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LA TRAYECTORIA DEL
MORFOLOGISMO EN ITALIA Y FRANCIA
Victoriano Sainz Gutiérrez
Universidad de Sevilla
Hoy ya no resulta difícil admitir que en la década de los 60 del siglo pasado sehizo Patente
la crisis de los fundamentos de toda una cultura, la denominada “culturamoderna”.
Ciertamente, esa crisis no sobrevino de la noche a la mañana, pero los
évé-nements
de mayo de 1968 la sacaron a la luz de un modo que en aquellos
momentos pudo resultar sorpresivo para algunos; sin embargo,
lo que esos sucesos manifestaba nera un profundo malestar en la cultura, un malestar que se
había venido larvando desde varias décadas antes.
Es más, como ya había sido señalado por ilustres representantes dela Escuela de Francfort al
acabar la II Guerra Mundial, en la raíz de cuanto sucedió en-tonces se encontraban las
contradicciones de una cultura que distaba de ser tan firme,segura y progresiva como había
parecido a sus más fervientes partidarios.La modernidad había tendido a presentarse como
un proyecto cultural capaz dearticular un discurso omniabarcante, coherente y unitario. En
el ámbito de la arquitectu-ra y la ciudad es particularmente claro que, a partir de la segunda
mitad de los años 20,los “maestros” del Movimiento Moderno se esforzaron por dar, en
palabras de Walter Gropius, una verdadera «batalla por la unidad». De algún modo es
posible considerar laWeissenhofsiedlung de Stuttgart, construida para la muestra del
Werkbund de 1927 conla participación de buena parte de los arquitectos que ya entonces
habían alcanzado unreconocimiento internacional, como el primer manifiesto urbano de la
nueva arquitectu-ra. Al año siguiente, la fundación de los Congresos Internacionales de
Arquitectura Mo-derna (CIAM) marcaría el comienzo de la ardua y compleja tarea de
llegar a una siste-matización teórica común, a través de la definición de aquel conjunto de
principios quevan de la
Declaración
de La Sarraz (1928) a la
Carta
de Atenas (1933).En ese contexto, no tardarían en llegar también los primeros intentos de
construir la trama narrativa de una historia –la del Movimiento Moderno– que pronto fue
presen-tada como canónica. Con diferentes acentos, los libros de Pevsner, Richards y
Giedionconsagraron a nivel internacional el que habría de convertirse en el
grand récit
de unamodernidad arquitectónico-urbanística que, desde una neta visión teleológica, venía a
mostrar el racionalismo de cuño funcionalista como despliegue necesario del
Zeitgeist
.Como ha apuntado Gravagnuolo, «este esquema interpretativo, vagamente
“vasariano”,será de nuevo propuesto en diversas ocasiones, aunque con alguna variación
temática, por las
historias
del “movimiento moderno” hasta convertirse en un lugar común»
1
.Pero no mucho después, en la inmediata posguerra, cuando parecía llegado elmomento de
empezar a vivir en todos los países del mundo aquella «estupenda aventu-ra» de la que
había hablado Le Corbusier en el IV CIAM –refiriéndose a la aplicaciónde unos principios
que, por lo demás, sólo llegarían a ser realmente hegemónicos allídonde fueron suscritos
desde las instancias del poder–, comenzaron a escucharse, en elseno de los propios CIAM,
las primeras voces que reclamaban una profunda revisión delos bases mismas
del funcionalismo: tímidamente en el Congreso de Bridgewater (1947)y de una manera ya
abiertamente polémica en el de Aix-en-Provence (1953); la disolu-ción de los CIAM era
sólo cuestión de tiempo. Y es que la II Guerra Mundial había su- puesto una
profunda modificación del marco de referencia del proyecto moderno, que seharía patente
en el transcurso de los años 50.
1.
