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PREHISTORIA Y ETNOLOGIA
DE CHILE
Colección de Ciencias Sociales
U N IV ERSID A D DE CHILE
1
P¿J B R A V O Y A L L E N D E E D I T O R E S
© Bravo y A llende Editores, 1994
Inscripción Ns 90.694
ISBN: 936-7003-23-8
Prefacio
3 El paisaje chile no . 39
8 C onclusiones. 188
12 Abreviaturas. 240
Prefacio
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mos que la ap a ric ió n de las fuentes escritas, de la d o c u m e n tación
escrita con fines religiosos, económ icos, sociales, políticos, etc., es un
proceso lento, que en algunos casos d e m oró varios siglos. Así, por
ejem p lo, se enseña que el co m ie n zo de los tiem pos históricos en el
Egipto antigu o o currió hacia el 3000 a.C. (es casi una fecha m ítica) y
aprox im adam ente se usa la misma fecha (retro cediéndo la u n po co )
para Sumeria. Pero sabem os que el co no cim ie nto que aporta la
investigación arq ueológ ica prehistórica para los siglos del períod o
Tinita y el Reino A ntiguo en Egipto y para las ciudades sum éricas es,
no sólo im portante sino m ayoritariam ente fundam ental para alcanzar
in fo rm a c ión sobre estos períodos. No basta conocer algunos nom bres
de dignatarios para saber sobre el pasado.
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XVI en adelante, por las inform aciones especialm ente escritas de los
españoles.
La situación de las investigaciones efectuadas en nuestro país, nos
refuerza en la tesis de com plem entar no sólo los estudios prehistóricos
e históricos, sino adem ás de considerar el objeto de la investigación
prehistórica (prehisp ánica), tam bién com o un fin histórico y, por lo
tanto, perteneciente al am plio cam po de los estudios históricos e
historiográficos.
Si revisamos las más im portantes historias de Chile, escritas por
Barros Arana, Encina, Eyzaguirre y V illalobos, encontram os un hecho
innegable: cada una de ellas tiene uno o varios capítulos referidos a los
“indios de Chile", a las “culturas precolom binas o prehispánicas", a los
“orígenes del poblam ie nto", etc. Es verdad que en algunos casos
aparecen com o capítulos “o bligatorio s”, casi pegados a la historia que
se desarrollará a partir de la gesta hispánica (Eyzaguirre); pero tam bién
es una realidad que en la “Historia del Pueblo C h ile n o ” de V illalobos
el estudio de las “Etapas Iniciales” es m ucho más que un com prom iso
académ ico; es la expresión real de una convicción que las experiencias
prehispánicas form an parte del co ntin uu m cultural de nuestro país
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lo g ia, se organiza un D epartam ento ind epe nd iente, con el apo y o de
a n tro p ó lo g o s culturales, físicos y folkloristas; pero las relaciones con
los estudios históricos c o n tin ú a n en forma sólida. Y no pu e d e ser de
otra m anera, puesto que desde la perspectiva de c óm o alcanzar
c o n o c im ie n to (e p iste m o lo g ía) del pasado más antiguo de C hile, de sus
p o b la c io n e s, de sus expresiones culturales, de sus instituciones, de sus
creencias y valores m ás antiguos, la prehistoria, la historia, la etnología,
la etnohistoria, la antro po lo g ía física, la geografía, la g eo lo g ía, etc. son
discip linas que se necesitan para lograr u n saber s ó lid o y perm anente.
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Hay sectores o áreas del conocim iento del pasado que sirven mejor
que otros para acentuar la interdisciplinariedad: es el caso de los siglos
XV y XVI, en donde se vive la experiencia del contacto entre culturas
de continentes diferentes (América y Europa). Los encuentros y desen
cuentros, es decir, los contactos pacíficos y violentos de diferentes
sociedades, se h ab ían p ro d u cid o m uchas veces en estos continentes; no
se trataba de algo nuevo. Lo novedoso es esta conquista trascontinental
El descubrim iento de lo am ericano y de lo europeo fue para ambas
partes injusto, desigual y traum ático; ocurrió, y de alg una m anera nos
sigue ocurriendo. Ahora bien, el conocim iento de estos dos siglos ha
sido posible gracias a la labor concentrada de prehistoriadores, etno-
historiadores e historiadores.
El esplendor de las civilizaciones azteca e inca ha sido dado a
conocer especialm ente por la arqueología. La empresa conquistadora,
justificada o condenada, lo ha sido por los cronistas y, en general, por
los testim onios escritos de los españoles. C o m b in an d o estas dos
grandes fuentes científicas se han escrito im portantes libros sobre el
“descubrim iento y conquista de Am érica", o sobre el “surgim iento y
destrucción de las civilizaciones am ericanas".
De alguna m anera, todos estos estudios historiográficos nos han
form ado, nos han enseñado a amar lo am ericano y com prender a los
españoles.
Sólo una interpretación científica, enriquecida por la prehistoria, la
historia, la etnohistoria y la antropología, podrá hacer posible que
nuestras generaciones futuras sepan y en tie ndan lo que suce dió en su
pasado y aúnen esfuerzos para crear nuevas formas de experiencia, que
nos enriquezcan y no nos perm itan repetir algunos errores com etidos
por nuestros antepasados.
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1 En búsqueda de la definición de los conceptos de Prehistoria y
de Etnología.
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au n q u e puede hoy en día analizarse separadam ente, debe intentarse
unir de nuev o en una am biciosa síntesis expositiva.
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¿Por qué esta separación tan rigurosa en nuestras clases y en las
investigaciones? ¿será verdadera y por lo tanto necesaria de ex poner y
enseñar?. Si u n o hace cortes en el tie m po podría encontrar algo de
apoyo en el análisis in d e p e n d ie n te de una y otra discip lina. Una cosa
es estudiar por ejem p lo, ahora en 1993, a los actuales grupos pehuen-
ches del Alto Bío-bío y otra es excavar los yacim ientos arq ue ológ icos
situados en este m ism o sector geográfico. A parentem ente p u e d e n
haber 500, 1.000 o m ás años de separación, adem ás de no saber cóm o
se d e n o m in a b a n los antiguos pobladores de esta región, e incluso de
desconocer los m ovim iento s de pueb lo s y las interacciones con otros
grupos de aborígenes siglos atrás.
(*) C onsúltese nuestro libro: H isto ria y A n tro p o lo g ía de la Isla de Laja, Ed. U niversitaria,
1993.
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te cno lo g ía de la sociedad n acio nal, adem ás de sus creencias, valores,
e co n om ía y e d u c a c ió n , etc., co m ie nzan a jugar un papel m uy im p o rta n
te.
Pero desde otras perspectivas, creo que las relaciones entre los
antiguos aymaras, rapa-nui o m apuches (para m encio nar tres etnias con
fuerte p e rso n a lid a d , in d e p e n d ie n te de sus diferencias dem ográficas) y
los actuales m iem bros de estas etnias son tam b ién fáciles de dem ostrar.
Las cerem onias y ritos de los m apuches, tales com o el g u illa tú n , la
u n id a d p e rm anente del aymara con su cosm o altip lán ic o , o la c o n tin u i
dad del trabajo artesanal y artístico de los rapa-nui, para citar en cada
caso un ejem p lo, son tan claros que u n id o a la c o n tin u id a d de la le ng u a,
a sus estructuras básicas sociales, etc., m uestran una re lación p ro fu n d a
entre el pasado y el presente.
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pretérita Pues bie n, estas descripciones, en algunos textos m uy super
ficiales y escasas, nos perm iten hacer algunas co m paraciones y levantar
la teoría de la c o n tin u id a d cultural que hem os estado construyendo.
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de conocer. ¿Qué quieren conocer los etnólogos? ¿y q u é quieren
conocer los prehistoriadores?.
T radicionalm ente los prehistoriadores, en cuanto son arqueólogos,
tienen com o objetivo principal el conocim iento de culturas antiguas,
situadas en tiem pos pretéritos; los estudiosos de este pasado hu m an o
prehistórico, buscan los com ienzos de la sociedad hum ana, los oríge
nes de la actividad hum ana; y una vez conocidos estos principios
culturales y biológicos, se afanan en conocer los cam bios, las transfor
m aciones ocurridas a través de los m ilenios. Partiendo de una teoría
evolucionista escriben la historia de estas sociedades prehistóricas.
¿C uándo deben detenerse? Luego de estudiar los períodos M esolítico se
adentran en el relativam ente reciente N eolítico. Un par de m illones de
años son al m enos el escenario cronológico de los acontecim ientos
prehistóricos. En los com ienzos, el tema de los prehistoriadores es
disputado por etólogos y paleoantropólogos; se trata del proceso de
h o m in iza c ió n que se sitúa entre los 7 y 3 m illones de años. C on alguna
seguridad hacia los 2 m illones de años aparece la figura, aún no bien
conocida, de los primeros hom bres y sus primeros instrum entos. (Homo
Habilís y cultura de guijarros). De nuevo al final de esta larga historia
volvem os a entrar en disputa con otros especialistas: los historiadores
y los protohistoriadores. Entre el 3 500 y 3-000, por lo m enos en el
Cercano O riente, aparece un período que es reclam ado por diferentes
científicos. En otras regiones, que no tienen fuentes escritas con cierta
abu nd ancia, c o n tin ú an los arqueólogos dedicados a dar a conocer las
características de las culturas neolítica y eneolíticas.
Por lo m enos en el Viejo M undo hay 2 m illones de años de espacio
cronológico. Pero ¿qué sucede en América?. Lo que deben conocer los
prehistoriadores se resume, se concreta en no más de 35 m il años. Todo
lo que se llam a Paleolítico, M esolítico, N eolítico, E neolítico, C iv iliza
ciones, se concentra en un tiem po corto, que hace que nuestro
contienente tenga una característica científica m uy especial: som os
culturalm ente un continente nuevo, el Nuevo M undo es una realidad
distinta del Viejo M undo. Los primeros pobladores que pisan la actual
Am érica, es verdad, vienen del Asia, pero cruzaron el estrecho de
Behring hace sólo unas decenas de miles de años, en el tiem po
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Pleistocénico Tardío, en la glaciación W isconsin, en un p e río d o cultural
que se conoce co m o “P aleolítico Superior". C om o esto ocurre en los
com ienzos del p e río d o m e n cio n ad o , algunos rasgos del P aleolítico
M edio (tradiciones M ustero-levalloisienses) pasan con los prim eros
habitantes de América. Por varios m iles de años las “industrias líticas"
son industrias mestizas; por esto hay en tantos yacim ientos am ericanos,
in cluy e n d o algunos de Chile, m ezclas tecnológicas y entre los arqueo-
lógos cierto desconcierto en interpretar esta realidad.
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prop ias sociedades aborígenes am ericanas había una apre ciación, una
in fo rm a c ió n , un c o n o cim ie n to sobre los “otros am ericanos”.
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2 Historia de la Investigación Arqueológica y Etnológica Chilena
Hay que buscar por lo tanto el inicio del estudio sistem ático de los
indíg enas y de su cultura, c u a n d o en Europa se o rg a n izó una in d a g a
ción de los p u e b lo s "p rim itivo s" (sobre costum bres, instituciones, y
cultura m aterial) que existían en A m érica, Africa y Asia y q u e eran
co n te m p o rán e o s de los franceses, ingleses, españoles, alem anes, etc.,
y c u a n d o ta m b ié n se c o m e n zó a investigar sobre el pasado pre-
d ilu v ia n o de los hom bres (estudios que hacia m ed iado s del siglo XIX
se lla m a ría n prehistóricos). Ya en la prim era m itad del siglo X IX (e n la
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década de 1830) se o rganizaron las primeras sociedades de estudiosos
que intentaban conocer a los pueblos salvajes, bárbaros o prim itivos;
igualm ente en esta prim era m itad del siglo pasado los geólogos,
p a le n tó lo g o s, anticuarios y aficionados a la historia, buscaban huesos
de anim ales anti-diluvianos extinguidos y restos de cultura (artefactos,
herram ientas), situados en u n m ism o estrato, es decir que p o d ía n ser
co ntem poráneo s.
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se pu blicaro n m uchos inform es y estudios sobre exploraciones de
regiones desconocidas del territorio nacional, que contenían algunas
noticias de sus aborígenes.
Investigadores com o Luis Montt, W enceslao D íaz, José T oribio
M edina, R odulfo A m ando P hilippi, Francisco Astaburuaga, etc., que
pertenecían a diferentes disciplinas, se congregaron el 1° de septiem bre
de 1878, bajo la presidencia del gran naturalista R A P h ilip p i, y se
propusieron “estudiar la etnografía am ericana", “estudiar las lenguas
am ericanas” y “estudiar las antigüedades americanas".
Este co njunto de naturalistas, literatos, historiadores e incluso
políticos, bien inform ados de lo que se estaba escribiendo en Europa,
especialm ente en Inglaterra, Francia y A lem ania y posiblem ente sin
conciencia clara de que estaban organizando una nueva disciplina
científica, son los verdaderos creadores de la Etnología y de la
Prehistoria de Chile.
El libro de José T oribio M edina, p u b lic ad o en 1882, es el resultado,
la síntesis creadora, de un conjunto de publicaciones y de estudios
hechos en los prim eros 80 años del siglo X IX .(*)
(•) En 1923. Ricardo Latcham, en la Revista C hilena de Historia y G eografía (N® 51, Tomo
XLVII, A ño X II) escribió: "En resum en, no podem os sino repetir que después de los largos años
que hem os d e d ic a d o a estos estudios, en nuestro concepto, los aborígenes de C h ile ... es el libro
que o c u p a el prim er lugar entre los que tratan de estos temas; que su valor científico es tan real
hoy co m o en el día en que se d io a luz; y qu e por m ucho que se escriba posteriorm ente, jamas
perderá su m é rito ” (pág . 307)
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a) existencia de co m u nid ade s aborígenes en el territorio nacio nal.
b) v alo ración , desde el siglo XVI, de la presencia de estas socieda
des y culturas nativas, y de su papel histórico en la co nfig u ración
de la sociedad nacional.
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Los temas tratados por todos estos estudiosos se re lacio n ab an con
la teoría D arw inista o de la E vo lución; con las teorías A utoctonistas o
de la D ifu s ió n de los habitantes y de la cultura am ericana; con la
d escripción de algunos tipos de herram ientas ( “piedras h o rad ad as ” de
A lejandro Cañas P inochet), con la an tro p o lo g ía física (Dr. Luis Vergara
Flores), o con la descripción de territorios po co co nocidos (desierto de
A tacam a). En los libros de A lejandro Bertrand, 1885, y de Francisco San
R am ón, 1896, se d ab an noticias sobre los habitantes y sus tum bas,
herram ientas, creencias, ruinas, etc.
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sido im portantes, en cam bio sí lo han sido los m ovim ientos de
los p u eb lo s que provienen del oriente de la cordillera de los
Andes (caso de los araucanos).
En cam bio Max Uhle, nos entregará un m od elo cro n ológ ico que será
acogido por todos los especialistas nacionales y extranjeros.
La obra en C hile del profesor Uhle (1911 -1919) puede resumirse así:
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A dem ás entre 1909 y 1911 se o rg anizan dos sociedades científicas,
la S ociedad de Folklore, fu nd ada por R odolfo Lenz, y la Sociedad
C hilena de Historia y G eografía; esta últim a sociedad in ic ió las p u b li
caciones de la Revista C hilena de Historia y G eografía (el N° 1 apareció
en 1911).
Este se g u n d o períod o de la A ntro po lo g ía C hilena term ina en la
década de 1940, sea p o rq u e estos investigadores m en cio n ado s m ueren
o p o rq u e dejan de p roducir científicam ente d e b id o a su avanzada edad
En este p e río d o aparece tam b ién la figura del padre jesuíta G ustavo
Le Paige, q u ie n desde 1955 centró sus estudios en la zona de San Pedro
de Atacam a.
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Se hicieron, hacia 1955-1957, esfuerzos por relacionarlas, pero no hu bo
consenso entre los especialistas.(*) Sin em bargo este período fue muy
im portante: se dieron a conocer nuevas culturas en el Norte C hico de
C hile; se expusieron científicam ente las excavaciones hechas en Taltal,
Pisagua, Q u ia n i (costa norte de C hile); se com enzaron a hacer estudios
en el interior del desierto no rtino y apareció una nueva síntesis de la
prehistoria de Chile, escrita por Grete Mostny, luego de 27 años, es
decir desde cu ando Latcham p u b lic ó su Prehistoria de C hile en 1928.
(*) A rq u e o lo g ía C h ile na, P u b lic a c ió n del Centro de Estudios A ntropológ ico s; U niversidad de
C hile; 1957;Santiago, C hile.
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e) In c o rp o ra c ió n de nuevas técnicas y m étodos de investigación
(m é to d o s estadísticos, de c o m p u ta c ió n , etc ).
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El caso de M. Uhle es más difícil de analizar. En sus trabajos p u e d e n
descubrirse matices y orientaciones ideológicas que lo situarán en la
escuela Particularista H istórica, y algunos casos, lo aprox im arían a la de
os Círculos C ulturales. Así para Martín G usin d e , Uhle era u n especia
lista que trabajaba con las categorías de la Escuela de Viena. Para
nosotros, en cam bio , está m uy p róx im o a las tendencias que favorecen
las ex plicaciones del desarrollo histórico, m ediante el estudio c ro n o ló
gico y la o rd e n a c ió n , en el espacio y en el tie m po , de las culturas
aborígenes prehispánicas (cuadros cronológicos de las diferentes civ i
lizaciones y fases de ellas). Sus estudios areales (es el creador de la
arq ue olo gía del Pacífico: Chile-Perú-Ecuador), son un bue n ejem plo de
su esfuerzo científico por organizar grandes horizontes estilísticos,
precursores de otros, hechos décadas más adelante.
Por una parte las secuencias culturales y cro nológ icas m ostraron
una te nd encia histórica ind iscutible; de Uhle pasaron a Latcham y
fueron ta m b ié n usadas por G uevara y O y arzún. Siem pre en esta línea
hay un esfuerzo por construir una visión sintética de lo que aco nteció
en el p e río d o prehistórico de C hile (Latcham , 1928; 1936).
