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Cartas a los Tesalonicenses

Capítulo 7

Vivir vidas santas


(1 Tesalonicenses 4:1-12)

L os primeros tres capítulos de 1 Tesalonicenses están concentrados,


principalmente, en el pasado. Pablo escribió acerca de lo sucedido
durante su primera visita y después de ella. En los capítulos 4 y 5,
sin embargo, Pablo se vuelve, del pasado, al futuro. La fe de los creyentes
tesalonicenses era deficiente, en cierta forma (1 Tesalonicenses 3:10), y
Pablo quiere ayudarlos a remediar esas deficiencias. La carta comenzaría el
proceso, pero el proyecto no sería completo hasta que Pablo viera a los te-
salonicenses otra vez en persona.
La oración de Pablo, en 1 Tesalonicenses 3:11 al 13, resume los tres
primeros capítulos de la carta. Pero también adelanta los temas de los capí-
tulos 4 y 5: “abundar”, “santificación”, segunda venida y amor mutuo. La
oración es como un puente que lleva a los tesalonicenses, y a los lectores
posteriores, a los puntos que Pablo procura presentar ahora.

1 Tesalonicenses 4:1, 2
1
Por lo tanto, finalmente, hermanos,
les pedimos y
los animamos
en el Señor Jesús,
que como lo han recibido
de nosotros
cuánto es necesario que ustedes
caminen y
agraden a Dios,

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como están caminando continuamente,
que sobresalgan en esto más y más.
2
Porque ustedes saben
qué clase de instrucción
les dimos a ustedes
por medio del Señor Jesús.

Con “por lo tanto, finalmente”, Pablo avanza del aperitivo al plato prin-
cipal del cristianismo práctico. En un sentido, los dos primeros versículos
del capítulo 4 constituyen un resumen introductorio de todo el capítulo 4 y
el 5. El punto básico, o tema, es la línea “los animamos a abundar más y
más en lo que ya están haciendo”.
La palabra “caminar”, en el versículo 1, traduce una palabra griega,
peripatéo, que básicamente significa “andar por allí”. En castellano, te-
nemos la palabra “peripatético”, a partir de esta raíz. Una persona que es
peripatética emplea mucho tiempo “dando vueltas”. Yo puedo ser una de
esas personas: no puedo resistir estar en una oficina todo el día. Cuando
tengo una cita personal con alguien, a menudo le pregunto si le gustaría
caminar por el vecindario, mientras hablamos. Encuentro que nuestra men-
te trabaja mejor y logramos más cuando caminamos que cuando estamos
sentados en una oficina.
Pero, hay algo más en el uso de Pablo de ese término. En el lenguaje y
la cultura hebrea antiguos, “caminar por allí” era una metáfora para la vida
diaria. En el versículo 1, Pablo conecta el “caminar” con el agradar a Dios.
Como afirma el título del capítulo, Pablo da muchos consejos prácticos so-
bre cómo deben vivir los cristianos urbanos. Ese consejo continúa siendo
válido hoy. En otras palabras, este pasaje proporciona una ventana a la cla-
se de adiestramiento práctico que Pablo brindó a quienes llegaron a ser
cristianos por sus esfuerzos. Nuestro Padre celestial se agrada cuando nues-
tro carácter y conducta se parecen a los suyos. Cuando somos bondadosos
y amables, reflejamos la bondad y la gracia del carácter de Dios. Cuando
nos abstenemos de inmoralidad sexual, mostramos respeto por el valor que
Dios ve en las demás personas, y él se agrada cuando elegimos valorar lo
que él valora.
Los tesalonicenses ya estaban agradando a Dios con su conducta y su
carácter. En el versículo 1, Pablo los anima a hacer “más y más” lo que ya
están haciendo. La vida cristiana ha de ser una relación siempre creciente
con Dios. Esto es realista y práctico. Pablo sabe que los nuevos creyentes
no pueden alcanzar las alturas de la “santificación” –una palabra que usa
varias veces en el pasaje– de la noche a la mañana; es realmente “una bata-

