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De nuevo, en estos días, se han disparado las alertas a raíz del anuncio de derribar una
bella casa en la carrera 57 con calles 79 y 80. Especialistas como el arquitecto Carlos
Bell Lemus han manifestado que una vez más se pone de presente la escasa
importancia que le seguimos prestando a nuestro rico patrimonio. Y ha pedido Bell al
Gobierno Distrital que intervenga en el asunto y frene semejante decisión.
Hay que entender que el patrimonio material es un bastión de la memoria social, una
herramienta para el conocimiento histórico. Y la valoración de estas herencias
materiales nos viene de Europa, donde primero tomaron conciencia del significado de
los patrimonios arquitectónicos.
De modo que es deber nuestro tutelar los bienes culturales. El Gobierno Distrital tiene
que ponerse en guardia e impedir cualquier amago de demolición de nuestro patrimonio
edificado. Es rentable conservarlo para la imagen de la ciudad. Demoler los bienes
culturales significa renunciar a nuestra propia historia. De hecho, ya lo veníamos
haciendo hace algunos años por culpa de unos insensatos.
Uno es el uso de plantillas (stencil), a menudo con un mensaje político, cobra especial
relevancia en París en la segunda mitad de los años 60. Sin embargo, no es hasta
mediados de los años 90, con la aparición de artistas como el norteamericano Shepard
Fairey y su campaña "Obey" (Obey Giant) (Obedece al gigante), ideada a partir de la
imagen del luchador norteamericano Andre The Giant y llevada a cabo mediante el uso
de pósteres y plantillas, cuando las diversas propuestas de este tipo cobran auge en
distintas partes del mundo y son percibidas en su conjunto como parte de un mismo
fenómeno o escena.