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Los usos del olvido

Recorridos, dimensiones y nuevas preguntas

Patricia Flier y Daniel Lvovich


(coordinadores)

Rosario, 2014
ÍNDICE

Introducción
Patricia Flier y Daniel Lvovich ................................................................. 9

Marxismo y memoria. De la teleología a la melancolía


Enzo Traverso (Universidad de Amiens, Francia y Cornell University,
Nueva York) ............................................................................................ 25

Las funciones del olvido: escritura, oralidad, tradición


Alessandro Portelli (La Sapienza, Universidad de Roma) ....................... 39

Lo que la literatura no olvida


José Luis de Diego (UNLP) ..................................................................... 61

Políticas de la memoria y políticas del olvido en Europa central


y oriental después del fin de los sistemas políticos comunistas
Bruno Groppo (CNRS) ........................................................................... 77

Anversos y reversos de los usos del olvido


María Eugenia Horvitz (Universidad de Chile) ....................................... 97

Límites y alcances de la política en los procesos de “justicia transicional”.


Aprendizajes a propósito del tema de los archivos represivos y el caso
uruguayo
Gerardo Caetano (Universidad de la República) ................................... 123

Memorias lights, memorias anestesiadas. Reflexiones acerca de los


olvidos del exilio en el relato público y social de los setenta en la Argentina
Silvina Jensen (UNS/CONICET) .......................................................... 159
Acerca del olvido y el recuerdo desde la historiografía sobre el someti-
miento indígena en Argentina
Walter Delrio (CONICET, Instituto de Investigaciones en Diversidad Cul-
tural y Procesos de Cambio. Profesor de la Universidad Nacional de Río
Negro, Sede Andina) ............................................................................. 193

Los autores y las autoras ...................................................................... 209


Sobre los usos del olvido
Sus recorridos, sus dimensiones y las nuevas preguntas
Patricia Flier y Daniel Lvovich

C
omo es bien sabido, en 1874 Friedrich Nietzsche proclamaba en
sus Consideraciones intempestivas que todos sufrimos de una fie-
bre histórica devoradora, que implica la imposibilidad de vivir sin
olvidar. Por ello, y dado que el sentido no histórico y el sentido histórico
resultan igualmente necesarios para la salud de un individuo, de una na-
ción o de una civilización, postulaba la necesidad de saber olvidar volunta-
riamente –así como recordamos adrede– como un requisito para evitar que
el peso del pasado destruya la vitalidad de una cultura e inhiba a la vida
para la acción.1
Menos de una década más tarde, en 1882, Ernst Renan pronunciaba
en la Sorbona la célebre conferencia Qué es una Nación. Discutiendo con
las posturas de los que enfatizaban el carácter étnico y primordial de las
naciones, Renan destacaba su carácter de novedad y constructo, resultado
de la mezcla de poblaciones y de los elementos volitivos. De tal modo,
la conciencia de un pasado común es un elemento indispensable para la
constitución de naciones, aunque esta memoria resulta necesariamente se-
lectiva, ya que debe ocluir los componentes disruptivos para ser eficaz
como principio de cohesión: “Porque el elemento esencial de una nación
consiste en que todos sus individuos deben tener muchas cosas en común,
pero también haber olvidado muchas cosas. Todo ciudadano francés tiene
que haber olvidado la noche de San Bartolomé y las masacres que ocurrie-
ron en el Sur en el siglo XIII. No hay diez familias en Francia que puedan
probar su origen franco y una tal prueba resultaría deficiente, pues millares
de desconocidos y mezclados linajes podrían desorganizar todos los siste-
mas genealógicos”.2
1 NIETZSCHE, Friedrich Segunda Consideración Intempestiva, Del Zorzal, Buenos Aires,
2006.
2 RENAN, Ernest “El significado de la nacionalidad” en KOHN, Hans El nacionalismo. Su
significado y su historia, Paidós, Buenos Aires, 1966, p. 188.
10 Los usos del olvido

Desde comienzos del siglo XX, y en una trayectoria que reconoce en


Psicopatologia de la vida cotidiana (1901) su primer eslabón, Sigmund
Freud postulaba que, lejos de resultar un déficit o una falla, el olvido era
una dimensión constitutiva ineludible de la vida psíquica, producto de ope-
raciones de censura y represión y resultado de los tamices inconscientes
de los individuos.3
De este modo, en el cuarto final del siglo XIX se establecieron algunos
de los carriles centrales por los que discurrirá el pensamiento más clásico
sobre el olvido. Lejos de constituir una dimensión deficitaria o negativa,
el olvido aparece desde entonces como un elemento imprescindible para
la estructuración individual o social, como parte de unos mecanismos in-
conscientes o bien como resultado de una acción deliberada destinada a
instaurarlo.
Por supuesto, esta consideración del carácter estructuralmente necesa-
rio del olvido no puede ocultar los enormes riesgos que dicha dimensión
encierra. Paul Ricoeur ha considerado al olvido una “inquietante amenaza”
(531) que se perfila en el segundo plano de la fenomenología de la memo-
ria y la epistemología de la Historia, y ha distinguido dos grandes figuras
del olvido profundo. Una de ellas es el olvido por destrucción –voluntaria
o no– de huellas, sean estas de tipo documental, cortical o afectivo. La se-
gunda es la que llama olvido de reserva, y abarca el olvido como memoria
impedida –en el sentido freudiano– o como memoria manipulada.4
Es esta última dimensión la que configura a la vez un abuso de la
memoria y del olvido, considerando que antes del abuso hay uso, dada la
cualidad ineludiblemente selectiva del relato y el carácter performativa-
mente imposible del relato exhaustivo. De tal modo, la manipulación de
la memoria encuentra su base en los recursos de variación que ofrece el
trabajo de configuración narrativa: “Las estrategias del olvido se injertan
directamente en este trabajo de configuración: siempre se puede narrar de
otro modo, suprimiendo, desplazando los momentos de énfasis, refiguran-
do de modo diferente a los protagonistas de la acción al mismo tiempo que
los contornos de la misma”.5

