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Lo anterior es, además, verdad de fe. El Concilio Vaticano I afirma que "La misma Santa Madre
Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con
certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas" (Const. dogm. Dei
Filius, c. 2, Dz. 1785).
El querer conocer a Dios es necesario para llegar a conocerlo. No basta tan sólo aplicar la
inteligencia, sino que se requiere, además, de rectas disposiciones morales (buen
comportamiento cara a Dios), pues de lo contrario es imposible conocer a Dios.
Aunque la existencia de Dios es una verdad que puede ser conocida por todos los hombres, sin
embargo, en su conocimiento "el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de
los sentidos o imaginación, ya por las concupiscencias derivadas del pecado original. Y así
sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuaden de que es falso o dudoso lo
que no quieren que sea verdadero" (Pío XII, Enc. Humani Generis, 12-VIII-1950, Dz. 2305).
Por ser Dios infinito en toda perfección, no lo podemos conocer directamente, sino que
deducimos su existencia por medio del mundo y de las cosas creadas, que nos llevan al
conocimiento del Creador.
Así dice San Pablo: "En efecto, las perfecciones invisibles de Dios, (...) a saber: su eterno poder
y su divinidad, se han hecho visibles a la inteligencia, después de la creación del mundo, a
través de las cosas creadas" (Rom. 1, 20).
La fe confirma la existencia de Dios, y además nos lo propone como el autor del orden
sobrenatural.
En 1877 fue condenado el error de Antonio Rosmini -llamado ontologismo- que afirmaba que
el conocimiento de Dios era el conocimiento más inmediato al entendimiento humano (cfr. Dz.
1891 ss.)
Santo Tomás de Aquino demuestra la existencia de Dios por cinco caminos o vías, que son:
A continuación señalamos sólo algunas de estas pruebas y otras que, en último término, se
reducen a una de las vías de Santo Tomás.
Primero explicaremos qué es un ser contingente y un ser necesario. Luego veremos que los
seres que hay en el mundo son contingentes. Y finalmente por medio de tres suposiciones
comprobaremos que los seres contingentes comprueban la existencia del ser necesario.
lo. Ser contingente es el que es indiferente de por sí a existir, o no. Por ejemplo, una rosa que
hoy es y mañana desaparece, o que pudo no haber sido, es un ser contingente.
2o. Ser necesario es el que no puede no existir, porque lleva en sí la razón de su existencia. Ser
necesario no hay sino uno, que es Dios.
Los seres que hay en el mundo son contingentes. La experiencia nos enseña que aparecen,
duran un poco y luego desaparecen.
Los seres contingentes aparecen de tres maneras: a) o de otro ser igual a ellos, por ejemplo, un
árbol da nacimiento a otro árbol, un animal a otro animal; b) o de la reunión,de los elementos
que los componen; el agua se produce por la combinación del hidrógeno con el oxígeno; la
piedra aparece por agregación de las partículas que la integran, etc.; o c) por creación, como
nuestra alma.
3o. Para explicar la existencia o aparición de los seres contingentes pueden hacerse tres
hipótesis:
a) o proceden de la nada;
b) o proceden unos de otros en serie infinita;
c) o proceden de un primer ser necesario que les dio la existencia.
a) La primera hipótesis: los seres proceden de la nada, es absurda, porque es imposible que la
nada produzca el ser. Así, es imposible sacar del bolsillo un pañuelo que no tengo.
Esta verdad, elevada a la categoría de postulado científico la aceptan todos, incluso los
científicos ateos que en el pasado pretendieron utilizarlo como argumento para dar una
explicación de la realidad. Véanse al respecto las elocuentes palabras del biólogo Virchow,
citadas en los ejercicios de este capítulo.
b) La segunda hipótesis: los seres proceden unos de otros en serie infinita, tampoco puede
admitirse, porque la serie infinita no explica nada.
Otro ejemplo: a veces se preguntan algunos: qué fue primero, el primer huevo , la primera
gallina. Pudo ser cualquiera de las dos cosas. Lo que importa es. admitirla existencia del primer
huevo o de la primera gallina, porque si no, no habría hoy ni huevos ni gallinas. Repugna en
absoluto a nuestra mente una sucesión infinita de huevos y gallinas, sin que hubiera existido
un primer huevo o una primera gallina que dieran nacimiento a los demás.
c) Luego nos queda por aceptar la tercera hipótesis: esto es, que los seres provienen de un ser
necesario que les dio la existencia.
Porque si este primer ser fuera contingente, habría recibido la existencia de otro, y éste de otro;
y así volveríamos a la serie infinita.
4o. Conclusión. La serie de los seres contingentes no se explica racionalmente sino mediante la
existencia de un ser necesario, que no recibió el ser, porque lo tenía de sí mismo; y que lo
comunicó a los demás. Á este ser lo llamamos Dios.
