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Petición:
“Señor, regálame conocerte internamente, a ti que por mí te has hecho hombre, para que más te
ame y te siga”.
“Señor, qué te conozca,
porque si te conozco, te amaré;
Señor, que te ame,
porque si te amo, te seguiré;
Señor, que te siga,
porque si te sigo, te conoceré”

Contemplación:
Entro en la escena y me imagino el viaje a Belén. Escucho las gentes, ruidos del camino,
conversaciones, silencios, barullos, animales, rebaños, pastores, mercaderes etc.
Pero, sobre todo, escucho a María y a José: sus palabras y todo aquello que no dicen, lo que han
conocido a través de la anunciación de un ángel o a través de sueños. José, "hombre justo", María,
"mujer llena de gracia".
Imagino la llegada a Belén, su no encontrar posada digna. Escucho mi interior. ¿A qué me invita
Jesús?
Me detengo en Belén. Guardo silencio y me dejo sorprender. Dejo fuera todo prejuicio y
permanezco en silencio. ¿Me arrodillo?
Estoy junto a María y José. Les acompaño, me acerco con sencillez y silencio a la cueva.
Me hago presente a la escena: Escucho lo que dicen, contemplo lo que hacen.
¿Desde donde contemplar? “Haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos,
contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades”. (EE. 114).
“Como si presente me hallara.”

Reflexiono para sacar provecho para mi vida.


Cuando lo contemplo a Él miro primero el entorno en que está colocado, el pobre portal de
Belén no tiene muchos adornos, no tiene ninguno, está reducido a la máxima desnudez: no hay
ninguna guirnalda, ningún mueble para la comodidad, ni siquiera una silla ¿habría acaso una
lámpara? Ciertamente no, a lo más alguna antorcha improvisada por San José. Y cuando después
miro a mi entorno, cuántas cosas considero necesarias para tener un ambiente confortable, aunque
sea con pocas cosas. La desnudez total me parecería antihumana e insoportable. Después de esta
comparación me doy cuenta de cuántas cosas inútiles e innecesarias me rodean.

Pero lo que más me importa es contemplar al Niño recién nacido; así que ahora fijo mi
atención en Él. No sé si me verá porque sus ojos de recién nacido difícilmente se abren a la luz. Y
al contemplarlo así reducido a la impotencia, pienso en cómo compaginar esta situación del niño
indefenso con la infinitud de Dios que habita en Él, porque este Niño es a la vez el Dios
Omnipotente y tengo que hace un acto de fe para asumir que esa criaturita es a la vez la Persona
del Hijo de Dios. Y con esto me está diciendo lo importante que es para su misión pasar por esta
etapa de la infancia en su total realidad; su infancia es entonces enseñanza. Más adelante dirá que
hay que hacerse como niños y también que hay que nacer de nuevo.

Yo adulto, que considero mi etapa actual como una conquista importante, porque he
adquirido experiencia, conocimiento, personalidad, seguridad en mí mismo, ¿es que debo volver a
mecerme en una cuna? Pero medito en esa pequeñez del niño y Él me enseña cuáles son los
rasgos del niño que debo intentar recuperar. Y pienso en cómo recuperar la pureza de la inocencia
inicial, esa inocencia y pureza que me fue concedida al nacer y que se ha ido oscureciendo a través
de los años. Miro una vez más al Niño y se me quita la importancia de mi adultez.
El Niño, del que no puedo quitar los ojos, está moviendo sus brazos hacia la Virgen, algo
está necesitando; en realidad Él no tiene vergüenza de necesitarlo todo. Así es el Niño y corrige mis
actitudes de autosuficiencia, del que se basta a sí mismo y que no necesita de nadie; corrige mi
actitud orgullosa de rechazar las ayudas que otros me ofrecen.

Pero lo que más me enseña este pequeño recién nacido es una nueva imagen de Dios, para
que corrija la que me he ido fabricando con mis lecturas, con mis estudios y con mis reflexiones
personales. Nunca imaginé un Dios necesitado de abrazos y de cuidado ¿cómo iba a pensar que el
rasgo más central de Dios es su ternura y su bondad? Nunca pensé en que Dios pudiera estar tan a
mi alcance y que incluso tuviera que necesitar algo de mí, pues el que todo lo tiene porque todo lo
ha hecho y todo lo ha creado ha querido hacerse Niño y quiere necesitar de mi afecto, de mi
acogida, que lo que más le importa, por encima de todas las superestructuras incluso religiosas, es
que le diga que le amo y que se lo diga con mi vida entera. Realmente el Dios que es Jesús corrige
tantas imágenes equivocadas que me fragüé y se convierte en un Dios que me atrae con amor y
que quiere que lo estreche contra mi pecho.

Tanto me enseña este Niño que no debo nunca dejar de contemplarlo incluso después de
Navidad.

Concluyo este tiempo de contemplación


 ¿Qué brota en mí tras este rato de contemplación?
 ¿Algo ha sido "desprogramado" y "programado" de forma diferente tras haber estado
presente en el misterio de Belén?
 ¿Qué me gustaría comunicar a los demás después de este encuentro con el Señor? ¿Qué
deseo decir de forma nueva?

Necesito
Necesito
tu presencia, un tú inagotable y encarnado Necesito
que llena toda mi existencia, el gozo que participa de tu alegría,
y tu ausencia, que purifica mis encuentros última verdad tuya y del mundo,
de toda fibra posesiva. y el dolor, comunión con tu dolor universal,
origen de la compasión y la ternura.
Necesito
el saber de ti que da consistencia Benjamín González Buelta, sj
a mi persona y mis proyectos,
y el no saber que abre mi vida
a tu novedad y a toda diferencia.

Necesito
el día claro en el que brillan los colores
y se definen los linderos del camino,
y la noche oscura en la que se afinan
mis sentimientos y mis sentidos.

Necesito
la palabra en la que te dices y me digo
sin acabar nunca de decirnos,
y el silencio en el que descansa
mi misterio en tu misterio.

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