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lla y una marcha”, que dura una vida entera. Aun los creyentes más madu-
ros se chasquean diariamente con algún aspecto de su conducta. Así que,
en vez de aconsejarnos que nos centremos en un buen acto ocasional, o en
uno malo, Pablo nos anima a prestar atención a la tendencia de nuestras vi-
das, y a hacerlo en la plena seguridad de que Dios nos ama como una ma-
dre ama a un hijo recién nacido.
Los buenos padres no castigan a los niños de tres meses de edad por no
saber cómo caminar. Los animan a hacer lo que puedan, y a hacerlo más y
más. Con el tiempo, los niños aprenderán a gatear y luego a caminar, y más
tarde a correr, ¡y grande es la alegría cuando esto sucede! “Más y más” es
la palabra.
El versículo 2 es más fácil de traducir que el versículo 1. Pero el ver-
sículo 2 contiene un punto de incertidumbre: la cuestión de qué quiso decir
Pablo cuando escribió: “por medio del Señor Jesús”. ¿Cuál era su percep-
ción de la conexión entre su consejo de conducta y Jesús? La versión grie-
ga de 1 Tesalonicenses revela que Pablo usaba muchas expresiones que re-
cuerdan, al lector conocedor, los dichos de Jesús en los cuatro Evangelios.
Siendo que es probable que ninguno de esos Evangelios hubiese sido escri-
to cuando Pablo escribió a los tesalonicenses, parece probable que él
aprendió lo que Jesús enseñó de los discípulos y otros seguidores de Jesús.
Él se habría valido de los líderes en Jerusalén, tales como Bernabé y Silas,
como libros de referencia. Aunque Pablo pudo no haber visto a Jesús en
persona durante su ministerio terrenal (1 Corintios 15:3–8), estaba muy
atento a la tradición oral que otros habían recibido, y que más tarde sería
registrada en los cuatro Evangelios.
Así que, en los capítulos 4 y 5 de 1 Tesalonicenses, Pablo estaba ofre-
ciendo más que su propio buen consejo. No solo estaba compartiendo su
propia teología con ellos, sino también estaba trasmitiendo la tradición de
las propias palabras de Jesús. Jesús mismo había pedido ciertas conductas
que Pablo ahora estaba estimulando. De este modo, las enseñanzas en nues-
tro pasaje se dan con la más elevada autoridad posible: la autoridad de Dios
hecho carne.

1 Tesalonicenses 4:3–8
3
Porque esta es la voluntad de Dios
la santificación (santidad) de ustedes,
mantenerse alejado
de la inmoralidad sexual.
4
saber (cada uno de ustedes)

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cómo adquirir su propio vaso
en santidad y honra,
5
no en pasión de lujuria
como los gentiles
que no conocen a Dios:
6
para que ninguno transgreda y
defraude a su hermano
en este asunto
porque el Señor es un vengador
con respecto a todas estas cosas,
así como les contamos a ustedes y
les advertimos con anticipación.
7
Porque Dios no nos llamó a inmundicia
sino a santidad.
8
En consecuencia, quienquiera rechace (esta instrucción)
no rechaza a hombre
sino a Dios
quien nos da su Espíritu Santo.

La palabra clave, en ese pasaje (versículos 3–8), es “santidad”, o “santi-


ficación”. Esta es la voluntad de Dios para nosotros. Algo llega a ser santo
cuando es dedicado, puesto aparte, consagrado a un uso especial. La forma
de la palabra “santidad” que Pablo usa es la de un sustantivo de acción. Pa-
blo enfatiza el proceso de llegar a ser santo, en vez del resultado. Lo que
quiere significar con santificación, en este contexto, está explicado por la
cláusula que sigue: mantenerse alejado de la inmoralidad sexual. Los que
creen que Pablo está promoviendo un evangelio “libre de la ley” encontra-
rán, en 1 Tesalonicenses 4:3 al 8, un texto que los desafía. Pablo expone
algunos requerimientos de conducta muy estrictos, para quienes están en
Cristo.
El versículo 4 ha sido, por mucho tiempo, un enigma para los estu-
diantes de la Biblia. La frase “adquiera su propio vaso” puede significar
por lo menos dos cosas diferentes. De modo que profundicemos. La pala-
bra traducida “adquirir” es un verbo que puede denotar el principio de una
acción (adquirir algo que no tenías antes) o a una etapa posterior de la ac-
ción (mantener o controlar algo que ya tienes). La palabra traducida “vaso”
puede significar un cuerpo o una persona, en general (ver Hechos 9:15;
Romanos 9:21; 2 Timoteo 2:21), o una mujer en particular (el “vaso más
frágil”, 1 Pedro 3:7). De este modo, las dos mejores traducciones son “ad-
quirir una mujer [esposa] para ti mismo” o “controlar tu propio cuerpo/tus

