You are on page 1of 9

“La ‘prueba’ del Principio de Utilidad de Mill”

Henry R. West (Traducción de Magdalena Nápoli y Livio Mattarollo)


* West, Henry “Mill’s Proof of the Principle of Utility”, en Lyons, D. (ed.), Mill’s Utilitarianism-
Critical Essays, 1982.

El utilitarismo, en cada una de sus formas o formulaciones, requiere una teoría para la
evaluación de las consecuencias. Ya sea que las unidades de comportamiento que se juzgan sean
actos, reglas, prácticas, actitudes o instituciones, para juzgarlas por su utilidad, es decir a través
de su contribución a fines buenos o malos, se necesita una teoría acerca de qué cuenta como
buenos o malos fines. Alguna variedad de hedonismo sirvió a este propósito en las filosofías de
los utilitaristas clásicos, como Jeremy Bentham y John Stuart Mill. El propio Mill la llama:

la teoría de la vida sobre la que se funda esta teoría de la moralidad -a saber, que el placer y la
exención de sufrimiento son las únicas cosas deseables como fines-; y que todas las cosas
deseables (que son tan numerosas en el proyecto utilitarista como en cualquier otro) son
deseables ya bien por el placer inherente a ellas mismas, o como medios para la promoción del
placer y la evitación del dolor.1

En el capítulo IV de su ensayo titulado El Utilitarismo, Mill trata la cuestión de a qué tipo de


prueba es susceptible este principio. Los doce parágrafos del capítulo presentan un argumento
que, de ser exitoso, es uno de los argumentos más importantes en toda la filosofía moral, pues
aunque Mill diga que las cuestiones referidas a los fines últimos no son pasibles de “prueba
directa”, cree que se pueden presentar consideraciones capaces de determinar al intelecto a
asentir a la doctrina.2
Desafortunadamente, los intelectos de pocos comentadores de Mill han sido convencidos y
quizás aún menos han acordado en la interpretación de su argumento. J. B. Schneewind dice de
él:

Casi nunca se ha generado tal revuelo. Ahora, en general, se acepta que Mill no está, en este
capítulo, traicionando su propia creencia de que no se puede dar una prueba de un primer
principio moral, pero no hay un acuerdo general sobre qué está haciendo. En los últimos quince
años ha habido más ensayos tratando el tema de “la ‘prueba’ de Mill” que de cualquier otro tema
en la historia del pensamiento ético.3

Mill dice que es imposible dar una prueba, en el “sentido ordinario y popular del término”, de la
fórmula utilitarista sobre los fines últimos, pero continúa,

No hemos de inferir, sin embargo, que su aceptación o rechazo haya de depender del impulso
ciego o la elección arbitraria... El tema es susceptible de conocimiento mediante la facultad de la
razón y, por ende, tampoco esta facultad se enfrenta con él solamente vía intuición. Pueden
ofrecerse consideraciones capaces de lograr que el intelecto otorgue o deniegue su aprobación a
esta doctrina; y ello equivale a una prueba.4

Más aún, al final de capítulo IV, dice que si la doctrina sobre la que ha argumentado es
verdadera, “el principio de utilidad está comprobado”.5
Dada la afirmación de que ha comprobado su principio, o presentado algo equivalente a una
prueba, creo que vale la pena desglosar la estructura del argumento en una forma deductiva. De
esa manera, podemos determinar la naturaleza de las premisas que introduce, localizar los
defectos que le impiden ser una deducción válida y ver si pueden formularse supuestos
plausibles u ofrecerse interpretaciones que sostengan las premisas y eliminen los defectos.
Presentaré lo que creo que es una interpretación razonable de lo que Mill tenía en mente, y
defenderé que los supuestos que se necesitan para hacer que el argumento sea efectivo son al
menos plausibles –aunque sean controversiales.
La conclusión que él está buscando se establece en el parágrafo 2: “La doctrina utilitarista
sostiene que la felicidad es deseable, y además la única cosa deseable como fin, siendo todas las

1
demás cosas sólo deseables en cuanto medios para tal fin.” La conexión entre esta idea y la
moralidad está mencionada al final del parágrafo 9, donde dice que la promoción de la felicidad
es la prueba con la que debe juzgarse toda conducta: “La doctrina utilitarista sostiene que la
felicidad es deseable, y la única cosa deseable como un fin, siendo todas las otras cosas medios
para tal fin”. Mill tiene una visión compleja del modo en que el último standard de la promoción
de la felicidad debe aplicarse a la moralidad, y la moralidad es sólo uno de los “tres
departamentos” de lo que él llama “el arte de la vida.” Estas perspectivas generales y teleológicas
para probar la conducta, y el lugar de la moralidad en este marco teleológico pueden
encontrarse en otros lugares del ensayo y en la Lógica.6 No son parte de esta “prueba”, y no las
discutiré en este trabajo. Sólo examinaré cómo llega a la conclusión de que la felicidad es
deseable y que es la única cosa deseable como fin.
La estructura del argumento es muy simple. En el parágrafo 3 argumenta que la felicidad es
deseable. En lo que queda del capítulo, argumenta que la felicidad es la única cosa deseable. Un
bosquejo del argumento puede esbozarse en las palabras del propio Mill:

