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Como se señaló, el estudio se centrará en los hechos jurídicos, los que a su vez
admiten la siguiente clasificación:
En este orden, los actos jurídicos se diferencian de los demás hechos jurídicos en
que aquellos son declaraciones de voluntad realizadas con la intención de producir efectos
jurídicos.
El Negocio Jurídico
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Concepto de Acto Jurídico
Debe tenerse presente que es utiliza el término “parte” y no “persona”, dado que
aquella puede estar constituida por una o más personas. Parte es la persona o personas que
constituyen un solo centro de intereses. En ese orden, habrá una sola parte si el interés es
único (más adelante se insistirá sobre esto), ver art. 1.438 parte final. Es importante tener
claridad, en que esta clasificación considera el número de partes necesarias para que el
acto se forme, y no para que produzca sus efectos. El testamento, por ejemplo, es un acto
jurídico unilateral; su existencia depende exclusivamente de la voluntad del otorgante, pero
para que el testamento produzca sus efectos, el heredero debe aceptar la herencia (otros
actos unilaterales son, por ejemplo, el reconocimiento de un hijo, o la renuncia a un
derecho). Ahora, comúnmente, se identifica como “parte” a la o las personas que
manifiestan su voluntad en los actos jurídicos bilaterales, y “autor” a la persona que otorga
un acto jurídico unilateral. Los actos jurídicos bilaterales se denominan también
convenciones. Es posible entonces, definir a la convención también como el acuerdo de
voluntades que tiene por objeto crear, modificar o extinguir un derecho (incluso,
comúnmente se deja la expresión “acto jurídico” para referirse exclusivamente a los
unilaterales, empleando generalmente “convención” para los bilaterales).
Contrato y convención:
Ahora, cuando ese acuerdo tiene por objeto crear derechos, toma el nombre
específico de contrato. En este orden, la convención (o el acto jurídico bilateral) es el
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género, y el contrato la especie (en consecuencia, todo contrato es una convención, pero no
toda convención es un contrato: por ejemplo, el pago es una convención, pues –salvo
excepciones- requiere un acuerdo de voluntades, pero no es un contrato, ya que no tiene por
objeto crear derechos y obligaciones, sino que extinguirlas). Sin perjuicio de lo anterior, se
debe considerar que el legislador confunde las expresiones “convención” y “contrato”
utilizándolas como sinónimas. Por ejemplo, ver los arts. 1.437 y 1.438 CC.
Como se señaló, un acto jurídico unilateral puede ser otorgado por más de una
persona (y por eso se emplea la expresión “parte”). Entre los actos jurídicos unilaterales
otorgados por varias personas que integran una parte única, en doctrina se distingue los
actos colectivos y los actos complejos.
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Con relación al fin o al interés regulado por el negocio, los actos jurídicos pueden
ser de derecho familiar o de derecho patrimonial. Los actos de familia se refieren a la
situación del individuo dentro de la familia y a las relaciones del mismo con los demás
miembros del grupo familiar. Estos, por regla general, quedan fuera de la autonomía
privada y están regulados por normas de Orden Público (ejemplo, el matrimonio). Por otra
parte, los actos de derecho patrimonial son aquellos destinados a adquirir, modificar o
extinguir un derecho pecuniario. A éstos se dedicará la atención en esta oportunidad,
dejándose el estudio de los actos de familia para más adelante.
Actos mortis causa son aquellos en que la muerte del sujeto que los otorga es
supuesto necesario para que ellos produzcan sus efectos (ejemplo, el testamento, art. 999
CC). Por su parte, actos entre vivos son todos los demás, en los que la muerte del sujeto que
manifiesta su voluntad no es requisito para que el acto produzca sus efectos. No se debe
confundir los actos por causa de muerte con aquellos en que la muerte juega un rol distinto,
por ejemplo, es condición para que cesen los efectos del acto (por ejemplo, una pensión
vitalicia), o con aquellos en que se trata de la muerte de un tercero distinto al sujeto
obligado (por ejemplo, en el contrato de seguro), o con los que la muerte es un elemento de
una condición del acto (por ejemplo, “….a menos que A fallezca dentro de los próximos 5
años”)
Desde una perspectiva más estricta, se ha reducido a los actos mortis causa a
aquellos en los que el autor del acto regula, para después de sus días, el destino de todo o
parte de su patrimonio o de algunos elementos determinados del mismo, con lo que queda
como único acto de esta naturaleza en nuestro Ordenamiento, el testamento.
Actos solemnes son aquellos en que la ley, en consideración a la naturaleza del acto,
exige ciertas formalidades indispensables para su existencia, siendo necesario que la
voluntad se materialice de una manera determinada por el legislador (en este sentido, los
consensuales son no solemnes). Si un acto solemne se celebra sin cumplir con la
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solemnidad prescrita por la ley, el acto es inexistente o nulo absolutamente (sobre esto, se
insistirá al estudiar la ineficacia de los actos jurídicos), porque no hay voluntad. Se puede
observar que en realidad, todo acto está sujeto a alguna “formalidad”, pero en el caso de los
solemnes, son ciertas formalidades pre-establecidas.
Actos reales son aquellos que se perfeccionan por la entrega de una cosa. Por
ejemplo: el mutuo, el comodato, el depósito.
La regla general es la libertad de formas, esto es, que los actos sean consensuales y
que las solemnidades son excepcionales (ver por ejemplo, art. 1.801 inc. 2° CC). En este
orden, es el legislador el que le da a un acto el carácter de solemne o no solemne, pero las
partes pueden hacer solemne un acto que por exigencia de la ley no lo es. Es el caso, por
ejemplo, del contrato de compraventa de cosa mueble, y del contrato de arrendamiento,
cuando se pacta que se deberá otorgar por escrito (ver arts. 1.802 y 1.921 CC,
respectivamente).
Pero la diferencia aquí es que un acto solemne por mandato de la ley, no es igual
que uno que lo es por voluntad de las partes. Si en el primer caso faltan las solemnidades, el
acto es inexistente o nulo absolutamente (según la tesis que se siga); en cambio, en el
segundo caso, el acto puede producir efectos aun si no se cumplen las solemnidades, si se
ejecutan hechos que importen renuncia de éstas.
Acto jurídico puro y simple es aquel que produce sus efectos de inmediato y de
forma normal. Sus efectos no están sujetos a alteración por circunstancia alguna ni cláusula
particular. En otras palabras, acto puro y simple es el que no está sujeto a modalidades. Por
otra parte, acto sujeto a modalidades es aquel cuyos efectos, sea por disposición de la ley o
por la voluntad de las partes, están sujetos a circunstancias o cláusulas restrictivas, sea un
plazo, una condición, o un modo.
A grandes rasgos, acto jurídico abstracto es aquel en que su causa, sin perjuicio de
existir, es irrelevante para el Derecho. Sobre esta clasificación se insistirá al estudiarse la
causa como requisito de existencia del acto jurídico.
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extinción de ciertos actos, aplicándose el aforismo que señala que lo accesorio sigue la
suerte de lo principal (mas no a la inversa), ver por ejemplo el art. 2.516 CC.
Actos dependientes:
Son actos jurídicos dependientes, aquellos que para producir sus efectos están subordinados
a la existencia de otros. Estos no están dirigidos a garantizar el cumplimiento de esos otros
actos, sino que cumplen otra clase de funciones (un ejemplo de acto dependiente lo
constituyen las capitulaciones matrimoniales que se celebran antes del matrimonio, que
sólo producirán efectos si posteriormente se celebra el matrimonio, ver arts. 1.715 y 1.716).
Son actos de disposición los que conciernen al valor capital del patrimonio y que
pueden, por lo mismo, importar una pérdida o disminución patrimonial; y actos de
administración, los que tienden a la conservación del patrimonio y no tocan más que a los
productos, aun cuando consistan en una enajenación.
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comunicada (por ejemplo, la propuesta de celebrar un contrato con una persona
determinada). Y por el contrario, que son actos jurídicos no recepticios aquellos en que la
declaración de voluntad que encierran, logra su eficacia con su sola emisión, no siendo
necesario que sea comunicada a un tercero (por ejemplo, el testamento).
Actos jurídicos constitutivos son los que crean un derecho nuevo, o una situación
jurídica nueva (por ejemplo, el matrimonio crea el estado civil de casado, los contratos
hacen nacer obligaciones y crean la calidad de acreedor y de deudor). Actos jurídicos
declarativos son los que no hacen nacer un derecho nuevo o una situación jurídica nueva,
sino que se limitan a reconocer el derecho o la situación anterior, preexistente. En otras
palabras, constatan derechos existentes con anterioridad al acto (por ejemplo, la partición
que pone fin a la comunidad). Y actos traslaticios son los que transfieren a un nuevo titular
un derecho ya existente (por ejemplo, la cesión de créditos, y la tradición de un derecho
real).
