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Taller Literario Umbral: “la poesía es un arma cargada de futuro”

Profesor Jorge Alberto Perea, Proyecto “Entramados Territoriales y Comunidades


Locales de Seres en Catamarca y Santiago del Estero. Palimpsesto Regional bajo el
Mapa del Estado-Nación en la Era del Capitalismo Neo-extractivista”.
Profesora María Alejandra Pascual

Entre los años 1984 y 1989, un grupo de jóvenes escritores que habían fundado el Taller
Literario Umbral con el firme propósito de hacer propias las palabras de Gabriel Celaya:
“la poesía es un arma cargada de futuro”, protagonizaron un fenómeno cultural de
características contrahegemónicas en Catamarca. Desde sus primeros pasos, la elección
de esta cita del poeta vasco, comunista y antifranquista daba precisas pistas sobre los
sentidos deseados en el trabajo grupal por parte de quienes integraban este Taller: poner
la poesía en la calle, para ayudar a los cambios sociales y defender los derechos
democráticos.
Al respecto, anda todavía por ahí (entre recuerdos y álbumes de biblioteca) una imagen
de estos escritores, casi adolescentes algunos, que posan sonrientes en una marcha,
amuchados alrededor de esta cita hecho cartel, escrita con los trazos seguros del pulso
militante.
Recuerdo todavía mi primer encuentro con ellos, fue en el ámbito infierno del Tinglado
Deportivo de las Mil Viviendas.
Éramos un montón de vecinos, adolescentes y niños que nos acomodamos “de parados”
en la canchita.
Mientras, un muchacho enjuto agarraba su guitarra y para sorpresa de todos, sin más,
comenzó a ¿gritar? ¿cantar? ¿recitar? una poesía de un tal señor cura, que comía mucho,
hacía poco,, pero que andaba siempre gordo, de tanto contarle las almas al pueblo…
Así fue, sin pedir permiso, en una espacialidad inopinada, en un día cualquiera, ante
gordas de camiseta y ante unos changuitos en cuero que se reían y reían, algo se
movilizaba en el barrio.
No eran señores adustos, que con gesto serio declamaban sus versos, eran unos jóvenes,
que estaban ahí, al alcance de mi mano, de ser conocidos, de ser quizás, luego, si yo
entraba en la universidad, un poco amigos…

Y aquí cambio, por un rato, se darán cuenta, el tono de mi escritura.


