Professional Documents
Culture Documents
Rosario, 2014
ÍNDICE
Introducción
Patricia Flier y Daniel Lvovich ................................................................. 9
C
omo es bien sabido, en 1874 Friedrich Nietzsche proclamaba en
sus Consideraciones intempestivas que todos sufrimos de una fie-
bre histórica devoradora, que implica la imposibilidad de vivir sin
olvidar. Por ello, y dado que el sentido no histórico y el sentido histórico
resultan igualmente necesarios para la salud de un individuo, de una na-
ción o de una civilización, postulaba la necesidad de saber olvidar volunta-
riamente –así como recordamos adrede– como un requisito para evitar que
el peso del pasado destruya la vitalidad de una cultura e inhiba a la vida
para la acción.1
Menos de una década más tarde, en 1882, Ernst Renan pronunciaba
en la Sorbona la célebre conferencia Qué es una Nación. Discutiendo con
las posturas de los que enfatizaban el carácter étnico y primordial de las
naciones, Renan destacaba su carácter de novedad y constructo, resultado
de la mezcla de poblaciones y de los elementos volitivos. De tal modo,
la conciencia de un pasado común es un elemento indispensable para la
constitución de naciones, aunque esta memoria resulta necesariamente se-
lectiva, ya que debe ocluir los componentes disruptivos para ser eficaz
como principio de cohesión: “Porque el elemento esencial de una nación
consiste en que todos sus individuos deben tener muchas cosas en común,
pero también haber olvidado muchas cosas. Todo ciudadano francés tiene
que haber olvidado la noche de San Bartolomé y las masacres que ocurrie-
ron en el Sur en el siglo XIII. No hay diez familias en Francia que puedan
probar su origen franco y una tal prueba resultaría deficiente, pues millares
de desconocidos y mezclados linajes podrían desorganizar todos los siste-
mas genealógicos”.2
1 NIETZSCHE, Friedrich Segunda Consideración Intempestiva, Del Zorzal, Buenos Aires,
2006.
2 RENAN, Ernest “El significado de la nacionalidad” en KOHN, Hans El nacionalismo. Su
significado y su historia, Paidós, Buenos Aires, 1966, p. 188.
10 Los usos del olvido
8 SARDUY, Severo “Los usos del olvido”, en El País, Madrid, 5 de junio de 1987, http://
elpais.com/diario/1987/06/05/opinion/549842410_850215.html.
9 YERUSHALMI, Yosef et. al. Usos del olvido. Comunicaciones al coloquio de Royaumont,
Nueva Visión, Buenos Aires, 1989, p. 17.
Sobre los usos del olvido 13
en este afán reciente de querer penetrar los silencios que subsisten en los
secretos de Estado o en las culpabilidades por omisión o por encubrimien-
to de la participación directa o solapada, que tienen su correlato en repre-
sentaciones culturales y políticas que incitan a la reflexión.
En su trabajo El olvido y la tensión pasado-futuro el historiador uru-
guayo Gerardo Caetano reflexiona desde la Historia conceptual sobre dis-
tintos interrogantes. ¿Nuestra visión sobre el futuro tiene algo que ver con
nuestros usos más contemporáneos del olvido? ¿Cuánto influyen en esa
relación los cambios más recientes en nuestra manera de concebir y vivir
la temporalidad? ¿Cuáles han sido las principales reflexiones que ha ame-
ritado este asunto desde la Historia y desde otras Ciencias Sociales? ¿Qué
implicaciones adopta esta cuestión respecto a los desafíos de historización
de los pasados traumáticos?
La hipótesis que sustenta en este texto es que la apelación a nuevas
formas de “recordación del Holocausto” y de otros pasados traumáticos,
con particular referencia a los genocidios y a las experiencias de terrorismo
de Estado, bien puede configurarse, desde la construcción de “memorias
ejemplares”, en una suerte de halajá de proyección universal. Remitir a
la construcción de una “memoria ejemplar” supone de ese modo toda una
definición acerca del rol que la recuperación de las narrativas plurales del
pasado tiene y debe tener en el presente, siempre en un marco de polémica
argumentativa no violenta y rigurosa.
Sostiene que para el historiador, la construcción de una “memoria
ejemplar” implica una serie de faenas audaces y necesarias. En primer lu-
gar, lo obliga a repensar radicalmente sus categorías y métodos, sus mo-
delos interpretativos, para abordar de manera más rigurosa y consistente
las experiencias de terror intrínsecas a pasados tan traumáticos como el de
todo genocidio. En esa misma dirección, le impone replantear sus criterios
de cientificidad, de tensión entre subjetividad y objetividad, sus sentidos
de frontera –otrora cómodos y “perezosos”– entre Historia y memoria. En
ese sentido, el olvido y el futuro pueden configurar dimensiones que com-
plementen su significación.
