Professional Documents
Culture Documents
Entre los años 1984 y 1989, un grupo de jóvenes escritores que habían fundado el Taller
Literario Umbral con el firme propósito de hacer propias las palabras de Gabriel Celaya:
“la poesía es un arma cargada de futuro”, protagonizaron un fenómeno cultural de
características contrahegemónicas en Catamarca. Desde sus primeros pasos, la elección
de esta cita del poeta vasco, comunista y antifranquista daba precisas pistas sobre los
sentidos deseados en el trabajo grupal por parte de quienes integraban este Taller: poner
la poesía en la calle, para ayudar a los cambios sociales y defender los derechos
democráticos.
Al respecto, anda todavía por ahí (entre recuerdos y álbumes de biblioteca) una imagen
de estos escritores, casi adolescentes algunos, que posan sonrientes en una marcha,
amuchados alrededor de esta cita hecho cartel, escrita con los trazos seguros del pulso
militante.
Recuerdo todavía mi primer encuentro con ellos, fue en el ámbito infierno del Tinglado
Deportivo de las Mil Viviendas.
Éramos un montón de vecinos, adolescentes y niños que nos acomodamos “de parados”
en la canchita.
Mientras, un muchacho enjuto agarraba su guitarra y para sorpresa de todos, sin más,
comenzó a ¿gritar? ¿cantar? ¿recitar? una poesía de un tal señor cura, que comía mucho,
hacía poco,, pero que andaba siempre gordo, de tanto contarle las almas al pueblo…
Así fue, sin pedir permiso, en una espacialidad inopinada, en un día cualquiera, ante
gordas de camiseta y ante unos changuitos en cuero que se reían y reían, algo se
movilizaba en el barrio.
No eran señores adustos, que con gesto serio declamaban sus versos, eran unos jóvenes,
que estaban ahí, al alcance de mi mano, de ser conocidos, de ser quizás, luego, si yo
entraba en la universidad, un poco amigos…
Evoca, con su acento castizo, Silvio Rivas Fernández que el Taller Literario Umbral se
formó en el año 1983,
Esta necesidad se había generado en las charlas del “recreo” todavía regimentado por
los preceptores del Nivel Superior que formaban parte cotidiana del paisaje dictatorial.
Los iniciadores del proyecto fueron los estudiantes de Letras, Aníbal Albornoz Ávila y
Cesar Vera, quienes invitaron a Salazar para tutelar el Taller. “La insigne figura de Juan
Bautista” dice Cólica, para referirse al escritor riojano nacido en San Blas de los Sauces
y que fuera autor, entre otros, de los Cuentos del Valle Vicioso y la Tierra Contada.
Pues bien, en la elección del “guía y numen”, los estudiantes daban precisas pistas de lo
que buscaban: no a un docente sabio (que lo era) sino a un escritor con mucha
experiencia en el oficio “de la palabra y la belleza”, tal como este mismo les había
declarado en la primera reunión realizada en “cierto salón al fondo” del Museo
Calchaquí, gracias a que Silvio Rivas era empleado de Cultura Municipal y formaba
parte del Taller de Teatro que actuaba con regularidad en este espacio.
1983 dice Cólica, 1983 o 1984 duda Rivas, 1987 acota (en disonancia) el cv de uno de
sus integrantes que está colgado en el sitio del Fondo Nacional de las Artes pero, en
general, existe esta certeza en las memorias: ya en la primera reunión se incorporaron
algunos compañeros del curso del Primer Año de la carrera del Profesorado de Letras:
Celia Sarquis, Chave Ruiz y Jorge Tula, Silvio Rivas, Graciela del Valle Córdoba y
Cesar Vera (…).
Sin embargo, la presencia del Profesor Salazar “iluminó el inició del taller durante tres
jornadas. Pero terminó alejándose del grupo por alguna informalidad nuestra. Digamos
que su señera figura estaba muy estratosféricamente ubicada como para que nosotros,
simples mortales, quisiéramos acercarnos a su verba”, recuerda uno de sus integrantes.
