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Había una vez un elefante pequeño que siempre se escapaba de sus padres. Salían a pasear y
siempre, siempre, salía corrriendo por delante de sus padres sin mirar atrás, sin vigilar si cruzaba
un río, subía una montaña o se adentraba en el bosque.
Mamá Elefante y Papá Elefante siempre lo reñían y le decían que no tenía que hacerlo porque se
podía perder si se iba demasiado lejos. Pero el pequeño elefante no les hacía caso ni les
escuchaba. Era feliz, no tenía miedo y corría y corría sin parar por todos lados.
Un día salieron a pasear, como hacían cada día desde que Orejitas nació. Hacía un poco de frío y
parecía que iba a llover. Estaban pasando cerca de unos almendros cuando Orejitas salió como
una flecha detrás de una mariposa, corriendo como un loco sin parar.
De golpe, sus padres se dieron cuenta de que no lo veían, y empezaron a llamarle una y otra vez…
Pero Orejitas no respondía. Sus padres se asustaron mucho y decidieron separarse para buscarlo
en distintos lugares.
Y, de golpe… Empezó a llover. El día se volvió gris… Mamá Elefante ya no tenía voz, se había
quedado afónica de tanto llamar a su pequeño elefante.
Pero como lloraba tan fuerte no escuchó a la vaca. La vaca Oaca fue siguiendo el llanto hasta que
lo encontró sentado encima de una piedra.
-¡Qué alegría, Orejitas! Por fin te he encontrado. Acompáñame, que te llevaré a casa. Tus padres
están muy preocupados.
Y así fue como la vaca Paca llevó de vuelta al pequeño Orejitas a su casa.
Al verlo, sus padres se pusieron a saltar y bailar de alegría y Orejitas les prometió que nunca jamás
se volvería a escapar y que siempre iría a su lado. Y con su trompa cogió la cola de su madre y ya
no se volvió a escapar nunca más cuando salían a pasear.