(1) “El único testimonio que es posible presentar de que algo es deseable es que la gente, en
efecto, lo desee realmente” (p. 3)
(2) “Cada persona, en la medida en que considera que es alcanzable, desea su propia felicidad”
(loc. cit)
(Por lo tanto,)
(3) “La felicidad es un bien” (loc. cit)

Él sustituye la expresión “es bueno” por la expresión “es deseable”, pero presumo que es sólo
por razones estilísticas. Pienso que, en este contexto, Mill consideraría el uso de estas dos
expresiones como intercambiables.7
El argumento para mostrar que la felicidad es la única cosa deseable está igualmente basado en
la evidencia del deseo actual:

(4) “La naturaleza humana está constituida de tal forma que no desea nada que no sea ya bien
una parte de la felicidad o un medio para la felicidad” (p. 9, argumentado a lo largo de los
parágrafos 5-10)
(Por lo tanto,)
(5) “ Nada es un bien para los seres humanos sino en la medida en que sea agradable o sea un
medio para obtener placer o evitar dolor” (p. 11)

Aquí el uso de “placer” y “placentero” en lugar de “felicidad” es meramente estilístico. A lo largo


del ensayo él dice que por felicidad entiende placer y ausencia de dolor.
Este es un simple bosquejo del argumento. Tal argumento se hace más complejo por el hecho de
que el deseo de felicidad es de cada individuo para con la propia, mientras que la doctrina
utilitarista que Mill busca establecer es que la felicidad general es el fundamento de la
moralidad.8 En el parágrafo 3, esta distinción es explícita. Habiendo dicho que cada persona
desea su propia felicidad, Mill dice que tenemos la prueba completa que pueda exigirse para
afirmar

que la felicidad es un bien: que la felicidad de cada persona es un bien para esa persona, y la
felicidad general, por consiguiente, un bien para el conjunto de todas las personas (p. 90)

A estas proposiciones las podemos establecer como tesis separadas:

(3A) “La felicidad de cada persona es un bien para esa persona”


(Por lo tanto,)
(3B) “La felicidad general [es] un bien para el conjunto de todas las personas”

La distinción también puede introducirse en la segunda parte del argumento. Sin duda, la
premisa psicológica (4) significa:

2
(4’) Cada persona no desea nada que no sea o una parte de su felicidad o un medio para
obtenerla.9

Y paralelamente a (3A) y (3B), puede introducirse la distinción entre cada persona y el conjunto
de todas las personas. Esto daría:

(5A) Nada es un bien para cada persona sino en tanto es o una parte de su felicidad o un medio
para obtenerla.
(Por lo tanto,)
(5B) Nada es un bien para el conjunto de todas las personas sino en tanto es una parte de la
felicidad general o un medio para obtenerla.

A partir de (3B) y (5B) podemos deducir una interpretación de la “doctrina utilitarista”, tal
como sigue:

(6) “La felicidad [general, o una parte de la felicidad general] es deseable, y además, la única
cosa deseable como fin, siendo todas las demás cosas sólo deseables en cuanto medios para tal
fin.”

Examinando el argumento, puede verse que (1) es una premisa metodológica; que (2) y (4) son
premisas fáctico-psicológicas; que sobre la base de (2) y de (4) se sostienen, respectivamente,
(3) o (3A) y a (5) o (5A). La premisa (2) probablemente no sea controversial. Las premisas
controversiales son (1) y (4), y los pasos controversiales son: el que se da al afirmar que la
felicidad es normativamente deseable porque de hecho se la desea y el que se da al afirmar la
conclusión de que la felicidad general es deseable para el conjunto de personas porque cada
persona desea la felicidad para sí. Parece haber tres temas centrales: (A) la metodología de Mill,
que consiste en argumentar a favor de aquello que es deseable con la evidencia de lo que de
hecho se desea; (B) su hedonismo psicológico, es decir, que cada persona desee su propia
felicidad como un fin y no desee nada como un fin que no sea parte de su felicidad, y (C) el
argumento de que si la felicidad de cada persona es un bien que incluye el único bien para él,
como un fin, entonces la felicidad general es un bien que incluye el único bien, como un fin, para
el conjunto de todas las personas. Trataré a estos temas por separado.

