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El
Islam
apela
a
la
reflexión
sobre
el
mundo
que
ha
de
saber
leerse,
sobre
la
comunidad
(la
Umma),
y
los
diferentes
aspectos
que
llevan
a
una
configuración
doctrinal
de
las
llamadas
“ciencias
religiosas”
(Derecho
y
Teología)
y
las
“ciencias
auxiliares”
((Gramática
y
Historia).
Los
pensadores
musulmanes
reflexionaron
sobre
el
Corán
y
lo
hicieron
desde
sus
diferentes
puntos
de
vista,
pues
el
Islam
no
es
homogéneo.
Especialmente
desde
las
tres
grandes
formaciones
político-‐.religiosas:
los
suníes
o
seguidores
de
la
“tradición”;
los
šî‘íes
(chíitas),
“partidarios”
de
la
Familia
del
Profete;
y
los
jâriŷíes,
“los
que
se
separaron”
de
los
anteriores
grupos.
Para
poder
entender
la
diversidad
del
mundo
islámico
es
necesario
comprender
los
elementos
culturales
que
el
Islam
asimiló
y
que
le
proporcionaron
una
unidad
de
contenido
y
de
entre
ellos
destaca
el
pensamiento
griego.
Solo
después
de
haber
alcanzado
un
cierto
grado
de
madurez
y
de
haber
entrado
en
contacto
con
el
legado
de
la
antigüedad
griega,
el
pensamiento
islámico
alcanzó
la
forma
de
expresión
filosófica.
Y,
aunque
las
otras
manifestaciones
estén
basadas
en
ideas
filosóficas
o
aunque
adoptaran
métodos
y
doctrinas
propios
de
la
filosofía,
no
todas
ellas
han
de
ser
incluidas
en
el
ámbito
de
la
filosofía
en
el
Islam.
2
El
contacto
del
Islam
con
la
filosofía
griega
dio
lugar
a
tres
grandes
orientaciones
en
el
mundo
islámico:
El
pensamiento
como
Teología
(Kalâm)
fue
visto
por
algunos
autores
como
al-‐Farābī
y
Averroes
como
una
disciplina
probable,
por
lo
que
hubo
una
pugna
entre
los
más
o
menos
racionalistas
de
entre
los
teólogos.
La
comprensión
del
Islam
y
de
su
tradición
llevó
al
desarrollo
de
la
Historia
(Ta’rîj).
La
historia
no
solo
proporcionó
una
salida
al
conocimiento
sino
que
desde
la
segunda
mitad
del
siglo
X,
la
historia
llevó
a
una
reflexión
sobre
las
acciones
humanas,
de
modo
que
contribuyera
a
la
formación
del
gobernante-‐filósofo.
La
tercera
de
las
orientaciones
del
islam
mencionada
apareció
en
el
mundo
islámico,
como
resultado
de
su
contacto
con
el
pensamiento
griego,
es
la
conocida
Falsafa,
que
es
la
transliteración
de
la
palabra
griega
ϕιλοσοϕια.
Supuso
la
continuación,
desde
los
supuestos
islámicos,
del
pensamiento
filosófico
griego
en
el
mundo
árabe
y
también
el
propio
desarrollo
interno
de
evolución
del
pensamiento
islámico.
En
el
Islam
destacó
el
pensamiento
de
Aristóteles,
llamado
el
“sabio”
(al-‐hakîm).
Los
filósofos
en
el
Islam
supieron
adoptar
y
adaptar
la
filosofía
griega
para
encontrar
en
ella
soluciones
a
los
problemas
que
vivieron
y
sobre
los
que
pensaron.
Este
esfuerzo
llevó
a
la
elaboración
de
doctrinas
que
respondían
a
cuestiones
como
la
relación
entre
filosofía
y
revelación,
la
explicación
de
la
Unidad
suprema,
el
Ser
Primero,
la
formación
del
universo
y
las
implicaciones
políticas
de
la
pertenencia
a
la
comunidad
musulmana.
En
torno
a
estas
grandes
cuestiones,
se
articularon
las
doctrinas
fundamentales
de
la
filosofía
en
el
Islam,
expuestas
por
sus
principales
representantes
en
oriente:
al-‐Kindî
(†
ca.
873),
al-‐Farābī
(†
950)
e
Ibn
Sînâ,
más
conocido
por
su
nombre
latinizado
Avicena
(†
1037).
1.
AL-‐FARĀBĪ
(Abu
Nasr
Muhammad
ibin
Muhhammad
ibn
Tarkhan
ibvn
Awzalug
(Uzlug)
al-‐
Farabi)—filósofo,
nació
hacia
el
870-‐875
en
Farab
(Turkestán),
murió
el
950
en
Damasco.
Al-‐Farābī
estudió
lógica
en
Bagdad
bajo
la
dirección
de
los
escolares
cristianos
Yuhanna
ibn
Haylan
(†
910),
y
Abu
Bishr
Matta
(†
940).
El
último
fue
uno
de
los
traductores
al
árabe
de
la
3
obra
de
Aristóteles.
Al-‐Farābī
también
enseñó
gramática
árabe,
astronomía,
música,
medicina
y
ciencias
naturales.
Su
interés
filosófico
se
centró
en
torno
a
la
filosofía
de
Aristóteles
y
por
ello
estudió
su
obra.
Desarrolló
y
sistematizó
el
pensamiento
de
Aristóteles
in
el
contexto
de
la
cultura
árabe.
Debido
a
su
amplia
y
extensa
obra
denominada
la
Segunda
Enseñanza,
fue
llamado
El
Maestro
Segundo
(siendo
Aristóteles
el
primero).
En
942
al-‐Farābī
dejó
Bagdad
y
fue
hacia
Siria
donde
viajó
a
Alepo
y
Damasco.
Probablemente
también
viajó
a
Egipto
entre
el
942
y
948,
regresando
a
Damasco.
Según
las
biografías
medievales,
al-‐Farābī
escribió
más
de
100
obras,
pero
solo
nos
ha
llegado
una
pequeña
parte.
Muchas
de
sus
obras
se
han
rescatado
en
nuevas
ediciones,
por
lo
que
su
filosofía
está
constantemente
abierta
a
nuevas
interpretaciones
y
está
constantemente
revisada.
Muchas
de
sus
obras
son
tratados
de
lógica
y
filosofía
del
lenguaje,
así
como
de
filosofía
política,
de
la
religión,
metafísica,
psicología
y
filosofía
natural.
En
lo
que
respecta
a
los
trabajos
sobre
Física
y
Cosmología,
al-‐Fārābī
escribió
un
comentario
a
la
Física,
otro
a
Sobre
el
cielo
y
el
mundo,
Meteorológicos,
Sobre
el
movimiento
perpetuo
y
La
esencia
del
alma.
Se
suma
un
tratado
de
alquimia
y
astrología
que
se
conoce
con
el
título
Sobre
la
validez
e
invalidez
de
las
inferencias
astrológicas.
En
lo
que
respecta
a
los
trabajos
metafísicos
y
metodológicos,
se
conocen
los
siguientes:
Tratado
de
Metafísica,
La
armonía
entre
las
opiniones
de
Platón
y
Aristóteles,
El
nombre
filosofía,
La
filosofía
y
su
génesis
y
el
Catálogo
de
las
ciencias.
También
dedicó
varios
escritos
a
la
ética
y
la
política.
Algunos
han
considerado
que
al-‐Fārābī
es
el
iniciador
de
la
filosofía
política
islámica.
Los
tratados
relacionados
con
ese
tema
son
La
ciudad
Ideal
u
Opiniones
de
los
habitantes
de
la
ciudad
virtuosa,
Epitome
a
las
Leyes
de
Platón,
Sobre
Política,
El
camino
de
la
felicidad
y
un
comentario
perdido
a
la
Ética
Nicomáquea
de
Aristóteles.
Se
suman
el
libro
Sobre
religión
y
los
Artículos
de
Ciencia
Política.
Como
escribió
el
profesor
Salvador
Gómez
Nogales
“se
le
puede
escoger
sin
duda
ninguna
como
el
símbolo
de
una
auténtica
síntesis.
Verdadera
simbiosis
de
todas
las
tendencias
ideológicas
de
su
medio
ambiente
islámico;
síntesis
entre
el
oriente
y
el
occidente
islámicos,
ya
que
es
uno
de
los
musulmanes
orientales
que
más
influyó
en
Al-‐Andalus,
o
sea,
el
mundo
islámico
occidental;
síntesis
entre
la
cultura
islámica
y
el
cristianismo
occidental
de
la
Edad
Media
(La
política
como
única
ciencias
religiosa
en
al-‐Farābī,
Madrid,
Instituto
hispano-‐árabe,
1980,
p.
1).
2.
AVICENA
(Abū
‘Ali
al-‐Husayn
‘Abd
Allah
ibn
‘Ali
ibn
Sinā,
conocido
en
la
tradición
latina
como
Avicena,
nació
aproximadamente
en
el
año
980,
en
Afshana,
muy
cerca
de
Bujārā,
un
sitio
ubicado
en
Turquestán.
Murió
en
el
año
1037,
en
Hamadán).
4
Se
cuenta
que
desde
muy
pequeño
se
interesó
en
el
estudio
de
la
filosofía,
la
gramática,
la
medicina,
el
derecho,
la
geometría,
la
música
y
la
religión.
Su
padre
trabajaba
en
la
administración
pública
y
falleció
cuando
Avicena
tenía
aproximadamente
veintidós
años.
Entonces
él
fue
el
heredero
de
la
familia.
A
los
dieciocho
años
era
ya
un
experto
en
Medicina
y
ello
le
permitió
convertirse
en
el
médico
del
sultán
de
Bujārā,
quien
le
abrirá
las
puertas
de
su
biblioteca.
Desde
entonces,
se
convertiría
en
un
gran
estudioso.
Sus
habilidades
médicas
fueron
tales,
que
cerca
del
año
1002
compuso
una
obra
dedicada
a
corregir
los
errores
de
los
tratamientos
médicos.
En
sus
orígenes
los
chiítas
fueron
muy
conservadores.
Sin
embargo,
en
el
siglo
X
se
difundió
rápidamente
la
creencia
en
que
las
verdades
reveladas
debían
comprenderse
y
defenderse
a
través
de
la
kalām
o
teología.
Este
saber
echaba
mano
de
una
rama
de
la
ciencia
lógica
de
los
griegos,
a
saber,
la
dialéctica.
El
padre
de
Avicena
solía
discutir
con
algunos
amigos
chiítas,
específicamente
de
la
rama
ismailí.
Las
temáticas
que
abordaban,
serían
también
de
sumo
interés
para
Avicena,
especialmente
las
naturalezas
del
alma
y
del
intelecto.
Avicena
será
un
personaje
indispensable
para
comprender
las
relaciones
entre
fe
y
razón
en
el
seno
del
chiísmo.
También
será
un
referente
para
comprender
cómo
fue
que
el
chiísmo
asumió
diversas
teorías
neoplatónicas.
Avicena
recibió
una
buena
formación
religiosa.
Después
aprendió
filosofía
bajo
la
tutoría
del
maestro
Nātilī,
con
quien
estudió
por
primera
vez
la
Isagogē
de
Porfirio.
Posteriormente,
estudiaría
el
corpus
aristotélico
y
a
varios
de
sus
comentadores.
Se
cuenta
que
su
pasión
por
la
filosofía
fue
tal,
que
se
dedicaba
día
y
noche
a
la
minuciosa
revisión
de
los
argumentos
que
encontraba
en
los
libros.
