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1

La voz cruel

Manuel Altolaguirre
Poeta español

Alzan la voz cruel


quienes no vieron el paisaje,
los que empujaron por el declive pedregoso
la carne ajena,
quienes debieron ser almas de todos
y se arrancaban de ellos mismos
cuerpos parásitos
para despeñarlos.

Mil muertos de sus vidas brotaban,


mil muertos solitarios
que miraban desde el suelo,
durante el último viaje,
la colosal estatua a la injusticia.

No eran muertos,
eran oprimidos,
seres aplastados,
ramas cortadas de un amante o de un padre,
seres conducidos por un deseo imposible,
topos de vicio
que no hallarán la luz
por sus turbias y blandas galerías.

Alzan la voz cruel


quienes no vieron el paisaje,
los que triunfaron
por la paz interior de sus mentiras.

¡Oh mundo desigual!


Mis ojos lloren
el dolor, la maldad:
la verdad humana.

2
Agosto, Santa Rosa

Ida Vitale
Poeta española

Una lluvia de un día puede no acabar nunca,


puede en gotas,
en hojas de amarilla tristeza
irnos cambiando el cielo todo, el aire,
en torva inundación la luz,
triste, en silencio y negra,
como un mirlo mojado.
Deshecha piel, deshecho cuerpo de agua
destrozándose en torre y pararrayos,
me sobreviene, se me viene sobre
mi altura tantas veces,
mojándome, mugiendo, compartiendo
mi ropa y mis zapatos,
también mi sola lágrima tan salida de madre.
Miro la tarde de hora en hora,
miro de buscarle la cara
con tierna proposición de acento,
miro de perderle pavor,
pero me da la espalda puesta ya a anochecer.
Miro todo tan malo, tan acérrimo y hosco.
¡Qué fácil desalmarse,
ser con muy buenos modos de piedra,
quedar sola, gritando como un árbol,
por cada rama temporal,
muriéndome de agosto!

3
Si te quedas en mi país

Enrique Verástegui
Poeta peruano

En mi país la poesía ladra


suda orina tiene sucias las axilas.
La poesía frecuenta los burdeles
escribe cantos silba danza mientras se mira
ociosamente en la toilette
y ha conocido el sabor dulzón del amor
en los parquecitos de crepé
bajo la luna
de los mostradores.
Pero en mi país hay quienes hablan con su botella de vino
sobre la pared azulada.
Y la poesía rueda contigo de la mano
por estos mismos lugares que no son los lugares
para filmar una canción destrozada.
Y por la poesía en mi país
si no hablaste como esto
te obligan a salir
en mi país
no hay donde ir
pero tienes que ir saliendo
como el acné en el cascarón rosado.
Y esto te urge más que una palabra perfecta.
En mi país la poesía te habla
como un labio inquietante al oído
te aleja de tu cuna culeca
filma tu paisaje de Herodes
y la brisa remece tus sueños
–la brisa helada de un ventilador.
Porque una lengua hablará por tu lengua.
Y otra mano guiará a tu mano
si te quedas en mi país.

4
El poema

José Tolentino Mendonça


Poeta portugués

El poema es un ejercicio de disidencia, una profesión de in- credulidad en la omnipotencia de lo


visible, de lo estable, de lo aprehendido. El poema es una forma de apostasía. No hay poema verdadero
que no convierta al sujeto en forajido. El poema obliga a pernoctar en la soledad de los bosques, en
campos nevados, por orlas intactas. ¿Existe acaso otra verdad en el mundo ade- más de aquella
que no pertenece a este mundo? El poema no busca lo inexpresable: no hay beato que, en la
agitación de su piedad, no lo invoque. El poema devuelve lo inexpresable. El poema no alcanza
esa pureza que fascina al mundo. El poema abraza precisamente esa impureza repudiada por el
mundo.

Traducción de Jesús J. Barquet

5
Tus manos y la mentira

Nâzim Hikmet
Poeta de Turquía

Graves como las piedras,


Tristes como canciones de presidio,
Pesadas y macizas como bestias de carga,
Tus manos se parecen
al rostro endurecido
de los niños hambrientos.

Ágiles, laboriosas como abejas,


Pródigas como ubres desbordantes de leche,
Intrépidas lo mismo que la naturaleza,
Bajo su dura piel, tus manos guardan
la amistad y el afecto.

No está nuestro planeta sostenido


por los cuernos de un buey:
Tus manos lo sostienen...

¡Qué hombres, nuestros hombres!


Los mantienen a fuerza de mentiras,
Siendo que andan hambrientos,
Faltos de carne y pan,
Y dejan este mundo, al que cargan de frutos,
Sin poder verlos en la mesa propia
ni siquiera una vez.

¡Qué hombres, nuestros hombres!


Sobre todo los de Asia, los de África,
del medio Oriente, del Cercano Oriente,
los de las tantas islas del Pacífico
y los de mi país,
es decir, mucho más del setenta por ciento
de los hombres del mundo:
Están adormecidos, están viejos,
Siendo listos y jóvenes como lo son sus manos...