Por otra parte las traducciones del Dr A O y arzún perm iten conocer
los trabajos etno lóg ico s de la Escuela de los Círculos Culturales,
especialm ente de K oppers, Schm idt y otros. Pero el aporte científico
m ás significativo fue el trabajo de cam po del sacerdote Martín G usin d e ,
q u ie n llegó a C hile en 1912 a la edad de 25 años. R ápidam en te se
in co rp o ró al M useo de E tnología y A ntro po lo g ía, otra de las in stitu cio
nes creadas en 1911 y cuyo director fue Max Uhle. Esta co lab o ra ción
c o n tin u ó hasta 1924. Su aporte realm ente significativo está v in c u la d o el
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estud io , de sc rip c ió n e interpretación de las costum bres, de la o rg a n i
za c ió n social y de los estudios antro po lóg ico s físicos de los aborígenes
del extrem o sur de Chile. U no de sus intereses más particulares es el
estudio co m p arativ o , es decir, establecer relaciones iguales de cultura
entre diferentes grupos de indígenas: los alacalufes, los onas, los haus
y los yam anas.
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nes. Estos m étodos dab an una info rm ación más com pleta de los grupos
hum anos y de sus sistemas de vida socio-económ ica.
Sin em bargo, esta arque olo gía procesal se convierte en una co rrien
te más en la a rq ue olo gía de Chile.
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Por influencias de las disciplinas etnológicas y etnográficas se
e nuncia una tendencia neo-com prensiva y anti-predictiva, en d o n d e la
b úsq u e d a de la causalidad, apoyada en la em piria, intenta ser re em pla
zada por el c o n o c im ie n to com prensivo, subjetivo, en d o n d e se insiste
en la im portancia de la perspectiva personal del investigador, y en que
la realidad objetiva existe sólo a través del sujeto cognoscente.
2) A rcaícoy
El seg undo p e rio d o se d e n o m in a para el norte de C hile
com enzaría hacia el 8.000 a.C.; en cam bio para el sur las fechas
serían m ás tardías, hacia el 6.500 a.C.. El c o m ie n zo del arcaico
está re lacio nad o con un nuevo p e río d o g e o ló g ic o , el H o loce no ,
que presenta características especiales según sean las regiones:
por eje m p lo , en el extrem o sur de C hile la fauna pleistocénica
c o n tin ú a hasta el 6.500 a.C., lo q u e no ocurre en el centro y en
el norte árido. En este pe rio do la recolección, la caza y la pesca
especializadas son expresiones características de la eco nom ía;
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ig u a lm e n te el fe n ó m e n o del sedentarism o se verifica c o m o una
re alid ad hacia fines del arcaico.
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fuertem ente m ezclada con otras etnias aborígenes y con los españoles-
chilenos.
En el norte, entre los 17° 30' y 23°, el territorio estaba ha b itad o por
aym aras.
p o b la c io n e s En San Pedro de Atacama y en los diferentes
p o b la d o s del Salar de Atacama estaban los atacam eños. Especialm ente
los aymaras se m antienen en la actualidad con sus tradiciones y su
lengua; en ca m b io los atacam eños la han perdido. Más al sur, entre los
grados 29 y 32, los españoles conocieron a los diaguttas, pero en el
presente han desaparecido co m o etnia.
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? El Paisaje Chileno
Este país, de más de 4.200 kms. de largo y de sólo 180 kms. de ancho,
no fue siem pre así. Se fue hacien do po co a po co a través de los m ilenios
y, sobre to d o, en los últim os siglos.
C u a n d o los españoles llegaron por prim era vez a C hile, en 1536,
tuvieron que atravesar extensas planicies desérticas que eran el lím ite
entre el T aw antinsuyu y este lejano m u n d o sureño, y s ó lo cu ando
acam paron en el rico valle del A concagua, aprox im adam e nte en el
paralelo 33 , al norte del futuro Santiago, iniciaron el co n o c im ie n to de
C hile. Sin em bargo en pocos años, ya con el capitán Pedro de V aldivia,
el territorio c o n o c id o con el nom bre aborigen de C hile, o h is p án ic o de
Nueva Extrem adura, c o m e n zó a crecer, extendiéndose po r lo m enos
hasta la actual Serena (paralelo 30). Por el sur, ya en 1550 su lím ite
alcanzaba el caudaloso río Bío-Bío, frontera natural y cultural por
varios siglos entre españoles e indígenas (araucanos). En pocos años
más fue el valle de C o p ia p ó el inicio del reino de C hile, ex tendiéndose
éste en form a c o n tin u a d a alrededor de 800 kms. hacia el norte de
S antiago y ap rox im adam e nte 600 kms. hacia el sur. Sólo en el siglo X IX
y co m o resultado de acontecim ientos de diferentes características
(c o lo n iz a c ió n , e x p lo tación e co n óm ica, guerras, tratados, etc.) el país
alcan zó los lim ites actuales. Pero n o sólo se ganaron nuevos territorios,
tam b ié n se pe rd ie ro n extensas zonas, especialm ente al oriente de la
cordillera de los Andes, que ahora pertenecen a la R e p úb lica A rgentina.
Esta situación actual geográfico-histórica podría recom endarnos no
insistir en una realidad geográfica pasada. Sin em bargo, el c o n o c im ie n
to de las sociedades y culturas situadas en el extremo norte del actual
Chile nos perm ite escribir u n capitu lo que relaciona a los habitantes del
desierto y del territorio a n d in o con aquellos que vivieron más al sur,
tam b ié n en terrenos sem iáridos. La u nid ad , la co lu m na vertebral está
dada por cuatro fenóm enos geográficos: la cordillera de los Andes, la
Depresión Interm edia, la cordillera de la Costa y las Planicies Costeras.
Estas realidades naturales, hum anizadas poco a poco a lo largo de miles
de años, hicieron que los procesos de adap tación, de d o m in io de las
altas y bajas tierras y del mar fueran ejem plos particulares de una gran
em presa, tan antigua com o la misma prehistoria. Tanto la cordillera de
la Costa, co m o la D epresión Interm edia o Central, con algunos acciden
tes, están presentes por lo m enos hasta C hiloé, d o n d e desaparecen bajo
las aguas del G o lfo de Penas. T am bién en sus valles, unos áridos y otros
verdaderos vergeles, las co m unidades aborígenes com enzaron a vivir
hace miles de años su historia, prim ero com o recolectores y cazadores,
y lu e go com o pastores y agricultores. Especialm ente, desde que se
iniciaron las ex plotaciones agrícolas, las transform aciones del territo
rio, con el lento deterioro de sus recursos naturales, form aron parte de
una experiencia histórica com ún.
Los actuales grupos étnicos que aún sobreviven en nuestro país son
de alg una m anera descendientes de las antiguas sociedades que
habitaron tanto el norte com o el centro-sur de Chile. Los aymaras del
extremo norte chile no , habitantes de los valles serranos y de la alta
planicie, a pesar de sus profundo s cam bios culturales y bio lógico s,
m antienen un nú c le o de creencias e instituciones, co m o tam bién rasgos
antropológico-físicos que los hacen los verdaderos contin uad o res de
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las c o m u nid ade s pre-hispánicas Lo m ism o ocurre con los pueblos
m apuches, al sur del río Bío-Bío; incluso son más num erosos y más
hábiles para sobrevivir en una sociedad m oderna ( la chilena). Estos dos
ejem plos, los más característicos, apoyan nuestro m od elo interpretativo
que insiste en la relación del m edio am biente natural con las ex perien
cias históricas y culturales, desde la prehistoria hasta el presente
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norte y P una en la región de A ntofagasta).(’ ) Entre el A ltiplan o y la
D epresión Interm edia aparecen quebradas que corren de este a oeste
y serranías pre-cordilleranas semi-paralelas a los altos picachos a n d i
nos. (*) Estos cordones m ontañosos aum entan c u a n d o se avanza hacia
el sur (Norte Chico: III y IV Regiones); se desprenden de los Andes en
dirección este-oeste, interrum pie nd o la D epresión Interm edia. La cor
dillera de los Andes m antiene sus alturas sobre los 6.000 mts., au nque
no se caracteriza por fenóm enos volcánicos. En cam bio en Chile
Central, al interior de Santiago, reaparece el volcanism o y com ienza
una lenta d is m in u c ió n de las alturas. Este fe nóm en o de baja de altura
c o n tin ú a en el sur, con alturas entre 3.000 y 4.000 mts. El volcanism o
es fuerte y las mayores alturas de los Andes sureños corresponden a
volcanes. A su vez la erosión glacial prod ujo cam bios im portantes en
la c o n tin u id a d cordillerana, o rig in an d o form aciones lacustres im p o r
tantes. Esta cordillera relativam ente baja puede ser cruzada con cierta
facilidad, prov o cand o im portantes contactos sociales y culturales entre
el occidente y el oriente de ella. Desde el períod o pre-hispano
diferentes grupos h u m an o s vivieron en sus faldas, cru zánd o la una y
otra vez (pehuenches, puelches, huilliches).
(•) A lg unos especialistas del Norte A rido (prim era reg ión ) d efin en 3 pisos ecológ ico s la
costa (in c lu y e n d o el litoral, la cordillera de la Costa, los valles bajos transversales y la dep re sión
interm edia), la Sierra (entre los i y 4 mil mets.) y el A ltip la n o o Puna Seca (sobre los 4000 mts.)
(*) En la prim era región tenem os por e jem plo, la Sierra de H uaylillas, y en la segunda región
la C ordillera de D om ey ko .
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La otra cadena m ontañosa, paralela a los Andes y situada cerca de
las planicies costeras, es la cordillera de la Costa.
Nace algo al sur de
Arica y luego de diferentes accidentes y alteraciones a lo largo del
territorio, desaparece en la península de Taitao. Algo más antigua que
la cordillera de los Andes, ha sufrido fuertes erosiones, siendo m ás baja
y de formas más redondeadas.
En el norte aparece com o una cadena m ontañosa rugosa, de cierta
anchura (50 k m s ) , de unos 2.500 mts. de altura y que a veces cae
abruptam ente hacia el mar (acantilados), no perm itiendo la existencia
de planicies costeras antepuestas. A su vez, por el lado oriental,
desciende con cierta suavidad a la D epresión Interm edia.(*)
43
En el norte esta Depresión Central,
desértica y resquebrajada por
diferentes quebradas y u no que otro río, tiene una altura m edia de 1.400
mts. s.n.m .. A la superficie de la depresión, situada entre las quebradas,
se le de no m ina Pampa. Estas planicies m erecieron la atención de los
primeros cronistas españoles, puesto que m uchas veces las ex ped icio
nes españolas, en el siglo XVI, tuvieron que cruzarlas, pad ecien do todo
tip o de sufrim ientos, especialm ente por la falta de ag ua.(’ )
D esciende poco a poco hacia el sur, alcan zand o entre Santiago, y el
río Bío-Bío una anchura m edia de 80 kms.. En algunos sectores forma
cuencas, tales com o los de Santiago y Rancagua. Más al sur, desde la
angostura de Pelequén hasta el río Itata se extiende sin interrupciones,
d e n o m in án d o se este sector Valle Longitudinal. Más al sur del Bío-Bío
el relieve interm edio se caracteriza por planicies relativam ente p e q u e
ñas, form adas por acarreo fluvial y glacial, y en general se presenta
o n d u la d o por la presencia de las primeras estribaciones m ontañosas.
U no de estos sectores, el de la Isla de la Laja, con figura de triáng ulo ,
fue im portante lugar de encuentro entre españoles, chilenos, mestizos,
pehuenches y m apuches.
Desde La U n ión hasta Puerto Montt esta faja interm edia se am plía
hacia la costa; hacia el oriente está caracterizada por un rosario de
lagos. Más allá de Puerto Montt aparece en forma interm itente, para
hundirse en las aguas del G olfo de Penas.
Hay que tener en cuenta que esta D epresión Interm edia fue y sigue
siendo, en la región central, el granero de Chile y el lugar en d o n de se
pro d ujo el mestizaje más intenso, form ando el núcleo de la nación
chilena.
44
grandes centros urbanos, adquieren c o n tin u id ad clara entre el Norte
C hico y Puerto Montt. Estas planicies ganan presencia gracias a la
d is m in u c ió n de la cordillera de la Costa y m uchas veces, com o lo hemos
señalado, se u nen con la planicie allí d o n de el cordón m ontaño so
costero prácticam ente desaparece.
45
tiene algunos grupos de tam arugos, ejem plo de un pasado rico en
aguas.
46
se m anifiestan plenam ente (Cordillera de los Andes, Valle Central,
Cordillera de la Costa), el clim a es cada vez más m editerráneo:
tem plado-cálido, con estación seca y lluvias invernales. Las p re cip ita
ciones van au m e ntan do , desde Santiago que tiene 360 m m ., a 1.030 mm
en C h illán Sus tem peraturas, por el contrario, sufren sólo variaciones
pequeñas; la m edia anual es de 13° a 14° Su vegetación, en el litoral
y en el valle central, se caracteriza principalm ente por bosques
subtropicales de esclerofilas y xerofíticas, con concentraciones en su
parte norte de form aciones subtropicales de suculentas y matorrales
espinosos propios del Norte Chico. En la cordillera de los Andes
co ntin úa el p re d o m in io de las form aciones subtropicales y xerofíticas.
Uno de los bosques más interesantes, por su gran antigüe dad , por
su valor cultural e incluso por su herm osura, es el de las araucarias. Sin
em bargo, sólo se conserva en las tierras altas de los pehuenches (altos
del B ío) y en la cordillera de N ahuelbuta, hacia la costa, en tierra de los
m apuches-araucanos.
47
El am biente h ú m e d o y te m p lad o hizo posible la fo rm ación de un
bosque prim itivo, que en el últim o tiem po ha ced ido ante el hacha y el
aserradero del co lo nizad o r Las colinas boscosas son hoy cam pos en
que se cultivan cereales o sirven para el pastoreo.
48
bajas tem peraturas (especialm ente en las latitudes m agallánicas); se
encuentran la tu nd ra, el bosque caduco sub-antártico y la estepa fría de
la Patagonia. En el sector más occidental, en los cientos de islas, la
vegetación es la que corresponde a la selva de la lluvia y en el
sub o ccid ental extremo sur se encuentra la u n id a d b io d in ám ic a pro p ia
de la tundra.
49
En el matorral y bosque m editerráneo existen especies asociadas a
los pocos bosques que existen, tales com o la g u iña, el carpintero, la
torcaza y la m adre de la culebra. En los cam pos viven el chirihue, el
zorzal, el chincol, el queltehue, el ratoncito com ún.
En los bosques y selvas de lluvias se encuentran el p u d ú , el pu m a,
el choroy, el ciervo volante.
En la Patagonia del extremo sur, en donde predom ina la estepa fría,
la fauna es sem ejante a la and in a, encontram os el guanaco, el ñ a n d ú y
el caiquén.
50
El b o ld o , el p e u m o , el m aqui y el q u ilo son otros frutos que tam b ién
se encuentran desde el Norte Chico hasta el Sur. Especialm ente con el
m a q ui, cuyas bayas negras m aduran en verano y son dulces, los
m apuches preparan chicha. En la región de C on ce p ción Bibar señala la
presencia del q u e u le , de la avellana y, por cierto, del p iñ ó n del p e h u é n ,
alim e nto del p u e b lo pe hue nche . Los piño ne s los -asan los ind ios y los
com en cocidos».
En el sur ta m b ié n son m uy conocidas la m urta, la m urtilla y la frutilla
chilena, esta últim a m uy alabada por los cronistas españoles (G ón g o ra
M arm olejo).
51
4 Los antiguos pobladores de Chile
52
os nuevos territorios a través del pu ente p ro d u c id o en la región de
3ehringia.
53
Ciertam ente que las disciplinas antropológicas, sin tener entre su:
ideas una actitud peyorativa de estos conceptos, no tienen inconve
nientes en reconocer, por interm edio de las investigaciones a rq u e o ló
gicas, la existencia de grupos de cazadores y recolectores que caracte
rizaron el pasado más antiguo de la h u m a n id ad . El pe ríod o Paleolítico,
con su gran p ro fu n d id a d cronológica y su variedad de actividades
sociales, es m u c h o m ás co m p lejo que lo que se im ag in ab a n los
antro p ólo g o s y prehistoriadores del siglo XIX.
54
itravesaron el estrecho de B ehring, posiblem ente alrededor de unos
ÍO.OOO años atrás, en un p e río d o g eo lóg ico co n o c id o con el no m bre de
’ leistoceno y dentro del p e río d o glacial W isconsin Hay ta m b ién
icuerdo entre los arq ue ólo g os y a n tro p ólo g o s físicos para declarar que
estos grupos de cazadores, pertenecientes al Paleolítico Superior
asiático, eran H o m o Sapiens; es decir pertenecían a los seres h u m an o s
más m odernos, m ás desarrollados que otros tipos de hom bres que
h ab ían existido a lo largo del Paleolítico.
Entonces, los prim eros hom bres que entraron al co ntin en te am eri
cano pertenecían a la especie m ás perfeccionada, tanto bio lóg ica com o
cu lturalm ente, lo que les p e rm itió enfrentarse con éxito a un m ed io
am biente de scon o cid o , caracterizado por la presencia de grandes
masas de hielo , q u e no cubrieron solam ente los sectores más altos de
las cordilleras, sino q u e se ex tendieron tam b ién por mesetas y valles.
Las glaciaciones identificadas en el actual territorio de los Estados
U nidos son, de más antig u o a más m oderno, Nebraska, Kansas, Illin o is,
y W isconsin Esta últim a se in ic ió hace unos 50.000 años y te rm inó, al
parecer, hace unos 10.000 años.
Los estudios de diferentes yacim ientos arq ue ológ icos han pe rm itido
construir la h ipótesis de que los prim eros grupos llegaron en la
g lac ia c ió n W isconsin, apro v e ch an d o la existencia de un pu ente natural
que u n ió el co ntinente asiático con el am ericano, c u an d o la g la ciación
W isconsin estaba en un m o m e n to de gran desarrollo, lo q u e h izo que
el nivel de las aguas bajara bastante (alrededor de 80 a 90 mts.).
55
los catorce a diecinueve m il años de antigüe dad . Hay tam bién algunas
fechas, discutibles, que perm iten tentativam ente datar alg uno s restos
óseos hum anos; por ejem plo huesos de un n iñ o de m enos de dos años
fueron encontrados en Taber, Alberta, C anadá. El contexto g e o lóg ico
de este hallazg o fue situado en una edad m ín im a de 25.000 años.
