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su
m VIVIR nos Als
EJEMPLAR NÚM.

r
Esta traducción es una propiedad particular, que
protegen las leyes, con cuyo rigor se perseguirá á los
que intenten usurparla, todos ios ejemplares están nu-
merados y rubricados.
ARTE SEGURO
DE VIVIR MOCHOS AÑOS CON SALU D,

V GOZAR DE U NA FELICIDAD COMPLETA \

EN L A VEJEZ

L U I S C O R N A R O .

OBRA QU E CONTIENE REGLAS

PARA MEJORAR UNA CONSTITUCIÓN ENFERMA

RECOBRAR LA TRANQU ILIDAD DEL AMO,

T R A D U C I D A A L C A S T E L L A N O

D E LA EDICIÓN 38 INGLESA,

eus sis rao M LOISIES M IM®


rOR EL DOCTOR DON VICENTE ISAC,

MÉDICO y CIRU JANO TITU LAR DE ESTA CIU DAD.

h№№KTA Y LITOGRAFÍA DE EGAÑA V COMPAÑÍA AÑO DE 184ü\f (¡,-


EL TRADUCTOR

AL QUE LEYERE.

Si la generalidad del pueblo estuviese mejor infor-


mada , con respecto á las causas y progresos de las
enfermedades que le afligen, sabría que la mitad de
ellas puede evitarse con sola la prudencia común,
y que cuando llega el caso de atacar una, pierde casi
siempre la mitad de su fuerza, si se conocen sus
señales precursoras y síntomas primeros, y se atien-
de debidamente á estas cosas.
Enséñese al pueblo cómo puede conservar su sa-
lud , instruyasele de las causas que producen las en-
fermedades y de los mejores medios de evitarlas, y
dénsele á conocer los primeros síntomas de enferme-
dad, á fin de que pida consejo á un médico, cuando
éste pueda ser de mayor provecho. Sin mas que esto,
tendrá todo el conocimiento médico que le puede ser
útil, el único de que puede hacer buen uso.
La completa reform i de los estudios médicos que
se está haciendo , contribuirá poderosamente á d i -
fundir por el pueblo dicho conocimiento , que si ha
de ser sano, debe nacer en su origen de la prufesion.
Bien instruidos los facultativos en aquella parte de
la^ ciencia, aun todavía poco cultivada , que se llama
Higiene, publicarán ideas exactas sobre esta impor-
tantísima materia: en una obra llena de substancia
mas de corto volumen para que leyéndola muchos'
produzca un beneficio mas general, manifestarán los
mejores medios de conservar la salud y evitar
las enfermedades. Para esto convendría que en
los puntos mas principales de la Península, se
creasen por el Gobierno ciertas plazas de médicos es-
elusivamente dedicados á mantener al pueblo sano,
y preservarle de dolencias: estos Médicos formarían
los verdaderos cordones de sanidad, y harían mayor
servicio á la Nación que un Ejército numeroso ( o ) .
Mientras que llegan las cosas á un estado tan li-
songero , creo que la que presento , de Luis Corna-
ro , podrá ser de suma utilidad á toda clase de perso-
nas. El mérito de esta obra se echa de ver claramente
por las numerosas traducciones, que de ella se han
hecho en el espacio de tres siglos á muchísimos idio-
mas incluso el castellano, aunque no igualmente fieles
ni exactas. Es verdad, que siendo casi una ley que
todas las cosas buenas sufran oposición, no lian fal-
tado Anü-Cornaros , entre ellos nuestro eruditísimo
P. Fr. Benito Gerónimo Eeyjoó ; mas todos ellos
quedan completamente rebatidos con la simple lec-
tura de los Discursos del Generoso y Noble Veneciano.
Este autor da reglas á propósito para que los
hombres vivan muchos años con salud , ilustren ca-
da vez mas su entendimiento, disfruten tranquili-
dad de ánimo, y adquieran honestamente riquezas:
los cuatro bienes , que constituyen toda la felicidad
posible en este mundo.

{•a ) Si pareciese conveniente , podrían al mismo tiem-


po atender al egercicio de la Medicina legal, taq lastimosa-
mente descuidada.
ÍNDICE.
PÁGINAS.

Prólogo VII.
Introducción XIII.

CAPÍTULO I.
De la Vida Templada 23.

CAPÍTULO II.
Compendio de la Vida Sobria, que da Re-
glas para Mejorar una Constitución Enferma. 95. .

CAPÍTULO III.
Fervorosa Exhortación, en que el Autor
insiste sobre la Necesidad de Seguir una Vi-
da Regular \ » • 119.

CAPÍTULO IV.
Método para Gozar de una Felicidad Com-
pleta en la Vejez 141.

CAPÍTULO V.
Carta de una Religiosa de Padua , Nieta
de Luis Cornaro, eu Testimonio de la So-
briedad de su Abuelo 189.

CAPÍTULO VI.
Autoridades Relativas al Método de Cornare
para Conservar la Salud y Prolongar !a Vida. 1<5Í>.

APÉNDICE.
Máximas Médicas . . . . . . . . ITS.
PRÓLOGO.

Luis CORNARO , Autor de los Discur-


sos que siguen, era descendiente de una
de las mas ilustres familias de Venecia,
en la que se contaron muchos Cardena-
les, varios Duxes, una Reina de Chipre y
una Doctora en Filosofía; mas por la mala
conducta de algunos otros parientes, tu-
vo la desgracia de quedar privado de la
dignidad de noble,, y escluido de todos los
honores y cargos públicos del Estado.
Disgustado de esta ignominia, que no
merecía, se retiró á Padua, donde casó
con una Señora déla familia deSpiltem-
berg, llamada Verónica. Poseyendo bie-
nes considerables, deseaba mucho tener
hijos, y después de esperar largo tiempo
tal felicidad, por fin su esposa dio á luz
VIH PRÓLOGO.

una nina, á quien puso el nombre de


Clara. Esta criatura, que fué la única
que tuvieron, vino luego á contraer ma-
trimonio con Juan, hijo de Fantini Cor-
naro, de una rica familia de Chipre del
mismo apellido, cuando aquella isla per-
tenecía^ la República |de Venecia. Sin
embargo de que Luis Cornaro era avan-
zado en edad al tiempo de nacer su hi-
ja Clara, vivió hasta verla muy vieja y
madre de ocho hijos y tres hijas. Fué
hombre de claro entendimiento, vale-
roso , resuelto y esforzado. En su j u -
ventud había contraído varias enferme-
dades por intemperancia, y por dejarse
llevar de su grandísima propensión á
la cólera; pero cuando percibió las ma-
las consecuencias de sus desórdenes, tu-
vo bastante imperio sobre sí mismo para
sujetar su pasión y apetitos desordenados.
Con mucha sobriedad, y estableciendo
un régimen severo en su comida y bebi-
da , recobró la salud y vigor que había
PRÓLOGO.

perdido, y se conservó bueno hasta


la estrema vejez. En un período muy
adelantado de su vida, escribió los si-
guientes Discursos, donde nos refiere
el desorden de su juventud, la reforma
de sus costumbres, y las esperanzas
que tenía de vivir aun mucho tiempo.
No se equivocó en ellas, pues dio
su último aliento sin la menor agonía,
y sentado en una silla de brazos, sien-
do ya de mas de cien años, en Padua,
el 26 de Abril de 1 5 6 6 . Su Señora,
casi tan vieja como é l , le sobrevivió
corlo tiempo y murió también tranqui-
lamente. Ambos fueron enterrados en
la iglesia de San Antonio sin pompa
alguna, conforme á sus disposiciones
testamentarias.
Estos discursos, compuestos en la
vejez de Cornaro, fueron copiados en
diferentes tiempos y publicados separa-
damente: el primero, que escribió á la
edad de ochenta y tres años, se intitula,
PRÓLOGO.

Tratado de la Vida Templada, donde de-


clara guerra á toda especie de intempe-
rancia ; y su vigorosa vejez habla en
favor de sus preceptos. El segundo dis-
curso que compuso á los ochenta y seis
años, contiene todavía mas encomios á
la Sobriedad, y señala Reglas para
mejorar ana Constitución Enferma. Dice
que vino al mundo con disposición co-
lérica , pero que su templado modo de
vivir le hizo capaz de dominarla. El
tercero, que escribió cuando tenia n o -
venta, y un años, es una Fervorosa Ex-
hortación, en que el Autor insiste sobre la
Necesidad de seguir una Vida Regular.
Aquí emplea los masfuerl.es argumentos
para decidir á la humanidad á adoptar
la vida sobria, como medio de alcanzar
una vejez sana y vigorosa. El cuarto
y último es una carta á Bárbaro, P a -
triarca de Aquileya, escrita ala edad de
noventa y cinco años: contiene una viva
descripción de la salud, vigor y perfecto
PRÓLOGO. XI

uso de todas sus facultades, que tenía la


felicidad de gozar en aquel período avan-
zado de su vida.
Esta útil Obra fué traducida hace al-
gunos años al idioma ingle's bajo el tí-
tulo de Método Seguro y Cierto de lle-
gar á Larga Vida con Salud. El tra-
ductor se valió , al parecer, mas bien
de una versión francesa, que del origi-
nal italiano, omitió varios pasages de
éste , y lo que hizo, es mas una pará-
frasis que in¡a traducción. Esto nos ha
inducido á dar al público una versión
exacta y fiel de aquella Escelente Com-
posición, siguiendo la edición de Vene-
cia, que se hizo en 8.° el año de 1 6 2 0 .
El Espectador, periódico ingles, en
uno de sus números habla de la salud,
y con estilo gracioso y natural presen-
ta muchas observaciones juiciosas rela-
tivas á dicha materia, haciendo mucho
aprecio del mérito de la útil, aunque
pequeña obra de Cornaro. Aquel Ensa-
XII PRÓLOGO.

y o , por su naturaleza, se adapta bien al


asunto de que tratamos, y nos hemos
persuadido de que formará una Intro-
ducción muy apropiada á la traducción
presente, que mas que ninguna otra,
tiene « el sello de antigüedad » lo que
es para ella « mejor una recomendación
que un descrédito » . Por esto pensa-
mos que no será mal recibida del lec-
tor, quien la pondrá pocos reparos, con-
siderando las indulgentes opiniones y
claro raciocinio del amable, modesto
y amigo de instruir, Addison , colabo-
rador de dicho periódico.
INTRODUCCIÓN

TOMADA D E L ESPECTADOR N.° 195.

Siempre en todo ¡Insensatos! os cebáis,


y las grandes ventajas despreciáis,
que una mesa frugal ofrecer puede.
Sabed que la mitad al todo escede.

HESIODO.

En las Mil y una Noches 6 Cuentos


Árabes^ hay uno de cierto Rey que es-
taba enfermo, por lo que habia toma-
do muchos remedios, mas sin conse-
guir alivio alguno. Ultimamente , s e -
gún dice la fábula > le curó un médico
del modo que sigue : tomó una pelota
XIV INTRODUCCIÓN.

hueca, de madera, la llenó de diferentes


drogas, y la cerró con tal artificio, que
nada se conocía. Cojió también una pala
ó mazo, y después de ahuecar el mango
y la parte donde había de recibir el
choque de la pelota, encerró dentro
varias drogas, del mismo modo que lo
había hecho con aquella. Luego man-
dó al Sultán, su enfermo, se ejercitase
por la mañana temprano, con estos ins-
trumentos así preparados, hasta que su-
dase. La virtud de los medicamentos,
prosigue el cuento , transpirando por la
madera, tuvo tan buerta influencia en
la constitución del Sultán, que le curó
de una indisposición, que todos los
medicamentos tomados por la boca no
habían sido capaces de aliviar. Esta
oriental alegoría fué bien discurrida,
para manifestarnos que el trabajo c o r -
poral es la medicina mas eficaz. Es-
plique ya en mi número 1 1 5 , por la es-
tructura general del cuerpo humano,
INTRODUCCIÓN. XV

cuan absolutamente necesario es el


Ejercicio para nuestra conservación.
Aquí daré á conocer otro gran preser-
vativo de la salud, quiero decir, la
Templanza, que en muchos casos pro-
duce los mismos efectos que dicho Ejer^
cicio , y hasta cierto punto suple su
falta, donde no hay oportunidad para
hacerle. Sobre los demás auxilios hi-
giénicos, la Templanza tiene las particu-
lares ventajas, de que puede ser practi-
cada por todas las condiciones y clases,
en todas las estaciones y rugares. Es una
especie de régimen, á qué cualquier hom-
bre puede someterse , sin interrumpir
sus ocupaciones, sin gastar dinero ni
perder tiempo. Si el Ejercicio espele
todas las superfluidades, la Templanza
las evita; si el Ejercicio desembaraza
los vasos, la Templanza no los pone
repletos ni los dilata demasiado; si el
Ejercicio escita fermentos convenientes
en los humores y promueve la circu-
XYI INTRODUCCIÓN.

lacion de la sangre, la Templanza da á


la naturaleza su perfecto juego,' y la
habilita para obrar con toda su fuerza
y yigor; y si el Ejercicio disipa una
enfermedad naciente, la Templanza la
precave.
La Medicina, por lo común, no es otra
cosa que un substituto del Ejercicio 6
la Templanza. Es verdad que los medi-
camentos son absolutamente necesarios
en las enfermedades agudas, que no
pueden esperar las operaciones lentas
de estos dos Grandes Padrinos de la sa-
lud ; pero si los hombres viviesen ha-
jbitualmente haciendo ejercicio y o b -
servando templanza, en muy pocas oca-
siones serían aquellos necesarios. Así
es que disfrutan de mas salud en aque-
llas partes del mundo, donde subsisten
de la caza; y vivían mucho mas, cuando
empleaban su vida en la montería, y
casi no tenían alimentos fuera de los que
cogían en ella. Los vejigatorios, ven-
INTRODUCCIÓN. XYH

tosas y sangrías, rara vez son necesa-


rias , como no sea en los holgazanes y
golosos; así como los medicamentos in-
ternos , que tanto se hallan en práctica,
no son generalmente otra cosa, que me-
dios para hermanar la sensualidad con
la salud. El boticario se emplea per-
petuamente en contraminar al cocinero
y al vinatero. Refieren que Diógenes,
encontrando en la calle á un joven, que
iba á un banquete, como si corriese
un peligro inminente, le detuvo, y le
llevó á casa de sus amigos, poniendo
así un obstáculo á la ejecución de su
proyecto. ¿Que diría aquel filósofo, si
estuviera presente á la glotonería de
una comida de los tiempos modernos?
¿No juzgaría loco al amo de la casa, y
no rogaría á sus criados que le atasen
las manos, si le viese devorar aves, pes-
cados y carnes; tragar aceite y vinagre,
vinos y especias; revolver ensaladas de
veinte diferentes verbas, salsas de cien
XVIII INTRODUCCIÓN.

ingredientes, confituras y frutas de in-


numerables gustos y fragancias? ¿ C o -
mo es posible, que semejante miscelánea
de intemperancia, no produzca en el
cuerpo muchos movimientos preterna-
turales y fermentos contrarios? Por
mi parte, cuando miro una mesa de mo-
da, puesta con toda su magnificencia, me
figuro que estoy viendo gotas é hidro-
presías, calenturas y letargos, con otras
muchísimas dolencias, escondidas y em-
boscadas entre los platos.
La naturaleza se deleita con el mas
simple y sencillo alimento. Cada una
de las especies de los animales que
existen, se sustenta de un solo man-
jar. Las yerbas son el alimento de
ésta, los pescados de aquella, las car-
nes de aquella otra; mas el hombre
se echa sobre todas las cosas que en-
cuentra en su camino: ni el fruto mas
pequeño ni la menor escrescencia de
la tierra, apenas una baya ó una sela,
INTRODUCCIÓN. XIX

pueden escaparse de su voracidad.


Es imposible dar ninguna regla de-
terminada para la templanza, porque lo
que es esceso en uno, puede ser sobrie-
dad en otro.; pero hay pocos, que hayan
vivido algún tiempo en el mundo, y no
puedan ser jueces de su propia consti-
tución , para conocer qué clases y qué
cantidades de alimento les sientan me-
jor. Si hubiese de considerar á mis
lectores como pacientes puestos á mi
cuidado, y prescribirles la especie de
templanza, que es acomodada á todas
]a:¡ personas, y particularmente confor-
me á nuestro clima y género de vida,
les daría las siguientes reglas de un Mé-
dico Eminentísimo. « Haced toda vues-
tra comida solamente de un pialo; si
os permitís comer de otro, evitad el
beber ninguna cosa fuerte hasta que
hayáis concluido ;. al mismo tiempo,
absteneos de toda salsn, ó á lo menos de
las que no sean sumamente simples y
XX INTRODÜCCrON.

sencillas.» El hombre no puede d e -


cirse con justicia reo de glotonería, sí
se sujeta á este corto número de claras
y fáciles reglas: en el primer caso, por-
que no hay variedad de gustos, que s o -
liciten su paladar y ocasionen escesos - 7

y en el segundo, porque no hay incen-


tivos artificiales, para crear un falso
apetito y dar lugar á la saciedad. Y si
hubiese de enseñarles una regla para
beber, sería conforme ala sentencia ci-
tada por el Caballero Guillelmo Tem-
ple: el primer vaso para mí, el segunda
para mis amigos, el tercero para el buen
humor y el cuarto para mis enemigos.
Pero como es imposible que una per-
sona que vive en el mundo, se adiete
siempre de un modo tan filosófico,
pienso que todo hombre debe tener sus
días de abstinencia, conforme su cons-
titución lo permita, Estos son grandes
auxilios de la naturaleza, como que la
ponen apta para luchar con el hambre
INTRODUCCIÓN- XXI

y la sed en cualquier tiempo, que por


una enfermedad ó exigencia de la vida,
se vea en semejantes necesidades; y le
dan cierta facilidad para desembara-
zarse de lo que la oprime, y recobrar
los diversos tonos y resortes de sus d i -
latados vasos; ademas de que la absti-
nencia oportuna corla frecuentemente
una enfermedad en su principio, destru-
yendo las semillas de que ' podría t o -
mar incremento. Dos ó tres autores
antiguos escriben, que Sócrates, aun-
que vivió en Atenas durante la gran
peste que hizo tanío ruido en todas
las edades, y ha sido celebrada por
plumas tan eminentes, aunque vivió, re-
pito, en el tiempo de esta pestilencia
desoladora, nunca llegó á contagiarse,
lo que dichos escritores unánimemente
atribuyen á la templanza no interrum-
pida, que siempre observó.
Y aquí no puedo menos de referir
una observación, que muchas veces ten-
XXII INTRODUCCIÓN.

go hecha al tiempo de leer las vidas


de los filósofos, y compararlas con
las de otros tantos reyes ú hombres aco-
modados. Si lo consideramos bien, ha-
bremos de pensar, que la vida de un
filósofo y la de un hombre común son
de duración diferente; porque la gene-
ralidad de los antiguos sabios, una gran
parte de cuya filosofía consislia en la
vida templada y abstemia, estaba mas
cerca de ciento que de sesenta años de
edad al tiempo de su muerte; mien-
tras que la de los otros, que comunmen-
te se dan á los placeres de la mesa,
acontece mas temprana; pero el mejor
ejemplo de la eficacia de la templanza
para conseguir larga vida, es el que e n -
contramos en un libro pequeño, c o m -
puesto y publicado por Luis Cornaro,e\
Veneciano; que cito con mayor gusto v

por que no se duda en darle crédito


como que el último embajador de Ve-
necia, que e n de-la misma familia,-
INTRODUCCIÓN. XXIÍÍ

cuando residía en Inglaterra, afirmó


como testigo mas de una vez en conver-
sación, lo que dice Comaro (a). Este
hombre singular fue de una constitu-
ción enferma hasta cerca de cuarenta
años, en cuyo tiempo proponiéndose
un exacto y puntual cumplimiento de
las reglas de la templanza, y siguién-
dolas constantemente, recobró su per-
fecta salud, de manera que á los
ochenta cumplidos publicó en 4.° la
primera edición de su libro, en P a -
dua, el año de 1558. Yivió hasta dar
á luz la tercera ó cuarta, y cuando pasa-

(a) Oíros muchos ejemplos se pueden r e f e r i r , mas es digno de


particular mención el caso de Tomás P a r , de W e n n i n g t o n ,
<iue se halla en las Transacciones Filosóficas. Ksle hombre
murió en 1G38, á los 152 años de e d a d , á consecuencia de
la plétora, que contrajo por vivir en Londres con mas r e -
galo, que el que había tenido de costumbre en su pais n a - '
t i v o , usando de un alimento muy simple y parco. Vivió d u -
rante la dominación de diez Reyes y Reinas , y c u a n -
d o ya tenia 120 años, se casó con una viuda. Sus principales •
reglas para vivir mucho son las siguientes : «Habéis de m a n -
tener la cabeza fresca con la templanza , y l o í pies calien-
tes con el e j e r c i c i o ; madrugar y acostaros t e m p r a n o ; y si"
advertís propensión á engordar, tener los ojos abiertos y la
boca c e r r a d a , esto e s , dormir p o c o y comer m e n o s » .
2
XXIV INTRODUCCIÓN.

ha ya de cien años, murió sin dolores


ni agonía, y como uno que se queda
durmiendo. El tratado que refiero fué
traducido del italiano al latin por L e o -
nardo Lessio, de la compañía de Jesús;
al francés el año de 1 6 5 2 , en que se
imprimieron Tres Discursos nuevos y cu-
riosos etc. dándose á luz otra edición el
de 1 7 0 1 , en 12.°, con el titulo de Con-
sejos para Vivir muchos años; y al i n -
gles posteriormente, habiéndose hecho
en Londres ya 38 ediciones, la última
en 1 8 4 0 . Le citan varios autores emi-
nentes ( a ) . Está escrito con aquel
espíritu de alegría, religión y buen sen-
tido, que son compañeros naturales de
la templanza y sobriedad; y el sello de
antigüedad, que en él se nota, es mas
una recomendación que un descrédito.