¡Qué hombres, nuestros hombres!


Ustedes, mis hermanos de América o Europa,
Tan alertas y audaces,
A quienes, sin embargo, los aturden
lo mismo que a sus manos,
Y les mienten,
y los hacen marchar...

6
¡Qué hombres, nuestros hombres!
Si mienten las antenas de las radios,
Si mienten las enormes rotativas,
Si miente el libro y mienten los afiches,
Si mienten los anuncios de los diarios,
Si mienten las desnudas piernas de las muchachas
en el teatro y en el cine,
Si hasta mienten las canciones de cuna,
Si miente el sueño, si el pecado miente,
Si miente el violinista de la boite,
Si miente el plenilunio
en las noches sin ninguna esperanza,
Si mienten la palabra,
el color y la voz,
Si miente el que te explota,
el que explota tus manos,
Si todo el mundo y todas, todas las cosas mienten,
a excepción de tus manos,
Es para que tus manos siempre sean
dóciles como arcilla,
ciegas como la noche,
idiotas como el perro del pastor,
Y para que jamás se subleven tus manos

Y para que no acabe jamás tanta injusticia


-Ideal del traficante-
Sobre este mundo nuestro,
este mundo mortal
Donde poder vivir
sería lo mejor.

Versión de Fernando García Burillo

7
Poema diez

Enrique Molina
Poeta argentino

Las estatuas de sal que tanto hemos amado


tras el gemido de Sodoma y Gomorra,
sus cuerpos se deshacen si las ciñen tus brazos.
Amantes desoladas como un paisaje ciego,
en cuyos pechos, recién salidos del océano,
nacía la sed. ¿Pero qué maldición cayó sobre ellas,
sino la maldición a las bodas de la carne y el sueño,
cuerpos y ceremonias, cabelleras y susurros
en los tibios secretos de la noche,
deslumbramientos de la travesía?
Todo cuanto la urdimbre sombría del pecado
condena: la pasión, la poesía, la línea del amor
grabada en la palma de la mano, el linaje
de increíbles amantes fundidos en su propio laberinto.
Sin embargo, en la más luminosa estela del corazón
donde nada es mentira,
perdura la gloria de esas paras mujeres orgullosas,
blancas como la muerte, con rouge en los labios.

8
Un libro

Manuel Alegre
Poeta italiano

Un libro se escribe una y otra vez.


Un libro se repite. El mismo libro.
Siempre. O la misma pregunta. O
quizás
el no haber respuesta.
Por eso un libro anda alrededor de sí mismo
un libro el poema la prosa la frase
tensa
la escritura nunca escrita
la que no es sino el ritmo
subterráneo
el ángel oculto el río
el demonio azul.
Un libro. Siempre.
Un libro que se escribe y no se escribe
o se reescribe ante
el mismo mar.
Un libro. Navegación por dentro
vagar que no llega a ninguna Ítaca.
Un libro se repite. Un libro
esa pregunta
incognoscible código del ser.
Metáfora con cuernos y pies de cabra.
Un libro. Ese buscar
cosa ninguna.
O sólo el espacio
el gran interminable espacio en blanco
por donde corre la sangre la escritura la vida.
Un libro.

Traducción de María Tecla Portela Carreiro.

9
Oda confidencial

Augusto Roa Bastos


Escritor paraguayo

I
"Bueno" -dijiste al aire, a tu cigarra-:
"voy a empuñar mi luz y mi camino".
Dijo tu voz, y halló que ya el destino
te brotaba en el pecho una guitarra.

Voz y niñez de nube consumida.

Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,


quemaron con sus zarpas tus panales
dejándote en la sangre una encendida
memoria de paisajes musicales.

II
Pienso y busco tus huellas Aquel día
del niño y su lucero,
cuando vestido en un jazmín ligero
dabas a la ilusión tu melodía.

Cavo en tu tierra roja,


muerdo el verde sonido de tus cañaverales,
miro en u río, subo la congoja
de cielo de tus hondos manantiales,
nombrote en los rumores,
y al fin te traen dulces vendavales.

Sobre veloz constelación de flores


llega tu imagen; transparente escalas
la propia enredadera de temblores
de tu guitarra traspasada de alas...

III
No puedes ocultarte porque tienes
la voz redonda y de color de cielo,
ruba llama de trigos en el pelo,
trigo de rubias llamas en las sienes,
y en la sangre un florido
trueno que enciende en tu muñeca un nido
de clamorosa lumbre y terciopelo.

Aquí, tu mano roja


sobre mis hombros, varonil hermano,
del viento hermano, claro hermano mío,
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Tu guitarra me acoja,
tu música me envuelva de rocío,
me frote el alma tu guitarra roja.

Tú, el desvelado, el libre de secreto,


roja la mano, duro el esqueleto,
la carne blanca y blanca la congoja.

IV
Tu pueblo te supura
como un clavel sangriento entre los dedos,
que amuralla sus miedos
en la madera azul de tu guitarra.