La impregno de supuestos teóricos, para luego (tan luego) retorcerlos.
Cuando se trata de definir a los jóvenes, para algunos académicos la condición etaria se
convierte en una esfera universal que ha ayudado a la organización social y al
funcionamiento de la vida humana, pero el sentido de la división de edades es de un
carácter relativo, ya sea por el espacio, el tiempo o la estructura social.
¿Qué es ser joven?
De hecho, la edad como condición natural no siempre es coincidente con la edad como
condición social. La que interesa es esta última porque es la que determina el estatus, la
desigualdad de los roles, los valores, los estereotipos y los significados. Sostiene un
investigador social: “Hoy existe consenso en quienes investigan sobre temas de
juventudes, que se trata de una construcción social, más que de un objeto inanimado que
sería posible definir o nombrar de una sola manera”.
Visto así, los jóvenes del Grupo Umbral pueden ser categorizados como parte de un
grupo social que tuvo un estilo de vida transicional entre la dictadura vivida durante su
adolescencia y los cambios políticos y sociales percibidos desde 1983 y en adelante.
En este periodo de sus vidas, el Taller como espacio de acción colectiva fue parte de la
búsqueda inicial de una formación identitaria, en donde “la sociedad (reemplazó) al
ambiente de la infancia y de la escuela secundaria”. Pero esta categorización no basta,
quizás, para hacer referencia precisa a ese momento en el que, recuerda Héctor Cólica,
tenían “unas muzas tan jóvenes…”.
Jóvenes, que en palabras de Aníbal Albornoz Ávila, querían “aprender de una literatura
de contenido social y humano…lo que nos interesaba era el hombre cotidiano…el arte
por el arte nos resultaba insuficiente, lo importante era el arte para el hombre”.
Este programa poético se materializó en la Catamarca de las gobernaciones de Vicente y
Ramón Saadi, entre los tiempos de la Primavera Democrática y los comienzos del
desencanto colectivo ante las posibilidades de concebir la estabilidad institucional como
el correlato mecánico de una mejor calidad de vida para todos.
Durante ese periodo, para algunos y algunas jóvenes, el Taller Umbral fue un espacio de
militancia más, que muchas veces ligó prácticas y acciones con las realizadas en
partidos políticos y en agrupaciones universitarias.
Así, se fue conformando en muchos de los integrantes del grupo una subjetividad y
pertenencia al campo difuso, velado y tantas veces negado de las culturas progresistas o
de izquierdas (si quieren una definición más temeraria) en el ámbito local.
El estudio de este fenómeno forma parte de muchos trabajos de historia reciente en los
grandes centros urbanos. En ellos se describe que en las principales capitales del país,
los cines, bibliotecas, librerías, bares y quioscos fueron espacios de socialización y de
prácticas compartidas para una generación de varones y mujeres que paulatinamente se
integró a las organizaciones político militares. En estos trabajos es frecuente, también,
encontrar relatos de ex militantes del “interior” donde se expresa que estudiar o trabajar
en Córdoba o Buenos Aires era la puerta de acceso a una realidad nueva.
Al respecto, debe recordarse que, si bien, en los 60 y 70, a nivel general, la antinomia
peronismo/antiperonismo orientaba la toma de posiciones políticas de una parte
significativa de la sociedad, también en este periodo se fortalecieron o surgieron nuevas
identidades políticas vinculadas con prácticas más o menos radicalizadas de izquierda.
En esas décadas, algunas de estas expresiones desarrollaron significativos esfuerzos
para liderar esta ruptura y prestaron especial atención a la difusión de periódicos, libros,
folletos, materiales musicales y cinematográficos en ámbitos adonde se desarrolló una
activa “cultura de izquierdas” que tuvo un variado impacto en la escala provincial.
Pero el sentido común historiográfico suele sostener que cuánto más alejado se estaba
de los grandes centros urbanos, tanto menor era la capacidad de irradiación o de
impacto de estas políticas culturales subversivas del orden establecido.
Como prueba de ello (en la excepción se confirma la regla) en algunos trabajos literarios
e históricos se rememora a el “zurdo o ateo del pueblo” que andaba solo en una
sociedad tradicional y católica, y cuando escribimos esto, no podemos dejar de recordar
al espectro irredento del “Loco” Fredolino, muriendo casi sin trabajo en la urbe colonial
que le había dado homogéneamente la espalda; no podemos dejar de nombrar al geronte
Luis Franco, rodeado de sus libros descatalogados en un misérrimo departamento
porteño y alejado, muy alejado de la ciudad dedicada al Rey San Fernando Mata Moros.
Aquí, en la territorialidad de nuestras existencias, la presencia de esta “cultura de
izquierdas” todavía no ha sido estudiada.
Probablemente, por las persistentes consecuencias del silencio y opresión vivido en el
marco de las posibilidades múltiples de comprensión de esta frase: “Aquí, no pasó
nada”…ni muertos, ni desaparecidos, ni represión, ni discursos revolucionarios.
También ocurre lo mismo en las percepciones de lo ocurrido en los años 80 en la
provincia, quizás por el persistente fracaso de sus hombres y mujeres para traducir en
términos electorales el peso social y cultural que, bajo distintas formas, sostuvieron en
esos años…ni diputados, ni votos, ni nada….no pasó nada.
Pues bien, nuestra intención, no es negar que aquí no pasó nada. Lo que ocurrió fue a
nuestra medida, a nuestras posibilidades, como no podía ser en otros lados.