(a) Yéase: Le Grand Dictionnaire Historique par Louis


MorcrI, dix-huitième édition , en la palabra Cornaro.
ARTE SEGURO

DE VIVIR MUCHOS AÑOS CON SALUD,

GOZAR DE UNA FELICIDAD COMPLETA EN LA VEJEZ.

CAPÍTULO I.

D E LA YIDA TEMPLADA,

Es opinion generalmente seguida que


la costumbre, con el tiempo, se vuelve
segunda naturaleza, obligando á los
hombres á usar aquellas cosas, buenas ó
malas, á que se han habituado; de mane-
ra que en muchos lances el hábito pue-
de mas que la razón. Así vemos que
los hombres virtuosos, conversando con
los malvados, frecuentemente caen en
el mismo género de vida desordenada
que siguen estos; y lo contrario también
26 CORNARCI

sucede algunas veces, es decir, que ma-


las moralidades se vuelven buenas: si se
acompaña un malvado, que en tiempos
pasados fue;'bueno, con otro que se
ejercite en la virtud, se volverá de nue-
vo virtuoso. Estas alteraciones á nin-
guna cosa pueden atribuirse, sino á la
fuerza del hábito. Considerando que
por dicha causa se han introducido en
Italia dos malas costumbres en el tér-
mino de pocos años, pues á su princi-
pio alcanza mi propia memoria: la pri-
mera, la Adulación y Etiqueta, que algu-
nos han admitido contra todos los prin-
cipios de la razón; la segunda, la In-
temperancia; y que estos vicios, como
dos crueles monstruos, están verdadera-
mente ligados contra los hombres, y gra-
dualmente han prevalecido, hasta el pun-
to de privar á la vida civil de su since-
ro trato, al alma de su pió recogimiento
y al cuerpo de sü buena salud; consi-
derando todas estas cosas, repito, he
DE LA SALUD. 27

resuelto hablar del último de dichos vi-


cios, y probar que es un abuso, á fin
de estirparle si es posible. En cuanto
al primero, estoy cierto de que alguno
de los grandes genios emprenderá luego
la obra de esponer su deformidad y
extinguirle de raíz. Por esta razón,
espero con toda confianza que antes de
morir, he de ver estos abusos vencidos
y desterrados de Italia, y por conse-
cuencia restaurado mi pais á sus primi-
tivas costumbres laudables y virtuosas.
Para cumplir, pues, mi propósito de
hablar de la Intemperancia, digo que es
mucha lástima haya prevalecido hasta
desterrar la Sobriedad enteramente; por-
que aunque todos están conformes, era
que la intemperancia es parto de la glo-
tonería, y la vida sobria de la modera-
ción; con todo eso, la primera es consi-
derada como virtud y distintivo de no-
Meza, y la última como deshonra y mar-
ca de avaricia. Tan equivocadas ideas,
28 CORNARO

se deben únicamente al poder de la


costumbre establecida por nuestros sen-
tidos y apetitos desordenados. Ciegos
é infatuados los hombres con ellos, d e -
jando las sendas de la virtud, han se-
guido las del v i c i o ; mas éstas solo soná
propósito para conducirlos impercepti-
blemente á la vejez cargados de estra-
ñas y mortales enfermedades, así c o m o
para volverlos completamente decrépi-
tos antes de los cuarenta años. Tales
efectos son contrarios á los que produ-
ce la sobriedad, que cuando no había
sido aun desterrada por la destructora
intemperancia, acostumbraba mantener
á los hombres sanos y vigorosos hasta
cumplir la edad de ochenta años y mas.
¡ O h infeliz y desgraciada Italia! ¡ N o
ves que la intemperancia te asesina to-
dos los años mayor número de habitan-
tes, que los que podrías perder en la
peste mas devastadora, ó á fuego y san-
gre en muchas batallas! Aquellos ban-
DE LA SALUD. 29

quetes por cierto vergonzosos, ahora


tan de moda, ya profusos de manera
que no hay mesas bastante grandes
para que los platos quepan, lo que
obliga á amontonarlos unos sobre otros;
aquellos banquetes, d i g o , son otras
tantas batallas. Y ¿ c ó m o es posible vi-
vir con esta intolerable multitud de ali-
mentos tan diferentes y escesos tan dis-
cordantes? Fon término, te lo suplico,
á este abuso, porque estoy bien cierto de
que no hay vicio mas abominable que
él á los ojos de la Divina Majestad.
Echa fuera esa plaga, la peor de todas
las que te han afligido hasta h o y , esa
nueva especie de muerte; así como has
desterrado aquella enfermedad, que an-
tiguamente acostumbraba hacer seme-
jante estrago j y ahora hace poco ó nin-
gún daño por la práctica laudable de
atender, mejor que antes, á la bondad de
las provisiones que se traen á nuestros
mercados. Considera que todavía quedan
30 C0RNAR0

medios para desterrar la intemperancia,


y que cualquier hombre puede recurrir
á ellos sin auxilio ninguno eslerior. Nada
mas se requiere para esto que vivir con-
forme á la simplicidad que dicta la n a -
turaleza, la que nos enseña á estar con-
tentos con p o c o , á seguir el medio de
la santa moderación y razón divina, y
acostumbrarnos á no comer sino lo ab-
solutamente necesario para sostener la
vida. Reflexionemos que lo que pasa de
aquí, es enfermedad y muerte, y solo
para que el paladar tenga una satisfac-
ción , que aunque muy momentánea,
induce en el cuerpo, una serie larga y
duradera de sensaciones desagradables,
y enfermedades graves, que al fin le
matan junto con el alma. ¡ A cuantos
amigos mios, del mas sólido entendi-
miento y de la mas amable disposi-
ción, he visto muertos por ésta plaga en
la flor de su juventud! los que , si
viviesen , serían ornamento público , y-
DE LA SALUD. 31

entonces gozaría yo de su compañía coii


tanto placer, como sentimiento me cau-
sa su memoria, ahora que me veo pri-
vado de. ellos.
Por esto, y á fin de poner término á
tanta desgracia, he resuelto demostrar
en este corlo escrito, que la intempe-
rancia es un abuso que puede fácilmen-
te remediarse, sustituyendo en su lugar
la buena vida sobria de otros tiempos.
Emprendo esto con mayor gusto, por-
que me lo han suplicado muchos jó-
venes del mejor entendimiento, c o -
nociendo que la gula es un vicio,
y movidos de ver morir á sus padres
en la primavera de su vida, mientras yo
permanezco tan sano y vigoroso á la
edad de ochenta y un años. Manifiestan
un deseo de llegar al mismo término;
porque la naturaleza no nos prohibe
anhelar á la longevidad,)' porque la ve-
jez, efectivamente, es el tiempo de la vi-
da, en que la prudencia puede ser m e -
32 CORNARO

jor ejercitada, y los frutos de todas


los demás virtudes gozados con me-
nos oposición, á causa de hallarse en-
tonces los sentidos tan dominados, que
el hombre se eleva enteramente á la
razón. Me han rogado les haga c o n o -
cer el método, que he seguido para lle-
gar á esta edad, y hallándolos firmes
en su laudable empeño, he resuelto
publicarle, á fin de servir no solamen-
te á ellos, sino á todos los demás que
gusten leer mi discurso. Daré las ra-
zones que tuve para renunciar á la in-
temperancia y recurrir á un género de
vida sobrio, declararé con franqneza
las reglas que al intento seguí, y luego
manifestaré los efectos que en mí causó
tan buen hábito; de donde podrá infe-
rirse, cuan fácil es corregir el abuso de
la intemperancia. Concluiré hacien-
do ver las utilidades y ventajas, que re-
sultan de la vida sobria.
Así pues, d i g o , que las muchas y
DE LA SALUD. 33

graves enfermedades, que no solamen-


te habían invadido, sino hecho gran-
des incursiones en mi constitución, fue-
ron la causa que tuve para renunciar á
la intemperancia, á que había sido tan
adicto. Por esta intemperancia y lo ma-
lo de mi complexión, con un estómago
sumamente frió y húmedo , había con-
traído dolores y otros desórdenes muy
frecuentes en esta parte, una sed p e r -
petua , cólicos y gota, y lo que aun era
peor, una fiebre lenta casi continua.
De tales dolencias naturales y adquiri-
das el mejor resultado que debía espe-
rar, era la muerte, para poner término
á las penas y miserias de la vida; p e -
ríodo remoto en el curso regular de la
naturaleza, que había acelerado por mi
modo irregular de vivir, reduciéndome
á tan desagradables circunstancias á
los treinta y cinco ó cuarenta años de
mi vida. Los médicos, después de haber
probado lodos los remedios que pudie*
CORNARO

ron discurrir para mi alivio, aunque


inútilmente, me dieron á entender que
en situación tan deplorable solo quedaba
un recurso, con tal que me resolviese
á é l , y perseverase usándole constante.
Este recurso consistía en una vida so-
bria , templada y regular, que me de-
cían sería del mayor poder y eficacia,
y tan capaz de restablecerme del todo,
como era contraria, bajo todos c o n c e p -
tos, á la otra desordenada, destemplada
¿ irregular, que había seguido hasta en-
tonces . v de oiie habían resultado mis
enfermedades; porque no estaba aun re-
ducido á tal abatimiento, que no fuese
posible mi-curación. Me dijeron, para
convencerme, que parecía natural que la
vida desordenada destruyese á los hom-
bres de mejor constitución en su p r i -
mavera , por muy sanos que estuvieran;
y que un sistema contrario , esto es,
una vida sobria, los conservaría mucho
tiempo, aunque fuesen de mala com-
DE LA SALUD. 35

plexion y muy entrados en años , y


aun corregiría sus vicios é imperfeccio-
nes naturales; por la razón evidente, que
diferentes modos de vida debían produ-
cir -diversos efectos. Añadieron , que
si no recurría inmediatamente á aquella
medicina, dentro de pocos meses n o
podría ya recibir de ella ningún benefi-
cio , y pasados algunos mas tendría que
resignarme á morir.
Estos sólidos é ingeniosos argumen-
tos hicieron tal impresión en m í , ator-
mentado como estaba perpetuamente
con tantas enfermedades, y afligido con
los pensamientos de morir tan joven,
que al punto quedé sumamente conven- - 1

cido, de que la frugalidad sola era c a -


paz de producir los buenos efectos que
me anunciaban , así como el desarreglo
de mi juventud había sido la causa de
mis'males. L l e n o , pues, de esperan-
zas , y para evitar de una vez tanto la
muerte como la enfermedad, resolví
36 C0RNAR0

sujetarme á un género de vida sobrio.


Habiéndoles preguntado acerca de es-
to qué reglas debería seguir, me dijeron
que no usase ningunos alimentos sóli-
dos ni líquidos, sino aquellos que, pres-
cribiéndose generalmente á las perso-
nas enfermas, reciben por esta causa el
nombre de dieta, y aun estos con mucha
moderación. Para decir la verdad, ya án-
tes me habían dado estos preceptos, pero
había sido en un tiempo , en que i m -
paciente de tal restricción, y harto,
digámoslo así, de semejantes alimen-
tos, no podía sufrirlos; y por lo mismo
comía libremente de lodo lo que se me
antojaba, y aunque me sentía en cierto
modo abrasado por el calor de la en-
fermedad, tampoco hacía escrúpulo de
beber en grandes cantidades los vinos
que mas me agradaban. Verdad es tam-
bién que esto se lo ocultaba á mis m é -
dicos , como todos los demás pacientes
acostumbran , pero cuando hube r e -
DE LA SALUD. 37

suelto una vez vivir sobriamente, y


conforme á lo que dicta la recta razón,
por haber descubierto que no era m a -
teria dificultosa, y mas todavía, que
era un deber mió como hombre hacer-
lo así, entré con tanta determinación en
este género de vida, que ninguna cosa
desde entonces ha sido capaz de sepa-
rarme de él. La consecuencia fue prin-
cipiar á observar en pocos dias, que
semejante plan me aprovechaba mucho;
y continuándole, en menos de un año
me encontré enteramente libre de to-
das mis dolencias, lo que algunas per-
sonas acaso no creerán.
Recobrada mi salud, empecé á c o n -
siderar seriamente el poder de la t e m -
planza , y me dije á mí mismo: « si es-
ta virtud ha tenido bastante eficacia pa-
ra vencer tan graves males como los
m i o s , preciso es que la tenga aun m a -
yor para conservarme sano , ayudando, á
mi mala constitución y confortando mi
38 CORNARO

débil estómago » . Por esto me apliqué


diligentemente á descubrir qué alimen-
tos me convenían mas. Lo primero que
hice fue examinar, si aquellos que agra-
daban á mi paladar me sentaban bien
ó no en el estómago, á fin de j u z -
gar por mi mismo de la verdad de un
proverbio, que; < en otro tiempo ha-
bía tenido y se tiene umversalmente
por verdadero en el mas alto grado , y
que los epicúreos, que dan rienda suel-
ta á sus apetitos, establecen como una
máxima fundamental. El proverbio es:
lodo lo que agrada al paladar, debe ser
sano y nutritivo. La consecuencia fue
convencerme de que era falso; porque
aunque los vinos ásperos y muy añejos,
los melones y demás frutas , las ensa-
ladas, los pescados, el tocino, las tar-
tas, la hortaliza, los pasteles y otras
cosas semejantes eran muy gustosas é
mi paladar, no sentaban bien á mi es-
tómago. Penetrado, p u e s , de la fal-
DE LA SALUD. 39

sedad del proverbio , le desprecié como


tal; y enseñado por la esperiencia, de^-
j é el uso de dichos manjares y vinos, é
igualmente el de los helados, que tam-
poco me aprovechaban: escogí otros vi-
nos y alimentos acomodados á mi estóma-
go, bebiendo y comiendo de ellos sola-
mente la cantidad que conocía podía d i -
gerir, y acostumbrándome á proporcio-
nar las cosas de m o d o , que nunca que-
dase harto mi estómago de comida ni de
bebida, sino que constantemente me le-
vantaba de la mesa con mayor disposi-
ción á comer y beber, de la que tenía
al tiempo de'sentarme. Esto era c o n -
forme al otro proverbio que dice: el
hombre para mirar por su salud, nece-.
rila reprimir su apetito. Una vez vencida
así la intemperancia, me sujeté con t o -
do rigor á una vida templada; la que des-
pués de haber causado en mí aquella a l -
teración que he mencionado, e s t o e s ,
la de haberme libertado en menos de
3
40 C0RNARO

un año de todos los males, que tan


profunda raíz habían echado, y habían
tomado tal incremento en mi máqui-
na, que parecían en cierto modo incura-
bles, produjo también el buen efecto
de que no volví á esperimentar ya
aquellos anuales ataques de enfermedad,
que solían afligirme mientras seguía un
género de vida sensual; porque enton-
ces acostumbraba darme todos los años
una eslraña especie de calentura, que
algunas veces me ponía á las puertas de
la muerte. En conclusion, quedé suma-
mente bueno, según he continuado des-
de aquel tiempo hasta el dia; y no por
otra razón, sino por no haber traspasa-
do jamas las leyes de la regularidad,
que con su eíicacia infinita ha hecho
que el alimento y el vino, usado por
mí constantemente, como han sido los
que acomodaban á mi constitución, y
los he tomado en proporcionadas can-
tidades, hayan comunicado á mi cuerpo
DE LA SALUD. Ai

toda su virtud, dejándole luego sin di-


ficultad y sin haber engendrado en él
ningunos malos humores.
En consecuencia, pues, de haber
adoptado este plan, he gozado siempre
y gozo actualmente, gracias á D i o s , de
la mejor salud. Es verdad, que ademas
de las dos importantísimas reglas que
preceden, relativas á comer y beber,
esto es, no tomar de ninguna cosa sino
la cantidad que mi estómago puede fá-
cilmente digerir, y solamente usar de
aquellos manjares y vinos que me sien-
tan bien, reglas que siempre he sido
muy escrupuloso en observar, he evi-
tado cuidadosamente el calor, el frió,
la fatiga estraordinaria, la interrup-
ción de mis horas acostumbradas de
reposo, el abuso de la venus, el pa-
rarme donde el aire daba muestras
de ser malo y el esponerme al vien-
to y al s o l , porque éstas son tam-
bién con mucha frecuencia causas de
A2 C0RNAR0

grandes enfermedades. Pero afortu-


nadamente no hay gran dificultad en
evitarlas, teniendo mas influjo sobre los
hombres de entendimiento el amor de f

la vida y de la salud, que ninguna satis-


facción que pudiesen encontrar en h a -
cer lo que necesariamente les es muy
pernicioso. También procuraba evitar
cuanto podia, la melancolía, el odio y
otras perturbaciones violentas del áni-
m o , que no siempre son fáciles de e s -
cusar, y que tienen la mayor influencia
sobre nuestros cuerpos. Es cierto que
no he sido capaz de estar tan bien pre-
venido contra algunas de estas pasiones,
que de cuando en cuando no me hayan
dominado; pero aun entonces sacaba
un gran beneficio de mi debilidad, el
de conocer por esperiencia que ellas
no tienen mucho influjo, en lo princi-
pal, sobre cuerpos que se gobiernan por
las dos precedentes reglas relativas á
comer y beber. Esta es cosa que G a -
DE LA SALUD. 43