ron alcanzar sólidas bases metodológicas y científicas. Originados a partir de cultas lec-
turas de geografía urbana, sociología e historia económica, acabaron con excesiva rapi-dez
en síntesis poéticas sin posibilidad de desarrollo disciplinar, con la consiguientedecadencia
de su mismo significado. Este
destino bloqueado
bajo la apariencia de la proyectación estaba por lo demás implícito en las premisas»
. No fue el de la
Tendenza
, sin embargo, el único modo de afrontar la cuestión dela morfología urbana en la cultura
italiana de los años 60. Cabe citar, además de la co-rriente disciplinar que desarrolló los
estudios morfo-tipológicos en estricta continuidadcon las premisas intelectuales de
Muratori
, al menos otra aproximación diferente, cu-yo origen es particularmente próximo al de los
arquitectos de la
Tendenza
; me refiero alas propuestas de Vittorio Gregotti y su grupo. Los tres puntos de vista tienen
en comúnuna clara voluntad de buscar una vía de salida a la crisis moderna y el deseo de
hacerlo partiendo de la consideración de la ciudad como realidad física, la cual puede por
tantoser descrita y clasificada en términos de “forma”; difieren, en cambio, en su modo
derelacionar esa investigación en torno a los hechos urbanos con el proyecto, es
decir,conjugan con diferentes acentos y desde matrices teóricas diversas la relación entre
teo-ría de la ciudad, teoría de la arquitectura y teoría del proyecto. En cierta medida, Gre-
gotti compartía con Rossi unas raíces comunes, por cuanto ambos habían recibido una parte
muy importante de su formación en la redacción de la
Casabella
rogersiana: «Al-rededor de la revista –ha escrito Gregotti– se formó una generación de
arquitectos; unageneración con especiales características, que consideraba la crítica y la
historia comoinstrumentos de proyectación; que utilizaba directamente el razonamiento
teórico comorazonamiento de proyecto; que pensaba en la arquitectura como conocimiento,
rehusan-do separar teoría y realidad»
; y a esa generación pertenecían ambos.Ahora bien, aunque tuvieran intereses comunes, sus
referentes intelectuales erandiversos. Para Gregotti tuvo una importancia capital, junto al
estructuralismo, el pensa-miento fenomenológico, particularmente en la versión de Maurice
Merleau-Ponty y deEnzo Paci. Desde esas claves articularía su investigación en torno a
las nociones de am- biente y de paisaje, y ello no para disolver la arquitectura en la idea
de ambiente, sinomás bien para privilegiar el concepto de relación sobre el de lenguaje.
Introduciendo lanoción de paisaje antropo-geográfico, Gregotti encontraría un camino que
le permitíaarticular una
via di mezzo
entre el discurso sobre la “nueva dimensión” y la pretensiónde la autonomía de la
arquitectura sostenida por la
Tendenza
. Retomando la definiciónmorrisiana de arquitectura, centró su atención en
las transformaciones de la totalidad delambiente físico, para afirmar la necesidad de una
descripción de la forma del territorio;sería ésta una cuestión central en su libro
Il territorio dell’architettura
, aparecido tam- bién en 1966, el mismo año en que Rossi publicara el suyo. Allí decía
Gregotti que
su propósito era «investigar acerca de la fundación de una tecnología formal del paisajeantr
opo-geográfico desde el punto de vista arquitectónico. Es decir, ver qué problemasse
plantean en primer lugar por el hecho de considerar nuestro trabajo de arquitectoscomo
trabajo sobre conjuntos ambientales a todas las escalas dimensionales»
.Es justamente la conciencia de las transformaciones territoriales que se
avecina- ban, puestas de relieve por los problemas de la “nueva dimensión”, lo que invitaría
a
Entre los numerosos discípulos de Muratori merece destacarse Gianfranco Caniggia,
cuyasobras revisten particular interés; cfr. C
Gregotti a plantearse el papel del arquitecto en la formalización de esos procesos,
que presentaban una componente de organización espacial extraordinariamente relevante.L
a cuestión viene apuntada ya de un modo neto en el libro citado, donde se lee: «El
con- junto de los fenómenos de aceleración y expansión de las modificaciones del ambiente
atodas las escalas –y, en particular, la geográfica– ha hecho que los arquitectos se
veanobligados a elaborar instrumentos de proyectación en gran medida ignorados hasta
elmomento. Éstos se ven a menudo forzados a recurrir a la ayuda de otras disciplinas parala
formalización significativa de las transformaciones territoriales, cuyos efectos noestán
capacitados para controlar ni mucho menos para provocarlos. A esta expansiónespacial y
aceleración temporal de los procesos no corresponde, hasta el momento, unaadecuada y
específica instrumentación a nivel formal de las técnicas de estructuración eintervención a
gran escala, a no ser por cambio y amplificación»
. En cualquier caso yfrente a los numerosos cantos de sirenas que en la primera mitad de los
años 60 instabanal arquitecto a suscribir una incierta interdisciplinariedad, Gregotti
apostará por unamatizada posición que ha mantenido en las décadas siguientes.El punto de
vista de Gregotti será siempre el de la arquitectura como disciplina,y como arquitecto se
enfrenta a la forma del territorio entendida como instancia de mo-dificabilidad integral del
ambiente. De ahí que se ocupe de la ciudad, como él mismoseñala, «desde un punto de
vista bastante particular y limitado: el de la forma de la ciu-dad en cuanto representa un
caso particular del problema de la figura del territorio»
. No le han interesado, pues, todos aquellos estudios urbanos que pretendían fundamentar el
proyecto en “la ciudad como principio”, sino que, desde una vertiente diversa, busca-rá
privilegiar el denominado
principio insediativo
como acto fundacional de cada inter-vención sobre el territorio. Es por eso que, como ha
escrito Sergio Crotti, «la geografíadel ambiente gregottiana se condensa en la forma del
territorio, que marca una sensibledistancia respecto de las teorías sobre los aspectos
formales de la ciudad entonces vi-gentes.