Ella, la patria del clavel y el llanto


a tus venas se amarra,
lastra nocturnamente tu quebranto,
socava tus bordonas
y por fin en el canto
que en tu piedra lunar tú mismo enconas,
halla al cabo su rumbo verdadero,
ella, la dulce patria del lucero.

V
Tu historia mira un porvenir distante,
y el porvenir contempla tu pasado,
y ambos crecen de ti, del cincelado
clamor que tus muñecas de diamante
vierten de tu guitarra, de su estruendo azulado.

VI
Esto, mi compañero;
esto, no más, sobre tu nombre quiero,
quiero inscribirlo. Quiero,
porque te quiero.

Mañana el tiempo encogerá los hombros


y sobre mis escombros
dirá de mí con voz de polvo:
"Un día
cayó sobre su oscuro mediodía,
cayó una piedra y era
su amistad de bandera, esto no más...".

¡Esto, no más, diría!

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VII
Ayer era tu infancia;
tu olor de niño, un pueblo de corolas,
pese a tu signo oscuro.

Hoy tu presente se desborda en olas


con mil niños cantando en tu fragancia,
y otros mil y otros mil, hacia el futuro.

Tierra roja, altos montes, verdes cañaverales,


y el río tuyo henchido de panales
sobre el fosforescente valle de las guitarras
con un viento incendiado de cigarras
libres y musicales de alegría.

VIII
Fue así que ayer, una mañana, un día:

"Bueno"... dijiste al aire, camarada,


"Dame tus signos, voy a asir tu guía".
"Bueno, hijo mío" -respondió la estrella.
Y desde entonces pisa enamorada
tu guitarra dorada
la infatigable ruta de las estrellas.

12
No existe el infinito...

Chantal Maillard
Escritora española nacida en Bélgica

No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una trayectoria,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.

13
El adiós

Bernard Noël
Poeta francés

Hemos vuelto a nuestro origen.


Fue el lugar de la evidencia, aunque desgarrada.
Las ventanas mezclaban demasiadas luces,
Las escaleras trepaban demasiadas estrellas
Que son arcos que se hunden, escombros,
El fuego parecía arder en otro mundo.

Y ahora hay pájaros que vuelan de una habitación a la otra,


Los postigos se cayeron, la cama está cubierta de piedras,
La chimenea llena de restos del cielo que van a apagarse.
Allí, por las tardes, hablábamos casi en voz baja
Debido a los rumores de las bóvedas, allí, sin embargo,
Formábamos nuestros proyectos: pero una barca,
Cargada con piedras rojas, se alejaba
Irresistiblemente de una orilla, y el olvido
Depositaba ya su ceniza en los sueños
Que sin fin recomenzábamos, poblando con imágenes
El fuego que ardió hasta el último día.

¿Es cierto, amiga mía,


Que no hay más que una palabra para nombrar
En la lengua que llamamos poesía
El sol de la mañana y el de la tarde,
Una para el grito de alegría y el de angustia,
Una para el desierto río arriba y los golpes de hacha,
Una para la cama deshecha y el cielo tormentoso,
Una para el niño que nace y el dios muerto?

Sí, lo creo, quiero creerlo, pero ¿qué sombras


Son ésas que se llevan el espejo?
Y, mira, la zarza crece entre las piedras
En el camino de hierba aún apenas abierto
Por el que nuestros pasos iban hacia los jóvenes árboles.
Hoy me parece, aquí, que la palabra
Es el pesebre medio roto del que se escapa
En cada amanecer de lluvia el agua inútil.

La hierba y en la hierba el agua que brilla, como un río.


Todo está siempre a la espera de que una vez más se lo ate al mundo.
Sé que el paraíso está diseminado,
Es tarea terrestre el reconocer
Sus flores dispersas en la hierba pobre,
Pero el ángel ha desaparecido, una luz
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Que no fue, de golpe, sino un sol poniente.

Y como Adán y Eva caminaremos


Por última vez en el jardín.
Como Adán el primer pesar, como Eva la primera
Osadía, querremos y no querremos
Pasar por la puerta baja que se entreabre
Allá a lo lejos, en la otra punta del ronzal, coloreada
Como auguralmente por un último rayo.
¿Se toma el porvenir en el origen
Como cabe el cielo en un cóncavo espejo?
¿Podremos recoger, de esa luz
Que fue de aquí el milagro,
En nuestras sombrías manos la simiente, para otros charcos
En el secreto de otros campos “cercados de piedras”?

Por cierto, está aquí el lugar para vencer, para vencernos,


El lugar de donde salimos esta tarde. Aquí sin fin
Como esa agua que se escapa del pesebre.