A. EL DESEO COMO EVIDENCIA DE LO DESEABLE

Considero que difícilmente es necesario señalar que Mill no dijo que “deseable” o “lo bueno”
signifique “deseado,” como Moore dice que sí dijo.10 Mill no está cometiendo una falacia
naturalista o definista.11 Cuando demarca proposiciones fácticas y normativas, Mill es
demasiado explícito.12
También considero que no es probable que la similitud de las terminaciones verbales de
“visible” y “audible” lo haya llevado a pensar que “deseable” significa “capaz de ser deseado”.13
El significado de la analogía con visible y audible se anuncia en el primer parágrafo del capítulo.
Las primeras premisas de nuestro conocimiento no admiten pruebas de razonamiento, pero
están sujetas a una apelación directa a los sentidos; Mill sugiere que las primeras premisas de
las conductas están sujetas a una apelación directa a nuestra facultad de deseo. No se sigue de
ello que él considere lo que es deseable como una “posibilidad permanente de deseo.” Eso sería
considerarlo como una cuestión de hecho. La analogía consiste en que tal como los juicios
existenciales están basados en la evidencia de los sentidos y son corregidos por una evidencias
más profundas de los sentidos, del mismo modo los juicios acerca de lo que es deseable se basan
en lo que se desea y son corregidos por una evidencia más profunda de lo que es deseado. La
única evidencia en la que una recomendación de un fin de la conducta puede basarse es aquello
que se encuentra apelando a la facultad de deseo.
Mill también fundamenta su apelación al deseo mediante un argumento pragmático:

Si el fin que la doctrina utilitarista se propone a sí misma no fuese, en la teoría y en la práctica,


reconocido como fin, nada podría convencer a persona alguna de que es tal cosa.14

3
Nada de lo que puede decirse acerca de la lógica de recomendar un fin de la conducta impide
que cualquier fin sea recomendado, pero sólo aquél que se base en los deseos actuales será
convincente. Este es un caso en el cual la “prueba” no es una prueba en el sentido ordinario. No
hay ninguna necesidad de aceptar el deseo como la única evidencia de deseabilidad. Es
lógicamente posible que los fines de la conducta que no son, de hecho, deseados, sean
recomendados sin contradicción alguna. La fuerza de la apelación a aquello que se desea es sólo
para convencer, no para descartar lógicamente todas las otras posibilidades.
El significado de la premisa (1), no obstante, es primariamente negativo. Niega la existencia de
una intuición intelectual de los fines normativos de conducta. La facultad a la cual Mill apela es
una que toma “conocimiento” de los fines prácticos, pero por medio del sentir o la “sensibilidad”
más que a través del intelecto o el sentido moral. Está negando que intuyamos lo que es
intrínsecamente un bien de un modo cognitivo y directo.
La única manera de argumentar una posición negativa como ésta de forma concluyente sería
tomar cada intuición putativa y examinarla críticamente para intentar mostrar que puede
reducirse a un deseo o, de otro modo, a un absurdo. Yo puedo, obviamente, no hacer esto para
defender la prueba de Mill. Puedo sólo afirmar que no encuentro convincentes todas las
posiciones que afirman la intuición de valores, independientemente de los deseos (o agrados y
desagrados); así que creo que su punto de partida escéptico es plausible. Sin embargo, los
deseos que tenemos proveen fines prácticos que serán perseguidos, a no ser que se frustren por
la persecución de los fines de otros deseos. Esto provee un espacio en el cual la razón práctica
puede buscar un orden en el desorden, analizando los deseos para determinar cuáles son
ilusorios; cuáles son fundamentales, y cuál es el objeto común a todos ellos. Es a esta última
cuestión a la que el hedonismo psicológico de Mill pretende haber respondido.

B. EL HEDONISMO PSICOLÓGICO

El argumento que ofrece Mill para (4) tiene dos partes. Una está en el parágrafo 11, donde
clasifica como meros hábitos aquellos fines de la conducta que no busca ni como fines para
obtener la felicidad ni como partes de la misma. Afirma que ellos han devenido fines de la
conducta:

La voluntad es hija del deseo, y abandona el dominio de su progenitor sólo para pasar a
depender del hábito. Aquello que resulta del hábito no abona el presupuesto de que sea
intrínsecamente bueno.15