56
io lejos de la costa, p o d ía n ser hab itado s satisfactoriam ente por
nuchos años. No debe pensarse entonces en un avance casi desespe-
ado hacia el sur, ade ntránd o se cada vez más en los nuevos territorios
>i calcu lam o s q u e los cam bios geo lóg ico s p ro d u c id o s dentro de la
g lacia c ió n W isco nsin (tie m p o de avance y retroceso de los hielo s),
tuvieron co m o consecuencia subidas de los niveles de las aguas,
procesos de deshielo, de saparición de los puentes naturales, etc.,
tenem os q u e d e du cir que tal vez por m uchos m ile nio s los g rupos de
cazadores 'am ericanos» no tuvieron ayuda de otros grupo s de cazadores
asiáticos.
En C hile son varios los yacim ientos que han sido aceptados com o
representativos de o cupaciones hum anas de fines del Pleistoceno,
asociados a fauna ex ting uida y con un contexto cultural p ro p io del
p e ríod o p a le o lític o , y que en Am érica se conoce tam b ié n co m o Lítico,
P ale o in d io o sim plem ente de Cazadores y Recolectores. A lgunos a u to
res usan incluso el concepto de Pre- agroalfarero, que estuvo de m oda
en las décadas del 50 y 60. Sin em bargo, po co a po co , se han ido
im p o n ie n d o los conceptos de P aleo ind io y de Arcaico. Este ú ltim o
n o m bre se refiere a los contextos culturales pertenecientes a los
cazadores y recolectores que vivieron en el p e ríod o g e o lóg ico Holoce-
no, cazaron fauna contem poránea y se sitúan entre los 8.000 y los 2.000
1.500 a.C.
(*) La prim era p u b lic a c ió n hecha por un g ru p o de investigadores del M useo N acional de
H istoria Natural y de la U niversidad de C hile apareció en el N oticiero M e n su a l d e lM N. H .N . con
el títu lo de C o n v iv e n c ia d e l hom bre con el m astodonte en C hile Central-, Ns 132-Año X I, J u lio de
1967. Firm aron esta noticia sobre las investigaciones en la Laguna de Tagua-Tagua R odolfo
Casam iquela, Ju lio M ontané y R ó m u lo Santana.
58
estaban hechos de lascas, es decir de fragm entos de piedras go lpe ado s
en form a regular y a veces, m ediante la técnica de presión. Ju n to a estos
cuchillos se encontraron raspadores con retoque unilateral. Adem ás de
un c o n ju n to de artefactos hechos de lascas, poco trabajados, pero con
uso ind iscu tib le , se hallaron huesos de caballo utilizados com o retoca
dores, percutores o p unzo ne s. Restos de carbón y de huesos q u em ado s
perm iten supo ner que en el m ism o lugar com ieron parte de los
anim ales, alrededor de una fogata que no sólo los calentaba sino que
les perm itía cocer parcialm ente la carne de los m astodontes y caballos
(*) J. M ontané y R. B aham ondes llam aron la ate nción en 1973 en la im po rta ncia del
yacim ie n to de Q u ere o. Su trabajo fue p u b lic a d o en el Boletín del M useo A rq u e o ló g ic o de La
Serena: Un nuevo sitio p a le o in d io en la p r o v in c ia de C o quim b o , Chile.
59
arqueólogos que estudiaron el sitio, pertenecen al pe ríod o g eo lóg ico
de fines del Pleistoceno y son sincrónicos a los cazadores de Tagua-
Tagua.
En el yacim iento de Q uereo el recuento de su contexto arq ue o lóg ico
no ha identificado puntas líticas de proyectiles. En cam bio en Tagua-
Tagua, las excavaciones de 1990-1991 perm itieron encontrar dos puntas
de proyectiles del tip o cola de pescado, lo que no debe causar asom bro
puesto que estamos an alizan d o sitios o cupados hacia el 9.430 a.C., es
decir dentro de un pe ríod o p a le o in d io caracterizado por la técnica de
puntas de proyectiles. Lo norm al sería, entonces, que en los y acim ie n
tos de finales del Pleistoceno, propios de cazadores de grandes
anim ales, se hallaran los instrum entos y las armas características de su
nivel te cno lóg ico y de sus necesidades económ icas.
60
Ig ualm ente tenem os presente que m uchos yacim ientos situados a lo
largo del co ntinente am ericano no presentan puntas de proyectiles,
siendo en alg uno s casos co nte m poráne o s a otros, que sí tienen puntas
de proyectiles. Pero nuestro problem a no es del tip o teórico de
diferenciar sitios de fu n c io n a lid a d co m p lem e ntaria, ni tam po co de
reconocer tradiciones estilísticas coexistentes. Lo que estamos c o m e n
zando a discutir es la hipótesis que sostiene que algunos yacim ientos
co nte m poráne o s a fauna desaparecida tienen una p ro fu n d id a d cro n o
lógica m ayor a la de aquellos yacim ientos co nocidos co m o del Pleisto-
ceno final; en este caso nos sorprende que se b u squ en respuestas
superficiales para explicar la ausencia de puntas de proyectiles.
6l
El yacim ie nto de M onte Verde es hasta ahora u n o de los m ás
antiguos encontrados en C hile y presenta características novedosas de
la vida de los p a le o in d io s , explicadas entre otras cosas por el am biente
distinto de este sitio a rq u e o lóg ico y tam b ién p o rq u e pu e d e ser ejem plo
de a lg ú n tip o de tradiciones culturales diferente de los de Tagua-Tagua
y de Q uereo.
(*) En un trabajo de 1985 José Luis Lorenzo sigue e scrib ie n d o sobre el h o rizo n te arqueolí-
tico, el q u e defin e ‘ caracterizado po r la presencia de artefactos líticos realizados c o n lascas y
ta m b ié n co n cantos rodados, retocados som era y toscam ente para m ejorar los bordes cortantes
o rayantes"... La tie rra y su p o b la m ie n to e n v o lu m e n XV de la H is to ria U niversal Salva!.
62
había p o stu la d o , ya a com ienzos de la década del 70, para las fases m ás
antiguas de cazadores y recolectores la ausencia de la tradición
tecnológica lítica de puntas de proyectiles. Las fechas para la fase
A yacucho son de 14 000 a 12.000 a C.
Los yacim ientos de Q uereo, M onte Verde, de Los T oldos y del C eibo
en sus estadios más antiguos, todos con fechas absolutas anteriores al
9 400 a.C., no presentan puntas líticas de proyectiles; en el caso de
Tagua-Tagua habrían aparecido dos puntas del tipo Fell I. C on seguri
dad las prim eras culturas de cazadores que tienen instrum entos de
puntas son las bandas que habitaron entre el 9.050 y el 8.770 a.C..
Sabem os ta m b ié n que la fauna pleistocénica (c ab allo y m ilo d ó n )
p e rd uró en el extrem o sur de Sudam érica hasta el 6.689 a.C. (cueva de
Palli-Aike).
63
El reem plazo de estos p ale o in d io s por otros grupos de cazadores y
recolectores, ta m b ié n de fines del Pleistoceno, no sabem os con segu
ridad c ó m o ocurrió. C ulturalm ente la cueva de Los T oldos, en la
Patagonia oriental argentina y tan relacionada con el y acim ie nto de Fell
en C hile, p u e d e ayudarnos un p o co a entender al ca m b io contextual
arq ue ológ ico. C onocem os que en el 10.650 a.C., en la o c u p a c ió n m ás
antigua (niv el 11), un g ru p o de cazadores y recolectores co n feccio naba
cuchillos bien retocados, raspadores y raederas. Tenía tam b ién lascas
gruesas hechas de piedra, retocadas por técnica de presión m on o facial.
64
y ta m b ié n raspadores grandes. Se encuentran tam bién "fragmentos de
posibles puntas unifaciales». Ahora bien, los estudios de los m ateriales
de la capa 12 de El C eibo (Cardich,1982) han perm itido afirmar que
todos los artefactos analizados, sin ex cepción, fueron utilizados en
prehensión directa, sin n in g ú n dispositivo de enm angue ni de protector
m anual.
65
sino que partes residuales de la confección de verdaderos instrum entos
(lascas, lám inas, puntas, raspadores, cuchillos, etc.). Las hachas de
m ano encontradas, por ejem plo, en distintos yacim ientos de la II
R egión, en el norte desértico de Chile (G hatchi, A ltam ira, Pam pa U n ió n ,
T ulan, B aq ue d a n o ), no form arían parte de un co m p lejo cultural perte
neciente a antiguos cazadores y recolectores de fines del Pleistoceno.
Incluso se ha sostenido que estos núcleos se encuentran en posteriores
períodos culturales.
T erm inem os esta breve revisión de los sitios pale o ind io s in d ican d o
66
que a ún no aparecen ocupaciones de este tipo en el Norte G rande de
Chile y tam poco en la costa. Ocurre que en Q uereo, que está situado
en una quebrada costera, a no más de 200 ms., no hay prácticam ente
uso de una dieta apoyada en los productos del mar. Excepto algunas
escasas conchas de locos encontradas en el nivel dos de Q uereo, no hay
mayores evidencias de recolección m arina.
El período Arcaico
67
prim eros ocupantes de las estepas frías del extremo sur de C hile y de
A rgentina creyeron, hicieron cerem onias, ritualizaron sus acciones más
im portantes, tuvieron expresiones artísticas. No necesitaron prim ero
com er, hacer reservas de alim entos para luego ponerse a pensar y a
creer, co m o más de alg ún arq ue ólo g o m aterialista cultural lo piensa y
escribe.
68
aspadores de dorso alto, raederas, cuchillos y pe que ñas puntas
riangulares a presión, co m ían cam élidos y roedores.
69
con cierta m o v ilidad especialm ente en el caso de los que vivían en la
puna salada y que se desplazaban estacionalm ente hacia los lugares de
m ayor altura. En cam bio, en la p u na seca los yacim ientos se presentan
más circunscritos a los bofedales (las Cuevas) o a ciertas quebradas del
piso p re altip lán ico (P atapatane). Todos ellos vivían no sólo de la caza
de au q u é n id o s, roedores y aves, sino tam bién de algunos recursos
vegetales; escasamente se han encontrado algunos restos propios de la
costa (conchas de choro m ytilus, dientes de tib u ró n ), que perm iten
suponer alg ún tip o de intercam bio con sus tem pranos ocupantes.
70
habitat sem iperm anente de u n g rupo de cazadores que tenían el sector
p rivileg iado de la cuenca de Chiu-Chiu com o su territorio. T odo este
sector aterrazado de am plio s horizontes y surcado por el río Loa,
situado a 2.500 ms. sobre el nivel del mar, era a b u n d a n te en fauna y
flora actual; así lo dem uestran los depósito s de basura excavados en los
alrededores de las habitaciones de estos cazadores. Ju n to a este
yacim iento bien excavado tenem os otros que confirm an una o c u p a c ió n
sólida de cazadores, poseedores de un contexto cultural variado y
com plejo.
71
Las fechas absolutas obtenidas por el m étodo de carbón 14, oscilan
entre 2.430 a.C. y 1.700 a.C.. Es el sitio de H akenasa, en la p u n a seca,
el que mejor caracteriza la vida de los cazadores arcaicos tardíos. Se
trata de un cam pam ento sem iperm anente, en donde la presencia de
huesos de cam élidos y diferentes tipos de artefactos, m uestran variacio
nes tecnológicas interesantes y una reducción del tam año de los
instrum entos. Especialm ente se encuentran los tipos triangulares con o
sin escotadura, puntas pentagonales, algunas puntas lanceoladas con o
sin p e d ú n c u lo , diversos tipos de cuchillos, raspadores de uña, perfora
dores y objetos de adorno (cuentas).
72
instrum entos Uticos, tales com o puntas lanceoladas, cuchillos, raspado
res, perforadores, hay artefactos de m olienda (morteros con sus m a
nos). Según los estudiosos de estos sitios, se habría p ro d u c id o una
cierta m o v ilid a d entre estas quebradas y la puna.
73
cuchillos, raederas, raspadores y una gran cantidad de instrum entos
pe q u e ñ o s (taladros, perforadores). A este co m p lejo industrial lo d e n o
m inam os «Pseudo M icrolítico». Los ocupantes de estos cam pam entos
sem iperm anentes eran cazadores y recolectores; cazaban espe cialm en
te a u q u é n id o s , ta m b ién aves y posiblem ente los roedores form aban
asim ism o parte de su dieta. La presencia de morteros nos hace insistir
en las prácticas recolectoras. Ig ualm ente el hallazg o de conchas
perm ite suponer algunos intercam bios con la costa. Hacia el oriente hay
contactos, a través de la tecnología de pe q ue ño s perforadores y
taladros, con los asentam ientos del río Salado (alero T oconce) y con
varios yacim ientos del sector de San Pedro de Atacam a, sin que se
p u e d a de fin ir bie n desde q u é región se d ifu n d ió esta elaborada
tecnología.
74
alcanza una fecha de 7810 a.C. Se trataría de un asentam iento de
cazadores y recolectores, caracterizado por tipos de instrum entos
lanceolados y de cuchillos hechos a partir de gruesas lascas bifaciales,
asociados todos a artefactos para m olien da. C om o se han encontrado
restos p ro p io s de la costa, se supone que ellos ex plotaban la franja
m arítim a más cercana. Sólo hacia el 5900 a.C., en niveles superiores de
o c u p a c ió n , se encuentran en sus basurales anzuelos de concha. Este
instrum ento especializado le va a perm itir a los habitantes de la franja
costera p ro fu n d iza r sus actividades de pesca, convirtiéndose en verda
deros pescadores Por esta razón sólo en Cam arones 14, en Q u ia n i y en
Punta Pichalo encontram os la primera auténtica o c u p a c ió n perm anente
ya en el 5860 a .C .(’ ). Así habría una interesante relación con la fase
Arcaica M edia de las tierras altas interiores que, com o caracterizamos,
no son m uy abu nd antes en asentam ientos de cazadores.
(•) Sin em b arg o, e n recientes excavaciones se ha id e n tific a do y a n a liza d o con rigor, por los
arqueólogos de la U niversidad de Tarapacá, un nuevo yacim iento de pescadores, situado en la
confluencia del valle de A zapa con la quebrada de Acha, a seis kilóm etros de la costa El
yacim iento d e n o m in a d o Acha 2, se caracteriza por ser una o c u p a c ió n relativam ente p e qu eñ a que
se in ic ió hacia el 6950 a.C. ($.900± 150 a p .) Se trata de 11 estructuras semi aglutinadas, de planta
circular co n un fo g ó n central. Cerca del cam p am ento se encontró un entierro de un hom bre
dolicoide de estatura m edia que fue fechado en el 8.970 a.p (7020 a.C.). Probablem ente los
m iem bros de este c a m p am e n to sobrevivieron en espeial de recursos m arítim os y en m enor grado
de vegetales y anim ales terrestres del valle de Azapa.
75
d e n o m in ó a esta fase de pescadores -Los A borígenes de Arica-; poste
riorm ente se la ha c o n o cid o con el no m bre de Tradición o Fase
C hinchorro .(*)
76
bios significativos en el futuro p róx im o , tales co m o la do m esticación de
cam élidos, co m ie nzo s de la agricultura, tiestos alfareros, m etalurgia,
etc.
78
Sin em bargo en G uan aque ro s todavía hay pruebas de las tradiciones
jue vienen del norte árido. Hacia el 1810 a.C. se encuentra un contexto
:ultural caracterizado por puntas de proyectiles triangulares, peduncu-
adas, arpones de hueso con barbas pe queñas, anzuelos com puestos
con pesa de hueso o piedra y g ancho de hueso, y escasos anzuelos de
concha.
Para term inar, en los com ienzos de la Era Cristiana (30 d.C .)
aparecen, en el sitio Q u e b rad a H o n da, las primeras pipas de piedra y
alg u no s tem betás, que a n u n c ian la prim era cultura agro-alfarera de la
región, la cultura M olle.
D esde los grados 32 al 42 h u b o un fuerte p re d o m in io de las
actividades de los cazadores y recolectores sobre las de los pescadores
y horticultores. Especialm ente en el sector de C on c e p c ión los asenta
m ientos de pescadores y recolectores son im portantes, siend o en
general a lo largo de la costa centro-sur poco intensivos El contexto del
c o m p le jo H u e n te la u q u é n no llega más allá de P ichid ang ui. Más al sur
se encuentra una m ezcla de elem entos de pescadores asociados con
instrum entos p ropio s de cazadores (p un tas tipo A yam pitin).
79
alero pre cordillerano, se cazaban guanacos y se vivía tam b ién de la
recolección de vegetales. Los instrum entos eran puntas de proyectiles
alargadas, raspadores, cuchillos y artefactos de m o lie n d a; adem ás se
encontraron restos de cestería y algunas conchas de mar.
(*) Este yacim ie n to fue trabajado por Alberto M edina, Jorge Katwasse y Ju a n M unizaga
80
Las C om unidades Sedentarias y Productoras de A lim entos • el proceso
de neolitización
Se piensa que en el llam ado Arcaico Tardío (aproxim adam ente entre
el 4000 y el 1500 a.C.) se produjeron cam bios significativos en las
sociedades de cazadores, recolectores, m ariscadores y pescadores En
verdad la recolección de productos vegetales y las prim eras ex perim e n
taciones de dom esticación de anim ales y de plantas, enriquecieron la
vida de los grupos hu m an o s situados en los sectores altos, en los valles,
com o en los sectores costeros.
81
sanias y tecno lo g ías, a g lu tin am ie n to de viviendas, tales co m o T ulan
P uripica, C o n flue n c ia 1 y Loa O este 3., etc.. Pero curiosam ente obser
vam os q u e n o es en estos sitios en d o n d e se c o n tin ú a n las transform a
ciones y en d o n d e surgen las nuevas evidencias; son otros los y a c im ie n
tos que caracterizan los asentam ientos sedentarios (C hiu-C hiu 200,
T ulor, Calar, Caserones, etc.). D efin itiv am e nte la teoría evolucionista
u n ilin e a l no siem pre explica lo que realm ente sucedió.
En prim er lugar, falta inv estig ación y por lo tanto los yacim ientos
a rq u e o ló g ic o s a ú n son escasos; a su vez, los que han sido excavados
no son suficientes para llenar los grandes vacíos de co n o c im ie n to . Los
esfuerzos hechos por los a rq u e ólo g o s chile no s son m eritorios, pero
c o m o se desprende de sus propio s textos hay m uchas o p in io n e s,
declaraciones y reflexiones que no satisfacen las in q u ie tu d e s de los
estudiosos o de los que sim p le m e nte desean conocer.
