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El seguimiento de Jesús
en el Carmelo contemplativo femenino
En general, todas las comunidades coinciden que nuestra vida es toda ella un medio para
acercarnos a Cristo, no tiene otro fin y todo en ella ha de estar dispuesto para más conocerlo y
amarlo.
A. Apertura a la Revelación.
Cuidamos que el encuentro con la Palabra que nos llega en abundancia sea un encuentro con su
Persona y con su voluntad desde ese sentirnos mirados y elegidos y por tanto invitados al
seguimiento de Cristo. Además, intentamos sea una luz fundamental para nuestras vidas, para
asimilar el estilo de vida que Él nos marca y llegar a tener sus mismos sentimientos y actitudes.
B. Oración personal.
D. Formación.
Con la lectura asidua de nuestros Santos Padres y Hermanas que han vivido una relación
cualificada con Él y nos han dejado un testimonio de ella, descubrimos quién es Él y cómo se
comunica con nosotros.
Valoramos la formación permanente como actividad cotidiana que nos hace ahondar el misterio de
Cristo e ir integrando los propios dones y los desafíos del mundo actual.
E. La vida fraterna.
Procuramos tener la actitud de Jesús, estando atentas a las necesidades de las hermanas en un
ambiente fraterno sano, con el diálogo, reflexión y oración comunitarias, para con todas sin
imponer nuestros criterios. Poniendo en común la vida, la fe, las experiencias concretas. Nos
empuja a buscar juntas la voluntad de Dios y a contagiarnos más y más de la pasión de Jesús por el
Reino.
Tratamos de construir la fraternidad con realismo y humildad, conscientes de nuestras
limitaciones, pero con la certeza de que Él nos acompaña y nos alienta, con un especial empeño en
el mutuo respeto ante las diferencias, estando convencidas de que ellas nos conducen a la gran
riqueza de la unidad dentro de la diversidad
Con las oraciones compartidas ponemos en común la oración íntima, pues es muy estimulante para
despertar el anhelo de ir tras Jesús, ver cómo Él lleva a nuestras hermanas. En las reuniones de
formación, en las que buscamos juntas una profundización de nuestra vocación y de este
seguimiento de Jesús, ayudándonos unas a otras en la comprensión del seguimiento.
El proyecto comunitario, los retiros mensuales, los ejercicios espirituales anuales, cursos, cursillos,
las oraciones con grupos que vienen a nuestras casas, etc, nos ayudan a ir trabajando juntas el ser
don para Él, a caminar apoyándonos unas a otras para hacer el camino interior de identificación
con Jesús. Y nos ayuda también para hacer de nuestra vida fraterna lugar de acogida mutua y
donación, con un corazón más universal cada día.
F. La cruz.
Porque la purificación de la mente y el corazón nos hace aptos para verle y amarle presente en
nosotros mismos, las demás personas, la comunidad, los sacramentos, las diversas circunstancias
de la vida, el mundo creado..., creemos fundamental el empeño personal y comunitario de ir
purificando el corazón para estar abiertas al Espíritu Santo que nos haga ver las cosas a la luz de
Cristo. Llevar la cruz como un ‘‘lugar’’ donde se muestra el amor.
G. Las criaturas.
También a través de las criaturas se crece en el conocimiento y amor de Cristo, ‘‘porque las
criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y
sabiduría y otras virtudes divinas’’ (CB 5,3).
H. Los acontecimientos.
En un sentido amplio, son medios para crecer en el conocimiento y amor de Jesús todos los
acontecimientos, grandes o pequeños, penosos o alegres, recibidos e interpretados en clave
teologal, vividos con entrega generosa, agradecimiento y confianza.
B. Coherencia de vida.
Coherencia de vida en confrontación continua con las actitudes y sentimientos de Jesús,
manteniendo una actitud orante, un modo de vivir sencillo, abierto a todos, preocupado de modo
especial por los pobres, los que sufren cualquier tipo de carencias. Resaltando la importancia del
«ser frente al hacer» en contraposición de la cultura actual de eficacia.
Actualizar la exigencia de nuestro llamamiento, rompiendo estructuras que nos atan con audacia
evangélica, en aras de una mayor fidelidad en el cumplimiento de nuestra misión en la Iglesia.
Optar por un compromiso radical y definitivo, ya que hoy se llevan los compromisos temporales.
Remitirnos al amor primero, a aquella primera llamada a la que respondimos ‘‘SÍ’’.
C. La oración.
Como contemplativas que somos, la primera actitud que debemos adoptar de Jesús es la orante,
con la certeza de que esa misma vida de oración nos irá impregnando de las actitudes vividas por
Él. Estando abiertas a la gratuidad que nos está salvando, siendo testimonio profético en la
afirmación de la primacía de Dios y de los bienes del Reino.
D. Llevar la cruz.
Seguir a Jesús hoy exige el estar dispuestos a aceptar las cruces de cada día, transformándolas en
salvación para los hombres, incluso la cruz manifestada en la misión que Él confía a cada uno,
como persona o como comunidad, que pueden exigir de nosotros aceptar la cruz de la
incomprensión y de la marginalidad.
Asumiendo nuestras limitaciones y las de las demás, falta de vocaciones, envejecimiento de las
comunidades y el excesivo trabajo de los sacerdotes. Asumiendo, además, el dolor y el sufrimiento
del mundo con abandono y confianza en el querer del Padre, siempre en la perspectiva de la
resurrección.