Evoca, con su acento castizo, Silvio Rivas Fernández que el Taller Literario Umbral se
formó en el año 1983,

“éramos varios compañeros que habíamos rendido el último cursillo de ingreso


para Letras en la UNCA; había, no quiero recordarlo mal, como 34 cupos para
esta carrera, era el máximo que podía quedar. Con el transcurso de la carrera, se
nos fueron despertando cosas y fuimos descubriendo que, obviamente, no es lo
mismo ser profesor que escritor. Nos iban faltando tiempo, nos iban faltando
cosas para ir aprendiendo este oficio de ser escritor y le pedimos asesoramiento
al Prof. Juan Bautista Salazar”.

Esta necesidad se había generado en las charlas del “recreo” todavía regimentado por
los preceptores del Nivel Superior que formaban parte cotidiana del paisaje dictatorial.
Los iniciadores del proyecto fueron los estudiantes de Letras, Aníbal Albornoz Ávila y
Cesar Vera, quienes invitaron a Salazar para tutelar el Taller. “La insigne figura de Juan
Bautista” dice Cólica, para referirse al escritor riojano nacido en San Blas de los Sauces
y que fuera autor, entre otros, de los Cuentos del Valle Vicioso y la Tierra Contada.
Pues bien, en la elección del “guía y numen”, los estudiantes daban precisas pistas de lo
que buscaban: no a un docente sabio (que lo era) sino a un escritor con mucha
experiencia en el oficio “de la palabra y la belleza”, tal como este mismo les había
declarado en la primera reunión realizada en “cierto salón al fondo” del Museo
Calchaquí, gracias a que Silvio Rivas era empleado de Cultura Municipal y formaba
parte del Taller de Teatro que actuaba con regularidad en este espacio.
1983 dice Cólica, 1983 o 1984 duda Rivas, 1987 acota (en disonancia) el cv de uno de
sus integrantes que está colgado en el sitio del Fondo Nacional de las Artes pero, en
general, existe esta certeza en las memorias: ya en la primera reunión se incorporaron
algunos compañeros del curso del Primer Año de la carrera del Profesorado de Letras:
Celia Sarquis, Chave Ruiz y Jorge Tula, Silvio Rivas, Graciela del Valle Córdoba y
Cesar Vera (…).
Sin embargo, la presencia del Profesor Salazar “iluminó el inició del taller durante tres
jornadas. Pero terminó alejándose del grupo por alguna informalidad nuestra. Digamos
que su señera figura estaba muy estratosféricamente ubicada como para que nosotros,
simples mortales, quisiéramos acercarnos a su verba”, recuerda uno de sus integrantes.
Probablemente, además de la evidente brecha generacional (Salazar tenía casi siete
décadas de vida y algunos de los aprendices de escritores no habían cumplido veinte
años) existían, en ciernes, diferencias sobre el horizonte posible de una escritura que
pretendía desarrollarse en clave colectiva y con un “compromiso social” cada vez más
evidente.
Sin fecha fundacional precisa a la que remitirse de manera inequívoca (ese dato, que
buscamos con exagerada pasión los historiadores) queda, como referencia, la situación:
había jóvenes que decidían continuar solos ¡sin un adulto! “con los esquemas tan
insuficientes que poseíamos”.
Este era un tránsito particular, el del Taller Literario Umbral, que formó parte de un
fenómeno generalizado en las culturas juveniles de la época que comenzaban a explorar
la ampliación de los límites del hacer, del poder decir y del poder protestar, en el marco
de una sociedad post dictatorial.
En el Museo Calchaquí, en la casa de Silvio Rivas, en alguna habitación de la casona
del PI, ahí se juntaban. Junto a ellos, el “exiliado” Luis Reyes, que hacía poco había
vuelto de México con otras experiencias y lecturas.
(En este gesto mínimo, tanto peso político; pues Luis era un adulto que entramaba
empatías y certezas con esos jóvenes poetas que veían la injusticia monocorde de su
recorrer diario por los pasillos de la Facultad de Humanidades. A cada rato, El Chacho,
El Cura y Luis convivían, violentados en su trabajo, junto a “adultos respetables”,
aquellos que fueron docentes y funcionarios cómplices de la dictadura).
Sumando horas, comenzaron a familiarizarse con textos de autores argentinos y
latinoamericanos que hasta entonces estaban prohibidos o que no aparecían en los
programas de Literatura de la UNCA, “autores muy macanudos que nos emborrachaban
al leerlos”.
En el Taller se leía y se tomaba como ejemplo, precisamente, a una literatura que reunía
todos los atributos de ese “Otro” responsable de la subversión cultural subterránea de la
Juventud en las escuelas y las universidades. Un fantasma tantas veces denunciado en
los medios de comunicación dóciles y cómplices del Terrorismo de Estado y que
cumplía una función operativa para la continuidad, hasta el infinito, de la represión.
Continuidades y rupturas, en el Taller Literario Umbral se rumiaban los versos de
Ernesto Cardenal, aquellos que decían: “Aquí pasaba a pie; por estas calles, sin empleo
ni puesto, y sin un peso”. A nuestro modo, en Catamarca, en las aulas de la UNCA,
había una resistencia tácita por parte de las cátedras a incorporar al poeta nicaragüense,
que formaba parte del grupo de “ciertos” autores “panfletarios”, nunca citados, que
estaban afuera de un canon legitimado.
Quizás, porque estos estudiantes universitarios descubrían diariamente lo inasible de la
fantasía del escribir y leer “sin límites” en ámbitos académicos, decidieron (en palabras
de Stuar Hall) realizar, “sin garantías”; sus propios caminos, aquellos que los llevaran a
inventar versos en un colectivo repleto de estudiantes, que los meterán en un escenario
de una plaza tucumana, que los harán estar en eso ámbitos inimaginables adonde el
constructo “sectores populares” huele a guisos y se te caga de risa, mirándote a los ojos,
si no les hablas, en el sentido pleno de la palabra.
“Aquella época fue una en la que todavía estaba permitida soñar un futuro, un país, un
ethos (…) primeros años de la democracia. Casi todos confluimos en la lucha por los
derechos humanos. Aníbal era muy movilizador en eso”.
En este confluir, los grados de compromiso “con lo partidario” fueron secundarios.
El Taller Literario Umbral era, por definición, su lugar de militancia. Desde allí,
contribuyeron a la sofisticación, ironía y creatividad de los mensajes de campaña y
publicaciones de la Agrupación Lucha de la Facultad de Humanidades, que estaba
integrada por un universo amplio de estudiantes unidos, ante todo, en su rechazo al
conservadurismo y a la Franja Morada.
Como poetas, participaban en las míticas peñas del Partido Intransigente ya que algunos
tenían un grado aleatorio de compromiso con la Juventud Intransigente. Ahí, en
ocasiones y a horas de la madrugada, los Umbral recitaban sus poemas junto al
improvisado acompañamiento de un instrumento expropiado a la “alta cultura”: el violín
de Misael Herrera, o las guitarras y voces de Sandra Sosa, Alejandro Acosta, Jorge Tula
y Chave Ruíz…