Traducción de Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán

15
De Los cantos de Maldoror

Isidore Lucien Ducasse


Conde de Lautréamont (1846-1870)
Poeta franco-uruguayo

Quisiera que la majestad humana fuera por lo menos la encarnación del reflejo de la tuya.
Pido demasiado, y este deseo sincero te glorifica. Tu grandeza moral, imagen del infinito,
es inmensa como la reflexión del filósofo, como el amor de la mujer, como la belleza divina
del ave, como la meditación del poeta. Eres más bello que la noche. Contéstame, océano:
¿quieres ser mi hermano? Muévete impetuosamente… más… todavía más, si aspiras a
que te compare con la venganza de Dios; alarga tus garras lívidas fraguándote un camino
en tu propio seno… está bien. Haz rodar tus olas espantosas, océano horrible que sólo yo
comprendo, y ante el cual caigo prosternado. La majestad del hombre es prestada; no se
me impone; tú, sí. Oh, cuando avanzas con la cresta alta y terrible, rodeado por tus
repliegues tortuosos como por un séquito, magnético y salvaje, haciendo rodar tus ondas
unas sobre otras, con la conciencia de lo que eres, en tanto que lanzas desde las
profundidades de tu pecho, como abrumado por un intenso remordimiento que no puedo
descubrir, ese sordo bramido perpetuo que tanto atemoriza a los hombres, hasta cuando
te contemplan trémulos desde la seguridad de la costa; entonces comprendo que no
poseo el insigne derecho de proclamarme tu igual. Por eso, frente a tu superioridad, te
entregaría todo mi amor (y nadie conoce la cantidad de amor contenida en mis
aspiraciones hacia lo bello) si no me recordaras dolorosamente a mis semejantes, que
forman contigo el más irónico contraste, la antítesis más grotesca que jamás se haya visto
en la creación: no puedo amarte, te aborrezco. ¿Por qué entonces vuelvo a ti, por
milésima vez, hacia tus manos amigas que se disponen a acariciar mi frente ardorosa,
cuya fiebre desaparece a tu contacto? No conozco tu destino secreto, todo lo que te
concierne me interesa. Dime, entonces, si eres la morada del príncipe de las tinieblas.
Dímelo… dímelo, océano (solamente a mí para no entristecer a aquellos que hasta ahora
sólo han conocido ilusiones), y si el soplo de Satán crea las tempestades que levantan tus
aguas saladas hasta las nubes. Es preciso que me lo digas porque me alegraría saber que
el infierno está tan cerca del hombre. Quiero que ésta sea la última estrofa de mi
invocación. Por lo tanto, quiero saludarte una vez más y presentarte mi adiós. Viejo
océano de ondas de cristal… abundantes lágrimas humedecen mis ojos, y me faltan
fuerzas para proseguir, pues siento que ha llegado el momento de retornar con los
hombres de aspecto brutal; pero… ¡ánimo! Hagamos un gran esfuerzo y cumplamos, con
el sentimiento del deber, nuestro destino sobre esta tierra. ¡Te saludo, viejo océano!

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Soledades

Silvia Elena Regalado


Poetisa salvadoreña

I
Inútil la soledad
si te habita el misterio,
si el asombro te arroja a una luna de enero,
si el dolor no es estéril,
si renacen las flores donde lloró tu sangre,
si tus sueños se niegan a rasgar sus vocales
y derraman su savia sobre el miedo y las sombras.
Inútil la soledad
si abrís los caminos,
si plantas en el tiempo las semillas de un beso,
si tu sol vuelve limpio al llamado de la aurora.
Si la vida es un vértigo,
un soltarse al abismo para alcanzar el vuelo,
una ruta,
un silencio,
una voz encendida...
Inútil la soledad,
inútil.

17
Alivios

Gabriel Chávez Casazola


Poeta boliviano

Aliviaba cierto dolor de la infancia atesorando


piedras de cuarzo
recogidas en las calles de tierra
piedras
comunes pero tocadas por alguna veta mágica
que las había transfigurado
transmutado
guijarros ocres elevados hacia el mármol.

Las reunía en el patio trasero de la infancia


y se las enseñaba a algún vecino pobre alguna tarde pobre
a otro niño cualquiera como él que
sorprendido
las pesaba y admiraba entre sus manos
maravillado
por la existencia de una belleza que no había entrevisto antes
guijarro ocre también él
y desde entonces surcado por una contemplación secreta
por una veta
que elevaba sus ojos al destello del mármol.

¿Qué habrá sido, me pregunto en esta tarde pobre de febrero,


de ese vecino y aquel patio trasero y la colección de cuarzos?
¿Y qué habrá sido del coleccionista?

Respecto a éste
abrigo algunas sospechas sobre su paradero.

De hecho
yo mismo alivio ciertos dolores de la madurez recorriendo
las calles de tierra o de cemento de la tierra
buscando piedras
comunes
-palabras-
surcadas por alguna veta mágica
secreta
que permita transmutarlas hacia el mármol
con solo saber escuchar
-caracolas calladas-
lo que podrían decir
reunidas
en un patio trasero.

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Las recojo, las reúno, las atesoro,
me maravillo
de su belleza oculta
guijarro ocre
las transcribo
y se las muestro alguna tarde a algún vecino.

A veces pienso que no sirven de nada


y una voz en el sueño me dice que no alcanzan,
que no alcanzan.