82
co m p lem e nto que e n riq u e c ió la dieta alim enticia de cazadores y
recolectores, co m o p o r ejem plo de aquellos que vivían en T iliviche
hacia el 7850 a.C., o en Las C onchas hacia el 7730 a.C.. Luego, con el
d o m in io que se o b tu v o de la pesca en p ro fu n d id a d , encontram os
ejem plos de un habitat sem isedentario que no está a c o m p a ñ a d o de
otros cam bios, co m o ocurre en los valles del interior y de altura. Incluso
pasado el 2000 a.C. h u b o algunos cam bios im portantes en la o rg a n iza
ción de la estructura h ab itacion al de los costeños (Cerro M oreno, Caleta
H u e le n), con ejem plos de estructuras sem icirculares de piedras a g lu ti
nadas.
83
Si m iram os más al sur, es decir hacia el centro-sur de C hile, no
parecen encontrarse en los yacim ientos a rq u e o lóg ico s de fines del
A rcaico y co m ie nzo s del Agro-Alfarero T em prano, características p ro
pias de u n c o n ju n to de habitaciones aglu tinad as que nos perm itan
d e fin irlo co m o aldea. Sólo p o d e m o s postular que en el norte árid o hay
evidencias indiscu tib le s de vida aldeana (C hiu-C hiu 200, Alto Ram írez,
T ulor, Caserones, Calar, Pircas, H u a ta c o n d o ). En c a m b io u n p o c o m ás
tarde, hacia el 400 d.C ., la vida aldeana en el norte sem iárid o se
e jem plifica en C arrizalillo A lto, perteneciente a la cultura M olle.
84
le Atacam a. Tiene 34 estructuras circulares que o rg an izan una planta
;eneral en form a de m edia luna.
85
Sabem os que hacia el 200 o 300 d.C. estaba o rg anizada una im portante
c o m u n id a d aldeana agro-alfarera y pastoril, que recibe el no m bre de
Cultura San Pedro, la que pe rm ane ció por más de m il años u n id a a sus
tradiciones y valores culturales.
Para el extrem o norte, p rincipalm en te en los valles de Arica y m uy
en especial en A zapa, se ha ide ntificado una fase cultural d e n o m in a d a
Alto Ram írez, situada entre 1 000 a.C. y 300 d.C .. Esta extensa fase
estaría representada en to d o el norte chile no , alcan zand o hasta San
Pedro de Atacam a. Lo representativo de ella se encontraría en el cultivo
del m aíz y del ají; en el uso de la m etalurgia (cobre y plata); en textiles
con m otivos decorativos en varios colores (rojo, azul, am arillo ) de tip o
geom étrico (cruces, escaleras, ajedrez) y de figuras de anim ales y de
rostros h u m a n o s radiales; en calabazas pirograbadas con relleno de
pasta blanca y con m otivos de figuras sáuricas, lo que tam b ién ocurre
en adornos de metal. Ig ualm ente se han en co ntrado bolsas con p u n to
tip o red, som breros o gorros y turbantes cefálicos. Los enterram ientos
de esta fase co nfo rm an túm u lo s y sus m uertos tienen de fo rm ación
craneal circular. El contexto cultural se caracteriza tam b ién por artefac
tos del c o m p le jo a lu c in ó g e n o , cerám ica espatulada m uy dom éstica y de
otros tipos que incluyen urnas con m otivos antropom orfos. A partir de
estos contextos se ha p o s tu lad o la fase Alto R am írez com o una fase
a ltip lán ic a con una eco n o m ía, una tecnología y en general un desarro
llo cultural diferente a las tradiciones del final del Arcaico (co m p le jo
C hincho rro tardío).
86
Jel desarrollo a ltip lá n ic o circum Titicaca, explicaría la u n ifo rm id a d que
íay en las fechas para iniciar los tiem pos nuevos. Así entre el 1000 y
;1 500 a.C. se p ro d uciría en valles interiores altos p re p u n e ño s, en valles
aajos y en localidades de la costa, una cierta u n ifo rm id a d cultural
caracterizada por los m otivos y por las creencias altiplán icas que
trajeron grupo s de co lo no s. Incluso la futura influ e n cia T iw anaku
podría explicarse m ejor por este substratum cultural, tanto en la región
de Arica co m o en la de San Pedro de Atacam a . Esta hipóte sis es la
ne g ación de la teoría que postula el desarrollo ev o lu cio nista y gradúa-
lista, y q u e m anejan alg uno s arqueólogos.
Para el norte sem iárido o Norte C hico los arq ue ólo g os han aceptado
la hipótesis de m o v ilid a d de antiguos cazadores, desde el noroeste y
p u n a argentinas hacia territorios más cercanos al mar, es decir hacia el
territorio ch ile no . Esta ex p licación se hace más fuerte para el periodo
Arcaico T ardío y el p e río d o Agroalfarero. Tal com o lo hem os escrito, los
cazadores y recolectores del interior de San Pedro V iejo, ya hacia el
2750 a.C ., in ic ia n la ex p lo tación agrícola, sin ser ésta la subsistencia
m ás im portante. No parece po sible, sin em bargo, sostener una e v o lu
c ió n u n ilin e a l q u e lleve desde los arcaicos tardíos hasta los prim eros
agro-alfareros.
88
diversos sitios que ofrecen variables locales, representa una sociedad
agro-ganadera, de nivel aldeano y que posee u n id ad tecnológica
indiscutible en su hermosa alfarería. Sus características principales son
una gran variedad de formas, entre las cuales se distingue la abu nd ancia
de vasos y botellas, cuyas superficies pulidas son de color negro, gris,
rojo, m uchas con incisiones en gran parte de sus cuerpos. Esta bella
alfarería encontrada en las sepulturas, tiene varios ejemplares que
im itan formas de anim ales y de calabazas. Los cem enterios, conocidos
desde la década de 1930, se caracterizan porque sus sepulturas tenían
en la superficie ruedos de piedra. Ju n to a los vasos y botellas se
hallaban los adornos labiales conocidos con el nom bre de tem betás,
tam bién h ab ían pipas de piedra en forma de una T invertida. Ig u a lm e n
te estos aldeanos conocían bien la m etalurgia, especialm ente la del
cobre. Se puede resumir la o p in ió n mayoritaria de los especialistas,
señalando que el C om plejo El M olle corresponde a una etapa del
desarrollo 'aldeano con distribución dispersa y que se relaciona direc
tam ente con culturas agro-alfareras del N O. argentino.
Las fechas y los acontecim ientos que perm iten caracterizar las
diferentes culturas agro-alfareras y pastoriles del territorio ch ile no no
siem pre co incide n y sus hechos sobresalientes tienen rasgos distintos.
Así por ejem p lo, mientras en el norte chileno la influencia de la
civ iliza c ió n T iw anaku juega un papel fundam ental, no sólo para
caracterizar una fase de sus culturas sino tam bién para situar con
seguridad sus contextos arqueológicos, en el Norte C hico y sobre todo
en el C hile centro-sur no se encuentran restos directos de esta civ iliza
ción, a u n q u e sí influencias andinas. Por m uchos años fue la cultura
89
M olle la que c u m p lió el papel director para fechar e identificar
contextos culturales de esta región. Sin em bargo, en los últim o s años
ha surgido una nueva ex p lica ción que reconoce la presencia de culturas
agro-alfareras tem pranas en el centro de Chile, tanto en la costa com o
en el interior, q u e no le deberían a la cultura M olle el origen de su
desarrollo. .
90
altiplánicos. Sólo en las últim as décadas se ha insistido en identificar
una cultura con dos fases, sigu ien do la recom endación de J. Bird, a la
que se ha d e n o m in a d o cultura Arica. Ella com enzaría hacia el 1000 d.C .,
una vez que la civ iliza ción T iw anaku dejó de cohesionar a los d iferen
tes grupos de la costa y de los valles, y term inaría con la presencia
incásica en el siglo XV d.C.
91
de m adera y de m etal, etc.. La ex plo tación de los recursos del m ar y de
los valles cercanos, fue u n o de los alicientes que trajeron a estos
a ltip lán ic o s a los valles occidentales del norte chile no . Los intercam
bios de productos fueron im portantes; m ientras se llevaba a las
regiones altas, entre otros productos, pescado seco, m aíz, frutos,
calabazas, ají, se traían a las zonas bajas papa, q u in o a , c h u ñ o , charqui
y todos los artefactos e instrum entos propio s de la cultura altiplán ica.
Pero obv iam ente no sólo se traían productos m anufacturados, ni los
intercam bios tenían que ver únicam ente con la vida eco nóm ica; tam
b ién se intercam biaban ideas, creencias, cerem onias, ritos. Así a través
de las excavaciones de cem enterios, que estaban apartados de los
lugares de h a b ita c ió n , se caracterizan tanto las tum bas y las ofrendas
(cerám ica p intada p o lícro m a de formas variadas, la que era q u eb rad a);
arcos y flechas ta m b ién rotos; restos de anim ales com o a u q u é n id o s ,
cuyes y perros; co m o se reconocen sus sistemas de creencias y sus
rituales m ortuorios. Es adem ás co n o c id o el hecho qu e, desde el pe río d o
Form ativo, las prácticas de inhalacion es de productos a lu cin ó g e n o s
form aba parte de las actividades de sacerdotes o cham anes, q u e estaban
influ e n c iad o s p o r las creencias altiplánicas.
92
•1 nom bre a una cultura. En verdad la presencia de T iw anaku en la II
(egión se sitúa dentro de la fase III, siendo u n o de los ingredientes
ulturales im portantes, pero no único. Mientras en Arica no hay culturas
hasta ahora estudiadas que hayan pasado por las fases T em prana,
Media y Tardía del desarrollo agro-alfarero, en los oasis situados
alrededor del Salar de Atacama tenem os una cultura com pleja que
com p rende un largo desarrollo, que se iniciaría antes de la Era
Cristiana, con rasgos tem pranos y que term ina con la presencia
española en los siglos coloniales.
La fase San M iguel se sitúa entre el 1000 y el 1250 d.C.; entre sus
indicadores claves se encuentran su cerám ica y sus tejidos; igualm ente
sus artefactos de m aderas (keros, cucharas, cajitas), desapareciendo las
tabletas de alu cinóg e no s. T am bién las calabazas y la cestería a d q u irie
ron un alto nivel de desarrollo.
G entilar, entre los 1200 y los 1350 d.C. presenta una alfarería
po lícro m a y de decoración com pleja. Entre sus m uchas form as se
distin gu e n las jarras globulares, de cuello c ó n ic o invertido; su fo n d o es
rojo y sus figuras geom étricas, hum anas y de anim ales encerrados en
especies de m edallones son de color blanco y negro.
Los artefactos m arítim os son prácticam ente los m ism os, e igual cosa
sucede con los artefactos agrícolas.
94
La Cultura de San Pedro de Atacam a
95
en d o n d e p re d o m in a , adem ás de los artefactos -extranjeros-, un c o n ju n
to de tiestos alfareros co no cido s técnicam ente con el no m bre de
•alfarería del tip o San Pedro Rojo Pulido-, asociados a alg u no s tipos del
■San Pedro Negro Pulido-. Las fechas de term o lu m in isce ncia y de C14
oscilan desde el 580 a.C. hasta el 200-300 d.C.. Estas serían por lo dem ás
las fechas lím ites para la fase T em prana. Para nosotros los com ienzos
de la cultura San Pedro de A tacam a, tal com o ya la d e fin im o s a
co m ie nzo s de la década de 1960, deben ser n o m in ad o s co m o Fase
T em prana o San Pedro I y II. Así San Pedro III correspondería al p e ríod o
M edio, que se caracterizaría por la presencia de la c iv iliza c ió n T iw a
naku la que introduce hacia el 500/600 d.C. y hasta el 900/ 1000 d.C .,
un im portante c o n ju n to de artefactos e ideas en la cultura San Pedro de
A tacam a. Luego San Pedro IV correspondería a la fase Tardía preinca,
entre el 1100 y el 1470 d.C .. El Im p e rio Inca c o n tro ló a San Pedro de
Atacam a en su fase V a través del centro adm inistrativo de Catarpe.
96
lebieron jugar un papel im portante no sólo en el pe rio do M edio sino
lam b ié n T em prano, junto a otros yacim ientos co m o T oconao O riente y
<-alar.
97
culturales com unes, situados en un tiem po que oscila entre el 130 a.C
en el yacim iento de El Torín, y el 665 d.C. en el nivel I de San Pedrc
de Pichasca. La m ayoría de las fechas van desde el 240 d.C. hasta el 48C
d.C ., s eñalando así una especie de m edia cro nológ ica en el desarrollo
de esta cultura o com plejo cultural. A pesar de la h o m o g e n e id a d de
algunos de sus rasgos se ha intentado diferenciar entre valle y valle el
desarrollo cultural de El M olle, según avanzan los estudios. Así, los
trabajos efectuados en El Torín, a 2.600 ms. sobre el nivel del mar, en
la cuenca and ina del río C o p ia p ó , hacen pensar en un asentam iento
aldeano, con presencia bien definida de artefactos agrícolas y con
contactos probados con la p u na de Atacama. Los datos arq ue ológ icos
m uestran una p o b la c ió n de braquicéfalos que tenían relaciones tanto
con las sociedades allende los Andes, com o con el co m p le jo cultural de
San Pedro de Atacama e incluso con algunos grupos de la costa. Adem ás
de practicar la horticultura de riego artificial, eran pastores y cazadores.
Sus contactos con el m u n d o final de los cazadores y recolectores del
Arcaico son tam bién un dato interesante.
98
diferencias especiales en cuanto a la práctica de actividades (a g ric u l
tores, artesanos).
99
triangular de color negro, con dos pares de líneas oscuras, que tiene en
su centro una figura ancha en forma de rayo y de color rojo o crema.
En general los dib ujo s geom étricos son en negro, sobre fo n d o de color
rojo, salm ón y crema. Toda esta cerám ica ha sido diferenciada en 4 tipos
(A nim as I-II-III y IV), estando los tipos III y IV relacionados con la
diaguita posterior.
En las tum bas se han enco ntrado varios artefactos hechos de cobre
y tam bién de plata; igualm ente m uchas piezas han sido hechas en
huesos de cam élidos y de aves m arinas, entre las que se distingue n
artefactos que pertenecen al co m p lejo a lu c in ó g e n o . Entre estas piezas
que se usan para aspirar narcóticos las hay tam b ié n de concha y
m adera. Las pip as en forma de T invertida que usaban los m olles, ya no
se encuentran en los contextos de tum bas y fueron reem plazadas por
piezas q u e p o d ría n venir del norte árid o de C hile a través de Taltal y
del valle de C o p ia p ó .
100
líos de piedra) conserven rasgos tecnológicos propios de las antiguas
tradiciones de pescadores, anteriores al periodo Form ativo M olle.
Curiosam ente, estos po bladores ánim as aparecen desconectados de los
m olles, pero conservando otras tradiciones antiguas, especialm ente
provenientes de los pescadores y recolectores. A su vez las prácticas
ganaderas hicieron p osible los contactos con el norte árido (San Pedro
de Atacam a) y con po blacion es del pe rio do M edio argentino. Ig u a lm e n
te será probada la relación que existe entre la cultura Las A nim as con
los co m ie nzo s de la cultura Tardía D iaguita. En este caso hay una
situación de c o n tin u id a d ejem plificada por la estratigrafía de los
cónchales y por los contextos culturales de las tum bas estudiadas.
La Cultura D iaguita
Es sin lugar a dudas una de las más conocidas culturas del norte
chile no sem iárido y se sitúa aproxim adam ente desde el 1100 d.C. hasta
la llegada de los incas, hacia el 1470 d.C. A lgunas piezas, sin no m inarlas
com o diaguitas, fueron dadas a conocer a fines del siglo pasado. Sin
em bargo, fue en las décadas de 1920 y 1930 cu ando se relacionó
especialm ente la cerám ica prehispánica encontrada en diferentes lu g a
res de la región con la de los indios diaguitas de Argentina.
101
1970 y 1980, hay acuerdo en div id ir esta cultura en tres fases. La Fase
I de la cultura D iaguita se relaciona con la Fase IV de la cultura Las
A nim as y con la fase T ransición. Las sepulturas de este prim er período
en su gran m ayoría ind ivid uales, no son profundas y los cuerpos
h u m a n o s están flectados en dirección oeste-este y en p o s ició n decúbito
lateral. Ju n to a los m uertos hay tiestos alfareros, en la m ayoría de los
casos cerca del cráneo; hay tam b ién artefactos tales co m o agujas,
p u n zo n e s, arpones de hueso, puntas de flechas y a veces urnas de
cerám ica. En estas tum bas, al igual que en las pertenecientes a la cultura
Las A nim as, se encuentran restos de llam as o alpacas, colocados
alrededor del cuerpo h u m a n o o sobre él. En los yacim ientos más
cercanos al litoral hay gran ab u n d an cia de restos de fauna m arina y de
arpones. Ju n to a esta m anifestación de econom ía m arítim a se expresa
tam b ié n la presencia de una actividad pastoril y ganadera.
102
en donde aparecen los tipos cu zq u e ño s (aríbalos) asociados con
escudillas y «pucos» típicam ente diaguitas, más los jarros pato. Hay
también «tupus» (prendedores) y «tumis» (cuchillos en form a de s e m ilu
na).
Para esta fase se conoce u n im portante centro m etalúrgico situado
en Viña del Cerro, al interior del valle de C o p ia p ó .
Sin lugar a dudas que la cultura diaguita no sólo cu b rió físicam ente
desde el valle de C o p ia p ó hasta el de A concagua, sino que m ezclada
con rasgos y artefactos incásicos influ y ó en las culturas de C hile
Central. Es prob able que los incas hayan trasladado (sistema de «mita»)
a cam pesinos diaguitas hacia el sur, ex plicánd o se así la presencia de un
contexto diag uita transculturizado.
103
Las C ulturas Agroalfareras de Chile Centro-Sur
Entre los valles del Illapel y del C achapoal se ha ide n tificad o otra
cultura tem prana co no cida con el nom bre de Llolleo, que participa de
la m ayoría de los elem entos y estilo de vida de la cultura El Bato.