E. Pobreza.
Vemos fundamental vivir fuertemente la dimensión del desprendimiento y abandono en Dios,
viviendo sin seguridades, con el fin de abrir espacio de revelación, sin apegos a estructuras y
medios humanos, en contraste con un mundo donde parece que los medios humanos pueden
conseguirlo todo.
Aceptando la pobreza material y espiritual, ante un mundo que todo lo cifra en el dinero y en el
poder, no apoyados en nuestras fuerzas sino en el poder de Dios, para compartir con Él su vida y
su destino, dando testimonio de alegría y amor.
F. Fraternidad.
Nuestro testimonio de amor fraterno es el mejor reflejo de que todos somos hermanos, hijos del
mismo Padre, el distintivo que nos debe señalar ante el mundo, traducido en acogida, escucha y
ayuda a tantas personas que lo necesitan, con el gozo y la paz de estar con Jesús y hacer camino
con Él.
G. Dimensión eclesial.
Manteniendo vivo el sentido de Iglesia y de Comunidad. Siendo «pequeño colegio de Cristo»,
poniendo empeño en cuidar la relación con él y entre nosotras como él la quería.
Viviendo con convicción, agradecimiento y responsabilidad la propia vocación de seguimiento en
sentido de comunión y complementariedad con las otras vocaciones cristianas de seguimiento.
Y desde la fe y seguimiento de Cristo Jesús –centro de la historia y del mundo–, apertura y
comprensión de la verdad y el bien de las demás confesiones cristianas, las otras religiones o
culturas, los valores de la cultura actual y también los de otras épocas...
D. Compartiendo en solidaridad
Compartiendo con quien se acerca a nuestras casas nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza con
sencillez y valentía. Con verdadero espíritu de acogida fraterna. Siendo fieles al Espíritu que guía
a la Iglesia y a cada uno de sus miembros.
Desde nuestra vida de oración, solidarizarnos, tanto espiritual como materialmente, con el
sufrimiento humano: injusticias, hambre, marginación, explotación de la naturaleza..., teniendo
conciencia de las ideologías y estructuras que oprimen a gran parte de la humanidad. Teniendo
actitudes de creatividad con gestos concretos como la opción por la paz y la justicia, siendo
solidarias con la gente de hoy.
Nuestra vida es la confesión más honda de Dios como principal protagonista de la Historia. ‘‘Fue
llamando a los que Él quiso, y se fueron con Él’’ (Mc 3,13). Esto nos conduce a constatar que
nuestro llamamiento es un don gratuito de Dios, ya desde el Bautismo, con la adopción de hijos de
Dios.
A. Desde la gratuidad.
El hecho de que Dios sea un don gratuito para todos los hombres en Cristo es algo desconocido
para la mayoría, aunque es una evidencia irrevocable. Por ello creemos que lo primero para dar
este testimonio es tomar cada día mayor conciencia, nosotras mismas, de esa gratuidad de Dios y
del amor con que nos ama. Para ello pensamos será una actitud muy buena el tener una mirada
positiva de trascendencia para todo cuanto sucede en nuestra vida y en nuestro mundo, favorable o
adverso, pues en todo nos puede llegar el amor gratuito de Dios, ya que ‘‘todo sirve para el bien
de los que aman a Dios’’.
Viviendo plenamente nuestra entrega a Dios y a nuestros hermanos los hombres, comenzando por
los más próximos (nuestra comunidad) y a todo el mundo, a través de la vivencia de nuestra
vocación, con alegría y generosidad, sin esperar ver aquí el fruto, como puro acto de amor,
viviendo ya aquí los valores del Reino (las Bienaventuranzas y el mandamiento del Amor).
Al elegirnos el Señor, hemos recibido amor, perdón, misericordia, fidelidad...; de igual modo, y en
igual medida que nos hemos sentido tratados por Dios en nuestras vidas, se nos invita a tratar y a
darnos en la comunidad a la Iglesia y al mundo en ella, como una manera de responder o devolver
libremente por amor lo que hemos recibido como dones de Dios, y así hacer presente con nuestras
vidas la gratuidad de Dios.
A través del testimonio de una vida con signos concretos, como vivió Sta Teresita, ‘‘prestar sin
esperar nada... a quien te pide el manto dale la túnica...’’; traducido en el lenguaje actual: no
pasar factura, sino dar desde el gozo y la alegría de quien ofrece lo que recibe de Dios.
Debemos vivir esta experiencia de la gratuidad de Dios: con alegría, con ‘‘algo’’ que se note de
felicidad, que contagie, que atraiga a través de nuestras palabras y de la vida entera.
No hemos de poner énfasis en cómo hacer inteligible la gratuidad de Dios, sino en cómo vivir en
coherencia con ella. Dios ya se encarga de convertir la vida en testimonio.
Seducidas por la belleza y la bondad del Señor, hemos sido llamadas –sin mérito alguno de nuestra
parte– a una particular intimidad y conocimiento de él, apartadas de lo que pudiera distraernos de
ello. Bajo la influencia del utilitarismo de la cultura actual, esto puede aparecer como un
desentenderse de los demás para gozar de Dios en una relación intimista, y que Dios privilegia a
algunos con descuido de otros. Nada más lejos que esto del amor universal y gratuito de Dios, que
no ama a nadie aisladamente, sino formando todos unidad en Cristo; y que concede libremente
dones a cada miembro para el bien de todo el Cuerpo. Y nosotras entramos en la línea de este amor
de Dios si –acogiendo con humildad y gratitud el don de seguir a Jesús orando en el monte– lo
vivimos como nuestra peculiar aportación a la misión de la Iglesia de anunciar y hacer presente el
Reino de Dios.