Según
sus
biógrafos,
reducía
cada
argumento
a
sus
premisas
constitutivas
con
la
finalidad
de
corregir
los
silogismos
y
someter
sus
conclusiones
a
prueba.
Avicena
fue
un
viajero.
Hasta
el
año
1012
vivió
en
Gurgānŷ
y,
más
tarde,
se
trasladó
constantemente
a
distintas
ciudades:
en
Ŷūrŷan
compuso
el
libro
primero
de
sus
Cánones
de
Medicina
y
conoció
a
su
amigo,
discípulo
y,
además,
biógrafo,
al-‐Ŷūzŷānī;
hacia
1014;
en
la
ciudad
de
Rayy,
cura
la
melancolía
del
emir
Maŷd
al-‐Dawla,
quien
se
convierte
en
su
protector
5
y
amigo;
al
morir
Maŷd
al-‐Dawla,
se
traslada
a
Qazwīn,
donde
es
nombrado
visir,
pero
sus
enemigos
lo
capturarán
y
encarcelarán.
Avicena
redactó
varias
obras.
Uno
de
los
estudiosos
más
reconocidos
de
su
filosofía,
Badawi,
ha
reunido
cerca
de
doscientas
setenta
y
cinco
que
podrían
atribuírsele.
Entre
éstas
se
incluyen
trabajos
relacionados
con
la
ciencia
médica,
con
la
religión,
la
filosofía
y
hasta
con
la
angelología
y
la
mística.
Aquí
solamente
se
enunciarán
algunas
obras
cuya
autoría
se
conoce
con
toda
seguridad.
En
primer
lugar,
habría
que
mencionar
su
principal
obra
médica
titulada
Libro
del
Canon
de
Medicina.
Este
trabajo
se
estudió
detalladamente
en
la
Edad
Media.
De
hecho,
la
traducción
elaborada
por
Gerardo
de
Cremona
sería
el
texto
base
en
las
Escuelas
de
Medicina
durante
el
siglo
XIII.
Junto
al
Canon,
ocupa
un
lugar
igualmente
relevante
su
monumental
obra
filosófica
titulada
Libro
de
la
curación
(Kitāb
al-‐Shifā),
un
verdadero
compendio
filosófico
que
abarca
la
ciencia
física,
la
metafísica
y
la
lógica,
y
cuyas
versiones
latinas
fueron
muy
aprovechables
gracias
al
interés
de
personajes
como
Domingo
Gundisalvo,
Miguel
Escoto
y
Juan
Hispano.
Hay
quienes
han
leído
a
Avicena
como
si
fuese
un
autor
religioso,
un
místico
más
que
un
filósofo.
La
razón
es
que
obras
como
el
Libro
de
las
orientaciones
y
advertencias,
la
Epístola
del
pájaro
o
el
Relato
de
Salāmān
y
Absāl,
están
escritas
con
un
estilo
metafórico
que
fácilmente
hace
pensar
en
lecturas
espirituales.
Sin
embargo,
una
buena
parte
de
los
especialistas
en
su
filosofía
coinciden
en
que
Avicena
está
presentando
su
filosofía
con
un
lenguaje
distinto.
En
su
obra
filosófica
utiliza
un
lenguaje
literal
y,
en
otros
escritos,
se
toma
la
libertad
de
expresarse
con
un
lenguaje
simbólico
o
metafórico
aunque
en
ambos
casos
está
hablando
de
lo
mismo.
3.
El
conjunto
de
la
obra
de
al-‐Fārābī
intenta
rehabilitar
el
estudio
de
la
filosofía
tal
como
ella
es
practicada
por
la
escuela
neoaristotélica,
según
Alejandro.
Él
se
proclama
heredero
de
esta
tradición.
Las
referencias
hechas
a
los
filósofos
musulmanes
que
lo
han
precedido
no
son
muy
numerosas
–aunque
algunos
estudios
han
señalado
la
afinidad
de
su
pensamiento
a
diversos
grupos
chíitas–
mostrando
así
su
voluntad
de
crear
un
nuevo
corpus
filosófico
y
de
iniciar
una
nueva
tradición.
Su
gesto
es
muy
innovador.
Al-‐Fārābī
se
cuida
mucho
de
mostrar
una
referencia
directa
y
predefinida,
pero
analizando
sus
obras
podemos
considerar
que
su
obra
se
divide
en
tres
partes
esenciales.
En
primer
lugar
podemos
ver
sus
Prolegómenos
ya
que
está
constituida
de
obras
introductorias,
de
la
lógica
o
de
la
filosofía
de
Platón.
En
una
segunda
parte
de
su
obra
podemos
situar
los
comentarios
más
profundos
de
los
textos
aristotélicos,
especialmente
la
Ética
a
Nicómaco.
Existe
en
fin
un
tercer
grupo
de
textos
que
expresan
más
su
propia
filosofía.
El
objetivo
de
al-‐Fārābī
es
así
inscribirse
en
una
larga
tradición
de
pensamiento
que
comienza
con
Platón
y
sigue
con
Aristóteles,
adaptando
esta
tradición
al
contexto
islámico
y
a
su
propio
genio
filosófico.
Lo
que
Aristóteles
atribuye
al
movimiento
al-‐Fārābī
lo
atribuye
al
ser
y
al
entendimiento.
Así,
la
causa
primera
es
indisociable
a
un
Primer
Motor,
que
según
al-‐Fārābī
es
Dios.
Por
otra
parte,
lo
que
al-‐Fārābī
llama
“intelecto
agente”
gobierna
el
mundo
de
la
generación
y
de
la
corrupción,
6
es
decir,
los
cuatro
elementos
(fuego,
tierra,
agua,
aire),
los
minerales,
y
los
seres
vivos.
Esto
es
un
elemento
crucial
que
tendrá
importantes
consecuencias
sobre
su
filosofía.
En
fin,
la
teología
negativa
de
al-‐Fārābī
nos
muestra
que
el
Primer
Motor
no
puede
ser
conocido
por
el
pensamiento
dialéctico,
y
no
es
pues
accesible
al
intelecto
humano.
Utiliza
la
aproximación,
clásica
tras
Aristóteles,
de
la
definición,
que
proporciona
el
género
próximo
de
un
objeto
y
su
diferencia
específica.
De
este
modo,
por
poner
un
ejemplo,
el
hombre
es
un
animal
(género)
dotado
de
razón
(diferencia).
Al-‐Fārābī
intenta
mostrar
que
esta
forma
de
proceder
no
nos
es
útil
cuando
viene
el
momento
de
pensar
el
Primer
motor.
La
concepción
que
al-‐Fārābī
tiene
del
alma
es
el
resultado
de
un
encuentro
entre
la
herencia
aristotélica
y
los
comentarios
islámicos
que
le
han
precedido.
Considera
que
el
alma
humana
está
constituida
de
un
cierto
número
de
facultades:
el
apetito
(el
deseo
o
la
aversión
por
un
objeto
de
los
sentidos),
los
sentidos
(percepción
de
las
sustancias
corporales),
la
imaginación
(retención,
percepción
y
combinación
de
imágenes
sensibles),
la
razón.
A
partir
de
estos
hechos,
al-‐Fārābī
se
plantea
la
perfección
humana.
Considera
que
los
seres
humanos
tienen
la
capacidad
de
conocer
la
estructura
del
universo
así
como
los
principios
que
informan
su
estructura.
Para
al-‐Fārābī
el
intelecto
humano
es
indisociable
de
la
materia
corporal,
y,
en
esa
medida
solo
representa
un
estado
cognitivo
elemental.
La
perfección
podrá
realizarse
gracias
a
la
acción
del
intelecto
agente
permitiendo
pensar
a
los
hombres.
4.
Al-‐Farābī
se
convirtió
en
el
gran
maestro
de
la
lógica
entre
los
árabes.
Al-‐Fārābī
comentó
casi
todo
el
Órganon
aristotélico.
Al
igual
que
el
lenguaje
y
la
matemática,
la
lógica
debe
preceder
a
la
filosofía.
En
el
capítulo
segundo
del
Catálogo
de
las
ciencias
se
encuentra
la
explicación
más
concisa
de
lo
que
entiende
por
lógica.
Explica
que
el
arte
de
la
lógica
enseña
los
cánones
necesarios
para
rectificar
el
entendimiento,
guiarlo
directamente
en
el
camino
del
acierto
y
darle
la
seguridad
de
la
verdad
en
todos
los
conocimientos
racionales
en
que
cabe
que
yerre.
La
lógica
nos
enseña,
además,
las
reglas
que
permiten
el
razonamiento
verdadero
y
nos
previene
del
error
y
del
sofisma.
Por
lo
tanto,
la
lógica
nos
ayuda
a
conocer
el
instrumento
de
trabajo,
que
es
la
inteligencia,
y
a
distinguir
lo
verdadero
de
lo
falso.
Lo
que
la
gramática
es
al
lenguaje
es
la
lógica
al
pensamiento.
Ambas
ofrecen
reglas,
pero
hay
una
diferencia
radical
entre
ellas,
la
generalidad.
Mientras
que
la
gramática
establece
las
reglas
de
un
pueblo
determinada,
la
lógica
se
encarga
de
un
lenguaje
común
a
todos
los
pueblos,
es
decir,
el
lenguaje
de
las
ideas.
Insistimos
en
esta
unidad
de
la
idea
y
del
funcionamiento
del
pensar
humano,
pues
este
será
uno
de
los
sentidos
que
hay
que
dar
después
a
la
unidad
del
entendimiento
humano
de
la
que
hablan
los
filósofos
árabes,
y
muy
especialmente
Averroes.
7
La
lógica
es,
entonces,
sumamente
necesaria
ya
que,
según
al-‐Fārābī,
“es
preciso
que
conozcamos
de
antemano
todas
las
cosas
que
nos
pueden
conducir
a
error
o
a
equívoco,
a
fin
de
precavernos
contra
ellas
en
nuestro
camino.
Sólo
entonces
podremos
estar
seguros
(respecto
de
la
materia
que
queríamos
investigar)
de
que
hemos
tropezado
con
la
verdad
y
de
que
no
nos
hemos
equivocado.
Y
así,
cuando
nos
ocurrieren
dudas
respecto
de
una
cosa
que
hayamos
averiguado
y
nos
asalte
la
sospecha
de
que
en
su
averiguación
hemos
descuidado
algo
esencial,
inmediatamente
podremos
someter
nuestra
averiguación
a
crítica,
y
si
en
ella
hubo
efectivamente
algún
error,
nos
daremos
cuenta
de
él
y
corregiremos
con
facilidad
el
mal
paso
que
hubiéramos
dado”
[al-‐Fārābī,
Catálogo
de
las
Ciencias,
1953,
vol.
II,
p.
16].
La
lógica
consta
de
ocho
partes
que
se
encuentran
en
cada
uno
de
los
libros
que
integran
los
tratados
de
lógica
de
Aristóteles.
De
este
modo,
al-‐Fārābī
explica
que,
en
primer
lugar,
las
Categorías
es
un
tratado
que
se
ocupa
de
las
relaciones
entre
las
ideas
y
las
palabras.
En
segundo
lugar,
el
libro
Sobre
la
interpretación
trata
sobre
las
elocuciones
simples.
En
tercer
lugar,
en
los
Analíticos
Primeros,
conocido
en
árabe
como
el
Libro
del
silogismo
se
explican
las
clases
de
silogismo
y
cómo
se
utilizan
en
las
cinco
artes
lógicas
o
argumentativas
que
existen.