Tal argumento lo deja con que todo lo que proporciona una presunción de ser intrínsecamente
bueno es un objeto de deseo consciente. Creo que no es necesario aceptar las consideraciones
asociacionistas de Mill respecto a todas las conductas habituales, o su identificación con
hábitos voluntarios no-deliberativos, no-deseantes, voluntarios como hábitos. Alcanza con que
las acciones que no son resultado de la deliberación y el deseo consciente no proporcionen
presunciones de que sus fines nos ayudan a identificar lo que es deseable para nosotros. Los
éticos evolucionistas, los teóricos de la ley natural y muchos otros quizás negarían esto, pero yo
creo que es un escepticismo plausible.
La otra parte de su argumento consiste en afirmar que todos los objetos del deseo consciente
están asociados con el placer o la ausencia de dolor, sea como medio o como fin. Muchos deseos
son adquiridos, tales como el deseo de virtud o de poseer dinero, y fueron deseados a través del
mecanismo de asociación [de esas cosas] con el placer o la ausencia de dolor. Sean adquiridos o
no, los fines últimos de los deseos pueden ser considerados como experiencias o estados de
cosas, con un componente de placer: son placeres o “partes de la felicidad”. Aunque puedan caer
bajo varias otras descripciones, es el hecho de que son ingredientes de la felicidad lo que
proporciona un común denominador y una versión unificada del deseo.
Si Mill acierta en que hay un componente de placer para el fin último de todo deseo, y en que
ningún otro denominador común provee un relato unificado del deseo, entonces es persuasiva
su pretensión de que es el componente de placer (i.e., ser una parte de la felicidad) el elemento
que hace deseables como fines a los objetos de deseo, el que los recomienda al intelecto como

4
base para la acción y el cual puede suministrar una evaluación crítica en el caso de que haya
conflicto entre deseos.
Es tentador leer en Mill la afirmación de que la cualidad agradable del estado de conciencia
deseado es el objeto real de deseo. Así como el teórico de los datos sensoriales afirma que uno ve
sólo datos de los sentidos, aunque sea palpable que ve cosas que, en los lenguajes comunes, son
decididamente distinguibles de los datos de los sentidos (i.e., cualquier palabra de un lenguaje
común es una palabra de datos de los sentidos- “suspiros”, “sonidos”, “apariencias”, o
cualquiera), de la misma manera, puede pensarse que Mill sostiene que uno desea sólo el
componente de placer de las experiencias deseadas, aunque sea palpable que la gente “desea
cosas que, en lenguaje común, se distinguen claramente de la felicidad.”16 Creo que esto es
imposible de reconciliar con el discurso de Mill acerca de que los objetos de deseo son “música,”
“salud,” “virtud,” “poder,” “fama,” “posesión de dinero,” y no sólo el sentimiento agradable que
los acompaña. Además, no necesita hacer una afirmación tan fuerte. Solamente necesita
sostener que, como un hecho psicológico, la música, la salud, etc., no serían deseadas si no
estuviesen conectadas con el placer o la ausencia de dolor o con asociaciones pasadas. El deseo
es evidencia de deseabilidad, pero no confiere deseabilidad. Esto es obvio en el caso de las cosas
que se desean como medios. Por reflejo, es obvio en el caso de las cosas que se desean como
fines. El avaro desea la posesión de dinero. El deseo no hace a la posesión de dinero un objeto
normativo de la acción para una persona razonable. La evidencia provista por el deseo debe ser
analizada; es sólo mediante el análisis del hecho de que el avaro desee la posesión de dinero
como una parte de su felicidad –que él resultaría feliz mediante tal posesión- que la evidencia
del deseo encaja en una teoría comprehensiva. Es esta teoría la que identifica el placer inherente
a las cosas deseables como aquello que las hace deseables. El placer inherente a ellas no tiene
que ser discriminado en sí mismo como el objeto del deseo.
Algunos comentadores también han pensado que Mill reduce la relación entre el deseo y los
placeres a una relación trivial en el pasaje que dice:

...desear una cosa y encontrarla agradable, sentir aversión por la misma y considerarla dolorosa,
son fenómenos absolutamente inseparables, o más bien dos partes del mismo fenómeno. Siendo
estrictos, habría que decir que se trata de dos modos distintos de nombrar el mismo hecho
psicológico: que el considerar a un objeto deseable (a menos que se tengan en cuenta sus
consecuencias) y considerarlo agradable son una y la misma cosa, y que desear algo, a no ser en
la medida en que la idea de ellos sea agradable es una imposibilidad física y metafíasica17

Esta afirmación es ciertamente sorprendente para el lector del siglo XX, pero, en su contexto,
Mill le está pidiendo al lector que se ocupe de “practicar auto-conciencia y auto-observación”. Si
los términos fueran reductibles el uno al otro, independientemente de la observación, es difícil
ver por qué Mill nos invitaría a intentar algo que aparenta ser un descubrimiento empírico. Una
pista para la interpretación es que para Mill “metafísico” significa aproximadamente
“psicológico”.18 En las notas que hace al libro de su padre, Analysis of the Phenomena of the
Human Mind, Mill discute el siguiente enunciado: “El término ‘Idea de un placer’ expresa
precisamente la misma cosa que el término Deseo. Esto es así por el mismo significado de las
palabras.”19 J. S. Mill dice que el deseo

es más que la idea del placer deseado, siendo, en verdad, el estado inicial de la Voluntad. En lo
que llamamos Deseo, creo que siempre está incluido un estímulo positivo para la acción.20