Probablemente, además de la evidente brecha generacional (Salazar tenía casi siete
décadas de vida y algunos de los aprendices de escritores no habían cumplido veinte
años) existían, en ciernes, diferencias sobre el horizonte posible de una escritura que
pretendía desarrollarse en clave colectiva y con un “compromiso social” cada vez más
evidente.
Sin fecha fundacional precisa a la que remitirse de manera inequívoca (ese dato, que
buscamos con exagerada pasión los historiadores) queda, como referencia, la situación:
había jóvenes que decidían continuar solos ¡sin un adulto! “con los esquemas tan
insuficientes que poseíamos”.
Este era un tránsito particular, el del Taller Literario Umbral, que formó parte de un
fenómeno generalizado en las culturas juveniles de la época que comenzaban a explorar
la ampliación de los límites del hacer, del poder decir y del poder protestar, en el marco
de una sociedad post dictatorial.
En el Museo Calchaquí, en la casa de Silvio Rivas, en alguna habitación de la casona
del PI, ahí se juntaban. Junto a ellos, el “exiliado” Luis Reyes, que hacía poco había
vuelto de México con otras experiencias y lecturas.
(En este gesto mínimo, tanto peso político; pues Luis era un adulto que entramaba
empatías y certezas con esos jóvenes poetas que veían la injusticia monocorde de su
recorrer diario por los pasillos de la Facultad de Humanidades. A cada rato, El Chacho,
El Cura y Luis convivían, violentados en su trabajo, junto a “adultos respetables”,
aquellos que fueron docentes y funcionarios cómplices de la dictadura).
Sumando horas, comenzaron a familiarizarse con textos de autores argentinos y
latinoamericanos que hasta entonces estaban prohibidos o que no aparecían en los
programas de Literatura de la UNCA, “autores muy macanudos que nos emborrachaban
al leerlos”.
En el Taller se leía y se tomaba como ejemplo, precisamente, a una literatura que reunía
todos los atributos de ese “Otro” responsable de la subversión cultural subterránea de la
Juventud en las escuelas y las universidades. Un fantasma tantas veces denunciado en
los medios de comunicación dóciles y cómplices del Terrorismo de Estado y que
cumplía una función operativa para la continuidad, hasta el infinito, de la represión.
Continuidades y rupturas, en el Taller Literario Umbral se rumiaban los versos de
Ernesto Cardenal, aquellos que decían: “Aquí pasaba a pie; por estas calles, sin empleo
ni puesto, y sin un peso”. A nuestro modo, en Catamarca, en las aulas de la UNCA,
había una resistencia tácita por parte de las cátedras a incorporar al poeta nicaragüense,
que formaba parte del grupo de “ciertos” autores “panfletarios”, nunca citados, que
estaban afuera de un canon legitimado.
Quizás, porque estos estudiantes universitarios descubrían diariamente lo inasible de la
fantasía del escribir y leer “sin límites” en ámbitos académicos, decidieron (en palabras
de Stuar Hall) realizar, “sin garantías”; sus propios caminos, aquellos que los llevaran a
inventar versos en un colectivo repleto de estudiantes, que los meterán en un escenario
de una plaza tucumana, que los harán estar en eso ámbitos inimaginables adonde el
constructo “sectores populares” huele a guisos y se te caga de risa, mirándote a los ojos,
si no les hablas, en el sentido pleno de la palabra.
“Aquella época fue una en la que todavía estaba permitida soñar un futuro, un país, un
ethos (…) primeros años de la democracia. Casi todos confluimos en la lucha por los
derechos humanos. Aníbal era muy movilizador en eso”.
En este confluir, los grados de compromiso “con lo partidario” fueron secundarios.
El Taller Literario Umbral era, por definición, su lugar de militancia. Desde allí,
contribuyeron a la sofisticación, ironía y creatividad de los mensajes de campaña y
publicaciones de la Agrupación Lucha de la Facultad de Humanidades, que estaba
integrada por un universo amplio de estudiantes unidos, ante todo, en su rechazo al
conservadurismo y a la Franja Morada.