Es verdad que la colección de cuarzos no logró borrar el dolor que desfiguraba la infancia
del coleccionista,
sacar de la pobreza a su vecino ni mejorar la calle o el traspatio

mas su solo estar ahí bastaba


para aliviar el mundo,
para transfigurarlo

para poner en los ojos un destello


y así elevar la piedra y aproximar el mármol

haciendo al mundo ligeramente más bello

y acaso
también
menos

cruel.

19
La aventura pende del cuello de su rival...

Paul Eluard
Poeta francés

La aventura pende del cuello de su rival


El amor cuya mirada se encuentra o se extravía
En los espacios de los ojos desiertos o poblados.

Todas las aventuras del rostro humano


Gritos sin eco signos de tiempos muertos que nadie recuerda
Tantos rostros hermosos tan hermosos
Ocultos por las lágrimas
Tantos ojos tan seguros de sus noches
Como amantes que mueren juntos
Tantos besos al abrigo de la roca y tanta agua sin nubes
Apariciones surgidas de ausencias eternas
Todo era digno de ser amado
Los tesoros son paredes con sombra ciega
Y el amor está en el mundo para olvidar al mundo.

Versión de Aldo Pellegrini

20
Ella violenta y pública

Homero Aridjis
Escritor mexicano

Ella violenta y pública


en el peregrinaje lento de las horas
que resbalan coloreándose hacia el alba

ella
exterminada y recobrada
por batallones en su misma mano

faz que se dobla en el arco


haciéndose durar

plenitud quebranto inclinación


centro donde el esplendor se esparce
o se concentra con el instante a la deriva

con los fetiches


con los proscritos de las calles
con las mujeres que llaman con susurros

con los que esperan que lo oscuro amanezca


para que su techo sea un techo dorado

ella con lunas negras


pareja y cada uno de los oponentes
sobre el hallazgo y el trance

al fondo de su secreto brilla


alberga alas que la ascienden
ojos que develan sus brumas

la noche es su aurora
sacude en el pasmado al desertor
teje un manto de espanto en torno
de aquellos que niegan la justicia

21
Poema

Héctor Dante Cincotta


Escritor argentino

Y cuando ya no tenga nada qué contarte,


dejare estas palabras,
estas costas pegadas e infinitas
esta alegría marina, este coral blanco
recogido para ti. ¡Sombra solitaria del hombre!
porque tú y yo, desde ahora, no seremos más
que un solo y estéril dejamiento de las venas.

¡Pájaros y olvido!

Padre, lejos estoy de donde tú descansas


ofrecido y sin sueño a la libertad, las rocas,
la claridad del día, todo el tiempo quebrado y duro;
el lenguaje con que nacimos, la ternura impenetrable,
lo devuelto en palabras calcinadas y ardientes.
¡Todo el dolor del alma!
Y el tiempo solo y amanecido.

Deja que llegue la lluvia a este lugar, a este mar


y déjame que en este hueco de la tierra
donde tú esperas mis palabras
un día y para siempre la
acompañen el hastío y tu nombre.
He de llamarte, vencido. Esta flor invisible que tengo.
Al fin tus manos encuentran las mías
y ambos terminamos en este territorio,
la poesía.

Todo me fue dado para cantarte y me siento sujeto,


cernido – a veces – como esta espada destruida.
En otra voz de la tierra.

¡Ah estos pájaros en su día!

22
Hombre secreto

Herib Campos Cervera


Poeta paraguayo

Hay un grito de muros hostiles y sin término;

hay un lamento ciego de músicas perdidas;


hay un cansado abismo de ventanas abiertas
hacia un cielo de pájaros;
hay un reloj sonámbulo
que desteje sin pausa sus horas amarillas,
llamando a penitencia y confesión.

Todo cae a lo largo de la sangre y el duelo:


mueren las mariposas y los gritos se van.

¡Y yo, de pie y mirando la mañana de abril!


¡Mirando cómo crece la construcción del tiempo:
sintiendo que a empujones
me voy hacía el cariño de la sal marinera,
donde en los doce tímpanos del caracol celeste
gotean eternamente los caldos de la sed!

¡Dios mío! -Si no quiero otra cosa


que aquello que ya tuve y he dejado,
esas cuatro paredes desnudas y absolutas;
esa manera inmensa de estar solo, royendo
la madera de mi propio silencio
o labrando los clavos de mi cruz.

¡Ay, Dios mío!

Estoy caído en álgidos agujeros de brumas.


Estoy como un ladrón que se roba a sí mismo;
sin lágrimas; sin nada que signifique nada;
muriendo de la muerte que no tengo;
desenterrando larvas, maderas y palabras
y papeles vencidos;
cayendo de la altura de mi nombre,
como una destrozada bandera que no tiene soldados;
muerto de estar viviendo de día y en otoño,
esta desmemoriada cosecha de naufragios.

Y sé que al fin de cuentas se me trasluce el pecho,


hasta verse el jadeo de los huesos, mordidos
por los agrios metales de frías herramientas.
Sé que toda la arena que levanta mi mano
23
se vuelve, de puntillas, irremisiblemente,
a las bodegas últimas
donde yacen los vinos inservibles
y se engendran las heces del vinagre final.