De acuerdo con J. S. Mill, entonces, debe hacerse una distinción entre desear una cosa y pensar
que es placentera. El deseo es psicológicamente más complejo y es concebible que pueda poseer
un objeto pensado como no placentero. Es obvio que puede tener un objeto más inclusivo, como
es el caso de desear los medios para un fin cuando los medios son desagradables. En todo caso,
la cuestión es psicológica, no lingüística.
La afirmación sustantiva de Mill es que el deseo y el placer (o la ausencia del dolor) son
psicológicamente inseparables. Si esto es verdad, se siguen dos cosas: primero, (4) queda
establecido –cada persona no desea nada que no sea o una parte de su felicidad o un medio para

5
obtenerla; segundo, dado que la obtención de placer y la ausencia del dolor son los
denominadores comunes del deseo, la evidencia del deseo apoya la teoría de que son los
aspectos placenteros y dolorosos de los objetos del deseo y de la aversión los que los hacen
deseables e indeseables y que eso debería servir como el criterio para evaluar las buenas y malas
consecuencias en una teoría normativa de la conducta.
Una defensa adecuada de la posición de Mill requeriría un análisis más profundo del deseo, del
placer y del dolor, de la felicidad y de la desdicha. Considero, no obstante, que la interpretación
ofrecida anteriormente muestra que la posición no carece completamente de plausibilidad y que
puede sostenerse con un análisis más refinado.

C. DESDE LA FELICIDAD DE CADA PERSONA HACIA LA FELICIDAD GENERAL

Si se convence al intelecto de que la felicidad de la persona es un bien y, además, de que es el


único bien para esa persona, ¿se sigue de ello que el intelecto será convencido de que la felicidad
general es un bien y, además, el único bien para el conjunto de las personas? Mill piensa,
presumiblemente, que esto es obvio, ya que lo afirma sin ningún argumento. Aparentemente,
piensa que prácticamente ha establecido (3B) cuando ha establecido (3A), y (5B) cuando ha
establecido (5A). Creo que Mill fue malinterpretado en este argumento porque los
comentadores consideraron que su conclusión es una afirmación mucho más fuerte de lo que
realmente es. Mill hace una afirmación bastante débil, lo que se ve cuando notamos qué quiere
decir con “la felicidad general”.
De a cuerdo con Mill, “la felicidad general” es una mera suma de instancias de felicidad
individual. Así como la felicidad personal no es un “algo colectivo” sino, simplemente, una suma
de placeres,21 de la misma manera podemos pensar que Mill sostiene que la felicidad general es
simplemente una suma de placeres individuales. Aún así, hay dos maneras de entender el
argumento. Una es que “para esa persona” representa el punto de vista del agente cuando está
tomando decisiones prudenciales; “para el conjunto” representa el punto de vista del hombre
benevolente cuando actúa moralmente. Pueden señalarse algunos puntos a favor de esta
interpretación, pero no creo que sea la correcta. Preferiría pensar que Mill cree que su análisis
del deseo muestra que la felicidad es el tipo de cosa que constituye el bienestar intrínseco,
donde sea que ocurra. Todas las instancias de la felicidad serán parte del bienestar personal de
alguien, esto es, “un bien para alguien”, pero, al ser instancias de la felicidad, tienen un
denominador común que las hace del mismo tipo donde sea que ocurran -ya sea en experiencias
diferentes de un individuo determinado o en las experiencias de individuos diferentes. Más aún,
Mill asume que el valor de diferentes instancias de felicidad puede considerarse como sumado
para generar un bien más grande. Estos supuestos están explícitos en una carta que Mill
escribió con respecto al movimiento desde (3A) hacia (3B):

Con respecto a la oración de mi [obra] El utilitarismo que usted cita, cuando dije que la
felicidad general es un bien para el conjunto de las personas, no quise decir que la felicidad de
cada ser humano es un bien para cada uno de los otros seres humanos, aunque pienso que en un
estado de sociedad y una educación buenos esto podría darse. En esta oración en particular,
simplemente quise argumentar que, dado que la felicidad de A es un bien, la de B es un bien, la
de C es un bien, etc., la suma de todos estos bienes debe ser un bien.22

