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Historia Nacional II 1er Parcial Fortificaciones españolas en el Uruguay
Introducción
El Faro de Montevideo
Su construcción estuvo envuelta en el dilema ya que "el faro del Cerro había
sido contrariado por el Cabildo porteño en su primera piedra; en fin la polémica
de ambas ciudades estaba planteadas en sus verdaderos términos: oposición
de intereses..." 1
Mariano Cortés de Arteaga afirma que el 28 de abril de 1781 se había resuelto
situar en lo alto del Cerro una vigía en la que debía actuar un piloto o pilotín de
la armada con banderas para señales de las embarcaciones que se avistaran
facilitándoles la navegación.
Basado en un documento del Archivo Nacional añade que se colocó un mástil
para las banderas y se levantó un rancho para alojamiento del operario.
En 1799 y por orden de la Corona real de España se dispuso la construcción
de un faro en la cúpula del cerro de Montevideo. Lo primero que se hizo fue la
"Casa del piloto de la Vigía", para alojamiento del personal y farola.
En el año 1801 "se empezó a levantar próximo al rancho de paja, en la cumbre
del Cerro, una casa de material que llamaron la Casa del Cerro, para
alojamiento del personal de la Vigía y farola cuya construcción se iniciara
simultáneamente. Este edificio levantado con ladrillos y asentado en cal, con
techos de madera de palma y ladrillos, tenía las siguientes dimensiones: " 8
varas de fondo por 6 de ancho y dos y medio de alto. Constaba, además,
cocina y altillo y una pipa para recoger agua a manera de aljibe." [...] "El altillo
de la casa se utilizó al principio para depósito de la grasa de la farola, pero
cuando llegó el verano, el calor derritió la grasa y ésta traspasó las paredes por
lo que el encargado del vigía se vio en la necesidad de transportarla, según se
comunicó el 17 de Enero de 1804 al rancho viejo que aún existía en la cumbre
del Cerro".2
1
Falcao Espalter, Mario. "Entre dos siglos. El Uruguay alrededor de 1800. Montevideo, 1926.
Pág 19
2
Cortés de Arteaga, Mariano. "El Cerro de Montevideo y su Fortaleza 1520-1935". Ed Imprenta
Militar. Montevideo, 1936. Pág 33-34
2
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Isidoro de María asegura que la "farola del Cerro fue el primer faro que hubo en
el Río de la Plata. En el año 1799 se presupuestó la obra en 1661 pesos,
dándose comienzo a ella por el año 2. El año 4 estaba concluida. Al principio
fue de luz fija, iluminándose con candilejas de barro.
El padre Arrieta, hombre inteligente, se propuso arreglarla de otro modo,
haciéndola girar por medio de cuerdas. Y así, gracias a su mecanismo, la luz
de la farola fue giratoria".3
En 1937 el Dr Carlos Travieso publica su álbum gráfico "Montevideo en la
época colonial. Su evolución a través de Mapas y planos españoles", y en la
página 62 el "Plano perfil y evolución del fanal o linterna que proyecta ejecutar
en la cúspide del Cerro de Montevideo". Con referencia a dicho plano, y a raíz
de las obras de restauración se comprueba que "en vez de dos puertas se
había construido una con el aditamento de dos ventanas, a izquierda y derecha
de la puerta, que dan luz y conveniente ventilación a las piezas
correspondientes a las letras B y C del plano original —"Habitación del Piloto",
"Habitación de la Gente"— El plano de la torre propiamente dicho no ha sido
modificado substancialmente, pues ha bastado girar la planta de manera de
converger al centro, frente a la puerta única, tal como puede observarse en el
plano actual del fuerte que la Comisión de Restauración hizo levantar a la
terminación de los trabajos".4
La torre se conserva, en la actualidad, salvo detalles de menor cuantía, al igual
que la vieja escalera de piedra que asciende hasta el farol. Las jambas y dintel
de la puerta no están ejecutadas en ladrillo, sino en piedra, y en noble piedra
de sillería, así como las cuatro esquina del edificio y, coronado, el dintel de la
puerta, una loza de piedra trabajada y en ella la fecha de 1801 abierto a cincel.
Pese al fracaso final de las invasiones inglesas, éstas motivaron una serie de
cambios en la mentalidad de la población criolla oriental que toma clara
conciencia de la debilidad del poder central español y su propia capacidad de
resistencia al enfrentarse a una potencia europea que pretendía dirigir los
destinos de la región.
Como consecuencia militar de la toma de Montevideo, queda expuestas las
áreas más vulnerables de la Ciudadela y la muralla circundante, motivando que
se refuercen sus baluartes. Al mismo tiempo se busca controlar el acceso naval
a la bahía mediante la construcción de la Fortaleza del Cerro que debía cruzar
el fuego de sus cañones con las baterías instaladas en la Isla de Ratas,
ubicada en posición equidistante de las principales fortificaciones
montevideanas. Por otra parte, también significó un importante cúmulo de
enseñanzas en condiciones de operaciones convencionales para las unidades
criollas del Ejército, las que serán capitalizadas en beneficio de los venideros
movimientos independentistas.
3
De María, Isidoro. "Montevideo Antiguo. Tradiciones y recuerdos". Tomo I. Biblioteca Artigas,
Colección de Clásicos Uruguayos. Montevideo, 1957
4
Arredondo, Horacio. "La Fortaleza del Cerro. Su restauración". Ed. Imprenta El Siglo Ilustrado.
Montevideo, 1944. Pág 10
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Conclusiones
Los emplazamientos de las dos primeras construcciones están plenamente
justificadas y cumplieron debidamente las misiones que les fueron asignadas:
la primera como Atalaya, albergando a vigías que exploraban el horizonte sobre
el mar para comunicar a las autoridades cualquier novedad que mereciera la
atención y dar alarma a la ciudad ante la inminencia de algún peligro; la
segunda, como faro, como guía necesario para los navegantes que llegaban a
puerto, dirigiendo su rumbo y apartándolos de los escollos. Pero en su función
esencialmente militar, como fuerte de costa, para la defensa del puerto de
Montevideo, no cumplió en ningún momento su importante misión y sus
emplazamientos violaron los principios fundamentales del arte de la fortificación
y contrarió la opinión de los técnicos más autorizados de la época
Bibliografía
10
Arredondo, Horacio. "La Fortaleza del Cerro. Su restauración". Ed. Imprenta El Siglo
Ilustrado. Montevideo, 1944. Pág 13
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