Actos de eficacia real son aquellos cuyo efecto propio inmediato es el de constituir,
transferir o extinguir un derecho real (por ejemplo, la tradición, o la renuncia de un derecho
real). Actos de eficacia obligatoria son aquellos cuyo efecto propio inmediato es el de dar
nacimiento a relaciones obligatorias, es decir, a derechos personales. En nuestra legislación,
todos los contratos tienen eficacia obligatoria, y no real, ya que engendran derechos
personales y obligaciones, y nunca por sí solos dan origen a derechos reales. En esto, Bello
no siguió al Código Civil francés, que (al igual que el italiano), si otorga eficacia real a
ciertos contratos (en otras palabras –por ejemplo-, el solo contrato de compraventa produce
la transferencia del derecho, sin que sea necesario el consiguiente modo de adquirir).
Son elementos esenciales aquellos sin los cuales el acto no produce efecto alguno o
degenera en algún acto jurídico diferente. Estos pueden ser, a su vez, de dos clases:
Genéricos o comunes, que son los propios a todo acto jurídico, y sin los cuales el acto no
produce ningún efecto (la voluntad, el objeto, la causa, y según algunos, cuando la ley lo
indica, las solemnidades). Y específicos, que son aquellos que solo son indispensables
tratándose de ciertos actos y en caso de faltar, el acto degenera en otro distinto (por
ejemplo, el precio en el contrato de compraventa).
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del acto, pero sí los pueden excluir declarando expresamente su voluntad en tal sentido (por
ejemplo, el saneamiento de la evicción y de los vicios ocultos de la cosa, en el contrato de
compraventa [arts. 1.842 y 1.852], o la condición resolutoria tácita).
Son elementos accidentales del acto jurídico son aquellos que ni esencial ni
naturalmente le pertenecen y que se le agregan por las partes en virtud de declaraciones o
cláusulas especiales (por ejemplo, el plazo, el modo y todas las cláusulas especiales que las
partes introducen en los actos jurídicos en virtud del principio de la autonomía de la
voluntad). Nótese que una vez incorporados en un acto determinado, pasan a ser inherentes
al mismo en ese caso particular, por aplicación del art. 1.545 CC.
Son condiciones o requisitos de existencia del acto jurídico, aquellas sin las cuales
no puede formarse, no puede nacer a la vida del derecho. Por otro lado, se entiende por
condiciones o requisitos de validez del acto jurídico, aquellas sin las cuales el acto, no
obstante puede nacer, lo hace viciado. La ausencia de una condición o requisito de validez
no impide la existencia del acto, pero lo vicia y permite anularlo, en cambio la ausencia de
una condición o requisito de existencia no permite siquiera nacer al acto.
Estas son la voluntad, el objeto, la causa, y las solemnidades (en los casos en que la
ley lo exige). Respecto a estas últimas, parece discutible considerarlas un requisito de
existencia propiamente tal, en circunstancias de que se confundirían con la declaración de
voluntad (dado que a fin de cuentas, son la manera en que se debe manifestar la voluntad en
determinados actos).
La voluntad
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personas dirigido a lograr un resultado jurídico (aunque esta terminología no es
excluyente).
1.- Debe ser seria: lo es cuando se emite por persona capaz, con la intención de
crear un vínculo jurídico (en este orden, se deben descartar las simples bromas o
declaraciones análogas).
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Conflictos entre la voluntad real y la voluntad declarada
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Según la mayoría de la doctrina, el Código seguiría la tesis de la voluntad. Así se
desprende de diversas disposiciones: del artículo 1.445, que dice que para que una persona
se obligue a otra por una declaración de voluntad se requiere que consienta en esa
declaración y que su contenido no adolezca de vicio; del artículo 1.560, que dispone que
conocida la intención de los contratantes, debe estarse a ella más que a lo literal de las
palabras; etc.
Pero debe tenerse presente que la teoría de la voluntad no está tomada en todo su
rigor, pues de acuerdo al artículo 1.707 CC: “las escrituras privadas hechas por los
contratantes para alterar lo pactado en escritura pública, no producirán efecto contra
terceros” (en el caso de actos otorgados mediante escrituras públicas, prima lo declarado).
Este es uno de los principios rectores del Derecho Privado, consistente en que las
personas pueden celebrar los actos jurídicos que deseen, determinando libremente sus
contenidos y efectos (se funda principalmente en los arts. 12, 1.545, 1.560, 1.567, etc.). Se
refiere tanto al fondo como a la forma de los actos. En cuanto al fondo, se traduce en la
amplia libertad que tienen las partes para estipular las cláusulas de sus acuerdos, y los
derechos y obligaciones que recíprocamente se imponen. El único límite aquí lo constituye
el Orden Público y las buenas costumbres (siendo actualmente discutible este último).
Respecto a la forma, la autonomía de la voluntad se manifiesta en la libertad que tienen las
partes para expresar su voluntad en la forma que más les plazca y convenga, salvo los casos
en que la ley, atendida la naturaleza de los actos, establece determinadas solemnidades,
pues en tal caso se afecta el Orden Público.
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En el caso de los unilaterales, hay que distinguir si son o no recepticios. Si el acto es no recepticio, se
perfecciona en el momento en que la voluntad se declara en la forma prescrita por el legislador (según el
caso). Y si por el contrario, es recepticio, una vez que la declaración llega a conocimiento de la persona a la
cual está dirigido.
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El consentimiento, se integra por dos actos jurídicos unilaterales sucesivos y
siempre copulativos: la oferta y la aceptación. Hay consentimiento cuando estas dos
declaraciones se funden en una sola. Nuestro Código no regula a la formación del
consentimiento, sino que da reglas partiendo de la base de que ya se ha alcanzado. Por el
contrario, el Código de Comercio, en sus artículos 97 a 106, da normas específicas al
respecto. Y estas se aplican también en materia civil, porque pese a estar contenidas en un
código especial, son por su naturaleza, generales, y deben por tanto tener una aplicación
general, de acuerdo con el principio que dice que el alcance de las disposiciones se
determina por su propia naturaleza y no por la ubicación que tienen en un determinado
Código. De la misma manera lo entendió el Mensaje con que el Presidente de la República
presentó el Proyecto de Código de Comercio al Congreso, donde indicó que en lo relativo a
la formación del consentimiento, el Código de Comercio venía a llenar un “sensible vacío
de la legislación comercial y civil.”
La Oferta:
La oferta es un acto jurídico unilateral por el cual una persona propone a otra la
celebración de un acto en términos tales, que para que éste quede perfecto, basta con que
el destinatario de la oferta simplemente la acepte.
Debe cumplir con los requisitos generales de toda manifestación de voluntad, pero
además, debe ser completa, es decir, debe señalar todos los elementos esenciales de la
convención que desea celebrarse de manera que para esta quede perfecta, baste con que el
destinatario de la oferte simplemente la acepte. Se debe tener presente que las
conversaciones preliminares, por lo general, no generan obligaciones. La persona que
efectúa la oferta toma el nombre de oferente o proponente.
La oferta puede ser verbal o escrita, expresa o tácita. La oferta expresa es la que
explícita y directamente revela el deseo de contratar; la tácita es la que revela este deseo
indirecta, pero inequívocamente por la concurrencia de ciertas circunstancias.
Ofertas incompletas:
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De acuerdo al artículo 105 del Código de Comercio, “las ofertas indeterminadas
contenidas en circulares, catálogos, notas de precio corrientes, prospectos, o en cualquiera
otra especie de anuncios impresos, no son obligatorias para el que las hace.”
La Aceptación:
1.- La aceptación debe ser pura y simple: Esto significa que debe ser congruente
con la oferta, dado que implica una adhesión a la oferta en los mismos términos en que ella
ha sido formulada. Si contiene reservas o modificaciones que alteran los términos de la
oferta, es denominada “condicional”, y en realidad implica una nueva oferta (art. 102 C
Com). En este caso, si el oferente acepta las modificaciones, pasa a ser aceptante de la
nueva oferta, y la persona que aceptó condicionalmente queda como nuevo oferente.
2.- La aceptación debe hacerse mientras la oferta esté vigente: Y esta deja de estar
vigente cuando se ha producido la retractación del oferente; o cuando se ha sobrevenido la
muerte o la incapacidad legal del oferente (en otras palabras, se ha producido la caducidad
de la oferta). El artículo 101 C Com señala que “dada la contestación, si en ella se aprobare
pura y simplemente la propuesta, el contrato queda en el acto perfeccionado y produce
todos sus efectos legales, a no ser que antes de darse la respuesta ocurra la retractación,
muerte o incapacidad legal del proponente.”
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aunque es discutido [otros han visto una herramienta para proteger la equidad, o para evitar
abuso de derecho]).
En caso de muerte o incapacidad legal del oferente, la oferta deja de estar vigente
pues se produce su caducidad. En relación con el fallecimiento o incapacitación del
oferente, es discutido si habiéndose previamente obligado a esperar cierto plazo, sus
herederos deben o no cumplir con el contrato (en el evento que el destinatario de la oferta
acepte dentro del plazo, tras la caducidad). Por un lado, se ha defendido que por ser una
situación excepcional, la imposibilidad de retractarse consagrada en el art. 99 C Com debe
ser interpretada restrictivamente, y por tanto no aplicable a los herederos del proponente.
