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Sábado, 27 setiembre de 2003

Qué bárbaro, producto de la suerte terminé encerrado con la fémina paraguaya más solicitada,
qué delicia de mujer. La redada jugó a mi favor, ella en vez de empujarme me jaló hacia su
cuarto y apagó la luz, a la vez que afuera en un santiamén retumbaban las puertas, los golpes,
los ayes, las interjecciones, las pesquisas y las requisas a las demás mujeres extranjeras.
Nosotros nos pasamos todo el tiempo cediendo al deseo de la piel, le gustó el poema que
recité a su oído con mi ronca voz tras cada embestida mutua, quedamos seducidos por algo
realmente prohibido, sudando, mientras la policía por los pasillos del bulín alumbraba con
linternas aquí y allá, ¿qué pasó en la mente de aquella mujer de paso? Me di todas mis artes
que temo haber jugado con fuego. Nuestra piel se derretía mientras poco a poco se fue
haciendo silencio, solo se oían las botas de los serenos, el cuchicheo de las mujeres policías,
algún grito o pitazo lejano, y luego la calma absoluta, una paz sepulcral. Al despertar, nos
miramos sorprendidos y solo sonreímos del regalo tomado por la circunstancia de la vida, que
no olvidaré. Una hora y media completita sin parar de enamoramiento y gozo repentino con
una desconocida y purito deseo disuelto a cuentagotas del disfrute, que llegamos en silencio
para no ser descubiertos en la redada policial. Al final, me dio un beso en la mejilla, apuntó su
teléfono en un papelito y me lo entregó, que ahora no sé si llamar o no.

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