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propios órganos sexuales”. ¿Es su consejo muy específico: que los hombres
satisfagan sus deseos sexuales adquiriendo una esposa (ver también 1 Co-
rintios 7:36–38)? ¿O está solamente haciendo una declaración más general
de que debemos controlar nuestros apetitos sexuales? La frase puede leerse
de las dos maneras y, de ambas maneras, el punto es que el cristiano no de-
be relacionarse con las “pasiones de concupiscencia” de la manera en que
la mayoría de los gentiles lo hacía entonces.
En el versículo 6, Pablo presenta una idea que es singular dentro de la
Escritura. Afirma que la inmoralidad sexual “defrauda” al “hermano” de
uno. Defraudar significa aprovecharse o hacer trampa a alguien; tomar algo
que no es nuestro por derecho. La palabra está relacionada con la codicia,
desear algo que no nos pertenece. Para Pablo, la mejor definición de “her-
mano” es alguien por quien Cristo murió (Romanos 14:15; 1 Corintios
8:11). “Hermano”, aquí, incluiría a cualquiera –varón o mujer– que es afec-
tado por nuestras acciones sexuales.
En este pasaje, Pablo nos está diciendo algo que la industria cinema-
tográfica rara vez comunica. Está diciendo que la misma idea de “sexo ca-
sual” es una fantasía; el sexo promiscuo daña profundamente a ambas par-
tes. Ahora sabemos que el tocar casualmente las partes privadas de alguien,
en la niñez, puede afectar todo lo que la persona piense y haga durante toda
su vida. Cuánto más, entonces, la invasión profunda de la sexualidad explí-
cita afecta el núcleo mismo del ser de una persona. Un vínculo entre dos
personas implica que nunca puede ser meramente casual. Desde ese día en
adelante, los sentimientos quedan confundidos y, cuando se los suprime,
como a menudo ocurre, van a ejercer un daño interno, sea que la persona lo
perciba o no.
Pero aún hay más. En Mateo 25:40, el “hermano” es también el “her-
mano” de Cristo. Así que la cuestión del sexo no es solo acerca de cómo
tratamos a otros seres humanos, sino también cómo tratamos a Cristo, en la
persona de ese “hermano”. El sexo, en última instancia, comprende nuestra
relación con Dios. Los gentiles, que no conocen a Dios, viven vidas de lu-
juria apasionada (1 Tesalonicenses 4:5). La ignorancia de Dios es la que
produce una conducta inmoral. Quienes ignoran las enseñanzas de la Biblia
sobre este tema no solo rechazan esas enseñanzas, sino también a Dios
mismo (versículo 8; ver también 1 Corintios 6:19, 20). De modo que el
“sexo casual” no es una opción para los cristianos. Sin embargo, por otro
lado, cuando dos personas practican el sexo de acuerdo con los designios
de Dios, llega a ser una hermosa “ilustración” del amor abnegado que Dios
derramó sobre nosotros, en Cristo (ver Juan 13:34, 35). Por lo tanto, la

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cuestión de cómo nos relacionamos con el sexo llega a ser una cuestión re-
ferente a lo que haremos con Cristo, en la persona del “hermano”.
¡Aunque los santos no debieran vivir sin sexo, tampoco el sexo tiene
que ser sin santidad! El sexo es santo, puesto aparte para el matrimonio. El
mayor gozo conocido para el ser humano se encuentra en la íntima libertad
de la sexualidad, gozada de acuerdo con los designios de Dios.