leño, médico eminente, advirtió antes


que y o ; nos asegura que todo el tiem-
po que siguió dichas dos reglas capita-
les,, sufrió muy poco por causa de otros
escesos, los que nunca le dieron i n c o -
modidad arriba de un dia. De ser ver-
dad lo que dice, soy yo un vivo testi-
monio : muchos que me conocen han
visto, cuan frecuentemente he esta-
do espuesto á calores, fríos y d e -
mas cambios ofensivos del tiempo, y
también cuan agitado en mi espíri-
tu" por varias desgracias, que me han
sucedido mas de una vez; y no so-
lamente pueden decir que á mí tales
agentes y pasiones de ánimo me han
hecho muy poco daño, sino que p u e -
den asegurar que á otros infinitos, que no
seguían un género'de vida sobria y ar-
reglada, les causaron graves perjuicios y
fatales consecuencias. Entre ellos estaba
un hermano mió y otros de mi familia,
que confiando en la bondad de su consti-
44 CORNARO

tucion, no quisieron observar mi plan:


habiendo adquirido por lo mismo
una estraordinaria influencia sobre sus
cuerpos las perturbaciones del ánimo, re-
cibieron tanto pesar al verme envuelto en
costosos pleitos comenzados contra mí
por grandes y poderosos, que temiendo
quedase arruinado, fueron presa de
aquel humor melancólico, de que los
cuerpos desarreglados siempre abundan;
y éste se aumentó de manera, é hizo
en ellos tal efecto, que les condujo á
la muerte con anticipación. Mientras
tanto yo nada padecía, por no tener
humores superfluos de aquella clase; y
aun á fin de sostener mi valor, me pu-
se á pensar que Dios había movido
estos pleitos contra mí, para hacerme c o -
nocer mejor la fortaleza de mi cuerpo
y alma, y que debía ganarlos con venta-
ja y honor, como efectivamente vino á
suceder por último; p ues conseguí el au-
to mas favorable que podia desear, pa-
DE LA SALUD. 45

ra mi fortuna y crédito, y aunque me dio


sumo placer, tampoco este pudo cau-
sarme ningún daño. Así, pues, es claro
que ni la melancolía ni ninguna otra
afección del ánimo, son capaces de da-
ñar á los cuerpos, que se gobiernan
con arreglo y templanza.
Digo mas: aquellos contratiempos
que inmediatamente afectan á semejan-
tes cuerpos, no pueden hacerles sino
muy poco mal, ni pueden causarles sino
muy poca pena. Yo mismo esperimentó
la verdad esta á la edad de setenta años.
Me aconteció que yendo en un coche,
y caminando éste algo veloz, se volcó
y fue arrastrado un trecho considerable
por los caballos, antes de poder en-
contrar medio de pararlos; de que me
resultó recibir tantos golpes y contusio-
nes , que me sacaron con la cabeza y
todo el cuerpo terriblemente magulla-
d o , y dislocados un brazo y una pier-
na. Cuando me llevaron á casa, la fa-
46 C0RNÁR0

milia al punto envió por los médicos,


quienes viéndome en tan mal estado,
pronosticaron que dentro de tres días
moriría; digeron sin embargo que sería
bueno hacerme una sangría y purgarme,
para evitar que mis humores fermen-
tasen , se alterasen demasiado y pro-
dugesen una fiebre intensa , como la
estaban temiendo de hora en ho-
ra. Mas y o , por el contrario, sa-
biendo que la vida sobria, seguida por
mí hacía ya muchos años, había unido y
puesto en armonía mis humores, de
manera que no podían fermentar hasta
aquel grado, rehusé tanto el sangrarme
como el purgarme. Hice, sí, con em-
p e ñ o , que me colocasen bien la pierna
y el brazo, y consentí en que me die-
sen fricciones con algunos aceites , que
decían eran de provecho en aquella
ocasión. De este modo, sin usar de nin-
guna especie de remedio, me restable-
cí según había pensado que sucedería;
DB LA SALUD. 47

y no me resultó ningún mal efecto por


dicho accidente, lo que no pareció me-
nos milagroso á los ojos de los faculta-
tivos. De aquí debemos inferir que to-
do el que sigue vida sobria, podrá su-
frir muy poco en consecuencia de cau-
sas de otra especie, ó accidentes ester-
nos. Por el contrario, afirmo que los
desórdenes en comer y beber son fata-
les. De esto me convencí hace cuatro
años, cuando por consejo de mis mé-
dicos, instigación de mis amigos, é
importunidad de mi propia familia,
accedí á cometer un esceso, que como se
Yerá luego, me causó mucho peores
consecuencias, que las que podían na-
turalmente esperarse. Consentí en au-
mentar la cantidad del alimento, que
generalmente usaba; y esto solo produ-
jo en mi máquina una de las mas crue-
les enfermedades. Como es un caso,
que tanta relación tiene con la mate-
ria de que trato, y su conocimiento
48 GORNAKO

puede ser útil á alguno de mis l e c t o -


res, voy á referirlo.
D i g o , pues, que mis mas caros ami-
gos y parientes, por el ardiente afec-
to y laudable miramiento que me te-
nían, viendo cuan poco comía, me hi-
cieron presente, unidos con mis médi-
cos, que el mantenimiento que tomaba,
no podía ser suficiente para sostener á
un hombre tan avanzado en edad,
cuando se le había hecho necesario, no
solo conservar su naturaleza, sino au-
mentar su vigor; que como esto no po-
día hacerse sin alimento, me era abso-
lutamente preciso comer uu poco mas.
Y o por otro lado, espuse mis razones
para no cumplir sus deseos. Les hice
presente que la naturaleza se contenta
con p o c o , que con este poco me había
yo conservado tantos años, y que tal
hábito en mí se había vuelto ya una se-
gunda naturaleza; ademas, que confor-
me avanzaba en años, y perdía mi fuer-
DE LA SALUD. 49

za, era mas racional disminuyese, que


no que aumentase la cantidad del ali-
mento, pues las facultades del estóma-
go se me debilitaban de día en dia;
por todo lo qué no veía ningún motivo
para hacer semejante adición. A fin.
de corroborar mis argumentos, alegué
dos proverbios muy naturales y verda-
deros : el uno, que « el que anhela co-
mer mucho, necesita comer p o c o » ; lo
que no se dice por otra razón, sino
porque el comer poco, hace que el hom-
bre viva largo tiempo, y viviendo mu-
cho, comerá mas. El otro proverbio
era: «. lo que dejamos de una comida
abundante, nos hace mas provecho,
que lo que- hemos c o m i d o » porque
es verdad que el hombre vive de lo
que c o m e , pero también lo es que se
mantiene sano por lo que deja; pues
lo que toma sobre lo preciso, no le ali-
menta sino que le destruye. Mas ni
estos axiomas ni otros argumentos
50 CORNARO

que yo pude discurrir, fueron capaces


de evitar que me atormentasen mas que
nunca. Por cuyo motivo, para no pa-
recer obstinado ó afectar que sabía
mas que los médicos mismos, y sobre
t o d o , para dar gusto á mi familia, que
lo deseaba ardientemente, consentí en
aumentar la cantidad del alimento s ó -
lido y líquido, pero solamente en dos
onzas mas. De m o d o , que así como
antes me pasaba con doce onzas Ide) A

pan, carne, la yema de un huevo y so-


pa, ni mas ni menos, en todo, después
comía catorce; y si antes tomaba solo ca-
torce onzas de vino, después bebía diez
y seis. Este aumento en el espacio de
ocho dias causó tal efecto sobre m í ,
que perdiendo mi alegría y buen hu-
mor, comencé á estar impertinente y
melancólico; cosa ninguna me agrada-
ba, y me hallaba á todas horas de tan
estraño temple, que ni sabía que decir
á los demás, ni que hacer conmigo
DE LA SALUD. 51

mismo. Al cabo de doce dias fui ata-


cado de un violentísimo'dolor de costa-
d o , que me duró veintidós horas,
con una fiebre terrible, que continuó
treinta y cinco dias y otras tantas n o -
ches ; y aunque ésta, para decir la ver-
dad , principió á ceder gradualmente en
el décimo sesto, sin embargo, no me
dejó descansar un momento, ni pude
dormir medio cuarto de hora seguido
en todo aquel tiempo. Todos me mi-
raban como muerto; pero , bendito sea
Dios, me restablecí con solo mi arre-
glado modo de vivir anterior, á pesar
de que me hallaba entonces en la edad
de setenta y ocho años, reducido á un
mero esqueleto, y en lo mas frió de un
invierno riguroso. Estoy seguro de que
el grande arreglo, que había observado
por tantos años, y solamente é l , fue
lo que me sacó de las garras de la
muerte. En todos aquellos años, nun-
ca había sabido lo que era enfermedad,
52 C0RNAR0

á menos que llamemos así algunas lige-


ras indisposiciones de un dia ó dos de
duración; porque la vida arreglada que
había seguido constantemente, impi-
dió que se criasen en mí humores
superfluos ó malos; ó si se criaron, evi-
tó que adquiriesen la malignidad y
fuerza, que generalmente adquieren en
los cuerpos de las personas entradas en
edad, que viven sin regla. ¥ como
entonces no había ningún antiguo d e -
trimento en mis humores, que es lo que
mata, sino solamente aquel que mi
reciente desarreglo había ocasionado,
este ataque de enfermedad, aunque s u -
mamente violento, no tuvo bastante
fuerza para acabar conmigo. Esto fue,
y ninguna otra cosa, lo que salvó mi
vida. De aquí podemos colegir, cuan
grande es el poder y la eficacia de la
observancia exacta de una regla, pues-
to que me conservó por tantos años en
estado de salud; y cuan grande tam-
DE LA SALUD. 53

bien es la fuerza del desarreglo, que en


pocos dias fue capaz de producirme tan
terrible dolencia.
Y no me parece argumento débil, el
que así como el mundo se sostiene por
el orden, con que están combinados los
cuatro elementos de que consta; de la
misma manera nuestra vida, que en
cuanto al cuerpo, no es otra cosa que
una armoniosa combinación de los mis-
mos cuatro elementos, debe conservar-
se y mantenerse por el mismísimo or-
den : y al contrario, faltando este, con-
sumirse de enfermedad, y destruirse
con la muerte. Por el orden se apren-
den mas fácilmente las artes, por el
orden salen victoriosos los ejércitos, y
por el orden, en una palabra, se man-
tienen las familias, las ciudades y aun los
estados. Concluyo, pues, que el vivir
ordenadamente, es ciertísima causa y ci-
miento de salud y larga vida; aun mas,
única y verdadera medicina: cualquier
C0RNAR0

ra que examine bien la materia, debe-


rá convenir en lo mismo. Por esta ra^
z o n , cuando un-médico viene á visitar
á un enfermo, la primera cosa que le
prescribe, es vivir con arreglo, y del
mismo m o d o , cuando se despide des-
pués de su restablecimiento, le advier-
te que si estima su salud, observe una
vida arreglada. ¥ no hay que dudar
que si un enfermo, así restablecido, vi-
viese con orden, nunca enfermaría otra
vez, como que estaría fuera de la i n -
fluencia de todas las causas de enferme-
dad ; y en lo sucesivo tampoco necesi-
taría de medicinas. Y por lo que
acabo de decir, se volvería su pro-
pio médico, el mejor á la verdad que
podría tener; porqué, efectivamente,
ningún hombre puede ser perfecto mé-
dico sino para sí mismo. La razón es que
cualquiera por repetidos ensayos y o b -
servaciones, puede adquirir un comple-
to conocimiento de su propia constitu-
DE- LA SALUD. 55

clon, de las mas ocultas cualidades de su


cuerpo, y del vino y alimento que vie-
ne bien á su estómago; mas está muy
lejos de ser fácil el que conozca estas c o -
sas perfectamente en otro, porque aun
en sí mismo no puede descubrirlas, sino
con gran molestia y muchísimo tiempo.
Dichas pruebas y observaciones son
mas que necesarias, si me es permitido
hablar así, porque hay mayor variedad
en las naturalezas y estómagos de los
diferentes hombres, que en sus fisono-
mías. ¿ Quién creería que el vino añejo
de más de un año, se adaptara mal á mi
estómago, y el nuevo me sentara bien?
¿ y que la pimienta, que se mira como
especia estimulante, no produjera en
mí ninguna escitacion, en términos de
que me enardece y conforta mas la c a -
nela ? ¿ dónde está el médico, que pue-
da informarme de estas dos ocultas cua-
lidades , puesto que yo mismo, aun
después de una larga serie de observa-
4
56 CORNARO.

ciones, apenas puedo descubrirlas? De


todas estas razones se sigue, que es
imposible ser perfecto médico para
otro. Así, pues, ya que un hombre
no puede tener mejor médico que él
mismo, ni mejor medicina que una v i -
da arreglada, debe observarse y seguir
este arreglo.
Sin embargo, no quiero decir que
para el conocimiento y curación de
las enfermedades, que frecuentemen-
te acometen á los que viven con
desorden, no haya ocasión en que
convenga llamar á un médico, ni tam-
poco que la asistencia de este haya
de ser menos apreciada; porque si esta-
mos prontos á recibir consuelo de los
amigos, que vienen á visitarnos en
nuestra enfermedad, aunque no hagan
mas que manifestar su afecto hacia n o -
sotros, y ofrecernos sus buenos deseos,
¡ cuánto mas respeto debemos tener al
médico, qué es un amigo que viene á
DE LA SALUD. 57

vernos, para aliviarnos, prometernos y


darnos la curación! Mas para el sim-
ple propósito de mantenernos con sa-
lud, soy de opinión que debemos con-
siderar á esta vida arreglada, como
nuestro médico y como nuestra natu-
ral y propia medicina. Efectivamente,
ella conserva á los hombres, aun de
mala constitución, en estado de salud,
hace que vivan vigorosos hasta la edad
de ciento y mas años, evita que m u e -
ran de enfermedad ó por corrupción
de sus humores, y da lugar á que de-
jen de existir por mera resolución de
su humedad radical, cuando lleguen á
quedar enteramente exhaustos: efectos
todos, que han atribuido algunos sabios
al portátil o r o , y al elixir buscado por
muchos , pero descubierto por pocos.
Á pesar de lo d i c h o , los hombres g e -
neralmente son muy sensuales y desar-
reglados, quieren satisfacer sus apetitos
y cometer todo género de escesos, y
58 CORNAEO

viendo que no pueden evitar el ser mo-


lestados y aun reconvenidos tan fre-
cuentemente como faltan, con el fin de
hacer una apología de su conducta, dicen
que es mejor vivir diez años. menos y
gozar. No consideran de cuanta im-
portancia son diez años mas de vida,
especialmente con salud y en la edad
madura: cuando los hombres ya cono-
cen sus progresos en la sabiduría y en
!a virtud; puesto que no pueden llegar
á ningún grado de perfección antes de
este período.
Sin contar al presente otras muchas
ventajas, solamente diré que con res-
pecto á las letras y á las ciencias, el
mayor número de los mejores y más
acreditados libros que existen , fué
escrito durante ese tiempo de la vida
y esos diez años, que algunos hacen
alarde en menospreciar para dar rien-
da suelta á sus apetitos. Sea esto lo
que quiera, yo no pensé obrar como
DE LA SALUD. 59

ellos, sino que deseaba vivir esos diez


años, y sino lo hubiera conseguido,
nunca habría concluido estos tratados,
que he compuesto estando sano y v i -
goroso en la década referida; teniendo
el placer de imaginar que serán útiles
á los demás. Estos hombres sensuales
añaden que la vida arreglada, es cosa
que ninguno puede observar; á lo que
respondo que Galeno, sapientísimo mé-
dico , la observó y la escogió como lá
mejor medicina. Lo mismo hicieron Pla-
tón, Cicerón, Isócrates y tantos otros va-
rones de los antiguos tiempos, que me
abstendré de nombrar por no cansar
al lector; y en nuestros dias también
han hecho lo mismo Pope Pablo Farnesio
y el Cardenal Bembo, y esta es la razón
porque han vivido tantos años; igual-
mente nuestros dos Duxes, Lando y
Donato, ademas de otros muchos de in-
ferior condición, que viven no sola-
mente en las ciudades , sino también
60 CORNARO

en diferentes lugares del pais; todos


los que han encontrado grande benefi-
cio en someterse á este arreglo. Así,
pues, ya que muchos han observado y
observan actualmente tal vida , cual-
quiera puede conformarse á ella, y mas
no presentando ninguna gran dificul-
tad; porque ciertamente el único r e -
quisito es principiar con todo empeño,
como lo afirman el mismo Cicerón y
todos los demás, que viven de este m o -
do. Se me dirá que Platón, aunque
guardó siempre mucho orden, asegura
que en las Repúblicas los hombres no
pueden hacerlo así, porque se ven mu-
chas veces obligados á esponerse á la
influencia del calor, del frió, y de otras
cosas que son incompatibles con una
vida arreglada. Respondo, que según
he manifestado, de dichos agentes no
deben esperarse ningunas malas conse-
cuencias, ni ellos afectan la salud ni
la vida, cuando el hombre que sufre
DE LA SALUD. 61

su acción, sigue las reglas de la sobrie*


dad, y no comete escesos en los dos
puntos concernientes á los alimentos só-
lidos y líquidos : escesos que el h o m -
bre en sociedad puede bien evitar, aun
mas, que debe siempre precaver; por-
que haciéndolo así, estará seguro de li-
bertarse de aquellas enfermedades, qu3
de otro m o d o , mientras se esponga á la
acción de los agentes referidos, le aco-
meterán con facilidad; ó en caso de no
preservarse de ellas, podrá mas fácil y
prontamente prevenir sus malos efectos.
Aquí se podría replicar, y algunos
objetan de hecho, que el que sigue una
vida arreglada, como hace uso constan-
temente, cuando la observa bien, de
alimentos acomodados á personas e n -
fermas y en pequeñas cantidades, no
deja recurso para el caso de enferme-
dad. Á esto yo respondería, en pri-
mer lugar, que la naturaleza, como
madre cariñosa, deseosa de conservar
62 CORNARO

al hombre perfectamente sano tanto


tiempo como sea posible, le instruye de
como ha de obrar cuando pierde la sa-
lud; porque al punto que una dolencia
le acomete, la naturaleza misma le pri-
va de su apetito, á fin de que tome
muy poco alimento. Ella, como dije
mas arriba, con poco está contenta;
quiere que el hombre, cuándo se p o -
ne enfermo, tanto en el caso de haber
vivido con arreglo como en el contrario,
solamente use de aquellos manjares,
que son acomodados á su enfermedad,
y aun de estos en cantidad mucho m e -
nor , que la que acostumbraba cuando
estaba b u e n o ; porque si come tanto
como antes solía, no pudiendo soportar
en tales circunstancias esta cantidad de
alimento, morirá, pues será solo aña-
dir peso á la carga con que la natura-
leza está ya oprimida; l o q u e imagino
satisfaría suficientemente á cualquiera
persona enferma. Fuera de esto, con-
DE LA SALUD. 63

testaría otra cosa mas lisongera, convie-


ne á saber, que los que observan una
vida arreglada, no pueden caer enfer-
mos , ó á lo menos lo. estarán muv rara
vez y por corto tiempo; porque es-
tirpan todas las semillas que producen
las dolencias, y quitando las causas
evitan los efectos.
Así, pues, ya que la vida arreglada
es tan provechosa y eficaz, tan amable
y santa, debe ser umversalmente segui-
da y abrazada; tanto mas, cuanto que
no. se opone á los medios ú obligacio-
nes de ningún oficio, sino que mas bien
es fácil á todos: porque para observar-
la , no necesita un hombre sujetarse á
tomar tan poco alimento como y o , que
solo cómo precisamente lo bastante pa-
ra mi pequeño y débil estómago, ó á no
usar de frutas, pescados y otras cosas,
de que me abstengo por saber que no
me sientan bien, y que por lo mismo
no debo probarlas. Aquellas personas,
C0RNAR0

