo daba una versión
radicalmente opuesta de su pensamiento. Nunca he podido
comprender cómo y por qué ese hombre famoso aceptaba el
patrocinio de los extraparlamentarios. Las teorías de Wagner no
tenían color, por decirlo así, y si quería podía ser invitado por las
universidades, las clínicas, las academias. Creo que aceptaba su
invitación porque en el fondo era un epicúreo, y exigía unas dietas
principescas. Los particulares podían juntar más dinero que las
instituciones, y para el doctor Wagner eso significaba viaje en
primera clase, hotel de lujo, amén de los honorarios por
seminarios y conferencias, que calculaba según su tarifa de
terapeuta.

Y por qué los dos grupos encontraban una fuente de inspiración


ideológica en las teorías de Wagner, eso ya era harina de otro
costal. Pero en aquellos años el psicoanálisis de Wagner parecía
lo bastante deconstructivo, oblicuo, libidinal, no cartesiano, como
para sugerir motivos teóricos que justificasen la actividad
revolucionaria.

Resultaba complicado hacerlo digerir a los obreros, y quizá por


eso los dos grupos, en determinado momento, se vieron obligados
a elegir entre los obreros y Wagner, y eligieron a Wagner. Se
elaboró la idea de que el nuevo sujeto revolucionario no era el
proletario sino el anormal, el inadaptado.

–En lugar de desadaptar a los proletarios, mejor proletarizar a los


inadaptados, que es más fácil, con los precios del doctor Wagner
–me dijo un día Belbo.

La de los wagnerianos fue la revolución más cara de la historia


(1988: 299).10

Si dejamos a un lado las ironías y las distorsiones, y seguimos la


versión novelesca de la anécdota, nos enteramos que el nudo giraba
en torno a un divorcio, como se puede leer en uno de los archivos de
Belbo:

file name: Doktor Wagner

El diabólico doktor Wagner


Vigésimo sexto episodio

Quien, en aquella mañana gris de

10
Aquí se distorsionan y confunden irónicamente los motivos lacanianos y
los deleuzianos, que en 1972 alcanzaron el punto más alto de su elaboración
polémica con la publicación de El Anti-Edipo –que, como se sabe, subtitula
Capitalismo y esquizofrenia— y la conferencia de Lacan en Milán –donde se
formula el matema del discurso capitalista.
Yo había formulado una objeción, en el debate. Sin duda, aquello
debió de irritar al satánico anciano, pero no lo dejó traslucir. Es
más, respondió como queriendo seducirme.

Parecía Charlus con Jupien, abeja y flor.11 Un genio no tolera que


no le amen, y en seguida tiene que seducir al que no está de
acuerdo, para que le ame. Y lo logró, le amé.

Pero no debía de haberme perdonado, porque aquella noche del


divorcio me asestó un golpe mortal. Sin darse cuenta,
instintivamente: sin darse cuenta había tratado de seducirme y sin
darse cuenta decidió castigarme. En detrimento de la deontología,
me psicoanalizó gratis. El inconsciente muerde incluso a sus
guardianes.

Historia del marqués de Lantenac […]

¡Espléndido Lantenac, virtuoso, justo e incorruptible! Y eso hizo


conmigo el doctor Wagner, me honró con su amistad, y me mató
con su ofrenda de verdad

y me mató revelándome qué era lo que yo realmente quería

y me reveló qué era lo que yo, queriéndolo, temía (: 301).

Avanzando la narración, esta “historia que empieza por los bares” se


aclara aún más. Necesidad de enamorarse. Infidelidad. Crisis.

Se produce entonces la cena con el doctor Wagner. En la


conferencia acababa de dar una definición del psicoanálisis a un
provocador: “La psychanalyse? C'est qu'entre l'homme et la
femme... chers amis... ça ne colle pas”.

11
Alusión a la escena amorosa entre el barón de Charlus y el chalequero
Jupien al comienzo de En busca del tiempo perdido IV. Sodoma y Gomorra.
Se hablaba de la pareja, del divorcio como ilusión de la Ley.
Preocupado por mis problemas, participaba activamente en la
conversación. Nos dejamos arrastrar a juegos dialécticos, y
hablábamos mientras Wagner callaba, olvidábamos que había un
oráculo entre nosotros. Y fue con aire absorto

y fue con aire burlón

y fue con melancólico desinterés

y fue como si interviniera en la conversación, jugando fuera del


tema, cuando Wagner dijo (trato de recordar sus palabras exactas,
pero se me grabaron en la mente, imposible que me haya
engañado): “En toda mi vida profesional jamás he tenido un
paciente neurotizado por su propio divorcio. La causa del
malestar siempre era el divorcio del Otro.”

El doctor Wagner, incluso cuando hablaba, siempre decía Otro


con O mayúscula. El hecho es que di un respingo, como si me
hubiese mordido una serpiente,

el vizconde dio un respingo, como si le hubiese mordido una


serpiente

un sudor helado perlaba su frente

el barón le miraba entre las voluptuosas volutas de humo de sus


finos cigarrillos rusos

[…]

En realidad yo había oído la voz de la Verdad (: 303-305).


En qué grado la versión novelesca coincida con la historia personal
es imposible de saber, y de todas formas los detalles de la narración
son menos interesantes que su remate. En todo caso, volviendo al
relato testimonial, aquello de haber dado Lacan a Eco la orden de
comerse su Dasein no necesariamente debe leerse de manera literal,
sino como traducción del sentido práctico de la intervención: ¿Con
qué eso piensas del discurso analítico –que es apenas una versión
de Heidegger? ¡Pues toma, prueba un poco de su verdad, y cómete
tu Dasein!

Al final de su nota testimonial, Eco concluye que los encuentros con


Lacan –a quien termina definiendo como “un ser adorable,
hechizante y despiadado”— fueron “científicamente sin
importancia”. No obstante, el propio relato de estos encuentros tiene
un valor de historia intelectual. Eco cometió el error de leer a Lacan
como si fuera un filósofo, sin reconocer la especificidad de su
discurso. Luego, como efecto de las críticas, asumió
intelectualmente este error, aunque de manera parcial y desganada.
Así y todo –o más bien, por ello mismo— no intentó una
comprensión más ajustada del discurso psicoanalítico, ni buscó
desarrollar un verdadero aprendizaje o intercambio interdisciplinar.
Prefirió la calculada distancia, y hasta la trivialización, no sin antes
haber probado algo del súbito aguijón de su verdad.
Bibliografía

Eco, Umberto
1968 La struttura assente, Milano, La nave di Teseo, edición
electrónica, 2016
1972 La estructura ausente, Buenos Aires, DeBolsillo, 2013
1980 “Riflessioni 1980”, en La struttura assente, Milano, La nave di
Teseo, 2016
1988 El péndulo de Foucault, Barcelona, DeBolsillo, 2016
1992 “Histoire d’amour”, L’Ȃne 50, abril-junio, 1992

Lacan, Jacques
1978 Lacan in Italia/Lacan en Italie, Milano, Salamandra

Richaudeau, François
1972 “La Structure absente d'Umberto Eco [compte-rendu]”,
Communication & Langages, Année 1972, No. 15, p. 112

Roudinesco, Elizabeth
1993 Jacques Lacan. Esbozo de una vida, historia de un sistema de
pensamiento, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2000

Noviembre de 2018

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