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III DOMINGO ADVIENTO

Sof 3,13-18a: Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel.

Is 12,2-3.4bed.5-6: Griten jubilosos, porqué es grande en medio de ti el Santo de Israel.

Fil 4,4-7: Regocíjense siempre en el Señor; se los repito, regocíjense.

Lc 3,10-18: Entonces, ¿qué debemos hacer? (τί οὖν ποιήσωμεν; Lc 3,10).

ENTONCES, ¿QUÉ DEBEMOS HACER?


(Pbro. SSL, PhD, Carlos René Morales Lara, FMM)

Este tercer domingo de Adviento a nivel litúrgico se caracteriza por ser el


“domingo del Gaudete”, o de la alegría, por la primera palabra de la antífona de
entrada en la Santa Misa: Gaudete, es decir, regocíjense (Fil 4,4-5). A parte de
este domingo también en el cuarto domingo de Cuaresma (laetare) se permite
usar el color rosado en los ornamentos del sacerdote porque en medio de la
“espera vigilante”, se evidencia que ya está próxima la alegría de la Navidad o
Pascua, respectivamente (en la Corona de Adviento se enciende la tercera
candela, de color rosado).
En este tercer domingo de Adviento, en espera del Señor, es precisamente
la alegría la protagonista de la liturgia de la Palabra. El profeta Sofonías se
regocija porque ante la desastrosa indiferencia y miseria moral de Israel, el
Señor, en lugar de desatar su ira legítima, preserva al pueblo de la guerra
prometiendo una nueva alianza y días mejores para Jerusalén. Pablo, a pesar
de esta encarcelado, invita a los filipenses a regocijarse y saber leer en los
eventos acaecidos la presencia de Dios, pues dicha cercanía se ratifica en la
vida cristiana de cada día, hasta su segunda venida (Parusía). Conscientes de
esta proximidad, el cristiano está llamado a vivir con serenidad (Fil 4,6), en paz
(Fil 4,7), en oración (Fil 4,6), en alegría (Fil 4,4). Para Juan Bautista esta alegría
debe interpelarnos, predisponernos desde lo que somos y hacemos, es un gozo
capaz de orientarnos a la conversión.
Al reanudar la lectura del Evangelio, vemos que comienza con una pregunta
hecha a Juan tres veces: ¿Qué debemos hacer? En el Evangelio de Lucas esta
pregunta se hace a Jesús, con estas palabras exactas, todavía dos veces: por
el doctor de la ley (Lc 10,25) y por el dirigente rico (Lc 18,18). Esta pregunta
presupone el reconocimiento tanto de no saber qué hacer como de estar
consciente de no haber hecho bien lo que corresponde hasta entonces, de
haberse equivocado en sus decisiones. En este sentido, es oportuno detenerse
en la respuesta dada a los diferentes grupos representados: 1) a la multitud,
responde sin tantos rodeos exigiendo un comportamiento congruente en
sintonía con la voluntad de Dios, les pide compartir, no dejar que la fe se diluya
en simple poesía e intenciones privadas o pertenencia vaga a ideales
irrealizables, sino traducirla en gestos reales, dejar que inunde nuestras vidas y
nuestras decisiones, para no caer en una religiosidad esquizofrénica, es decir,
la contradicción entre lo que decimos creer y en lo que realmente hacemos;
2) a los recaudadores de impuestos, personas al servicio de los romanos y
gobernantes locales, enemigos públicos comparados despectivamente con los
cerdos, les pide que sean honestos, ecuánimes que no exijan demasiado
tomando ventaja de su posición, no les pide que abandonen su trabajo, sino
más bien a ejercer su profesión con justicia y evitar el enriquecimiento ilegítimo
fruto de un actuar corrupto o deshonesto; 3) a los soldados, quienes no son
romanos sino judíos al servicio de Herodes, acostumbrados a la violencia, pide
no abusar de la fuerza, no intimidar a la población desarmada y conformarse
con su paga.
En síntesis, Juan aboga por la distribución compartida de los recursos
fundamentales para la existencia (Lc 3,11), la huida de la extorsión (Lc 3,12-
13), la abolición del chantaje y de cualquier medida intimidatoria (Lc 3,14). Pero
no dice a los recaudadores de tributos que deben cortar sus relaciones con el
poder invasor, ni a los soldados —aunque tal vez se trate de “mercenarios”—
que abandonen su profesión. En realidad, el último consejo que da a los
soldados: “confórmense con su paga” (Mc 3,14), ni siquiera contempla la
posibilidad de que se trate de un salario injusto. Los puntos concretos, las
recomendaciones específicas de Juan a sus compatriotas judíos, se dirigen
también, en la intención de Lucas, a los lectores de su evangelio. Son unos
cuantos ejemplos del fruto que corresponde al arrepentimiento (Mc 3,8), es
decir, lo que él espera de su comunidad. La colocación, precisamente aquí, del
kerigma escatológico proclamado por el Bautista y de sus exigencias de un
comportamiento ético revelan la concepción lucana del influjo del kerigma en el
desarrollo normal de la vida cotidiana.
Desde esta óptica, la conversión y la preparación verdadera para la llegada
del Mesías inicia a partir de acciones realizables. No se trata de heroísmos
improbables, por ejemplo, en nuestro caso proponerse ir de misionero a África
o China cuando ni siquiera me preocupo de la condición física y espiritual de mi
próximo, inclusive pensar en asistir a un retiro de silencio de una semana,
mientras no puedo encontrar cinco minutos en mi jornada para la oración mucho
menos para la meditación de la Palabra de Dios. En esto Juan el bautista tiene
razón, haz lo que estás llamado a hacer, hazlo con alegría, hazlo con sencillez
y conviértete en profecía, un camino despejado para dar la bienvenida al
Mesías. Hasta cierto punto, era casi normal que los publicanos robaran, los
soldados fueran prepotentes, o la gente acumulara lo poco que ganaba. Juan
muestra “otra” alternativa, sin exigirles la austeridad severa de la vida que él
lleva, ni siquiera desaprueba sus propias actividades: basta ser honesto, no ser
prepotente, ser fraterno. Está exhortando ayer y hoy a que nuestro actuar sea
coherente, donde la honestidad sea parte integral en nuestras actividades y
proyectos, al punto de conducirnos según un espíritu profético en un mundo
plagado de tiburones, lobos, dinosaurios, pirañas, serpientes, zorros, hienas…
En efecto, la Navidad nos enseña entre otras cosas a contemplar la
omnipotencia de Dios en la pequeñez de un recién nacido, del mismo modo
nuestras metas, aunque mínimas trazan el camino de una conversión fructífera
y constante.
Por otra parte, la predicación de Juan el Bautista (Lc 3,10-18) es al mismo
tiempo el anuncio de una gozosa noticia y una amenaza del juicio. “pero viene
el que es más fuerte que yo […] Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego”: esta
es la buena noticia. Pero también es un juicio: “Ya empuña el bieldo para limpiar
su cosecha y reunir el trigo en el granero, y quemará la paja en un fuego que
no se apaga” (Lc 3,17). No obstante, la inminencia del juicio no es característica
del fin del tiempo, sino de cada momento de nuestro éxodo personal. Más
adelante, al darse cuenta de que la gente se pregunta si él es realmente o no
el Mesías, Juan desvía la atención de sí mismo para dirigirla a otro que viene
(Cristo), es como si fuese una flecha en la dirección del Mesías esperado.
¿Qué implicaciones tiene todo esto para nuestras vidas? Si el Señor nos
enviara a Juan nuevamente en vistas a prepararnos para la Navidad de este
año, ¿qué nos diría? Quizás haría énfasis en las mismas cosas: Primero, la
fraternidad ¿Cuántas cosas hay en nuestra vida y en nuestras familias
superfluas e irrelevantes, pero necesarias para otras? Intentemos hacer un
inventario y al lado de cada cosa escribamos: “necesario”, o “superfluo”,
veremos que el resultado es asombroso. Segundo, la justicia: no solo la que los
demás deben llevar a cabo o cumplir, hablando de los gobernantes, los
políticos, los empresarios, los magistrados, los jerarcas de nuestra Madre
Iglesia, los vecinos, sino también la que debemos practicar todos en nuestras
actividades cotidianas, en nuestras relaciones interpersonales y familiares, es
decir, en aquel pedazo de mundo y de historia que depende de nosotros si va
bien o mal. Tercero: la centralidad de Cristo: los sacramentos, los ritos,
tradiciones, fiestas confluyen y se orientan a Cristo que está presente en su
Iglesia, animándola y guiándola con su Santo Espíritu. Por tanto, el ¿qué
debemos hacer? (Lc 3,10) de las multitudes sigue vigente y goza de perenne
actualidad aun cuando nos sintamos tentados a satisfacer nuestras propias
conveniencias siendo en ciertas ocasiones anti-fraternos, regirnos por nuestras
propias fuerzas y falsas seguridades siendo soberbios y prepotentes,
obsesionarnos por el bien individual y egoísta siendo insensibles e indiferentes
ante Cristo que viene en el necesitado, en el hambriento y sediento de justicia.