Estos
tres
tratados
son
preparatorios
para
comprender,
precisamente,
las
cinco
artes
lógicas
que
se
exponen
en
los
otros
cinco
libros:
Analíticos
Posteriores
o
Libro
de
la
demostración
se
encarga
de
explicar
el
silogismo
demostrativo,
Tópicos
o
Libro
de
los
lugares
dialécticos
se
hace
cargo
del
silogismo
dialéctico,
Refutaciones
Sofísticas
trata
de
los
silogismos
que
intentan
falsear
la
verdad,
la
Retórica
de
los
silogismos
utilizados
para
persuadir
y,
finalmente,
la
Poética
somete
a
examen
las
elocuciones
poéticas
para
que
resulten
lo
más
bellas
posibles.
5.
Al-‐Farābī
fue
el
verdadero
fundador
de
la
filosofía
política
entre
los
árabes.
El
objetivo
y
sentido
de
la
política
es
la
formación
ciudadana
del
individuo
en
la
comunidad
musulmana
para
constituir
el
estado
ideal,
en
el
que
todos
los
miembros
y,
sobre
todo
sus
jefes,
están
unidos
a
Dios
a
través
del
entendimiento
agente
o
intelecto
de
la
luna,
del
cual
fluye
todo
conocimiento.
En
el
Libro
de
la
Política,
al-‐Fārābī
retoma
el
planteamiento
cosmológico
y
enuncia
los
seis
principios
que
componen
el
universo:
la
Causa
Primera,
las
causas
segundas,
el
intelecto
agente,
el
alma,
la
forma
y
la
materia.
La
Causa
Primera
es
Dios
—causa
próxima
de
la
existencia,
de
las
causas
segundas
y
del
intelecto
agente.
Las
causas
segundas
son
la
causa
de
la
existencia
de
los
cuerpos
celestes.
El
papel
del
intelecto
agente
es
indispensable
para
comprender
la
continuidad
entre
cosmología
y
filosofía
práctica:
“La
función
propia
del
intelecto
agente
es
ocuparse
del
animal
racional
y
procurar
que
alcance
el
más
elevado
grado
de
perfección
que
le
cabe
lograr
al
hombre:
la
felicidad
suprema”
[al-‐Fārābī,
Obras
Filosófico-‐
Políticas,
1992,
p.
7].
El
único
jefe
ideal
es
el
profeta,
distinto
del
filósofo
solo
por
la
modalidad
de
su
conocimiento,
pues
este
solo
adquiere
la
verdad
revelada
con
esfuerzo
y
tras
largo
tiempo.
Tan
solo
en
la
ciudad
ideal
o
del
bien
puede
realizarse
la
auténtica
perfección
y
el
verdadero
destino
del
hombre,
su
verdadera
felicidad,
solo
posible
en
la
unión
con
el
entendimiento
agente.
Pero
esta
felicidad
no
se
consigue
por
la
vía
del
mero
conocimiento,
sino
también
por
la
vía
de
la
voluntad
y
del
amor
de
los
demás
hombres
y
también
del
ser
primero.
La
obligación
principal
del
gobernante
es,
por
consiguiente,
la
conducción
hacia
la
felicidad.
Ello
supone
que
debe
conocer
a
la
perfección
el
bien
y
el
mal,
lo
útil,
lo
conveniente
y
cualquier
otra
cosa
que
sea
un
medio
para
alcanzar
la
felicidad.
Su
interés
primordial
es
la
acción
humana
vista
a
través
de
los
primeros
principios.
La
propuesta
de
al-‐Fārābī
es
semejante
a
la
aristotélica:
sólo
la
filosofía
puede
acercarnos
a
la
felicidad
porque
es
la
disciplina
que
nos
permite
comprender
el
vínculo
entre
lo
especulativo
y
lo
práctico.
Aunque
la
filosofía
es
eminentemente
especulativa,
un
filósofo
no
puede
desentenderse
de
la
vida
práctica;
por
tanto,
la
Ciencia
Política
toma
un
papel
primordial.
La
felicidad
es
el
objeto
primario
de
la
Ciencia
Política.
Se
ocupa
de
las
acciones,
los
modos
de
vivir
y
las
cualidades
morales,
los
hábitos
y
las
costumbres,
y
del
conocimiento
de
todas
aquellas
cosas
que
permitan
alcanzar
la
felicidad
mediante
la
asociación
política.
Al
igual
que
Aristóteles,
al-‐Fārābī
considera
que
no
puede
alcanzarse
la
felicidad
al
margen
de
la
vida
social.
Para
ser
una
ciudad
excelente,
cada
habitante
deberá
colaborar
en
aquello
que
contribuya
a
conseguir
la
felicidad
verdadera,
haciendo
uso
de
su
libertad
y
su
voluntad.
6.
El
análisis
filosófico
de
Dios
y
del
mundo
de
al-‐
Farābī
y
Avicena
enfurecería
a
los
teólogos
musulmanes
y
también
a
los
cristianos.
Ambos
pensadores
conjugaron
dos
teorías
para
explicar
el
universo:
la
teoría
aristotélica
de
la
causalidad
y
la
doctrina
neoplatónica
de
la
derivación
emanentista
de
todo
lo
existente
a
partir
de
un
primer
grado
supremo
de
realidad.
Su
concepto
de
creación
resultante
fue
el
de
una
creación
necesaria
y
eterna.
Al-‐
Farābī
y
Avicena
asumieron
plenamente
la
noción
aristotélica
de
Dios
y
partieron
de
ella,
pero
no
vieron
en
Dios
únicamente
el
principio
del
movimiento
del
universo,
sino
también
el
principio
del
ser,
el
creador
del
mundo.
En
Aristóteles,
de
Dios
“penden
el
universo
y
la
naturaleza”
(Metafísica,
XII,
7,
1074
b14),
ero
Dios
no
crea,
ya
que
la
materia
es
eterna,
ni
9
tampoco
organiza
o
dirige
el
cosmos.
Los
dos
pensadores
orientales
aceptaron
la
coeternidad
del
Primer
Motor
inmóvil
con
la
materia,
pero
se
vieron
obligados
a
armonizar
la
doctrina
de
la
eternidad
del
ser
y
del
mundo
con
la
doctrina
coránica
de
la
radical
contingencia
del
mundo.
De
ahí
que
en
su
intento
de
conciliar
ambas
posiciones,
la
filosofía
de
la
necesidad
y
eternidad
del
mundo
con
la
religiosa
de
la
creación
de
todo
ser
por
Dios,
recurriesen
a
la
teoría
plotiniana
de
la
emanación
y
contemplasen
a
Dios
como
el
creador
del
universo
de
quien
el
mundo
emana
eternamente.
Hablar
de
creación
es,
por
lo
tanto,
hablar
de
emanación.
El
Dios
del
que
parten
al-‐Farābī
y
Avicena
es
un
ser
único;
un
ser
superior
a
todos
los
demás,
indivisible,
e
inmaterial,
unidad
absoluta
que
no
admite
contrarios.
La
pluralidad
de
los
seres
no
pone
en
juego
la
unicidad
divina.
Dios,
pensándose
a
sí
mismo,
engendra
una
inteligencia;
un
solo
intelecto
en
virtud
del
principio
neoplatónico
de
que
de
la
unidad
solo
puede
proceder
un
único
ser.
AL
ser
producido
necesariamente,
este
ser
es
necesario
por
otro
y,
por
comenzar
a
ser,
su
esencia
es
solo
posible.
La
naturaleza
de
esta
primera
inteligencia
es
intelectual,
por
proceder
de
un
ser
que
es
intelecto,
inteligente
y
objeto
de
intelección.
Al
tener
capacidad
de
pensar
es
también
creadora,
pero
el
efecto
que
en
su
causar
produce
ya
no
es
único,
sino
múltiple,
dado
que
lo
es
su
conocimiento:
al
conocerse
a
sí
mismo
como
necesario
por
otro
engendra
el
alma
de
la
primera
esfera;
al
conocerse
como
posible
en
su
esencia
surge
el
cuerpo
de
la
primera
esfera
y
al
conocer
a
Dios,
ser
del
que
procede,
genera
una
segunda
inteligencia.
A
partir
de
este
intelecto
se
repite
el
proceso,
originándose
así
por
derivaciones
sucesivas
las
nueve
esferas
celestes
–esfera
extrema,
esfera
de
las
estrellas
fijas,
Saturno,
Júpiter,
Marte,
Sol,
Venus,
Mercurio
y
Luna–
y
las
demás
inteligencias
separadas
hasta
llegar
a
la
décima
inteligencia,
la
inteligencia
de
la
luna.
Esta
última
inteligencia,
el
entendimiento
agente,
también
llamado
“dador
de
formas”
rige
el
mundo
sublunar,
además
de
actualizar
el
conocimiento
humano
haciéndolo
pasar
de
la
potencia
al
acto.
También
ella
es
inmaterial
y
se
conoce
a
sí
mismas
y
conoce
al
ser
primero.
Con
ella
cesan
los
seres
que
para
existir
no
necesitan
materia.
Se
trata
del
mundo
de
la
generación
y
corrupción
donde
todos
los
seres
constan
de
materia
y
forma.
Esta
es,
en
líneas
generales,
la
manera
en
que
se
suceden
todos
los
seres
a
partir
del
ser
primero.
Se
trata
de
una
sucesión
ordenada
en
la
que
cada
uno
de
los
seres
adquiere
rango
ontológico
en
virtud
de
su
naturaleza.
La
causa
primera,
las
causas
segundas
y
el
intelecto
10
agente
no
son
cuerpos
ni
están
unidos
a
cuerpos;
el
cuerpo
celeste,
el
hombre,
el
animal
irracional,
el
vegetal,
el
mineral
y
los
cuatro
elementos
sí.
La
distinción
entre
ser
necesario
y
ser
posible
fue,
sin
duda,
la
nota
más
característica
de
la
metafísica
de
al-‐Farābī
y
después
de
la
de
Avicena.
Ambos
pensadores
identificaron
al
ser
necesario
con
Dios
y
asignaron
a
los
seres
del
mundo
la
categoría
de
seres
posibles:
al-‐Farābī
a
los
seres
del
mundo
sublunar
y
Avicena
a
la
totalidad
de
los
seres.
El
análisis
de
la
necesidad
y
contingencia
llevado
a
cabo
por
al-‐Farābī
y
Avicena
se
complica
por
el
hecho
de
que
amos
distinguieron
dos
tipos
de
necesidad:
la
del
ser
que
posee
en
sí
mismo
la
razón
de
su
existencia
y
la
de
aquel
que
se
la
deba
a
algo
distinto
de
él.
La
causa
de
que
el
ser
posible
exista
y
una
vez
existente
sea
necesario
solo
puede
estar
en
el
ser
necesario
pos
sí
mismo,
único
ser
incausado.
Si
suprimiéramos
este
y
admitiéramos
a
un
tiempo
que
todo
lo
contingente
puede
existir
única
y
exclusivamente
si
una
causa
exterior
a
ellos
les
concede
la
existencia
actualizándolos,
nos
veríamos
obligados
a
suponer
una
cadena
infinita
de
causas
o
motores,
algo
que
rechazaron
en
su
totalidad
los
pensadores
musulmanes.
Esta
relación
causal
entre
Dios,
causa
primera
y
los
seres
posibles,
la
totalidad
de
lo
creado,
confiere
al
universo
un
carácter
eterno
y
necesario.
Necesidad
y
contingencia
no
son,
por
lo
tanto,
conceptos
contradictorios
en
un
sistema
como
el
de
al-‐Farābī
y
Avicena.