A u nq u e las fechas radiocarbónicas van del 140 al 280 d.C ., en los
yacim ientos situados en la desem bocadura del río M aipo y en el curso
superior del río C ach apoal se postula que esta cultura se m antie ne hasta
el m o m e n to de la a p a ric ió n de los rasgos culturales A concagua, hacia
el 800-900 d.C .. Si se confirm a la presencia de la cultura Llolleo, com o
ocurre ta m b ié n con la Cultura El Bato, estas fechas deberían subdividír-
104
se en fases, una de las cuales caracterizaría el pe rio do M edio agroalfa-
rero, tan mal estudiado en el centro de C hile. Esta hipo tética fase podría
caracterizarse por algunos tipos alfareros que recuerdan la cerám ica de
Las A nim as y por cerám ica negra p u lid a incisa.
La econom ía de los m iem bros de esta cultura d e p e n d ía de los
productos vegetales, co m p lem e ntán do se con las actividades de reco
lección, pesca y caza. O c u p a b a n las terrazas fluviales, los sectores
lacustres y litorales. En este últim o caso debem os insistir que la
econom ía preferente era la agrícola, aprovechándose sólo algunos
recursos m arinos. A unque los yacim ientos cordilleranos son escasos, se
han encontrado algunas evidencias en M endoza y en N e uq uén (A rgen
tina). Los sectores mejor estudiados son p rincipalm en te los valles del
Aconcagua y M aipo y el valle del C achapoal Así se ha co m p ro b ad o que
la p o b la c ió n Llolleo corresponde a un grupo braqu icéfalo , de estatura
m edia (entre 1.50 y 1.60 ms), con asentam ientos dispersos y cuyas
habitaciones eran hechas de barro y paja («quincha-); bajo éstas eran
enterrados los m uertos, usándose urnas para el entierro de niños.
Luego del 800 d.C. se co m ie nzan a reconocer entre los valles del río
A concagua y del C achapoal artefactos y estilos que pertenecen al
pe rio d o agroalfarero tardío y que to m an el nom bre de C ultura A co n
cagua.
105
De acuerdo a los arq ue ólo g os que han estu d iad o esta cultura de
fines del p e rio do M edio y que abarca to d o el p e río d o Tardío agroalfa-
rero, incluy e ndo un contacto con el m u n d o incásico, ella prod uciría
una cierta h o m o g e n iz a c ió n entre los valles del A concagua y el Cacha-
poal.
Se trata de co m u nid ade s de agricultores que cu ltiv aban porotos,
m aíz, zap allo y otros productos p ro p io s de sus chacras. C om o sus
viviendas estaban dispersas por valles, tanto cerca del litoral co m o del
interior y precordillera, su eco nom ía se adap taba a los diferentes
sectores ecológicos. Así recolectaban m ariscos y algas, ju n to a otras
actividades p rincipale s de la agricultura, para las que se usaban
técnicas de regadío que se apo y aban en la d is trib u c ió n del agua por
sistemas de canales y técnicas de sem brado consistente en abrir hoyos
en el terreno para lu e go depositar en ellos las sem illas. En los sectores
precordilleranos no sólo eran pastores, sino tam b ié n cazadores.
106
contactos im portantes, expresados por el trabajo en hueso, por la
presencia de instrum entos m usicales, por la im portancia de las activi
dades pastoriles y por una o rg anización política y social m anifestada en
el sistema de m itades (valles del A concagua y del M apo cho ), por lo
m enos en los tiem pos de la conquista española (cronista Je ró n im o de
Vivar).
107
E conóm icam ente h ab land o , las po blaciones pitrenes serían recolec
tores y tam bién cazadores. No parece sin em bargo im posible que hayan
te nid o tam bién peq ue ño s huertos de papas y m aíz. Así por lo m enos lo
probarían las excavaciones hechas en los sectores argentinos (en
N e uq ué n ). Allí se encontraron, adem ás de los tiestos alfareros ya
descritos, pipas en forma de T invertida, hechas de piedra y cerám ica,
tembetás de piedra, fragmentos de m anos y m olino s, y m uchas piezas
líticas tales com o puntas de flecha triangulares y gran cantidad de frutos
de la araucaria (-pewen-), restos de huesos de avestruz y cuentas de
collar de conchas m arinas del océano Pacifico. Estos restos culturales
pertenecientes a paraderos, es decir sitios habitacionales transitorios,
están fechados hacia el 1050 d.C.
Las fechas antes m encionadas sitúan a este com plejo cultural más en
el período M edio agroalfarero que en el T em prano. Sin em bargo, son
evidentes las relaciones con las culturas tem pranas de C hile Central (El
Bato y Llolleo) y con culturas del noroeste argentino.
El Vergel. Después del año 1000 d.C. se superpone sobre la cultura
Pitrén la cultura identificada por primera vez en la IX R egión, cerca de
la ciudad de Angol. Los yacim ientos se encuentran entre el río Bío-Bío
y el Toltén, p rincipalm ente en el valle central. Esta cultura trae nuevos
elem entos, pero tam bién conserva rasgos de la antigua o cu p a c ió n . Una
nueva tradición de sepultación diferencia claram ente a las dos culturas:
la m ayoría de las tum bas se caracteriza por contener grandes tinajas
pintadas y decoradas con m otivos antropom orfos y geom étricos, de
color negro o rojo sobre fo n do blanco; las formas de otros tiestos
alfareros decorados corresponden a los de la cultura Pitrén. Pero las
tum bas de esta nueva cultura, que por fechados radiocarbónicos se
sitúa entre el 1100 y el 1300 d.C ., tam bién contienen urnas hechas de
troncos ahuecados, o bien se caracterizan por cistas de piedra o
sim plem ente por inh u m acion es sencillas.
108
fas bicéfalas. Entre la cerám ica decorada aparece una conocida con el
nom bre de V aldivia, que puede ser prehispánica e incluso preincaica,
pero que in d u d a b le m e n te co n tin úa en el pe ríod o hispánico . A lgunos de
los m otivos, tales com o triángulos y estrellas, tam b ién se encuentran en
la alfarería preincaica e incaica de C hile central (c o m p le jo A concagua).
109
le ng u a), es un hecho pro b ad o por los estudios antro po lóg ico s que los
actuales araucanos o m apuches son prod ucto de casi 500 años de
interrelaciones biológicas y culturales, no exentas de violencias e
injusticias.
El Extremo Sur
Mientras en el centro-sur y en el norte de C hile se puede escribir una
historia de la o c up a c ión hum an a caracterizada por diferentes fases del
desarrollo socio-cultural, no ocurre lo m ism o para el extremo sur.
110
En el norte árido hay m uchos ejem plos de cam inos, edificios,
ofrendas m ortuorias, alfarería que m uestran sin d u d a la presencia
directa e indirecta de los incas. Así en Arica tenem os, en el valle de
A zapa, el centro adm inistrativo de Purisa; en el valle de Lluta, el de
M o lle p a m p a y en el lago C hungará, a 4.350 ms. sobre el nivel del mar,
el tam bo de C hungará. Este ú ltim o , descubierto po r nosotros en 1978,
se co m p o n e de tres unidades: una plataform a a la que se llega por una
escalera con 6 escalones de piedra, un gran patio rectangular y 9
recintos orientados de sur a norte, posiblem ente de fu n c ión habitacio-
nal. La ex cavación dio especialm ente cerám ica del tip o Saxamar (negro
sobre rojo con de co ración de cam élidos estilizados). Es casi seguro que
estas construcciones corresponden a una especie de plaza de control
estatal, que supervigilaba y perseguía una eficiencia en la alta p ro d u c
tiv idad del m anejo de una masa de cam élidos.
111
Atacam a) y en el cerro Esmeralda, en la cordillera de la costa, al
noroeste de Iq u ique .
Igualm ente cerca de San Pedro de Atacama hay un centro ad m in is
trativo im portante en Catarpe. Más al norte, en el sector del río Salado,
en m edio del pucara de Turi (centro habitacional defensivo preincaico),
se construyó por los incas un gran edificio, -Kallanka-, de 26 ms. de
largo con techo de dos aguas. En la misma región cerca de C aspana,
explotaron una m ina de cobre en Cerro Verde.
112
e x p lo ta c ió n aurífera. Ya las co m u nid ade s de las culturas del p e rio d o
Tardío agroalfarero explotaban estas m inas; el tributo p ag ado con
regularidad a los incas, no más de 150.000 castellanos al año , en
m oned a españo la de 1576, explica el origen de esta leyenda
113
5 Los Aborígenes del Siglo XVI
C u a n d o los españoles lleg aron por prim era vez al territorio c h ile n o ,
en la e x p e d ic ió n liderada por el A de lan tado D ie g o de A lm agro, sus
intereses preferentes eran conquistar nuevas tierras que fuesen tan
ricas co m o las que se h a b ía n enco ntrado en el Perú. Los hab itante s de
los nuevos d o m in io s eran sólo u n co m p o n e n te del nu e v o paisaje; los
extensos territorios recorridos y especialm ente el cruce de la cordillera
nevada, con todos los sufrim ientos inherentes, eran una etapa s u p e ra
ble si se lograba alcanzar el o bjetivo esperado: u na c iv iliz a c ió n
caracterizada por grandes edificaciones ricam ente alhajadas, en d o n d e
el oro y la plata les perm itiesen convertirse en -señores*, en hom bres
ricos y así co lo nizar con éxito, apro v e ch an d o la fuerza de trabajo de
m iles y m iles de indígenas. Entonces tendría sen tido el gran esfuerzo
de sp le gad o a lo largo de cientos de leguas.
114
C uand o la empresa poblacion al de Pedro de V aldivia en los nuevos
territorios del sur (C hile) co m enzó a ser conocida en el Perú, e m p e za
ron a llegar a Chile, sobre todo desde 1548, algunos españoles que
tenían interés en escribir los actos heroicos de estos conquistadores y
colonizadores. El prim ero de ellos fue un soldado *a pié* llam ado
G e ró n im o de Bibar (o Je ró n im o de Vivar), quien desde 1548 y hasta
1558, escribió -todo lo que vió, and uv o y escuchó* sobre la conquista
de Chile hecha por el capitán Pedro de V aldivia y sus hom bres. A unque
no p a rtic ip ó en la ex ped ición de 1540-1541, la narra con detalles
sorprendentes y lo que más llam a la atención a los estudiosos es que
se interesa por los habitantes y por el paisaje natural, haciendo hincapié
incluso en detalles propios de un descriptor especializado.
( " ) H istoria de todas las cosas que h a n a caecido en el reino de C hile y de los que lo han
gobernado.
115
Nos vam os a centrar en especial en estas obras históricas para
caracterizar a los aborígenes que desde el norte de Chile (Arica) hasta
el sur (C h ilo é ), fueron conocidos por los españoles, co habitaro n con
ellos, lucharon y se m ataron m utuam ente, pero tam bién se m ezclaron,
creándose así, a lo largo del siglo XVI una nueva p o b la c ió n mestiza que
p rim ó en los siglos siguientes.
El cronista Bibar nos ayudará a describir los pueblos del norte y del
centro de Chile. En el sur, para los m apuches en general y para los
araucanos en especial, contarem os con el testim onio escrito de los
otros cronistas. Igualm ente las cartas del prim er gobernador de Chile,
don Pedro de V aldivia, nos enriquecerán con algunos datos de gran
valor etnológico y etnográfico.
Este contexto se expresa tam bién en una lengua distinta a las que
h ablan los nativos, en creencias religiosas m uy diferentes, en c o n o c i
m ientos científicos y técnicos europeos, y en una pertenencia tanto a
organizaciones sociales y políticas propias de las sociedades o ccid e n
tales, com o a instituciones económ icas protocapitalistas.
116
histórico particular, una experiencia y una e x plicación del pasado
distintas, separaba al español de los aborígenes, que a su vez pertene
cían a otras sociedades. ¿Cóm o describirlos entonces con alguna
objetividad? ¿C óm o com prenderlos en sus valores y en sus costumbres?
¿Cómo saber lo que decían, si no les en tendían sus palabras?.
D esde las prim eras pág inas de su texto B ibar reconoce, ante to d o,
117
una cultura de -pescadores* entre Arica y C o q u im b o , caracterizando sus
costum bres, sus artefactos, su econom ía, etc.. Estos son cazadores de
lobos; los m atan con sus -harpones de cobre*; com en su carne y con sus
cueros hacen -balsas para sí y vender». Cosen los cueros con espinas de
cardones y con -los nierbos de carnero y de obeja* hacen hilos. T am bién
hacen un betún con la sangre de lo b o y con la resina de los cardones
y de barro berm ejo, y con él «alquitrán y brean el cuero».
Estos indios que m atan lobos *no m atan otros peces*. -Así cada
género de pescador mata el género de pescado a que se aficiona y no
otro*.
119
guos, M edio y T em prano, se caracterizan por sus cem enterios, co n ju n to
de entierros alejados de las habitaciones.
Los españoles se adm iraron, en toda esta región de Atacam a, de la
existencia de plata, cobre, estaño, p lo m o y -gran can tid a d de sal
transparente». T am bién les llam aron la atención el alabastro, el y o d o y
el azufre.
Ven a los aborígenes bien vestidos, -como los del Pirúv Las mujeres
son -de buen parecer-; las ven cam inar, con sus cabellos largos y
negros, vistiendo «un sayo ancho que cubre los brazos, hasta los codos
y el faldam ento hasta abajo de la rrodilla».
En lo referente al culto, los habitantes de Atacama tienen adorato-
rios y cerem onias, y sus sacerdotes acostum bran a hablar con el
d e m on io.
Por ú ltim o , sus armas son pocas, «flechas y hondas-, lo que hace
supo ner un p u e b lo pacífico.
120
La entrada de la ex p e d ición de Pedro de Valdivia al valle de C o p ia p ó
y su relación con los aborígenes, que nos relata el cronista Bibar años
más tarde, es la única ex posición sistem ática que existe en la crónica
del siglo XVI. Los otros escritores, M ariño de Lobera y G óng o ra
M arm olejo, apenas m e n cio n a n algunos hechos, sin detenerse en la
descripción de los habitantes, de su cultura y de este valle que -es el
p rin c ip io de esta g o b e rn ación de Chile-,
Los árboles que vieron los españoles fueron los algarrobos, los
chañares y -calces-, y en las sierras árboles altos, -extraños de ver, sin
hojas. T ienen espinas m uy espesas del m od o de agujas de ensalmar».
121
un hacha en las m anos y se puso hacia el sol, h acien do u n parlam ento
en su lengua y ado ránd ole y d án d o le gracias por la victoria que hab ían
tenido. C on aquella hacha am agaba a los dos españoles ciertas veces
com o que les querían hender las cabezas. Hechas estas cerem onias les
volvieron los rostros y tornaron a hacer sus reverencias.....
(*) A n tro p o lo g ía estructural. Ed. U niversitaria de Buenos Aires (E u d e b a ), Bs. Aires, 1968.
122
valle se esco nd ían en las sierras por «el tem or que tenían de los
cristianos*. O b v ia m e n te que ellos eran avisados por los aborígenes de
los otros valles, lo que estaría dem ostrando la existencia de un sistema
de relaciones entre los habitantes de estos valles, a pesar de que no
existía un sistema de g o b ie rn o co m ún
Al com parar a los co q u im b an o s con los del valle anterior dice «que
son del traje de los del G uazco , y de sus rritos y cerem onias e
costumbres». Declara sin em bargo que su lengua es diferente.
123
Algunas de estas características son po co im portantes y se ex plican por
la presencia de los conquistadores españoles; así por ejem plo, al llegar
al Limarí, escribe que -hay pocos indios», pero tam bién hace ver con
insistencia que h ablan su propia lengua y que ésta es «diferente de la
de Coquimbo-. Sobre los valles de -Cocanbabala», -Chuapa» y -Liga-
insiste que -estaban estos valles no bien p o blado s de indios-. No dice
nada sobre su lengua ni tam poco sobre su g obierno. Por las descripcio
nes que siguen, vemos que centra su atención en el valle de A concagua
C-Anconcagua-).
H ab ien do partido V aldivia con once caballeros, lleg ó a cuatro
leguas antes del valle de Aconcagua, en d o n de fue inform ado que valle
abajo, hacia la mar, -estaba un cacique que se llam aba A tepudo con una
guarnición de indios para guarda de su persona, po rque tenía c o n tin u a
m ente guerra con el cacique M ichim alo ng o , señor de las m ietadas del
valle de Aconcagua-,
Bibar afirma que no pasan de 1.500 los indios (de be pensarse en los
guerreros), pero tam bién escribe -solía haber m ucha gente».
Escribe que -los señores de este valle son dos», precisando que sus
nom bres son T anjalongo y M ichim alo ng o ; lo que nos hace pensar que
el cacique A tepudo , antes m en cio n ado , está bajo el m an d o de T an jalo n
go Reconoce que M ichim alo ng o es el más tem ido señor -que en todos
los valles se ha hallado-.
124
ocasión de cuatro im portantes señores: T anjalongo, M ich im alo n g o ,
A te p u d o y Q u ilic a n ta .
Los señores Q u ilic a n ta y A tepudo son del valle del M apo cho , y
Q u ilic a n ta incluso era tam b ién representante del Inca. C u an d o los
españoles llegaron a estos valles se dieron cuenta de que hab ía guerra
entre estos jefes. Esta situ ación bélica h izo que Q u ilic a n ta diese su
apo y o a V aldivia y -luego m a n d ó a los caciques que, con su gente por
mitas, les ayudasen a hacer las casas-.
En C olina los españoles apresaron a dos ind ios y éstos les «mostra
ron un q u ip o , que es un h ilo grueso con sus nudos, en el cual tenían
tantos n u d o s hechos cuantos españoles hab ían pasado-.
125
de ese año. C olaboraron los grupos indígenas que h ab itaban cerca, o
relativam ente cerca, del M apocho. -Para efectuarlo concertaron que se
ayuntasen por provincias y que se diesen avisos a los que co nvenía
darse. Fueron luego ayuntados diez m il indios en el valle de A concagua
del m ism o valle y de los más cercanos, a la voz del cacique Michima-
lo ngo , así m ism o por parte del cacique Q u ilican ta.
■Y ayuntándose más todos los indios del valle de M apo cho , y otros
que llam an los picones, que son los que ahora se dicen porm ocaes,
com o adelante diré por qué se llam aron picones y porm ocaes, q u e eran
todos diez y seis m il indios*.
