LOS AÑOS 80: ÚLTIMOS AÑOS DE LA DICTADURA MILITAR Y LA VUELTA
A LA DEMOCRACIA
Al comienzo de los años ochenta, Argentina se encontraba en una situación
comprometida: la crisis económica por la que atravesaba el país cada vez era más acusada, así como su aislamiento y enfrentamientos intestinos. Además, para complicar más esta difícil coyuntura, la opinión internacional acerca de la dictadura militar comenzaba a reclamar más por los derechos humanos, demandas que el gobierno intentaba minimizar tachándolas de "campaña antiargentina". Con Viola como presidente de facto se inició una apertura parcial del régimen que se manifestó en una participación mayor de los civiles en el gobierno junto con unas mayores posibilidades de asociación. Fue una etapa que el sindicalismo aprovechó para reorganizarse y retomar su protesta. También se tomó contacto con distintos políticos (los "amigos del Proceso") y se discutió con ellos alternativas para una eventual y lejana transición. Sin embargo, los fracasos en materia económica y estas perspectivas aperturistas del gobierno de Viola llevarían a que el 21 de noviembre de 1981 el presidente fuera sustituido por Leopoldo Fortunato Galtieri. El gobierno del nuevo presidente sería el principio del fin de la dictadura del Proceso de Reorganización Nacional. En medio de la crisis política, económica y social que vivía el régimen miliar, Galtieri se lanzó a una política más enérgica y personal que la de Viola. En un intento de dotar de prestigio a la dictadura militar, concibió el plan de ocupar las islas Malvinas, que aparecía como la solución para los muchos problemas del gobierno. Argentina había reclamado de forma infructuosa a Inglaterra desde 1833, cuando fueron ocupadas por los británicos. El 2 de abril de 1982, de forma inesperada, la situación cambiaría: las tropas argentinas recuperaron las Malvinas. Sin embargo, la fuerza militar británica no se hizo esperar, y tras dos meses de guerra, Argentina se rindió. Esta derrota marcó el derrumbe político del régimen militar. Se acusó al gobierno de haber reclutado para la guerra a jóvenes argentinos sin instrucción militar y provenientes la mayoría de las zonas del país para luchar con unos ingleses mejor entrenados y equipados. La derrota catastrófica, con la muerte de centenares de jóvenes argentinos, perjudicó al frente militar y, sobre todo, a la reputación del ejército, al que se consideró el máximo responsable del desastre. Ante una movilización social cada vez más intensa de la sociedad y la debilidad de las Fuerzas Armadas, corroídas por la creciente conciencia de su situación ilegítima y por sus propios conflictos internos, el gobierno fijó la fecha de elecciones para fines de 1983. Por fin los militares tuvieron que enfrentarse a la evidencia de su fracaso como administradores de un estado desquiciado y como conductores de una guerra que se había revelado como un auténtico despropósito. Fue en estos momentos cuando la sociedad comenzó a despertar de su letargo, volviendo a resonar con más fuerza voces que nunca se acallaron, como la de los militantes de las organizaciones de los defensoras de los derechos humanos, y especialmente la de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Esta última asociación había surgido en 1977 con el objetivo, en un primer momento, de recuperar con vida a los desaparecidos, y después para dilucidar quiénes fueron los responsables de los crímenes contra los derechos humanos, promover su enjuiciamiento y buscar a todos los niños secuestrados-desaparecidos durante la dictadura. En la década de los ochenta, con un gobierno militar cada vez más debilitado, estas Madres y Abuelas realizaron las Marchas de la Resistencia, y después de la guerra de las Malvinas, las marchas de los jueves, que hasta entonces habían tenido escasa concurrencia, se convirtieron en exitosas "marchas por la vida". A día de hoy, estas asociaciones aún continúan con su labor, que, junto con otras organizaciones de derechos humanos, no sólo colocó la cuestión de los desaparecidos en el centro mismo del debate, poniendo a los militares a la defensiva, sino que también impusieron a toda la práctica política una dimensión ética que trascendía los acuerdos básicos de la sociedad por encima de la afiliación partidaria con su original activismo, nunca visto hasta el momento. Igualmente, también empezaron a constituirse protagonistas sociales de distinto tipo, algunos nuevos y otros que habían logrado sobrevivir ocultándose: grupos culturales, universitarios, sindicatos, etc. De algún modo, la sociedad vivía una nueva primavera en la que la democracia, después de la sacudida de la grave crisis económica y la derrota militar, aparecía como la llave para superar desencuentros y frustraciones. Los partidos políticos, por su parte, conocieron una masiva afiliación, y su renovación fue amplia e integral. Pero fueron los radicales y los peronistas los que consiguieron los más amplios apoyos, dejando poco espacio para otros partidos. Finalmente, en las elecciones de diciembre de 1983, el radicalismo salió vencedor con Raúl Alfonsín como nuevo presidente. Su apelación a la transformación de la sociedad, a la que definía como "moderna, laica, justa y colaborativa"; su estigmatización al régimen, asegurando que se ocuparía de que se hiciera justicia con los responsables; y su promesa de que la democracia podría resolver no sólo los problemas de largo plazo, sino también la gran masa de demandas que se acumulaban, fueron las promesas que le dieron la victoria frente al peronismo. Sin embargo, en esta inconsciente alegría se olvidaron cuántos problemas quedaban sin resolver y el poco margen de maniobra que tenía el nuevo gobierno. El país tendría que enfrentarse a su pasado, lo cual acarraría más de un problema con los sectores militares, además de a la crisis económica del 82, problemas que no se resolverían hasta gobiernos posteriores.
BIBLIOGRAFÍA:
ROMERO, L.A., Breve historia contemporánea de Argentina, Uruguay: Fondo de