La tentación de la atracción
¿Por qué un creyente defraudaría a otro? ¿Por qué algún cónyuge com-
prometido se apartaría del objeto de su afecto, para buscar afecto en otra
parte? (Los lectores que deseen evitar la franca descripción de la tentación
sexual que sigue pueden pasar directamente a la página 81 y comenzar a
leer otra vez mi traducción de la siguiente sección de la carta de Pablo, 1
Tesalonicenses 4:9–12.) Yo pienso que la seriedad de lo que Pablo escribió
en los versículos 3 al 8 nos invita a examinar con cuidado, lo que sucede
cuando los cristianos se comportan en forma promiscua.
La sexualidad humana forma parte del diseño de Dios. De acuerdo con
el Génesis, Dios creó al hombre y a la mujer para ser atraídos mutuamente.
Sentir una atracción por un miembro del sexo opuesto no es un pecado: es
un don de Dios. La mayoría de la gente, si no toda, nace con la capacidad
de cierto grado de atracción hacia los miembros del sexo opuesto. Las ex-
periencias de la vida pueden fortalecer o disminuir este sentido de atrac-
ción, pero, hasta cierto punto, es natural e innato.
Dios diseñó la sexualidad para nuestro beneficio. Pero, el enemigo pro-
cura destruir ese designio, y el arma que usa se llama tentación. Cada tanto,
cuando te encuentras con otra persona, sientes un sentido de atracción in-
tensificado. No importa si eres casado ante Dios, las sustancias químicas
hacen su trabajo, y tú sientes lo que la gente llama “amor a primera vista”.
Estar cerca de esta persona, de quien estás fuertemente atraído, no es lo que
la Biblia llama pecado; pero cómo manejas la situación es lo crítico. Defi-
nitivamente, has llegado a una encrucijada. La sabiduría del mundo dice:
“Acéptalo”; la Palabra de Dios aconseja otra cosa.
¿Qué te recomendaría Pablo que hicieras, en esa situación? Yo no creo
que él quisiera que negaras la atracción y actuaras como si no estuviera allí.
Es más seguro reconocer lo que sucede y confrontarlo, trayéndolo a la con-
ciencia. Pregúntate por qué eres tan atraído por esta persona. ¿Tienes nece-
sidades no satisfechas? ¿Existen problemas que necesitas conversar con tu
cónyuge? El haber cedido a la tentación sexual previamente aumenta el de-
seo sexual de la persona. ¿Es este un factor que está presente? Lo mejor

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que puedas, usa la razón para controlar tus sentimientos. Encuentra a al-
guien –otro creyente, en quien confías– que se asocie contigo y que te con-
trole; eso puede fortalecer el poder de la razón. Relatar a esa persona lo que
estás sintiendo, a menudo, quita mucho de la “aventura” a la situación; el
saber que un amigo te está observando puede hacerte sentir necio en todo el
asunto, lo que es, tal vez, más próximo a la realidad que la tentación mis-
ma.
La acción más útil que puedes hacer es ponderar el costo cuidado-
samente, antes de ceder a tal tentación. Reconoce que cometer un pecado
sexual desagrada a Dios (1 Tesalonicenses 4:1). También, traiciona a quie-
nes amas (Génesis 39:8, 9; 1 Tesalonicenses 4:5) y defrauda a la persona
hacia quien fuiste atraído (1 Tesalonicenses 4:6). Además, más adelante en
el camino, habrá mayores consecuencias para ti también (4:6). Un sabio
pastor escribió la siguiente “nota para sí mismo”:
“Si sigo por este camino [de la tentación sexual], probablemente causaré
dolor a quien me redimió. Probablemente arrastraré su nombre sagrado por
el barro [...]. Un día tendré que mirar en el rostro a Jesús, el justo Salvador,
y dar cuenta de mis acciones. Si voy más allá, probablemente produciré un
dolor enorme a mi esposa, que es mi mejor amiga y quien me ha sido fiel.
Perderé el respeto y la confianza de mi esposa; heriré a mis amadas hijas.
Destruiré mi ejemplo y credibilidad ante mis hijos. Podría perder a mi es-
posa y a mis hijos para siempre. Podría causar vergüenza a mi familia. Po-
dría perder mi respeto propio. Podría llegar a tener una forma de culpabili-
dad terriblemente difícil de eliminar. Aun cuando Dios me perdonara, ¿po-
dría alguna vez perdonarme a mí mismo? Podría dejar recuerdos y escenas
retrospectivas mentales que podrían dañar la intimidad futura con mi espo-
sa. Podría amontonar juicios y un sin fin de dificultades a la persona con
quien cometa adulterio. Posiblemente, podría cosechar las consecuencias
de enfermedades como la gonorrea, la sífilis, el herpes o el sida. Tal vez,
pueda causar un embarazo, y eso sería un recuerdo de mi pecado para toda
la vida. Tal vez, invoque vergüenza y turbación sobre mí mismo. 1
Las dos opciones parecen un poco diferentes desde esa perspectiva,
¿verdad? Pero, algunos cristianos están listos para asumir riesgos, por un
poco de “diversión” o de “aventura”.
¿Qué sucede si no te alejas de la atracción sexual? Comienzas a fan-
tasear acerca de esa persona, imaginar cómo sería la vida con ella. Te pre-
guntas si ella se siente tan atraída a ti como tú hacia ella. Deliberadamente,
alteras tu ruta para ir hasta la oficina, para pasar frente a su puerta de modo
que puedas verla, ver cómo se ve hoy. Aprendes su horario, y “casualmen-
te” estás por allí cuando esa persona aparece.