3 FREUD, Sigmund Obras completas, volumen VI, Psicopatología de la vida cotidiana,


Amorrortu, Buenos Aires, 1989.
4 RICOEUR, Paul La historia, la memoria, el olvido, Fondo de Cultura Económica, Buenos
Aires, 2004, pp. 531-533.
5 RICOEUR, Paul La historia…, cit., p. 572.
Sobre los usos del olvido 11

El respaldo del poder y el consenso o la pasividad social serán deter-


minantes para la configuración de formas de olvido social basadas en la
manipulación consciente del pasado:
“[…] el recurso al relato se convierte así en trampa cuando
poderes superiores toman la dirección de la configuración
de esta trama e imponen un relato canónico mediante la in-
timidación o la seducción, el miedo o el halago. Se utiliza
aquí una forma ladina de olvido, que consiste en desposeer
a los actores sociales de su poder originario de narrarse a sí
mismos. Pero este desposeimiento va acompañado de una
complicidad secreta, que hace del olvido un comportamien-
to semipasivo y semiactivo, como sucede en el olvido de
elusión, expresión de la mala fe, y su estrategia de evasión y
esquivez motivada por la oscura voluntad de no informarse,
de no investigar sobre el mal cometido por el entorno del
ciudadano, en una palabra, por un querer-no-saber. Europa
Occidental y el resto de Europa dieron el penoso espectácu-
lo de esta terca voluntad, después de los plúmbeos años de
mediados del siglo XX”.6
En las últimas décadas estas estrategias de olvido han sido analizadas
como parte de las historias de la memoria de las sociedades europeas de
posguerra.7 El olvido resulta entonces, en nuestros años, una dimensión
pasible de ser historizada, un factor a la vez ineludible y elusivo.
Hace 25 años, en 1988, se publicó en París Ousages de l´Oubli,
un pequeño libro que contiene los textos presentados en el coloquio de
Royaumont, que bajo ese mismo nombre se desarrolló en 1987. El libro
fue publicado en Argentina por Nueva Visión en 1989, con el título de
Usos del Olvido y prólogo de Eduardo Rabossi, y fue reeditado en 2006.
El coloquio tuvo lugar en la Abadía románica de Royaumont, no lejos
de París, y –como señalaba Severo Sarduy en su crónica para El País de
Madrid– en el encuentro se abordaron básicamente dos temas fundamenta-
les. El primero de tipo político: “estudiar el modo en que Alemania olvidó

6 RICOEUR, Paul La historia…, cit., p. 572.


7 Entre una larga lista al respecto, vale la pena destacar el trabajo señero de ROUSSO, Henry
The Vichy Syndrome. History and Memory in France since 1944, Harvard University Press,
London - Massachusetts, 1994.
12 Los usos del olvido

el nazismo y Francia el petainismo” en el contexto del debate alemán sobre


los usos públicos del pasado; y el segundo de tipo filosófico, relativo a los
usos que del pasado hace el posmodernismo.8
En el coloquio se presentaron los textos de Yerushalmi, Loraux,
Mommsen, Milner y Vattimo que serían editados en el libro, aunque tam-
bién participaron otros intelectuales, como Le Goff, Rykwert y Tetienne.
El impacto en Argentina de Usos del olvido fue relevante, en particular
en aquellos núcleos intelectuales que desde la década de 1990 emprendie-
ron distintos estudios e investigaciones sobre la memoria colectiva y sus
vinculaciones con la justicia, la historiografía y el arte. Sin embargo, la
influencia de los distintos capítulos que componen el libro no fue homogé-
nea, ya que sin dudas Reflexiones sobre el olvido de Yosef Yerushalmi ha
tenido una circulación mucho mayor que los otro cuatro, como se advierte
por la frecuencia con que es citado en la producción intelectual argentina y
por su presencia en programas universitarios.
Las cinco contribuciones al coloquio de Royaumont compiladas en
Usos del Olvido son sumamente heterogéneas tanto en la temática como
en lo disciplinar.
La de Yerushalmi se concentra en el examen de la tradición hebrea, re-
cordando que en el Antiguo Testamento no hay usos del olvido, sino terror
al olvido: éste es siempre negativo, el pecado cardinal del que se derivan
todos los demás. El historiador no deja de advertir la problematicidad de la
noción de olvido colectivo: “Estrictamente los pueblos y grupos solo pue-
den olvidar el presente, no el pasado […] los individuos que componen el
grupo pueden olvidar acontecimientos que se produjeron durante su propia
existencia, no podrían olvidar un pasado que ha sido anterior a ellos, en el
sentido en que el individuo olvida los primeros estadios de su propia vida.
Por eso decimos que un pueblo ‘recuerda’, en realidad decimos primero
que un pasado fue activamente transmitido a las generaciones contemporá-
neas” a través de los canales y receptáculos de la memoria, que Pierre Nora
llama lugares de memoria.9 En consecuencia, un pueblo “olvida” cuando la
generación poseedora del pasado no lo transmite a la siguiente, o cuando
ésta rechaza lo que recibió o cesa de transmitirlo a su vez. Por lo tanto,