Por otro, que los herederos sí quedan vinculados por el compromiso del oferente original,
dado que su oferta incluía la obligación de esperar, la que se transmite en las mismas
condiciones a aquellos.
3.- Debe ser oportuna: Si se ha fijado un plazo para aceptar la oferta, ella debe
aceptarse dentro de ese plazo o de lo contrario la aceptación será extemporánea. En caso
contrario, si no se ha fijado expresamente un plazo para la aceptación, hay que distinguir:
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La importancia de la fijación de este momento radica –entre otros- en los siguientes
aspectos:
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c) Teoría de la información o del conocimiento: El consentimiento existe sólo
cuando el proponente ha recibido la aceptación y ha tomado conocimiento real
y efectivo de ella (de su contenido).
c) Puede tener incidencia también, para aplicarse una costumbre que tenga
incidencia en un determinado lugar (o localidad, ver art. 4 C Com).
Si se trata de un contrato entre presentes, no hay problema alguno, ya que este surge
cuando se está ante un contrato ante ausentes, siempre y cuando las partes no hayan
dispuesto al respecto. Ahora bien, se aplican aquí las mismas teorías que intentan explicar
el momento de la formación del consentimiento: Para la teoría de la aceptación, el
consentimiento se forma en el lugar en que se dio la aceptación; para la teoría de la
expedición, en el lugar desde el cual se envió dicha aceptación; y para las tesis del
conocimiento y de la recepción, el consentimiento se forma en el lugar del domicilio del
oferente, donde éste recibe la aceptación o toma conocimiento de ella.
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los interesados aceptaren pura y simplemente la propuesta”, debiendo entonces esperarse la
aceptación de la parte propiamente tal.
Vicios de la voluntad:
Para que el acto sea válido, no sólo es necesaria la voluntad, sino que dicha voluntad
además debe encontrarse exenta de vicios. En este orden, no basta con que se cumpla con la
voluntad como requisito de existencia, sino que es indispensable además, que esta no esté
viciada (cumpliéndose así con el requisito de validez). Según lo dispuesto en el art. 1.451,
los vicios de que puede adolecer la voluntad son el error, la fuerza y el dolo, agregándose
por algunos además la lesión (en determinados casos). Pese a que el Código emplea la
terminología vicio del consentimiento, debe entenderse que también se refiere a la voluntad
en los actos unilaterales, ya que en realidad el consentimiento no es más que un acuerdo de
voluntades.
El Error:
Clasificación:
Según si el error recae sobre una persona o cosa; o sobre la ley, es de hecho o de
Derecho. El error de hecho es la ignorancia o el concepto equivocado que de tiene de una
persona, de una cosa o de un hecho. El error de Derecho, por su parte, es la ignorancia o el
concepto equivocado que se tiene de la ley. Respecto al error de Derecho, debe tenerse
presente que en conformidad al art. 1.452 CC, éste no vicia el consentimiento, norma que es
coherente con lo dispuesto en el art. 8 CC, que impide alegar ignorancia de la ley. El
legislador además, en el art. 706 CC, llega al punto de presumir la mala fe a quien alegue
un error de Derecho. En otras palabras, que el error sobre un punto de Derecho no vicia el
consentimiento, quiere decir que quien ha contratado con una persona, teniendo un
concepto equivocado o ignorando una disposición legal, no puede después alegar este error
para excusarse de cumplir sus obligaciones ni para pedir la nulidad del contrato. El art.
1.452 CC se funda en la idea de que no puede permitirse que alguien alegue ignorancia del
Derecho positivo, ya que ello significaría hacer perder vigor a la norma. En todo caso, para
impedir abuso de Derecho y enriquecimientos injustos, en el Código se admite un caso en
que el error de derecho vicia el consentimiento, en el art. 2.297 CC: “Se podrá repetir, aun
lo pagado por un error de derecho cuando el pago no tenía por fundamento ni aún una
obligación puramente natural.” (ver además el art. 2.299 CC, congruente con la norma
recién señalada). Ahora el error de hecho, por su parte, puede clasificarse en: error esencial;
error sustancial; error accidental; y error en la persona.
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Error esencial:
1.- Error sobre la naturaleza del acto que se celebra: Aquí las partes se
equivocan en cuanto al acto que celebran, el que resulta distinto al que pensaban celebrar.
Por ejemplo, una parte entiende que se le entrega una cosa en usufructo, y en realidad
sucede que se le da en arrendamiento. Más que voluntad viciada, aquí falta el
consentimiento, ya que en las convenciones, las voluntades deben ser acordes, lo que no
sucede en esta hipótesis.
2.- Error sobre la identidad del objeto del acto: Nuevamente es un caso en
que el consentimiento no llega a formarse, no alcanza a existir. La cosa que una de las
partes supuso que era el objeto del acto, no tenía relación con éste, y sí la tenía, en cambio,
otra cosa sobre la que jamás pensó contratar. Por ejemplo, una persona quiere alzar una
hipoteca determinada, pero termina alzando otra; o una persona entiende vender un
determinado automóvil, y el comprador entiende comprar otro.
3.- Se agrega aquí por la doctrina, el error sobre la causa. Respecto a este,
nos remitimos a lo que se verá más adelante respecto a la causa.
1.- Hay quienes entienden que la sanción es la inexistencia del acto, por falta de
consentimiento (voluntad). Se observa que, pese a la redacción del art. 1.453 CC, en
realidad no vicia el consentimiento, pues este nunca llega a formarse.
2.- Otros alegan que como la inexistencia no está reconocida como sanción por la
legislación nacional, la sanción puede ser solamente la nulidad absoluta. El art. 1.682 CC
sanciona la falta de requisitos de existencia con la nulidad absoluta del acto, por lo que esa
es la sanción que debe operar en el caso del error esencial, donde falta uno de esos
requisitos (la voluntad). Esta es la tesis que prevalece.
3.- Por último, no faltan aquellos que consideran que la sanción debe ser la nulidad
relativa. Los motivos para defender lo anterior, son esencialmente los siguientes:
a) Primero, el art. 1.454 CC señala respecto del error sustancial que este
vicia “asimismo” el consentimiento, con lo que estaría diciendo que la sanción para el error
esencial es la misma que para el sustancial, respecto al cual no cabe duda que es la nulidad
relativa.
Debe tenerse presente que pese a ser la cuestión discutible, pareciera ser más
coherente la solución que entiende como sanción al error esencial, la nulidad absoluta.
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Error sustancial:
Error sustancial es aquel que recae sobre la sustancia o calidad esencial del objeto
sobre el que versa el acto o contrato, y se encuentra regulado en el art. 1.454 CC. Puede
recaer no sólo sobre la composición de la cosa u objeto, sino también sobre cualquiera otra
cualidad que es esencial del objeto. Es problemático lo que se debe entender por “calidad
esencial”, existiendo distintas opiniones al respecto:
1.- Según algunos, para determinar la calidad esencial del objeto sobre el que versa
el acto, debe estarse a lo que entendieron las partes, esto es, aquella cualidad que fue
determinante para las partes al contratar. Poco importa aquí que esa cualidad sea la
materia misma con la que la cosa esté hecha, lo que importa es lo que haya movido
a la parte a celebrar el acto. La cuestión no será relativa a la materialidad o
estructura de la cosa, sino que a la cualidad que la parte ha tenido en vista al
contratar. Por ejemplo, al comprarse una lámpara, lo determinante a este respecto
sería su antigüedad, su origen, el fabricante que la construyó, etc., más que su uso
tradicional.
2.- Para otros, hay que estarse a lo que la generalidad de las personas entiendan, de
manera que exista un criterio objetivo y no subjetivo como el anterior. En este caso,
es la materia misma con que está hecha la cosa, o aún más, aquello que hace que la
cosa sea lo que es. El criterio aquí es objetivo, esta posición resguarda más que los
motivos o la voluntad interna, la manifestación y la seguridad negocial. Aplicada al
ejemplo anterior, lo relevante como cualidad sería simplemente que la lámpara sea
un soporte de ampolletas, y que ilumine.
Como lo dice el art. 1.454 CC, el error sustancial vicia la voluntad, produciendo la
nulidad relativa del acto o contrato (por aplicación del art. 1.682 inc. final CC, que no
reserva para este otra forma de nulidad).
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Cualidades accidentales son aquellas que ordinariamente son indiferentes para
determinar la voluntad o el consentimiento de las personas. Por regla general, esta clase de
error no vicia el consentimiento, a menos que se cumplan los siguientes requisitos:
a) Que dicha calidad accidental del objeto haya sido el principal motivo para
contratar.