que las digieren, las pueden y deben


usar, puesto que de ninguna manera
les está prohibido el uso de semejante
mantenimiento; mas entonces también
en cantidad proporcionada, pues de
otro modo no se libertarán de indi-
gestiones. Y lo mismo ha de entenderse
con respecto á la bebida. De aquí es
que aquellos o t r o s , á quienes todo,
aprovecha, no están ceñidos á obser-
var ninguna regla en cuanto á la cali-
dad del alimentó, y solo sí la relativa
á la cantidad, como pueden hacerlo sin
la menor dificultad en todo el mundo.
Ninguno me diga que muchas perso-
nas, aunque viven con sumo desarre-
g l o , llegan con salud y vigor á aque-
llos remotos períodos de la vida, que
alcanzan los muy sobrios; porque hallán-
dose fundado este argumento en casos
llenos de incerlidumbre y casualidad,
y que ademas tan pocas veces ocurren,
que se deben mirar mas bien como mi-
D E L A SALUD. 65

lagros, que como obras de la natura-


leza, no debe nadie persuadirse por
ellos, de que puede obrar desordenada-
mente. La naturaleza fué demasiado
liberal para aquellos que vivieron así,'
sin sufrir padecimientos, favor que
muy pocos tienen alguna razón de es-
perar. Cualquiera que, confiando en
su juventud, en la fuerza de su consti-
tución, ó en la bondad de su estómago,
menosprecie estas observaciones, llega-
rá á padecer mucho, y estará en un
peligro constante de enfermedad y
muerte. Por esta razón afirmo que
un viejo, aun de mala constitución,
que tiene vida arreglada y sobria , está
mas seguro'de llegar á una edad avan-
zada, que un joven de la mejor robus-
tez, que vive sin orden. Con todo eso,
no hay que dudar que un hombre de
sana complexión, siguiendo las reglas
de la templanza, puede esperar el v i -
vir mas tiempo, que otro que no 1»
66 CORNARO

tenga tan buena; y que Dios y la natu-


raleza pueden disponer las cosas de
manera, que alguno traiga al mundo la
suya tan fuerte, que viva muchos años
con salud sin observar unas reglas tan
severas, y luego muera en edad muy
avanzada por la mera resolución de
sus partes elementales. Esto sucedió
en Venecia con el Procurador Tomás
Contarini, y en Padua con el Caballero
Antonio Cabeza de Vaca; pero no hay
uno entre cien mil, de quien se pueda
decir otro tanto: si los demás quieren
vivir mucho tiempo con salud , y morir
sin enfermedad de cuerpo ni de ánimo,
por sola resolución, es preciso que se
sometan á tener arreglo, pues de otra
manera no pueden gozar los frutos de
una vida semejante, que son casi infi-
nitos en número, y cada uno de ellos
en particular de incalculable valor. La
regularidad mantiene los humores del
cuerpo limpios y templados, é impide
DE LA SALUD. ' 67

que suban vapores del estómago á la


cabeza. De aquí resulta que el cere-
bro del que vive así, goza de una sere-
nidad tan constante , que siempre es
perfectamente dueño de sí mismo. Se
remonta con facilidad de los negocios
viles y bajos de esta vida á la sublime
y hermosa contemplación de las cosas
celestiales, para muy grande consuelo
y satisfacción suya: así puede conside-
rar, conocer y entender lo que de otra
manera nunca habría considerado, cono-
cido , ni entendido, esto es, cuan grande
es el poder, bondad y sabiduría del Ser
Supremo. Luego desciende á la natu-
raleza, y la reconoce por hija de Dios.
Vé, y aun toca con sus manos, lo que en
otra edad ó con percepción menos cla-
ra , nunca habría visto ni tocado. En-
tonces claramente discierne la bruta-
lidad de los escesos, que cometen los
que no saben dominar aquellas tres
importunas inclinaciones, la de la car-
68 CORNARO

n e , la de los honores, y la de las ri-


quezas, que vinieron juntas al mundo
con nosotros, para tenernos en distur-
bio y ansiedad perpetua. Observa que
estas crecen con los años en los viejos,
que al pasar por el teatro de la natura-
leza humana, no renunciaron según
debieron la vida sensual, ni se reforma-
ron con la sobriedad ; al paso que dis-
minuyen en los que viven arregladamen-
te, porque se enmendaron cuando pasa-
ron el mismo camino. Mientras que
aquellos hombres, poco reflexivos, con-
tinuaron su vida desconcertada, resabián-
dose cada vez mas, estos buenos varo-
nes conocieron que dichas pasiones
eran incompatibles con la razón, á
que se habían hecho enteramente adic-
tos, y sacudiendo de una vez aquel
yugo para quedar libres de toda su-
jeción viciosa, se aplicaron á la sobrie-
dad y alas buenas obras, en lugar de ser
esclavos mas tiempo de sus apetitos
DE LA SALUD. 69

desordenados, con cuya modificación de


conducta se hicieron virtuosos y hom-
bres de bien. Cuando al cabo de mu-
chos años se aproxima su disolución,
viendo estos que por singular merced
de Dios abandonaron las sendas del vi-
cio tan sinceramente, que nunca después
volvieron á ellas, esperando por los
méritos de nuestro Salvador Jesucristo
morir en su gracia, y reflexionando
ademas que llenos de honores y hartos
de vida, han llegado á la edad, que no
alcanza uno entre muchos miles de los
que viven de otra manera, no se dejan
abatir con los pensamientos de la muer-
t e , convencidos de que es inevitable.
Tienen otra razón aun mayor para
no acobardarse por tales ideas, y es que
la muerte no les sorprende violenta-
mente con amarga y penosa mudanza de
sus humores, ni con sensaciones febri-
les ni.dolores agudos, sino que les lle-
ga de una manera insensible, con la
70 CORNARO

mayor suavidad y dulzura, por un aca-


bamiento de su humedad radical, que
va decayendo gradualmente, como el
aceite de una lámpara, de modo que
pasan tranquilamente y sin enfermedad
ninguna, desde una vida serena y m o r -
tal á la celestial y eterna.
¡ Oh santa regularidad! ¡ que feliz te
deberían juzgar los hombres, y que
miserable el hábito opuesto, si conside-
rasen los efectos contrarios de ambos!
deberían conocerte por tu sola voz y
tu nombre amable; porque ¡que glorio-
sa palabra, que noble cosa es una vida
ordenada! y por el contrario ¡ c o m o
ofende á nuestros oidos la sola mención
de desorden! Ciertamente la misma
diferencia se halla al nombrar estas dos
cosas, que aj proferir las palabras án-
gel y demonio.
He dado pues las razones, que tuve
para abandonar la intemperancia, y en-
tregarme del todo á la vida sobria, el
DE LA SALUD. 71

método que seguí al hacerlo, las conse-


cuencias que resultaron, y finalmente
las ventajas y beneficios, que tal vida
sobria concede á los que la adoptan.
Hay personas sensuales é inconsidera-
das, que afirman que la vida larga nó
es un bien, y que el estado de un
hombre, que ha pasado sus setenta y
cinco años, no puede realmente lla-
marse vida, sino muerte; pero esto es
una equivocación, como plenamente
demostraré. Lo que anhelo con since-
ridad, es que todos los hombres procu-
ren llegar á mis años, para que gocen
también de este período, que es el mas
apetecible de la vida.
Manifestaré, pues, los recreos y d e -
leites , que tengo á la edad en que rae
hallo , á fin de convencer al públi-
c o , de que mi estado de ningún modo
es muerte, sino vida real, que muchos,
juzgan feliz, porque abunda de toda la
dicha que puede gozarse en este mun-
72 CORNARO

do. Cuantas personas me conocen pue-


den atestiguarlo así, en primer lugar,
porque están viendo con el mayor pas-
mo la buena salud que disfruto, que
monto á caballo sin ayuda ninguna ni
ventaja de situación, y que no solamente
subo un simple tramo de escaleras, sino
que también trepo por una colina desde
el valle hasta la cumbre, á pie, con la ma-
yor facilidad y ligereza, alegre, placen-
tero' y de buen humor y libre de t o -
/

da perturbación de ánimo y de todo


pensamiento desagradable; pues la ale-
gría y la paz han fijado su residencia
tan firmemente en mi pecho, que nun-
ca le abandonan. Saben ademas como
paso el tiempo para dulcificar la vida ,
y como empleo sus horas con la mayor de-
licia y placer; buscando frecuentes oca-
siones de conversar con muchos ilustres
caballeros, hombres apreciables por su
buen sentido y principios, su conoci-
miento en las letras y otras muchas bue-
DE LA SALUD. 73.

ñas cualidades; recurriendo, si no puedo


gozar de dicha gustosa conversación, á
la lectura de algún buen libro; escri-
biendo cuando he leido lo que quiero,
y procurando en esto, así como en todo,
ser útil á los demás hasta donde alcan-
ce mi capacidad.
Hago estas cosas sin la menor difi-
cultad en sus propias estaciones, en
una casa que poseo, y que está situada
en el mas hermoso cuartel de Padua,
la cual es proporcionada y amplia, en
una palabra, tal, que no es posible fa-
bricarla mejor; porque en una parte
de ella me puedo resguardar del calor
estremo, y en otra del escesivo frío, y
tiene distribuidos los cuartos conforme
á las reglas de arquitectura. Ademas
de esta casa, también soy dueño de
varios jardines muy deliciosos , en los
que siempre encuentro alguna cosa que
hacer para entretenerme , mientras,
escucho los arroyos, que murmu-
74 C0RNAR0

rando suavemente discurren por ellos.


Tengo otra diversión, que consiste
en ir todos los años por algunos dias
en los meses de Abril y Mayo, y tam-
bién de Setiembre y Octubre á gozar
de una eminencia, que me pertenece en
lo mas hermoso de los montes de E u -
ganean, adornada de fuentes y jardines,
y sobre todo, con una casa de campo
igualmente espaciosa y cómoda, donde
también de cuando en cuando voy á ca-
zar, en compañía de algunos amigos,
proporcionados á mi edad y gusto.
Luego disfruto por oíros tantos dias
mi quinta de la llanura, dispuesta en
calles regulares á cordel, que terminan
todas en un cuadro espacioso, en cuyo
medio se halla la iglesia, acomodada á la
condición del lugar. Esta quinta se
halla dividida por un ancho y rápido
brazo del río Brenta, y en arabos lados
de él se. ve un considerable número de
terrenos, todos campos fértiles y bien
DE LA SALUD. 75

cultivados, que presenta» la mas bella


perspectiva.
El distrito de que hablo, bendito sea
Dios, se encuentra actualmente muy
bien poblado, lo que no sucedía antes,
porque estaba pantanoso, y tenía un
aire tan mal sano, que hacía su residen-
cia mas á propósito para serpientes que
para hombres. Pero á consecuencia
de haber dado yo corriente á las aguas,
el aire se mejoró, y acudió allí tanta
gente en poco tiempo, que pronto
aquel terreno adquirió la perfección que
ahora tiene; así puedo decir con verdad,
que he consagrado á Dios en dicho s i -
tio un altar y un templo, reuniendo al-
mas que le adoren. Estas son cosas
que me dan infinito placer, consuelo y
satisfacción, tantas veces como voy á
verlas y disfrutarlas.
En las mismas estaciones, todos los
años, recorro algunas de las ciudades
confinantes, y visito á los amigos que
76 CORNARO

tengo allí, recibiendo el mayor gusto


de su conversación y compañía. Por
su medio me pongo en relación con
otras personas de buenas prendas, que
habitan los mismos lugares, tales como
arquitectos, pintores, escultores, músi-
cos y labradores, de quienes este siglo
ciertamente abunda mas. Veo sus nue-
vas obras, reviso las anteriores, y siem-
pre aprendo alguna cosa, que medása-
tisfacción. Examino los palacios, jar-
dines y antigüedades, las plazas y otros
lugares públicos, las iglesias y fortifica-
ciones, no dejando de observar ningu-
na cosa, de que pueda sacar instrucción
ó entretenimiento. Pero lo que me
deleita mas en mis varias espediciones,
es contemplar la situación y otras b e -
llezas de los lugares por donde paso:
unos en lo llano, otros en lo alto, es-
tos junto á rios, aquellos junto á fuen-
tes, con muchísimas casas y jardines ele-^
gantes.
DE LA SALUD. 77

No son menos gustosos mis recreos


por no ver bien los objetos, no
oir claramente las cosas que me dicen,
ó no estar perfecto algún otro de mis.
sentidos; porque todos ellos, gracias á
Dios, ejercen sus funciones cabalmente:
sobre todo mi paladar, que ahora se
deleita mejor con el simple manjar que
c ó m o , que antiguamente con los mas
delicados platos, cuando tenía una vida
desarreglada. Ni los cambios de cama
me dan inquietud, de manera que duer-
mo en cualquiera parte profunda y tran-
quilamente, sin esperimentar el menor
trastorno, y todos mis sueños son pla-
centeros.
Veo también con la mayor satisfac-
ción el suceso de una empresa impor-
tantísima á este pais, quiero decir, la
de desaguar y mejorar con esto muchas
piezas de tierra incultas. Concebí la
idea, mas nunca pensé viviría hasta ver
la obra completa, sabiendo qué lenta-
78 СОВДАШ)

menle proceden las Repúblicas en las


empresas de grande importancia. Sin
embargo, he vivido hasta verla conclui­
da, y he estado aun personalmente en
estos lugares pantanosos, acompañando
á los sugelos nombrados para dirigir el
desagüe, por espacio de dos meses se­
guidos durante los grandes calores del
verano, sin encontrarme peor por las
fatigas é incomodidades que esperimen­
taba: ¡ de tanta eficacia es la vida orde­
nada que en todas partes observo cons­
tantemente!
Mas diré: tengo muchas esperanzas,
ó por mejor decir, estoy seguro de ver
el principio y conclusión de otra e m ­
presa de no menos utilidad, que es la
de conservar nuestro estuario ó puerto,
último y admirable baluarte de mi ca­
ro pais, cuya conservación he recomen­
fdado mas de una vez á esta República
de palabra y por escritos, que me cos­
taron muchos estudios de noche; lo
DE LA SALUD. 79

que no digo para íisongear mi vanidad,


sino para hacer justicia á la verdad s o -
lamente , pues por las leyes de la natu-
raleza estoy obligado á hacer todo aque-
llo, de que pueda resultar algún benefi-
cio á mi patria, y ardientemente la d e -
seo^duracion perpetua y larga sucesión
de toda clase de prosperidades.
Tales son mis puras y no frivolas sa-
tisfacciones, tales son los recreos y di-
versiones de mi ancianidad; que debe ser
tanto mas apreciada que la vejez, ó aun
que la juventud, de otros hombres, cuan-
to que, estando libre por la gracia de
Dios de las perturbaciones del ánimo
y de las enfermedades* del cuerpo, no
esperimenta ya ninguna de aquellas con-
trarias emociones, que atormentan á
tantos jóvenes y á tantos viejos, y los
privan de fuerza, salud y felicidad.
Y si fuese permitido comparar mate-
rias pequeñas con negocios de impor-
tancia, me atrevería también á decir
80 CORNARO

que tales son los efectos de esta vida


sobria, que en la edad de ochenta y
tres años que tengo, he sido capaz de
escribir una comedia muy entretenida,
llena de inocente alegría y divertidas
chanzas. Esta especie de poema es ge-
neralmente paito y fruto de la juven-
tud, así como la tragedia lo es de la
vejez; porque la primera por sus chis-
tes y viveza se acomoda á la flor de la
vida, y la segunda por su gravedad á
mas maduros años.
Ahora, pues, si aquel buen viejo poe-
ta, griego de nación, fué tan alabado y
reputado como hombre de tanta me-
moria y de tan sólido entendimiento por
haber escrito una tragedia á la edad de
setenta y tres años, aunque la tragedia
sea un poema grave y melancólico, ¿por
qué había de ser yo considerado menos
feliz, de inferior memoria y de peor en-
tendimiento que él, cuando en una edad
diez años mas avanzada que la suya, he
DE LA SALUD. 81

escrito una comedia, que, como todos


saben, es una especie de composición
divertida y alegre ? Si puedo ser m i -
rado como juez imparcial en mi p r o -
pia causa, debo pensar que verdadera-
mente soy ahora mas vigoroso, de mas
sana memoria v demás sólido entendí-
miento que él, cuando tenía diez años
menos.
Para que la vejez me sea menos en-
fadosa, mejor diré, para que ningún
consuelo falte á la plenitud de mis
años, y se aumente el número de mis
goces, tengo el gusto adicional de ver
cierta especie de inmortalidad en la se-
rie de mis descendientes. Tantas veces
como vengo á mi casa, se presentan de-
lante de m í , no uno ni dos, sino once
nietos, el mayor de ellos de diez y
ocho años, y el menor de dos, todos
de un padre y una madre, todos favo-
recidos de la mejor salud, y por lo que
hasta ahora manifiestan, amigos de
82 GORNARO

aprender, y de buenas cualidades físi-


cas y morales. Con algunos de los
mas-pequeños estoy siempre jugando,
porque las criaturas, desde tres hasta
cinco años, solamente son á propósito
para jugar. Tengo por compañeros
á los que pasan de aquella edad, y c ó -
mo la naturaleza les ha dotado de muy
delicadas voces, me recreo con oírles
y verles cantar y tocar varios instru-
mentos. Hay mas, canto yo mismo,
como que tengo ahora mejor v o z , y
mas clara y sonora garganta, que en
ningún, otro período de la vida. Estos
son los placeres de mi vejez.
De aquí resulta que vivo alegre, y
no tétrico como pretenden algunos p o -
co enterados, á quienes, para que se
vea el valor que doy á cualquier otra
especie de vida, necesito declarar, que
no cambiaría mi manera de vivir ni
mis pelos canos, con ninguno de aque-
llos jóvenes, aun de la mejor constitu-
DE LA SALUD. 83

eion, que dan rienda suelta á sus ape-


titos , sabiendo como sé, que tales per-
sonas están sujetas todos los dias, ó
mas bien todas las horas, según tengo
ya manifestado, á mil clases de dolen-
cias y á la muerte. Estoes efectiva-
mente tan obvio, que no requiere prue-
bas. Aun me acuerdo perfectamente
bien de como acostumbraba yo p r o c e -
der en aquel tiempo de mi vida. Sé
cuan á propósito es aquella edad para
obrar inconsideradamente, y como
acostumbran precipitarse en los bar-
rancos mas profundos, por el calor de
su sangre, los tontos y osados jóvenes;
qué inclinados son á presumir mas de
lo conveniente de su propia fuerza en
todas sus acciones, y qué ardientes
en sus esperanzas, tanto por causa de
la poca esperiencia, que han podido
adquirir del tiempo pasado, como en
razón del poder, que tienen en sus pro-
pias imaginaciones, acerca del tiempo
84 CORNARO

venidero. Por esto se esponen teme-


rariamente á cualquier especie de peli-
gro: desterrando la razón y doblando
sus cuellos bajo el yugo de la concupis-
cencia, procuran satisfacer todos sus ape-
titos,, y no consideran, locos como son,
que así se dan priesa, según he dicho
diversas veces, á caer en los dos males
que mas querrían evitar, la enfermedad
y la muerte.
De estos, el uno es molesto y p e -
noso, el otro, sobre todas las cosas,
terrible é insoportable: insoportable, pa-
ra cualquier hombre que se ha entregado
á sus apetitos sensuales, y para los jóve-
nes en particular, á quienes parece una
injuria el morir temprano; terrible, para
los que reflexionan sobre los errores á
que («ta vida mortal está sujeta, y s o -
bre la venganza, que la justicia de Dios
acostumbra tomar de los pecadores,.
condenándolos á castigo eterno. Cuan-
do yo en mi vejez alabo la Omnipoten-
DE LA SALUD. 85

cia, estoy libre de estos dos tormentos:


del uno. porque no puedo caer enfermo,
habiendo removido todas las causas de
enfermedad con mi divina medicina;
del otro, el de la muerte, porque con
tantos años de esperiencia, he aprendi-
do á obedecer á la razón, de manera
que no solamente pienso que es una
gran tonteria temer lo que no se puede/
evitar, sino que también espero firme-
mente algún consuelo de la gracia de
Jesucristo para aquel momento.
Fuera de esto, aunque conozco, que
así como todos debo acabar, se halla
dicho momento á tan gran distancia,
que no puedo discernirle; porque sé
que no moriré sino por mera disolu-
ción , pues con mi género de vida ar-
reglada, he cerrado ya todas las demás
avenidas de- la muerte y evitado que
los humores de mi cuerpo me hagan
ninguna otra guerra , que la que debo
esperar de los elementos empleados ei*
86 CORNARO

la composición de esta fábrica mortal.