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Puedes pensar que el mundo de la fantasía es seguro, porque nadie sabe
que lo estás viviendo (aunque, por supuesto, Dios sí lo sabe). Pero, aun en
esa etapa de la fantasía, te estás haciendo daño. Tú estás perdiendo tiempo,
que sería mejor usarlo con tu cónyuge o en tu relación con Dios. Además,
cuanto más tiempo pases en el país de la fantasía, más difícil será entrar en
relaciones legítimas. Y, siendo que la realidad nunca puede ser como la
fantasía, te estás adiestrando para fracasar en las relaciones que consideras
las más importantes. En este punto, todavía puedes dar la vuelta; pero mu-
chas personas siguen al paso siguiente.
El siguiente paso es el flirteo. Tú le dices algo a esa persona que tiene
doble sentido, solo para ver cómo reaccionará. Compartes confidencias con
ella, que no tienes por qué compartir con otra persona que con tu esposa.
Permites que tus dedos acaricien sus cabellos mientras intercambian un ob-
jeto o un sobre, esperando una reacción que indique si ella está interesada
en ti como tú en ella. Sentir la atracción de otra persona en ti produce una
emoción que te llama a profundizar la relación.
A menos que los sucesos se detengan en este punto, las cosas solo pue-
den ir en bajada desde aquí. Si eres cristiano, probablemente tienes dificul-
tad en creer que podrías cruzar la línea con alguien que no es tu cónyuge,
de modo que, al principio, buscas excusas para estar juntos, tales como tra-
bajar juntos en un proyecto o estudiar juntos la Biblia. Pero, en el fondo, el
verdadero motivo para desarrollar la relación es la atracción. Entonces, la
fantasía comienza a ser realidad, y tomas una decisión consciente de pasar
tiempo con esta persona, fuera de los límites del plan de Dios.
El pecado sexual no comienza con la fornicación o el adulterio; termina
en eso, en última instancia. Y, cuando la fantasía llega a ser realidad, siem-
pre deja un sabor amargo. Las películas y la televisión rara vez muestran
esto. La gente que comete pecados sexuales está profundamente herida por
esa experiencia, aun cuándo lo nieguen a otros, o a sí mismos. Acepta un
consejo de Pablo: si estás jugando con la tentación sexual ahora mismo de-
tente, toma una ducha fría, memoriza 1 Tesalonicenses 4:1 al 8, busca a un
amigo de confianza, piensa en las consecuencias y haz lo que sea necesario
para salir de esa situación. Si tu fantasía ya ha llegado a ser realidad, tienes
un camino largo y duro delante de ti, pero puedes romper esa relación; rea-
lizar todo lo que puedas con la intención de hacer restitución a todas las
personas involucradas (incluyendo hacer lo mejor que puedas con el bebé,
si has ido tan lejos). Pide perdón a todos los que hayas herido con tus ac-
ciones, y arrójate a la abundante misericordia de Dios. Tu vida nunca será
la misma, pero puedes hacer mucho para limitar el daño.

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1 Tesalonicenses 4:9–12
9
Ahora con respecto al amor fraternal
no tienen necesidad de que les escriba,
porque ustedes mismos fueron enseñados
por Dios
a amarse unos a otros,
10
porque eso es en realidad cómo se conducen
hacia todos los hermanos
por toda Macedonia.
Pero les exhortamos, hermanos,
a hacer esto más y más, y
11
aspirar a vivir tranquilamente, y
ocuparse de sus propios asuntos, y
trabajar con sus propias manos,
así como les enseñamos,
12
para que puedan andar adecuadamente
en relación con los que son de afuera, y
que ninguno tenga necesidad.

