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MEDICINA PREVENTIVA

Ya hemos vislumbrado cómo todo nuestro ser se ve profundamente afectado por


nuestra salud psíquica y espiritual. En vista de esto, imaginémonos a un niño que se
cría en un hogar cristiano decente y amoroso, en el que se le enseña a creer y a vivir
la fe que enseña la Biblia. En la mayoría de los casos, el niño se convertirá en un
adulto sano y vivirá evitando la mayor parte de las enfermedades (Proverbios 3:7-8).

El camino cristiano (según las Escrituras) es, entre otras cosas, la prescripción final
para gozar de buena salud.

En la lista que figura más abajo se enumeran siete características de la fe cristiana,


todas ellas contribuyen a la buena salud:
1. El evangelio de Jesucristo libra al ser humano de la culpa. Como hemos visto, esta
tiene un profundo efecto en la salud (Salmo 103:3-5).
2. La Biblia nos manda perdonar de corazón. Esto nos libra de los efectos
paralizantes de la amargura (Mateo 6:12-14; Romanos 12:17-21).
3. El cristianismo nos enseña a dejar de luchar con nuestras propias fuerzas, y a
confiar y apoyarnos en la fidelidad de Dios y en lo que Él nos ha provisto. Esto nos
libra de los efectos destructivos de la preocupación (Hebreos 13:5-6).
4. El verdadero camino cristiano es un camino de trabajo duro interrumpido por
períodos de descanso. Este equilibrio de actividades contribuye mucho a la buena
salud (Salmo 127:1-2).
5. La Biblia enseña el alto valor del cuerpo y cómo brindarle el cuidado
correspondiente. Las reglas de higiene de Levítico y Deuteronomio **se anticipan
en miles de años a las modernas medidas que hacen hincapié en la nutrición.
6. El cristianismo estimula la lectura sistemática de la Biblia. Una mente saturada de
las verdades de las Escrituras se fortalece y así está capacitada para gobernar el
resto de la personalidad (Proverbios 4:20-23).
7. El verdadero camino cristiano es un camino de gozo: el gozo de ser amado por
Dios, de amar a los hermanos y ser amado por ellos y de tener algo importante
con que contribuir a la vida. Es muy probable que una persona feliz, que está
convencida de lo importante que es en este mundo, goce de buena salud.

Por último, la mayor contribución a la buena salud de la comunidad cristiana no es el


ministerio de sanidad, sino más bien su determinación de seguir a Jesucristo. Esta es
la medicina preventiva de los creyentes. Aunque el ministerio de sanidad es sólo
parte de este discipulado, le es imprescindible.

Cuando seguimos a Jesucristo en el camino de la buena salud, estamos dispuestos a


hacer que la recobren los que la han perdido. La plena obediencia a Cristo no sólo
fomenta nuestra propia salud, sino que también obra para que otros la recuperen.
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LEYES DE MOISES QUE SE RELACIONAN CON LA SALUD

LEYES DE ALIMENTACIÓN E HIGIENE

La regla que se oye en millones de hogares cada día: “Lávate las manos antes de
comer”, está en la línea de algunas reglas que Dios dio a su pueblo en el Antiguo
Testamento.

La queja de los fariseos y maestros que aparece en Marcos 7:1–5 no era que los
discípulos hubieran quebrantado las reglas del Antiguo Testamento (no tenemos
ningún motivo para creer que no se lavaran las manos antes de comer), sino que
habían violado la “tradición de los ancianos”. La cita de Isaías 29:13 que hace nuestro
Señor lo prueba: “[…] y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres
que les ha sido enseñado”. La Ley es para que los sabios mantengan su salud física y
espiritual: es el necio el que la desestima por completo o le añade la tradición de los
hombres.