Añádase que es una muerte agradable,
la que la naturaleza nos da por medio
de la disolución; porque este sabio ar-
tífice, que ha formado, él mismo, la
unión entre nuestro cuerpo y nuestra
alma, sabe mejor que nadie de que
manera puede ser disuelta con mas faci-
lidad , y nos concede mas tiempo para
ello, que el que podríamos esperar de
enfermedades violentas. Á esta muer-
te, sin hacer de poeta, puedo llamarla,
no muerte, sino vida. Ni puede ser
otra cosa. Una muerte semejante no
la alcanza nadie hasta después de una
carrera de años muy larga, y en c o n -
secuencia de una estrema debilidad;
pues solo por lentos grados llegan á
perder los hombres su fuerza para an-
dar y su disposición para raciocinar, y
á ponerse ciegos, sordos, decrépitos y
llenos de todas las demás especies de
dolencia. Por la gracia de Dios,
DE LA SALUD. 87

puedo confiar en que ahora estoy muy


lejos de aquel período. Mas, hay
razón para pensar que teniendo mi al-
ma tan agradable morada en mi cuerpo,
que no encuentra en él sino paz, amor
y armonía, no solo entre sus humores,
sino entre mi razón y los sentidos, es-'
tá muy contenta y bien complacida
con su presente situación; y por conse-
cuencia, es preciso mucho tiempo pa-
ra desalojarla. De aquí se infiere c o -
mo cosa cierta, que aun tengo que vi-
vir dilatados años con salud y vigor,
para gozar de este mundo hermoso:
que lo es verdaderamente á los ojos de
los que saben mirarle como yo ahora,
y también en adelante con la ayuda de
Dios; y todo por medio de la virtud, y
de aquella divina regularidad que he
adoptado, haciendo alianza con mi f a -
zon y declarando guerra á mis sensua-
les apetitos, lo que puede hacer lodo
hombre que desee yivir como debe.
6
88 C0RNAR0.

Ahora bien, si la vida sobria es tan


feliz, si su nombre es tan hermoso y
placentero, si la posesión de los bene-
ficios que hace es tan permanente y es-
table, ya que no puedo conseguir mis
deseos con los poderes de la oratoria,
lo que tengo que hacer es suplicar á
todos los hombres de buena disposi-
ción y sano entendimiento, que reciban
con los brazos abiertos este apreciabi-
lísimo tesoro de larga y sana vida, te-
soro, que como escede á todas las de-
mas riquezas y bienes de este mundo,
merece sobre todas las cosas ser anhe-
lado, buscado, fomentado y cuidadosa-
mente guardado. Esta es aquella di-
vina sobriedad, agradable á Dios, ami-
ga de la naturaleza, hija de la razón,
hermana de todas las virtudes, compa-
ñera de la vida templada, modesta,
cortés, contenta con p o c o , regular y
perfecta dueña de todas sus operacio-
nes. De ella, como de su propia Taíz,
DE LA SALUD. 89

riace la-vida, la salud, la alegría, la in-


dustria, la instrucción, y todas las accio-
nes y empleos*dignos de almas nobles
y generosas. Todas las leyes divinas y
humanas están en su favor. La reple-
ción, los escesos, la intemperancia, los
humores superítaos, las enfermedades,
las fiebres, los dolores y los peligros
de la muerte se desvanecen á su p r e -
sencia , como las nubes delante del Sol.
Su gracia arrebata á cualquier ánimo
bien dispuesto; su influencia es tan se-
gura, que promete á lodos una existen-
cia muy larga y agradable; la facilidad
de adquirirla es tal, que nos debe in-
ducir á buscarla y participar de sus vic-
torias. Y últimamente, ella promete
ser un indulgente y buen guardián de
la vida, así del rico como del p o b r e ,
del sexo masculino como del femeni-
n o , del viejo como del joven; enseñan-
do al rico la modestia, al pobre la fru-
galidad, á las mujeres la castidad, á los
90 CORNARO

hombres la prudencia , á la vejez como


combatir los ataques de la muerte, y á
la juventud como afirmar y asegurar mas
las esperanzas de la vida. La sobrie-
dad pone los sentidos claros y el cuer-
po ligero, aguza el ingenio, vuelve el
ánimo vigoroso, la memoria firme ,
nuestros movimientos libres y todas
nuestras acciones regulares y fáciles.
Por medio de la sobriedad, el alma, c o -
mo si estuviese libre de su carga terre-
na, esperimenta una gran parte de su
natural libertad, los espíritus circulan
dulcemente por las arterias, la sangre
corre libre per las venas, el calor del
cuerpo grato y moderado produce sua-
ves y tempüadcs efectos, y últimamen-
te nuestras funciones perfectamente re-
guladas, conservan su agradable y c o n -
veniente armonía.
¡ Oh ! santísima sobriedad , hábito
inocentísimo, único alivio de la natura-
leza, madre criadora de la Y¡da huma-
DE LA SALUD. 91

na, verdadera medicina así del alma


como del cuerpo ¡ cuánto deben los
hombres alabarte, y cuánto agradecerte
por tus augustos dones!. Tu les rega-
las los medios de conservar la vida y
asegurar la salud, cosas que natural-
mente desean todas las criaturas vivien-
tes, y que constituyen la única felici-
dad, que Dios les permite gozar antes
del sepulcro.
Mas como no intento escribir un pa-
negírico sobre esta rara y escelente vir-
tud, m quiero que se me juzgue reo de
intemperancia en materia tan agradable,
daré fin á mi discurso. Podría decir de
ella innumerables cosas, ademas de las
que he mencionado, y pienso poner el
resto de sus alabanzas en mas conve-
niente lugar.
C A P Í T U L O II.

COMPENDIO DE LA VIDA SOBRIA,

QUE DA

REGLAS RARA. MEJORAR

UNA CONSTITUCIÓN ENFERMA.

Mi tratado acerca de la vida sobria ha


principiado á corresponder á mi deseo,
porque ya ha sido útil á muchas per-
sonas nacidas con débil constitución,
que siempre que cometían el menor es-
ceso , se ponían sumamente indispues-
tas. Cuando le han leido, se han s u -
jetado á un género de vida regular, con-
venciéndose por esperiencia de su uti-
lidad. Será también de provecho, y me
complazco ea ello, á los que disfrutando
de buena complexión y presumien-
94 CORNARO

do de robustez, siguen una vida des-


ordenada, y por consecuencia cuan-
do llegan á la edad de sesenta años ó
menos, son atacados de distintas enfer-
medades , unos de gota, otros de ciáti-
ca , otros de dolores de estómago y otros
de afecciones semejantes, á que no e s -
tarían espuestos, si adoptasen una vida
sobria; y así como los mas mueren an-
tes de cumplir los ochenta años, vivi-
rían en tal caso hasta ciento, que es el
término concedido al hombre por Dios
y la naturaleza. Parece muy razonable
creer que la intención de esta madre
es que nosotros, hijos suyos, sin escep-
tuar á ninguno alcancemos aquel tér-
mino, para que gustemos las delicias de
todos los períodos de la vida; pero no
siempre es posible, porque como nues-
tro nacimiento se halla sujeto á las r e -
voluciones de los cielos, estos tienen
grande influencia sobre é l , especialmen-
te en hacer nuestras constituciones ro-
DE LA SALUD. 95

bustas ó enfermas, contra lo que la na-


turaleza no puede combatir, pues si pu-
diese, todos traeríamos al mundo bue-
na complexión: el hombre dotado de ra-
zón y entendimiento, debe compensar
por sí mismo en tal caso con el arte, la
falta de lo que los cielos le han negado,
y por medio de una vida sobria, mejo-
rar su enferma constitución, para vivir
hasta una edad avanzada, gozando siem-
pre buena salud.
Y no debemos dudar que el hombre
puede con e! arte eximirse hasta cierto
punto de la influencia de los cielos,
siendo común sentir que estos nos dan
inclinación, pero no nos impelen; por
lo que dice el sabio que e! hombre pru-
dente gobierna las estrellas. Yo nací
con disposición tan colérica, que no [se
podía vivir conmigo; mas me hice car-
go y consideré que una persona, así do-
minada de pasión, es preciso que esté
lo mismo que un l o c o , cuando se deja
96 C0RNAR0

llevar de ella, pues entonces renuncia


á su razón y entendimiento. Por esto
resolví no omitir medio alguno, á fin de
que mi mala propensión natural diese
lugar á la razón, y lo conseguí; de m o -
do que ahora nunca sufro ataques de có-
lera, que puedan subyugarme.
El hombre que sea por sí de mala
constitución, puede también con la ra-
zón y vida sobria, vivir aiuchos años
disfrutando bue^na salud, así como yo,
que por naturaleza tenia el peor tem-
peramento , y que parecía imposible
pasase de los cuarenta y ahora me en-
cuentro sano y vigoroso á la edad de
ochenta y seis; y si no fuese por las lar-
gas y violentas enfermedades, que es-
perimenté en mi juventud, hasta llegar
el caso de que me desahuciaron los mé-
dicos , dolencias que me privaron de
mi humedad radical, cuya pérdida es
absolutamente irreparable, podría tener
esperanzas de alcanzar el término arri-
DE LA SALUD. 97

ba dicho de cien años: sé, pues, por


buenas razones que es imposible, y así
no pienso en e l l o ; bastante es para mi
el haber vivido cuarenta y seis años
mas allá del plazo que tenia derecho
de esperar, y haber conservado perfec-
tos todos mis sentidos, durante este lar-
go intervalo, mis dientes, mi v o z , mi
memoria, mi imaginación, y lo qué
mas es aun, mi entendimiento, que es
el mismo ahora que siempre; con la
circunstancia de que no se debilita nin-
guna de estas potencias, conforme avan-
zo en años, lo que consiste en que s e -
gún voy envejeciendo, disminuyo la
cantidad del alimento sólido.
Esta disminución es necesaria, y no
puede evitarse, porque es imposible
que el hombre viva siempre, y conforme
se aproxima su fin, se reduce á tal aba-
timiento, que no es ya capaz de tomar
nutrimento ninguno, como no sea tra-
gar, y eso con dificultad, la yema d&
98 C0RNAR0

un huevo en las veinte y cuatro horas;


así acaba por mera disolución, sin
dolor ni enfermedad, como espero
que á mí me suceda. Beneficio es és-
te de grande importancia, y sin em-
bargo pueden esperarle todos los hom-
bres, que siguen un plan de vida sobria,
de cualquier grado ó condición que
sean, alta, baja ó mediana , porque
todos son de la misma especie y com-
puestos de los mismos cuatro elemen-
tos; y en atención á que deben anhe-
lar con vehemencia el vivir muchos
años con salud, como luego manifesta-
ré, están constituidos en la obligación
de esforzarse en conseguir la longevi-
dad, sin olvidar jamas, que ninguno
puede prometerse tanto bien, sino con
sobriedad y templanza.
Algunos replican que muchas perso-
nas sin observar semejante género de
vida, comiendo demasiado y usando
indiferentemente toda especie de man*
DE LA SALUD. 99

jares y vinos, han vivido hasta cien años


con salud constante, y por esto se li-
sonjean de que ellos serán igualmente
afortunados. Pero cuando piensan así,
padecen dos equivocaciones: la primera,
que no hay uno entre cien mil, que al-
cance aquella felicidad; la otra , quede
los pocos que la consiguen, al fin los
mas contraen de fijo alguna enferme-
dad que los mata, y no pueden jamas
estar seguros de acabar sus dias de otra
manera. Por tanto el camino mas e s -
pedito de vivir muchos años con salud,
á lo menos después de ios cuaren-
ta , es seguir la vida sobria. Esta em-
presa no es dificultosa-, pues la histo-
ria nos habia de muchísimos, que en
los antiguos tiempos vivieron con la
mayor templanza, y yo sé que la pre-
sente edad nos suministra muchos ejem-
plos semejantes, contándome uno de
ellos: todos pertenecemos á la especie
humana, tenemos uso de razón, y por
100 CORNARO

consecuencia somos dueños de nuestras


acciones.
La sobriedad que digo, se reduce á
dos cosas, calidad y cantidad. La prime-
ra, es decir, la calidad, no consiste en
otra cosa, sino en no comer alimentos
ni beber vinos perjudiciales al estóma-
go. La segunda, que es la cantidad,
consiste en no comer ni beber mas, que
lo que el estómago puede fácilmente
digerir. De ambas cosas, tanto de la
calidad como de la cantidad, todo hom-
bre debe ser buen juez, cuando llega á
los cuarenta, cincuenta ó sesenta años;
y cualquiera que observa bien las dos
reglas.indicadas, puede decir que tiene
una vida regular y sobria. Esta vida
es de tal virtud y eficacia, que los hu-,
mores del cuerpo del que la sigue, se
vuelven homogéneos , armoniosos y
perfectos en sumo grado; y cuando es-
tan así mejorados, no son y a . capaces
de corromperse, trastornarse ni engen-
DE LA SALUD. 101

drar enfermedades agudas, manantiales"


de una muerte anticipada, por ningún
otro desorden, cualquiera que sea, tal
como sufrir calor ó frió intenso, dema-
siada fatiga, falta del descanso natural,
y otras cosas parecidas, á menos que
no sean en el último esceso. Por cu-
yo motivo, todo hombre está obligado
á cumplir con dichas reglas. Quien
obre de otro modo , se verá constante-
mente espuesto á la enfermedad y á la
muerte, tanto en consecuencia de sus
desórdenes en la mesa, como de otros
innumerables agentes, cada uno de los
cuales es capaz entonces de producir
el mismo efecto destructor.
Es cierto que aun aquellos que guar-
dan las dos reglas que se refieren á la
dieta, y cuya observancia constituye una
vida sobria, pueden, por cometer algún
otro esceso, encontrarse peor un dia ó
dos; y que pueden también ser afecta-
dos de las revoluciones de los cié-
102 COIWARO

l o s ; pero ni los cielos ni aquellos es-


cesos son capaces de corromper los hu-
mores de una persona templada, ni tam-
poco lo son de causarle calentura. Es
muy razonable y natural que así sea,
como que las dos irregularidades de la
dieta son interiores, y las otras este-
riores.
Sin embargo de lo dicho, y aunque
entradas en años algunas personas son
muy sensuales y esclavas de la gloto-
nería, y alegan que ni la cantidad ni
la calidad de su dieta les hace ninguna
impresión; comen mucho de todas las
cosas sin distinguir, y beben del mismo
m o d o ; no sintiendo en qué parte del
cuerpo está situado su estómago , y no
considerando que lo que dicen es impo-
sible en ía naturaleza de ;as cosas, por-
que no puede ser que un hombre que
viene al mundo, no traiga consigo una
constitución caliente, fría ó templada;
y es muy natural que los alimentos y
DE LA SALUD. 103

cosas cálidas convengan á las constitu-


ciones cálidas, los fríos á las frías y
los templados á las templadas. Ademas,
éstos epicúreos es preciso que confiesen,
que de cuando en cuando se hallan in-
dispuestos , y que se curan tomando me-
dicinas evacuantes y observando dieta
rigurosa; de que se infiere que sus ma-
les son debidos á comer demasiado, y
cosas que no se adaptan á su estómago.
Otros viejos glotones dicen que pa-
ra escitar su calor natural, que va cons-
tantemente disminuyendo conforme
avanzan en años, tienen precisión de
comer y beber mucho, y cosas nutriti-
vas y que agraden á su paladar, sean
calientes, fria.s ó templadas; porque si
observasen una vida sobria, no vivirían
largo tiempo. Mas deben reflexio-
nar, que nuestra benévola madre, la
Naturaleza, para que los viejos viviesen
aun hasta mayor edad, ha dispuesto las
cosas de manera, que puedan subsistir
7
104 CORNARO

con poco que sea bueno, así como yo


subsisto, al paso que grandes cantida-
des de alimento y todo género de subs-
tancias, es imposible se digieran por
estómagos viejos y débiles. Si saben
qne cuando les sucede ponerse indis-
puestos , se restablecen con una simple
friolera, pues no es mas lo que comen
cuando se limitan á un régimen, obser-
vando el cual, quedan libres de su e n -
fermedad ¿qué miedo pueden tener de
acortar sus dias comiendo poco? Y si
sujetándose á muy pequeña cantidad de
aumento, se libertan de las garras de
la muerte, ¿como pueden, ni aun dudar,
que con cierta sobriedad, con un a u -
mento de dieta, aunque consistente,
serán capaces de mantener la naturale-
za cuando estén en perfecta salud?
Otros dicen, es mejor para un hom-
bre sufrir cada año tres ó cuatro ata-
ques de sus males acostumbrados, c o -
mo gota, ciática y otros semejantes,
DE LA SALUD. 105

que estar siempre atormentado sin con-


descender con su apetito ni comer c o -
sa ninguna de las que su paladar gus-
ta mejor; puesto que solamente con
un buen régimen, están seguros de sa-
lir de dichos apuros. Pero deben ha-
cerse cargo de que disminuyendo mas
y mas nuestro calor natural, conforme
avanzamos en años, ningún régimen
puede tener fuerza suficiente para ven-
cer siempre la malignidad, que acompa-
ña á los males de repleción; de modo,
que al fin es preciso que mueran á
consecuencia de estos desórdenes p e -
riódicos, que abrevian la vida en la
misma proporción que la salud la p r o -
longa.
Pretenden otros que vale mas vivir
solo diez años, que coartar uno su ape-
tito. Contesto que la longevidad debe
ser altamente apreciada por los h o m -
bres de buenas prendas, así como no
importa mucho que no la estimen d e -
106 CORNARO