Una
entidad
considerada
en
su
esencia
es
posible,
pero
considerada
en
relación
a
su
causa
es
necesaria.
Al-‐Farābī
y
Avicena
modificaron
la
metafísica
aristotélica.
En
su
opinión,
Dios
es
el
origen
del
ser,
además
de
ser
principio
del
movimiento.
Ello
les
condujo
a
valorar
la
causa
eficiente
de
manera
muy
distinta
a
como
lo
hizo
Aristóteles.
Aunque
eterna,
la
materia
era
engendrada,
creada
por
Dios.
Se
trataba,
por
lo
tanto,
del
cambio
del
no-‐ser
al
ser,
o
lo
que
es
lo
mismo,
del
ser
posible
al
ser
existente,
y
no
como
en
el
caso
de
Aristóteles,
de
la
educación
de
la
forma
en
una
materia
preexistente.
Por
todo
lo
dicho,
es
obvio
que
la
vía
de
acceso
a
Dios
utilizada
por
Aristóteles
y
sus
comentadores
no
podía
satisfacer
a
al-‐Farābī
y
Avicena.
Para
ellos,
Dios
no
era
solo
quien
11
ponía
en
marcha
el
universo,
sino
su
autor,
el
dador
de
su
existencia.
Por
eso
juzgaron
imposible
que
la
física
pudiese
conducir
a
un
Dios
creador,
tal
y
como
nos
lo
presenta
la
revelación
coránica.
De
hecho
no
partieron
del
tiempo
y
del
movimiento
para
demostrar
la
existencia
de
Dios,
sino
de
lo
necesario
y
contingente,
esto
es,
de
una
división
del
ser
en
posible
y
necesario.
Ambos
convienen
en
mantener
que
el
ser
que
está
al
final
de
una
serie
de
causas
intermedias
tiene
que
tener
una
naturaleza
distinta
a
la
de
las
causas
contingentes,
es
decir,
tiene
que
ser
necesario
y
no
presuponer
ninguna
causa
anterior,
ni
material,
ni
formal,
ni
eficiente,
ni
final.
En
esto
se
conforman
a
lo
establecido
por
Aristóteles,
pero
se
distancian
del
Filósofo
al
considerar
que
no
es
una
vía
física,
sino
metafísica,
la
única
que
puede
dar
razón
de
la
existencia
de
Dios.
En
Aristóteles
la
forma
es
intrínseca
a
la
materia.
Pero
en
estos
filósofos,
la
materia
no
posee
en
sí
misma
las
formas,
sino
que
precisa
de
un
agente
que
le
dé
la
forma
desde
fuera.
La
información
o
actualización
de
la
materia
corre
a
cargo
del
entendimiento
agente,
el
“dador
de
las
formas”.
De
ahí
que
mientras
en
Aristóteles
la
acción
de
la
causa
se
limita
a
educir
una
forma
de
la
materia
para
formar
el
compuesto
de
materia
y
forma,
en
al-‐Farābī
y
Avicena
el
agente
opera
la
forma
en
la
materia
y
no
de
la
materia.
Es
una
posición
que
criticará
con
dureza
Averroes
en
su
intento
de
restaurar
la
verdadera
concepción
aristotélica
del
cambio.
Bibliografía
Para
Estudiar
Texto
1.
–
“II.
La
filosofía
en
el
Mundo
Islámico.
II.I.
La
Elaboración
del
pensamiento
islámico.
II.
La
Falsafa.
Los
filósofos
orientales”,
en
Rafael
Ramón
Guerrero,
Historia
de
la
Filosofía
Medieval,
Madrid,
Akal,
1996,
pp.
49-‐65.
2. Al-‐Farābī y Avicena
Texto
3
–
“5.
Al-‐Farabi”,
en
Rafael
Ramón
Guerrero,
Filosofías
árabe
y
judía,
Madrid,
Ed.
Síntesis,
2001,
pp.
107-‐136.
Texto
4
–
“6.
Avicena”,
en
Rafael
Ramón
Guerrero,
Filosofías
árabe
y
judía,
Madrid,
Ed.
Síntesis,
2001,
pp.
137-‐166.
Texto
5
–
Andrés
Martínez
Lorca
“Al-‐Farabi:
la
lógica
como
método
del
razonamiento
demostrativo”.
Texto
6.
–
“Capítulo
6.
Al-‐Farābī
(siglos
IX-‐X)”,
en
Miguel
Cruz
Hernández,
Historia
del
pensamiento
en
el
mundo
islámico,
Madrid,
Alianza
Editorial,
1996.
Tomo
I,
pp.
175-‐210.
Para
ampliar
los
textos
anteriores.
12
Texto
7.
–
“Capítulo
7.
Ibn
Sīnā
(Avicena,
siglos
X-‐XI)”,
en
Miguel
Cruz
Hernández,
Historia
del
pensamiento
en
el
mundo
islámico,
Madrid,
Alianza
Editorial,
1996.
Tomo
I,
pp.
(pp.
211-‐262).
Para
ampliar
los
textos
anteriores.
Para profundizar
⎯ Obras
Filosófico-‐Políticas
(Libro
de
la
Política,
Libro
de
la
Religión
y
Artículos
de
la
ciencia
política),
versión
bilingüe
de
R.
Ramón
Guerrero,
Madrid,
Debate-‐CSIC,
1992.
⎯ La
Ciudad
Ideal,
trad.
de
M.
Alonso,
Madrid,
Tecnos,
1995.
⎯ El
camino
de
la
felicidad,
trad.
de
R.
Ramón
Guerrero,
Madrid,
Trotta,
2002.
3.1. Libros:
⎯ S.
Gomez
Nogales,
La
política
como
única
ciencia
religiosa
en
al-‐Fārābī,
Madrid
Instituto
Hispano-‐Árabe
de
Cultura,
1980.
⎯ R.
Ramón
Guerrero,
Avicena
(ca.
980-‐1037),
Madrid,
Ediciones
del
Orto,
1994.
Al-‐Fārābī
⎯ Luis
Xavier
López
Farjeat,
“El
“lenguaje”
de
los
animales
no
humanos
en
el
comentario
de
al-‐Fārābī
a
De
Interpretatione
de
Aristóteles”,
Dianoia:
anuario
de
Filosofía,
61
(2016),
39-‐
52
(AF1).
⎯ Nicolás
Moreira
Alaniz,
“El
innatismo
de
las
cogniciones
primarias
y
la
adquisición
del
conocimiento
en
Taḥsīl
al-‐Sa’āda
de
al-‐Fārābī”,
en
Revista
española
de
filosofía
medieval,
22
(2015),
137-‐145
(AF2).
⎯ Rafael
Ramón
Guerrero,
“Al-‐Farabi
y
Maimonides”,
en
Anales
del
seminario
de
historia
de
la
filosofía,
7
(1989),
43-‐52
(AF3).
⎯ Rafael
Ramón
Guerrero,
“Al-‐Farabi:
el
concepto
del
ser”,
en
Revista
de
filosofía,
11
(1994),
27-‐50
(AF4).
⎯ Rafael
Ramón
Guerrero,
“El
intelecto
agente
en
Al-‐Farabi”,
en
Revista
española
de
filosofía
medieval,
9
(2002),
19-‐32
(AF5).
⎯ Rafael
Ramón
Guerrero,
“Apuntes
biográficos
de
al-‐Farabi
según
sus
vidas
árabes”,
en
Anaquel
de
estudios
árabes,
14
(2003),
231-‐238
(AF6).
⎯ Rafael
Ramón
Guerrero,
“De
nuevo
sobre
Al-‐Fârâbî
y
Maimónides:
nota
sobre
los
"Ocho
capítulos"
o
Ética
de
Maimónides”,
en
Revista
española
de
filosofía
medieval,
12
(2005),
43-‐48
(AF7).
13
Avicena
⎯ Miguel
Cruz
Hernández,
“El
problema
de
la
"auténtica"
filosofía
de
Avicena
y
su
idea
del
«destino
del
hombre»”,
en
Revista
de
filosofía,
8
(1992),
235-‐256
(Av1).
⎯ Miguel
Cruz
Hernández,
“La
obra
escrita
de
Avicena
y
las
constantes
y
diferencias
en
su
pensamiento”,
en
Anaquel
de
estudios
árabes,
11
(2000),
191-‐224
(Av2).
⎯ Miguel
Cruz
Hernández,
“El
entendimiento
agente
en
Avicena”,
en
Revista
española
de
filosofía
medieval,
9
(2002),
11-‐18
(Av3).
⎯ Alfonso
García
Marqués,
“La
polémica
sobre
el
ser
en
el
Avicena
y
Averroes
latinos”,
en
Anuario
filosófico,
20
(1987),
73-‐104
(Av4).
⎯ Joan
D.A.
Juanola,
“Inteligencia
animal
y
vis
aestimativa
en
Avicena
y
Tomás
de
Aquino”,
en
Espíritu
64
(2015),
341-‐362
(Av5).
⎯ Antonio
Pérez-‐Estévez,
“La
materia
en
Avicena
(IBN
SINA)
(980-‐1037)”,
en
Revista
de
filosofía,
29
(1998),
55-‐76
(Av6).
⎯ Rafael
Ramón
Guerrero,
“Metafísica
y
profecía
en
Avicena”,
en
Anales
del
seminario
de
historia
de
la
filosofía,
8
(1990-‐1991),
87-‐112
(Av7).
⎯ Rafael
Ramón
Guerrero,
“Avicena:
sobre
el
amor”,
en
Anales
del
seminario
de
historia
de
la
filosofía,
25
(2008),
243-‐260
(Av8).
⎯ Josep
Ignasi
Saranyana
Closa,
“Posibilidad
y
necesidad
de
Avicena”,
en
Anales
del
seminario
de
historia
de
la
filosofía,
5
(1985),
239-‐248
(Av9).
⎯ Josep
Ignasi
Saranyana
Closa,
“De
la
teología
a
la
mística
pasando
por
la
filosofía:
sobre
el
itinerario
intelectual
de
Avicena”,
en
Anuario
filosófico,
21
(1988),
85-‐96
(Av10).
⎯ Carlos
A.
Segovia,
“Avicena
en
Oriente”,
en
Revista
de
filosofía,
20
(1998),
285-‐300
(Av11).
Algunos
textos
1.
Opúsculo
Kitáb
Isâguyí
ay
al-‐madjál
Traducción
de
Rafael
Ramón
Guerrero.
El
texto
en
pdf
en
el
archivo
Lectura_1
(“Al-‐Fârâbî
lógico:
Su
exposición
de
la
«Isagogé»
de
Porfirio”,
en
Revista
de
Filosofía
3ª
época.
III/4
(1990),
45-‐67).
14
4.
Alfarabi
·
Catálogo
de
las
ciencias
Artículo II
Ahora,
pues,
hablaremos
en
resumen
de
lo
que
la
lógica
es;
después
de
su
utilidad;
después
de
los
objetos
que
trata;
luego
del
significado
de
su
título;
después
enumeraremos
sus
partes
y
lo
que
cada
una
contiene.
Este
arte
es
análogo
al
arte
de
la
gramática,
pues
entre
el
arte
de
la
lógica
y
el
entendimiento
y
los
inteligibles
existe
la
misma
relación
que
entre
el
arte
de
la
gramática
y
la
lengua
y
las
palabras:
todas
las
leyes
que
la
ciencia
de
la
gramática
nos
da
respecto
de
las
palabras,
son
análogas
a
las
que
la
ciencia
de
la
lógica
nos
da
respecto
de
las
ideas.