Error en la persona:
Por regla general, en materia patrimonial la persona es indiferente para los fines que
se persiguen con el acto jurídico. Por este motivo, el error en la persona no vicia el
consentimiento, a menos que la consideración de una persona sea el motivo principal de la
celebración del acto o contrato. A esta clase de actos, que se celebran con una persona
específica atendiendo sus especiales cualidades o habilidades, se los denomina “intuitu
personae”2 (por ejemplo, se encarga a un pintor famoso un retrato, encargo que solo puede
ser cumplido por esa persona, a diferencia del encargo a un pintor para que pinte el muro de
una casa), y en ellos sería un vicio del consentimiento (sancionándose con la nulidad
relativa). Si bien la regla general es que los actos no sean de esta naturaleza, cuando se
presentan generalmente son mandatos, transacciones (ver art. 2.456 CC). Desde luego
opera en los actos de familia (obviamente, en el matrimonio, respecto a este último se
estudiará el error en la persona más adelante). Es posible también que se incurra en un error
de esta clase en el testamento, y en ciertos actos gratuitos (las liberalidades generalmente se
realizan en consideración a la persona beneficiada).
El error común:
Como se puede apreciar, hasta el momento se ha analizado el error como vicio del
consentimiento, produciendo el efecto de invalidar la declaración de voluntad. Pero puede
suceder, que un error produzca precisamente el efecto contrario: en vez de invalidar un
acto, permitir que un acto que se ha llevado a cabo en base a consideraciones de hecho
imprecisas o erróneas, sea considerado válido. En este orden de ideas, se define al error
común como el compartido por un número considerable de personas, que produce el efecto
de validar un acto o contrato a pesar de no estar estrictamente ajustado a derecho,
fundado en la buena fe y en el interés social. Su fundamento radica en proteger el interés de
la sociedad, y en la conveniencia de que los individuos se puedan fiar de las apariencias
compartidas por todos, o por un número considerable de personas (el ejemplo típico de
error común, lo constituye la creencia generalizada en una determinada localidad de que un
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En estos, la persona o personas es un elemento esencial del acto o contrato.
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funcionario público es tal, en circunstancias de que en realidad no ha sido correctamente
nombrado: la aplicación de esta doctrina impide que los actos autorizados por dicha
persona, en calidad de funcionario público, no sean necesariamente anulados por falta de
solemnidades).
b) Debe existir una justa causa para el error, vale decir, debe ser excusable.
La Fuerza:
Por aplicación del art. 1.456 CC, la fuerza para que vicie el consentimiento debe ser
capaz de producir una impresión fuerte, en una persona de sano juicio, tomando en cuenta
su edad, sexo y condición. En este orden, los requisitos para que se configure este vicio son
los siguientes:
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Debe tenerse presente aquí que el Código en su art. 1.456, establece que “se
mira como una fuerza de este género todo acto que infunde a una persona un justo temor de
verse expuesta ella, su consorte o alguno de sus ascendientes o descendientes a un mal
irreparable y grave.” En este orden, la fuerza se puede haber ejercido no sólo sobre la
persona que celebra el acto, sino que también sobre cualquiera de esas personas nombradas
ahí. El listado no es taxativo, podría agregarse otras relaciones personales, pero en ese caso
no operaría la presunción, y el perjudicado deberá acreditar en el juicio que la amenaza le
produjo una impresión fuerte.
Por último, si bien la amenaza debe ser actual (se incluye dentro del
requisito de la gravedad), el mal a sufrir puede ser futuro.
b) Debe ser determinante: Esto es, que fue la causa que llevó a la
celebración del acto o contrato, sin ella no se habría contratado.
c) Debe ser injusta: significa que debe ser contraria a la ley, no puede ser
aceptada por el Derecho. Por ejemplo, la sola amenaza de proceder al ejercicio legítimo de
un derecho, no constituye vicio del consentimiento (amenazar al deudor con ejercer una
acción judicial en su contra no constituye fuerza).
Ahora bien, para que la fuerza vicie el consentimiento, no es necesario que sea
ejercida por aquel que resulta beneficiado por ella, basta con que se haya empleado la
fuerza por cualquier persona con el objeto de obtener el consentimiento (art. 1.457 CC).
Debe tenerse presente por último, que la fuerza, por tratarse de un simple hecho,
debe ser probada por quien la invoca.
Sanción:
El Dolo:
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c) En los delitos civiles (donde su incidencia no es
relevante).
Clases de dolo3
Dolo principal es el que determina a una persona a celebrar el acto jurídico en que
incide. En otras palabras, de no mediar este dolo, la persona no habría celebrado el acto o
contrato en cuestión. Dolo incidental es el que no determina a una persona a celebrar el
acto jurídico, pero sí a concluirlo en distintas condiciones que en las que lo habría
celebrado (generalmente menos onerosas), si las maniobras artificiosas no hubieran
existido.
a) Debe ser principal: Esto es, la circunstancia que determina o decide a una
persona a celebrar el acto jurídico en que recae.
En el caso en que sea incidental, o incluso siendo principal pero no obra de una de
las partes, no se viciará el consentimiento, pero sí podrá dar lugar a la obligación de
indemnizar perjuicios (art. 1.458 inc. 2° CC), como se verá. Debe tenerse presente en todo
caso, que no es indispensable que el daño se produzca en los hechos, dado que basta con
actos encaminados a dañar (pero sí estos deben ser hechos concretos, en el sentido de que
no basta con que la sola intención se mantenga en el fuero interno del individuo).
3
En Derecho Romano (y en algunas legislaciones comparadas) se distinguía además en “dolo bueno” y “dolo
malo”. El primero consistía en la sagaz y astuta precaución con que cada uno suele defender sus derechos, y
así intentar evitar todo detrimento y perjuicio que le amenace por engaño de un tercero (halagos,
exageraciones, etc.). Y el segundo es el dolo que define actualmente el Código, y que es al que se dedicará el
estudio ahora.
23
ser una sola la requerida para que se forme el acto. Sin embargo, se ha razonado que si bien
es cierto que el Código no consagra una fórmula general del dolo como vicio de la voluntad
en los actos unilaterales, de diversas disposiciones se desprendería que las maniobras
artificiosas vician la voluntad cuando son principales, y que resulta indiferente que sean
obra del que se viene a beneficiar con el acto, o de un tercero. En este orden, en el caso de
los actos jurídicos unilaterales, el único requisito es que el dolo sea principal. Así se
observa por ejemplo, en las siguientes disposiciones:
a) El art. 968 n° 4 CC, que declara que es indigno de suceder al difunto como
heredero o legatario, el que por fuerza o dolo obtuvo alguna disposición
testamentaria del causante o le impidió testar.
b) El art. 1.237 CC, que en materia de asignaciones señala que ninguna persona
tendrá derecho para que se rescinda su repudiación, a menos que la misma
persona o su legítimo representante, hayan sido inducidos por fuerza o dolo a
renunciar.
Sanción:
Debe tenerse presente aquí, que el legitimado para ejercer la acción es sólo el
perjudicado con el dolo, y que nunca podrá pedir la nulidad del acto quien lo ha cometido,
por aplicación del principio de que nadie puede aprovecharse de su propio dolo. El sujeto
pasivo de la acción será quien ha realizado la maniobra dolosa, y su objeto obtener la
nulidad del acto.
El Código, en el art. 1.459, señala expresamente que el dolo debe ser probado en el
litigio, salvo en los casos en que el legislador expresamente lo ha presumido. Esto es
coherente con el principio general de que la buena fe se presume, y que lo contrario sea
excepcional (por ejemplo, art. 706 inc. final CC), en el sentido de que la mala fe se asimila
al dolo. En consecuencia, la parte que alega que su voluntad fue viciada por dolo, debe rá
acreditar las maquinaciones, y que ellas fueron obra de la otra parte.
24
La Lesión:
En este orden de ideas, la lesión es el perjuicio que sufre una parte en razón del
desequilibrio entre las prestaciones recíprocamente estipuladas. Se la define también como
“un vicio que puede generarse en los contratos onerosos conmutativos cuando se produce
un grave desequilibrio patrimonial en las prestaciones de cada parte.” Opera sólo en los
contratos onerosos conmutativos, no en los aleatorios, en tanto constituye una herramienta
para proteger la conmutatividad (se agrega además la teoría de la imprevisión, pero eso
será estudiado en materia de obligaciones), la que no se exige en los contratos onerosos
aleatorios.
Naturaleza jurídica:
1.- Adoptando un criterio subjetivo: De esta forma, la lesión sería un vicio del
consentimiento, y hay dos formas de entenderla:
b) Para otros, es un vicio del consentimiento que resulta del error, fuerza o
dolo que hubiera padecido la víctima, y por lo tanto accesorio a uno de éstos. Aquí, la falta
de equivalencia revela que aquella que se obliga a dar más de lo que recibe, lo ha hecho
como consecuencia del error, fuerza o dolo de que ha sido víctima. Se le critica su
inutilidad, pues si se la considera un accesorio a un error, fuerza o dolo, no hay razones
para considerarla un vicio de la voluntad.
