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El Papa Juan XXIII, apreció tanto los sermones escritos de San Bernardino de Siena,
que quiso proclamarle Doctor de la Iglesia. Pero murió y, hasta el momento, nada se ha
hecho. ¡Una pena!. Pero lo que el Pontífice apreciaba, no eran sus sermones en latín, tan
estudiados, pulidos y bien divididos, sino sus sermones en italiano, tomados de viva
voz, rebosantes de vida, sentido del humor y sabiduría práctica. Pensaba, que en un
tiempo en el que se emplean palabras difíciles para expresar hasta las cosas más fáciles
del mundo, sería oportuno poner de relieve aquella máxima que decía, y todavía se
recuerda, dice, <<Habla claro, de un modo que quien te escuche marche contento e
iluminado, y no deslumbrado>>.
La primera regla de todas las apuntadas por este personaje histórico, fue el aprecio. Uno
no llega nunca a estudiar en serio si primero no aprecia el estudio. No llega a formarse
una cultura, si antes no estima la cultura.
Ama los libros, y así entrarás en contacto con los grandes hombres del pasado; les
hablarás y ellos te responderán; te escucharán y tú les escucharás; y obtendrás placer de
ello.
Entendámonos, para una auténtica cultura hay que apreciar también, además de los
libros, la conversación, el trabajo en grupo, el intercambio de experiencias. Todas estas
cosas nos estimulan a ser activos y no solo receptivos. Nos ayudan a ser nosotros
mismos en el estudio, a comunicar a los otros nuestras ideas de manera original;
favorecen la atención respetuosa hacia el prójimo. Pero que no disminuya nunca nuestra
estima por los grandes maestros. Ser confidentes de grandes ideas vale más que ser
inventores de ideas mediocres. Y así, decía Pascal, que quien sube sobre los hombros de
otro, ve más lejos que él, aunque sea más pequeño.
La sexta regla, es la discreción. Lo cual quiere decir que no se puede correr más de lo
que a uno le permiten sus piernas; no coger tortícolis de tanto mirar a metas demasiado
altas; no comenzar demasiadas cosas a la vez (quien mucho abarca, poco aprieta); y no
pretender resultados de la noche a la mañana.