Es
también
análogo
a
la
ciencia
de
la
prosodia,
pues
la
lógica
hace,
respecto
de
las
ideas,
lo
que
la
prosodia
respecto
de
las
medidas
del
verso.
De
modo
que
todas
las
reglas
que
la
prosodia
nos
da
para
la
métrica,
tienen
sus
similares
en
las
que
la
lógica
nos
da
acerca
de
los
inteligibles.
Es
más:
los
cánones
de
la
lógica,
que
son
los
instrumentos
con
los
cuales
se
aquilata
el
valor
de
aquellos
conocimientos
intelectuales
en
los
que
no
cabe
fiar
que
el
entendimiento
no
haya
errado
o
no
haya
[15]
alcanzado
imperfectamente
la
verdad,
se
asemejan
a
las
medidas
de
capacidad
y
a
los
pesos,
que
son
también
los
instrumentos
con
que
se
aquilata
y
se
pone
a
prueba,
respecto
de
muchos
cuerpos,
lo
que
no
cabe
fiar
que
los
sentidos
aprecien
sin
error
o
cuya
capacidad
sean
incapaces
de
percibir
exactamente.
Se
asemejan
también
a
las
reglas
de
dibujo,
con
las
cuales
se
aprecia
en
las
líneas
su
dirección
recta,
que
no
puede
uno
fiarse
de
15
que
los
sentidos
la
aprecien
sin
error,
o
al
compás,
con
el
cual
se
aprecia
en
las
líneas
su
curvatura,
que
no
cabe
fiar
que
el
sentido
la
aprecie
sin
error.
Tal
es,
en
suma,
el
fin
de
la
lógica,
fin
que
revela,
al
mismo
tiempo,
su
grande
necesidad.
Y
este
fin
no
sólo
se
refiere
a
los
conocimientos
que
nosotros
poseemos
y
cuya
verdad
deseamos
comprobar,
sino
también
a
los
conocimientos
de
los
demás,
cuya
verdad
queremos
aquilatar,
o
a
nuestros
propios
conocimientos,
cuya
verdad
desean
comprobar
los
demás.
Porque
una
vez
que
estemos
en
posesión
de
aquellos
cánones,
si
deseamos
adquirir
la
evidencia
de
una
cosa
que
ignoramos
y
cuya
verdad
queremos
aquilatar
dentro
de
nosotros
mismos,
no
dejaremos
en
libertad
a
nuestro
espíritu
para
que
en
la
investigación
de
la
verdad
que
queremos
comprobar
proceda
negligentemente
siguiendo
el
curso
espontaneo
de
las
ideas
tal
como
le
vengan,
sin
sujeción
a
ley
alguna,
ni
dirigiéndose
a
la
meta
a
que
aspira
por
cualquier
camino
que
le
ocurra
de
improviso,
ni
adoptando
cualesquiera
métodos
que
puedan
engañarnos
haciéndonos
creer
que
es
verdad
lo
que
no
es
verdad,
sin
darnos
de
ello
cuenta;
antes
al
contrario,
es
preciso
que
de
antemano
sepamos
qué
[16]
camino
conviene
que
sigamos,
qué
cosas
debemos
conocer
[como
medios],
por
dónde
debemos
comenzar
nuestro
camino
y
cómo
conviene
que
apliquemos
nuestro
espíritu
separadamente
a
cada
una
de
aquellas
cosas,
hasta
que
lleguemos
sin
ningún
género
de
dudas
a
la
cosa
que
nos
propusimos
averiguar.
Es,
igualmente,
preciso
que
conozcamos
de
antemano
todas
las
cosas
que
nos
pueden
conducir
a
error
o
a
equívoco,
a
fin
de
precavernos
contra
ellas
en
nuestro
camino.
Sólo
entonces
podremos
estar
seguros
(respecto
de
la
materia
que
queríamos
investigar)
de
que
hemos
tropezado
con
la
verdad
y
de
que
no
nos
hemos
equivocado.
Y
así,
cuando
nos
ocurrieren
dudas
respecto
de
una
cosa
que
hayamos
averiguado
y
nos
asalte
la
sospecha
de
que
en
su
averiguación
hemos
descuidado
algo
esencial,
inmediatamente
podremos
someter
nuestra
averiguación
a
crítica,
y
si
en
ella
hubo
efectivamente
algún
error,
nos
daremos
cuenta
de
él
y
corregiremos
con
facilidad
el
mal
paso
que
hubiéramos
dado.
Eso
mismo
nos
sucederá
cuando
intentemos
demostrar
a
los
demás
la
verdad
de
nuestras
opiniones,
puesto
que
para
evidenciar
a
los
ojos
la
verdad
de
una
opinión
nuestra,
habremos
de
emplear
análogos
medios
y
procedimientos
a
los
que
hemos
empleado
para
evidenciarnos
de
ella
a
nosotros
mismos.
Y
si
alguien
nos
contradijere
respecto
de
alguna
afirmación
o
de
algún
argumento
de
los
que
le
hemos
presentado
en
apoyo
de
aquella
opinión
nuestra
y
nos
exigiere
que
le
mostremos
cómo
dicho
argumento
es
precisamente
prueba
de
la
tesis
que
nosotros
sostenemos
y
no
lo
es
de
la
tesis
contraria
y
por
qué
nuestro
argumento
es
[17]
más
apto
que
otros
cualesquiera
para
dicha
demostración,
podremos
evidenciarle
todo
eso.
En
cambio,
si
ignoramos
la
lógica,
nuestra
situación
en
todos
estos
casos
será
completamente
contraria
y
a
la
inversa,
dije
mal:
será
más
grave,
mucho
peor
y
más
vergonzosa.
16
Otra
utilidad
de
la
lógica
consiste
en
que
con
ella
nos
ponemos
en
guardia
y
podemos
tomar
las
precauciones
precisas
contra
lo
imprevisto,
cuando
queramos
examinar
tesis
que
sean
contradictorias
o
decidir
entre
dos
adversarios
que
discutan,
o
acerca
del
valor
de
las
afirmaciones
y
argumentos
invocados
por
cada
uno
de
ellos
en
apoyo
de
su
opinión
y
en
refutación
de
la
de
su
adversario.
Porque
si
ignoramos
la
lógica,
no
podremos
certificarnos
de
parte
de
quién
está
la
verdad,
ni
cómo
atinó
con
ella
el
que
atinó,
ni
por
qué
razón
acertó,
ni
cómo
resulta
que
sus
argumentos
demuestran
necesariamente
la
verdad
de
su
tesis.
De
modo
que,
en
tal
caso,
nos
expondremos,
o
a
quedarnos
perplejos
ante
todas
las
opiniones
sin
saber
cuál
de
ellas
[18]
es
verdadera
y
cuál
falsa,
o
a
sospechar
que
todas
ellas
son
igualmente
verdaderas,
a
pesar
de
ser
contradictorias,
o
a
creer
que
en
ninguna
de
ellas
está
la
verdad,
o
a
resolvernos
a
admitir
unas
y
a
rechazar
otras,
sin
saber
por
qué
razón
las
admitimos
o
las
rechazamos.
Por
lo
cual,
si
alguno
de
los
contendientes
nos
contradice
en
algo
que
hemos
admitido
o
rechazado,
no
podremos
demostrarle
la
razón
en
que
nos
hemos
fundado.
Y
si
por
acaso
sucediera
que
en
lo
que
hemos
admitido
o
rechazado
hubiese
algo
que
realmente
fuese
tal
y
como
nosotros
lo
pensamos,
no
podríamos
estar
ciertos,
en
ninguno
de
ambos
casos,
de
que
ello
es
realmente
así
como
nosotros
lo
creemos,
sino
que,
por
el
contrario,
nos
quedará
siempre
la
sospecha
de
que
todo
cuanto
creemos
que
es
verdadero
es
fácil
que
sea
falso,
o
recíprocamente,
lo
que
hemos
creído
falso
es
fácil
que
sea
verdadero.
O
también
es
fácil
que
nos
volvamos
a
la
opinión
respectivamente
contraria
en
cada
uno
de
ambos
casos,
porque
puede
muy
bien
ser
que
alguien
nos
presente
una
nueva
razón
o
que
a
nosotros
mismos
nos
venga
a
las
mientes
una
idea,
la
cual
nos
incline
a
abandonar
la
opinión
que
actualmente
tenemos
por
verdadera
o
falsa
para
adoptar
su
contraria.
De
modo
que,
en
todas
estas
dudas,
nos
tendremos
que
conducir
como
dice
el
adagio:
«al
modo
del
leñador
de
noche».
Este
mismo
peligro
se
nos
mostrará
cuando
[10]
algunos
pretendan
pasar
ante
nosotros
por
hombres
competentísimos
en
una
ciencia
cualquiera.
Si
ignoramos
la
lógica,
no
tendremos
medio
de
aquilatar
el
valor
de
sus
pretensiones:
o
habremos
de
juzgar
que
todos
dicen
verdad
o
sospechamos
de
todos
ellos
o
nos
lanzaremos
a
distinguir
entre
unos
y
otros;
pero
en
los
tres
casos
nos
decidiremos
sólo
por
mero
capricho
del
azar,
sin
conocimiento
de
causa
y
sin
que
estemos
seguros
de
que
aquel
a
quien
diputamos
por
hombre
de
ciencia
no
sea
un
despreciable
farsante
a
quien
otorguemos
nuestro
asentimiento,
cuando
sólo
merece
que
se
le
contradiga,
y
a
quien
demos
nuestra
preferencia,
cuando
cabalmente
se
está
burlando
de
nosotros,
sin
que
nosotros
nos
enteremos;
o
al
revés,
cabe
que
sea
un
hombre
veraz
aquel
de
quien
hemos
sospechado,
y
así
lo
rechacemos
injustamente
sin
darnos
de
ello
cuenta.
Tales
son
los
perjuicios
que
implica
la
ignorancia
de
la
lógica
y
la
utilidad
que
su
conocimiento
envuelve.
Es,
pues,
evidente
que
la
lógica
es
necesaria
para
todo
aquel
que
no
quiera
limitarse
a
meras
opiniones
en
la
formación
de
sus
juicios
y
creencias,
pues
las
meras
opiniones
son
aquellos
juicios
que
uno
forma
sin
estar
seguro
de
que
luego
no
los
ha
de
abandonar
para
admitir
otros
contrarios
a
ellos.
Ahora,
para
aquel
que
prefiera
contentarse
con
meras
opiniones
en
sus
juicios,
no
es
necesaria
la
lógica.
17
Hay
quienes
pretenden
que
un
asiduo
ejercicio
en
las
discusiones
y
argumentos
polémicos
o
una
práctica
continua
de
las
matemáticas,
v.
gr.,
de
la
geometría
o
de
la
aritmética,
suple
perfectamente
por
el
estudio
de
las
reglas
de
la
lógica
o
equivale
a
él
[20]
y
desempeña
su
misma
función
o
proporciona
al
hombre
la
facultad
necesaria
para
criticar
toda
afirmación,
argumento
y
opinión,
o
basta
para
dirigirle
rectamente
hacia
la
verdad
y
la
certeza,
a
fin
de
que
no
yerre
en
ninguno
de
sus
conocimientos.