Dándole primacía al amor, porque el amor de Dios es gratuidad para todos. Dice Jesús: ‘‘el que me
ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y lo amaré yo y vendremos a él y haremos nuestra
morada en él’’ (Jn 14, 23).
Responder a esta gratuidad sería ‘‘dar gratis lo que hemos recibido gratis’’ En humildad y
responsabilidad, sin suficiencias y sin desalientos; en contraste con los valores del mundo, la vid
contemplativa testimonia una vida gastada en amar y servir al Señor, una vida derramada cuyo
perfume impregna toda la casa.
Necesitamos vivir la gratuidad en la conciencia personal, en la relación fraterna día a día, con la
entrega de nuestra vida, sin esperar nada a cambio. Dejando que se vayan ‘‘quemando’’ ante Él
todos nuestros días. No ambicionando nada que no sea Él y su Reino. Lo que hemos recibido
gratis, queremos darlo gratis, porque siempre será mucho más lo que recibimos de Él que lo que
podemos ofrecerle nosotras.
El testimonio que damos, los que hemos recibido este Don inestimable, es amar a Jesús con
corazón indiviso, entregando a Él toda la vida. Es como el ungüento precioso derramado por María
en Betania, en un puro acto de Amor.
Cierto que es difícil hacer inteligible hoy la gratuidad de Dios, pero no imposible; es más, el ser
gratuito es algo que choca y sorprende y por lo mismo interroga.
B. Frente al poder, tener y saber.
Tanto la llamada como el seguimiento son imposibles sin su gracia. Esta reflexión personal, orada
y vivida, nos coloca lejos de posturas autosuficientes tanto en el poder, como en el tener y el saber.
La fuerza simbólica y de contraste ha de llegar cuando la gente nos sitúe a los religiosos ‘‘como
hombres y mujeres que hacen de su vida una dádiva, una oblación, frente a la idolatría del tener y
más tener’’... (Vida Religiosa 4,94). Corresponden así con la gratuidad de su entrega a la
gratuidad de Dios.
La espiritualidad del seguimiento de Jesús nos exige desligarnos del poder, del saber y del tener, y
de todas las seguridades humanas, para ir creciendo en la Comunión con Jesús. De esta manera
Cristo se convierte en sujeto de nuestras acciones, para poder decir con S. Pablo ‘‘Vivo yo, pero
no soy yo, es Cristo quien vive en mí’’.
Viviendo desde la confianza la vocación recibida. Sabiendo que es el mismo Dios quien nos
sostiene día a día. Por tanto con sencillez, serenidad, humildad.
Atreviéndonos a vivir a fondo ‘‘sólo Dios basta’’ de la Santa Madre. Ser capaces de ‘‘no valer
para nada’’, no ser eficaces en una sociedad que premia la eficacia y la utilidad por encima de
todo
C. Siendo tales.
Es testimonio para el mundo de hoy nuestra propia vida en sí misma:
Viviendo el seguimiento de Cristo con alegría y esperanza, viviendo el amor fraterno, sabiendo
perdonar, comprender y hacerse toda a todas en cada momento por amor.
Reconociendo que nuestra vocación es un don de Dios, y por lo tanto debemos vivir en continua
acción de gracias para comunicar belleza y alegría. Con un corazón indiviso, entregado totalmente
al Amor, una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su cuerpo
místico que es la Iglesia. Oración, servicio y gratuidad.
Siendo personas y comunidades maduras. Y viviendo como Cristo vivió, estando atenta
interiormente a sus exigencias.
Concluyendo podemos decir que, si somos ‘‘tales’’ como la Santa nos dice, y vamos creciendo en
fidelidad en el seguimiento de Cristo, y en el conocimiento y vivencia de la gratuidad de Dios,
iremos testimoniando esta gratuidad, sin siquiera darnos cuenta, siendo como «la ciudad puesta en
lo alto de un monte» que no se puede esconder. En definitiva, no se trata sino de creer y hacer vida
las Palabras de san Juan de la Cruz: ‘‘es más precioso delante de Dios un poquito de este puro
amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas las obras
juntas.’’
D. Con todos.
Se podría decir, en principio, que nuestra vida es ‘‘inútil’’ a los ojos del hombre de hoy.
Para hacer comprensible esta experiencia hay que tener en cuenta que la Vida Religiosa lleva una
marca de frontera, rompedora, pero no es comprendida por los que nos contemplan e, incluso,
viven afectivamente cerca de nosotros. Por eso se hace necesario responder con amor también a los
que no nos aceptan o desprestigian.
Viviendo actitudes y valores fundamentales: fidelidad, humildad, sacrificio, alegría, sencillez,
acogida. Teniendo una vida fraterna sencilla y alegre en comunión con los pobres.
2. ¿De qué manera nuestras comunidades podrán convertirse cada día más en
testimonio de comunión con Cristo y con los demás en un mundo sediento de Dios
y de fraternidad?
Lo primero que debemos afirmar es que nuestro testimonio debe ser un testimonio de gozo por la
vida, llena de deseos orientados hacia el Reino, ya que somos testigos de Resurrección.