Recuerdo y todavía recuerdo al “Ay, este azul / Que les quiero contar como fue / Por
momentos se queda en mi piel...”, en la toro voz del Marcelo Gaibiso.

“Podías ser peronista, comunista, radical, podías ser, pero no encontrabas


“independientes”. En sí mismas, las peñas político culturales de la transición
democrática fueron espacios físicos reducidos o masivos, que en la transición
democrática promovieron interacciones que promovían una nueva visión de la historia
reciente y un nuevo comienzo en contra de deber ser y hacer condicionado, hasta 1983,
por el ojo vigilante de la dictadura.
Con la campaña electoral de ese año, Llas peñas de juventudes partidarias,
organizaciones universitarias y de otros actores de la sociedad civil surgieron en todo el
país. En Catamarca, la Peña del PI es recordada como parte de una experiencia iniciática
para muchos en el acto de romper con los silencios instituidos y en el despertar a la
conciencia colectiva y privada
Para los testimonios, la peña del PI, ubicada en la calle Maipú al 800, se instaló como
una forma de expresión que iba más allá de lo musical, para ampliarse, desde sus
inicios, a diferentes muestras artísticas, entre ellas, la participación de los integrantes del
Taller Literario Umbral, que solían ser aplaudidos entusiastamente por un público
cercano a una sensibilidad de izquierda o progresista que

“conocía todos los temas de Silvio Rodríguez, pero que también esperaba los
poemas “caballito de batalla” de Anibal…recuerdo uno muy bien, emocionante,
dedicado al Ernesto Argañaraz que estaba en el grupo Umbral y era hijo de
desaparecidos”.