8 SARDUY, Severo “Los usos del olvido”, en El País, Madrid, 5 de junio de 1987, http://
elpais.com/diario/1987/06/05/opinion/549842410_850215.html.
9 YERUSHALMI, Yosef et. al. Usos del olvido. Comunicaciones al coloquio de Royaumont,
Nueva Visión, Buenos Aires, 1989, p. 17.
Sobre los usos del olvido 13

lo que llamamos olvido en el sentido colectivo aparece cuando un grupo


humano no logra –voluntaria o pasivamente; por rechazo, indiferencia o
por causa de una catástrofe– transmitir a la posteridad lo que aprendió del
pasado.
La memoria aparece así como un movimiento dual de transmisión y
recepción. En la tradición que explora Yerushalmi, los criterios de este
movimiento se derivan de la Ley, la Halakha. En consecuencia, la única
historia que la memoria retiene es aquella que puede integrarse en el sis-
tema de valores de la Halakha. El resto es “olvidado”. Pero esta no es una
peculiaridad judía: todo pueblo tiene un conjunto de creencias y ritos que
les dan identidad y sentido de destino: del pasado sólo se transmiten los
episodios que se juzgan ejemplares.10
La aparición de la Historia como disciplina es una aventura radical-
mente nueva, ya que el pasado que recompone constantemente es apenas
reconocible para lo que la memoria colectiva retuvo. “El pasado que esa
historia restituye es en realidad un pasado perdido, pero no de aquel cuya
perdida lamentamos”. En este contexto, es claro que en la esfera pública la
Historia no podrá gobernar ni reemplazar a la memoria colectiva.
El capítulo de Yerushalmi culmina con una pregunta que probable-
mente sea una de las claves de su apropiación argentina: “¿Es posible que
el antónimo del olvido no sea la memoria sino la justicia?”.11 Esa parece
ser la línea interpretativa que propone Rabossi en su prólogo, al señalar
que en la Argentina la tesis que primó con el advenimiento de la democra-
cia fue “la de la memoria como reverso moralmente virtuoso y política-
mente valioso del olvido”, ya que es imposible sostener que el olvido “va
a asegurar la salud de los individuos y la nación”.12
En De la amnistía y su contrario, Nicole Laraux desarrolla una pers-
pectiva distinta sustentada en el caso de la Grecia Clásica. En su óptica
el olvido “no es ausencia irremediable sino, como en la hipótesis freu-
diana, presencia meramente ausentada de sí misma, superficie oscurecida
cobijando lo que solo estaba reprimido”.13 Esta presencia ausente torna

10 Hilda Sábato ha señalado la insuficiencia de este argumento para el caso de sociedades


complejas y pluralistas en las que conviven diversos sistemas de valores. SÁBATO, Hilda
“La cuestión de la culpa” en Puentes, n°1, agosto de 2000.
11 Usos del olvido, cit., p. 26.
12 Usos del olvido, cit., p. 11.
13 Usos del olvido, cit., p. 27.
14 Los usos del olvido

paradójica la pretensión de una amnistía, e imposibles los intentos de de-


cretar el olvido.
En su recorrido analiza la prohibición ateniense de recordar las des-
gracias, que sella en 403 la reconciliación democrática tras la oligarquía
de los Treinta. “Llamamos a esto amnistía modelo, paradigma de todas
aquellas que conocerá la historia occidental”. Esta borradura en un doble
sentido, material y metafórico, buscaba expurgar el conflicto de la Histo-
ria: los atenienses establecían una estrecha relación de equivalencia entre
prohibir en la memoria y borrar. El olvido tiene así una cualidad indispen-
sable: la política comienza más allá del conflicto y del terror, solo es posi-
ble allí donde cesa la venganza. En la Odisea está presente esta llamada al
olvido: olvidar no solo las maldades de los otros sino la propia cólera, para
que se restablezca el lazo de la vida en la ciudad. Cuando la memoria en
carne viva se convierte en ira –como en Ulises o Electra– resulta el peor
enemigo de la política. Por ello “las ciudades se esfuerzan por acantonar
en la esfera de la anti- (o de la ante-) política” a la memoria que arrastra la
conflictividad.
De factura muy distinta, el capítulo de Hans Mommsen –El Tercer
Reich en la memoria de los alemanes– constituye una reflexión acerca
de la historia de la memoria en Alemania Occidental en el marco de la
querella de los historiadores: Mommsen afirma que las consecuencias de
la derrota, los procesos judiciales, las informaciones periodísticas y las
representaciones artísticas, lograron mantener despiertas en las concien-
cias a las décadas de 1930 y 1940, pese a que las huellas materiales del
hundimiento desaparecieron casi por completo. “Las secuelas a largo plazo
del régimen nazi no están superadas en absoluto en la cultura universita-
ria y la vida intelectual. Lo mismo sucede con el tormento psicológico
suscitado por la percepción del carácter extremadamente criminal del ré-
gimen y por el vuelco del horizonte de valores posteriores al hundimiento
alemán de 1945”.14 Tras el hundimiento, la sociedad alemana reprimió el
recuerdo de los aspectos consensuales del régimen y concentró en éste las
responsabilidades criminales, en el marco del realineamiento alemán en
la Guerra Fría, que tornaba el escenario poco propicio para la reflexión
sobre aquel pasado. Mommsen señala la muy pobre transmisión intergene-
racional del período nazi, debida no solo al ocultamiento sino al carácter