Sus supuestos son aún más explícitos en una nota al pie del capítulo V de El utilitarismo. Allí,
respondiendo a la objeción de que el principio de utilidad presupone el principio anterior de
que todos tienen igual derecho a la felicidad, Mill dice:

Podría ser correctamente descripto suponiendo que las mismas cantidades de felicidad son
igualmente deseables, ya sean sentidas por la misma persona, o personas diferentes. Esto, sin
embargo, no es un supuesto, no es una premisa necesaria para sostener el principio de utilidad,
sino el principio mismo; […] Si hay un principio anterior implicado, no puede ser otro que éste –
que las verdades de la aritmética son aplicables a la valoración de la felicidad, como a todas las
otras cantidades mesurables.23

6
Parece claro, entonces, que el “para cada persona” en (3A) y (5A) no representa un “punto de
vista”, sino simplemente la localización o encarnación del bienestar que no puede existir sin
localización o encarnación, y el “para el conjunto de todas las personas” en (3B) y (5B) se refiere
a la localización o encarnación del bienestar en un grupo de individuos, y no un punto de vista.
Mill interpreta que el bien para el conjunto de A, B, C, etc., es una suma de los bienes para A, los
bienes para B, los bienes para C, etc. Él asume que la felicidad es aritmética, capaz de ser
sumada para obtener una felicidad total, “general”, y que los bienes para personas diferentes son
aritméticos, capaces de ser sumados para obtener un bien total “para el conjunto de todas las
personas.”
Con estos supuestos, (3B) se sigue de (3A), porque decir que la felicidad general es un bien para
el conjunto de las personas es decir, meramente, que la felicidad de A, más la de B, más la de C,
etc., constituye un bien para A, más un bien para B, más un bien para C, etc. Y (5B) se sigue de
(5A). Si nada es un bien para cada persona sino en tanto es una parte de su felicidad (o un
medio para obtenerla), entonces nada será parte de la suma de bienes para A, más bienes para B,
más bienes para C, etc., sino en tanto sea una parte de la felicidad de A, o una parte de la
felicidad de B, etc., o un medio de obtenerlas. Esta interpretación explica por qué Mill no se
molestó en afirmar (5A) y (5B) explícitamente y por qué pasó de (3A) a (3B) en una oración. La
evidencia del deseo muestra que la felicidad es la clase de cosa deseable como fin. No es una
clase diferente de cosa cuando está localizada en la experiencia de A que cuando lo está en la
experiencia de B. Por lo tanto, ya sea que un individuo desea la felicidad general o no, si cada
una de sus partes se muestra como deseable por la evidencia del deseo, debido a la clase de cosa
que cada parte es, entonces la suma de estas partes será deseable porque es simplemente una
sumatoria de instancias del mismo tipo de cosas.24 Dada esta interpretación de la “doctrina
utilitarista”, representada por (6), quizás resulte mejor planteada aclarando que Mill cree que la
felicidad, donde sea que ocurra, es lo que se desea como un fin. Esto podría reformularse con la
siguiente interpretación:

(6) La felicidad es [el tipo de cosa que es] deseable, y la única [clase de cosa] deseable, como fin,
siendo todas las otras cosas deseables sólo como medios para ese fin.

De esto, dice seguirse la conexión con la moral:

(7) La promoción [de la felicidad] es el único criterio mediante el cual juzgamos toda conducta
humana; de donde se sigue necesariamente que debe constituir el criterio de la moral, ya que la
parte está incluida en el todo.25

Si mi elucidación anterior del argumento que Mill ofrece a favor de la felicidad como la clase de
cosa que hace que los objetos de deseo sean deseables fue convincente, entonces el argumento
tiene cierta plausibilidad. El deseo no confiere deseabilidad; es la evidencia de qué tipo de cosa
constituye el bienestar. De esta manera, que uno desee sólo su propia felicidad no restringe la
deseabilidad de la felicidad sólo a la propia. Si la deseabilidad de la felicidad como tal es
identificada (y no creada) por el propio deseo en la propia experiencia, su deseabilidad -donde
sea que se localice- puede ser admitida por el intelecto.
Que el valor de diferentes instancias de felicidad es aritmético es ciertamente controvertido,
pero no es, creo, indefendible. Sin una definición operacional para medir, es difícil saber cuán
felices son dos individuos diferentes, pero parece plausible que si dos personas son, de hecho,
igualmente felices, entonces existe el doble de felicidad. Mill reconoce la dificultad que hay en
determinar cuán feliz es una persona. Considera que las medidas de Bentham de la intensidad y
duración son inadecuadas para capturar las complejas dimensiones hedónicas de la experiencia,
afirmando que la única prueba del placer comparativo de dos experiencias es la preferencia
imparcial de aquellos que han experimentado ambas. Ésta no es una medición directa del
sentimiento de la experiencia, dado que las experiencias casi nunca son simultáneas. Es un
juicio basado en la memoria. Aún es menos confiable cuando se realizan comparaciones
interpersonales, dado que sólo uno puede asumirse una igualdad aproximada de sensibilidad
entre personas o hacerse una estimación aproximada de diferencia en caso de que la evidencia
basada en el comportamiento o la fisiología muestre una base para la diferencia. De esta manera,