Este modo de “hacer poesía social” contribuyó a que, luego de una presentación del
taller en Tucumán, se los comparara con el Grupo “La Carpa”, esto fue “algo
inolvidable para nosotros: ¿Ser comparados con Luis Franco? ¿Con Jaime Lima
Quintana? ¿Y tantos nombres increíbles de la poesía argentina? No nos caía la ficha”.
La Carpa era una revista de Salta que, a partir de 1944, reunió a jóvenes intelectuales,
poetas, narradores y ensayistas, que se caracterizaron, según Alicia Poderti, porque
“...no idealizaban el pasado y percibían el presente lleno de conflictos como una
realidad fragmentada y caótica. En esa actitud renovadora y desmitificadora del pasado,
asumieron una actitud política de “lucha”, y un rechazo hacia el “folklorismo” y el
“regionalismo”.
En este intento de constituir a la poesía como un arma cargada de futuro, pero en
función de las posibilidades de nuestra propia realidad, se puede encontrar una probable
respuesta al por qué los integrantes del Taller Literario Umbral organizaron en 1988 el
Primer Encuentro de la Nueva Poesía Social Argentina con a la ayuda del gobierno
provincial.
Si bien la mayoría de los integrantes del Taller Umbral eran fuertemente críticos a las
prácticas políticas del saadismo, también tenían ´vínculos con algunos dirigentes y
militantes peronistas catamarqueños (Luis Reyes, el poeta Pacho Urquiza, por ejemplo)
que les admiraban este gesto de andar meta poesía en el pueblo.
En el mismo sentido, debe analizarse el continuo apoyo a las actividades del Taller por
parte de la SADE local, que auspiciaba todo lo realizado por estos jóvenes escritores y
contribuyó a sus primeras publicaciones…quizás en la espera inútil de que alguna vez
madurarán, como solía recordar irónicamente Aníbal Albornoz Ávila cuando, bien
entrados los años 90, la prensa local seguía titulando alguna nota suya con el calificativo
“Joven poeta”.
Aquí no pasó nada como en otros lados.
Con sus tonos y sus modos, en el Taller Literario Umbral se conformó una identidad y
práctica política disidente con los sentidos hegemónicos locales. Para ello, reformularon
lenguajes y resistencias propias de la poesía social y los tradujeron en una búsqueda y
en una necesidad de transformar la realidad local. Ellos y ellas, situados en un contexto
histórico que marcó al mundo con las transformaciones o caídas de las ideologías,
buscaron permanentemente respuestas en la cultura ante esta mutación ideológica.
La politización del Taller Literario Umbral tuvo diversas direcciones en la práctica, Así
fueron surgiendo diversas instancias artísticas como expresiones de la resistencia,
acercando generaciones e instaurándose como una clave interpretativa de las
transformaciones socioculturales de Catamarca y el país.
La poesía (social, decían) se transformó en un dispositivo que permitió el entendimiento
de la realidad, la conciencia social y el resurgimiento de las relaciones sociales
aletargadas por los golpes de la dictadura. En este marco, sus intervenciones poéticas
militantes fueron un elemento transformador y rupturista que ayudaron a la
comprensión crítica del pasado y del presente, promoviendo sujetos creativos dentro de
la conformación hostil de la realidad.

“Fue en aquel barco de soñadores donde yo publiqué mi primera poesía: “Alitas de


trapo”. Nuestras muzas eran tan jóvenes, Apenas traspasábamos el Umbral. Salíamos
del ropero”, recuerda mi amigo Héctor, escribiendo desde una celda de mierda

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