En Mateo 5, Cristo da a entender que toda la Ley es pertinente. La lista de alimentos


puros e impuros que se recoge en Levítico 11 es casi análoga a la carne que
comemos o evitamos hoy en día. Puede que sea cierto que podemos consumir carne
de cerdo porque es menos peligroso que entonces. De hecho, Pedro aprendió en
Hechos 11 que se le permitía hacer precisamente eso, pero Cristo ya había tratado
este asunto, según Marcos 7:14–23. En este pasaje nuestro Señor decía esto,
“haciendo limpios todos los alimentos”. No quería decir que todas las leyes sobre
alimentos del Antiguo Testamento carecieran, o hubieran carecido, de importancia,
sino que su utilización errónea siempre había sido dañina espiritualmente. Dios nunca
pretendió que su pueblo creyera que la verdadera religión era cuestión de comer
ciertos alimentos o de lavarse las manos antes de comer. Dios había dado a su pueblo
rigurosas leyes en cuanto a la comida y a la higiene con el fin de proteger su salud,
pero, con más importancia aún, para mostrarlos como un pueblo distinto en el mundo
antiguo. Cuando Cristo libera a sus discípulos de la adhesión estricta a las leyes sobre
alimentos, los principios que hay detrás permanecen inalterables. Deben ser personas
“limpias” en sus hábitos y en todos los aspectos de su vida. Cuando Cristo nos libera
de la letra de la Ley, no nos libera de su espíritu.

Hace 150 años, las familias tiraban sus desperdicios a la calle con la esperanza de
que fuera la lluvia la que se los llevara. En verano, cuando no llovía, había frecuentes
brotes de tifus. Y cuando llovía, toda la porquería iba a parar a canales, arroyos y
ríos. Hacia finales del siglo XVIII, la gente se refería al Támesis como una fosa séptica
en movimiento. Hoy en día damos por supuestas las leyes del Antiguo Testamento en
materia de higiene y saneamiento. Hace más de 3000 años, Dios había establecido
normas de saneamiento para su pueblo cuando, entre otras regulaciones, había
ordenado que se excavaran letrinas en las afueras del campamento (Deuteronomio
23:12–14).

Dios ordenó además que si alguien encontraba una mañana un lagarto en la olla con
la que se cocinaba, debía romperla inmediatamente (Levítico 11:32, 33). De esta
forma, pero pronto enseñaría a la gente a dejar sus recipientes boca abajo durante la
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noche, minimizando de esa forma los riesgos de contaminación. Semejante higiene
puede resultarnos obvia, pero hoy en día estamos mandando equipos médicos por
todo el mundo para enseñar a la gente reglas tan básicas. En la Edad Media, la
tercera parte de la población europea pereció víctima de la peste, principalmente
porque se desestimaron normas de higiene tan sencillas.

A principios de la década de 1840, a un joven médico llamado Ignaz Semmelweis se


le dio la responsabilidad de una de las salas de obstetricia del famoso hospital de
enseñanza Allegemeine Krakenhaus en Viena, Austria. Se sorprendió de la elevada
tasa de mortalidad femenina en estas salas: una de cada seis. Observando que la
mortalidad más elevada se daba entre las mujeres que habían sido examinadas por
los profesores y alumnos que habían estado diseccionando cadáveres en el depósito,
estableció la norma de que en su sección cada médico y estudiante que viniese de la
sala de disección debía lavarse las manos cuidadosamente antes de proceder al
examen de una nueva paciente. La tasa de mortalidad cayó dramáticamente hasta la
relación de una de cada ochenta y cuatro. Más tarde, enfrentándose a la
disconformidad general, el doctor Semmelweiss exigió que también se lavaran las
manos entre exámenes de pacientes vivas. La tasa de mortalidad descendió más aún.
Tristemente, por causa de celos profesionales, no se le renovó el contrato. Su sucesor
se deshizo de las tinas, y la tasa de mortalidad se disparó de nuevo.

La utilización de agua corriente para la limpieza de ropas y cuerpos contaminados se


menciona en Levítico 15:13. Significativamente, el contexto se refiere a las
precauciones a tomar en caso de enfermedades infecciosas.

Hace algunos años se publicó un pequeño libro llamado Ninguna enfermedad-. El


autor S.I. McMillen era médico, y el libro venía a demostrar cuántas de las
enfermedades actuales podrían evitarse si se siguieran las reglas bíblicas. Así que,
antes de que dejemos de lado las leyes sobre higiene del Antiguo Testamento,
deberíamos preguntarnos “qué significan”. Todas son pertinentes. Jesús no mencionó
que ninguna de ellas hubiera perdido vigencia. Hay principios que extraer de ellas.
Estas leyes nos enseñan, además, que la naturaleza de Dios es pura en todos los
sentidos, y que espera lo mismo del pueblo que le representa.