A. Profético-evangelizadora.
Un testimonio silencioso surgido de nuestra experiencia y amistad con Dios como carmelitas que
nos remontamos simbólicamente al profeta Elías. Se trata de anunciar a Jesús con la vida. Y, de
hecho, constatamos que no pocas veces nuestra sola presencia, como testimonio de otro tipo de
valores de los normalmente vigentes, es profética y suele despertar respeto y suscitar interrogantes.
Nuestra misma vida contemplativa es el primer testimonio profético- evangelizador que damos al
mundo. Anunciamos el valor de la oración y de la importancia de entregarnos a una vida donde la
oración ocupa el primer puesto. Como Moisés en el monte elevamos nuestras plegarias por el
mundo y sus necesidades. En un mundo que necesita muchas cosas para sentirse bien, una vida
sencilla, llena de alegría, que se contenta con poco, es un testimonio profético-evangelizador. La
verdadera riqueza es Dios y el ser humano, hecho a su imagen y en el que podemos encontrarlo y
servirlo.
Volviendo a las fuentes, que es el Evangelio. Siguiendo a Jesús desde una experiencia personal
que nos comprometa a vivir como Él vivió: opción por los pobres y anunciando con valentía los
valores del Reino, y denunciando los antivalores de la sociedad.
Nuestra profecía ha de ir encaminada a descubrir la presencia del Espíritu donde otros no la ven, y
a denunciar toda clase de injusticia que esté a nuestro alcance.
Aceptando con alegría y visión de eternidad, la pobreza comunitaria en las limitaciones y carencias
de cada una. Cuidando con cariño especial a las hermanas mayores y/o enfermas. Testimoniando
de este modo contravalores de nuestra sociedad de hoy.
Vivir como pobres de verdad, abiertos a que cualquier hermano, por sencilla que sea su vida,
pueda ser una fuente de gracia para nosotros. No caer nunca en la autosuficiencia.
Cultivar la bondad de corazón, escuchar sin juzgar, perdonar y sentirnos necesitadas de perdón.
El conocer la historia nos ayuda a caer en la cuenta de que no debemos instalarnos ni dogmatizar
nada. En cada momento debemos ser testimonio de Dios que vive entre los hombres, haciendo
inteligibles con nuestra vida las actitudes de Cristo, Palabra única del Padre. Tenemos que abrirnos
a su Espíritu para ir respondiendo, día a día, en la vida cotidiana al amor de Dios y a las
necesidades más profundas de los hombres. El Espíritu suscita nuevas experiencias de Dios en
todos los tiempos. Porque la revelación es progresiva y se hace a la capacidad del hombre.
Todos los enfoques del seguimiento de Jesús son parciales y hay que vivir abiertas al cambio, a
enriquecernos de la experiencia de los demás y a aportar la nuestra. ‘‘Dios sólo para sí no es
nuevo’’ y ‘‘hay mucho que ahondar en Cristo’’. Los diversos enfoques nos sirven para ir
descubriendo en Él nuevos senos de riquezas que nunca agotaremos. De ahí la necesidad de
diálogo y acogida mutua.
El reconocimiento de la parcialidad e historicidad de toda espiritualidad nos lleva a una actitud
humilde, sin pretensiones de verdad absoluta, al respeto y acogida de lo que de válido tuvieron y
pueden seguir teniendo las vivencias y reflexiones que se han dado en la historia y las que surgen
hoy y surgirán mañana; a una amplitud de miras, al respeto y, de modo muy especial, a la
búsqueda de ese encuentro con Cristo en lo esencial que nos transforme en nueva semilla de
Evangelio, en una vida en disponibilidad absoluta al Padre y en entrega amorosa al hermano.
Como carmelitas, nos impulsa a conocer cada día más la experiencia y doctrina de nuestros santos,
a beber en ellas todo lo que Dios reveló a través de ellos y a comprometernos en recrearla con
fidelidad creativa, en una vida de oración y comunión fraterna que testimonie nuestra participación
del amor trinitario y el deseo de vivir como María en obsequio de Jesucristo. Libres de
condicionamientos históricos y sin miedo a cambiar en lo accidental, cuando esto no sea ya el
mejor modo de vivir y expresar nuestro verdadero ser y misión.
F. Fraternidad y Eucaristía.
Para Teresa, la vida comunitaria está fundamentada en el amor y tiene como centro la Eucaristía,
memorial de Amor: ‘‘aquí todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer,
todas se han de ayudar’’
(C V 4, 7) Para ella la Eucaristía es como la fuerza que da sentido y dinamismo para realizar su
ideal de vida ‘‘pues no se queda para otra cosa con nosotros sino para ayudarnos y animarnos y
sustentarnos’’ (CE 60, 1).
• Puesto que uno de los signos de nuestro tiempo es una deseada fraternidad universal, al
tiempo que se dan también grandes conflictos de convivencia a todos los niveles sociales,
pensamos que el que nosotras procuremos vivir nuestra vida fraterna como nos lo enseña
nuestra Santa Madre, elemento además tan característico del Carmelo Teresiano, podemos
con ello ser estímulo para el mundo, testimoniando con nuestra vida que es posible esa
anhelada fraternidad.
