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Tomás ¡Vlaldonado
Compilador
Die Grossstádte und Geisteslebm, en Jahrbuch der Gehestiftung, 1903, IX; aho
ra en Brücke und Tür, Koehler, Stuttgart 1957, pp. 227-242.
Los problem as más profundos de la vida m oderna surgen de la
pretensión del individuo de preservar la independencia y la especi
ficidad de su ser determ inado contra las potencias abrum adoras de
la sociedad, de la herencia histórica, de la civilización y de la técni
ca exterior de la vida: la última y más reciente metamorfosis de la
lucha contra la naturaleza que el hom bre primitivo debe conducir
para su existencia física. Que el Setecientos invite a los hom bres a li
berarse de todos los vínculos que se form aron históricam ente, en el
estado y en la religión, en la moral y en la economía, para que la na
turaleza originalm ente buena, que es la misma en todos los hom
bres, pueda desarrollarse sin impedimentos; que el Ochocientos
exija, además de la simple libertad, la particularidad del hom bre y
de su prestación, determ inada por la división del trabajo, que torna
a cada uno, incom parable con los otros y -dentro de lo posible- in
dispensable, pero lo hace depender aun más estrecham ente de la
integración com plem entaria con todos los demás; que se vea, como
decía Nietzsche, la condición del pleno- desarrollo de los individuos
en la lucha más despiadada entre ellos o que, de otra m anera, se
gún la visión socialista, exactamente en el contenido de cada com
petencia está siempre operando el mismo motivo fundam ental: la
resistencia del sujeto a dejarse nivelar y consumir en un mecanism o
técnico y social. Cuando los productos de la vida específicamente
m oderna son interpelados según sus características interiores, el
cuerpo de la civilización, por así llamarlo, alrededor de su propia
alma (com o cabe el deber de hacer hoy, en relación con nuestras
m etrópolis), la respuesta deberá intentar descubrir la ecuación
que dichas formaciones sociales establecen entre los contenidos indi
viduales y superindividuales de la vida, las adaptaciones de la persona
lidad con la cual la misma se compromete con las fuerzas externas.
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form em ente gris y m ortecina, y ninguna merece, para él, ser ante
puesta a las otras. Este estado de ánimo es el fiel reflejo subjetivo de
la econom ía m onetaria plenam ente afirmada; que nivela uniform e
m ente todas las variedades de las cosas, traduciendo todas sus dife
rencias cualitativas en diferencias de cantidad, el dinero, erigiéndo
se en su indiferencia incolora, en el denom inador com ún de todos
los valores, se vuelve el más trem endo de los niveladores, vacía irre
m ediablem ente de su contenido, de sus peculiaridades a las cosas,
de su valor específico e incom parable. Ellas nadan, todas con el
mismo peso específico, en la corriente del dinero en perenne mo
vimiento, yacen todas sobre el mismo plano y se distinguen sólo 'por
la extensión de los tramos que cubren. En el caso individual está co
loración o, más bien, esta decoloración de las cosas a causa dé su
equivalencia con el dinero, puede ser casi im perceptible; pero la re
lación que el rico tiene con los objetos adquiribles con dinero, y tal
vez también ahora en el carácter com ún que el espíritu público
confiere por doquier a dichos objetos, este factor se ha acum ulado
hasta alcanzar una m agnitud tangible. '
Es por eso que las metrópolis, que son las sedes principales de
los intercambios monetarios, donde la venalidad de las cosas se im
pone en una medida bien distinta que en el marco de relaciones
más estrechas, son también la patria de los blasé. En su actitud cul
mina, por así decir, el efecto de esta concentración de hom bres y de
cosas que excitan al individuo hasta las más altas prestaciones ner
viosas; con la potenciación puram ente cuantitativa de las mismas
condiciones, este efecto se torna en su faz opuesta, en ese típicojfe-
nóm eno de adaptación que es la indiferencia del blasé, donde los
nervios descubren la última posibilidad de comprom iso con los
contenidos y las formas de vida m etropolitana en el rechazo 'de
reaccionar a ellos y, ciertas naturalezas que logran conservarse' al
precio de una desvalorización de todo el m undo objetivo (lo cual
luego termina, inevitablemente, por com prom eter tam bién a la
propia persona en un sentido de equivalente desvalorización).
Mientras que esta form a de existencia releva totalm ente al su
jeto de una decisión, su necesidad de conservarse frente a la gran
ciudad le exige una actitud socialmente no menos negativa. La acti
tud espiritual que tienen los habitantes de la gran ciudad, los unos
con respecto a los otros, podría definirse, bajo su aspecto fomíal,
como de desapego o cautela. Si al continuo contacto exterior con
innum erables otros individuos tuviese que corresponder la misma
cantidad de reacciones internas que se verifican, en estos casos, en
las ciudades de provincia, donde casi todas las personas que se en
cuentran son personas conocidas y se tiene una relación positiva
con cada una de ellas, la vida interior se atomizaría com pletam ente
y nos encontraríamos en una condición espiritual inconcebible. Ya
sea esta circunstancia de carácter psicológico, como la legítima des-
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