¡Cuánto mejor sería no haber llegado a tanto!


No haber subido nunca por el aire de Abril,
o haber adivinado que este llevar los ojos
como una piedra helada fuera lo irremediable
para un hombre tan triste como yo!

Dios mío: ¡si creyeras que blasfemo,


ponme una mano tuya sobre un hombro
y déjame que caiga de este amor sin sosiego,
hacia el aire de pájaros y la pared desnuda
de mi desamparada soledad!

24
Currículum Vitae

Ingeborg Bachmnn
Poeta austriaco

Larga es la noche,
larga para el hombre
que no puede morir, largamente
se tambalea bajo farolas
su ojo desnudo y su ojo
cegado por el aliento de aguardiente, y el olor
a carne mojada bajo sus uñas
no siempre le aturde, oh dios,
larga es la noche.

Mi cabello no se encanece
porque salí del vientre de las máquinas,
Rosarroja* me untó de alquitrán la frente
y los mechones, habían estrangulado
a su hermana, blanca como la nieve. Pero yo,
el jefe de la tribu, pasé por la ciudad
de diez veces cien mil almas, y mi pie
pisaba las cucarachas del alma bajo el cielo de cuero, del cual
pendían diez veces cien mil pipas de la paz,
frías. Una calma de ángeles
deseé a menudo para mí
y cotos de caza llenos
de los gritos impotentes
de mis amigos.
Con las piernas y las alas abiertas
subía la sabihonda juventud
sobre mí, sobre el estiércol, sobre el jazmín,
hacia las inmensas noches del secreto
de la raíz cuadrada, la leyenda de la muerte
empaña mi ventana cada hora,
dadme euforia y verted
la risa en mi garganta
de los viejos que nos antecedieron, cuando
caiga yo sobre los infolios
en el sueño vergonzoso,
para que no pueda pensar,
para que juegue con flecos
de los que cuelgan serpientes.

También nuestras madres


soñaron con el futuro de sus maridos,
los vieron poderosos,
revolucionarios y solitarios,
25
pero después del retiro los han visto encorvados en el huerto
sobre las llameantes malas hierbas,
mano a mano con el fruto charlatán
de su amor. Triste padre mío,
¿por qué callasteis entonces
y no habéis seguido pensando?

Perdido en las cascadas de fuego,


En una noche junto a un cañón
que no dispara, condenadamente larga
es la noche, bajo el esputo
de una luna enfermiza, su luz
biliosa, pasa volando sobre mí
el trineo con la historia
embellecida,
en la vía del sueño de poder (lo cual no impido).
No era que yo durmiese: estaba despierto,
entre esqueletos de hielo buscaba el camino,
volvía a casa, me ceñía el brazo
y la pierna con hiedra y con restos
de sol blanqueaba las ruinas.
Respeté los días festivos,
y sólo si mi pan estaba bendecido
lo comía.

En una época arrogante


hay que pasar de prisa
de una luz a otra, de un país
a otro, bajo el arco iris,
con la punta del compás en el corazón,
tomando la noche por radio.
Abierto de par en par. Desde las montañas
se ven lagos, en los lagos
montañas, y en el armazón de las nubes
se balancean las campanas
de un mundo. Saber de quién
es ese mundo, me está prohibido.

Ocurrió un viernes:
-yo estaba ayunando por mi vida,
el aire chorreaba del zumo de los limones
y la espina estaba clavada en mi paladar
entonces saqué del pez abierto
un anillo que lanzado
al nacer yo, cayó en el río
de la noche y se hundió.
Yo volví a lanzarlo a la noche.

26
Oh ¡si no tuviera miedo a la muerte!
Si tuviera la palabra
(y no la errase)
si no tuviera cardos en el corazón
(y rechazara el sol),
si no tuviera avidez en la boca
(y no bebiera el agua salvaje),
si no abriera el párpado
(y no hubiera visto la cuerda).
¿Están tirando del cielo?
Si no me sostuviera la tierra
hace tiempo que yacería quieta,
hace tiempo que yacería
donde me quiere la noche,
antes de que hinche las narices
y levante su casco
para nuevos golpes,
siempre para golpear.
Siempre la noche.
Y nunca el día.

Versión de Cacilia Dreymüller y Concha García

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El pabellón del vacío

José Lezama Lima


Escritor cubano

Voy con el tornillo


preguntando en la pared,
un sonido sin color
un color tapado con un manto.
Pero vacilo y momentáneamente
ciego, apenas puedo sentirme.
De pronto, recuerdo,
con las uñas voy abriendo
el tokonoma en la pared.
Necesito un pequeño vacío,
allí me voy reduciendo
para reaparecer de nuevo,
palparme y poner la frente en su lugar.
Un pequeño vacío en la pared.