Este argumento de la necesidad de un ser necesario es el mas claro y convincente para probar
la existencia de Dios. Su fuerza sólo puede ser desconocida por quien nunca ha meditado en él,
o por quien se deja arrastrar por pasiones y prejuicios que ciegan la inteligencia.
Enunciado: El orden admirable que hay en el mundo exige la existencia de una inteligencia
ordenadora, a la cual llamamos Dios.
Probaremos que hay en el mundo un orden admirable; y luego que este orden exige una
inteligencia ordenadora.
b) En los más pequeños. Así, la planta más humilde tiene órganos complicados y diferentes
para cada función: nutrición,. respiración, circulación, reproducción, etc. Todos ellos tienden a
un fin preciso y determinado: la conservación del individuo y de la especie.
Werhner von Braun, el más importante físico del espacio, afirmaba que "los materialistas del
siglo XIX y sus herederos, los marxistas del siglo XX, nos dicen que el creciente conocimiento
científico de la creación permite rebajar la fe en un Creador. Pero, toda nueva respuesta ha
suscitado nuevas preguntas. Cuanto más comprendemos la complejidad de la estructura
atómica, la naturaleza de la vida, o el camino de las galaxias, tanto más encontramos nuevas
razones para asombrarnos entre los esplendores de la creación divina" (cit. en LOBO, G.,
Ideología y fe cristiana, p. 163).
a) Sólo una inteligencia puede disponer convenientemente los medios apropiados para la
obtención de un fin. En lo cual, precisamente consiste el orden.
b) Es un absurdo atribuir al azar y a la casualidad el orden maravilloso del mundo, porque así
como lo que caracteriza a la inteligencia es el orden, así lo que caracteriza al azar es el
desorden.
Obrar al azar es tanto como obrar ciegamente, sin el conocimiento de los medios, o sin la
acertada disposición de ellos para alcanzar el fin que uno se propone.
Pretender que el orden prodigioso del mundo es la obra ciega y caprichosa del azar, es un
absurdo.
Sería ridículo pretender que al tirar al azar las doce letras de la palabra inteligencia, cayeran
todas en línea recta y en el orden debido para la formación de la palabra. Mayor absurdo,
pretender que esto sucediera cada vez que se tiraran. Pero el absurdo llegaría a su colmo si se
pretendiera explicar de esa manera el orden de los miles de letras que componen este libro, sin
que hubiera intervenido en lo mínimo una mano y una inteligencia ordenadora.
Pues bien, mucho más absurdo es admitir que el mundo se hizo al acaso, porque el orden que
hay en él es inmensamente mis complicado que el de un libro; y un orden que en millones de
siglos se ha mantenido
Enunciado: La ley moral exige un legislador superior al hombre. Este legislador es Dios.
lo. Se llama ley moral al conjunto de preceptos que el hombre descubre en su conciencia, que
le hacen distinguir el bien del mal, y le impulsan a obrar el bien y a evitar el mal.
La ley moral tiene tres condiciones: a) obliga a todos los hombres, b) es superior al hombre y c)
obliga a la conciencia.
a) La ley moral obliga a todos los hombres sin excepción alguna; les prescribe, por ejemplo, el
respeto a la vida y a la propiedad ajena; y les prohibe el asesinato y el robo.
b) Es superior al hombre, quien no puede ni desconocerla, ni cambiaría. Así nadie podrá hacer
que el asesinato sea bueno.
2o. La ley moral prueba la existencia de Dios, porque como no puede haber ley sin un
legislador que la dé, es necesario que la ley moral haya sido impuesta por un legislador que
tenga esas tres mismas condiciones, a saber: que sea superior a los hombres, los obligue a
todos, y pueda leer en su conciencia. Este legislador no puede ser sino Dios.
Es importante percatarse que en la raíz de muchas actitudes actuales que hallamos por todas
partes -teatro, cine, novelas, artículos de periódico, canciones, ensayos, enseñanza
universitaria, etc.- nos encontramos con abundantes puntos de pensamiento que fueron
elaborados por ateos del siglo XIX, tales como Nietzsche, Feuerbach, Marx, Freud, etc.
Herederos del racionalismo de Descartes y del idealismo de Hegel, el afán por someter todas
las cosas a su razón les incapacitó para aceptar la realidad de Dios y pusieron al hombre como
soberano del mundo y de la historia.
c) Prácticos, los que admitiendo la existencia de Dios, la niegan con sus obras, porque viven
como si Dios no existiera.