G. Iglesia.
La Iglesia fue la gran pasión de Teresa. Le dolían en el alma sus estragos y desgarros; se gozaba
enormemente con sus triunfos y victorias. Su ideal fue pertenecer a la Iglesia y afanarse por ella;
amar a la Iglesia y orar por ella.
• También nuestra vida tiene que ser un don para la Iglesia y para la humanidad entera,
siguiendo la enseñanza y el ejemplo de Teresa de ‘‘que se aficionasen al bien de las almas y
al aumento de su Iglesia’’.
Estos aspectos son de máxima actualidad porque nos hablan de una experiencia. Porque se centran
en el Cristo del Evangelio y nos ayudan a vivir a Cristo como quien centra, vertebra y da plenitud
a nuestra vida. Y con ello fundamentan una espiritualidad y vivencia de la fe con gran realismo,
basado en lo esencial y capaz de humanizar a la persona haciéndola progresivamente más a imagen
de Dios.
B. Encarnación y desposorio.
Juan de la Cruz nos habla de la Encarnación del Verbo Hijo de Dios –que él considera la obra
suprema de Dios–, como desposorio de Éste con la humanidad y en cierto modo con toda la
creación, (cf. C 5, 4). También presenta a Cristo como Esposo de cada alma: ‘‘dulcísimo Jesús,
Esposo de las fieles almas’’ (C 40, 7).
• Hoy que se siente fuertemente la necesidad de amor verdadero y gratuito, en un mundo en
que las carencias afectivas son tan frecuentes, saber experimentar a Cristo como el Amor que
nos crea y nos renueva, y establecer con Él una relación de Amistad - Amor total,
experimentando que ‘‘Él nos amó primero’’, nos parece fundamental para sanar las heridas
de nuestra humanidad y encontrar nuestra plenitud humana.
E. La unión de amor del hombre con Dios. Hacer nuestras las actitu- des de Cristo.
Toda la doctrina de Juan de la Cruz se centra en la unión de amor del hombre con Dios, como meta
de la vocación humana, puesto que sólo en Dios el hombre encuentra su plenitud en la dignidad de
hijo. Unión que, según el Santo, ‘‘consiste en tener el alma según la voluntad de Dios’’ (cf. 1S 11,
2). Para ello, Juan de la Cruz nos dice que el camino es ‘‘considerar’’ (cf. C 31, 4) y hacer nuestras
las actitudes de Cristo en su vida terrena: ‘‘traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas
sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para saberla imitar y haberse en
todas la cosas como se hubiera él’’ (1 S 13, 3).
• Consideramos esto importante porque en nuestro mundo, en el que el hombre parece
perder su identidad de ser humano, la Persona de Jesús nos revela nuestra más genuina
verdad e identidad y nos descubre nuestra propia plenitud.
F. Cruz de Cristo.
‘‘Y así, en él hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la
tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios. Y esto fue,
como digo, al tiempo y punto que este Señor estuvo más aniquilado en todo’’ (2 S 7, 11).
Es evidente la importancia que la Cruz tiene en todos los escritos y doctrina de san Juan de
la Cruz. Él ve en el anonadamiento de Cristo en la Cruz la obra mas eficaz que Cristo ha realizado
sobre la tierra y con la cual ilumina, da sentido y rescata de su sinrazón todos los momentos de
cruz y oscuridad de nuestro vivir humano. Porque es el Amor el que da sentido y valor a la cruz.
• El sentido de la Cruz, del sufrimiento, de la ausencia–silencio de Dios, es un aspecto que
nos golpea particularmente en un tiempo de incertidumbre, de injusticia y de violencia a
nivel social y político y también desde nuestra perspectiva de mujeres consagradas, en un
tiempo de envejecimiento, incertidumbre por falta de vocaciones ...
Desde esta visión del sufrimiento en Cristo, y por Cristo en Dios, nosotros experimentamos que
Dios sufre por nosotros y en nosotros; que en Cristo, Dios vive y siente nuestros sufrimientos
como propios. Sólo desde aquí podemos conservar la paz y la esperanza en tanta locura y sinrazón
de nuestro mundo. El sufrimiento y la misma muerte adquieren valor o sentido y son rescatados de
su sinrazón al asumirlos Cristo como propios y así los lleva con Él haciéndolos partícipes de su
obra redentora.
G. Negación y vida teologal.
En Juan de la Cruz destaca con fuerza la experiencia teologal como plenitud en el Resucitado.
Relación vivida como una gran historia de amor con todo lo que el amor supone de dolor por la
distancia, de gozo por la presencia y de dificultad por lo distinto. Búsqueda del Esposo, Cristo,
realizada en fe y en amor, con negación de los apetitos desordenados a las criaturas, noche del
sentido y del espíritu, configuración con Cristo crucificado y resucitado, participación en la vida
trinitaria y reencuentro con las criaturas en Dios.
San Juan de la Cruz refleja magistralmente en su doctrina el vacío existencial que sufre la
humanidad alejada de Dios pero sintiendo como nunca el deseo de lo absoluto. Por ello los
términos de ‘‘noche’’, ‘‘búsqueda’’, ‘‘dignidad del hombre’’, ‘‘huella de Dios en la creación’’, ...,
encajan perfectamente con las vivencias profundas del hombre de hoy.
• La cultura actual hace que el hombre contemporáneo viva en un ambiente superficial que
dificulta el encontrarse con el sentido más profundo de su vida que está en su propio interior.