Los griegos tenían varias palabras para amor, tres de las cuales aparecen
en el Nuevo Testamento. Éros es la palabra griega de la que se deriva la pa-
labra erótico. Éros se refiere al lado sexual del amor. Agápe es la palabra
griega para amor que más se emplea en el Nuevo Testamento. Se refiere al
amor abnegado, y es la palabra que se utiliza para el amor de Cristo hacia
nosotros, manifestado en la cruz.
La tercera palabra griega para amor que se usa en el Nuevo Testamento
esfiléo. Es la palabra traducida como “amor fraternal”, en el pasaje anterior.
En el mundo gentil, esta palabra se refería al amor de las personas por sus
parientes de sangre, pero la iglesia extendió su significado para denotar el
amor hacia los compañeros creyentes, la familia cristiana por elección.
Dios llama a tener esta clase de amor familiar y, siempre que ocurre, es un
milagro de su gracia.
La frase inicial del versículo, “ahora con respecto”, sugiere que Pablo
escribió los versículos 9 al 12 en respuesta a preguntas que la iglesia plan-
teó a Timoteo. Ellos comprendieron el principio del amor fraternal, pero no
sabían cómo usarlo en la vida real. Pablo se vuelve específico en los ver-
sículos 10 al 12, señalando a los tesalonicenses que debían expresar el
amor fraternal de tres maneras: debían aspirar a vivir vidas tranquilas, de-
bían ocuparse de sus propios asuntos y debían trabajar con sus manos. Es-

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tas tres formas están todas relacionadas. En el mundo antiguo, la labor ma-
nual era el principal medio de sostén propio. La raíz para el amor a nues-
tros “hermanos” es ocuparnos de nosotros mismos primero, llevar nuestro
propio peso, asegurándonos de que no dependemos de otros. El entusiasmo
por la segunda venida de Jesús pudo haber llevado a algunos creyentes te-
salonicenses a abandonar sus trabajos y llegar a depender de sus vecinos
gentiles. Esto haría que sus vecinos los consideraran perezosos y perturba-
dores, al esperar que otros se hicieran cargo de ellos; y esta percepción ha-
bría dado una mala reputación a la iglesia naciente.
En el mundo actual, Pablo podría aconsejar: “Sosténganse con su fami-
lia y guarden un poco extra para ayudar a los que tienen una necesidad legí-
tima”. También, probablemente, diría que estar listos para testificar en todo
tiempo significaba no ser perturbadores, metidos en asuntos ajenos o pere-
zosos en el trabajo. Para algunos de afuera, la conducta en las vidas diarias
de los cristianos que conocen puede constituir la única vez que vean a la
iglesia.
¿Cómo puedes vivir una “vida tranquila” en medio de una ciudad, hoy?
En 2006, volví a la ciudad de Nueva York para asistir a un curso. Habiendo
crecido allí, esperaba con ansias las tres semanas de clases intensivas, que
se darían en una sala a una cuadra o dos de Times Square, en el corazón
mismo de Manhattan. Estimaba que unas veinte mil personas por hora ca-
minaban por la acera frente al aula. Lo que me llamó la atención, acerca de
la gente que se apresuraba a ir a alguna parte, era la mirada de dolor y de
estrés en casi cada rostro. La agitada gran ciudad daba a la gente su propio
molde.
Yo creo que si Pablo estuviera hablándonos hoy nos animaría a poner la
vida en la ciudad en verdadera perspectiva. La gente corre a fin de cumplir
sus objetivos, de un valor solo temporario, en el mejor de los casos. La
búsqueda de dinero, de cosas, de relaciones terrenales: todas esas pueden
ser de la máxima importancia en algún momento dado; no obstante, a largo
plazo, no satisfacen. Solo los valores eternos pueden proveer la paz, en
medio del trajín de la vida de la ciudad. Solo una vida que está cimentada
hora tras hora y día tras día en la perspectiva divina de las cosas puede ser
realmente una “vida tranquila”. La ciudad nos llama a ocuparnos de nues-
tros caminos y preocupaciones; pero nuestros caminos no son los caminos
de Dios (Isaías 55:8, 9).

Referencias
1
Citado por Bill Hybels, Christians in a Sex–Crazed Culture: A Frank Look at God’s Good Gift
(Colorado Springs, Col.: Chariot Victor Publishing, 1989), pp. 17, 18.

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