2.- Adoptando un criterio objetivo: Según esta tesis, la lesión no guarda relación con
el consentimiento del perjudicado ni con los fines perseguidos por los contratantes. Opera
lisa y llanamente cuando el contrato concluido por las partes revela una desigualdad en las
prestaciones que supera los márgenes permisibles (el límite lo establecerá el legislador),
siendo intrascendente para estos efectos, el error, la fuerza o el dolo.
25
3.- Adoptando una posición mixta: Se requiere una desigualdad matemática en las
prestaciones (preestablecida), pero a la vez se exige que la desproporción sea consecuencia
de la necesidad, miseria o inexperiencia de la víctima.
1.- En la compraventa de bienes raíces: Por disposición expresa del art. 1.888 CC,
el contrato de compraventa puede rescindirse por lesión enorme, aunque su aplicación está
restringida sólo a la venta de bienes inmuebles, y no se aplica en caso de las enajenaciones
forzosas (art. 1.891 CC). Ahora, la regla es que el vendedor sufre lesión enorme, cuando el
precio que recibe es inferior a la mitad del justo precio de la cosa que vende; y el
comprador a su vez sufre lesión enorme cuando el justo precio de la cosa que compra es
inferior a la mitad del precio que paga por ella, teniendo presente que el justo precio se
calcula al tiempo del contrato (art. 1.889 CC). Acreditándose las anteriores circunstancias,
se configura la lesión como vicio del consentimiento en esta clase de contrato.
Debe tenerse presente que en virtud de lo dispuesto en el art. 1.892 CC, la acción es
irrenunciable.
5.- Además, en el contrato de mutuo (ver art. 2.206 CC), en el contrato de anticresis
(a propósito de la lesión, se aplican las normas del mutuo, art. 2.443 CC), y en las cláusulas
penales (art. 1.544 CC).
Sanción:
26
La sanción a la lesión varía según el caso. Puede significar la nulidad del acto,
como sucede en la compraventa de bienes raíces, aunque debe tenerse presente que aún en
dicho supuesto, el comprador puede consentir en la lesión, o completar el justo precio con
deducción de una décima parte, y el vendedor, en igual escenario, puede consentir en ella o
restituir el exceso recibido, sobre el justo precio aumentado en una décima parte (art. 1.890
CC). Ahora incluso en el caso en que se deba restituir la cosa por declararse la rescisión, el
comprador deberá “previamente purificarla de las hipotecas u otros derechos reales que
haya constituido en ella” (art. 1.895 CC). La acción en el caso de la compraventa, prescribe
en el plazo de 4 años contados desde la fecha del contrato (art. 1.896 CC). En otros casos,
simplemente importa la nulidad del acto (en la partición, por ejemplo), o la reducción de la
desproporción en las prestaciones (en el contrato de mutuo, por ejemplo).
La Capacidad:
Capacidad de Goce:
Capacidad de Ejercicio:
Es la aptitud legal para ejercer un derecho y poderse obligar por sí mismo, sin el
ministerio o autorización de otra persona. (art. 1.445 inc. 2° CC). La finalidad del
establecimiento de esta causal de incapacidad es la de proteger al sujeto que se encuentra
en alguno de los supuestos legales. Este no se encuentra privado de adquirir derechos, sino
que de hacerlos valer por sí mismos.
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La regla general aquí es la capacidad, ya que conforme al art. 1.446 CC, “toda
persona es legalmente capaz, excepto aquellas que la ley declara incapaces.” Ahora, debe
tenerse presente que no hay más incapacidades que las que la ley establece, que ellas son
taxativas, y que quien alega una causal de incapacidad, debe probarla (en el sentido de que
la capacidad se presume). La incapacidad puede ser de dos clases: absoluta o relativa.
Incapacidad absoluta:
1.- Los dementes: La palabra demente (asimilada por el legislador al loco) debe
entenderse en el sentido que le pretendió dar el legislador, y no en su sentido técnico. Se
comprenden entonces aquí no solo los que padecen de locura o demencia, sino que también
los que se encuentran en estado de enajenación mental en cualquiera de sus formas, sea
cual sea su denominación técnica: lo único que la ley exige es que la persona se encuentre
privada de razón. Ahora, estos son absolutamente incapaces aún sin estar declarados
interdictos por demencia, lo relevante aquí es que la persona se encuentre privada de sus
facultades mentales, y por tanto no puede manifestar seriamente su voluntad. La relevancia
de la declaración de interdicción es de índole probatoria: de acuerdo a lo prescrito en el art.
465 CC, la interdicción constituye una presunción de demencia del interdicto que no admite
prueba en contrario (vale decir, aunque se alegue haber celebrado el acto dentro de un
“intervalo lúcido”), sin perjuicio de una posterior “rehabilitación” (ver art. 468 CC). Antes
del decreto de interdicción, hay que probar que cuando se celebró el acto la persona se
encontraba demente (ahora, la prueba deberá referirse al momento de la celebración del
acto, aunque se señala que sería suficiente con acreditar que tanto en el momento anterior
como posterior al acto, la persona se encontraba demente).
3.- Los sordos o sordomudos que no pueden darse a entender claramente: En este
caso, la incapacidad se funda en que no puede expresar claramente su voluntad, y no en una
privación de facultades mentales.
Sanción:
Incapacidad Relativa:
1.- Los menores adultos: El art. 26 CC señala que son menores adultos los varones
mayores de 14 años, y las mujeres mayores de 12, que no han cumplido 18 años. Debe
recordarse que si es menor de 12 o 14 respectivamente, será absolutamente incapaz.
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2.- Los disipadores que se hallen bajo interdicción de administrar lo suyo: Se
define al disipador o pródigo como el individuo que gasta habitualmente en forma
desproporcionada sus haberes y sin finalidad lógica alguna (ver art. 445 CC). A diferencia
del demente, el disipador para ser incapaz debe encontrarse en interdicción de administrar
lo suyo, si no ha sido puesto bajo interdicción, es plenamente capaz. Una vez declarada la
interdicción, se designa al interdicto un curador para que administre sus bienes
(generalmente serán familiares quienes soliciten la declaración de interdicción).
Sanción:
Incapacidades particulares:
El art. 1.447 inc. final CC señala que además de las incapacidades anteriores, hay
otras “particulares que consisten en la prohibición que la ley ha impuesto a ciertas
personas para ejecutar ciertos actos”. Estas se pueden encontrar dispersas en diversas
normas del Código, que por diferentes razones prohíben la celebración de ciertos actos, a
determinadas personas, por ejemplo:
Sanción:
En esta clase de hipótesis, para determinar la sanción hay que distinguir según el
tenor de la prohibición:
29
a) Así, será la nulidad absoluta, si la incapacidad se traduce en la
prohibición absoluta de celebrar el acto a que la incapacidad se
refiere. Los actos que prohíbe la ley adolecen de objeto ilícito, y la
sanción a éste es la nulidad absoluta.
El Poder de Disposición:
Consiste en la facultad que otorga la ley para privarse de un bien con valor
económico. En este orden, la regla es que se puede disponer de los bienes propios, pero no
de los ajenos. Por lo tanto, para disponer de bienes ajenos, se requiere por regla general
poder de disposición. Ahora, en nuestra legislación la regla en principio es la contraria,
dado que en caso del contrato de compraventa, se admite la venta sobre cosa ajena (art.
1.815 CC), y de la misma forma para otros actos (ver también arts. 1.900, 1.916 CC, la
excepción la constituiría el testamento, ver art. 1.107 CC). En todo caso, sin perjuicio de
que la falta de poder de disposición no anula el acto, el dueño de la cosa vendida no pierde
el dominio sobre la cosa, mientras el comprador no lo adquiera por prescripción adquisitiva
(conservando entonces aquél, las acciones que emanan del dominio para recuperar la cosa).
El Objeto:
30
Requisitos del Objeto:
Es necesario distinguir el objeto del acto que recae sobre cosas materiales, del
objeto del acto que recae sobre un hecho.
1.- Debe ser real: Esto significa que la cosa debe existir al momento de la
declaración de voluntad, o al menos debe esperarse que exista. Ahora, puede tratarse de
cosas presentes o futuras, según lo permite el art. 1.461 CC (“no sólo las cosas que existen
pueden ser objeto de una declaración de voluntad, sino las que se espera que existan...”).
Por ejemplo, en la compraventa de un caballo: si el caballo existe al momento de la venta,
esta será válida; y si por el contrario no existe, será nula (existía y perece antes del
contrato), a menos que el contrato tuviese por objeto un caballo que las partes saben que no
existe, pero que esperan que lo haga (por ejemplo, si se encuentra en gestación), ver arts.
1.813 y 1.814 CC. Ahora en esta hipótesis, si la cosa no existe al tiempo del contrato, pero
se espera que exista, el contrato es válido, pudiendo revestir dos formas:
a) Venta de cosa futura: en este caso, se vende la cosa futura misma, por lo
que el contrato es condicional y se reputa celebrado bajo la condición suspensiva de que la
cosa llegue a existir. En este caso, si falla la condición, la venta se tiene por no efectuada.