También la tradición del Landscape se aleja del horizonte privilegiado de
una proyectación ya implicada en la dinámica morfológica del territorio, donde parece fi-
nalmente residir la nueva respuesta a la historicidad de la relación entre
arquitectura,ambiente y naturaleza. Este tránsito conceptual está profundamente impreso en
los ex- perimentos de estructuración de la arquitectura a gran escala, donde el paso de un
estadode naturaleza a un estado de cultura, en amplias y consolidadas regiones del espacio,
esllevado a cabo por Gregotti de acuerdo con el
principio insediativo
: éste no presuponemodelos repetibles, sino que contiene el núcleo racional de un orden
dispositivo y, por tanto, admite una
regularitas
institutiva del lugar dentro del contexto»
.La voluntad de enraizarse en la reflexión teórica como presupuesto irrenunciablede
cualquier intervención proyectual y, a la vez, el convencimiento de que la verdadespecífica
del proyecto se encuentra en el “sitio”, han caracterizado toda la investiga-ción gregottiana.
De ahí que sus proyectos, sin renunciar a insertarse en la continuidadde la historia, rechacen
cualquier tipo de mimetismo del lugar o del pasado, desdeñenconvertirse en fragmentos
aislados y autosuficientes, omitan cualquier empleo reduc-cionista del análisis morfológico;
de ahí que aspiren a hacer inteligible el contexto urba-no y territorial en el que se sitúan y le
ofrezcan una posibilidad para ser de otro modo;de ahí, en suma, el interés que, desde el
punto de vista urbanístico, sus propuestas hanllegado a tener para la historia que aquí
deseamos contar, por cuanto pueden significar
una contribución a la definición de una forma del plan en la que las relaciones
entrearquitectura y urbanismo resultan absolutamente centrales. Por todos estos motivos,
enel actual contexto de crisis de la racionalidad –de un cierto tipo de racionalidad, al me-
nos–, el discurso de Gregotti aparece inesperadamente como una sugerente posibilidad para
hacer frente dicha crisis, abriendo a la morfología nuevos caminos para la revisióncrítica e
incluso para la refundación “científica” de dicho concepto.
prácticas en el interior de esa relación. Desde esta perspectiva, pretendían comprender
larelación entre la morfología y la tipología, entre la morfología y las modalidades de
usodel espacio, a través del proceso de transformación de la ciudad, prestando una particu-
lar atención a las modificaciones del parcelario, con objeto de poder plantear
solucionessignificantes para cada situación particular. Así, el trabajo del arquitecto es
concebidode forma renovada, recuperando la relevancia social de la que el profesionalismo
lehabía privado. La creación de nuevos tipos edificatorios a partir de los que la historia
yaha consagrado constituiría entonces la aportación del arquitecto a la creación de
un“nuevo” modelo urbano, que cabe relacionar con la futura “sociedad urbana”
postulada por Lefebvre; en este sentido preciso la “arquitectura urbana” podía ser definida
como«una utopía realista».«El trazado de una ciudad es obra del tiempo más que del
arquitecto»: estas pa-labras de Léonce Reynaud, citadas por Pierre Pinon al comienzo de su
libro sobre lacomposición urbana, enmarcan bien otro de los aspectos en que los franceses
han idomás lejos que los italianos. Su empeño por no desvincularse de un cierto enfoque
socio-lógico en su acercamiento a la ciudad les facilitó verla más como un proceso que
comoun objeto; de ahí su interés por situarse en el ámbito de la
longue durée
braudeliana. Suinsistencia en considerar el tiempo –y no sólo el espacio– como un factor
determinanteen la construcción de la ciudad les condujo a «repensar las técnicas de
parcelación comomedio para crear un cuadro inicial que permitirá a la vida urbana
desarrollarse y a laciudad existir»
. Ciertamente, ya en los trabajos de Scolari –o en los de Caniggia, aun-que con otra
orientación– se había señalado la importancia de estudiar los problemas relativos a las
modificaciones en la estructura de las parcelas catastrales, pero el signifi-cado asignado
ahora a esos estudios tiene otro calado. Como ha hecho notar Nigrelli, «sien Italia es la
ciudad en su conjunto la que viene leída de forma sincrónica para luego volver a recorrer
hacia atrás las etapas de su formación, en el estudio de las ciudadesfrancesas se individúa
cada operación parcelatoria, se la analiza en su realización cap-tando su evolución en el
tiempo en relación con el espacio y con la sociedad que la pro-ducen. Hay, pues, una
revisión menos moralista de la parcelación, que en Italia pareceser considerada casi
universalmente como una simple operación privada especulativasin intencionalidad
urbana».