Considerando que pensar en los antónimos del concepto que se estudia
es una herramienta metodológica útil, el autor recupera la pregunta que se
formuló Josef Yerushalmi: “¿Es posible que el antónimo de ‘el olvido’ no
22 Los usos del olvido
sea ‘la memoria’ sino la justicia?”,17 y sostiene que resulta muy pertinente
responder las interpelaciones del tema del olvido desde la consideración
rigurosa de ese “antónimo de la justicia”. Es cierto que no bastan la me-
moria y la verdad para enfrentar los olvidos impuestos y que la justicia
es también un soporte indispensable para la reconstrucción democrática
del tiempo, en especial, como se vio, luego de experiencias autoritarias y
traumáticas. Lo es desde un punto de vista cívico, humano y ético. Pero la
memoria, la verdad y la justicia no son los únicos antónimos posibles del
olvido. En este trabajo se fundamenta la idea de que otro antónimo nece-
sario es el del futuro.
Silvina Jensen en su texto Memorias lights, memorias anestesiadas.
Reflexiones acerca de los olvidos del exilio en el relato público y social
de los setenta en la Argentina repone uno de los principales núcleos de
sentido que han tramado las memorias públicas acerca del exilio desde la
contemporaneidad del fenómeno hasta hoy –el “exilio privilegio”–, inten-
tando comprender por qué a treinta años de la recuperación de la institucio-
nalidad democrática, aquellos que salieron del país como consecuencia del
terrorismo de Estado siguen considerándose “exiliados políticos”. En ese
contexto explica en qué medida la reelaboración de la narrativa del “privi-
legio” ha contribuido y contribuye al olvido del sentido político de dicho
movimiento de población. Sostiene que aquello que los protagonistas de
la diáspora definen como “continuidad del olvido” guarda relación directa
con la persistencia de ciertos relatos y matrices de lectura originados en
la etapa dictatorial, que más allá de sus reelaboraciones a lo largo de los
diferentes gobiernos democráticos y de sus renovados y hasta conflictivos
usos y usuarios, continúa planteando a los ex exiliados la urgencia de lu-
char por el reconocimiento social de lo vivido y por “decir públicamente
y sin tabú qué es el exilio”. Demuestra cómo, más allá del mayor o menor
grado de conocimiento social sobre el tema, de la previsible ampliación
de la información disponible con el paso del tiempo y de la creciente acu-
mulación de registros que dan cuenta de la experiencia –comenzando por
la profusión de films, literatura de ficción, eventos culturales, producción
científica e incluso en el extremo de una investigación que avanza cada vez
más y hasta los más mínimos detalles del evento exiliar– los relatos públi-
cos acerca del exilio siguen en buena medida anclados en la demonización,
A
primera vista, el marxismo y la memoria parecerían dos continen-
tes extranjeros.
Los marxistas elaboraron filosofías de la historia o, principalmente
los historiadores, analizaron las mutaciones de temporalidad (en particular
E. P. Thompson) pero, salvo excepciones sobre las que volveré, nunca in-
tentaron conceptualizar la memoria. Esta última es el objeto de los trabajos
de historia oral de Danilo Montaldi, Cesare Bermani o Raphael Samuel,
sin convertirse, no obstante, en una categoría analítica. Lo que interesaba
a estos autores era el pasado vivido, evocado y contado por las clases sub-
alternas, no el contexto, las modalidades, las posibilidades ni los límites
de la elaboración del recuerdo mismo, ni su relación con la escritura de la
Historia.
Iniciado hace casi un siglo por Henri Bergson y Maurice Halbwachs,
el debate sobre la memoria colectiva afectó profundamente a la Sociología,
la Filosofía y la Historiografía, sin recibir ninguna contribución marxista
significativa. Las raras incursiones marxistas en el terreno de las relaciones
entre Historia y memoria se limitaron a reafirmar la dicotomía positivista
clásica: la memoria es la colecta volátil y subjetiva de una experiencia
vivida; la Historia es la reconstitución rigurosa de los acontecimientos del
pasado. En su prefacio a Historia de la Revolución Rusa (1930), León
Trotski reconoce que su participación directa en ese gran hito histórico lo
ayudó a “comprender, no solo la psicología de los actores, individuos y co-
lectividades, sino también la correlación interna de los acontecimientos”.
No obstante, inmediatamente agrega que una posición como esa puede
convertirse en una ventaja epistemológica solo a condición de no escribir
como testigo. Especifica su abordaje en los siguientes términos: “Esta obra