14 Usos del olvido, cit., p. 53.


Sobre los usos del olvido 15

necesariamente fragmentario de la experiencia vivida, incluso por altos


funcionarios, en relación al régimen en su conjunto: “La reconstrucción
de la época en cuestión resulta en muy escasa medida de la memoria in-
dividual aglutinada; por el contrario, como reconstrucción colectiva, solo
puede tratarse de una obra de historiadores de oficio, y eventualmente,
también de novelistas”.
En El Material del olvido Jean–Claude Milner reconstruye la noción
de olvido en el universo de sentido lacaniano. Dado que el lenguaje se
halla estructurado en todas sus partes como un encuentro contingente, no
tiene otra estructura que la de lo real como tal. El ser hablante es entonces
capaz de olvido debido a lo que el lenguaje tiene de real: “el lenguaje se
propone como una multiplicidad de puntos de olvido”.15
Por último Gianni Vattimo, en El olvido imposible, considera el pro-
blema de la memoria y el olvido en el nivel de la cultura contemporánea,
realizando para ello una lectura de Nietzsche diferente a las predominan-
tes. Sostiene en efecto que en la obra posterior de Nietzsche se disuel-
ve el impulso antihistórico de la Segunda consideración intempestiva, al
reconocer la imposibilidad de eludir “la enfermedad histórica”. Lo que
Heidegger llama olvido del ser es exactamente esa imposibilidad de olvi-
dar, que se identifica con el olvido del ser y no se presenta, según parece
a primera vista, como un rasgo negativo, alienado, de la condición actual
del pensamiento. Así, la enfermedad histórica que en épocas de Nietzsche
podía constituir un fenómeno propio de la elite, en el presente ya no lo es
en absoluto. Vivimos en una época de imposibilidad del olvido, de histo-
rizacion de la cultura, básicamente a partir de la enorme multiplicación de
los mass media.
“Así pues, estamos colocados ante los mismos problemas que Nietzs-
che, aquellos con los que tropezaba en la Segunda consideración intempes-
tiva, solo que más acentuados y generalizados: el exceso de conocimiento
histórico, tomando este conocimiento en el sentido más vasto del término
[…] es un rasgo característico de nuestra condición: así es que el Occiden-
te de nuestros días, aun cuando ya no sea la gran potencia imperialista y
militar del siglo XIX, pasó a ser, con más claridad que en este pasado re-
ciente, una suerte de gran ‘depósito’ de culturas; su imperialismo, diríamos
nosotros, se purificó tal vez de sus elementos de poder para convertirse en

15 Usos del olvido, cit., p.76.


16 Los usos del olvido

un imperialismo de la interpretación, la información”.16 En este marco las


formas de creatividad artística que surgen no requieren del olvido como
una condición, sino que brotan necesariamente de la conciencia histórica.
La tesis es que la mezcla entre mercado, arte y mass media desemboca en
una situación en la que la creación no puede ser resultado del olvido, sino
de su contrario.
Como se puede advertir, las nociones de olvido operantes en los cinco
textos distan de ser idénticas: olvido como interrupción de la transmisión
en Yerushalmi; como condición para la vida política, a la vez necesario e
imposible de imponer para Loraux; olvido como resultado de la falta de
elaboración y como producto de marcos políticos que lo promueven para
Mommsen; como dimensión necesaria del lenguaje para Milner, y como
rasgo imposible en la cultura contemporánea para Vattimo.
Pasado un cuarto de siglo de esa publicación, el texto que el lector
tiene en sus manos pretende recuperar esa complejidad, ya que considerar
la multidimensionalidad del concepto de olvido y reflexionar insertos en la
senda trazada por Usos del olvido fue la propuesta que formulamos a los
autores a quienes invitamos a participar en esta compilación.
Nuestro lugar de encuentro no tuvo la belleza de la Abadía románica
de Royaumont, ni su entono de lagunas y bosques, sino que fueron nues-
tras universidades nacionales –de La Plata y de General Sarmiento– los
ámbitos en los que estos colegas dictaron diferentes cursos de posgrado
y otras actividades académicas, que nos permitieron construir un diálogo
fecundo con académicos de nuestro país y de otros lugares del mundo,
preocupados por dilucidar los entramados de los olvidos.
Este libro responde a la propuesta que realizamos a estos intelectuales
para revisitar, veinticinco años después, el emblemático texto Usos del
olvido, con la intención de encontrar las continuidades y rupturas, ob-
servar la emergencia de nuevos paradigmas interpretativos o de nuevos
interrogantes para reflexionar sobre los olvidos y, por supuesto, sobre la
memoria. En fin, esta propuesta fue tan solo un disparador con el que los
autores dialogan –de modos diversos– en los ocho capítulos que integran
este libro, demostrando que tal ejercicio provocó o estimuló la escritura de
textos que son indudablemente un aporte intelectual original, enriquecido
y, sobre todo, movilizador.