Ledamente otros, que son una desgra-


cia para la especie humana: porque la
muerte de estos, lejos de ser perjudi-
cial es mas bien útil al público, al pa-
so que es gran desventura que los hom-
bres esclarecidos acaben en la flor de
su juventud, pues viviendo hasta ochen-
ta años puede acaso el que es ya Car-
denal, alcanzar la Tiara, y en lo civil
muchos adquirir la dignidad de Duques;
lo mismo sucede con respecto á las l e -
tras, por las cuales un hombre tiene
posibilidad de ascender hasta ser con-
siderado como un Dios en la tierra, si
conserva la vida algunos años mas de
lo ordinario, é igualmente en cualquier
otra profesión.
Hay otros, que aunque sus estóma-
gos se debilitan cada vez mas, conforme
avanzan en años, sin embargo, no puer
den ser inducidos á cercenar la canti-
dad de su alimento, sino que mas bien
la aumentan; y porque se encuentran
DE LA SALUD. 107

incapaces de digerir lo mucho con que


se empeñan en sobrecargarse, comien-
do dos veces en las veinte y cuatro h o -
ras, forman la resolución de comer so-
lo una, á fin de que el largo intervalo
entre una y *©tra comida, les habilite
para digerir, comiendo de una vez, tan-
to como acostumbraban en dos. S i -
guen así hasta que oprimidos sus estó-
magos con este peso, pierden todo su
vigor, enferman y cambian el alimen-
to superíluo en malos humores, que
los matan antes de tiempo. Nunca he
tropezado con persona muy vieja ,
que hubiese tenido aquel modo de vi-
vir, y lodos los viejos que lo tienen,
vivirían mucho mas, si conforme aumen-
ta el número de sus años, disminuye-
sen la cantidad de su alimento y c o -
miesen mas á menudo, pero poco en
cada vez; porque ya no pueden digerir
tanto como antes, volviéndose en este
punto como las criaturas, que comen
108 CORNARO

poco y varias veces en las veinticua-


tro horas.
Otros dicen ser cierto que la so-
briedad puede mantener al hombre con
salud, pero que no es suficiente para
prolongar la vida. Les contesto que
la esperiencia prueba lo contrario, c o -
mo que soy vivo egemplo de ello. Á
lo menos, no puede decirse que la s o -
briedad sea capaz de acortar los dias
de uno, conforme los abrevia la enfer-
medad , en lo ' que nadie pone duda.
Como quiera que sea, todo hombre de-
be tener por mas conveniente estar
siempre alegre y vigoroso, que obliga-
do de cuando en cuando á someterse á
la enfermedad para escitar su hume-
dad radical. De aquí podemos clara-
mente deducir, que la santa sobriedad
es la verdadera madre de la salud y lar-
ga vida.
¡ O h tres veces santa sobriedad, úti-
lísima al hombre por los servicios que.
DE LA SALUD. 109

le rindes! Tu prolongas sus (lias, para


que tenga tiempo de ilustrar su enten-
dimiento y evitar las pasiones y p e r -
turbaciones del ánimo, que son los
amargos frutos de la sensualidad, de
ese enemigo que tiene la razón, privi-
legio peculiar del hombre. Tú tam-
bién le libertas de los terribles pensa-
mientos de la muerte. ¡Cuan obligado
te está tu fiel discípulo, pues con ayu-
da de tí, goza de esta hermosa perspec-
tiva del mundo visible! realmente h e r -
mosa para los que saben mirarla con
ojos filosóficos, como tú me has habi-
litado para hacerlo. Porque yo no p o -
dia percibir sus bellezas, cuando me
hallaba enteramente estragado con la
irregularidad, en ningún otro tiempo
de mi vida, ni tampoco cuando era jo-
ven, que no economizaba gasto ni fati-
ga alguna para tener todos los gustos.
Al contrario, veía que ningún placer
de aquella edad era puro, y así nunca
110 CORNARO

conocí, hasta que me hice viejo, que


el mundo era hermoso. ¡ Oh vida ver-
daderamente feliz, que ademas de todos
estos favores hechos á tu viejo, has m e -
jorado y perfeccionado su estómago!
Así tiene ahora mejor paladar para dis-
frutar el gusto de su pan seco , que
tenía antiguamente en su juventud,
para percibir el de los mas esquisitos
regalos. Todo esto ha conseguido obran-
do racionalmente, y conociendo que el
pan es, sobre todas las cosas, el ali-
mento propio del hombre, cuando va
sazonado de buen apetito; y que mien-
tras seguimos una vida sobria, p o d e -
mos estar seguros de nunca carecer de
aquella salsa natural, pues comiendo
siempre poco no necesitamos esperar mu-
cho tiempo para tener ganas de c o -
mer. Por lo mismo me gusta tanto el
.pan seco, y sé por esperiencia y pue-
do afirmar con verdad, que encuentro
en él tanta delicia, que tendría miedo
DE LA SALUD. 111

de pecar contra la templanza, sino fue-


ra por estar convencido de la absoluta
necesidad de comer de é l , y de que no
podemos usar alimento mas natural. Y
tú, benévola madre, Naturaleza, obras
tan amorosamente en favor de tu vieja
prole, que á fin de prolongar sus dias,
has dispuesto las cosas de modo que
pueda existir con muy poco. Para a m -
pliar el favor y hacerle mayor servi-
cio , le has dado á conocer que así co-
mo en su juventud acostumbraba c o -
mer dos veces al dia, cuando llegue á
la vejez debe dividir aquel alimento
que usaba en dos comidas, en cuatro,
porque así dividido le digerirá mas fá-
cilmente; y como siendo joven hacía solo
dos colaciones en las mismas veinti-
cuatro horas, debe hacer cuatro en su
vejez, con tal que en todo caso dismi-
nuya la cantidad conforme sus años
crecen. Esto es lo que yo verifico con
arreglo á mi propia esperiencia, y así
112 C0RNAR0

mis ánimos, no oprimidos con el m u -


cho alimento sino meramente escita-
dos, están siempre vigorosos, especial-
mente después de comer, de manera
que me veo obligado entonces á cantar
una canción y á escribir luego.
Y no se crea que por causa de escri-
bir inmediatamente después de comer,
me encuentro alguna vez p e o r , ni que
está menos claro mi entendimiento, ni
que me pongo soñoliento entonces; por-
que siendo poquísimo el alimento que to-
mo , ño puede levantar vapores al cere-
bro. ¡ O h ! j qué ventajoso es para un
viejo el comer muy poco! Y o que lo sé,
únicamente cómo lo preciso y necesario
para mantener juntos el cuerpo y el al-
ma ; y las cosas que uso son las siguien-
tes: Primero, pan, panatela ( a ) ú otra
especie semejante de sopa, con un hue-
v o ; de carnes, ternera, cabrito y car-

ta) Substancia de pan.


DE LA SALUD. 113

ñero; aves domésticas de todo género;


perdices, tordos y otras parecidas del
campo; doradilla y otros pescados se-
mejantes, entre los de mar; y sollo y
los que se le parecen, entre los de agua
dulce. Todos estos alimentos son pro-
vechosos para un viejo, y considerando
su número y variedad, debe contentar-
se con ellos, y no desear otros con an-
sia. Los que son muy pobres para
tener provisiones de esta clase, pue-
den proporcionarse muy bien, pan,
substancia de pan y huevos: cosas de
que ninguno carece, como no sean los
mendigos públicos, que andan de puer-
ta en puerta, los vagamundos, que así
se llaman, de los que no estamos obli-
gados á tener nosotros cuidado; pues
ellos mismos se han conducido á aquel
estado por su indolencia, y estarían m e -
jor muertos que vivos, porque son una
desgracia para el género humano. Mas
aunque un pobre no pueda comer sino
C0RNAR0

pan, substancia de pan y huevos, no de-


be tomar mas cantidad, que la que su
estómago puede digerir. El que no
traspasa estos dos puntos de cantidad ó
¡calidad, es imposible que muera sino
por mera disolución. ;Oh cuánta dife-
rencia hay entre una vida arreglada y
otra desarreglada ! i a primera da salud
y prolonga la existencia, la segunda pro-
duce enfermedades y anticipa la muerte.
¡Oh desordenada vida, miserable y ruin
bajo todos conceptos y enemiga mia de-
clarada! para nada eres buena sino pa-
ra asesinar á los que te siguen ¡ á cuán-
tos de mis mas caros parientes y amigos
me has arrebatado! parientes y amigos,
xjue tendría el gusto de ver vivos al
presente, si me hubieran dado crédito.
Pero no has acabado conmigo según
tu perverso intento y propósito. To-
davía vivo á pesar tuyo, y he llegado á
tal tiempo, que estoy viendo alrededor
de mí once nietos, todos de buen en-
DE LA SALUD. 115

tendimiento y amable disposición, to-


dos amigos de aprender y adelantar
en la virtud, todos hermosos en sus
personas y amables en sus modales, á
quienes nunca habría visto, si hubiera
hecho caso de tus perniciosas sugestio-
nes. Ni tampoco disfrutaría de aque-
llas cómodas y hermosas casas, que he
fabricado desde los cimientos con va-
riedad de jardines, y que parecía re-
querían no pequeño tiempo para llegar
á su presente grado de perfección. ¡No!
tu naturaleza es destruir á los que te
siguen, antes de que vean sus casas ó
sus jardines acabados; mas y o , para no
pequeña confusión tuya, he gozado ya
los mios por espacio de muchos años.
Y ademas, convencido de que eres un
vicio tan pestilente, que envenenas y
destruyes el mundo, estoy determinado
á emplear mis mayores esfuerzos para
aniquilarte, al menos en cuanto pueda,
y he resuelto contrariarte, dando ejem-
116 CORNARO.

pío á mis once nietos, para que le ten-


gan por lo que realmente eres, el e n e -
migo mas pérfido, arrojado y mortal
de los hijos de los hombres.
Á la verdad, no puedo menos de ad-
mirarme de que haya habido hombres
de buenas prendas, que llegaron á un
rango superior en las letras ó en cual-
quier otra profesión, y no abrazaron
una vida regular á los cincuenta y cin-
co ó sesenta años de su edad, ó tan
pronto como' se sintieron antes ataca-
dos de alguna dolencia , de que pu-
dieron fácilmente restablecerse, ó que
tal vez se hizo incurable, dejándola to-
mar cuerpo. En cuanto á los jóvenes
no me sorprendo, porque siendo las
pasiones fuertes en aquella edad, son
por consecuencia los mas fácilmente
predominados de su influencia veneno-
sa. Pero después de los cincuenta años
nuestra vida debe ser gobernada en to-
das las cosas por la razón, que nos en-
DE LA SALUD. 117

seña que las consecuencias de satisfa-


cer nuestro paladar y nuestro apetito,
son la enfermedad y'la muerte. Si fue-
ra duradero este placer del paladar,
habría alguna escusa; pero es tan m o -
mentáneo, que hay escasamente sepa-
ración entre su principio y fin, al paso
que las enfermedades que produce son
muy largas. Al contrario, es preciso
que un hombre de vida sobria esperi-
mente gran contento al reflexionar, que
de la manera que vive, está seguro de
que lo que come le conservará con
buena salud, y no le producirá males
ni enfermedades.
Quería, pues, hacer esta adición á
mi Tratado, fundada en nuevas razo-
nes; mas gustando pocas personas de
leer escritos difusos, y teniendo los cor-
tos la ventaja de ser leídos por muchos,
para qué mayor numero de lectores la
viesen, y así produjese mas estensa
utilidad, era necesario fuese breve.
CAPÍTULO IIL

FERVOROSA EXHORTACIÓN,

EN QUE EL AUTOR INSISTE

SOBRE LA NECESIDAD DE SEGUUI

UNA VIDA KEGULAR.

Para no faltar á un deber que á to-


dos los hombres incumbe, y no perder
al mismo tiempo la satisfacción, que
esperimento en ser útil álos demás, he
resuelto coger la pluma, é informar á
los que por falta de trato y conversación
conmigo, ignoran lo que saben y ven
aquellos, que tengo el gusto me conoz-
can. Y aunque ciertas cosas pueden
parecer escasamente creíbles, mejor
diré, imposibles, como son de hecho
verdaderas, no dejaré de referirlas en
120 CORNARO

beneficio público. Digo, pues, que


habiendo llegado, gracias á Dios, á la
edad de noventa y un años, y encon-
trándome aun sano y vigoroso, conten-
to y alegre, nunca ceso de alabar á la
Divina Magestad por tan gran benefi-
c i o , considerando el hado común de
los demás viejos. Estos con dificultad
llegan á cumplir setenta años, sin h a -
ber perdido la salud del cuerpo y el
vigor del ánimo, sin haberse vuelto
melancólicos y regañones, sin estar con-
tinuamente rondados de los pensamien-
tos de la muerte, y temiendo su última
hora de un monaeato á otro, de mane-
ra que no pueden apartar semejantes
ideas de su memoria; mas tales cosas
no me dan á mí la menor inquietud,
porque verdaderamente no me es posi-
ble fijar en ellas la atención, como
luego manifestaré mas claro. Demos-
traré ademas la certidumbre que gozo,
de vivir hasta cien años. Y para ha-
DE LA SALUD. 121

cer esta disertación mas metódica,


principiaré por considerar al hombre
en su nacimiento, y desde allí íe acom-
pañaré por todos los pasos de su vida
hasta la tumba.
En primer lugar, debo manifestar
que algunos vienen al mundo con los
hilos de la vida tan endebles, que viven
solo unos pocos dias, ó meses ó años;
y no puede claramente saberse, á que
se debe tal cortedad de existencia: si á
algún defecto del padre ó de la madre,
al tiempo de engendrarlos, ó á las re-
voluciones de los cielos, ó á alguna falta
de la naturaleza, sugeta como está á la
celeste influencia; porque yo nunca
puedo llegar á creer, que esta madre
común de todos fuese parcial con n i n -
guna de sus criaturas. Mas como no
"es posible señalar las causas, es preciso
nos contentemos con raciocinar sobre
los efectos, tales como diariamente apa-
recen á nuesta vista.
122 CORXARO

Otros han nacido sanos y vigorosos,


al parecer, pero sin embargo con una p o -
bre y enfermiza constitución, y de estos
algunos viven hasta la edad de diez años,*
oíros hasta veinte, varios hasta treinta y
cuarenta, y muy pocos llegan á viejos.
Oíros, por el contrario , traen al
mundo, una perfecta constitución y vi-
ven hasta la vejez, pero es generalmen-
te como ya he dicho, llenos de enfer-
medades y pesar; de lo que ellos mis-
mos tienen que darse las gracias, por-
que vanagloriándose de un modo irra-
cional de su fuerte naturaleza, no pue-
den ser inducidos á desistir, cuando se
han hecho viejos, de aquel método de
Vida qué siguieron en los dias de su ju-
ventud, como si aun retuviesen todo su
primitivo vigor. Mas diré, intentan vi-
vir tan irregularmente después de pasar
él meridiano de la vida, como vivieron
mientras fueron jóvenes, pensando que
nunca se harán viejos, y que sus cons-
DE LA SALUD. 123

tiluciones jamas sufrirán detrimento.


No consideran que su estómago ha per-
dido el calor natural, y que deben
por lo mismo mirar, mas que antes, á
la calidad de los alimentos que comen
y de los vinos que beben, y también á
la cantidad de ambas cosas; en lugar de
disminuir ésta, por el contrario tratan
de aumentarla, diciendo que conforme
perdemos nuestra salud y vigor, al h a -
cernos viejos, hemos de pensar en re-
pararla pérdida, comiendo y bebiendo
mas para conservar el individuo.
En tal idea se equivocan mucho,
porque como el calor natural disminu-
ye , según camina en años el hombre,
éste debe acortar la cantidad de su c o -
mida y bebida: la naturaleza se conten-
ta eon poco, especialmente en aquel pe-
ríodo; pero aunque tienen razones para
creer que es así, son tan obstinados, que
nó se convencen, y todavía siguen su
desordenada vida de costumbre. Si la
124 CORNARO

abandonasen á tiempo oportuno, y se


sujetasen á un género de vida sobria y
regular, no se volverían enfermizos en
su vejez, sino que continuarían como
yo fuertes y vigorosos, considerando
qué buena y perfecta constitución ha-
bía tenido á bien la Omnipotencia con-
cederles , y vivirían hasta la edad de
ciento y veinte años. Esto ha sucedido
con otros, que según leemos en m u -
chos autores, han observado vida s o -
bria, habiendo nacido con buena c o m -
plexión; y si hubiera sido mi suerte te-
ner este beneficio, no dudaría de llegar á
la misma edad. Mas como nací débil, me
temo que no pasaré de cien años. Si
los demás, que igualmente vinieron al
mundo con disposición enfermiza, se
sujetasen también á una vida regular,
tendrían el gusto de cumplir el mismo
número de años que yo.
Esta certeza de poder vivir mucho
tiempo , es una gran ventaja en mi opi-
DE LA SALUD. 125

nion, y debe ser altamente apreciada;


y nadie puede tenerla ni estar seguro
de vivir una sola hora, sino los que se
conforman con las reglas de la tem-
planza : lo que se funda en razones Ver-
daderamente sólidas y naturales, que
nunca pueden faltar. Efectivamente,
no es dable en la naturaleza de las c o -
sas , que quien sigue una vida sobria y
regular, adquiera ninguna enfermedad,
ni muera de muerte preternatural, an-
tes del tiempo en que ya es imposible
que viva: mas pronto no puede morir,
como que la vida sobria tiene virtud
para remover todas las causas comunes
de enfermedad, y no sobreviniendo é s -
ta , lo que no es posible suceda sin a l -
guna causa, es indispensable que se evi-
te una muerte violenta y prematura.
Y no hay duda que la templanza tie-
ne virtud y eficacia para remover tales
causas, porque la salud y la enferme-
dad , la vida y la muerte, dependen de
126 CORNARO

la buena ó mala cualidad de los humo-


res, y la templanza corrige la corrup-
ción de ellos, y los vuelve perfectos,
por la facultad natural que tiene de ha-
cer que se unan y combinen entre sí,
dejándolos inseparables é incapaces de
alteración ó fermentación, que son las
circunstancias que dan lugar á crueles
enfermedades seguidas de la muerte.
Es verdad, y fuera locura negarlo, que
aunque nuestros humores sean siempre
originariamente tan buenos, el tiempo,
que destruye todas las cosas, no puede
dejar de consumirlos y agotarlos; y que
el hombre, tan pronto como esto suce-
da, es preciso que muera de su muerte
natural, pero con todo eso, sin enfer-
medad, como me acontecerá á m í , que
moriré en mi tiempo señalado, cuando
mis humores estén consumidos; pudien-
do al presente asegurar que no lo están
todavía. Mas diré, aun están perfec-
tos; ni era posible que estuviesen de
DE LA SALUD. 127

otro modo en mi condición actual, cuan-


do me hallo vigoroso y contento, c o -
miendo con buen apetito y durmiendo
bien, con todos mis sentidos tan b u e -
nos como siempre y en su mayor per-
fección, mi entendimiento mas claro v
agudo que nunca, mi juicio sólido, mi
memoria puntual, mi imaginación viva,
y la v o z , que es lo primero que suele
faltarnos, tan fuerte y tan sonora, que
no puedo menos de cantar alto mis
oraciones por la mañana y por la n o -
che , en lugar de cuchichearlas y re-
funfuñarlas entre dientes, como era an-
tiguamente mi costumbre.
Cuantos hablan conmigo dicen que
todos estos son otros tantos verdaderos
signos, de que mis humores están bue-
nos é incapaces de gastarse sino con
el tiempo. ¡ Oh 1 ¡ qué gloriosa es la
vida mia, Llena de todas las felicidades
que los hombres pueden gozar antes
del Sepulcro! Se halla enteramente
128 C0RNAR0

exenta de aquella sensual brutalidad,


que con la razón mejorada por los
años he llegado á desterrar, porque
donde la razón está, no tiene cabida la
sensualidad ni sus amargos frutos, que
son las pasiones, las perturbaciones del
ánimo y otros sentimientos desagrada-
bles. Ni aun pueden encontrar lugar
en mi ánimo los pensamientos de la
muerte, como que no tengo inclina-
ción á los apetitos corporales, que pu-
dieran fomentarlos. Ni la muerte de
mis nietos, demás parientes y amigos
puede hacer mella en mí, sino por un
momento ó d o s , y esta alteración lue-
go se pasa.' Todavía menos sujeto es-
toy á ser abatido por pérdidas de inte-
reses , como muchos lo han visto con
grande sorpresa. Esta es una felici-
dad que no deben esperar, sino los que
llegan á la vejez por el camino de la
templanza, y no en consecuencia de te-
ner una constitución robusta, y que, á
DE LA SALUD. 129

mas de lo dicho, pueden tener esperan-


zas de consumir sus dias felizmente
como y o , en un perpetuo círculo de
diversiones y placeres. Y ¿ c ó m o es
posible que no viva feliz el que no tro-
pieza en su vejez con obstáculos ni
contratiempos como aquellos, de que
la juventud está constantemente plaga-
da , y de los que, según manifestaré
ahora, tengo la satisfacción de estar
exento ?
El primero de los placeres que gozo
es hacer servicio á mi pais. ¡Oh! ¡qué
glorioso r e c r e o ! Encuentro infinito
deleite, cuando le enseño como ha de
mejorar su importante estuario ó puer-
to , mas de lo que permiten sus me-
dios, para miles de años; asegurando á
Venecia de este modo su sorprendente
y milagroso título de Ciudad Virgen,
como lo es realmente, y la única en la
totalidad del mundo. Con eso tam-
bién aumentará su grande y- escelente
130 C0RNAR0

sobrenombre de Reina de la Mar.