7
las sumatorias de las instancias de felicidad serán imprecisas, pero nosotros juzgamos que un
curso de acción hará más o menos felices a las personas. Estos no son juicios sin significado; aún
siendo sólo estimaciones aproximadas, ellas asumen (y creo que justificadamente) que
diferentes instancias de felicidad son conmensurables.
Que la felicidad general es simplemente la suma de la felicidad de todos los individuos y que el
bien para el conjunto de todos es simplemente la suma de los bienes para cada uno es, como el
principio metodológico, primariamente negativo en su significado. Está negando que haya
alguna felicidad o algún valor que no pueda ser analizado sin remanente como la felicidad o el
bien de algún o algunos individuos. Para probar esto se requeriría refutar toda pretensión de
algo semejante a un bien social irreductible. Así que, de nuevo, simplemente afirmo que
considero que su escepticismo es plausible.
Si la prueba de Mill es plausible, como he sugerido, no se sigue que cualquiera actúe conforme a
ella. El intelecto puede estar convencido de que es plausible y hasta de que es correcta, sin ser
movido a conducir su vida de modo tal de maximizar la propia felicidad o a identificar la
felicidad general con la propia y volverse un utilitarista practicante. Esto, de acuerdo con Mill,
requiere un buen estado de la sociedad y de la educación. Pero convencer al intelecto puede ser
un primer paso.

Notas:
1 John Stuart Mill, Utilitarismo, capítulo II, parágrafo 2. Utilitarismo, publicado en 1861, es reimpreso en Obras
completas de John Stuart Mill, volumen X: Ensayos sobre Ética, Religión y Sociedad, editor J. W. Robson (Toronto,
Imprenta de la Universidad de Toronto, 1969), pp. 203-259, y en varias otras ediciones. Las referencias serán a
capítulo y parágrafo. A menos que no se aclare, las referencias serán a parágrafos del capítulo IV.
2 Capítulo I, Parágrafo 5.
3 “Introducción” a Mill’s Ethical Writings, editados con una introducción de J. B. Schneewind (Londres: Collier-
Mcmillan Ltd., Nueva York: Collier Books, 1965), p. 31. En los años posteriores a 1965 cuando Schneewind escribió
esto, la frecuencia de ensayos sobre este tema aumentó considerablemente.
4 Capítulo I, Parágrafo 5.
5 Parágrafo 11. (Énfasis agregado).
6 Libro VI, capítulo XII. Para un análisis de estas observaciones complejas, véase (D. P. Dryer, El utilitarismo de Mill,
en Obras completas de John Stuart Mill, volumen X: Ensayos sobre Ética, Religión y Sociedad, pp. Xiii-cxiii,
especialmente xcv-cxiii, y D. Lyons, “La teoría de la moral de Mill”, Nous 10 (1976): 101-120.
7 En su ensayo “La teoría del valor de Mill”, Teoría 36 (1970): 100-115, Doroty Mitchell hace una distinción entre
“deseable” y “bien” basada en un análisis del uso de “deseable” en contextos de lenguaje ordinario. Considero correcta
su idea de que no son sinónimos en Inglés, pero pienso, sin embargo, que Mill los está usando como tales en su
ensayo.
8 Para una discusión de este punto, véase H. R. West, “Reconstruyendo la ‘prueba’ de Mill del Principio de Utilidad”,
Mind 81 (1972): 256-257.
9 Esta parte de la doctrina psicológica de Mill se establece explícitamente en su ensayo sobre “La filosofía moral de
Whewell”. Cita a Whewell como dieciendo que “no podemos desear algo más a menos que se identifique con nuestra
felicidad”. Para esto Mill dice que no tiene objeción alguna, “si con identificación quiso decir que debe darse primero
que lo que deseemos no-egoístamente, mediante un proceso mental, devenga una parte actual de lo que buscams
como felicidad; que el bien se los otros devenga placer propio porque hemos aprendido a encontrar pacer en él;
pensamos que esto es el verdadero relato filosófico de la cuestión” (“La filosofía moral de Whewell”, Obras completas
de John Stuart Mill, volumen X: Ensayos sobre Ética, Religión y Sociedad, nota de la p. 184; Schneewind, editor,
Escritos Éticos de Mill, nota de la p. 192).
10 George Edward Moore, Principia Ethica (Cambridge, Imprenta de la Universidad de Cambridge, 1984 [primera
edición: 1903]), p. 66.
11 La interpretación de Moore sobre la “falacia naturalista” cometida por Mill es analizada y refutada por E. W. May
en “La ‘prueba’ de la Utilidad en Bentham y Mill”, Ethics 61, (1650-51): 66-68. R. F. Tkinson en “La ‘prueba’ del
principio de utilidad de J. S. Mill”, Philosophy 32 (1957): 158-167, llama la atención sobre la continua dificultad
presentada por una nota al pie en el Capítulo Iv, donde Mill dice “... por lo que es el principio de utilidad, si no es que
“felicidad” y “deseable” son términos sinónimos”. Esto es un extraño uso de “sinónimos” pero no pienso que debe ser
interpretado (absurdamente) como si dijera que “la Felicidad es deseable” es una tautología. Él podría querer decir
simplemente que los dos términos son aplicables al mismo fenómeno. Uno de modo descriptivo, otro de modo
normativo.
12 Esto se encuentra en el libro VI, capítulo XII, sección VI de la Lógica, donde dice que un primer principio de un
Arte (incluyendo el Arte de la Vida, que encarna los primeros principios de toda conducta) enuncia el objeto al que se
apunta y afirma que es un objeto deseable. No afirma que algo sea, pero aconseja que algo debiera ser. “Una
proposición cuyo predicado está expresado por las palabras debería (ought) o debería ser (should be), es
genéricamente diferente de otra expresada con las palabras es o será”.
13 Otro de los cargos de Moore, en Principia Ethica, p. 67
14 Parágrafo 3.