16 Usos del olvido, cit., pp. 92-93.


Sobre los usos del olvido 17

Enzo Traverso en Marxismo y memoria. De la teleología a la melan-


colía nos advierte que a primera vista, el marxismo y la memoria parece-
rían dos continentes extranjeros, y señala que en el teatro de la historia
intelectual, el marxismo hace su salida –sin aplausos ni llamamientos– en
el momento en que la memoria hace allí su entrada, con todas las miradas
dirigidas hacia ella. El advenimiento de un verdadero momento memorial
en el seno de las sociedades occidentales a partir de mediados de los años
1980 coincide con otro hito de la historia intelectual denominado “crisis
del marxismo”. Esta sincronía entre el desarrollo de la memoria y la de-
cadencia del marxismo es completamente emblemática, lo que induce al
autor a analizar este encuentro fallido y a tratar de explicar sus causas.
Este itinerario demanda un esfuerzo de claridad conceptual y la revisita a
–o la revisión de– las distintas producciones historiográficas que pueden
brindar las conexiones entre marxismo y memoria, ya que esta relación
está vinculada a un régimen de historicidad: la experiencia y la percepción
del pasado que caracterizan a una sociedad dada en un momento dado.
Justamente, el régimen de historicidad que domina la transición del siglo
XX al XXI revela una crisis profunda de la imaginación utópica, que no
percibe el pasado como una era de luchas liberadoras y revoluciones, sino
más bien como una época de violencia y de totalitarismo. La religión ci-
vil de la memoria –cuya celebración sirve para sacralizar las fundaciones
éticas de nuestras democracias liberales– es la otra cara de un mundo sin
utopías. El marxismo que corresponde a nuestro régimen de historicidad
–una temporalidad fijada al presente y desprovista de estructura a futuro–
se carga, inevitablemente, de una coloración melancólica. Amputado del
principio-esperanza, al menos en la forma concreta que había tomado en
el siglo XX, cuando la utopía de una sociedad liberada se había encarnado
en el comunismo, interioriza una derrota histórica. Si posee una dimensión
estratégica, no consiste en organizar el derrocamiento del capitalismo, sino
en superar el trauma de los reveses sufridos. Su arte reside en la organi-
zación del pesimismo: asumir un fracaso sin capitular ante el enemigo;
historizar la derrota sabiendo que un nuevo comienzo adoptará necesaria-
mente formas inéditas, que será necesario tomar caminos desconocidos y
que también habrá que asimilar las lecciones del pasado.
Alessandro Portelli en su texto Las funciones del olvido: escritura,
oralidad, tradición analiza el vínculo indisociable entre memoria y olvido
18 Los usos del olvido

para advertirnos que la memoria es como la respiración: podemos respirar


bien o mal, podemos respirar aire bueno o malo, pero no podemos evitar
respirar por un lapso demasiado largo. Se trata de funciones que podemos
entrenar, ejercitar y mejorar, pero nunca suprimir. Ahora bien, la memoria
es como un músculo involuntario que no puede dominar enteramente el
olvido y la remoción de información. No es casualidad que pactos del olvi-
do, leyes de punto final, censuras o intentos de borrramientos nunca hayan
funcionado. Los “fantasmas” relegados en el “subsuelo” de la memoria
vuelven a presentarse como pesadillas, y entonces la relación entre memo-
ria y olvido se da vuelta. Solo con el trabajo de recordar lo omitido es posi-
ble “olvidarlo”, en el sentido de elaborarlo, superarlo e ir más allá sin sufrir
las obsesiones correlativas. En este capítulo el autor se propone reflexionar
acerca de las “limitaciones en el volumen de la memoria colectiva” como
origen del uso creativo del olvido en términos menos dramáticos que me-
todológicamente significativos. La idea de que la memoria colectiva tiene
límites y por lo tanto necesita olvidar para hacer lugar a nuevos “textos”
vale sobre todo para las culturas y los contextos sociales que se centran en
la tradición oral. No se refiere necesariamente a culturas exclusivamente
orales: de hecho, los ejemplos con los que trabaja se vinculan en particular
con el destino de textos (canciones o danzas) que, nacidas en escrituras
pero destinadas a la voz, se refinan y transforman en la “criba” de la per-
formance, de la memoria y de la transmisión oral.
En este trayecto recupera los diálogos complejos entre Historia y me-
moria, como escritura y oralidad, literatura y folklore, olvido y recuerdo,
para poner en escena la centralidad de la historia oral que emerge en el
espacio generado por ese diálogo. La reflexión teórica de los años ’70 y
’80 se centró precisamente en esas formas del olvido que son el silencio y
la memoria equivocada, y puso en el centro de la historia oral la historia
de la subjetividad y de la memoria. El historiador busca y encuentra los
nombres en los documentos guardados en el archivo, pero no se le ha-
bría ocurrido ir a buscarlos si la memoria y la tradición oral no hubiesen
mantenido viva esa historia, cargándola de sentido al punto de inducirlo a
buscar sus fuentes. Esa construcción de sentido tampoco habría acontecido
en ausencia de los procesos de olvido y selección que han vuelto cantable
y, por eso mismo, recordable un texto que, en su forma escrita de hoja
suelta, estaba sobredimensionado, impracticable y por tal razón destinado
Sobre los usos del olvido 19

a quedar sepultado y olvidado en los cajones de la Roxburghe Collection.