Estoy en un café
multiplicador del hastío,
el insistente daiquirí
vuelve como una cara inservible
para morir, para la primavera.
Recorro con las manos
la solapa que me parece fría.
No espero a nadie
e insisto en que alguien tiene que llegar.
De pronto, con la uña
trazo un pequeño hueco en la mesa.
Ya tengo el tokonoma, el vacío,
la compañía insuperable,
la conversación en una esquina de Alejandría.
Estoy con él en una ronda
de patinadores por el Prado.
Era un niño que respiraba
todo el rocío tenaz del cielo,
ya con el vacío, como un gato
que nos rodea todo el cuerpo,
con un silencio lleno de luces.

Tener cerca de lo que nos rodea


y cerca de nuestro cuerpo,
la idea fija de que nuestra alma
y su envoltura caben
en un pequeño vacío en la pared
o en un papel de seda raspado con la uña.
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Me voy reduciendo,
soy un punto que desaparece y vuelve
y quepo entero en el tokonoma.
Me hago invisible
y en el reverso recobro mi cuerpo
nadando en una playa,
rodeado de bachilleres con estandartes de nieve,
de matemáticos y de jugadores de pelota
describiendo un helado de mamey.
El vacío es más pequeño que un naipe
y puede ser grande como el cielo,
pero lo podemos hacer con nuestra uña
en el borde de una taza de café
o en el cielo que cae por nuestro hombro.

El principio se une con el tokonoma,


en el vacío se puede esconder un canguro
sin perder su saltante júbilo.
La aparición de una cueva
es misteriosa y va desenrollando su terrible.
Esconderse allí es temblar,
los cuernos de los cazadores resuenan
en el bosque congelado.
Pero el vacío es calmoso,
lo podemos atraer con un hilo
e inaugurarlo en la insignificancia.
Araño en la pared con la uña,
la cal va cayendo
como si fuese un pedazo de la concha
de la tortuga celeste.
¿La aridez en el vacío
es el primer y último camino?
Me duermo, en el tokonoma
evaporo el otro que sigue caminando.

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Revelaciones

Alfonso Gumucio Dagrón


Poeta boliviano

Papel sobre papel porque


el papel, ya se sabe, lo resiste todo
colinas arrugadas de olvido
facturas de pasteles, fracturas de corazón
cartas que envié y leyó con pereza
cartas que escribió con pereza y no envió
notas de amor
con una letra que no es mía
réplicas de despecho
con una letra que es suya
aviso para pagar la basura municipal
corte de luz inminente
factura del agua que no corre
citaciones, invitaciones, premoniciones
torbellinos de papeles
árboles humillados con hacha
en el desorden de la vida
todo se mezcla y me confunde.

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Cómo llenarte, soledad...

Luis Cernuda
Poeta español

Cómo llenarte, soledad,


sino contigo misma...

De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,


quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.

Me perdí luego por la tierra injusta


como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos


con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.

Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona


que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso;
y sobre todo ellos,
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cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.

Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,


oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aun cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tú, verdad solitaria,


transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;


en ti, mi soledad, los amo ahora.

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Formas del amor

Oscar Acosta
Poeta Hondureño

Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel,


tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan,
tu cabellera suave,
tu corazón pequeño.

Oye la campana del día


apagando el luto de la noche
mira la luz que silenciosamente nos cubre,
mira el cielo:
ese jardín sobre tu pecho;
respira el aire quieto
que el ruiseñor anuncia con su lanza,
conduce tu desamor
a un lago sepultado
y háblame con tus labios excelsos.

Llegué a sentir sobre las manos


el agua efímera,
el verano derribando sus torres,
el abismo cerrando sus ventanas,
el fruto abandonado,
el mar abriéndose las venas,
el fuego hundido,
hasta que tú, niña mía,
perfecta virgen repetida,
me entregaste tu rostro.

Veo de cerca la copa


confusa de las aguas,
busco tu claro nombre entre las rosas,
tu dulzura en la esencia de los árboles,
tu vigilia en el beso,
tu olor en los duraznos,
tu luz en el rocío
y me doy cuenta sorprendido
que todo me lo traes, niña mía,
con tu mano sagrada.

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Adiós y amándote también...

Manuel Acuña ¡Ah! nunca en mis delirios


Poeta mexicano creí que fuera eterno
el sol de aquellas horas
Después de que el destino de encanto y frenesí;
me ha hundido en las congojas pero jamás tampoco
del árbol que se muere que el soplo del invierno
crujiendo de dolor, llegara entre tus cantos,
truncando una por una y hallándote tú aquí...
las flores y las hojas
que al beso de los cielos Es fuerza que te alejes...
brotaron de mi amor. rompiéndome en astillas;
ya siento entre mis ramas
Después de que mis ramas crujir el huracán,
se han roto bajo el peso y heladas y temblando
de tanta y tanta nieve mis hojas amarillas
cayendo sin cesar, se arrancan y vacilan
y que mi ardiente savia y vuelan y se van...
se ha helado con el beso
que el ángel del invierno Adiós, paloma blanca
me dio al atravesar. que huyendo de la nieve
te vas a otras regiones
Después... es necesario y dejas tu árbol fiel;
que tú también te alejes mañana que termine
en pos de otras florestas mi vida oscura y breve
y de otro cielo en pos; ya solo tus recuerdos
que te alces de tu nido, palpitarán sobre él.
que te alces y me dejes
sin escuchar mis ruegos Es fuerza que te alejes
y sin decirme adiós. del cántico y del nido
tú sabes bien la historia
Yo estaba solo y triste paloma que te vas...
cuando la noche te hizo El nido es el recuerdo
plegar las blancas alas y el cántico el olvido,
para acogerte a mí, el árbol es el siempre
entonces mi ramaje y el ave es el jamás.
doliente y enfermizo
brotó sus flores todas Adiós mientras que puedes
tan solo para ti. oír bajo este cielo
el último ¡ay! del himno
En ellas te hice el nido cantado por los dos...
risueño en que dormías Te vas y ya levantas
de amor y de ventura el ímpetu y el vuelo,
temblando en su vaivén, te vas y ya me dejas,
y en él te hallaban siempre ¡paloma, adiós, adiós!
las noches y los días
feliz con mi cariño
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Boca a boca