En sus trabajos, Panerai y Mangin atribuyen a la parcela un papel de primer or-den como
elemento a través del cual vincular en una lectura única el edificio y el espa-cio público. La
atención y el énfasis puestos en la parcela les conducen a entender laconstrucción de la
ciudad no ya como suma de proyectos de partes de ciudad formal-mente completas,
acabadas y cerradas en sí mismas, sino como un juego en el que searticulan el trazado y la
parcelación, lo cual, a la vez que permite definir con claridad elespacio público, posibilita
la adaptación de los tejidos urbanos a futuros cambios, pro-ducidos con el transcurrir del
tiempo. El fraccionamiento de la propiedad del suelo apa-rece así como la condición de
posibilidad para la transformación de los tejidos y por esomismo se convierte en pieza
fundamental para plantear la ordenación urbanística de unmodo diferente a la simple
composición académica. A su juicio, por tanto, de la adecua-da distinción entre espacio
público y espacio parcelado dependerá «la capacidad de untejido para modificarse y
renovarse a través de operaciones de diferente tamaño sin de- jar de garantizar, de manera
continua en el tiempo, el buen funcionamiento del conjuntoy la compatibilidad de sus
estados sucesivos»
. El deseo de contribuir al proyecto de la
ciudad contemporánea les llevará también a ocuparse de las modificaciones producidasen la
relación de la parcela con la calle como consecuencia de la generalización del usodel
automóvil, prestando particular atención al aparcamiento, a los recorridos peatona-les, etc.,
es decir, a las posibilidades de uso del espacio.Pero el interés por las cuestiones relativas al
parcelario urbano no sería exclusivadel grupo de Panerai, como quedó de manifiesto en el
seminario celebrado sobre el temaen 1985 en Arc-en-Senans, con una importante
participación de franceses e italianos, enel cual se desarrolló una variada y heterogénea
reflexión que supuestamente intentaba poner al día el estado de la cuestión
. Otra aportación de interés realizada en el contex-to francés a partir del estudio del
parcelario es la de Pierre Pinon, que se remonta asi-mismo a comienzos de los años 70.
Como en el caso de Panerai, también Pinon insistiráen la relevancia del papel del tiempo en
la construcción ciudad; en consecuencia,
tam- poco para él la finalidad es diseñar una parte de ciudad a través del correspondiente pr
oyecto de arquitectura: «No se trata –afirma– de producir (o reproducir) una parte deciudad,
sino de desencadenar un proceso. Pensar la ciudad es sobre todo pensar el tiem- po, pensar
el proceso de elaboración progresiva de la ciudad, y luego poner por obra lascondiciones
para esa elaboración progresiva, es decir, en primer lugar una estructura territorial capaz de
absorber, de soportar las evoluciones. […] La composición urbana debe por lo tanto
desarrollarse en el tiempo y no sólo en el espacio».
. La composición urbana, entendida como instrumento operativo de intervención en la
ciudad, se presenta como el objetivo final de sus investigaciones. En la concepción de
Pinon, sin embargo ,la composición urbana tiene un carácter procesual, que la distingue
netamente del
art urbain
tradicional o de las propuestas contemporáneas de un Rob Krier, y la separa de la
composición arquitectónica .A partir del inicial estudio de las relaciones entre el parcelario
rústico y la forma del territorio agrario, los trabajos de Pinon se fueron centrando
progresivamente en el territorio urbanizado, hasta concluir que el parcelario es elemento
determinante para afrontar la cuestión de las condiciones de producción del tejido edificado
porque «influ-ye directamente en la morfología del espacio construido, con mayor razón
cuando éstedepende por completo del parcelario, es decir, en el ambiente urbano», donde la
in-fluencia de aquél llega a alcanzar la misma estructura constructiva, funcional y
espacialde la arquitectura; así, en continuidad con los italianos, subrayará que, aun cuando
parala ciudad del Movimiento