El olvido ahí funciona como un mecanismo de la memoria: no solo trans-
formó la canción permitiéndole sobrevivir en la tradición oral sino que,
gracias a esa supervivencia y transformación, hizo emerger también su
memoria escrita.
José Luis de Diego en su texto Lo que la literatura no olvida postula
la hipótesis de que si la Historia –y sobre todo la Historia reciente– tiene
una estrecha conexión con la memoria colectiva voluntaria, la literatura
suele convivir con la memoria colectiva involuntaria, supuesto que recorre
en cinco apartados que funcionan como argumentos contundentes. Sostie-
ne el autor que los escritores encuentran, eligen y construyen sus tramas
ficcionales con deliberación racional, y explica que su trabajo es más libre
con las fuentes, lo que permite una mayor apertura a la sensibilidad, a la
imaginación y aun a la fantasía, y lo colocan en una zona mucho más per-
meable a los reclamos de la memoria involuntaria que aquella en la que
suelen moverse los historiadores. Pero la literatura no es tarea de agoreros,
sino de quienes saben ver en el devenir del presente la dimensión política
de nuestras conductas. La obra literaria resiste obstinadamente, y perdura,
extraña y diáfana a la vez, ante las capitulaciones de los Estados. Y esto
es así porque la memoria colectiva (esa que llamó, acaso metafóricamen-
te, involuntaria) permea las construcciones ficcionales y las figuras de la
imaginación: no va al pasado en busca de las certidumbres; es el pasado el
que asalta un presente discontinuo y lo sumerge en la perplejidad. La mejor
literatura no nos da respuestas más o menos consoladoras; al contrario, nos
desacomoda, nos sigue desacomodando, aun después de siglos de Historia,
porque la literatura es la acérrima enemiga del olvido.
El capítulo a cargo de Bruno Groppo nos propone algunas reflexiones
sobre el uso de la memoria y del olvido en los países ex comunistas de
Europa Central y Oriental. Explica cómo el fin de los sistemas políticos
comunistas en esos países –simbolizado por la caída del Muro de Berlín
en 1989– y en la Unión Soviética dos años más tarde, tuvo consecuencias
de gran alcance no solo en el campo político –fin de la Guerra Fría y de la
división de Europa, reunificación alemana, ampliación de la Unión Euro-
pea al Este– sino también en el de la memoria. Una verdadera explosión
memorial acompañó y siguió a las conmociones políticas de 1989-1991.
La memoria comunista oficial, que monopolizaba el espacio público, y las
20 Los usos del olvido

instituciones encargadas de elaborarla y de transmitirla, desaparecieron rá-


pidamente, mientras que otras memorias, reducidas al silencio o persegui-
das durante el período comunista, reaparecieron públicamente y ocuparon
el centro de la escena. Las políticas de la memoria implementadas por los
nuevos gobiernos de esos países, surgidos de elecciones libres, proponen
interpretaciones del pasado radicalmente diferentes de las que predomina-
ban antes de 1989. En todos lados, nuevos relatos históricos reemplazaron
a aquellos –ahora desacreditados– anteriores a la caída del Muro. El aporte
central de esta intervención radica no solo en la minuciosa descripción de
las políticas de memoria sino sobre todo en la revisión de los usos de los
olvidos que acompañan a las nuevas políticas. Destaca cómo las políticas
implementadas en esos países están fuertemente marcadas por una visión
nacionalista de la Historia, en la que proponen una lectura muy selectiva
que oculta los aspectos no conformes a la imagen que quieren transmitir.
De modo que el uso político del pasado reciente que las inspira no depende
de lo que se puede llamar un abordaje crítico, sino que responde, ante todo,
a preocupaciones políticas e identitarias.
María Eugenia Horvitz, en su capítulo Anversos y reversos de los usos
del olvido reflexiona sobre los usos del olvido en el Chile desgarrado por la
dictadura pinochetista, compartiendo la movilizadora metáfora creada por
el siempre inspirado documentalista Patricio Guzmán, su compatriota, en
Nostalgias de la Luz. En él se muestra su viaje por el desierto de Atacama
hacia el Observatorio más importante del mundo –que permite admirar
y tomar parte de la visión del cosmos– y luego la cámara gira para mos-
trarnos a las mujeres que escarban el desierto buscando los restos de sus
familiares desaparecidos. El cosmos eterno y las mujeres repitiendo una
búsqueda mantenida durante los últimos 40 años, desde que la “Caravana
de la Muerte” les arrebató a sus seres queridos, haciéndolos desaparecer
en la desolación y dejándolas en el sufrimiento de lo inimaginable. En esta
escena no hay olvido, tampoco reparación definitiva.
El silencio de la Dictadura, solo comparable con esa tierra yerma, ha
sido perforado por la denuncia ciudadana, por las políticas públicas y algo
de justicia para conocer el cómo de las represalias contra los militantes de
un proyecto democrático y, sin duda, opositores de primera hora al régi-
men pinochetista. Horvitz aborda en este trabajo las relaciones entre las
prácticas sociales y la política, el ir y venir de las memorias y su reverso,
Sobre los usos del olvido 21