Tal es mi diversión; y para que sea
completa, ninguna cosa falta. Es otro
deleite mió manifestar á esta virgen y
reina , como puede abundar en provi-
siones, mejorando con mucho prove-
cho grandes espacios de terreno, así
pantanos como arenales estériles. Un
tercer deleite es mostrar, por qué m e -
dios Venecia, aunque ya tan fuerte
que es inespugnabie, puede hacerse
todavía m a s d e qué manera á pesar de
su hermosura, aumentaría su belleza;
de qué modo aunque rica, adquiriría
mayor opulencia, y finalmente, como
disfrulraría de mejor aire, aun cuando
el suyo sea escelen te. Naciendo estos
purísimos placeres, todos tres, de la
idea de la pública utilidad, gozo en
el mas alto grado. Y ¿ quién dirá que
no son puros ? Lo son efectivamente.
Otro consuelo que tengo e s , que h a -
biendo perdido una parte considerable
DE LA SALUD. 131

de mi renta, de que mis nietos han s i -


do privados desgraciadamente, he e n -
contrado por mera acción del pensa-
miento que nunca duerme, con muy po-
ca fatiga del ánimo y ninguna del cuerpo,
un verdadero é infalible método de re-
parar dicha pérdida, mas que doble,
empleando juiciosamente la mas r e c o -
mendable de las artes, la agricultura.
Otro placer disfruto también, y es el
de pensar que mi Tratado sohre la
Templanza, que escribí para ser útil á
los demás, es realmente provechoso se-
gún me parecía. Muchos me lo asegu-
ran de palabra, diciéndome las grandes
ventajas que de él han sacado, y otros
me informan de ello por cartas, mani-
festándome que después de Dios me
son deudores de la vida. Todavía ten-
go otro consuelo, y es el de poder e s -
cribir de mi propio puño, porque escri-
b o lo bastante para ser útil á los demás,
tanto en la arquitectura como en la
132 CORNARO

agricultura. Disfruto también otra sa-


tisfacción, que es la de conversar con
hombres de prendas esclarecidas y
superior entendimiento, de quienes,
aun en este período avanzado de la vi-
da, aprendo alguna cosa. ¡ Qué c o n -
suelo éste de poder estudiar, viejo c o -
mo soy, y sin la menor fatiga, las mas
importantes, sublimes y dificultosas ma-
terias!
No puedo menos de añadir, aunque
parezca imposible y lo sea hasta cier-
to punto, que en esta edad me hallo
gozando á un mismo tiempo de dos v i -
das : una terrenal, que poseo efectiva-
mente, otra celestial, en que me com-
plazco con el pensamiento; porque tal
idea es lo mismo que un goce actual,
cuando está fundada en cosas que tene-
mos seguridad de alcanzar, como yo la
tengo dé conseguir la vida eterna por la
infinita bondad y misericordia de Dios.
Así pues gozo de la vida terrenal en
DE LA SALUD. 133

consecuencia de mi sobriedad y tem-


planza, virtudes tan aceptas á los ojos
de la Divina Magestad; y disfruto por
gracia de ésta la vida eterna, que anti-
cipo con el pensamiento. Me fijo e n -
teramente en este objeto, cuya fruición
juzgo y afirmo ser de la mayor certeza;
y creo que el morir, del modo que es-
p e r o , no es realmente morir, sino un
paso del alma desde esta vida terrena á
la existencia celestial y perfecta, que
no tendrá fin. Ni puede ser de otro
modo. Este pensamiento es tan p l a -
centero y tan eminentemente sublime,
que poseída el alma con é l , y entera-
mente absorta con ta! felicidad, es im-
posible descienda ya hasta objetos rui-
nes y mundanos como la muerte de es*-
te cuerpo. Resulta pues que estoy go-
zando dos vidas. Ni el que se conclu-
ya la satisfacción tan grande, que dis-
fruto en eáta situación, es capaz de dar-
me ninguna inquietud; mas bien me
134 CORNARO

causa infinito placer, como que sola-


mente será dar lugar para otra inmor-
tal y gloriosa.
Mas ¿es posible que alguno se canse
de un consuelo tan grande como el que
realmente gozo ? y cualquiera otro pue-
de gozarle, porque todos tienen en su
mano seguir mi ejemplo y observar la
vida que yo : soy un mero hombre, y
no un santo; un siervo de Dios, á
quien vida tan regular es sumamente-
agradable.
Y cuando muchos abrazan una vi-
da espiritual y contemplativa, que es
santa y recomendable, siendo el prin-
cipal empleo suyo celebrar las ala-
banzas del Supremo Ser; ¡ o h ! ¡ como
se sujetarían también, y que "bueno se-
ría lo hiciesen enteramente, á una vida
regular y sobria ! ¡ Cuánto mas agrada-
bles se harían á la vista de Dios ! ¡ De
cuánto mas grande honor y ornamento
para el mundo! Entonces serían con-
DE LA SALUD. 135

sideradós como verdaderos santos sobre


la tierra, así como fueron juzgados los
primitivos Cristianos, que juntaban la
sobriedad á una vida retirada. Vivien-
do como ellos hasta la edad de ciento
y veinte años, podrían esperar, m e -
diante el poder de Dios, hacer inume^
rabies milagros; gozarían de constante
salud de cuerpo y vigor dé'ánimo, y
siempre serían felices dentro de sí
mismos; cuando ahora se ven suma-
mente enfermos, melancólicos y des-
contentos. Mas como algunas gentes
de las que trato, piensan que estas son
pruebas, que hace con ellas la Omni-
potencia para promover su salvación,
dando margen á que hagan penitencia
en esta vida por sus pecados cometi-
dos, me encuentro precisado á decir,
que en mi opinión están muy equivo-
cadas. En efecto, de ninguna manera
me es posible creer sea agradable á
los ojos de la Divina Magestad, que el
9
136 CORN ARO

hombre, su criatura favorita, viva e n -


fermo, melancólico y descontento; sino
mas bien que goce vigor de ánimo y
buena salud, y esté siempre alegre
en su interior . Así vivieron los
Santos Padres, y con semejante c o n -
ducta se hacían cada dia mas dignos de
aceptación al Todopoderoso, y obraban
los grandes y sorprendentes milagros
que leemos en la historia. ¡ Qué her-
mosa, qué gloriosa escena veríamos
entonces! mucho mas hermosa que en
aquellos tiempos antiguos, porque aho-
ra abundamos de muchas órdenes reli-
giosas y monasterios, que no existían
entonces; y si los miembros de estas
comunidades observasen una vida tem-
plada, veriamos entre ellos tal número
de ancianos venerables, que causaría sor-
presa. Por esto no quebrantarían sus
reglas, antes obrarían mejor que lo
que éstas les señalan; porque toda c o -
munidad religiosa permite á sus subdi-
DE LA SALUD. 137

tos pan, vino y huevos de cuando en


cuando, y algunas les conceden carne,
ademas de potajes hechos con legumbres,
ensaladas, frutas y otras cosas, que no
les convienen y acortan sus dias. Co-
mo tienen licencia por sus reglas para
usar de dichos alimentos lo hacen con
libertad, pensando acaso que comete-
rían una injuria, si se abstuviesen de
ellos; mas se equivocan, pues antes
bien sería recomendable, el que des-
pués de la edad de treinta años deja-
sen tales manjares, y se limitasen á
pan, vino, potages y huevos. Este es
el verdadero método de conservar á los
hombres de mala constitución, y es vida
de mas indulgencia que la que observa-
ron los santos padres del desierto, que
subsistían enteramente de frutas, yerbas
y raíces silvestres, y no bebían otra
cosa sino agua pura, y con todo vivian,
según he dicho, con buena salud en
el cuerpo y mucho vigor del ánimo,, y
138 C0RNAR0

siempre felices dentro de sí mismos.


Si los de nuestros dias hiciesen lo mis-
m o , encontrarían como aquellos el ca-
mino de los cielos con mucha mayor
facilidad; porque está siempre abierto
para todo fiel Cristiano, como nues-
tro Salvador Jesucristo le dejó, cuando
descendió á la tierra á derramar su pre-
ciosa sangre, para libertarnos de la t i -
ranía del demonio por su inmensa
bondad y amorosa benevolencia.
Dando, pues, fin á este discurso, y
porque no quiero faltar á la caridad, ya
que la vida larga está llena de tantos
beneficios, y soy uno de los que la
han alcanzado, no puedo dejar de dar
público testimonio en favor suyo. Ase-
guro solemnemente, que en realidad go-
zo muchísimo mas de loque digo, y que
no.tengo otra razón para escribir, sino
la de demostrar las grandes ventajas,
que nacen de la longevidad, á fin de
que su convicción induzca todos los 1
DE LA SALUD. 139

hombres á observar estas escelentes re-


glas de templanza y sobriedad; y por
esto nunca ceso de levantar mi v o z ,
gritándoles, « amigos, vivid, vivid lar-
go tiempo y continuad mejorando en
todas las virtudes, para haceros mas
dignos de alcanzar la gloria, que Dios
tiene preparada á sus escogidos » .
CAPITULO IV.
MÉTODO

PARA G O Z A R D E UNA FELICIDAD COMPLETA

EN LA VEJEZ.

CAUTA

DEL SEÑOR LUIS CORNÁRO

AL M U Y R E V . B Á R B A R O

PATRIARCA ELECTO DE AQUILEYA.

Illmo. Señor.

El entendimiento humano precisa-


mente debe tener alguna cosa divina
en su constitución y fábrica. ¡ Qué
divina es la invención de conversar con
un amigo ausente por medio de la es-
critura 1 .. ¡ Qué divinamente está dis-
puesto por la naturaleza, que los hom-
bres, aunque se hallen muy distantes,
142 CORNARO

se vean uno á otro con los ojos del en-


tendimiento , como yo ahora estoy vien-
do á V. S. 1.1 Por medio de esta in-
vención, procuraré entreteneros con
materias de la mayor importancia. Es
verdad que no hablaré de cosa ningu-
na, que ya no tenga dicha; pero cuan-
do la dije, no había cumplido la edad
de noventa y cinco años, que ahora
tengo: cosa que no puedo menos de
noticiar, porque conforme avanzo en
años, me pongo mas sano y vigoroso,
para que el mundo se pasme. Ya que
puedo contarlo, estoy obligado á ma-
nifestar que el hombre es capaz de go-
zar como yo de un paraíso terrenal,
después de cumplir los ochenta años;
pero que no es posible que le obtenga
sino con sobriedad y templanza, vir-
tudes tan agradables á la Omnipoten-
cia y amigas de la razón, como ene-
migas de la sensualidad.
Para principiar , pues, Illmo* Señor-,
DE LA SALUD. 143

necesito deciros, que en estos dias pasa-


dos he sido visitado por muchos sabios
doctores de esta Universidad, así médi-
cos como filósofos, los que se impusie-
ron bien de mi edad, vida y costum-
bres; observando qué fuerte, vigoroso y
alegre estaba, y con qué perfección
continuaban todavía todos mis sentidos,
lo mismo que mi memoria, imaginación
y entendimiento, y aun mi voz y dien-
tes. Supieron, ademas, que yo constan-
temente empleaba ocho horas cada dia,
en escribir tratados con mi propia ma-
n o , sobre materias útiles a l a humani-
dad, y gastaba muchas mas en pasear
y cantar. ¡ Oh Señor mió, qué melo-
diosa y musical se ha hecho mi voz!
Si me oyeseis cantar mis oraciones al
son de mi arpa, siguiendo el ejemplo
.de David, estoy cierto de que os daría
mucho gusto. • Mas cuando me dige-
ron que se habían hecho cargo de to-
dos estos particulares, añadieron, que
-
144 CORNiRO

era ciertamente casi un milagro que es-


cribiese tanto, y sobre materias que
requerían no solo juicio sino también
imaginación. En verdad, Señor, es
increíble la satisfacción que tengo en
estas composiciones; pero como escri-
b o para ser útil, V. S. I. puede fácil-
mente concebir el placer que disfruto.
Concluyeron diciéndome que no se
me debía contemplar persona avanzada
en edad, puesto que todas mis ocupa-
ciones eran de joven, y por ningún ti-
tuló semejantes á las de otros ancianos,
que cuando llegan á ser octogenarios,
están ya decrépitos y sujetos ademas,
unos á la gota, otros á la ciática y
otros a diferentes males, para cuyo ali-
vio es preciso que tomen muchos me-
dicamentos repugnantes, y sufran mu-
chas operaciones penosas, que no pue-
den menos de hacer la vida sumamente
desagradable. Y si sucede por fortu-
na que alguno de ellos escapa de una
DE LA SALUD. 145

larga enfermedad, quedan entorpecidos


sus sentidos y no puede ver ú oir tan
bien como antes; ó sino, le falta al-
guna de las facultades corporales: no
puede andar ó le tiemblan las manos;
y suponiéndole exento de estas enfer-
medades del cuerpo, se queda sin me-
moria, sin imaginación ó sin entendi-
miento, y no está alegre, placentero
ni feliz interiormente como yo.
Ademas de dichos beneficios, les hi-
ce mención de otro que disfrutaba, y
tan grande, que todos ellos se pasma-
ron , porque es superior al curso c o -
mún de la naturaleza. Este beneficio
es el haber pasado de cincuenta años,
á pesar de un poderosísimo y mortal
enemigo que tengo en mí mismo, y
que de ningún modo puedo vencer;
porque es una cualidad oculta, y fija
en mi cuerpo por la naturaleza. Con-
siste en que todos los años, desde el
principio de Julio hasta el fin de Agos-
146 C0RNAR0

t o , no puedo beber vino de ninguna


clase ni pais; porque ademas de ser
estos dos meses enteramente desabrido
á mi paladar, no me sienta bien en el
estómago. Así, perdiendo mi leche,
pues el vino sin duda alguna es la le-
che de los viejos, y no teniendo cosa
que beber, como que ningún cambio
de preparación de las aguas puede te-
ner la virtud del vino, ni por conse-
cuencia hacerme bien, desordenado mi
estómago, casi no puedo comer. Esta
escasa dieta, con la falla del vino, me
pone para mediados de Agosto sumar-
mente abatido. No me sirve entonces
el caldo mas substancioso de capón ni
remedio alguno, de modo que, por me-
ra debilidad, estoy á pique de caer en
la sepultura. De lo dicho aquellos ser-
ñores infirieron que si no viniera tan
pronto el vino nuevo, que siempre cui*
do de tener prevenido para el princW
pió de Setiembre, yo sería hombre
DE LA SALUD. 147

muerto. Pero les sorprendió aun mas


que el vino nuevo tuviese fuerza bas-
tante para restaurarme en dos ó tres
tlias, hasta aquel grado de salud y vi-
g o r , de que el vino añejo me había
privado; este es un hecho de que ellos
mismos han sido testigos oculares en
esta ocasión, y que sin verlo no se pue-
de creer. Así es que no pudieron me-
nos de esclamar: « Muchos de noso-
tros, que somos médicos, le hemos vi-
sitado anualmente hace tiempo; diez
años há juzgábamos le sería imposible
va vivir un año ó dos mas, consideran-
do el mortal enemigo que tenía en sí
y su avanzada edad; con- todo eso, no
le encontramos al presente tan débil
como acostumbraba estar » . Esta sin-
gularidad, y los otros muchos benefi-
cios qué veían disfrutaba, les obligó á
decir que el gozar de tantos favores, era
una gracia especial, que la naturaleza
ó las estrellas me habían conferido á
i 48 CORNARO

mí al tiempo de nacer, y para demos-


trar que esta conclusión era legítima^
aunque realmente no lo e s , porque no
se fundaron en razones poderosas y su-
ficientes, sino meramente en su propia
opinión, se vieron en la necesidad de
desplegar su elocuencia, y decir m u -
chísimas y muy elegantes cosas. Cier-
to es, IHmo. Señor, que la elocuencia
en los hombres de prendas esclarecidas,
tiene tanta fuerza, que induce á creer
cosas que no tienen existencia actual ni
posible. Sin embargo, yo disfruté gran
placer y satisfacion al escucharles; por-
que, no hay duda, es gustoso entreteni-
miento el oir á tan ilustrados Señores
razonar de aquel modo.
Mas como otra satisfacción purísima^
que yo al mismo tiempo gozaba, era
pensar que la vida larga y la esperien-
c i a , son él fundamento y la base de
todo conocimiento verdadero, y sufi-
cientes por consecuencia para hacer sa-
DE LA SALUD. 149

bio al hombre, quien sin ellas nada


comprendería; por medio de ellas so-
las descubrí que la consecuencia que
dichos Señores habían deducido, ca-
recía de verdad. Así ve V. S. I. co-
mo se engañan los hombres en los jui-
cios que forman sobre las cosas, cuan-
do no se apoyan en sólidos fundamen-
tos. Por tanto, á fin de desengañarles
y corregirles, dije que su conclusión
era falsa, como les probaría en el acto,
haciéndoles ver que la felicidad que
yo disfrutaba, no estaba limitada á mí,
sino que era común á toda la humani-
dad, y que cualquier hombre podía
igualmente conseguirla. Les hice con-
siderar que yo no era mas que un me-
ro mortal, compuesto como todos de
los mismos cuatro elementos, dotado
de la misma existencia y vida, y de las
mismas facultades sensibles é intelec-
tuales, que son comunes á los demás;
que ha sido voluntad del Todopoderoso
150 CORNARO

conferir á su criatura favorita, el h o m -


bre, los estraordinarios beneficios de
que carecen los demás animales, úni-
camente surtidos de las percepciones
sensibles, para que tales prerogativas
sean los medios de mantenerle mucho
tiempo con salud; de manera que la
vida larga es un favor universal c o n c e -
dido por Dios, y no á mí solamente
por la naturaleza ni las estrellas.
El hombre en su juveniles clias es
animal mas bien sensual que racional,
y está pronto á rendirse á las impresio-
nes de los sentidos; pero cuando llega
á la edad de cuarenta ó cincuenta años,
debe considerar que se halla en el me-
diodía de ta vida, por el vigor de su
juventud y el buen tono de su estómago,
beneficios naturales que le favorecieron
al subir la colina: es preciso que pien-
se ya que tiene que bajar, y aproxi-
marse al sepulcro con una pesada car-
ga de años sobre sus hombros, y que
DE LA SALUD. 151