En esta situación la doctrina de san Juan de la Cruz puede abrir caminos de interiorización
que lleven al ser humano a su plenitud, que es la unión con Dios, vocación definitiva del
hombre. Nuestro Santo Padre, siendo un hombre de profunda experiencia, expresa su
pensamiento cristológico, a través de un sistema. En algunos de sus tratados aparece el
hombre en búsqueda, la persona parte de esta búsqueda para ir descubriendo a Cristo y se
realiza caminando por etapas, en fe y amor, sin detenerse en las cosas por el camino.
A.
Queda superado un enfoque juridicista de los votos, con preocupación por las normas,
casuística, distinción entre materia de voto y virtud... También verlos como una manera
heroica de alcanzar la propia perfección, a base de grandes renuncias. Los votos son expresión
de que queremos seguir a Jesús pobre, casto y obediente y hacer nuestras sus actitudes y
sentimientos
B. Clarifica y fortalece nuestra identidad como personas consagradas. La vida religiosa aparece
claramente integrada en el conjunto de todas las vocaciones cristianas. La consagración por los
votos no nos segrega, sino que nos hace un grupo específico dentro de la gran familia de los
seguidores de Cristo. Un grupo que comparte con el resto la consagración bautismal y que la
profundiza con un compromiso total por don del Espíritu para el bien de la Iglesia, no como
privilegio personal. De ello nace solidaridad con todos, gratuidad, sencillez.
Todos somos llamados a la santidad, a seguir a Cristo por la práctica de los consejos
evangélicos, a todos nos alcanzan las exigencias de su seguimiento. Los consagrados las
abrazamos con radicalidad en nuestro programa de vida por medio de la profesión con votos de
los consejos evangélicos y la vida fraterna en comunidad.
C.
Muestra cómo el cauce donde se hace práctico el seguimiento de Jesús es para nosotras la vida
fraterna en comunidad. Ésta, cuyo modelo es el grupo de los Apóstoles, está llamada a ser
como aquél continuadora de la experiencia y de la obra de Jesús. Testimonio de que somos,
como Jesús, hijos de Dios; por tanto, hermanos y hermanas, miembros de la familia de Dios. Y
Dios, presente en este mundo, nos llama a hacer de él un lugar donde reine su amor infinito. Los
votos tienen el significado de relativizar la familia (castidad), los bienes (pobreza) y la
pertenencia de la propia vida (obediencia) para poner como absoluto el servicio del Reino.
D.
La consecuencia principal es un cristocentrismo radical. La norma suprema, el modelo
de vida, es Cristo. Hemos de ser como Él, testimoniar que en Él se halla la plenitud, ser
profundamente humanas como seguidoras de un Jesús encarnado en todo lo humano,
potenciadoras del crecimiento propio y de los demás, de la liberación de todo lo que
empequeñece al hombre esclavizándolo. El programa son las bienaventuranzas. Hemos también
de estar dispuestas a pasar por donde Él pasó: incomprensión, soledad, abandono, persecución,
injusticia, no asimilación por parte del poder establecido.
La reflexión sobre cada voto en particular dentro de su normal y obligada referencia a la vida en
comunidad, nos lleva a las siguientes consideraciones:
Castidad:
La vivencia de la castidad se debe reflejar en nuestra vida en una fraternidad universal que
se debe traducir en un corazón misericordioso y acogedor hacia todos los hombres,
empezando por los que tenemos más cerca, los miembros de nuestra propia comunidad, y
desde aquí, abrir nuestro corazón a toda la humanidad. Por esto creemos que podemos y
debemos potenciar y valorar más la vida comunitaria, haciendo crecer la unión, cuidando los
pequeños detalles, compartiendo las alegrías y los dolores, creciendo siempre en diálogo.
Amar a cada uno como es, dejarlos ser ellos mismos. Sabemos que esto supone una renuncia
fuerte a nuestro modo de ser y nuestro ego, pues todos tendemos a convertirnos en ‘‘norma’’
para los demás. Por eso vemos muy necesario cultivar ‘‘las soberanas virtudes’’ que la Santa
nos recomienda en Camino: desasimiento, humildad y caridad unas con otras.
Pobreza:
La pobreza, ‘‘desasimiento’’, es la mejor manera de buscar caminos de libertad frente a la
materialidad y al consumismo, y encontrar así la verdadera riqueza que se encuentra en la
entrega gratuita y sin condiciones en favor de los demás. Trae un señorío que nos lleva a
crecer en nuestra dignidad de hijos de Dios y pone de relieve los valores de la libertad, la
verdad, el amor y la justicia. A través de una vida sencilla y vigilante esforzándonos por no
caer en el aburguesamiento, superamos también formas fijas de pensamiento como expresión
de una pobreza que no se queda en la materialidad sino que implica todas las dimensiones de
la persona. Espíritu de pobreza es también tener espíritu de agradecimiento, acogiendo el
amor y los servicios que nos prestan las hermanas; poder prescindir de relaciones y afectos,
no vivir necesitándolos, para darnos mejor a los otros. En resumen, sería buscar lo único
necesario del Evangelio. Esto lleva necesariamente a una liberación de todo, lo material y
también lo espiritual. Pero implica, además, necesariamente una gran dosis de renuncia, una
intensa y cotidiana, a la vez que serena, experiencia de la cruz.