Para Meditar:
Pero, «¿qué es la alegría?» se preguntó Francisco, refiriéndose a esa alegría «que Pedro
nos pide tener y que el joven no pudo tener porque era prisionero de otros intereses». El
Papa definió «la alegría cristiana» como «la respiración del cristiano». Porque «un cristiano
que no es alegre en el corazón —afirmó— no es un buen cristiano». La alegría, por lo tanto,
afirmó el Pontífice, «es la respiración, el modo de expresarse del cristiano». Por el resto,
hizo notar, la alegría «no es algo que se compra o yo la hago con el esfuerzo: no, es un
fruto del Espíritu Santo». Porque, recordó, Quien causa «la alegría en el corazón es el
Espíritu Santo». Hay «alegría cristiana si estamos en tensión entre la memoria, el recuerdo
de la regeneración, como dice san Pedro, que nos ha salvado Jesús, y la esperanza de lo
que nos espera». Y «cuando una persona está en esta tensión, está feliz». Pero, advirtió el
Papa «si nosotros olvidamos lo que hizo el Señor por nosotros, dar la vida, regenerarnos
—es fuerte la palabra, “regenerarnos”, una nueva creación como dice la liturgia— y si
nosotros no miramos a lo que nos espera, el encuentro con Jesucristo, si no tenemos
memoria, no tenemos esperanza, no podemos tener alegría». Tal vez «sí tengamos
sonrisas, sí, pero la alegría no». (L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n.
25, viernes 22 de junio de 2018.)

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