Debe tenerse presente, que en caso de duda respecto a si lo que se compró fue la
cosa futura o la suerte, se entiende que el contrato se refiere a cosa futura (art. 1.813 CC).
2.- Debe ser comerciable: El art. 1.461 exige que el objeto sea comerciable, lo que
significa que debe ser susceptible de dominio o de apropiación privada por particulares.
La mayoría de las cosas son comerciables, y sólo por excepción no lo son en razón de su
naturaleza misma (como el aire, el alta mar, ver art. 585 CC), en virtud de su destinación
(como los bienes nacionales de uso público, ver art. 589 CC) o por consideraciones de
orden público u otra índole que el legislador señale. Debe tenerse presente que las primeras
siempre serán incomerciables, en cambio las segundas podrían dejar de serlo, en ciertas
circunstancias (desafectación, concesión, etc.).
3.- Debe ser determinado: La cosa sobre que versa el objeto debe ser determinada,
al menos, en cuanto a su género (art. 1.461 CC). Una cosa puede encontrarse determinada
como especie o cuerpo cierto, o en forma genérica. En el primer caso, se individualiza
específicamente un individuo de un género determinado (el caballo X, inscrito bajo tal
número, etc.), en cambio en el segundo, se indica indeterminadamente un individuo de un
género determinado (un caballo). Basta con que la determinación se dé en cuanto al género,
siempre y cuando se refiera a un género limitado. Ahora, la determinación genérica debe ir
acompañada de una determinación cuantitativa, a menos que se fijen reglas contengan los
datos necesarios para realizar esa determinación. En otras palabras, la cantidad puede ser
incierta, con tal que el acto o contrato fije reglas o contenga los datos necesarios que sirvan
para determinarla (la cantidad entonces, podrá ser determinable, art. 1.461 inc. 2° CC).
Respecto a la determinación, es relevante el art. 1.809 CC, que en el contrato de
compraventa permite dejar la fijación del precio al arbitrio de un tercero, pero no a una de
las partes.
31
Si la prestación consiste en hacer o no hacer algo, se entiende que el objeto del acto
recae sobre un hecho. En ese caso, los requisitos del objeto son los siguientes:
1.- Debe ser determinado: Esto es, debe especificarse de tal manera que evite toda
ambigüedad en cuanto a lo que debe hacerse o no hacerse. En caso contrario, se considera
que no habría declaración de voluntad.
2.- Debe ser física y moralmente posible: En virtud de lo dispuesto en el art. 1.461
inc. final CC, es físicamente imposible el hecho que es contrario a la naturaleza, y
moralmente imposible el hecho prohibido por las leyes, o contrario a las buenas costumbres
o al orden público. En todo caso, para que se entienda que hay imposibilidad física, esta
debe ser absoluta, esto es, el hecho debe ser irrealizable para cualquier persona, ya que si es
realizable para algunos individuos y no para otros, no se entenderá que es físicamente
imposible. Debe tenerse presente también que la imposibilidad puede ser perpetua o
temporal, caso en el cual produce el efecto de imposibilitar el objeto solamente si la
obligación debe cumplirse de inmediato, o en un momento en el que subsista la
imposibilidad. Pero si está concebida en el sentido de que la obligación debe cumplirse
cuando la prestación se haga posible, no se generaría el efecto.
El Objeto Lícito:
Para que el acto jurídico sea válido, se requiere que su objeto sea lícito (art. 1.445
CC). Ahora, esta exigencia no ha sido detallada por el legislador, surgiendo dudas respecto
a qué es lo que debe entenderse por objeto lícito, planteándose distintas soluciones por la
doctrina: Para Somarriva, es objeto lícito el que está de acuerdo con la ley, las buenas
costumbres y el orden público; Para Alessandri, el término lícito es simplemente sinónimo
de comerciable; Claro Solar, por su parte, señala que objeto lícito es el que se conforma a la
ley, es reconocido por ella y ésta lo protege y ampara; Para Velasco Letelier, es el que está
conforme con la ley, esto es, que cumple con todas las cualidades determinadas por ella
(vale decir, las que exige el art. 1.461 CC). Para estos distintos planteamientos, el objeto
ilícito será el que se encuentre en la hipótesis contraria.
En todo caso, como se puede observar, si bien no hay acuerdo en doctrina respecto a
lo que se debería entender por objeto lícito, hay similitud entre los planteamientos
anteriores. Lo importante será, eso sí, tener claridad absoluta respecto a los casos en los que
el Código considera que se está ante un acto que adolece de objeto ilícito.
El Objeto Ilícito:
El art. 1.462 CC establece que hay objeto ilícito en todo lo que contraviene al
Derecho Público chileno. Se entiende por Derecho Público el “conjunto de normas que
rigen la organización y la actividad del Estado y los demás entes políticos menores, o las
relaciones entre los particulares y estos organismos políticos en cuanto actúan en su calidad
32
de poder político o soberano”. Se incluyen aquí las leyes que regulan la estructura y
funcionamiento del Estado, y la función de tutela o garantía que el Estado presta al orden
jurídico.
2.- Pactos que tengan por objeto el derecho de suceder por causa de muerte de
una persona viva (art. 1.463 CC):
El art. 1.463 CC prohíbe los actos que tienen por objeto el derecho de suceder por
causa de muerte a una persona viva, aun cuando ella misma lo autorice voluntariamente. La
prohibición se extiende a toda clase de actos, tanto unilaterales como bilaterales, gratuitos
u onerosos. Estos pactos en doctrina son denominados “pactos sobre sucesión futura”, los
que pueden revestir diversas formas (por ejemplo, renuncia a una sucesión futura, o
enajenación de derechos hereditarios de una persona que no ha fallecido). El fundamento de
esta prohibición radica en que se estima que son inmorales y peligrosos, dado que llevarían
a desear y esperar la muerte de una persona (y posiblemente a que alguien se viese inducido
a causarla en los hechos). A lo anterior, se ha agregado que se pretende evitar lesión a los
enajenantes, quienes ante la incertidumbre de sus derechos y cuantía, prefieran venderlos a
un precio insignificante.
Sin perjuicio de lo anterior, el art. 1.463 inc. 2° CC señala que las “convenciones
entre la persona que debe una legítima y el legitimario, relativas a la misma legítima o a
mejoras, están sujetas a las reglas especiales contenidas en el título De las asignaciones
forzosas”. Esta referencia se entiende hecha al art. 1.204 CC, que permite el pacto entre un
individuo y uno o más de sus legitimarios, en orden a no disponer de su cuarta de mejoras.
Esta norma en su inciso final, ratifica la regla general, esto es, que no puede celebrarse
convención alguna entre el que debe una legítima y el legitimario, relativa a una sucesión
futura, siendo la única excepción la regla contenida en su inciso primero: el pacto
celebrado por escritura pública, en cuya virtud el difunto (en vida) hubiese prometido a su
cónyuge o a alguno de sus descendientes o ascendientes, no donar ni asignar por
testamento parte alguna de la cuarta de mejoras (“pacto de no mejorar”). Ahora, si
contraviene este acuerdo, la sanción no es la nulidad, sino que la ineficacia de la
disposición de la cuarta de mejoras, sólo en lo que representa el perjuicio para el o los
asignatarios que eran favorecidos con el pacto (sin perjuicio de que sobre esto se volverá en
Derecho Sucesorio, para ver quienes son legitimarios, ver art. 1.182 CC; quienes son
asignatarios de cuarta de mejoras, ver art. 1.195 CC; y respecto al orden en la sucesión,
arts. 988 y sgtes. CC).
33
En este epígrafe se pueden agrupar distintos supuestos que, según el Código,
constituyen objeto ilícito:
a) La condonación del dolo futuro: el legislador prohíbe que una persona permita a
otra fraguar libremente maniobras dolosas en su contra, indicándole
anticipadamente que le perdona toda maquinación que pueda realizar en el
futuro. Distinto es perdonar una actuación dolosa pasada, en forma expresa,
dado que eso sí es permitido.
b) En los casos del art. 1466: Según la norma, hay también objeto ilícito “en las
deudas contraídas en juego de azar, en la venta de libros cuya circulación es
prohibida por autoridad competente, de láminas, pinturas y estatuas obscenas, y
de impresos condenados como abusivos de la libertad de prensa”. La prohibición
de los juegos de azar tiene origen en el Derecho Romano, en el cual se prohibían
los juegos en los que intervenía el alea o la suerte, llegando incluso a castigarse
con penas a los infractores. Por el contrario, se admitían los juegos en los que
intervenía la fuerza o la destreza. El Código consagra un sistema similar al del
Derecho Romano: el juego en que la suerte designe al ganador, es ilícito
(distinta es la situación en el caso de los juegos en los que predomina la destreza
física, que son válidos, y en los que predomina el intelecto, que al menos
generarían una obligación natural [ver arts. 2.260 y 2.263 CC]). El fundamento
de la prohibición, radicaría en que el legislador debe velar por la subsistencia de
un espíritu sano entre la población, que enaltezca el trabajo. No puede, por lo
tanto, permitir lucros obtenidos en base a vicios que no contribuyen al progreso
general. Esto se suma al hecho de que en torno al juego y la apuesta es frecuente
que se multipliquen organizaciones que lindan en lo ilícito y lo criminal. Debe
tenerse presente que, excepcionalmente, el legislador autoriza ciertos juegos de
azar, principalmente con finalidades benéficas o con objetivos sociales,
mediante la dictación de una ley especial (por ejemplo, la Lotería de
Concepción, la Polla Chilena de Beneficencia, los casinos, etc.). La norma
prohíbe también la venta de cierta clase de libros, láminas y estatuas obscenas,
por razones de moralidad pública.
c) Y generalmente, en todo contrato prohibido por las leyes: El art. 1.466 CC parte
final agrega que hay objeto ilícito en todo contrato prohibido por las leyes,
confirmándose aquí lo dispuesto en el art. 10 CC (ver por ejemplo, arts. 1.797 y
2.397 inc. 2° CC).