Mas
el
que
tal
pretende
se
asemeja
a
quien
supusiera
que
el
ejercicio
y
la
disciplina
consistentes
en
aprender
de
memoria
versos
y
trozos
retóricos
y
en
recitarlos
asiduamente
suple
por
el
estudio
de
las
reglas
de
la
gramática,
para
hablar
correctamente
y
para
evitar
todo
defecto
de
lenguaje,
o
equivale
a
ese
mismo
estudio,
desempeña
su
misma
función
y
proporciona
al
hombre
la
facultad
de
criticar
la
morfología
de
toda
palabra
para
decidir
si
es
correcta
o
defectuosa.
La
respuesta
que
debe
darse
en
este
caso,
respecto
de
la
gramática,
es
exactamente
la
misma
que
conviene
dar
en
aquel
otro,
respecto
de
la
lógica.
Hay
también
quienes
pretenden
que
el
estudio
de
la
lógica
es
superfluo
e
innecesario,
porque
es
muy
posible
que
se
encuentre
alguna
vez
algún
hombre
dotado
de
un
talento
natural
tan
perfecto,
que
nunca
jamás
deje
de
atinar
con
la
verdad,
sin
que
conozca
ni
una
sola
de
las
leyes
de
la
lógica.
Mas
el
que
tal
pretende
se
asemeja
a
quien
supusiera
que
la
gramática
es
superflua,
porque
entre
los
hombres
hay
algunos
que
jamás
cometen
incorrecciones
de
lenguaje,
sin
que
conozcan
ni
una
sola
de
las
reglas
de
la
gramática.
La
respuesta
acerca
de
la
utilidad
de
las
reglas
es
idéntica
en
ambos
casos.
Los
objetos
de
la
lógica,
es
decir,
aquello
sobre
lo
cual
la
lógica
da
reglas,
son
las
ideas
o
inteligibles,
en
[21]
cuanto
guardan
relación
semántica
o
significativa
con
las
palabras,
y
las
palabras
en
cuanto
significan
las
ideas.
Pero
no
es
posible
que
demostremos
la
verdad
de
cualquier
juicio
que
se
nos
ocurra
con
cualesquiera
ideas
que
a
la
mente
nos
vengan,
ni
tampoco
cabe
que
el
número
de
esas
ideas
sea
algo
contingente
ni
que
puedan
ser
utilizadas
para
aquel
fin,
sean
como
sean
y
organizándolas
y
sintetizándolas
en
cualquier
forma;
antes
al
contrario,
para
cada
juicio
cuya
verdad
deseemos
demostrar,
necesitaremos
servirnos
de
ciertas
y
determinadas
ideas,
que
han
de
ser
de
un
número
taxativo,
que
deberán
reunir
condiciones
cualitativas
fijas
y
que
tendrán
que
organizarse
y
componerse
entre
sí
de
un
modo
preciso;
eso
mismo
es
necesario
que
ocurra
con
las
palabras
de
que
nos
sirvamos
para
expresar
aquellas
ideas,
cuando
tratemos
de
demostrar
a
los
demás
la
verdad
de
aquel
juicio.
Y
por
eso
necesitamos
forzosamente
reglas
que
nos
preserven
y
guarden
de
todo
error
respecto
de
las
ideas
y
de
su
expresión
por
las
palabras.
[22]
Los
antiguos
daban
a
cada
una
de
estas
dos
cosas,
es
decir,
a
las
ideas
o
inteligibles
y
a
las
palabras
que
las
expresan,
un
mismo
nombre:
razón
y
verbo;
pero
a
las
ideas
las
denominaban
18
«el
verbo
o
la
razón
interior,
grabada
en
el
alma»;
aquello
mediante
lo
que
se
expresa
ese
verbo
interior,
lo
denominaban
«el
verbo
o
la
razón
exteriorizada
por
la
voz»;
aquello
de
que
el
hombre
se
sirve
para
comprobar
dentro
de
sí
mismo
la
verdad
de
un
juicio,
es
el
verbo
grabado
en
el
alma;
aquello
que
sirve
para
demostrarla
a
los
demás
es
el
verbo
exteriorizado
por
la
voz.
El
verbo,
cuya
función
consiste
en
demostrar
la
verdad
de
un
juicio
cualquiera,
lo
denominaban
los
antiguos
«el
silogismo»,
tanto
si
era
verbo
interior
grabado
en
el
alma,
como
si
era
exteriorizado
por
la
voz.
La
lógica,
pues,
da
las
reglas,
a
que
antes
nos
hemos
referido,
para
ambos
verbos,
interior
y
exterior,
juntamente.
La
lógica
tiene
de
común
con
la
gramática
el
dar,
como
ésta,
reglas
acerca
del
uso
de
las
palabras;
y
se
distingue
de
ella
en
que
la
gramática
da
tan
sólo
las
reglas
propias
y
privativas
de
las
palabras
de
un
pueblo
determinado,
mientras
que
la
lógica
da
las
reglas
comunes
y
generales
para
las
palabras
de
todos
los
pueblos.
Porque
es
de
advertir
que
en
las
palabras
existen
accidentes
o
modos
de
ser
que
son
comunes
a
todos
los
pueblos,
como,
por
ejemplo,
el
que
las
palabras
sean
[23]
de
dos
categorías:
aisladas
o
sueltas
y
unidas
o
asociadas
entre
sí,
o
que
la
palabra
aislada
tiene
que
ser
de
tres
categorías:
nombre,
verbo
y
partícula;
o
que
se
clasifican
en
regulares
e
irregulares;
o
cosas
semejantes
a
éstas.
Pero,
además,
existen
otros
modos
de
ser
de
las
palabras,
propios
y
privativos
de
una
sola
lengua,
como,
por
ejemplo,
el
que
el
sujeto
agente
de
la
proposición
deba
estar
en
nominativo,
y
el
objeto
paciente
en
acusativo;
o
que
el
nombre
determinado
ya
por
un
genitivo
posterior
no
admite
el
artículo
determinativo.
Todas
estas
propiedades
de
las
palabras
y
otras
muchas
son
privativas
de
la
lengua
de
los
árabes.
Y
lo
mismo
acaece
con
la
lengua
de
otro
pueblo,
es
decir,
que
posee
propiedades
privativas
suyas.
Ahora
bien;
es
innegable
que
se
encuentran
en
la
gramática
algunas
cualidades
de
las
palabras
que
son
comunes
a
las
lenguas
de
todos
los
pueblos;
pero
de
esas
cualidades
comunes
tratan
los
gramáticos
únicamente
en
cuanto
se
encuentran
y
del
modo
que
se
encuentran
en
aquella
determinada
lengua
para
la
que
ha
sido
inventada
aquella
particular
gramática
v.
gr.:
los
términos
técnicos
que
los
gramáticos
árabes
dan
al
nombre,
verbo
y
partícula
(nombre,
acción
y
letra),
o
que
los
gramáticos
griegos
dan
a
las
partes
de
la
oración
de
la
lengua
griega:
nombre,
verbo
y
partícula.
Esta
división
no
es
que
se
encuentre
únicamente
en
el
árabe
o
en
el
griego,
sino
en
todas
las
lenguas;
pero
los
gramáticos
árabes
la
emplean
en
cuanto
propia
del
árabe,
y
los
gramáticos
griegos
en
cuanto
propia
del
griego.
Así,
pues,
la
gramática,
respecto
de
cada
lengua,
estudia
tan
sólo
lo
que
es
peculiar
o
exclusivo
de
la
[24]
lengua
de
aquel
pueblo
y
lo
que
es
común
a
ella
y
a
otras,
pero
no
en
cuanto
común,
sino
en
cuanto
propio
de
ella.
Y
ésta
es
la
diferencia
que
existe
entre
la
manera
de
estudiar
las
palabras
los
gramáticos
y
los
lógicos;
porque
la
gramática
da
los
cánones
que
son
peculiares
a
las
palabras
de
un
determinado
pueblo
y
considera
los
fenómenos
que
son
comunes
a
aquella
lengua
y
a
otras,
no
en
cuanto
comunes,
sino
en
cuanto
se
observan
en
dicha
lengua,
para
la
cual
aquella
gramática
ha
sido
redactada.
En
cambio,
los
cánones
que
la
lógica
da
acerca
de
las
palabras
atañen
solamente
a
los
fenómenos
que
son
comunes
a
las
palabras
de
todos
los
pueblos
y
considerados
en
cuanto
comunes,
sin
estudiar
ni
uno
solo
de
los
que
son
privativos
de
las
palabras
de
un
pueblo
determinado;
es
más:
para
lo
que
necesita
estudiar
de
estos
fenómenos
peculiares
de
cada
lengua,
la
lógica
se
encomienda
a
la
autoridad
de
los
hombres
peritos
en
la
gramática
respectiva.
19
Por
lo
que
se
refiere
al
título
de
lógica,
es
evidente
que
le
ha
sido
impuesto
atendiendo
a
la
totalidad
del
fin
que
se
propone.
Deriva,
en
efecto,
de
logos
[verbo],
término
que
tenía
para
los
filósofos
antiguos
tres
sentidos:
1º
El
verbo
exteriorizado
por
la
voz,
mediante
el
cual
expresa
la
lengua
lo
que
en
la
conciencia
se
guarda
oculto.
–2º
El
verbo
guardado
en
el
alma,
es
decir,
las
idea
o
inteligibles,
significadas
por
las
voces.
–3º
La
facultad
anímica
puesta
por
Dios
en
el
hombre,
mediante
la
cual
se
le
distingue,
con
diferencia
última,
de
todos
los
demás
animales;
con
ella
adquiere
el
hombre
los
inteligibles,
es
decir,
las
ideas,
los
[25]
conocimientos
científicos,
las
artes;
mediante
ella
se
realiza
la
intuición
intelectual;
mediante
ella
se
distingue
la
belleza
y
fealdad
moral
de
las
acciones.
Esta
facultad
se
encuentra
en
todos
los
hombres,
hasta
en
los
niños;
pero
en
éstos
es
muy
exigua,
no
llega
todavía
a
realizar
su
función
propia,
lo
mismo
que
le
sucede
a
la
facultad
del
pie
del
niño
para
andar,
o
como
el
fuego
poco
intenso,
que
no
llega
a
producir
la
combustión
del
tronco
de
palmera.
También
existe
esta
facultad
en
los
locos
y
en
los
ebrios;
pero
sólo
como
en
el
ojo
del
estrábico
reside
la
facultad
de
ver.
En
el
hombre,
mientras
duerme,
también,
pero
está
como
en
el
ojo
cerrado;
en
el
que
sufre
un
síncope,
como
en
el
ojo
velado
por
una
nube
de
vapor
o
cosa
análoga.
Ahora
bien;
como
que
la
lógica
da
reglas
para
el
uso
del
verbo
exterior
y
del
verbo
interior,
y
mediante
estas
reglas
dirige
y
rectifica
a
la
razón,
que
es
facultad
esencial
del
hombre,
para
que
realice
su
función
propia
sobre
el
verbo
exterior
y
el
interior
de
la
mejor
manera
posible,
de
la
más
acertada
y
más
perfecta,
por
todo
esto
se
le
ha
dado
un
nombre
derivado
de
logos
[verbo],
tomando
esta
voz
en
sus
tres
acepciones.
Muchos
libros
que
solamente
dan
reglas
para
el
uso
del
verbo
exterior,
es
decir,
libros
de
gramática,
se
llaman
con
este
mismo
nombre.
Luego
es
evidente
que
con
más
razón
merece
este
nombre
la
ciencia
que
enseña
el
recto
uso
del
verbo
en
sus
tres
acepciones.
Las
partes
de
la
lógica
son
ocho.