Cuando ya el hombre está en posesión de sus facultades, y reflexiona sobre sí mismo y sobre lo
que le rodea, el espectáculo grandioso del universo despierta en él la idea de un Creador; y la
voz de su conciencia le sugiere la idea de un ser que manda en ella y que puede premiarlo o
castigarlo.
b.1 Puede haber ateos positivos por convicción sectaria, que nieguen a Dios, al menos
temporalmente, como fruto de una educación encaminada a fomentar la creencia de que Dios
no existe.
Esto pasa cuando se enseña a un joven, en nombre de una falsa ciencia, que Dios es una
mentira; y se le trata de convencer por toda clase de argumentos falsos, que él no puede refutar
por la misma ignorancia en que está.
"Nunca olvidaré la impresión que me produjo un soldado ruso en 1945. Acababa apenas de
terminar la guerra. A la puerta del seminario de Cracovia llamó un militar. Cuando le pregunté
qué quería respondió que deseaba entrar en el seminario. Mantuvimos una larga conversación.
Aunque no llegó nunca a entrar en el seminario (tenía, por lo demás, ideas bastante confusas
respecto de la realidad del seminario mismo), yo personalmente saqué de nuestro encuentro
una gran verdad: cómo Dios logra de forma maravillosa penetrar en la mente humana, aun en
las condiciones sumamente desfavorables de su negación sistemática. Durante su vida adulta
mi interlocutor no había entrado casi nunca en una iglesia. En la escuela, y luego en el trabajo,
había oído afirmar continuamente: ¡No existe Dios! Y a pesar de todo repetía: ¡Pero yo siempre
supe que Dios existe!... y ahora querría aprender algo sobre El. (K. Wojtyla, Signo de
contradicción, p. 2 l).
b. 2 Pero no puede haber ateos por convicción científica. En otras palabras no se puede
comprobar científicamente que Dios no exista.
Para ello sería necesario echar por tierra argumentos indestructibles; y admitir como ciertas,
cosas tan absurdas como éstas: la serie infinita de los seres, la vida como brote natural de la
materia (generación espontánea), y el orden maravilloso del universo como efecto del acaso.
Sería también preciso destruir la ley moral, tan íntimamente grabada en nuestra conciencia; y
aceptar que puede haber efecto sin causa. Todo esto repugna a nuestra mente.
c) Los ateos prácticos son muchos desgraciadamente, aun entre los católicos. Son muchos los
que viven tan olvidados de Dios, que obran a cada paso como si Dios no existiera.
Es éste uno de los mayores males de nuestra sociedad, y la causa de que ella se muestre tan
indiferente y pagana.
El Documento de Puebla (1979), llama la atención sobre el ateísmo práctico del liberalismo
capitalista y el sistemático del marxismo (cfr. nn. 535-561). Igualmente advierte los peligros del
"secularismo ", en donde "Dios resultaría superfluo y hasta un obstáculo" (n. 43 5) de ahí la
necesidad de conocer sus causas y motivos (n. 1113). Debe tenerse en cuenta también que no
"raras veces los no creyentes se distinguen por el ejercicio de valores humanos que están en la
línea del Evangelio", pero "la época no es extraña, sin embargo, a formas de ateísmo militante y
a humanismos que obstruyen un desarrollo integral de la persona" (n. 1113).
a) Como una ciencia que perfecciona nuestro entendimiento; y así decimos que la Religión es
la más necesaria de las ciencias. Recibe también el nombre de Teología (de Teos, Dios; logos,
tratado).
b) Como una virtud que perfecciona nuestra voluntad, y en este sentido decimos que una
persona es muy religiosa. Santo Tomás la define como la virtud que inclina a rendir a Dios el
respeto, el honor y el culto debidos (cft. S. Th. II-II, q. 81, a. 5).
Aquí trataremos tan sólo de la religión como ciencia; en cuanto a virtud se estudia en la Moral.
Conviene además advertir que del conocimiento de la Religión nace la virtud de la religión,
porque no podemos amar, honrar y servir a Dios sin antes conocerlo.
La palabra Religión viene del verbo latino religare, que significa ligar, atar; pues la religión es el
lazo que une al hombre con Dios mediante su amor y servicio.
La Religión es la ciencia que nos enseña el conocimiento de Dios, de los deberes que nos ha
impuesto, y los medios que nos llevan a El.
lo. Se dice que es la ciencia del conocimiento de Dios, porque lo primero que enseña son las
verdades sobre Dios mismo. Enseña también cierto número de verdades que indirectamente se
refieren a Dios, y que toman el nombre de verdades religiosas; por ejemplo, la existencia del
alma humana, de otra vida después de la muerte, etc.
2o. La Religión es la ciencia de los deberes que Dios nos ha impuesto, porque siendo Dios el
Ser Supremo, y también nuestro Creador y último fin, nos ha impuesto ciertos deberes que
tenemos obligación de cumplir y que la Religión nos enseña;
De estos deberes unos miran directamente a Dios, otros al prójimo, y otros a nosotros mismos.