El primer problema que se plantea es qué debe entenderse por enajenación, dado
que el término puede ser definido de dos formas:
34
b) En sentido restringido, consiste en el acto por el cual el titular
transfiere su derecho a otra persona. En este caso el acto hace salir
de un patrimonio un derecho ya existente, para que pase a formar
parte de otro patrimonio. Entonces, sólo se enajena cuando se
transfiere un derecho.
Por una parte, se ha entendido que la palabra está tomada en sentido restringido,
pues en algunas disposiciones el Código distingue entre enajenación y gravamen. Por
ejemplo, el art. 254 CC señala que “no se podrán enajenar ni gravar”, insinuando que la
enajenación no comprende los gravámenes (como lo son la prenda y la hipoteca), lo mismo
sucede en el art. 393 CC (ver también art. 1.135 CC). Por otra, que la expresión ha sido
tomada en sentido amplio, fundando la opinión en que los arts. 2.387 y 2.414 CC igualan la
enajenación a la constitución de ciertos gravámenes (a efectos de la capacidad necesaria), a
lo que se agrega que una nota de Bello equipararía a la hipoteca a una enajenación, y que en
caso contrario se haría ilusorio el derecho de los acreedores, dejando la disposición casi
carente de sentido.
Caso de la adjudicación:
Puede ser que una cosa pertenezca a más de una persona, caso en el cual se está
frente a una comunidad (sobre esto se profundizará al tratar los derechos reales). Ahora,
una de las formas de poner fin a la comunidad, es la partición, que en términos generales es
el reparto que se hace de la cosa común entre los comuneros, en proporción a sus cuotas. Y
el acto por el cual el derecho que cada comunero tenía en la totalidad de la cosa, o del
conjunto de cosas, se singulariza o determina en forma exclusiva con respecto a un bien, se
llama adjudicación. En nuestro Código, la adjudicación no importa enajenación, pues su
efecto es simplemente declarativo, y no traslaticio (arts. 718, 1.344, 2.417 CC). En
consecuencia, la sola adjudicación de alguno de los bienes señalados en el art. 1.464 CC
no adolece de objeto ilícito, pues no hay enajenación (se debe cuidar que este efecto
declarativo es sólo cuando la cosa se la adjudica uno de los comuneros, no cuando se le
adjudica a un tercero extraño a la comunidad, dado que en este caso sí tiene efecto
traslaticio [lo que sucedería es que se emplearía impropiamente el término adjudicación]).
El problema de la compraventa:
Del concepto legal de compraventa (art. 1.793 CC) se desprende que la venta no es
enajenación, dado que el solo contrato no transfiere el dominio de la cosa, ni constituye
sobre ella un derecho real que limite el derecho de su propietario, sino que sólo crea la
obligación de transferir el dominio de la cosa (recordar aquí, que en nuestro ordenamiento
los contratos tienen sólo efecto personal, y no real).
35
En este escenario, el contrato de compraventa es el título, esto es, el antecedente que
autoriza a efectuar la transferencia del derecho mediante el correspondiente modo de
adquirir (tradición, sobre esto se tratará al estudiar los derechos reales), configurándose así
una dualidad título-modo. En el caso de la compraventa de inmuebles, por ejemplo, el
contrato de compraventa por escritura pública será el título, y la inscripción en el Registro
de Propiedad del Conservador de Bienes Raíces respectivo, el modo de adquirir, que en este
caso es la tradición. La enajenación se produce con este segundo acto, y no con el primero.
Así las cosas, y considerando sólo lo dispuesto en el art. 1.464 CC, un contrato de
compraventa sobre una cosa que se encuentre en una de las situaciones contempladas en el
número 3 ó 4, no debiera adolecer de objeto ilícito, simplemente porque el solo contrato no
constituye enajenación.
b) Don Eugenio Velasco Letelier consideraba que el art. 1.464 CC en sus números
3° y 4° no es una norma prohibitiva, sino que imperativa, dado que permite la enajenación
de las cosas ahí señaladas, bajo ciertas condiciones (recordar que las normas prohibitivas
impiden la celebración de un acto jurídico bajo toda circunstancia). Lo que los números 3°
y 4° harían es ordenar el cumplimiento de ciertos requisitos para que la enajenación sea
válida. En consecuencia, siendo a su juicio una norma imperativa, la enajenación de las
cosas ahí señaladas no estaría prohibida, por lo que no sería aplicable el art. 1.810 CC y
la compraventa sería perfectamente válida (esto, obviamente, sólo respecto a los números
3° y 4°, dado que respecto a los dos primeros números la norma sería claramente
prohibitiva).
c) Otra tesis al respecto, expuesta por don Esteban Sandalio Iturra, considera que la
venta de alguna de las cosas enumeradas en el art. 1.464 CC no adolece de objeto ilícito, en
consideración a que el art. 1.810 CC exige que la enajenación no esté “prohibida por ley”,
refiriéndose a leyes especiales, dictadas para ciertos supuestos fácticos específicos. Y el
art. 1.464 CC sería una norma general, no especial. Concluye esta posición señalando que si
el objetivo hubiese sido incluir normas generales, la redacción habría sido “por la ley”.5
4
Los otros se descartan por lo señalado anteriormente a propósito de las ventas forzadas, ya que no son
vendibles.
5
Situación similar a la de la compraventa se produce en el caso del contrato de hipoteca, que se constituye
por escritura pública inscrita en el Registro de Hipotecas y Gravámenes del Conservador de Bienes Raíces
respectivo. En este caso, según algunos tampoco habría enajenación con el solo otorgamiento de la escritura,
lo que se discute por la especial naturaleza del contrato de hipoteca y de sus formalidades (el rol que juega la
inscripción es discutido), señalándose por otros que habría en el solo otorgamiento del contrato (antes de la
36
El problema de la promesa de venta:
Otros contratos:
inscripción, desde luego), un “principio de enajenación”, lo que lo haría adolecer de objeto ilícito, aún antes
de su inscripción (ver arts. 2.409 y 2.410 CC).
37
N°1: Las cosas que no están en el comercio:
Debe tenerse en cuenta que este número, al señalar las cosas incomerciables, viene a
reiterar la exigencia establecida en el art. 1.461 CC que condiciona la comerciabilidad de la
cosa, para ser objeto de un acto jurídico. Una interpretación posible es que prime el art.
1.461 CC, y si la cosa es incomerciable, el acto carecerá de objeto y en consecuencia será
inexistente. En realidad, se trata de un error de técnica jurídica, que no tiene mayor
trascendencia: como la doctrina mayoritaria no acepta la inexistencia como una sanción a
los actos jurídicos celebrados con omisión a alguno de sus requisitos de existencia, la
sanción para la omisión de la falta de objeto sería la nulidad absoluta, que es la misma que
para el objeto ilícito (vale decir, aplicando el art. 1.461 CC o el art. 1.464 N°1 el resultado
final debiera ser el mismo: la nulidad absoluta).
N°3: De las cosas embargadas por decreto judicial, a menos que el juez lo autorice o
el acreedor consienta en ello:
El primer problema que presenta este número, es relativo a la extensión que se debe
dar al término embargo, que no se encuentra definido por el legislador. En forma previa, se
debe tener presente que el embargo es una actuación propia del juicio ejecutivo. El juicio
ejecutivo es un procedimiento contencioso destinado a obtener el cumplimiento forzado de
una obligación, cuando ella consta fehacientemente en un título ejecutivo, y que el deudor
no ha querido cumplir voluntariamente (se encuentra regulado en los arts. 434 y sgtes. del
Código de Procedimiento Civil [CPC]). Dentro de este juicio se comprenden dos partes:
una, que es el procedimiento ejecutivo propiamente tal, que contiene la demanda y la
defensa del ejecutado (si la hay), y que termina en su caso con la sentencia; y la otra, que se
llama procedimiento de apremio. En esta, la primera actuación que se realiza es el
requerimiento de pago al deudor, seguido del embargo de bienes del deudor, para el caso en
que no haya pagado en el acto. Como la finalidad del juicio ejecutivo es la de obtener el
cumplimiento forzado de una obligación, el juez ordena que se tomen bienes del deudor y
se le prive sobre ellos de algunas facultades inherentes al dominio, para así asegurar el
resultado del juicio. Posteriormente, se procederá a la venta de los bienes en remate
público, para pagar la deuda con el producto de la venta.