Surge así de los escritos del cronista una relación significativa, que
se enriquece c u a n d o describe la provincia de éstos: «Es tierra de m uy
lindos valles y fértil. Los indios son de la lengua y traje de los del
M apocho. A doran al sol y a las nieves po rqu e les da el agua para regar
sus sementeras, au nq u e no son m uy grandes labradores...».
126
Estos cazadores cordilleranos bajaban a los llanos a com erciar y
tam bién a robar; traían m antas, plum as de avestruces y llevaban m aíz
y com ida.
Más allá del río M aulé y hasta el río Itata o cup ab an estas tierras
grupos de aborígenes que no son descritos por Bibar, pero que son
diferenciados de los prom ocaes y de los araucanos. Así, por ejem plo,
cu ando a com ienzos de 1544 se produjo un alzam iento de los p ro m o
caes, V aldivia salió con 60 hom bres «y cu ando entró en la provincia de
los porm ocaes, toda la gente de guerra se pasó de la otra banda del río
de M aulé Visto esto el general corrió toda la tierra y p ro v in c ia .... Llegó
de esta vez hasta el río de Maulé-.
127
hábitat corresponde, adem ás, a los térm inos de la c iu d ad de Santiago
y treinta leguas al sur de la c iu d ad fund ada por el capitán Pedro de
V aldivia. Si relacionam os estos lím ites de Santiago con las descripcio
nes m uy bien hechas de los grupos de aborígenes que h ab itab an , entre
otros, los ríos A concagua, M apocho y M aipo (-aconcaguas-, -mapochi-
nos- y -promaucaes-, estos últim os alcan zan d o hasta el río M au lé) nos
enfrentam os a una interesante coincidencia: el hábitat d e fin id o para el
•com plejo cultural Aconcagua- se identifica bastante con el de estos
aborígenes y con el territorio ad ju d icad o a la ciu dad de Santiago.
O curre así que este extenso hábitat, situado entre los paralelos 32
y 35, fue o c u p a d o por la cultura, o m ejor dicho , c o m p le jo cultural
A concagua, luego por los incas y finalm ente por los españoles.
Más allá del río M aulé se com ienza a presentar una realidad
diferente.
Bibar, por ejem plo, muestra una o p o s ic ió n entre los indios m aúles
y los prom ocaes, -la otra, po rque los indios m aúles, v ie n d o a q u e llo y
que les corrían la tierra, no consentirían a los prom ocaes en su tierra,
y ellos se sujetarían y venían a la obediencia-.
C ) La a lfa re ría in d íg e n a chile n a . Cap. X II, pág . 169; S antiago de C hile , 1928.
128
conquistado. Y de allá adelante no había pasado n in g ú n españo l, ni se
sabia que tan cerca estaba tierra poblada. Pasado este río, fue a dorm ir
a una laguna que estaba cinco leguas de aquel río, ad o n d e los v iniero n
acometer cierta cantidad de gente, y eran tan salvajes que se venían a
los españoles, p e nsando tom arlos a m anos, a causa de estar adm irados
en ver otros hom bres en h áb ito diferente que ellos. Y de ellos perdieron
m uchos las vidas*.
129
C uando Bibar nos relata la rebelión de los prom ocaes, en 1555,
vuelve a insistir en relaciones entre éstos y los del M apo cho y
Aconcagua. «Salido el general Francisco de V illagrán a socorrer las
ciudades de Im perial y V aldivia y llevado la más grande de Santiago, la
provincia de los porm ocaes, v iend o que quedaba poca gente en la
ciu dad... se rebelaron, haciendo el d año que en las haciendas de sus
amos po dían... y a enviar sus mensajeros a los caciques de la comarca
de la ciudad de Santiago. Y así se com enzaron a rebelar m uchos
caciques hasta el valle de Aconcagua...».
Pasemos ahora a la caracterización de los araucanos.
En arqueología y antropología, desde hace años, no se duda de que
los araucanos son un pu e b lo y una cultura bien definidos. No ocurre lo
m ism o cu ando el tema es tratado por los lingüistas y por algunos
historiadores, quienes tienden a m ezclar a los aborígenes de C hile
central con los araucanos, sobre todo cuando se usa el concepto
■mapuche- o -pueblos mapuches- Así por ejem plo se escribe que los
chilenos son producto de una m ezcla de españoles y m apuches, o de
españoles y araucanos.
130
y gente tan bestial que no dan la vida a su adverso, ni le tom a a rehenes,
ni por servir. Y por tanto conviene al español que no ha usado la guerra,
que pelee con g randísim o án im o , y venda bien su vida para vencer y
ganar, juntam ente con la vida, honra y fama-.
Pero lo que más adm ira Bibar es el rasgo guerrero de los araucanos:
-esta gente antigu am ente tuvieron guerras unos con otros, co m o eran
todos p arcialidades, unos señores con otros. C u an d o vienen a pelear
v iene n en sus escuadrones por buen orden y concierto que me
perécem e a m í que, a u n q u e tuviesen acostum brado la guerra con los
rom anos, no v inieran con tan bue n orden-. Luego de describir cóm o
lu c h a n en o rd en y valientem ente, entrega otras características im p o r
tantes. En prim er lugar, Bibar com para lo c o n o cid o por él en la com arca
de S antiago con lo que recién está co no cien do ; así ve costum bres y
rasgos culturales sem ejantes, au n q u e tam bién descubre diferencias.
131
Veamos algunos ejem plos: -Y de todas estas sesenta leguas y comarca
de Santiago es una lengua-. Estamos frente a u n dato im portante: los
aborígenes del centro y sur de Chile hablarían un m ism o idiom a. Esta
inform ación de Bibar, entregada en 1558, confirm aría lo que el padre
Luis de V aldivia escribió a com ienzos del siglo X VII en su -Arte y
G ram ática general de la lengua que corre en to d o el Reyno de Chile*.
133
seguridad hasta el río C achapoal) y la otra, situada entre el río Itata y
el río C autín. A la prim era, siguien do en parte a R. Latcham y los más
recientes trabajos arqueológicos, la llam arem os prov isionalm ente «cul
tura Aconcagua- y a la situada más al sur -cultura Araucana*.
Estaríamos así frente a una etnia que se asentó -de preferencia en los
valles del interior», siendo esta p o b la c ió n de eco nom ía agrícola, con
actividades com plem entarias económ icas en diversos am bientes bio-
geográficos (e x p lo tación de recursos m arinos, caza de aves, de p e q u e
ños roedores y, posiblem ente, dom esticación de cam élido s). Lo que
más llam a la atención en esta cultura es su alto desarrollo te cno lóg ico
en la co nfección de su cerám ica, la que fue influ en ciad a desde los valles
transversales (tipos D iaguitas) y por la co-tradición andina.
Q uedaría por ubicar la cultura situada entre los ríos M aulé e Itata.
Es prob able que frente a estas dos sociedades bien organizadas, con
personalidades culturales definidas, estas tierras -tal co m o lo in s in úa R.
Latcham- estuviesen bajo la influencia tanto del norte com o del sur, es
decir, de los habitantes de A concagua y de los araucanos. El p ro p io
Bibar tam bién muestra una situ ación de relativa in d e fin ic ió n . Para él
está clara la presencia de los aborígenes aconcagua y m apo cho, los que
ag lu tinan a los otros aborígenes hasta el norte del río M aulé; luego
define con claridad la presencia de una nueva p o b la c ió n el sur del río
Itata (los araucanos).
134
6 La Vida Fronteriza: Entre la Guerra, la Evangelización y el
Comercio
(*) A n tro p o lo g ía e his to ria de la Isla de la Laja. Ed. U niversitaria, S antiago, 1992.
135
Ciertas figuras notables de estos siglos son recordadas, insistiéndose
en alg uno s loncos araucanos y pehue nche s, y en de term inados g o b e r
nadores españoles, sobresaliendo entre todos el irlandés-español A m
brosio O ’H iggins, padre del libertador c h ile n o B ernardo O ’H iggins.
136
indios entregó -la expresa nación- a los franciscanos. Esto ocurrió en
1756.
137
aguardaban los indios, y v iéndo le llegar, se entraron en la sierra. El
gobernador, entonces m a n d ó ejecutar severos castigos en los que se
tom aron extraviados, para escarmentar a los dem ás. R eforzó la g u a rn i
ción de la ciu dad, y levantó el fortín de San Fabián, cerca de C anucu,
en el paraje lla m a d o los Maquis*.
La situ ación en la región de los llanos y sobre to d o en el vértice
occidental de la isla de la Laja era conflictiva; por esta razón el
g obernador Sotom ayor fu n d ó al norte del Bío-Bío, cerca de Y u m b e l, el
fuerte *La Trinidad* y al sur-oeste de T alcam ávida, en la orilla sur del
Bío-Bío, el fuerte -Espíritu Santo*.
(*) D iego Rosales, H isto ria g e n e ra l de! reyno de C h ile F lan d es In d ia n o , 3 tom os; V alparaíso,
1877; tom o II, pág. 664; tom o III, pág. 174.
138
m últip les ataques y m alones, que los cordilleranos (pehu en ches y
puelches) hacían en contra de C hillán y sus alrededores; com o tam bién
los acuerdos de paz y los continuos quebrantos de ella
139
antiguo fuerte de San Felipe de Austria, cerca de Y u m b e l. A Peredo le
interesó preferentem ente la defensa del río Laja, construyendo varios
fortines, y «casas-fuertes-.
Este m ism o gobernador re po bló C h illán es septiem bre de 1663. El
capitán y cronista José Basilio de Rojas y Fuentes c o n d u jo la o peración,
apoyado en un destacam ento de 200 soldados. C o m en zó así de nuevo,
lentam ente, el proceso de construcción de casas, graneros, m olinos; las
plantaciones de trigo, cebada y otros productos de las huertas y
chacras. H abían m uerto alrededor de 900 soldados, desde que se in ició
el levantam iento hasta el triunfo de las armas españolas, y se hab ían
destruido varios centenares de estancias entre el M aulé y el rio Bío-Bío.
Por otra parte, entre 1692 y 1700, g o bernó el reino de Chile Tomás
M arin de Poveda, quien im p u ls ó las políticas de ev an ge lización en el
territorio de los m apuches y de los pehuenches. El p ro p io gobernador,
en carta de abril de 1695, señala al rey Felipe V que fueron especialm en
te los religiosos de la C o m pañía de Jesús y los de la orden de San
Francisco los que se dedicaron a este m inisterio. Se erigieron 9 m isiones
nuevas. El g obernador m enciona las de Im perial, Boroa, T ucapel,
Repocura, V irquén, M ulchén, Renaico, Q uecheregua y M aquegua.
140
cecordar que R ucalhue está situado al sur de Santa Bárbara, p u e b lo y
fortaleza im portante del siglo XVIII para la defensa de la isla de la Laja.
Este sector del río Bío-Bío, frente a Santa Bárbara, contó siem pre con
una m isión , cuya actividad sufrió, a veces, interrupciones d e b id o a las
sublevaciones de los aborígenes de la cordillera o de los llanos.
A pesar de estas penetraciones esporádicas, todo el territorio
situado entre el sur de C hillán y el Bío Bío estaba prácticam ente
a b a n d o n a d o y sólo sus territorios lim ítrofes, especialm ente al o ccid e n
te, en el territorio de los llanos, tenían fuertes y m isiones, cercanos a
la conflu encia del Laja con el Bío-Bío Por ejem plo al nor-oeste del rio
Laja, junto al tercio de Y u m b e l, se fu n d ó la m isión de San C ristóbal, en
1646. En todo el siglo XVII los jesuítas extendieron sus m isiones por el
territorio de la costa y de los llanos, y algo incursionaron hacia el
territorio de la cordillera a fines del siglo. Luego, en el siglo X V III, la
orden de los franciscanos ad q uirirla fuerza en la acción apostólica
m isional con los aborígenes cordilleranos de la isla de la Laja, e incluso
de más al sur. La ex p ulsión de los jesuitas los dejó com o señores de casi
todas las m isiones del sur de Chile.
141
doles com prender las ventajas de una vida más regular i de las
com odidades que proporciona la civilización» (*).
142
fronteriza. Su postura más eq uilibrad a le debe m u ch o a V illalobos,
co m o ta m b ié n a Barros Arana.
- Los esp año le s dem oraron los acuerdos hasta co m ie nzo s de 1726,
c u a n d o se re alizó el parlam ento de Negrete.
143
Por su parte, los m apuches insistieron en que hubiese u n tratam ien
to más justo por parte de los capitanes de am igos y de los españoles en
general, que les perm itiesen trabajar librem ente, y pedir y tener justicia
ante las autoridades españolas.
El cronista Carvallo y G oyeneche ha insistido en que el maestre de
cam po general M anuel de Salam anca, pariente del g o bernad o r C ano de
A ponte, fue el principal causante de la sub le vación , en cuanto realizaba
negocios usando a los capitanes de am igos, los que causaban grandes
injusticias a los m apuches. A poyado en esta in fo rm ación y en otros
docum entos, Barros Arana interpretó los hechos exagerando la im p o r
tancia de la rebelión En prim er lugar, escribió que en 1723 estalló una
form idable insurrección de los indios araucanos que o casio n ó grandes
daños y que estuvo a p u n to de producir la ruina total de las ciudades
y de las estancias del sur. Sin em bargo, el relato que hace este
historiador acerca de los acontecim ientos contradice su v alo rización .
Los aborígenes, excepto asaltar algunas estancias y m atar a unos
cuantos españoles, no lograron tomarse n in g ú n fuerte ni im ped ir la
llegada de refuerzos, que incluso en un prim er m om e nto no fueron
num erosos. T am poco p u d ie ro n im pedir el a b a n d o n o de los fuertes que
eran, al decir del sacerdote jesuita Jo a q u ín de V illarroel, -unos ranchos
cubiertos de paja i cercados de una m ala estacada*. Los ind ios se
lim itaron sólo a insultar de lejos a los españoles, c u an d o éstos
aban do naro n los fuertes, sin poder atacar ni tom ar nada.
145
- No sólo había pocos deseos de guerrear entre los m apuches,
sino tam bién entre los españoles y criollos.
146
Estos fuertes serían construidos en 1724 y principalm en te d o m in a
rían los pasos más usados por los m apuches de la costa, co m o de los
llanos, y q ue perm itían el cruce del río Bío-Bío Igualm ente, en la ribera
norte del rio Laja se construyó el fuerte de Tucapel para intentar detener
el paso de los m apuches de la pre-cordillera y de los pehuenches de la
cordillera; con los años se c o m p ro b ó que no c u m p lió este propósito .
Este deseo de term inar la sub le vación fue reforzada por dos
situaciones que hay que eq uilibrar adecuadam ente. Una de ellas hacía
147
referencia a los negocios que su pariente, el maestre de cam po general
Salam anca, tenia con algunos capitanes de am igos, lo que se com entaba
y criticaba. H abía entonces que term inar pro n to con el levantam iento
que se había o rig inad o en Q uechereguas, al ser m uertos tres capitanes
de am igos por los m altratados m apuches. La otra situ ación se pro d u jo
con la intervención del Rey y del Consejo de Indias, quiene s en abril
de 1724 recom endaron que los indios fuesen tratados «con la m ayor
suavidad- y en caso de injusticias provocadas por alg uno s españoles se
procediese a castigarlos con toda severidad, -no p e rm itie n d o que a los
indios en sus tratos de po ncho s y dem ás granjerias que tuviesen, se les
hagan agravios ni vejaciones...* El 30 de diciem bre de 1724 el Rey
insistió en -que se tratase de aquietar a los ind ios, im p id ie n d o to d o mal
tratam iento, i que se les perdonasen los delitos q u e h a b ían co m e tid o
durante la insurrección*.
148
p o n d ía m ejor al esfuerzo e c o n óm ic o de co lo nizar de finitivam e nte
aquellos sectores aún no p o b lad o s, com o los extensos territorios
situados entre los ríos Laja y Bío-Bío.
149
en la parc ia lid a d de Ruca-Alhué, y la otra en el centro de las m ism as
cuarenta leguas al sud-este de aquella plaza, en Lolco.
150
con gran facilidad , c o m o d id a d y u tilid ad pued e dar gasto a sus
feligreses...»
(•) C la u d io G ay, H isto ria Física y P o lític a de Chile; D ocum entos., to m o I, págs. 282-285
151
recorrerlo para atraer a los infieles al cristianism o, n in g ú n so ld ad o o
com erciante deberá pasar más allá del Bío-Bío. En seg undo lugar, las
plazas militares y los presidios deberán estar al norte del Bio-Bío, entre
otras cosas p o rq u e su estado de conservación es deficiente y, po r lo
tanto, poco sirven a la defensa del reino y m enos para el avance de la
c o lo n iz a c ió n . Por ú ltim o , si se logra tranqu ilizar a los aborígenes,
im p id ie n d o que los españoles los d añe n , aquéllos p o d rán aceptar ser
reducidos a pueb lo s dentro de su tierra libre.
Esta decisión de los españoles fue considerada una traición por los
pehuenches, quienes respondieron aliándose con los llanistas, con
ataques a las haciendas de los españoles Lebian con sus pehuenches
atacó, a com ienzos de diciem bre de 1769, la plaza de Santa Bárbara, y
Pilm igerem antu (m ás c o n o cid o com o Pilm i) derrotó a los españoles en
los cerros de la hacienda de las Canteras, cuyo du e ño era do n Ram ón
Zañartu.
153
gobernador interino Balm aceda capitán de D ragones, construir un
fortín cerca del paso de A ntuco para im pedir los ataques de los
cordilleranos en la isla de la Laja y hasta las haciendas de C h illán.
154
En 1776, una vez m ás, in ic ió el traslado del fuerte de San Ju an
Bautista de Purén, al lado norte del rio Bío-Bío. En las m árgenes norte
del rio D u q u e c o , cerca de su confluencia con el Bío-Bío, le v antó el
fuerte de M esam ávida, prete nd iend o asi cerrar la entrada de los
llanistas a la isla de la Laja.
155
acuerdos o recom endaciones tom ados y hechos en Santiago n o tenían
in flu e n c ia al sur del Bío-Bío. No debem os o lvidar q u e cada -lebo- era
in d e p e n d ie n te de los otros, excepto en situaciones m uy especiales
co m o defensa de enem igos o sublevaciones generales.