Obediencia: Es una identificación con la experiencia de Cristo mismo que ‘‘no vino a
hacer su voluntad sino la del Padre’’. Que en último término es ir construyendo juntos el
Reino de Dios como proyecto de amor para la comunidad y para la propia vida. Un Reino
que se vive en el amor que sirve y acoge y que se enfrenta decididamente a la diferencia,
que es capaz de abrirse a nuevas formas de entender los valores esenciales a través del
diálogo. Por ello consideramos importante el que procuremos cultivar y crecer en el deseo
de cumplir siempre la voluntad de Dios en todo, buscándola y viéndola siempre en las
pequeñas cosas cotidianas, en las circunstancias ordinarias y en el diálogo comunitario y con
los superiores. Sabemos que esto lleva a vivir necesariamente la cruz, pues supone renunciar
a nuestros modos, nuestros puntos de vista, nuestros apegos, nuestros planes. Supone
también una superación constante de nuestro modo de ver la voluntad de Dios, que sabemos
que podemos muy fácilmente confundir con nuestros gustos, para liberarnos y ser capaces de
ver la voluntad de Dios en otros modos de ver. Todo esto nos lleva a una libertad verdadera,
y a crecer siempre en el amor, sin negarnos a ver la dificultad que encierra y que supone un
compromiso diario por parte de cada miembro de la comunidad de vivir en espíritu de
conversión continua, de purificación constante.
2. Desde la perspectiva carmelitano-teresiana ¿qué matices podrían caracterizar
los votos y la vida fraterna en comunidad en la práctica?
Nuestra vida, por su carácter puramente contemplativo, caracteriza los votos de manera absoluta
como consagración totalmente gratuita de la persona. Nos proponemos vivir y expresamos con
ellos la entrega y la disponibilidad al amor de Dios, dejando en sus manos la fecundidad de
nuestra existencia. Carecemos de obras y logros humanos. Con ello vivimos y expresamos el
absoluto de Dios.
Somos llamadas a una experiencia de la unión con Dios y de su amor, según el modelo de los
Santos Padres y a la luz de su doctrina. Los votos son expresión de las virtudes teologales de las
que Teresa y Juan de la Cruz son maestros cualificados. La dimension teologal es el raíl por donde
caminan los votos y cobra sentido toda la vida de la carmelita.
Los matices que caracterizan los votos y la vida fraterna en comunidad los encontramos en el
Camino de Perfección, donde la Sta. Madre pone como base del camino de oración las que
llamamos ‘‘grandes virtudes teresianas’’:
Amor unas con otras / Castidad consagrada / Amor-Caridad
Desasimiento / Pobreza consagrada / Esperanza
Humildad / Obediencia consagrada / Fe
Creemos que la experiencia y la doctrina de nuestros Santos Padres está muy acorde con la
consideración de los votos como seguimiento de Cristo. Él es el camino que nos conduce a la
unión con Dios o participación en la vida trinitaria. Los votos centran toda nuestra vida en
conocer, amar y poner nuestra existencia al servicio de Cristo y de todo lo que Él vivió: ‘‘Pues
esta vida si no es para imitarle no es buena» y «den a entender lo que profesan, que es Cristo
desnudamente’’(Vivir en obsequio de Jesucristo).
Todo el fundamento es ir creciendo en amistad con Él, Esposo, Amigo, Hermano, Señor. He ahí el
cristocentrismo de Teresa, esa compañía de la Humanidad de Cristo, que nos hace vivir los votos
con una referencia especial al Evangelio, como un seguirle y vivir su vida. Y verle y encontrarle en
las personas, los acontecimientos, lo que nos rodea y sucede cada día. Vida y oración se
identifican.
La comunidad como ‘‘pequeño colegio de Cristo’’ –con el estilo de hermandad querido por la Sta.
Madre, basado en la sencillez, la alegría, la franqueza en el trato– marca la vivencia de los votos.
Nuestra peculiar condición de ser un grupo pequeño y centrado en la oración es un reto y una
riqueza para vivir unas con otras el amor, el desasimiento, la humildad.
Amor unas con otras
hace referencia directa a la castidad: amor preferencial por Cristo, amor indiviso a Dios y a los
demás, viviendo fuertemente el carácter esponsal, es decir, como decía muchas veces la Sta.
Madre, como esposas de Cristo y éste Crucificado, teniendo fijos nuestros ojos y corazón en Él.
Amor que se ha de ‘‘encarnar’’ y probar en el amor a las hermanas ‘‘porque si amamos a Dios no
se puede saber..., mas el amor del prójimo sí’’. La Sta. Madre llenó de humanismo las relaciones
dentro de la comunidad y la soledad la quiso capacidad de comunión. ‘‘Aquí todas han de ser
amigas, todas se han de querer, todas se han de amar, todas se han de ayudar.’’
Educar el corazón. Pues, como dice el santo: ‘‘cuanto más crece este amor, tanto más crece el de
Dios y cuanto más el de Dios, más este del prójimo’’. Un amor limpio de todo egoísmo y
sensualidad, bien fundado no es cosa de un día sino el empeño de toda la vida, ‘‘no penséis que os
lo habéis de hallar hecho’’. Un amor así ensancha el corazón a todos y nos dispone a la
contemplación de las cosas divinas pues ‘‘el limpio de corazón en todas las cosas halla noticia de
Dios’’ (3S 26,6).