en este afán reciente de querer penetrar los silencios que subsisten en los
secretos de Estado o en las culpabilidades por omisión o por encubrimien-
to de la participación directa o solapada, que tienen su correlato en repre-
sentaciones culturales y políticas que incitan a la reflexión.
En su trabajo El olvido y la tensión pasado-futuro el historiador uru-
guayo Gerardo Caetano reflexiona desde la Historia conceptual sobre dis-
tintos interrogantes. ¿Nuestra visión sobre el futuro tiene algo que ver con
nuestros usos más contemporáneos del olvido? ¿Cuánto influyen en esa
relación los cambios más recientes en nuestra manera de concebir y vivir
la temporalidad? ¿Cuáles han sido las principales reflexiones que ha ame-
ritado este asunto desde la Historia y desde otras Ciencias Sociales? ¿Qué
implicaciones adopta esta cuestión respecto a los desafíos de historización
de los pasados traumáticos?
La hipótesis que sustenta en este texto es que la apelación a nuevas
formas de “recordación del Holocausto” y de otros pasados traumáticos,
con particular referencia a los genocidios y a las experiencias de terrorismo
de Estado, bien puede configurarse, desde la construcción de “memorias
ejemplares”, en una suerte de halajá de proyección universal. Remitir a
la construcción de una “memoria ejemplar” supone de ese modo toda una
definición acerca del rol que la recuperación de las narrativas plurales del
pasado tiene y debe tener en el presente, siempre en un marco de polémica
argumentativa no violenta y rigurosa.
Sostiene que para el historiador, la construcción de una “memoria
ejemplar” implica una serie de faenas audaces y necesarias. En primer lu-
gar, lo obliga a repensar radicalmente sus categorías y métodos, sus mo-
delos interpretativos, para abordar de manera más rigurosa y consistente
las experiencias de terror intrínsecas a pasados tan traumáticos como el de
todo genocidio. En esa misma dirección, le impone replantear sus criterios
de cientificidad, de tensión entre subjetividad y objetividad, sus sentidos
de frontera –otrora cómodos y “perezosos”– entre Historia y memoria. En
ese sentido, el olvido y el futuro pueden configurar dimensiones que com-
plementen su significación.
Considerando que pensar en los antónimos del concepto que se estudia
es una herramienta metodológica útil, el autor recupera la pregunta que se
formuló Josef Yerushalmi: “¿Es posible que el antónimo de ‘el olvido’ no
22 Los usos del olvido

sea ‘la memoria’ sino la justicia?”,17 y sostiene que resulta muy pertinente
responder las interpelaciones del tema del olvido desde la consideración
rigurosa de ese “antónimo de la justicia”. Es cierto que no bastan la me-
moria y la verdad para enfrentar los olvidos impuestos y que la justicia
es también un soporte indispensable para la reconstrucción democrática
del tiempo, en especial, como se vio, luego de experiencias autoritarias y
traumáticas. Lo es desde un punto de vista cívico, humano y ético. Pero la
memoria, la verdad y la justicia no son los únicos antónimos posibles del
olvido. En este trabajo se fundamenta la idea de que otro antónimo nece-
sario es el del futuro.
Silvina Jensen en su texto Memorias lights, memorias anestesiadas.
Reflexiones acerca de los olvidos del exilio en el relato público y social
de los setenta en la Argentina repone uno de los principales núcleos de
sentido que han tramado las memorias públicas acerca del exilio desde la
contemporaneidad del fenómeno hasta hoy –el “exilio privilegio”–, inten-
tando comprender por qué a treinta años de la recuperación de la institucio-
nalidad democrática, aquellos que salieron del país como consecuencia del
terrorismo de Estado siguen considerándose “exiliados políticos”. En ese
contexto explica en qué medida la reelaboración de la narrativa del “privi-
legio” ha contribuido y contribuye al olvido del sentido político de dicho
movimiento de población. Sostiene que aquello que los protagonistas de
la diáspora definen como “continuidad del olvido” guarda relación directa
con la persistencia de ciertos relatos y matrices de lectura originados en
la etapa dictatorial, que más allá de sus reelaboraciones a lo largo de los
diferentes gobiernos democráticos y de sus renovados y hasta conflictivos
usos y usuarios, continúa planteando a los ex exiliados la urgencia de lu-
char por el reconocimiento social de lo vivido y por “decir públicamente
y sin tabú qué es el exilio”. Demuestra cómo, más allá del mayor o menor
grado de conocimiento social sobre el tema, de la previsible ampliación
de la información disponible con el paso del tiempo y de la creciente acu-
mulación de registros que dan cuenta de la experiencia –comenzando por
la profusión de films, literatura de ficción, eventos culturales, producción
científica e incluso en el extremo de una investigación que avanza cada vez
más y hasta los más mínimos detalles del evento exiliar– los relatos públi-
cos acerca del exilio siguen en buena medida anclados en la demonización,