156
Luego q u e su p o lític a de alian za con los p e hue nche s llevase a la
derrota de los h u illich e s y a la m uerte de su jefe L lanqu itu r, el
g o bernad o r O ’H iggins co nv o có a un parlam ento para crear c o n d icio n e s
perm anentes de paz. Este se efectuó en m arzo de 1793 en los cam po s
de Negrete, lugar tradicio nal de m uchas reuniones. Una vez más los
aborígenes fueron bien agasajados y regalados; se estableció la p az
entre ellos; se p e rd o n ó a los huilliches; se pe rm itió el libre tránsito de
los españoles por las tierras aborígenes y se restableció el com ercio
entre españoles e indígenas.
En este m ism o año , incluso antes del parlam ento, Am brosio O 'H ig g in s
V allenar (así se firm a) m a n d ó al cap itán Ju a n O je da a reconocer las
plazas y fuertes de T ucapel, V illucura (P ríncipe C arlos), Santa B árbara,
San Carlos, N acim ien to y M esam ávida. Su p re o c u p a ció n por la s itu ación
de la frontera, por las tierras situadas al norte del río Bío-Bío, lo
llevaron a convertir la isla de la Laja en un lugar seguro para los cientos
de viejos soldad o s que recibían tierras para trabajar. A dem ás en este
m ism o añ o se convertía la isla de la Laja en prov incia separada de Rere.
157
villa de 40 vecinos*. Luego nos especifica que -de los 40 vecinos i de
los dem ás habitantes de su distrito, se ha form ado una c o m p añía de
m ilicias de caballería-. En to d o este sector, los intercam bios con los
aborígenes de la precordillera y de la cordillera o b lig a b a n a m antener
-dos o tres balsas con los hom bres pagados por el rei-.
Por estos m ism os años, el capitán Ju a n de O jeda nos inform a que -en
el centro de la isla de la Laja entre dos esteros no m brado s Paillague y
Q u ilq u e , que se derivan de los m ontes de la parte de nordeste de
aquellos llanos, a las orillas del ú ltim o se halla la Plaza de los Angeles
en un p la n o algo in c lin a d o hacia él. Su figura es un cuadro perfecto con
sus respectivos bastiones, levantado de m uro de piedra, y circuida de
com petente foso, y dispuesto en todas partes a una vigorosa defensa.».
Acerca del fuerte de Santa Bárbara señala que tiene tres -semi
baluartes-, u n foso de ocho varas de p ro fu n d id a d y seis de ancho, -el
que se halla en dos partes derrumbado-. En general el fuerte necesita
urgentes reparaciones, sus m aderos están po drido s y am enazan sus
edificios de -heñirse abajo, co m o sucedió con la Iglesia de esta villa».
Incluso en este fuerte no hay -posito de la pólvora».
(*) Libreta de Revista de las obras de fo rtificación de las Plazas, y fuertes de la frontera...
en A rchivo N acional. C apitan ía G eneral, Vol. 861, folios 128-146.
158
O tro fuerte que nos interesa es el de Tucapel. Esta plaza co n no m bre
tan tradicio nal se encuentra -a orillas del caudaloso rio de la Laja,
acanton ada a las prim eras sierras de los Andes-. El objetiv o de ella es
■contener las hostilidades de los Pegüenches en sus frecuentes salidas
por el bo q u ete de la cordillera no m b ra d o Antuco-. La describe O je d a ,
en 1793, co m o -un cuadro regular con sus baluartes correspondientes,
levantado de m urallas de tierra, que circunvaladas de a n ch o y p ro fu n d o
foso, constituyen su defensa-. A lrededor de este fuerte, -bajo su
artillería hacen residencia 25 o 30 vecinos en p o b la c ió n ordenada-.
159
firm em ente su c ircu nv alación estrecha el cam in o de la tierra precisa
m ente a sus fuegos; q u e d a n d o de este m o d o d e fe n d id o y resguardado
el bo quete de V illacura y avenida de San Lorenzo. Su recinto c o m p re n
de cuartel para el abrigo de la tropa y alm acén de provisiones de guerra
y boca y una grada para tom arse el agua de su abasto*.
En O jeda nos aproxim am os a las políticas de O 'H ig g in s cu an d o
explica el o bjetivo del fuerte: «este puesto observa de cerca las
intenciones de los indios y siem pre procura a fa b ilid a d y agasajo su
q u ie tu d y bue na am istad, y siendo preciso, po r sus em isarios la solicita
de las reducciones mas distantes de aquel B utalm apu*.
Antes que nada y en parte estim ulado por los com bates que tuvo con
los peh ue nch e s desde 1769, im p u lsó O 'H ig g in s u n p lan de levantar
fuertes en el sector sub-cordillerano, pues los actuales fuertes de
T ucapel y Santa Bárbara no eran capaces de im p e d ir la entrada de los
aborígenes cordilleranos y el consecuente saqueo de las estancias de la
isla de la Laja y de los sectores aledaño s de C h illán . Asi le v antó los
citados fuertes de T ru bu nleo , de B allenar, del Príncipe Carlos o de
V illacura. Estos dos últim o s fueron especialm ente valiosos para in fo r
160
mar sobre los grupos de pehuenches que entraban a intercam biar
productos: -el com ercio activo de los Pegüenches con los españoles
consiste en sal».
Es verdad que con los siglos de m ezcla b io lóg ica y cultural, los
procesos de a c u ltu ración son cada vez m ás intensos y tienen por
resultado que el co nce pto de lo ch ile no se generalice entre los
m apuches; pero, co m o com entarem os en las co nclusio nes, siguen
ex istiendo grupo s de descendientes de m apuches y de otras etnias que
aspiran a la in d e p e n d e n cia territorial. Una larga historia de m ezclas no
bastó para cerrar las cicatrices provocadas por las violencias e injusti
cias de m ucho s siglos. Incluso la bon dad osa acción de los evangeliza-
dores n o fue a veces bien co m p re n d id a y se la ex plicó com o otra forma
de d o m in a c ió n extranjera.
161
En el presente las contradicciones do m inan a los grupos internos de
las etnias; unos aceptan ser chilenos, otros a ser naciones dentro del
Estado ch ile no y unos pocos a ser com pletam ente independientes.
Luego de conocer las características principales de las actuales etnias,
volverem os a este crucial tema de las relaciones entre aborígenes y
chilenos.
162
7 Las Etnias Sobrevivientes en el Chile Actual
163
siendo, co m o ya lo dijim os, los m apuches o araucanos el g ru po m ás
significativo. C om o veremos m ás adelante, es justo que se les re co n o z
ca, con su propia n o m in a c ió n , co m o fo rm a n d o parte de la sociedad
m ayor chile na, com o lo son ta m b ién los otros grupos m ino ritario s
étnicos.
A p ro p ó sito de la exigencia de respeto que surge en favor de estas
m inorías y sin ser representantes del m o v im ie n to postm odernista,
p o de m os hacer nuestro el esfuerzo q u e hacen alg u no s pensadores por
reconocer el valor de una p lu ra lid a d de discursos, por la c o m p le jid a d
y sing ularid ad de los valores e intereses de diversas culturas. La
diversidad y las m ú ltip le s formas que alcan zan los otros,
en este caso
nuestras m inorías culturales, de be n ser reconocidas por las m ayorías de
nuestra sociedad.
164
Los Aym aras
166
cultura a n d in a , que, para los chilenos, pertenecen a la sociedad
bo livian a. Un aymara ch ile no mira al mar, a la ciudad; un aymara que
no se siente ch ile no , pero tam poco es b o liv ian o , seguirá m irand o al
oriente, a las m ontañas nevadas, a los G uallatiris, al Parinacota, al lago
C hungará.
No sólo los estudiosos de esta etnia, sino tam bién los gobernantes
deberán tom ar en cuenta este desgarram iento cultural; su futuro
de p e nde rá de una acción conjunta que respete a unos y otros, pero
sobre todo a los m iem bros de esta antigua y m ilenaria etnia.
(•) Esta co sm o v isió n ha sido estudiada por la a n trop olo gía María Ester Creve
167
parte sagrada y una parte profana. A su vez, en cada nivel, los
elem entos se div id en en m asculinos y fem eninos; así, po r eje m p lo , en
el m u n d o superior el sol y la Cruz del Sur pertenecen al sexo m asculino;
la luna es fem enina y las estrellas son sus hijos. En el m u n d o de los
hom bres los espíritus y lugares del pastoreo-m ontaña se d iv id e n en
m asculinos y fem eninos; igualm ente los espíritus y lugares de la
agricultura-tierra son m asculinos y fem eninos. T am bién los espíritus
guardianes de las iglesias y las torres y los santos católicos se d iv id en
en m asculinos y fem eninos. En el s u b m u n d o p re d o m in a n los espíritus
de la m úsica, en género m asculino y fe m enin o (Seren-M allku Seren-
y
t'alla. el espíritu de la m úsica y su esposa).
168
sagrado, la o rg a n iza ción dual alto-bajo de las sayas
(m itades de una
c o m u n id a d ) se encuentra igualm ente en los otros m undos. El par
m acho-hem bra constituye una o p o sición com plem entaria m uy im p o r
tante, que da consistencia al m u n d o social y religioso aymara
Los M apuches
Al sur del río Bío-Bío y hasta aprox im adam ente el río T oltén,
especialm ente en el sector costero, incluy e ndo la cordillera de Nahuel-
buta y en los llanos (de pre sión interm edia), se encuentran las actuales
co m u n id a d e s m apuches-araucanas. Al oriente de ellas, en el sector de
Santa Bárbara, en el río Q u e u co y en el alto del río Bío-Bío se hallan
las c o m u n id a d e s pehuenches. Al sur del río T oltén, de costa a c o rd ille
ra, o c u p a n d o alg u no s sectores tam b ién en la costa, entre los ríos Calle-
Calle y el M a u llín , y parcialm ente en la isla de C hiloé, al sur oriente de
la isla, encontram os a los grupos de huilliches.
169
Esta d istrib u c ió n territorial no corresponde exactam ente a la que
tenían en los siglos p rehispánico s y en los prim eros siglos coloniales.
C u a n d o los españoles pisaron por prim era vez el actual territorio
c h ile n o , los m apuches se expresaban en la lengua c o m ú n , en m apu-
dungu, se reconocían a pesar de su gran in d iv id u a lis m o co m o pertene
cientes a una m ism a h u m a n id a d o por lo m enos em parentado s entre si;
así ocurría entre el sur del río C hoapa hasta el g o lfo de R eloncavi. Pero
ta m b ié n es un hecho histórico bien p ro b a d o que sus divisiones
culturales, su in d iv id u a lis m o que sólo reconocía íntegram ente co m o
hom bres (che) a los m iem bros de su fam ilia y de su linaje, les im p id ió
constituir una sociedad integrada y por co nsig uie nte crear un Estado y
un g o bierno central, co m o ocurrió con otras sociedades preco lo m bin as.
Pues bien, estos habitantes de la tierra fueron, con el correr de los años
y especialm ente por la acción de los conquistadores europeos, ais lán
dose más; m ezclándo se con los españoles; p e rd ie n d o la v ida, sea por
las luchas defensivas que tuvieron que hacer ante la inv asión extranje
ra, sea por las enferm edades traídas por los invasores. O tros, que v ivían
en el centro del territorio, retrocedieron hacia el sur, u n ié n d o s e con los
araucanos, o atravesaron la cordillera de los Andes.
170
diferentes partes de A m érica rechazaron con energía; según ellos no
hay nada que celebrar y sí m ucho que lam entar. A dem ás estos m o v i
m ientos étnicos de protesta se podrían situar dentro de los m ov im ien to s
de carácter general que aprecian los nacionalism os, que insisten en el
valor de las m inorías culturales, en la im portancia de los pu eb lo s
aborígenes
Los H uilliches
Se en tie nde por hu ichilles a los indígenas que viven al sur del río
T oltén y que incluso hab itaro n hasta la isla de C hilo é, al sur del seno
de R eloncaví. R igurosam ente los hu illich es se concentran en tres sub-
áreas: la prim era desde el río Toltén hasta el Lago Raneo, la segunda
está bie n representada en el sector de San Ju an de la Costa y sus
alrededores, y la tercera en la isla de C hilo é, exactam ente al norocci-
dente de Q u e lló n .
Estos aborígenes tam b ién son conocidos con el nom bre de veliches.
Las diferencias som áticas son pocas entre m apuches-araucanos y
171
m apuches-huilliches; en general son m orenos, fornidos, de estatura
baja o m edia, boca grande y gruesos labios.
En los largos siglos de contactos con los españoles y luego con los
chilenos, la cultura h u illich e se transform a en una realidad de pe ndie nte
de la sociedad y cultura nacionales; se convierten en cam pesinos. Estos
cam pesinos em pobrecidos, po rqu e fueron despojados de sus tierras
m ediante acciones legales o ilegales, que ellos n o e n te n d ía n , sufrieron
en general de 1881 en adelante, un tratam iento injusto. Esta nueva
realidad social y cultural los separó en parte de su pasado , de su
historia; ésto se v ió acrecentado po r el proceso de ev an ge lización
cristiana, prim ero efectuada por los jesuítas y desde 1767 por los
franciscanos. Ahora bien, no debe verse este proceso de cristianización
parcial co m o una situ ación que el ind íg ena rechaza en forma absoluta;
todo lo contrario, existiendo sin lugar a dudas resistencia seria a
aspectos de la ética cristiana, se recogen tam b ién co nce pciones de la
d iv in id a d , p ro d uc ié n d o se un sincretism o creador, que perm ite a los
hu illiches, entre otros conceptos, hacer suyas ideas com o la lib eración,
la salvación e incluso la resurrección.
172
Hay referencias especiales para definir una cultura chilota, que en
la actu alid ad se caracteriza por la presencia de mestizaje entre e s p a ñ o
les, chilenos y h u illiches. Son principalm en te p e q u e ño s agricultores y
parcialm ente pescadores. Existe tam bién una práctica ganadera referi
da especialm ente a ovinos. Ju n to a lo anterior hacen trabajos com o
obreros en los aserraderos y en diferentes actividades cam pesinas.
V o lvie nd o a los huilliches, y sobre todo a los que hab itan el área de
San Ju a n de la Costa al sur del río B ueno, insistam os en que según varios
estudiosos,(*) los h u illiches, bien diferenciados de los araucanos según
los cronistas de los siglos XVI y XVII, organizan su vida, su fam ilia, toda
su c o m u n id a d , a partir de su concepto de religiosidad. El Chao D ios, el
ab u e lito H uentao, la m am ita Virgen, el taita Sol, etc. son las div inid ade s
que ellos m antie ne n en el centro de sus vidas. A través del N g u illatún,
rito sacrifical colectivo, se expresa la relación con lo d iv in o , adem ás de
fortalecer sus relaciones con su pasado y con su vida presente y futura
Por supuesto que estas ideas fueron rem ecidas por la presencia de
los evangelizadores católicos, especialm ente desde m ediados del siglo
XVII. Prim ero la ev an ge lización jesuíta y luego la de los franciscanos,
influye ro n poderosam ente en los aborígenes de V aldivia y de más al
sur, p ro d u c ie n d o en ellos reacciones de a p ro b ación y de rechazo al
m ism o tie m p o . El rito católico, la cerem onia de la misa, atrajeron a los
aborígenes, a u n q u e no e n te ndían m ucho la lengua extraña, el latín;
c u a n d o las misas se hicieron en español el c o n te n id o del mensaje
cristiano se in c o rp o ró u n po co más entre los huilliches. Pero esto sólo
ha o c urrid o en los últim o s 30 años. A lgunas mujeres hu illich es re co no
cen que la Iglesia les ha dado fuerza, les ha enseñado sus derechos de
m ujer (ser respetada por el hom bre). Incluso hom bres hu illich es
reconocen que la Iglesia los de fie nd e de los -humeas- que los quieren
en g añar y d o m in a r a ún más. Sin em bargo otros hu illiches, m ás p ró x i
173
mos al discurso independentista , con creencias antiespañolas, a n tich i
lenas y anti-curas, acusan a la Iglesia de ayudar a los opresores blancos
y de servir sólo a la causa de los chilenos, es decir, de los dom inadores.
Los A raucanos
Los araucanos form an parte de la gran sociedad m apuche , que tiene
alrededor de un m illó n derepresentantes m uy m ezclados entre sí y con
los chilenos; se extienden entre el río Bío-Bío y el río Toltén po r el sur.
En la actualidad el habitat de los araucanos se encuentra c o m p re n d id o
por la V III R egión y, especialm ente por la IX R egión, divisiones éstas
adm inistrativas de la R epúb lica de Chile.
174
sum o, están em parentadas patrilinealm ente. La tenencia de la tierra en
la actu alid ad sufrió cam bios m uy im portantes con las políticas del
g o b ie rn o m ilitar (1973 - 1989), que hizo propietarios a m uchos m a p u
ches araucanos, ro m p ie n d o así con la tradición del trabajo en tierras
com unitarias.
175
En el presente las políticas de turism o, estim uladas por el go bierno
c h ile n o central y regional, han pe rm itido que algunos grupos de
m apuches trabajen y vendan sus artesanías (m adera, piedra, cestería,
cerám ica) en diferentes ferias populares, tanto en las ciudades co m o en
sus propias com unidades. .
176
para todos los actos religiosos Los Machis no tenían participación, sólo
eran curanderos particulares.
Los Pehuenches
177
proyectos de construir un co njun to de represas eléctricas en la región
que habitan estos aborígenes y por las protestas que se han levantado,
especialm ente en los círculos ecologistas y tam bién en los grupos que
de fie nd en el -turismo de aventura*.
Varios inform es técnicos han sido p u b lica d o s (D a n e m a n n , 1991),
co n te n ie n d o algunos de ellos descripciones de la vida cultural de los
pehuenches actuales. Nosotros m ism os nos hem os referido p arcialm e n
te al tema que se discute con calor en Chile (O re lla n a , 1990, 1992),
tratando de no abanderizarnos por una p o s ició n extrema. Las in fo rm a
ciones científicas, relativam ente escasas, nos perm iten en este capítulo
resum ir los antecedentes históricos de los pehue nche s y, así, intentar
relacionar el pasado de los últim os siglos con el presente reciente de
esta etnia.