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En un sentido estrictamente técnico, embargo es la actuación judicial que practica
un ministro de fe, previa orden judicial, que consiste en tomar bienes del deudor
poniéndolos en poder de un depositario, para asegurar con ellos el pago de la deuda. Y en
un sentido amplio, incluiría además del embargo en el juicio ejecutivo, a otras medidas
decretadas por orden judicial, que embarazan el poder de disposición de un sujeto sobre la
cosa. Según la doctrina mayoritaria, el art. 1.464 N°3 CC se refiere a embargo en sentido
amplio. Al referirse a cosas “embargadas”, no solamente se refiere a las cosas embargadas
en el juicio ejecutivo, sino que también a cosas sujetas a otras medidas decretadas en un
juicio por el Tribunal, que no son técnicamente embargos. Así, quedan comprendidas
dentro del término embargo, el embargo propiamente tal; y otras instituciones que también
persiguen asegurar el resultado del juicio, tales como medidas precautorias de prohibición
de enajenar y gravar bienes, de secuestro, de retención y de prohibición judicial de celebrar
actos y contratos. En este orden, cada vez que una cosa quede, por orden judicial, en
resguardo del cumplimiento de una obligación o del resultado del juicio, se entiende
“embargada” para los efectos de la norma en análisis.
Desde qué momento debe entenderse que una cosa se encuentra embargada:
Para dilucidar esta interrogante, hay que distinguir previamente entre las partes
litigantes en el juicio en el que se ha decretado la medida, y los terceros ajenos al juicio.
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-Si el embargo o la medida recae sobre muebles, existe respecto de
terceros sólo desde el momento en que han tenido conocimiento del
mismo.
Otros entienden que la ley no realiza distinción alguna, por lo que se debiera aplicar
el art. 1.464 N°3 CC a las enajenaciones forzadas, defendiéndose que esta interpretación es
la más acorde con los fines que persigue la ley, que es proteger al máximo los intereses de
los acreedores.
El art. 1.464 N°3 CC establece dos formas para enajenar válidamente una cosa
embargada:
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N°4: De especies cuya propiedad se litiga, sin permiso del juez que conoce en el
litigio:
En consecuencia, siendo necesario que el juez decrete prohibición para que las cosas
litigiosas se consideren comprendidas en este número 4, y considerando el alcance que se le
ha dado al término embargo por la doctrina y la jurisprudencia (en el sentido de que en él se
comprenden las cosas sobre las cuales pesa prohibición de gravar y enajenar), puede decirse
que este número sería redundante. Concurriendo los requisitos de la prohibición judicial, el
art. 1.464 N°3 es suficiente (las cosas cuya propiedad se litiga se ven protegidas también
por el número anterior, atendidas las exigencias que se imponen en el CPC para este
número).
Pueden enajenarse válidamente cuando el juez que conoce del litigio, lo autoriza. Es
importante considerar aquí también, que la autorización debe ser anterior, y no posterior.
En virtud de lo dispuesto en el art. 1.682 CC, la sanción para los actos que adolecen
de objeto ilícito, es la nulidad absoluta.
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1.- Son elementos accidentales de los actos jurídicos: pueden o no encontrarse
incorporados al acto jurídico, sin que afecten su validez o existencia. Si se encuentran, es
porque las partes expresamente los incluyeron (ver art. 1.444 CC). En todo caso, una vez
incorporados, pasan a ser parte integrante del acto, e influyen en su eficacia.
2.- Son de carácter excepcional, ya que la regla general es que los actos sean puros y
simples (vale decir, que produzcan sus efectos inmediatamente y para siempre).
4.- No son propiamente elementos de formación del negocio, sino que son parte de
los requisitos voluntarios de eficacia del acto jurídico. No se trata de requisitos de
existencia o validez, dado que sólo dicen relación con los efectos del acto, alterando lo que
naturalmente dispone el legislador.
I.- La condición:
El art. 1.473 CC, señala que la condición es un acontecimiento futuro que puede
suceder o no. En doctrina, se la define tradicionalmente como el hecho futuro e incierto del
cual depende el nacimiento o la extinción de un derecho (lo que queda sujeto a
incertidumbre es la eficacia del acto, dado que éste existe desde que concurren los
requisitos de existencia, y válidamente, desde que concurren los de validez).
Sus elementos son dos, que el hecho sea futuro, y que sea incierto. Que sea futuro,
significa que debe ocurrir en el tiempo que está por venir, después de celebrado el acto
condicional. No habrá condición entonces, si el hecho es presente o pasado, aunque las
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partes no estén seguras respecto a su ocurrencia (si existe o ha existido, el acto es puro y
simple, ya que la condición se mira como no escrita, y si no ha existido, el acto no valdrá).
Que sea incierto, significa que se trata de un acontecimiento que puede suceder o
no. Esta es lo que diferencia a la condición del plazo, dado que el plazo siempre va a
suceder (por eso, la muerte de una persona, no es una condición [sino un plazo], salvo que
se le agregue otra circunstancia, como por ejemplo, si tal persona muere antes o después de
tal año, o de cumplir una determinada edad).
Las condiciones pueden ser clasificadas desde diferentes puntos de vista (positivas y
negativas; posibles e imposibles; potestativas, causales y mixtas; determinadas e
indeterminadas; etc.), pero ahora sólo se señalará que las condiciones pueden ser,
atendiendo a los efectos que producen, suspensivas y resolutorias (art. 1.479 CC). La
condición suspensiva, es el hecho futuro e incierto del cual depende el nacimiento de un
derecho (el acto existe antes que la condición se cumpla, pero sus efectos permanecen en
suspenso, pues el derecho y la obligación que emanan del mismo, no nacen). Y por el
contrario, la condición resolutoria es el hecho futuro e incierto, del cual depende la
extinción de un derecho (aquí el acto existe y produce todos sus efectos, pero éstos quedan
sujetos a la incertidumbre de que, en caso de cumplirse la condición, se extinguirán).
En este orden, para analizar los efectos de las condiciones, se debe atender al estado
en que se encuentra, según sea suspensiva o resolutoria.
II.- El plazo:
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El art. 1.494 CC define al plazo como la época que se fija para el cumplimiento de
una obligación. La doctrina ha perfeccionado lo anterior, definiendo al plazo como el hecho
futuro y cierto, del cual depende el ejercicio o la extinción de un derecho. Nótese que
además de ser un hecho “cierto”, se diferencia de la condición en el sentido de que el plazo
no sujeta el nacimiento del derecho, sino que sólo su ejercicio (el derecho nace igual con el
acto jurídico sujeto a plazo, sólo que se paraliza su ejercicio).
Las principales características del plazo son que consiste en un hecho futuro, al
igual que la condición, y que es un hecho cierto, vale decir, que inevitablemente va a
suceder.
Al igual que las condiciones, hay diferentes criterios para clasificarlos (expresos y
tácitos; determinados e indeterminados; convencionales, legales y judiciales; etc.), pero
sólo se estudiará brevemente en esta oportunidad, la que los distingue entre plazos
suspensivos y extintivos.
b) Efectos del plazo extintivo: Pone fin a los efectos del acto jurídico, es
decir, extingue el derecho. Limita la prolongación de los efectos que
nacen del acto jurídico, pero no anula sus efectos en cuanto al pasado.
III.- El modo:
La regla aquí, es que los actos jurídicos sólo producen efectos entre las partes que
concurren a su formación, y que no aprovechan ni perjudican a las personas que no
concurrieron a generarlos. Esto es completamente lógico, puesto que son las partes las que
determinan el contenido y efectos del acto. Ahora, lo anterior requiere ciertas precisiones,
para lo cual es necesario precisar qué se entiende por parte, y por tercero.
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Partes: Son las personas que personalmente o representadas, concurren a la formación del
acto jurídico con su voluntad. Como representa un solo centro de interés, cada parte puede
ser una o más personas (si el acto jurídico es unilateral, ocasionalmente se le llama autor).
Respecto a las partes, el acto jurídico produce todos sus efectos (art. 1.545 CC). Debe
cuidarse que las partes son quienes generan el acto con su voluntad, ya que al acto pueden
concurrir también otras personas, que no necesariamente serán partes (por ejemplo, el
notario, los testigos, etc.).
Terceros: Son todas las personas que no han participado, ni han sido válidamente
representadas en la generación del acto. Pueden ser:
Excepción: Hay casos en que los efectos de los actos alcanzan a terceros absolutos,
es lo que sucede en ciertos actos de familia.
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