8
15 Parágrafo 11.
16 Parágrafo 4, el padre de J. S. Mill, James Mill, aparentemente sostenía esa perspectiva: “…deseamos agua para
beber, fuego para calentarnos, y así sucesivamente.” Pero, “… no es el agua lo que deseamos, sino el placer de beber; no
es el fuego lo que deseamos, sino el placer del calor.” (James Mill, Analysis of the Phenomena of the Human Mind,
2nd edition, ed. John Stuart Mill, capítulo XIX).
17 Parágrafo 10.
18 Por ejemplo, dice que “el carácter peculiar de lo que llamamos sentimientos morales no es una cuestión de la Ética,
sino de la Metafísica.” (“Whewell’s Moral Philosophy,” p. 185). Esta interpretación del término “metafísico” se
argumenta vivamente en M. Mandelbaum, “On Interpreting Mill’s Utilitarianism,” Journal of the History of
Philosophy 6 (1968): 39.
19 James Mill, Analysis of the Phenomena of the Human Mind, capítulo XIX. El pasaje continua: “La idea de un placer
es la idea de algo que es bueno tener. Pero, ¿qué es el deseo, sino la idea de algo que es bueno tener; siendo “bueno
tener” ni más ni menos que deseable de tener? Por lo tanto, los términos “idea de placer” y “deseo” no son sino dos
nombres; la cosa nombrada, el estado de la conciencia, es uno y el mismo”.
20 James Mill, Analysis of the Phenomena of the Human Mind, 2nd edition, volume II, nota 36.
21 Parágrafo 5 y parágrafo 6.
22 The Letters of John Stuart Mill, 2 volumes, ed. H. S. R. Elliot (London: Longmans, Green and Co., 1910), Vol. 2, p.
116; Collected Works of John Stuart Mill, Vol. XVI: The Later Letters of John Stuart Mill 1819-1873, editado por
Francis E. Mineka y Dwight N. Lindley (Toronto: University of Toronto Press, 1972), p. 1414. Citado en Schneewing
(ed.), Mill’s Ethical Writings, p. 339.
23 Capítulo V, el segundo parágrafo contando desde el último del capítulo.
24 John Marshall, en “The Proof of Utility and Equity in Mill’s Utillitarianism,” Canadian Journal of Philosophy 3,
(1973-74): 13-26, especialmente p. 16, señala la ambigüedad de la pregunta “¿Qué es deseable como fin?” Puede
interpretarse como preguntando “¿Qué tipo de cosa?” o “¿Qué cosa específica?” Él interpreta a Mill como pensando
más en términos de la primera pregunta cuando argumenta que la felicidad de cada persona es deseable. Yo afirmo
que la prueba de Mill se ocupa sólo de la primera cuestión y creo que Marshall lee demasiado profundo al encontrar
una prueba de la equidad también. Para una visión más profunda de la posición de Marshall, véase “Egalitarianism
and the General Happiness” en The Limits of Utilitarianism, ed. por Harlan B. Miller y William H. Williams
(Minneapolis: University of Minnesota press, 1982).
25 Parágrafo 9.

You might also like