En
efecto:
las
especies
de
silogismo
y
las
especies
de
elocución
que
pueden
emplearse
para
demostrar
una
opinión
o
cuestión
[26]
cualquiera,
y
las
especies
de
las
artes
cuya
función
propia
(cuando
son
perfectas)
consiste
en
servirse
del
silogismo
elocutivo,
pueden
reducirse,
en
suma,
a
cinco:
apodícticas,
polémicas,
sofísticas,
retóricas
y
poéticas.
Las
elocuciones
apodícticas
son
aquellas
cuya
función
consiste
en
producir
un
conocimiento
cierto
acerca
de
la
cuestión
cuya
resolución
se
busca;
y
esto,
tanto
si
el
hombre
las
emplea
dentro
de
su
propio
espíritu
para
investigar
él
mismo
dicha
cuestión,
como
si
se
sirve
de
ellas
para
demostrársela
a
otro,
como
si
otro
las
usa
para
demostrársela
a
él.
En
todos
estos
casos
la
función
propia
de
tales
elocuciones
es
dar
por
resultado
un
conocimiento
cierto.
El
conocimiento
es
cierto,
cuando
lo
conocido
no
cabe
absolutamente
que
sea
de
otro
modo;
cuando
no
cabe
en
modo
alguno
y
por
ninguna
causa
que
el
hombre
que
lo
posee
se
retracte
de
él,
ni
que
él
mismo
conciba
como
posible
tal
retractación;
cuando
no
cabe
que
le
ocurran
sospechas
de
error,
ni
le
venga
a
las
mientes
sofisma
alguno
que
le
obligue
a
rechazar
lo
que
ya
conoce,
ni
dudas
ni
conjeturas.
Las
elocuciones
polémicas
se
emplean
en
dos
casos:
1º,
cuando
uno
arguye
con
afirmaciones
de
común
sentir,
de
esas
que
todos
los
hombres
admiten,
tratando
sólo
de
vencer
al
adversario
sobre
una
tesis
de
cuya
verdad
éste
responde,
o
defender
contra
él
otra
tesis
con
afirmaciones
de
aquel
mismo
género.
Si
el
que
arguye
se
propone
vencer
al
defensor,
pero
con
20
afirmaciones
o
medios
que
no
sean
de
común
sentir,
y
si
el
defensor
intenta
sostener
su
tesis
o
propugnarla,
[27]
pero
con
afirmaciones
que
no
sean
tampoco
de
común
sentir,
entonces
la
función
de
ambos
no
pertenece
al
método
polémico;
2º,
cuando
el
hombre
se
sirve
de
afirmaciones
de
común
sentir
como
medios
para
sugerir
sospechas
vehementes
de
error
en
su
propio
ánimo
o
en
el
de
otra
persona,
respecto
de
una
opinión
cuya
verdad
intenta
comprobar,
llegando
hasta
imaginar
que
es
cierta,
sin
que
en
realidad
lo
sea.
Las
elocuciones
sofísticas
son
aquellas
cuya
función
propia
consiste
en
inducir
a
error
al
entendimiento,
extraviarlo
y
confundirlo,
a
fin
de
que
llegue
a
sospechar
que
es
verdad
lo
que
no
lo
es
y
recíprocamente;
que
es
un
eminente
sabio
el
que
no
lo
es
en
realidad;
y
que
no
es
un
filósofo
verdadero
y
un
sabio
el
que
realmente
lo
es.
Este
nombre,
sofística,
designa
la
habilidad
técnica
que
da
al
hombre
la
facultad
de
engañar,
de
adulterar
la
verdad,
de
falsificarla,
mediante
la
palabra,
hasta
el
punto
de
hacer
pensar
a
los
demás
una
de
estas
cosas:
o
que
él
está
en
posesión
de
la
ciencia,
de
la
filosofía
y
de
la
perfección
y
que
los
otros
son
imperfectos,
sin
que
realmente
sea
así;
o
que
una
tesis
cualquiera
es
falsa
siendo
verdadera,
y
recíprocamente.
Es
una
palabra
griega,
compuesta
de
sofía,
que
es
la
sabiduría,
y
de
isthV,
que
significa
falsificado.
Viene,
pues,
a
significar:
sabiduría
falsificada.
De
modo
que
[28]
todo
el
que
posee
la
facultad
de
adulterar
la
verdad
y
de
engañar
mediante
la
palabra,
acerca
de
cualquier
asunto,
se
le
designa
con
este
nombre.
Han
dicho
algunos
(pero
no
es
como
ellos
suponen)
que
el
nombre
sofista
era
un
nombre
propio
de
una
persona
que
existió
en
la
Edad
Antigua
y
que
tenía
por
sistema
negar
la
realidad
de
toda
percepción
sensible
y
de
todo
conocimiento
racional;
y
que
sus
partidarios,
los
que
seguían
su
doctrina
y
defendían
su
sistema,
fueron
llamados
sofísticos,
como
también
se
aplicó
ese
mismo
nombre
a
todo
el
que
después
sostuvo
y
defendió
esa
misma
idea.
Pero
esta
explicación
es
una
mera
sospecha,
audaz
y
estúpida
en
extremo,
porque
ni
en
los
siglos
pasados
existió
hombre
alguno,
cuyo
sistema
consistiese
en
negar
la
realidad
de
las
ciencias
y
de
las
percepciones
sensibles
y
a
quien
se
aplicase
tal
sobrenombre,
ni
los
antiguos
designaron
así
a
hombre
alguno
determinado
porque
lo
considerasen
como
secuaz
de
un
maestro
que
se
hubiese
apellidado
sofista.
Antes
al
contrario,
si
a
alguno
lo
llamaron
así,
fue
únicamente
porque
la
habilidad
técnica
que
poseía,
la
manera
especial
de
hablar
que
empleaba
y
la
facultad
que
tenía,
era
la
de
engañar
y
confundir
perfectamente
a
cualquier
persona;
como
designaron
con
el
nombre
de
polemista
a
uno,
no
porque
le
considerasen
como
secuaz
de
un
maestro
que
se
hubiese
apellidado
polemo,
sino
porque
poseía
la
habilidad
técnica
y
la
manera
especial
de
hablar,
que
consiste
en
el
uso
perfecto
del
arte
de
la
discusión
con
cualquier
persona.
De
igual
manera,
por
consiguiente,
es
sofista
el
que
posee
esa
virtud
y
ese
arte;
y
sofística
es
el
arte
[29]
mismo
o
habilidad
técnica,
y
su
acto
u
operación
propia
se
llama
también
acto
sofístico.
Las
elocuciones
retóricas
sin
aquellas
cuya
función
propia
consiste
en
conseguir
persuadir
al
hombre
acerca
de
cualquier
opinión,
haciendo
que
su
espíritu
se
incline
a
confiar
en
la
verdad
de
lo
que
se
le
dice
y
otorgar
a
ello
su
asentimiento,
con
intensidad
mayor
o
menor;
porque
las
adhesiones
fundadas
en
la
mera
persuasión,
si
bien
son
inferiores
en
intensidad
a
la
opinión
muy
probable,
admiten
entre
sí
varios
grados,
siendo
unas
más
firmes
que
otras,
según
que
lo
21
sean
las
elocuciones
que
las
producen,
puesto
que,
indudablemente,
ciertas
elocuciones
persuasivas
son
más
eficaces,
más
elocuentes,
más
fidedignas
que
otras;
lo
mismo
ocurre
con
los
testimonios:
cuantos
más
en
número,
tanto
más
elocuentes
y
eficaces
son
para
persuadir
y
convencer
de
la
verdad
de
una
noticia
y
para
obtener
en
asentimiento
más
firme
respecto
de
la
verdad
de
aquello
que
se
dice.
Mas,
a
pesar
de
esta
variedad
de
grados
en
la
intensidad
de
la
persuasión,
ninguna
de
las
elocuciones
retóricas
puede
llegar
a
producir
el
asenso
propio
de
la
opinión
muy
probable,
próxima
a
la
certeza.
Y
en
esto
se
diferencia,
bajo
este
respecto,
la
retórica
de
la
polémica.
Las
elocuciones
poéticas
son
aquellas
que
se
componen
de
elementos
cuya
función
propia
consiste
en
provocar
en
el
espíritu
la
representación
imaginativa
de
un
modo
de
ser
o
cualidad
de
la
cosa
de
que
se
habla,
sea
esta
cualidad
excelente
o
vil,
como,
por
ejemplo,
la
belleza,
la
fealdad,
la
nobleza,
la
abyección
u
otras
cualidades
semejantes
a
éstas.
Al
escuchar
las
[30]
elocuciones
poéticas,
nos
ocurre,
por
efecto
de
esa
sugestión
imaginativa
que
en
nuestros
espíritus
provocan,
algo
análogo
a
lo
que
nos
pasa
cuando
miramos
un
objeto
parecido
a
otro
que
nos
repugna,
porque
inmediatamente
que
lo
miramos,
la
imaginación
nos
lo
representa
como
algo
que
nos
disgusta,
y
nuestro
espíritu
se
aparta
y
huye
de
él,
aunque
estemos
bien
ciertos
de
que
el
tal
objeto
no
es
en
realidad
tal
como
nos
lo
imaginamos.
Así,
pues,
aunque
sepamos
que
lo
que
nos
sugieren
las
elocuciones
poéticas
respecto
de
un
objeto
no
es
tal
como
ellas
nos
lo
sugieren,
sin
embargo
obramos
tal
y
como
obraríamos
si
estuviésemos
seguros
de
que
es
así,
porque
el
hombre
muchas
veces
obra
en
consecuencia
de
lo
que
imagina,
más
que
siguiendo
lo
que
opina
o
sabe;
y
muy
a
menudo
resulta
que
lo
que
opina
o
sabe
es
contrario
a
lo
que
imagina,
y
en
tales
casos,
obra
conforme
a
lo
que
imagina
y
no
según
lo
que
opina
o
sabe.
Esto
mismo
nos
ocurre
cuando
miramos
a
las
imágenes
representativas
de
una
cosa
o
a
los
objetos
que
se
parecen
a
otro.
Resulta,
pues,
que
las
especies
de
demostración,
las
artes
demostrativas,
las
varias
maneras
de
elocución
que
se
emplean
para
probar
una
tesis
en
toda
clase
de
materias,
son
cinco
en
suma:
ciertas,
probables,
falaces,
persuasivas
e
imaginativas.
22
Cada
una
de
estas
cinco
artes
tiene
propiedades
que
le
son
privativas
y
propiedades
que
le
son
comunes
con
las
demás.
Las
elocuciones
fónicas
que
constan
de
menos
elementos
se
componen
de
dos
solas
palabras;
y
las
elocuciones
mentales
correspondientes
a
ellas
se
componen
también
de
dos
solas
ideas
o
inteligibles.
Estas
elocuciones
se
llaman
simples.
Las
elocuciones
demostrativas
constan
de
elocuciones
simples
y
son,
por
ello,
elocuciones
compuestas.
De
éstas,
las
que
de
menos
elementos
constan
son
las
que
se
componen
de
solas
dos
elocuciones
simples.
El
máximum
de
elementos
que
pueden
tener
es
indefinible.
Toda
elocución
demostrativa
consta,
por
consiguiente,
de
dos
clases
de
elementos:
elementos
mayores,
que
son
las
elocuciones
simples,
y
elementos
menores,
que
son
los
elementos
de
los
elementos,
es
decir,
las
ideas
aisladas
y
las
palabras
que
las
expresan.
Infiérese
de
aquí
que
las
partes
de
la
lógica
han
de
ser
necesariamente
ocho,
cada
una
de
las
cuales
se
contiene
en
un
libro
especial.