La promesa que encontramos en Deuteronomio 7:15 se refiere directamente al


cumplimiento por parte de Israel de las leyes sobre higiene y comida: “Y quitará
Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto […]”. Todas las
órdenes fueron dadas a Israel “para que tengas prosperidad” (Deuteronomio 10:13),
y es ridículo sugerir que su promesa nada tiene que ver con el bienestar físico.

Antiguamente se le dio al pueblo hebreo un conocimiento insólito mediante su profeta


Moisés. Rudolph Virchow, el ‘padre de la patología moderna,’ dijo: ‘Moisés fue el más
grande higienista que haya visto el mundo. Dependiendo del conocimiento revelado, y
sin poseer equipo científico alguno, Moisés enseñó en sus aspectos esenciales casi
todo principio de higiene que se practica hoy día

EL MEDICO: Atiende al médico antes que lo necesites, / que también él es hijo del
Señor. Pues el Altísimo tiene la ciencia de curar, / y el rey le hace mercedes. La
ciencia del médico le hace andar erguido / y es admirado de los príncipes. El Señor
hace brotar de la tierra los remedios / y el varón prudente no los desecha.
Eclesiástico 38: 1-15.
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ASEO PERSONAL: Los hebreos eran el pueblo más limpio en tiempos antiguos, y aun
hoy día sus antiguas normas son inmejorables. Los baños rituales se ordenaban por
muchas razones, y cada israelita se daba un baño por lo menos una vez a la semana,
porque se le requería limpiarse el día anterior al sábado. Se requería lavarse después
de tocar un cadáver, de animal o humano.

CUARENTENA: Moisés ordenó que toda persona infectada de una enfermedad


transmisible fuera aislada. Ciertamente la ciencia médica moderna no puede mejorar
esta regla. No solamente se ponía al paciente en cuarentena, sino también a los que
habían tenido contacto con él. Moisés dedicó dos capítulos enteros (13 y 14) en su
libro de Levítico a un manejo médico de la lepra. Estos capítulos contienen instrucción
precisa y detallada sobre la manera de aislar por cuarentena a un paciente leproso.
También dicen cómo inmunizar la vivienda y la ropa de la víctima contra posible
reinfección y cuándo determinar que el paciente está curado.

MEDIDA DE HIGIENE: Dios ordenó además que si alguien encontraba una mañana un
lagarto en la olla con la que se cocinaba, debía romperla inmediatamente (Levítico
11:32, 33). Era una medida para que las personas dejaran los recipientes
contaminados cubiertos, así no se contaminaban.

LAVADO DE MANOS: Y todo aquel a quien tocare el que tiene flujo, y no lavare con
agua sus manos, lavará sus vestidos, y a sí mismo se lavará con agua, y será
inmundo hasta la noche. Levítico 15:11

Moises enseño las medidas básicas necesarias para prevenir el contagio de


enfermedades, como lo es el lavado de manos, no es hasta 1840 que el médico Ignaz
Semmelweis determinó que una de las causas de alta mortalidad entre pacientes era
que no se realizaba el lavado de manos previo al examen físico del paciente

INGESTA DE GRASA: “Habla a los hijos de Israel, diciendo: Ninguna grosura de buey
ni de cordero ni de cabra comeréis /La grosura de animal muerto, y la grosura del
que fue despedazado por fieras, se dispondrá para cualquier otro uso, mas no la
comeréis.” Levítico 7:23,24.

No sólo se prohibió comer sangre bajo la ley mosaica, sino también grasa animal.
Esta prohibición es muy sana, y los últimos hallazgos de la ciencia médica están en
completa armonía con ella. La comunidad médica está ahora de acuerdo en que el
uso de grasa animal como alimento es perjudicial para el ser humano y causa
enfermedades.

MANEJO DE EXCRETAS: En Deuteronomio 23: 2-14 Dios había ordenado que se


excavaran letrinas en las afueras del campamento

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