Por ejemplo:
3o. Se agrega que la Religión es la ciencia de los medios que llevan a Dios, porque Dios mismo
se ha dignado manifestarnos ciertos medios muy a propósito para conducirnos a El, medios
que la Religión estudia; por ejemplo, la oración y los sacramentos.
Dios en su bondad ha dispuesto que estos medios, al mismo tiempo que honran a Dios
santifiquen nuestra alma. Por eso reciben el nombre de medios de santificación.
De lo anterior se desprenden los tres elementos que integran a la Religión en cuanto ciencia: el
Dogma, la Moral y el Culto.
El Dogma -o Teología dogmática- comprende las verdades que debemos creer. La Teología
Moral, o simplemente Moral, enseña las obras que debemos practicar. Y el Culto, los medios de
santificación con los cuales honramos a Dios y procuramos nuestra salvación. Estos medios se
estudian en la ciencia llamada Teología Sacramentaria.
El Dogma es el elemento que constituye el punto de partida de la Religión. En. efecto, sin
conocer a Dios, a la Religión revelada por El, y a la Iglesia por El fundada, mal podemos
obedecer sus mandamientos, ni aprovechar los medios de santificación que nos brinda.
1.5.1 Noción
a) La razón es la luz natural que Dios ha dado a nuestro entendimiento para conocer las cosas.
Con la sola fuerza de la razón natural -es decir, sin intervención especial de Dios podemos
conocer varias verdades religiosas, por ejemplo, que hay un solo Dios, que tenemos alma, que
existe otra vida después de la muerte, etc. (cfr. Dz. 1785, 1806, 21451, etc.).
El conjunto de verdades religiosas que el hombre puede conocer por la simple luz de la razón se
llama Religión NATURAL.
No basta para salvarnos la Religión natural; a saber, no basta con aceptar las verdades
religiosas que nos puede enseñar la luz de la razón; es necesario que aceptemos la Religión
revelada.
Dios por su Bondad infinita ha querido abrir otro camino que lleve directamente a El y con
mayor facilidad: el de la religión sobrenatural: "Quiso su sabiduría y bondad revelarse a Sí
mismo, al género humano, y revelar los decretos eternos de su voluntad por otro camino, y éste
sobrenatural" (Con. Vaticano I., Const. dogm. Dei Filius, c. 2; Dz. 1785).
La razón es que no podemos ni conocer, ni amar, ni servir a Dios como El quiere y manda, sino
aceptando las verdades, preceptos y medios de santificación que El se ha dignado
manifestarnos.
Otra manera de actuar significaría desprecio de lo que Dios ha dicho, considerándolo inútil o
indiferente. Están pues, en grave error quienes dicen: "Yo soy honrado: yo no robo ni mato.
Con esto tengo para salvarme". Esto les bastará para evitar la cárcel y la deshonra humana.
Pero no podrán salvarse si no cumplen las condiciones que Dios les ha impuesto para ello.
Si Dios no hubiera hecho ninguna revelación, bastaría la Religión natural para salvarse. Desde
el momento en que Dios revela, no cabe pensar que da lo mismo una religión que otra
-indiferentismo religioso- sino que es preciso aceptar esa revelación divina que constituye la
única religión verdadera.
El 3o. es acudir a los medios de santificación con que El mismo ha querido ayudar nuestra
debilidad.
a) Para librarlo del error, El mismo le ha revelado las verdades que debe conocer y creer.
b) Para librarlo del vicio, El mismo le ha determinado las obras que debe practicar, y las que
debe evitar.
c) Para ayudar su debilidad, le ofrece su gracia por conducto de los sacramentos, la oración,
etc., obligándolo a recurrir a estos medios.
Corno conclusión, debemos decir que no podemos conocer, amar y servir a Dios, ni salvar
nuestra alma, si no aceptamos y practicamos la Religión revelada Íntegramente.
Así Cristo no dijo solamente: "El que no creyere se condenará" (fe), sino también: "Si quieres
alcanzar la vida, guarda los mandamientos" (moral) y, "Si uno no nace de agua y Espíritu
Santo no puede ver el reino de Dios", y "Si no comiereis mi carne no tendréis vida en
vosotros" (sacramentos) (cfr. Mc. 16, 16, Mt. 19, 17, Jn. 3, 5, jn. 6, 54).
"Con frecuencia, el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de
su coraz6n. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se
siente invadido por la duda, que se transforma en desesperación. Permitid, pues -os lo ruego,
os lo imploro con humildad y con confianza-, permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo El
tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!" (Juan Pablo II, Homilía en la inauguración de su
Pontificado, 22-XI-1978).