Como poetas, participaban en las míticas peñas del Partido Intransigente ya que algunos
tenían un grado aleatorio de compromiso con la Juventud Intransigente. Ahí, en
ocasiones y a horas de la madrugada, los Umbral recitaban sus poemas junto al
improvisado acompañamiento de un instrumento expropiado a la “alta cultura”: el violín
de Misael Herrera, o las guitarras y voces de Sandra Sosa, Alejandro Acosta, Jorge Tula
y Chave Ruíz…
Recuerdo y todavía recuerdo al “Ay, este azul / Que les quiero contar como fue / Por
momentos se queda en mi piel...”, en la toro voz del Marcelo Gaibiso.
“conocía todos los temas de Silvio Rodríguez, pero que también esperaba los
poemas “caballito de batalla” de Anibal…recuerdo uno muy bien, emocionante,
dedicado al Ernesto Argañaraz que estaba en el grupo Umbral y era hijo de
desaparecidos”.
Este modo de “hacer poesía social” contribuyó a que, luego de una presentación del
taller en Tucumán, se los comparara con el Grupo “La Carpa”, esto fue “algo
inolvidable para nosotros: ¿Ser comparados con Luis Franco? ¿Con Jaime Lima
Quintana? ¿Y tantos nombres increíbles de la poesía argentina? No nos caía la ficha”.
La Carpa era una revista de Salta que, a partir de 1944, reunió a jóvenes intelectuales,
poetas, narradores y ensayistas, que se caracterizaron, según Alicia Poderti, porque
“...no idealizaban el pasado y percibían el presente lleno de conflictos como una
realidad fragmentada y caótica. En esa actitud renovadora y desmitificadora del pasado,
asumieron una actitud política de “lucha”, y un rechazo hacia el “folklorismo” y el
“regionalismo”.
En este intento de constituir a la poesía como un arma cargada de futuro, pero en
función de las posibilidades de nuestra propia realidad, se puede encontrar una probable
respuesta al por qué los integrantes del Taller Literario Umbral organizaron en 1988 el
Primer Encuentro de la Nueva Poesía Social Argentina con a la ayuda del gobierno
provincial.
Si bien la mayoría de los integrantes del Taller Umbral eran fuertemente críticos a las
prácticas políticas del saadismo, también tenían ´vínculos con algunos dirigentes y
militantes peronistas catamarqueños (Luis Reyes, el poeta Pacho Urquiza, por ejemplo)
que les admiraban este gesto de andar meta poesía en el pueblo.
En el mismo sentido, debe analizarse el continuo apoyo a las actividades del Taller por
parte de la SADE local, que auspiciaba todo lo realizado por estos jóvenes escritores y
contribuyó a sus primeras publicaciones…quizás en la espera inútil de que alguna vez
madurarán, como solía recordar irónicamente Aníbal Albornoz Ávila cuando, bien
entrados los años 90, la prensa local seguía titulando alguna nota suya con el calificativo
“Joven poeta”.
Aquí no pasó nada como en otros lados.
Con sus tonos y sus modos, en el Taller Literario Umbral se conformó una identidad y
práctica política disidente con los sentidos hegemónicos locales. Para ello, reformularon
lenguajes y resistencias propias de la poesía social y los tradujeron en una búsqueda y
en una necesidad de transformar la realidad local. Ellos y ellas, situados en un contexto
histórico que marcó al mundo con las transformaciones o caídas de las ideologías,
buscaron permanentemente respuestas en la cultura ante esta mutación ideológica.
La politización del Taller Literario Umbral tuvo diversas direcciones en la práctica, Así
fueron surgiendo diversas instancias artísticas como expresiones de la resistencia,
acercando generaciones e instaurándose como una clave interpretativa de las
transformaciones socioculturales de Catamarca y el país.
La poesía (social, decían) se transformó en un dispositivo que permitió el entendimiento
de la realidad, la conciencia social y el resurgimiento de las relaciones sociales
aletargadas por los golpes de la dictadura. En este marco, sus intervenciones poéticas
militantes fueron un elemento transformador y rupturista que ayudaron a la
comprensión crítica del pasado y del presente, promoviendo sujetos creativos dentro de
la conformación hostil de la realidad.