Desasimiento de todo lo creado
hace referencia a la pobreza, que en el Carmelo tiene el sentido especial de desasimiento:
‘‘Abrazándonos con sólo el Criador y no se nos dando nada por todo lo criado’’ o ‘‘libres quiere
Dios a sus esposas, asidas sólo a Él’’.
La santa Madre va a la pobreza de espíritu –que nos prepara al encuentro contemplativo con
Dios– y desde ahí urge a la pobreza real, efectiva en todos los campos: desde los externos a los
íntimos, en casa, vestidos, palabras, pensamiento y discreción de vida, vida de trabajo y gratuidad.
Humildad
hace referencia a la obediencia. Obediencia ante todo al plan de Dios, que pasa por la mediación
humana. Es, por tanto, reconocer que nuestra vida no le pertenece sino a Él. Santa Teresa define la
humildad como ‘‘andar en verdad’’ y nos dice que sin ella, ‘‘que es cimiento’’, no se dan el amor
de unas con otras ni el desasimiento, porque ‘‘apartarnos de nosotras y ser contra nosotras es
recia cosa’’.
Este andar en verdad que es la humildad, nos pone en conocimiento de quién es Dios y quiénes
somos nosotras. Él es todo y nosotras no somos sino lo que Él nos regala. En esta verdad se asienta
la verdadera liberación de una misma para poner la vida en manos de Dios, a imitación de Cristo,
‘‘pongamos los ojos en Cristo y aprendamos la verdadera humildad’’.
La Sta. Madre quiere una obediencia basada en el amor ‘‘la priora procure ser amada para ser
obedecida’’ y destaca mucho que estemos atentas a la voluntad de Dios, que es la unión que Él
quiere para nosotras.
Ponemos finalmente de relieve el sentido apostólico que la Sta. Madre imprime a su vida y a la de
su familia, orientando la oración, seguir los consejos evangélicos con la mayor perfección posible,
y la vida entera al servicio de la Iglesia. (cfr. C 1, 2-5).
También infunde un nuevo espíritu de devoción a la Virgen María, viendo en ella un modelo de
consagración. Vivir en obsequio de Jesucristo como ella, imitándola en su vida de fe y
contemplación del Misterio de Jesús, acogiendo la Palabra y dejándonos modelar por ella...
Presentar en un lenguaje que todos entiendan nuestra vida es uno de los retos o desafíos a que es
difícil dar respuesta. Sabemos que nuestra vida no es fácil de entender y que la mayor parte de
nuestra sociedad no la entiende. En gran parte por el contraste entre lo que tratamos de vivir y lo
que se vive en nuestro entorno, pero algo también debido a falta de adecuación en nuestra manera
de expresarlo.
Jesús explicó las cosas más difíciles o elevadas en forma de cuentos o parábolas que las acercaban
a la comprensión de todos sus oyentes. Nosotras tendríamos que conocer el lenguaje de la gente
de hoy, sus intereses, sus valores y deseos para poder transmitirles nuestra experiencia de
seguimiento de Cristo y que ellos la entendieran.
Sería bueno hablar de pobreza desde el término solidaridad-compartir, por la sensibilidad
hacia esa realidad.
Hablar de diálogo como medio de búsqueda de la verdad, de encuentro entre personas, es
más actual que formularlo desde la obediencia a un superior.
El hombre actual se mueve más por lo sensitivo que por las ideas; presentar a Jesús
como ALGUIEN que puede llenar los deseos de tu corazón, esa PERSONA a quien
entregar tu vida y junto a ella hacer comunidad con otras hermanas que se aman y están
disponibles a las necesidades de los hombres, es una manera inteligible de traducir el amor
entregado y recibido.
Pero, aunque no sobran las palabras, hay que reconocer que el mejor lenguaje con que
hablar al hombre de hoy es el de la propia existencia; lo que convence es la
AUTENTICIDAD DE VIDA, ya que nuestros contemporáneos están hastiados de palabras
vanas, de promesas incumplidas, de demagogias que intentan manipularle el pensamiento.
Creemos que nuestro lenguaje existencial será inteligible si nace de la vivencia profunda de lo qu
expresamos, de la experiencia personal y vital, auténtica.... ‘‘siendo tales’’, al decir de la Sta.
Madre. Una vida auténtica será fuente de interrogantes sobre todo en el aspecto comunitario,
verdad en nuestro ser, en nuestras palabras, en nuestra oración. Si es algo existencial, eso es
inteligible siempre.
Lo más inteligible es el amor, la capacidad de acogida y comprensión, el vernos vivir una vida
fraterna. De ahí, de ‘‘mirad cómo se aman’’», se puede pasar al ‘‘mirad cómo es Dios’’. Nuestra
vida fraterna es un reto, una interrogación a nuestra sociedad individualista. Con el lenguaje de la
vida, ‘‘venid y ved’’. Hoy se necesita más del testimonio que de las palabras.
Si de verdad vivimos en coherencia con lo que significa el compromiso de los votos y de la vida
en comunidad.
Al hombre de hoy que aspira a enriquecerse, a poseer, le expresaremos con una vida
realmente pobre, la riqueza de poseer todas las cosas sin ser poseídas por ellas y el tesoro
que se da a quien lo deja todo por Cristo y su Reino.
Al que aspira al amor, al placer, le diremos con nuestra consagración al amor indiviso que
nos sabemos infinitamente amadas y que nos hace felices el puro amor de Cristo y de las
hermanas.
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