Delmira Agustini
Poeta uruguaya

Copa de vino donde quiero y sueño


beber la muerte con fruición sombría,
surco de fuego donde logra Ensueño
fuertes semillas de melancolía.

Boca que besas a distancia y llamas


en silencio, pastilla de locura,
color de sed y húmeda de llamas...
¡Verja de abismos es tu dentadura!

Sexo de un alma triste de gloriosa;


el placer unges de dolor; tu beso,
puñal de fuego en vaina de embeleso,
me come en sueños como un cáncer rosa...

Joya de sangre y luna, vaso pleno


de rosas de silencio y de armonía,
nectario de su miel y su veneno,
vampiro vuelto mariposa al día.

Tijera ardiente de glaciales lirios,


panal de besos, ánfora viviente
donde brindan delicias y delirios
fresas de aurora en vino de poniente...

Estuche de encendidos terciopelos


en que su voz es fúlgida presea,
alas del verbo amenazando vuelos,
cáliz en donde el corazón flamea.

Pico rojo del buitre del deseo


que hubiste sangre y alma entre mi boca,
de tu largo y sonante picoteo
brotó una llaga como flor de roca.

Inaccesible... Si otra vez mi vida


cruzas, dando a la tierra removida
siembra de oro tu verbo fecundo,
tú curarás la misteriosa herida:
lirio de muerte, cóndor de vida,
¡flor de tu beso que perfuma al mundo!

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Amor lejano

José Albi
Escritor español

Abro, de par en par, el viento, la ventana


y te contemplo, amor, voy contemplando todo lo que fue mío:
los almendros alegres todavía,
y el mar en los almendros, la luz en los almendros,
y más mar todavía allá a lo lejos.
Quizá piense en tu piel,
quizá vaya pasando la mano por la corteza de los pinos,
quizá los años vayan cayendo como las gotas del grifo;
quizá los siglos.
Y quizá todavía te tenga entre los brazos,
como ayer, como siempre.

¿Oyes los montes? Puede que canten.


Puede que se derrumben,
que se acuerden de ti, que te nombren,
que inventen la palabra burbujeantes, nueva, '
como el agua de los neveros despeñándose,
como mi voz en medio de la noche.
-¿Duermes, amor?
No me contesta nadie. Sé que duermes.
Bernia, como un gran perro bajo la luna,
se acurruca a mis pies.
Oigo su palpitar estremecido.
Ifach, allá a lo lejos, se nos hunde en el mar,
golpea las estrellas con su silencio.
Más cerca, las luces chiquitinas, lentas y fieles de Guadalest.
vuelvo a rozar tu sueño
tu piel con luna,
los dos ríos lejanos de tus piernas.
Tú, montaña también, valle dormido,
mar toda tú.
-¿Duermes, amor?
Gotea el grifo, ladra un perro
infinito, remoto como la eternidad.
Voy a ciegas, tanteo las paredes
y los acantilados y los vientos.
Te amé, te estoy amando, te estoy llamando.
Sólo un eco de piedra me contesta:
Aytana, Chortá, Bernia...
La casa está vacía.
El silencio respira aquí, a mi lado.

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Balcón al mar

Odette Alonso
Poeta cubana

Llego a tus costas


como al reverso menos cruel de la moneda
y tengo todo el tiempo para amarte
aunque el amor no sea más que alguna carta
a veces una espera.
Me desvisto en el muelle
me deslumbro
tiendo mi mano para hallar otra respuesta
y allí estás tú
allí vuelvo a encontrarte
toda tu firma voluntad sobre mis huesos.
La Habana
al otro lado
es una mancha
una extensa muchacha de luces en la espalda
siempre llena de veredas y centauros.
Porque no soy igual a los demás es que te amo
cuando la muerte es una rosa de los vientos
un golpe de suerte
una limpia palmada sobre el hombro.
Porque no soy igual a los demás es que te canto
que asciende mi canción buscando un puerto
un balcón frente al mar
donde dejar mi mano
donde dejar toda mi voz a buen recaudo
sobre el reverso menos cruel de la moneda.

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