H istóricam ente (V illalo bos, 1988), estos aborígenes han sido id e n
tificados en el siglo XVI v iviendo en los sectores cordilleranos, desde
la c iu d a d de Talca (VII R egión) hasta el nacim ien to del río Bío-Bío (IX
R egión).
La ide ntificación de la etnia pe hue nche , desde los prim eros estudios
hasta los actuales trabajos antro po lóg ico s, se ha hecho a partir de los
bosques de araucarias y de su fruto, el pe h u é n . Estos bosques crecen
entre los 900 y 1500 metros sobre el nivel del mar. Los prim eros
cronistas españoles (G e ró n im o de Bibar, G óng o ra de M arm olejo y
M ariño de Lobera) hacen m e n ción de los aborígenes de la cordillera,
serranos, dán d o le s el no m bre genérico de -puelches* (gentes del
oriente) e insistiendo que «el m ante nim ie nto de esta gente casi de
o rd inario es p iñ o n e s sacados de unas piñas de diferente hechura y
calid ad, así ellas co m o sus árboles* (M ariño de Lobera).
178
alto de la cordillera, y cada u no de ellos tiene com o hacienda propia
su pe dazo de pinar, com o sucede con la viña de los españoles*.
Los jefes pehuenches del siglo XVIII conservan su sistema fam iliar
extenso, con varias mujeres, hijos y nietos, alrededor de los cuales otros
grupos em parentados se organizan en forma jerárquica Los •guillme-
nes- m ás im portantes reúnen varios cientos de lanzas o guerreros. Sus
■tolderías- corresponden a tipos de habitaciones-m uebles que facilitan
sus háb ito s de m o v ilid ad , explicados por las estaciones y características
de los territorios de altura por donde circulan.
179
tiem pos inm em oriales. T am bién se les caracteriza co m o seres m uy
ind ivid uales, cuyas bandas presentan una débil o rg anización social.
180
des de C a llaq ui, Pitril y C auñicú pu d im o s resumir lo expuesto en otro
lib ro (*).
181
a u n q u e se sigue d e fe n d ie n d o la c o m u n id a d de los bosques de arauca
rias.
En cam bio en C a uñicú, alejado del p u e b lo c h ile n o de Raleo y de los
trabajos que se hacen para construir las plantas hidroeléctricas, los
habitantes de la c o m u n id a d m antienen un im portante tradicio nalism o
religioso (tres ngu illatu nes al año ); cultivan sus huertas; recolectan el
p iñ ó n en m arzo; sus ropas son tradicionales (ojotas, p o n c h o , calcetines
de lana de varios colores). En sus habitaciones p re d o m in a la cocina-
fo g ó n , al m edio de la pieza más im portante. No hay lu z eléctrica, sólo
•chonchones-.
A lrededor del fo g ón , to m an d o mate, se cuentan las historias, se
m antienen las viejas tradiciones; la fam ilia en d óg e n a y extensa escucha
al p rin c ip a l, q u ie n es un buen orador. Pero apenas se escuchan las
palabras de la lengua aborigen, el -chedungu*.
Los Pascuenses
Sólo desde 1888 la isla de Pascua o Rapa N ui, con sus habitantes,
pertenece a la R epúb lica de Chile. Es decir, los pascuenses llam ado s así
p o rq u e los prim eros europeos q u e la visitaron y descubrieron para
Europa lo hicieron en u n día de Pascua de Resurrección (6 de abril de
182
1722), no tienen relación histórica ni prehistórica con los naturales de
Chile. Recién en 1870, cu ando la corbeta O ’H iggins arribó a la isla, se
p ro d u jo el prim er contacto entre isleños y m arinos chilenos, entre los
cuales se contaba a Policarpo Toro. Seria este m arino q u ie n dem ostró
al g o b ie rn o del presidente José M anuel Balm aceda el valor geográfico,
e c o n ó m ic o y p o lític o de la isla Adem ás se agregó el argum ento de que
la isla era tierra de nadie, no reclam ada por país a lg u n o y sí presa de
las depredaciones de piratas y esclavistas.
183
ció n hacia m ediados de 1500 d.C., de unos 10.000 in d iv id u o s y en 1722,
añ o de la llegada de los holandeses, de uno s 5.000 habitantes.
184
grandes canoas con sus hom bres, anim ales, plantas y su cultura
polinésica.
185
tiene m e d io centenar de casas sem isubterráneas construidas con piedra
de laja y posee un c o njun to m uy interesante de petroglifos. Está situada
junto a un acantilado m arino que tiene varios cientos de metros de
altura, al lado del cráter del volcán Rano Kao.
Ju n to a estos grandes yacim ientos y m o n um e nto s hay en la isla
centenares de cuevas que sirvieron de hab itación Hay tam b ién (ana).
decenas de torres de piedra (tupa),
cientos de construcciones de piedra
de form a cilindrica o cónica C ptptborekó),
cam inos, fosos defensivos,
pozos, etc.
Entre otros restos arqueológicos se han encontrados tabletas escri
tas de estilo pictográfico bustrofedon, que hasta el presente no han sido
traducidas.
Sin lugar a dudas, antes de la llegada de los europeos, los isleños
de Rapa N ui eran m iem bros de una sociedad altam ente sofisticada que
no d u d am o s en calificar de civilizada.
186
extranjeros. La m isión , situada en Hanga Roa, fue el co m ie n zo del
p u e b lo actual.
Pero tam bién hay que explicar que aquélla está sufriendo un
conflictivo proceso de aculturación C om o consecuencia de este fe n ó
m eno de cam bio cultural forzado, que está dirigido a integrarlos a la
sociedad chilena, se está p rod ucie nd o desde hace m uchos años una
desintegración social y cultural.
187
Conclusiones
188
de las prim eras formas culturales (industrias) y de los prim eros intentos
de d o m in a r am bientes físicos diferentes.
Por alg uno s miles de años -según la m irada de los científicos del
pasado cultural- estos grupos de cazadores, que no tienen rostros
in d iv id u a le s identificables, aparecen co nsolidados a lo largo del terri
torio, desde el a ltip la n o de Arica hasta las planicies m agallánicas del
extrem o sur. Su quehacer vital los relaciona con los anim ales que
form an parte de su habitat, con las plantas y frutos naturales, con las
aguas de los ríos, lagos y m anantiales, con los cerros y m ontañas, con
el cielo lejano o las o quedades de la tierra.
189
c o m p le jid a d cultural, superior a lo que po d ía suponerse si s ólo se
hubiesen estudiado sus artefactos y sus prácticas económ icas. Ig u a l
m ente, la fase C hinchorro ha m ostrado v inculaciones con las culturas
am azónicas, siendo estas influencias im portantes para com prender la
c o m p le jid a d de esta experiencia.
C u a n d o la fauna del Pleistoceno desaparece, según las evidencias
de los yacim ientos estudiados, los arqueólo g os y prehistoriadores
hab lan de un nuevo pe rio do , el Arcaico. De alguna m anera él se
caracteriza por las nuevas interacciones de grupos h u m an o s con
anim ales y flora, y por los surgentes tipos de asentam iento en espacios
naturales diferentes (H o lo c é n ic o ) incluy e ndo la fase C hinchorro que
hem os m encio nado . Es decir, las sociedades de cazadores, de recolec
tores, de pescadores y de m ariscadores c o m ie n zan a vivir según otras
formas, otras instituciones y ensayando nuevas tecnologías de a d a p ta
ción y de d o m in io del m edio am biente físico. C om o lo hem os estudia
do, en este gran p e río d o cultural los tipos de asentam iento (c a m p a m e n
tos) se hacen algo más sedentarios, sin que se alcance su p le n itu d ; las
prácticas de la caza se especializan de acuerdo a los tipos de anim ales,
que son los m ism os que conocem os ahora, según sean las regiones que
ocupan . C om ienza un tipo de econom ía de recolección m ás especiali
zada, dem ostrada por los tipos de artefactos encontrados y los restos de
alim e ntación que se han conservado. Por m iles de años los cazadores
especializados, m uy avanzados en sus tecnologías, conviven con
prácticas de recolección que los van acercando al m ejor c o n o cim ie n to
de las plantas silvestres, a una relación m ás estrecha con los lugares de
asentam iento escogidos. Así los arqueólo g os han descubierto en diver
sos sitios del norte, centro y sur de C hile, fechados hacia el 1500 - 1000
a. C., lugares de o c u p a c ió n con características sedentarias, en d o n d e la
práctica del pastoreo y de la dom esticación de anim ales (a u q u é n id o s ,
cuyes) se c o m b in a n con los com ienzos de la agricultura (horticu ltura),
uso de tiestos alfareros, prácticas de cordelería, de trabajos de cuero y
con la sobrevivencia de las últim as tradiciones de cazadores especiali
zados.
190
sed entarización, co m pro bados por la presencia de restos de po blado s
hab itacionales (aldeas), de agriculturación, de dom esticación de a n i
males, de pastoreo creciente y de la co nfección de tiestos alfareros son
los hechos más relevantes. Ju n to a todo esto, los hallazgos de cem e n
terios m anifiestan tam bién un crecim iento de la p o b la c ió n , que se va
acen tu ando con el cada vez m ayor d o m in io y conservación de a lim e n
tos.
191
y artístico que no desm erecen en nada a los mejores exponentes de las
civilizaciones andinas.
La pregunta que nos acosa una y otra vez es ¿por qu é no se o rg anizó
en el territorio ch ile no un Estado centralizado?. Estados los h u b o ,
sociedades organizadas en diversas regiones se reconocen y sabem os
que incluso interactuaron activam ente. Pero la situ ación geográfica, así
co m o la o rg anización particular de estos grupos, algunos bastante
grandes y en d o n de se c u m p lía la satisfacción de sus necesidades
vitales, no hizo necesario organizarse m ás allá de señoríos o de
p e q ue ño s estados independientes.
C uand o en la primera m itad del siglo XVI los españoles com enzaron
a recorrer el norte y centro de Chile, lo que observaron fueron
co m u nid ade s autosuficientes de agricultores y pastores, de pescadores
y, a veces, de cazadores, que sólo se o rg anizab an más estrecham ente
cu a n d o un peligro extranjero las obligab a a cohesionarse en forma
tem poral.
Fueron los grupos de conquistadores españoles los que llevaron a
los agricultores de Chile central a reunirse y aceptar el señorío m ilitar
de M ich im alo nco , lonco de A concagua. Igualm ente los m apuches del
sur del Bío-Bío se juntaron y aceptaron jefaturas conjuntas (C a u p o lic án ,
Lautaro), pero sólo en casos de extremo peligro.
192
sólo de un contexto arq ue ológ ico valioso, sino tam bién de una fina
e jecución estética. Este co njunto de artefactos que describen cerem o
nias religiosas, con sus ritos y valores com plejos, es adem ás la mejor
prueba del alto nivel cultural que alcanzó la cultura de San Pedro de
Atacama.
193
lo que le interesaba al do m inad o r inca era el re co no cim ie nto form al del
Im p erio, m ediante algún tipo de cerem onias, y el pago de tributos. Lo
dem ás, lo que se refería a la vida cotidiana de los naturales, no parece
haberle p reo cup ado m odificarlo.
El español intentó reem plazar el poder incásico po r su p ro p
poder; logró parcialm ente un cierto apoyo en lo que q u ed aba de
d o m in a c ió n quechua: así Q u ilican ta ay udó a Pedro de V aldivia en la
construcción de la aldea (c iu d a d ) de Santiago. Pero c u a n d o le fue
posible, él m ism o se levantó contra los españoles y apo y ó la re be lión
de M ichim alonco.
194
cada u n o de los españoles, pobre o rico, v illan o o hijosdalg o, intentó
c u m p lir, no im p o rta n d o m uchas veces los m edios
195
hechos más interesantes fue que los españoles, nunca más de unos
pocos cientos de soldados, contaron con la co lab oración de m uchos
m iles de nativos com ponentes de etnias que sólo aspiraban a in d e p e n
dizarse del d o m in io estatal quechua o nahualt.
196
reconoce en ellos, se debe a ellos, nació porque ellos estaban en las
tierras antes de la invasión.
198
otros habitantes de C hile. Somos todos m iem bros de una n ación ,
organizada en los últim os 500 años, m uchas veces con dolores e
injusticias, pero tam bién caracterizada por cam bios bio lóg ico s y por
im portantes desarrollos institucionales y culturales.
199
cana, tenem os que esforzarnos para construir un futuro más feliz. El
pasado que estudiam os es el pasado. Lo investigam os, lo conocem os,
lo am am os para construir nuestro futuro, para enriquecer nuestro
presente. No olvidem os los dolores del pasado para hacer posible la
construcción de nuestro presente/futuro sin injusticias, sin sufrim ien
tos.
Así, el estudio e investigación de los hechos pasados com ienza a
tener sentido, no im portan do cu án antiguo sea. Desde la m ás lejana
experiencia hum an a ocurrida en nuestro país, hasta el presente siem pre
cam biante, hay un c o n tin u u m de situaciones y de ideas que le dan no
sólo solidaridad a nuestras vidas, sino tam bién consistencia y estructura
perm anentes. Sólo ex am inan do el pasado prehistórico com o pasado
histórico, sólo considerando a los antiguos habitantes com o co nstitu
yendo eslabones de un filuu m existencial que llega hasta nosotros,
podrem os encontrarle razón de ser al pasado h u m a n o y a su estudio
científico.
200
Microbiografías de Cronistas e Investigadores
201
m u rie n d o un añ o después. De su Historia se conocen cuatro ediciones:
la de 1852, p u b licad a en M adrid en el tom o IV del M em orial Histórico
Español; la de 1862, p u b licad a en Santiago de C hile en la C olección de
H istoriadores de C hile y D ocum entos Relativos a la Historia Nacional;
la de 1960, que vio la lu z en M adrid en el tom o CXXXI de la B iblioteca
de Autores Españoles desde la Form ación del Lenguaje hasta nuestros
Días, d o n d e aparece la ed ición de Pascual de G ayanagos de 1852, bajo
la dirección de Francisco Esteve Barba; y finalm ente la de la U niversi
dad de C hile, en 1989, que p u b lic ó con pequeñas correcciones la misma
e d ic ió n de 1960.
P e d r o M a r i ñ o de L o b e r a . N ació en Pontevedra, G alicia, hacia 1528
o 1530. Su padre fue regidor perpetuo de la villa. En 1545 partió a
América En 1552 se d irig ió de Lima a Santiago. En 1575 fue corregidor
de la c iu dad de V aldivia. En 1577 era vecino encom endero de C on cep
ción. En el canto IX del Arauco D o m a d o de Pedro de O ña es m e n cio
nado co m o -varón ejercitado en la m ilicia y no b le caballero de Galicia*.
Regresó a Perú y fue no m brado corregidor de C am aná. En 1594 m urió
en Lima m ientras escribía su Crónica del Reino de Chile. El jesuíta
B artolom é de Escobar redactó en definitiva sus apuntes. La prim era
ed ic ió n de esta crónica fue p u b licad a en 1864 en el tom o VI de la
C olección de H istoriadores de Chile; la copia m anuscrita se encuentra
en el A rchivo N acional de la Biblioteca N acional de C hile. D on
Francisco Esteve Barba p u b lic ó en el tom o CXXI de la B iblioteca de
Autores Españoles, en 1960, la obra de M ariño de Lobera, hacien do
correcciones de p u n tu a c ió n y de ortografía.
202
ríos. Ya en 1726 la Real A cadem ia Española lo in clu y ó en la lista de
escritores españoles que tenían autoridad en asuntos de lenguaje. Así
por e je m p lo sus descripciones geográficas son herm osísim as y sus
textos del más alto nivel literario.
203
estudio sobre etnografía religiosa m alaya. Entre 1888 y 1891 trabajó en
el M useo E tno lógico de Berlín. En 1892, en v iad o por A d o lf B astían, se
em barcó a Am érica; tenía 36 años c u a n d o llegó a B uenos Aires para
iniciar su larga y fructífera labor científica am ericanista. En ese m ism o
año había p u b lic a d o con Alfons Stribel su fam oso lib ro «Las ruinas de
T iah uanacu en la región alta del Perú Antiguo*; sólo dos años m ás tarde,
el 20 de Abril de 1894 conocería el y acim iento de T iw anaku.
Sus p u b lic a c io n e s más im portantes para la arque olo gía de C hile son
•Los aborígenes de Arica»; -Fundamentos étnicos en la re g ión de Arica
y Tacna*; *La arq ue olo gía de Arica y Tacna-, etc.
204
R i c a r d o E. L a t c h a m N ació en 1869 en la c iu dad de Bristol.
Inglaterra y m u rió en 1943 en Santiago de Chile.
Fueron fam osas las po lém icas científicas que tuvo con Tomás
G uevara sobre el problem a de los orígenes de la cultura araucana
205
En resum en, Lateham es un arq ue ólo g o y etnólog o que enriqueció
el estudio científico de las diferentes culturas y sociedades aborígenes
tanto prehispánicas com o actuales. No sólo las dio a conocer en los
aspectos cronológicos y tecnológicos clásicos, sino que enriqueció
todos los aspectos de la vida cultural y social de ellas.
206
Luego, entre 1982 y 1992, el Centro Argentino de Etnología Am eri
cana tradujo la obra de G usinde editando 9 tomos.
M artín G usind e fue sin duda, junto a Max Uhle, a Ricardo Latcham
y el Dr. A ureliano O y arzún, uno de los organizadores de la ciencia
antro p o lóg ica en nuestro país y por lo tanto debe ser perm anentem ente
estudiado y analizado por los actuales y futuros etnólogos chilenos.
207
ANEXO FOTOGRAFICO
Guanacos en el Norte de Chile
211
Alfarería Gentilar (Arica) Alfarería Maytas (A rica)
212
Instrumentos líticos del Alero de Toconce
(11 Región)
Alero Salado Chico o Toconce Perfil Sur-Ble del Sector A con los 6 estratos culturales
Tipo alfarero -Negro Bruñido“
(San Pedro de Atacama)
Alfarería del Complejo El Bato Vista aérea del yacimiento de Monte Verde
(Zona Central) (Puerto Montt). (Foto de T. Dillehay, 1989)
216
Isla de Pascua Rapa Nui - Chile
Ahu Tongariki (Isla de Pascua); última etapa de reconstrucción delgran centro ceremonial
217
•!
218
CUADRO CRONOLOGICO DE CULTURAS-FASES Y YACIMIENTOS (')
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