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FOTO: CELESTE LEEUWENBURG.

 L’OFFICIEL ARTE

MAS DELIA QUE NUNCA

Su muestra Reina de corazones reúne moda, pintura, diseño y referencias pop.
El universo de esta artista de los 60, que sigue creando sin parar.

Por FERNANDO GARCIA

D
el ia Cancela contes-
ta el WhatsApp que le
dejé para saludarla por
su cumpleaños con un
mensaje de audio. Dice
que tiene una frase que
me va a gustar: “Es un
día más para ustedes,
pero un año más para mí. Drama. La vida es
cruel”. Tiene una voz chiquita y quebradiza
como de niña eterna, que se vuelve aún más
imperceptible cuando, parapetada en la cálida cocina de su casa/taller, se siente más confiada
–acaso– y libera historias que antes, en la coreo
formal de la entrevista, no terminaba de soltar.
Como que tuvo un tira y afloje con el nombre
de la muestra. Quizá por ser la primera vez que
pondrá en escena una obra largamente espera-
da debido a que la institución arte no lograba
entender cómo moda, pintura, cultura pop y
diseño podían formar parte de lo mismo.
La muestra producida por el Mamba se llama-
rá Reina de Corazones 1962-2018 y será ciento por
ciento Delia. Desde unas mujercitas que empezó
a dibujar a los nueve años siguiendo a las que

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aparecían en la revista Para Ti hasta una pintura-vestido
que se escapa del lienzo y desciende hacia el piso de par-
quet como un derrumbe de tela. Es el recorrido de una
artista capaz de transitar de la vanguardia pop de los 60 a
la de la moda europea en los 70 y 80. Destaca la síntesis
de su arte, un diseño textil encumbrado a la categoría de
original aurático en ese gesto de hacerlo pintura.
“¿Era pop yo?”, pregunta Delia que suele pasar del
rol de entrevistada a entrevistadora. Pero en este caso es
casi una broma. Su obra fue pedida para las dos mayores
muestras de arte pop internacional de los últimos años,
la Tate Modern de Londres y el Walker Art Center de
Minneapolis. “Vinieron y nos dijeron que lo que hacía-
mos era arte pop, pero para nosotros no tenía ningún
nombre”, insiste en relación al trabajo a dúo con su pa-
reja de entonces, Pablo Mesejean, a quien conoció en la
escuela Pueyrredón de Bellas Artes.
Ahora vemos en su computadora fotos de la primera
muestra que hicieron juntos. “Love&Life”, en la galería
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Lirolay. Delia llevaba el pelo apenas largo con flequillo
como Juliette Gréco, una cantante francesa asociada a
la nouvelle vague que descubrió en el Shangri-La de los
cinéfilos de los años 60: el Lorraine. Pablo estaba de
traje. Todavía no habían explotado como una pareja
ícono que llevaba al arte visual lo que otras a la música
pop como Sonny & Cher y Nancy Sinatra & Lee. Delia
era de Belgrano; Pablo, del Bajo Flores. Los padres de
Delia eran un distribuidor de revistas y un ama de casa,
amantes de la música y el cine; los de Pablo eran armenios,
trabajaban el cuero. Delia cuenta que a Pablo le hubiera
gustado ser bailarín pero que en su familia eso era im-
pensable. Parece que estuviera contando la historia de
FOTOS: DERECHOS RESERVADOS
la película Billy Elliot. “¡No sabés cómo pensé en Pablo
cuando la vi!”, dice entrecerrando las manos. Después,
en la cocina, terminará el cuento.
Pablo cumplió su sueño en París poco antes de que el
HIV le arrancara la vida en 1986. “Los 80 fueron años
difíciles para nosotros. Se volvió al culto del cuerpo y
 En 1967, en el Di Tella, Delia y su pareja, Pablo Mesejean,
presentaron el primer desfile de moda que se hizo en una
institución de arte. Era un anticipo del futuro.
Poco tiempo después estarían en Londres y sus diseños llegarían
a la tapa de la Vogue inglesa.

todo el mundo empezó a estar preocupado por la plata.
Nosotros éramos muy románticos, teníamos otras preo-
cupaciones. Eramos artistas”.
SIEMPRE JOVEN
En un encuentro en la sede Victoria Ocampo del Fondo
Nacional de las Artes, Delia compartió mesa con Marta
Minujín, Alfredo Arias y Juan Stoppani, que colgaba
sus obras de geometría pop en esa sala. Minujín tomó el
micrófono para preguntarle a Delia por qué había vuelto
de París. Pero Delia no cree haber vuelto porque tampoco
cree haberse ido del todo de Buenos Aires. Es el sol del
sur lo que la hace tener un pie acá, entre nosotros.
En los 60 ella junto a Mesejean y Arias y Stoppani eran la
avanzada del estilo mod en la manzana loca. “Los demás esta-
ban muy en la onda norteamericana. En cambio, a nosotros
nos atraía más lo francés y nos vestíamos como los ingleses”.
Vemos con Delia las fotos del elenco de Drácula. Hoy mis-
mo, 52 años después, el vestuario sigue siendo freak, inaudito.
Lo mismo pasa cuando repasamos su trabajo con Marilú
Marini en Dans Bouquet, un show de danza atravesado por el
happening. Pero Delia no siente que fuera la vestuarista del Di
Tella. “Eramos un grupo que pensaba todo al mismo tiempo,
no había divisiones”. También en el Di Tella, Delia y Pablo
presentaron el primer desfile de moda que se hizo en una
institución de arte. Era un anticipo del futuro. Poco tiempo
después estarían en Londres y sus diseños llegarían a la tapa de
Vogue. En una biblioteca donde Delia tiene catálogos de sus
muestras hay una Vogue inglesa donde están juntos. Es una foto
hermosa que capta la vibración de la pareja en la vida y el arte.
Delia tiene una hija, que no es de Pablo, y se llama
Celeste. Vive en París y sacó retratos espléndidos de su
madre. Ella no podía quedar embarazada y en uno de sus
viajes acudió al Padre Mario. “Hay seres con energía; en
eso creo”, dice. Ella, la mujer de pelo naranja rockstar, es
también uno de esos seres. For ever young, como decía la
canción, aunque haya pasado otro año en su vida desde
1940. Un día más para el resto. n

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