17 Usos del olvido, cit., p. 26.


Sobre los usos del olvido 23

la culpabilidad, la traición, la cobardía, la jerarquía de sufrimientos y los


escalafones de lucha, que son subsidiarios de la matriz del “exilio privi-
legio”. Concluye finalmente que, cuando los que salieron del país en los
setenta hablan de una memoria “light” o “anestesiada” intentan desnudar
algunos de esos relatos que de modos disímiles, activados por diferentes
actores (Estado, partidos políticos, intelectuales, organismos de DDHH y
por ellos mismos) y, en no pocas ocasiones, con propósitos encontrados,
refuerzan un olvido fundamental: el de la dimensión política y colectiva
del exilio.
Walter Delrio en el capítulo Sobre el olvido y el recuerdo: la historio-
grafía y el sometimiento indígena en Argentina retoma también algunas de
las preguntas que Yerushalmi se hacía en ocasión del Coloquio de Royau-
mont –“¿En qué medida tenemos necesidad de la Historia? ¿Y de qué clase
de Historia? ¿De qué deberíamos acordarnos, qué podemos autorizarnos
a olvidar?”– para pensar a partir de ellas un caso específico: el del debate
ampliado que se ha instalado en nuestro país desde la recuperación demo-
crática que puso en escena la historia del sometimiento e incorporación
estatal de los pueblos originarios, en especial hacia fines del siglo XIX con
las campañas militares de conquista. El autor resalta la incorporación de
una dimensión que no había integrado el debate: el “trabajo del olvido”
que esa construcción de sucesos históricos ha venido implicando. En este
sentido se interroga sobre los tipos de olvido y los trabajos de memoria,
sobre el papel del discurso historiográfico como formador de la memoria
colectiva y, finalmente, cómo estos trabajos y experiencia pueden devenir
en conciencia histórica.
Este libro no habría sido posible sin la entusiasta predisposición de
nuestros autores, que son además queridos amigos. Se sumaron rápida-
mente a la tarea y nos trasladaron su pasión y sus conocimientos, de modo
que reiteramos nuestro enorme agradecimiento y compromiso para traba-
jar arduamente en la distribución y circulación de sus reflexiones. En se-
gundo lugar queremos destacar nuestra gratitud a Rocco Carbone y Silvia
Labado por sus traducciones del italiano y del francés, respectivamente.
Finalmente, nuestro reconocimiento a los integrantes del equipo de trabajo
de la Prosecretaría de Gestión Editorial y Difusión de la Facultad de Hu-
manidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La
Plata, y en particular al incansable esfuerzo de Guillermo Banzato, quien
24 Los usos del olvido

nos alienta y logra que la producción intelectual llegue a los lectores en


libros cuidados que enmarcan adecuadamente el trabajo realizado. Gracias
a su gestión también se logró que Prohistoria confiara en este texto para su
edición, por lo tanto extendemos nuestra gratitud a este importante sello
editorial argentino que se suma para que la tarea alcance la visibilidad y
difusión que merece.
Marxismo y memoria
De la teleología a la melancolía1
Enzo Traverso

A
primera vista, el marxismo y la memoria parecerían dos continen-
tes extranjeros.
Los marxistas elaboraron filosofías de la historia o, principalmente
los historiadores, analizaron las mutaciones de temporalidad (en particular
E. P. Thompson) pero, salvo excepciones sobre las que volveré, nunca in-
tentaron conceptualizar la memoria. Esta última es el objeto de los trabajos
de historia oral de Danilo Montaldi, Cesare Bermani o Raphael Samuel,
sin convertirse, no obstante, en una categoría analítica. Lo que interesaba
a estos autores era el pasado vivido, evocado y contado por las clases sub-
alternas, no el contexto, las modalidades, las posibilidades ni los límites
de la elaboración del recuerdo mismo, ni su relación con la escritura de la
Historia.
Iniciado hace casi un siglo por Henri Bergson y Maurice Halbwachs,
el debate sobre la memoria colectiva afectó profundamente a la Sociología,
la Filosofía y la Historiografía, sin recibir ninguna contribución marxista
significativa. Las raras incursiones marxistas en el terreno de las relaciones
entre Historia y memoria se limitaron a reafirmar la dicotomía positivista
clásica: la memoria es la colecta volátil y subjetiva de una experiencia
vivida; la Historia es la reconstitución rigurosa de los acontecimientos del
pasado. En su prefacio a Historia de la Revolución Rusa (1930), León
Trotski reconoce que su participación directa en ese gran hito histórico lo
ayudó a “comprender, no solo la psicología de los actores, individuos y co-
lectividades, sino también la correlación interna de los acontecimientos”.
No obstante, inmediatamente agrega que una posición como esa puede
convertirse en una ventaja epistemológica solo a condición de no escribir
como testigo. Especifica su abordaje en los siguientes términos: “Esta obra

1 Título original en francés: “Marxisme et mémoire. De la téléologie à la mélancolie”.


Traducción al español de Silvia Nora Labado.

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