la vejez es el reverso de la juventud,


lanío como el orden lo es del desor-
den. De aquí resulta, que debe alte-
rar su modo de vivir, con respecto á
los artículos de comida y bebida, de
que dependen la salud y la longevidad.
Y así como la primera parte de su vi-
da fue sensual é irregular, la segunda
debe ser al contrario, porque ningu-
na cosa puede subsistir sin orden, espe-
cialmente la vida humana, siendo cosa
evidente que la irregularidad es perju-
dicial, y la regularidad ventajosa á t o -
dos los hombres.
Ademas, es imposible en la natura-
leza de las cosas ¿ que el hombre que
es inclinado á condescender con su p a -
ladar y apetito, no peque de irregulari-
dad. Así es que para evitar este vicio,
tan pronto como me hallé en los años
de una edad mas madura, adopté la vi-
da regular y sobria. Es verdad, sin
género de duda, que encontré alguna
10
152 C0RNÁR0

dificultad para ello, mas á fin de ven-


cerla, supliqué al Todopoderoso me
concediese la virtud de la sobriedad,
sabiendo bien que oiría benévolo mi
ruego. Después considerando que cuan-
do un hombre está para emprender al-
guna cosa importante, difícil, aunque
asequible, puede hacérsela mucho mas
fácil con estar firme en su propósito,
determiné no vacilar absolutamente na-
da en el mió. Procuré gradualmente
abandonar la vida desordenada, y aco-
modarme insensiblemente á las reglas
de la templanza, y así vino á suceder
que no esperimenté ya incómoda ni
desagradable la vida> regular, aunque
por causa de la debilidad de mi cons-
titución me tuve q,ue sujetar á las mas
estrictas reglas, respecto á la cantidad
y calidad de lo qué comía y bebía.
Los que disfrutan de un tempera-
mento mas fuerte, pueden comer y be-
ber otras muchas clases de alimentos y
DE LA SALUD. 153

vinos, y en mayor cantidad; pues aun-


que su régimen no sea tan limitado como
el m i ó , sino mucho mas libre, no por
eso dejarán de ser también sobrios.
Habiendo oido estos argumentos y exa-
minado las razones en que estaban fun-
dados, todos aquellos médicos convi-
nieron en que ninguna cosa había di-
cho, que no fuese verdadera. Sin e m -
bargo , el mas joven insistió, que aun-
que no podía menos de conceder que
el favor ó las ventajas de que yo ha-
bía estado hablando, eran comunes á
toda la humanidad, con todo, yo goza-
ba la gracia particular de ser capaz de
abandonar con facilidad una especie de
vida y abrazar otra; cosa que veía por
esperiencia era factible, pero tan difi-
cultosa para é l , como fácil era para mí.
Á lo que contesté que siendo hombre
como é l , yo también la había encon-
trado tarea penosa; pero que no c o n -
venía retraerse de una gloriosa aunque
154 CORNARO

practicable empresa, por las dificultad-


des que la acompañasen, pues en pro-
porción á éstas era el honor que se ad-
quiría por ella á los ojos de la huma-r
nidad y el mérito á la vista de Dios.
Nuestro benéfico Criador quiere, que
así como desde su origen favoreció á
Ja humana naturaleza con vida larga,
lodos nosotros gocemos la completa
ventaja de sus intenciones; porque cuan-
do un hombre ha pasado los ochenta
años, se halla enteramente exento de
los amargos frutos de los placeres de
los sentidos, y gobernado por el dicta-
men de la razón, y es preciso que en
aquel tiempo le dejen el vicio y la i n -
moralidad. Dios quiere por lo mis-
mo que viva hasta la edad completa-
mente madura, y ha ordenado que
todo el que alcance su término natural,
acabe sus ¿lias sin enfermedad, por me-
ra disolución, que es el modo natural
de abandonar esta vida caduca para en-
DE LA SALUD. 155

trar en la inmortalidad, conforme su-


cederá conmigo; pues estoy seguro de
morir cantando mis oraciones. Y no
me dan la menor inquietud los lerri¿-
bles pensamientos de la muerte, que
considerando mi edad avanzada, no pue-
de estar muy distante; porque sé que
nací para morir, y reflexiono cuantos
han partido de esta vida sin llegar á
mis años. Tampoco me mortifica aquel
otro pensamiento inseparable de los
anteriores, conviene á saber, el miedo
de los tormentos, á que los hombres
inicuos están sujetos después; porque
soy buen cristiano, y estoy obligado á
creer que me salvaré por la virtud de
la Sacratísima Sangre, que Cristo se dig-
nó derramar para libertarnos de aque^
líos tormentos. ¡ Qué hermosa vida la
mía! ¡ Qué feliz mi destino! El s e -
ñorito, mi antagonista, nada tuvo que
replicar, sino que estaba ya resuelto á
adoptar la vida sobria, siguiendo mi
156 CORNARO.

ejemplo; y que pensaba en otra cosa


aun mas importante, á saber, que así
como siempre había deseado mucho vi-
vir hasta ser viejo, estaba ya también
impaciente de alcanzar aquel período,
para gozar cuanto antes la felicidad de
Una vejez tan admirable.
El gran deseo, Señor, que tenía de
conversar con V. S. I. á esta distancia,
me ha forzado á ser prolijo, y aun me
obliga á continuar un poco mas. Hay
muchos hombres sensuales, que dicen
he malgastado el tiempo y el trabajo,
en escribir Discursos sobre la Templan-
za, para inducir á los demás á seguir
una vida regular. Alegan que es i m -
posible conformarse á ella, de modo
que mis escritos es preciso correspondan
tan poco á su designio, como el de Pla-
tón sobre el,[Gobierno, quien se tomó
muchas fatigas para recomendar una co
sa impracticable. Dicen, pues, que así co-
mo fue inútil el Tratado de aquel, el mió
DE LA SALUD. 157

participará de la misma suerte. Pero


estome sorprende tanto mas, cuanto
que pueden ver por mi libro , que he
seguido una vida sobria por muchos
años , antes de componerle, y que nun-
ca le habría compuesto, si previamente
no estuviese convencido de que el hom-
bre podría observar semejante vida, y
de que siendo ésta virtuosa, le sería de
grande utilidad; por lo que me consi-
deré obligado á presentarla bajo su ver-
dadero punto de vista. Tengo ya la sa-
tisfacción de oir, que muchos d e -
pues de ver mi libro, han abrazado la
vida que aconsejo, y he leido que otros
en tiempos pasados la observaron de
hecho; de modo que la objeción, á que
está sujeto el Tratado de Platón sobre
el Gobierno, no puede ser de fuerza
alguna contra el mío. Mas estos críti-
cos sensuales, esclavos de sus pasiones
y enemigos de la razón, deben pensar
muy bien, no suceda que.mientras es-
158 CORNARO

tudian en condescender con su paladar


y sus apetitos, contraigan largas y pe-
nosas enfermedades, y sean muchos de
ellos arrebatados por una muerte intem-
pestiva.
CAPÍTULO V.

CARTA

DE'UNA R E L I G I O S A D E PADUA,
NIETA DE LUIS CORXARO,

EN TESTIMONIO DE LA SOBRIEDAD DE SU ABUELO.

Luís CORNARO fue privado, por la


mala conduela de algunos parientes su-
yos, de la dignidad de Noble Venecia-
n o , que poseía y merecía atendidas sus
virtudes y nacimiento. No fue dester-
rado de su patria, sino que le dejaron
libre para permanecer en Venecia si
gustaba; mas viéndose escluido de to-
dos los empleos de la República, se
retiró á Padua, donde fijó su residen-
cia.
Se casó en Udina, capital de Friuli.
Su muger se llamaba Verónica, de lq
160 CORNARO

familia de Spiltemberg. Viéndola es-


téril por mucho tiempo, y deseando
ardientemente tener hijos, ninguna c o -
sa omitió, que pudiese darle aquella sa-
tisfacción. Últimamente, después de
muchas promesas, oraciones y reme-
dios, Verónica quedó embarazada, y
dio á luz una niña, que recibió el nom-
bre de Clara por la devoción que am-
bos tenian á San Francisco.
Esta fue la única hija que tuvieron,
y se casó con Juan Cornaro, el hijo de
Fantini, de la familia que fue distin-
guida con el apellido de Cornaro del
Episcopia. Era una familia muy pode-
rosa, que tenia bienes considerables en
Chipre, antes de la pérdida que el Cris-
tianismo sufrió de aquel reino.
Clara tuvo once criaturas, ocho h i -
jos y tres hijas, y Luis Cornaro, des-
pués de vivir muchos años, disfrutó
también el placer de verse reproducido
por un milagro, digámoslo así, en mu-
DE LA SALUD. 161

enísimos sucesores; porque aunque era


muy anciano cuando Clara vino al
mundo, sin embargo, llegó á verla
muy vieja, y á sü descendencia hasta
la tercera generación.
Cornaro fue hombre de mucho en-
tendimiento, mérito y valor. Amaba
la gloria y era naturalmente liberal,
pero sin llegar á ser pródigo. Su j u -
ventud fue llena de enfermedades, por-
que era muy colérico y violento; mas
cuando percibió los daños que le cau-
saban los vicios de su carácter, resol-
vió corregirle , y tuvo bastante impe-
rio sobre sí mismo para vencer su pa-
sión y estravagantes caprichos. Des-
pués de esta gloriosa victoria, se vol-
vió tan moderado, indulgente y afable,
que se grangeó la estimación y amis-
tad de todos los que le conocían.
Era sumamente sobrio, se sujetaba
á las reglas que menciona en sus escri-
tos, y se adietaba siempre con tanta sa-
162 CORNARO

biduría y precaución, que viendo en la


vejez decaer por grados su calor natu-
ral, disminuyó también gradualmente
su alimento, hasta el punto de ceñirse
á la yema de un huevo para una c o -
mida , y algunas veces, un poco antes
de su muerte, para dos.
Por este medio conservó su salud y
vigor hasta la edad de cien años , nun-
ca tuvo necesidad de anteojos, ni per-
dió la facultad de o i r , y su ánimo j a -
mas decayó.
Y lo que no es menos verdadero,
que dificultoso de creer, mantuvo su
voz tan armoniosa y clara, que al fin
de su vida cantaba con tanta fuerza y
gusto como lo hacía á la edad de vein-
ticinco años.
Había previsto que viviría mucho
tiempo sin enfermedad ninguna, y no
se engañó. Cuando sintió que su úl-
tima hora se acercaba, se dispuso á de-
jar esta vida con la piedad de un Cris-
DE LA SALUD. 163

tiaiio y el valor de un filosofo. Hizo*


su testamento y puso en orden todos
sus negocios; después recibió los últi-
mos sacramentos, y esperó la muerte
conforme en una silla de brazos.
En resumen, puede decirse que hallán-
dose con buena salud, sin sentir géne-
ro alguno de pena, con el alma con-
tenta y los ojos alegres, le atacó un
pequeño desmayo, que fue toda su,ago-
nía, y le hizp despedir su último alien-
to. Murió en Padua el dia 26 de Abril
de 1 5 6 6 , y fue sepultado el 8 de M a -
yo siguiente.
Verónica vivió también mucho, murió
algunos años después que Cornaro, y su
vejez fue tan feliz como la de éste; sola-
mente sus últimos diásno fueron entera-
mente iguales. Poco antes de morir fue
acometida de una languidez, que la con-
dujo al sepulcro. Estando una noche
en la cama, sin movimiento convulsivo
ninguno, y con perfecta tranquilidad,
164- CORNARO

dejó esta vida sin que se percibiese.


Es cuanto puedo decir de mis buenos
abuelos por las noticias que quedan de
su vida, y por lo que oí referir á mi
difunto padre, y á algunos otros ami-
gos de Luis Cornaro. Debo añadir otra
cosa, que habiendo vivido este an-
ciano venerable tan largo tiempo de un
modo estraordinario, no merece morir
tan pronto en la memoria de los hom-
bres.
CAPITULO VI.

AUTORIDADES RELATIVAS

AL MÉTODO D E CORNARO

P A R A CONSERVAR LA SALUD

Y PROLONGAR LA VIDA.

El estracto del libro 3 8 de la Histo-


ria del Presidente M. de Thou, dice
así: « Luis Cornaro fue un ejemplo de
larga vida sumamente raro y muy dig-
no de memoria, porque vivió cien
años con salud en el cuerpo y en el al-
ma. Era descendiente de una de las
mas ilustres familias de Venecia; mas
por falta de alguno de sus parientes,
fue escluido de todos los honores p ú -
blicos y empleos del Estado. Se casó
en Udina, en Friuli, con Verónica
de la familia de Spiltemberg, y pose-
166 CORNARO

yendo bastantes bienes deseaba tener


hijos que los heredasen. Tanto por
las oraciones que hizo, como por la
ayuda de los médicos, venció la difi-
cultad, y su muger, á quien amaba tier-
namente, y que era algún tanto entra-
da en años, parió una hija , cuando él
menos lo esperaba. Esta hija se llamó
Clara , y se casó con Juan, el hijo de
Fantini Cornaro, de la rica familia de
Chipre del mismo apellido, de quien
tuvo ocho hijos y tres hijas».
« L u i s Cornaro con su sobriedad y el
régimen que observó en su dieta, se curó
délas enfermedades que había contraído
por intemperancia en su juventud, y
con la fuerza de su razón moderó sus
malas inclinaciones y su propensión á
la cólera. De manera que en su ve-
jez tenía tan buena constitución de
cuerpo, y tan indulgente y aun sereno
ánimo, como antes en la flor de su ju-
ventud estaba enfermo y dispuesto á
DE LA SALUD. 167

precipitarse en la pasión. Compuso


varios Discursos cuando era muy viejo,
donde nos habla de la irregularidad de
su anterior vida, de su reforma y de
las esperanzas que tenia de vivir mu-
cho. No se equivocó en su predicción,
porque murió tranquilamente y sin do-
lores, siendo ya de mas de cien años,
en Padua, donde había fijado su resi-
dencia. Su esposa, casi tan anciana c o -
mo é l , le sobrevivió, pero murió poco
tiempo después también con mucha
tranquilidad. Los dos fueron enterra-
dos en la Iglesia de San Antonio sin
pompa alguna, conforme habían orde-
nado por su última voluntad y testa-
mento » .
En los Diálogos de Cardano, entre
un filósofo, un ciudadano y un ermita-
ño sobre el método de prolongar la/vi-
da del hombre y conservar su salud,
Cardano introduce al ermitaño discur«>
riendo así:
168 CORiNARO

« E n cuanto á los alimentos sólidos


y líquidos, hay varias cosas dignas de
observarse, conviene á saber: sus calida-
des naturales, las que adquieren por
su preparación, el orden y tiempo en
que debemos usarlos y su cantidad.
No sin razón se pregunta ¿cuál de estos
puntos es mas importante?»
'aAlgunos se han declarado por la
cantidad, sosteniendo que tiene efecti-
vamente mayor parle, que ninguna otra
cosa en la conservación de la salud y
la vida».
« E l famoso LuisCornaro, noble V e -
neciano, fue de este modo de pensar.
Trató de esta materia, cuando tenía
ochenta años de edad, gozando enton-
ces de una perfecta salud de cuerpo y
espíritu. Este venerable anciano á los
treinta y seis años era presa de tan vio-
lentas enfermedades, ,que no había es-
peranzas de conservar su vida. Des-
pués de aquel tiempo, siempre tuvo
DE LA SALUD. 169

cuidado de comer precisamente la misma


cantidad en todas las comidas; y aun-
que no se pudo libertar de muchísimas
fatigas y algunas desgracias, que o c a -
sionaron la muerte de un hermano su-
y o , con t o d o , la exactitud de su régi-
men le conservó siempre con salud y
cabal juicio».
« Á los setenta años un coche
en que viajaba, se volcó y le ar-
rastró un trecho considerable, d e -
jándole herido en la cabeza, en una
pierna y un brazo. Los médicos de-
sesperaban de su restablecimiento, y
querían aplicarle muchísimos remedios;
pero Cornaro nos dice que, hallándose
satisfecho del temperamento de sus hu-
mores, rehusó !e aplicasen medicinas,
y se curó prontamente».
«Nueve años después, cuando era casi
octogenario, sus amigos y sus médicos
mismos le instaron para que añadiese dos
onzas á su ordinario alimento; pasados
170 CORNARO

diez ó doce dias cayó enfermo, los m é -


dicos le desahuciaron, y él mismo princi-
pió á temer un resultado fatal; sin embar-
g o , aunque muy difícilmente, recuperó
su salud con la sobriedad».
«El mismo autor añade que siendo
viejo de ochenta años, conservaba bue-
nos y sanos los sentidos de la vista y del
oido, que su voz continuaba fuerte y que
algunas veces cantaba en concierto con
sus nietos, que podía muy bien tanto
montar á caballo como caminar á p i e ,
y que había compuesto una comedia
que fue recibida con aplauso».
«Este sabio anciano fue ya de la
opinión de que una regular y pequeña
cantidad de alimento contribuía mas
que ninguna otra cosa á la conserva-
ción de la salud; porque no menciona
la elección de alimentos que hacía. Yo
acostumbro, dice Cornaro, tomar en to-
do doce onzas de alimento sólido, v. g.
carne y una yema de huevo, y catorce
DE LA SALUD. 171

onzas de bebida. Es sensible que no nos


diga precisamente si tomaba esta canti-
dad una ó dos veces al día; en todo ca-
so , puesto que nos dice que comía muy
poco, parece que sería una vez sola».
«El famoso jurisperito, Panigarolus,
que vivió hasta pasar la edad avanzada de
noventa años, aunque de constitución
muy débil, nunca comía ni bebía mas
de veinte y ocho onzas diarias, y se
purgaba cada dos semanas».
«Parece, pues, como si Cornaro hu-
biese querido ocultarnos el perfecto co-
nocimiento de su régimen, y solo decir-
nos que había descubierto uno estraor-
dinario: no nos informó si tomaba la
cantidad de que habla una ó dos veces
al dia, ni si variaba su alimento, por-
que trata de aquella materia tan obscu-
ra y confusamente como Hipócrates».
«Es también cosa estraña que la can-
tidad de su bebida escediese á la de su
alimei tj sólido; y tunío mas, cuanto
172 OORNARO

que lo que comía no era igualmente


nutritivo, pues tomaba yemas de huevo,
lo mismo que carne. En verdad, digo,
que mas me parece que habla como fi-
lósofo, que como médico».
Hasta aquí Cardano, pero si h u -
biese leido atentamente lo que Corna-
ro ha escrito relativo á la vida templa-
da, hubiera formado un juicio mejor de
su obra; porque en ella no [solamente
dice la cantidad, sino que también en
términos espresos habla de la calidad
de sus alimentos.
APÉNDICE.

MÁXIMAS MÉDICAS.

No es bueno comer demasiado, ni estar en ayu-


nas mucho tiempo, ui hacer cosa alguna con esceso.

El que come ó bebe mds de lo conveniente, enfer-


mará.

Las enfermedades de repleción se curan con abs-


tinencia.

Los viejos pueden ayunar con facilidad; los hom-


bres de edad madura pueden menos ; menos todavía
los jóvenes; aun todavía menos los niños; y las cria-
turas, que son vivas y ligeras, muy difícilmente.

Los que están creciendo tienen mucho calor na-


tural , que requiere mucho alimento; de otro modo
el cuerpo se debilitará. Pero los viejos, que tienen
muy poco calor, necesitan comer poco : el demasiado
alimento les sobrecarga.

Es preciso examinar quienes deben comer una vez,


y quienes dos al dia; y también la cantidad de c a -
da comida : concediendo siempre mas ó menos á la
edad de los sujetos, á la estación del año, al lugar
donde se vive y á la costumbre que se tiene.

Cuanto mas se alimenta un cuerpo gordo y lle-


no de humores que deberían purgarse, tanto peor. .

FIN
ERRATAS.

Pag. Lin. Dice. léase.

51 2y3 de costado cólico


57 18 portátil potable
59 17 Pope el Pontífice
102 23 es muy no es
ion ! 2 los ni los
103 2y3 y los ni los no

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