Libro
1º,
que
contiene
los
cánones
de
las
ideas
aisladas
y
de
las
palabras
que
las
expresan.
Este
libro
es
el
titulado
en
árabe
al-‐maqulat
(Los
predicamentos),
y
en
griego
Kathgaríai
(Categorías).
Libro
2º,
que
contiene
los
cánones
de
las
elocuciones
simples,
las
cuales
constan
de
dos
solas
ideas
aisladas
o
de
las
dos
palabras
que
las
expresan.
Este
[33]
libro
se
titula
en
árabe
al-‐ibara
(La
interpretación),
y
en
griego
Perì
9ermhneíaV
(Sobre
la
interpretación).
Libro
3º,
que
contiene
los
cánones,
mediante
los
cuales
se
aquilata
el
valor
de
las
especies
de
demostración
comunes
a
las
cinco
artes
demostrativas.
Este
libro
se
titula
en
árabe
al-‐qiyas
(El
silogismo,)
y
en
griego
Analutiká
(Analítica)
primera.
Libro
4º,
que
contiene
los
cánones,
mediante
los
cuales
se
aquilata
el
valor
de
las
elocuciones
apodícticas
y
aquellos
por
los
que
se
rige
la
sistematización
de
los
problemas
de
la
filosofía
para
que
sus
investigaciones
tengan
el
éxito
más
perfecto,
más
excelente
y
más
completo.
Este
libro
se
titula
en
árabe
Kitab
al-‐burhan
(Libro
de
la
demostración
apodíctica),
y
en
griego
Analutiká
(Analítica)
segunda.
Libro
5º,
que
contiene
los
cánones,
mediante
los
cuales
se
aquilata
el
valor
de
las
elocuciones
polémicas,
el
método
de
la
objeción
y
de
la
respuesta
dialécticas
y,
en
suma,
los
cánones
por
los
que
se
rige
la
sistematización
del
arte
de
la
controversia
para
que
sus
operaciones
todas
23
resulten
lo
más
perfectas,
excelentes
y
eficaces
que
sea
posible.
Este
libro
se
titula
en
árabe
Kitab
al-‐mawadi
i
al-‐yadabiyya
(Libro
de
los
lugares
dialécticos),
y
en
griego
Topiká
(Lugares
o
Tópicos).
Libro
6º,
que
contiene
primeramente
los
cánones
para
el
uso
de
los
medios,
cuya
función
propia
es
extraviar
al
entendimiento
del
camino
de
la
verdad,
engañarlo
y
dejarlo
perplejo.
En
él
se
enumeran
todos
los
recursos
de
que
se
sirve
el
que
se
propone
alterar
la
verdad
y
falsificarla
sutilmente
en
los
conocimientos
y
en
las
elocuciones.
Después
enumera
además
los
[34]
necesarios
para
encontrar
esas
elocuciones
sofísticas
de
que
se
sirve
el
falsario
y
el
farsante;
explica
cómo
se
resuelve
y
qué
es
lo
que
debe
recusarse
y
cómo
ha
de
preservarse
el
hombre
de
caer
en
un
sofisma
en
sus
investigaciones
o
de
inducir
a
error
a
los
demás.
Este
libro
se
llama
en
griego
Sofistiká
(Sofística),
que
quiere
decir
la
sabiduría
falsificada.
Libro
7º,
que
contiene
los
cánones,
mediante
los
cuales
se
examina
y
aquilata
el
valor
de
las
elocuciones
retóricas,
de
las
varias
especies
del
discurso
oratorio,
de
las
maneras
de
hablar
empleadas
por
los
literatos
y
oradores,
a
fin
de
averiguar
si
se
acomodan
o
no
al
método
propio
de
la
retórica.
En
dichos
cánones
se
enumeran
todos
los
elementos
que
contribuyen
a
integrar
el
organismo
del
arte
de
la
retórica,
dando
a
conocer
la
manera
artificiosa
de
componer
en
cada
materia
las
elocuciones
de
este
arte
y
los
recursos
por
los
cuales
haya
de
resultar
lo
más
excelente
y
perfecto
que
sea
posible,
y
sus
operaciones
lo
más
eficaces
y
elocuentes
que
quepa.
Este
libro
se
llama
en
griego
Rhtorikh2,
que
es
(en
árabe)
al-‐jitaba
(La
Retórica).
Libro
8º,
que
contiene
los
cánones,
mediante
los
cuales
se
someten
a
examen
las
poesías
y
las
elocuciones
poéticas
artificiales
en
general,
y
aquellas
que
particularmente
se
componen
para
cada
género
poético
según
las
materias.
En
esos
cánones
se
enumeran
todos
los
elementos
que
integran
el
organismo
del
arte
de
la
poesía,
cuántas
son
sus
partes,
cuántas
clases
hay
de
poesías
y
de
elocuciones
poéticas,
cuál
es
la
manera
artificiosa
para
componer
cada
una
de
ellas,
con
qué
recursos
se
puede
contar
para
su
composición,
[35]
cómo
se
consigue
que
la
poesía
sea
un
todo
orgánico,
y
que
resulte
dotada
de
la
mayor
belleza,
énfasis,
brillo
y
gusto
posibles
y,
en
fin,
qué
cualidades
debe
reunir
para
que
su
elocuencia
produzca
el
efecto
máximo.
Este
libro
se
llama
en
griego
Poieutikh1
(Poética),
que
es
(en
árabe)
Kitab
al-‐si
ar
(Libro
de
la
poesía).
Estas
son
las
partes
de
la
lógica
y
el
sumario
de
todas
las
materias
que
cada
una
de
sus
partes
contiene.
De todas ellas, la 4ª parte es la primera y principal, por razón de su nobleza y primacía.
El
único
fin
que
la
lógica
se
propone
realizar,
intentione
prima,
es
el
objeto
de
esa
4º
parte;
todas
las
otras
partes
han
sido
hechas
tan
sólo
por
razón
de
la
4º,
pues
las
tres
que
la
preceden
en
el
orden
de
la
enseñanza
son
preliminares,
introducciones,
camino
para
llegar
a
ella;
y
las
cuatro
restantes
que
la
siguen
obedecen
a
dos
causas:
es
la
primera,
que
en
cada
una
de
esas
partes
hay
reglas
que
sirven
de
ayuda
y
auxilio,
algo
así
como
de
instrumentos
para
la
para
la
parte
4ª,
a
la
cual
coadyuvan
unas
más
y
otras
menos;
es
la
segunda
causa
el
estar
en
guardia
para
evitar
confusiones;
porque
si
esas
artes
demostrativas
no
se
distinguen
bien
entre
sí,
con
distinción
in
actu
unas
de
otras,
hasta
el
punto
de
que
se
conozcan
los
cánones
de
cada
24
una
de
ellas
separadamente,
distinguiéndolos
de
los
cánones
de
las
otras,
no
podrá
estar
seguro
el
hombre,
cuando
busque
la
verdad
cierta,
de
no
servirse
de
argumentos
dialécticos,
sin
saber
que
lo
son,
y
apartarse
así
de
la
certeza
para
dar
en
meras
opiniones
probables;
o
de
emplear,
sin
darse
cuenta,
pruebas
retóricas
que
sólo
le
conducirán
a
la
persuasión;
o
de
[36]
echar
mano,
sin
pensarlo,
de
razonamientos
sofísticos,
los
cuales,
o
le
harán
sospechar
que
es
verdad
real
lo
que
no
lo
es
y
que
debe
darle
crédito
como
a
tal,
o
le
dejarán
en
el
estado
de
la
duda
negativa;
o
bien
se
servirá,
sin
advertirlo,
de
elocuciones
poéticas,
y
así
formulará
sus
juicios,
apoyándose
sobre
meras
representaciones
imaginativas.
De
modo
que,
en
todos
y
cada
uno
de
estos
casos,
el
hombre
se
obstinará
en
creer
que
camina
por
el
sendero
que
conduce
a
la
verdad
y
que
ha
encontrado
lo
que
busca,
sin
que
realmente
sea
así.
De
la
misma
manera,
el
que
conoce
los
alimentos
y
los
medicamentos,
si
no
los
sabe
distinguir,
in
actu,
de
los
venenos,
mediante
sus
signos
característicos
que
le
permitan
formar
un
juicio
cierto,
no
podrá
estar
seguro
de
que
no
se
los
propine
a
sí
propio,
creyendo
que
son
un
alimento
o
una
medicina,
sin
darse
cuenta,
y
así
perezca
miserablemente.
El
objeto
que
estas
cuatro
últimas
partes
se
proponen,
intentione
secunda,
es
el
de
suministrar
a
los
técnicos
de
cada
una
de
las
cuatro
artes
todos
los
medios
para
el
recto
uso
del
arte
respectivo,
a
fin
de
que
sepa
el
hombre,
cuando
quiere
llegar
a
ser
hábil
polemista,
cuántas
cosas
necesita
aprender
y
de
qué
medios
ha
de
servirse
para
aquilatar,
en
su
propio
espíritu
o
en
el
de
los
demás,
el
valor
de
sus
elocuciones
y
saber
si
con
ellas
marcha
o
no
por
el
camino
de
la
dialéctica.
Igualmente,
si
quiere
llegar
a
ser
orador
elocuente,
sabrá
cuántas
son
las
cosas
que
necesita
aprender,
y
por
qué
medios
deberá
examinar
en
sí
o
en
los
otros
el
carácter
de
sus
elocuciones
para
ver
si
se
sujetan
al
método
retórico
o
a
otro
método.
Así
también
sabrá,
si
quiere
[37]
ser
excelente
poeta,
cuántas
cosas
ha
de
aprender
necesariamente
para
ello,
y
qué
cosas
le
servirán
para
examinar
en
sí
o
en
los
demás
poetas
si
sus
elocuciones
siguen
el
método
poético
o
se
apartan
de
él
para
confundirse
con
otro
método.
De
la
misma
manera
sabrá,
si
quiere
poseer
la
facultad
de
engañar
a
los
demás
y
de
que
a
él
no
lo
engañen,
cuántas
cosas
necesita
aprender
para
ello,
y
de
qué
recursos
podrá
servirse
para
criticar
el
valor
de
toda
frase
y
de
toda
idea,
a
fin
de
averiguar
si
en
ellas
se
engaña
él
mismo
o
se
engañan
los
otros,
y
en
qué
punto
estriba
el
error.
Traducción
de
Miguel
Cruz
Hernández.
El
texto
en
pdf
en
el
archivo
Lectura_5
(“El
poema
de
Avicena
sobre
el
alma”,
en
Miscelánea
de
estudios
árabes
y
hebraicos.
Sección
Arabe-‐Islám,
1
(1952),
67-‐83.
Traducción
de
Ángel
Poncela
González,
Jaime
Coullaut
Cordero.
El
texto
en
pdf
en
el
archivo
Lectura_6
(“Avicena:
El
libro
de
las
definiciones
(Primera
parte)”,
en
Revista
española
de
filosofía
medieval,
17
(2010),
181-‐194).
25
7.
Avicena:
El
libro
de
las
definiciones
(Kitāb
al-‐Hudūd),
2.ª
parte
Traducción
de
Ángel
Poncela
González,
Jaime
Coullaut
Cordero.
El
texto
en
pdf
en
el
archivo
Lectura_7
(“Avicena:
El
libro
de
las
definiciones
(Kitāb
al-‐Hudūd),
2.ª
parte”,
en
Revista
española
de
filosofía
medieval,
20
(2013),
195-‐205).