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OTRO MODO DE CONCEBIR EL URBANISMO.

LA TRAYECTORIA DEL
MORFOLOGISMO EN ITALIA Y FRANCIA
Victoriano Sainz Gutiérrez
Universidad de Sevilla

Hoy ya no resulta difícil admitir que en la década de los 60 del siglo pasado sehizo Patente
la crisis de los fundamentos de toda una cultura, la denominada “culturamoderna”.
Ciertamente, esa crisis no sobrevino de la noche a la mañana, pero los
évé-nements
de mayo de 1968 la sacaron a la luz de un modo que en aquellos
momentos pudo resultar sorpresivo para algunos; sin embargo,
lo que esos sucesos manifestaba nera un profundo malestar en la cultura, un malestar que se
había venido larvando desde varias décadas antes.

Es más, como ya había sido señalado por ilustres representantes dela Escuela de Francfort al
acabar la II Guerra Mundial, en la raíz de cuanto sucedió en-tonces se encontraban las
contradicciones de una cultura que distaba de ser tan firme,segura y progresiva como había
parecido a sus más fervientes partidarios.La modernidad había tendido a presentarse como
un proyecto cultural capaz dearticular un discurso omniabarcante, coherente y unitario. En
el ámbito de la arquitectu-ra y la ciudad es particularmente claro que, a partir de la segunda
mitad de los años 20,los “maestros” del Movimiento Moderno se esforzaron por dar, en
palabras de Walter Gropius, una verdadera «batalla por la unidad». De algún modo es
posible considerar laWeissenhofsiedlung de Stuttgart, construida para la muestra del
Werkbund de 1927 conla participación de buena parte de los arquitectos que ya entonces
habían alcanzado unreconocimiento internacional, como el primer manifiesto urbano de la
nueva arquitectu-ra. Al año siguiente, la fundación de los Congresos Internacionales de
Arquitectura Mo-derna (CIAM) marcaría el comienzo de la ardua y compleja tarea de
llegar a una siste-matización teórica común, a través de la definición de aquel conjunto de
principios quevan de la
Declaración
de La Sarraz (1928) a la
Carta
de Atenas (1933).En ese contexto, no tardarían en llegar también los primeros intentos de
construir la trama narrativa de una historia –la del Movimiento Moderno– que pronto fue
presen-tada como canónica. Con diferentes acentos, los libros de Pevsner, Richards y
Giedionconsagraron a nivel internacional el que habría de convertirse en el
grand récit
de unamodernidad arquitectónico-urbanística que, desde una neta visión teleológica, venía a
mostrar el racionalismo de cuño funcionalista como despliegue necesario del
Zeitgeist
.Como ha apuntado Gravagnuolo, «este esquema interpretativo, vagamente
“vasariano”,será de nuevo propuesto en diversas ocasiones, aunque con alguna variación
temática, por las
historias
del “movimiento moderno” hasta convertirse en un lugar común»
1
.Pero no mucho después, en la inmediata posguerra, cuando parecía llegado elmomento de
empezar a vivir en todos los países del mundo aquella «estupenda aventu-ra» de la que
había hablado Le Corbusier en el IV CIAM –refiriéndose a la aplicaciónde unos principios
que, por lo demás, sólo llegarían a ser realmente hegemónicos allídonde fueron suscritos
desde las instancias del poder–, comenzaron a escucharse, en elseno de los propios CIAM,
las primeras voces que reclamaban una profunda revisión delos bases mismas
del funcionalismo: tímidamente en el Congreso de Bridgewater (1947)y de una manera ya
abiertamente polémica en el de Aix-en-Provence (1953); la disolu-ción de los CIAM era
sólo cuestión de tiempo. Y es que la II Guerra Mundial había su- puesto una
profunda modificación del marco de referencia del proyecto moderno, que seharía patente
en el transcurso de los años 50.
1.

Hacia la superación del paradigma funcionalista en Italia.


Las primeras críticas al urbanismo funcionalista no pueden ser separadas delclima cultural
de la segunda posguerra, tan fuertemente influenciado por los presupues-tos del
pensamiento existencialista. Frente a la estandarización de la vida que había sido postulada
en el período de entreguerras, la década de los 50 iba a estar marcada por laidea de que, si
se quería construir una ciudad realmente más humana, con la que sushabitantes se sintieran
identificados, era necesario atender a las necesidades del hombreconcreto. La solución para
los problemas vitales de la ciudad moderna, provocados por la segregación de funciones
impuesta por el
zoning
, se situará entonces en la creación deun
core
, de un “corazón” donde la comunidad –ya fuera el barrio o la ciudad– pudieradesarrollar
una red de relaciones a través de las cuales articular la vida urbana
. De unmodo u otro es posible rastrear la presencia de esas ideas en los escritos y los
proyectosde los arquitectos vinculados al Team 10. El camino emprendido por los
Smithson, Ba-kema, Candilis o Van Eyck pretendió encontrar, dentro de una trayectoria
matizadamen-te continuista, una vía de relación más precisa entre la forma urbana y las
necesidadessocio-psicológicas de los habitantes de las ciudades, con el fin de restablecer
el contactocon los intereses de los usuarios y acabar con el desarraigo característico de las
ciudadesrígidamente organizadas según los principios de la Carta de Atenas.En medio de
este clima revisionista y frente a quienes proponían seguir apostan-do por las utopías
futuristas implícitas en los proyectos megaestructurales, pronto co-menzaron a hacerse oír
en el contexto italiano algunas voces que estimaban necesariorepensar el sentido de la
historia. Entre quienes, sin romper la continuidad con el “pro-yecto moderno”, reclamaron
la revisión del rechazo de la historia que hasta entonceshabía caracterizado al Movimiento
Moderno ocupa un lugar del todo particular
Ernesto Nathan Rogers. Este arquitecto milanés, miembro de los CIAM desde 1933 y direct
or de la revista
Casabella
, escribía en 1957 que «ha desaparecido el complejo de inferiori-dad hacia el pasado porque
ya no sentimos que debamos oponernos a él, sino más biencontinuarlo insertándonos en él
con toda la aportación de nuestra cultura»
. En ese
Ese estudio estaba planteado inicialmente en la más estricta tradición del positi-vismo;
desde el convencimiento, por tanto, de la plena capacidad de la razón –entendidaen sentido
ilustrado– para afrontar el conocimiento de la ciudad a través de la arquitec-tura. «Digamos
antes que nada –no dudaba en escribir Scolari en su presentación de lasinvestigaciones
desarrolladas por el grupo de Rossi en el Politécnico de Milán a finalesde los años 60–
que las técnicas del análisis urbano son las del
conocimiento científico
ydel
método experimental
, allí donde se quiere analizar la ciudad como lugar de las for-mas construidas y de la
experiencia humana. Creemos que el punto central de dichoanálisis reside en la dialéctica
que surge entre dos tipos de enfoque analítico: el
Análisis formal y el análisis histórico
. Esto significa sostener que la arquitectura posee su propiocarácter lógico y que es un
hecho racional analizable según categorías específicas, esdecir, que contiene una
perspectiva de lectura ahistórica; y, por otra parte, sostener quela comprensión más íntima
de su estructura pasa a través del reconocimiento de su rela-ción con los complejos
problemas de la realidad histórica, en sus aspectos económicos,sociales, políticos,
culturales. Reconocimiento sobre el que se pueden formular determi-nados juicios
sintéticos que tienen su origen en la acumulación ordenada del conoci-miento de dicha
realidad histórica»
. Me parece que este texto puede resultar suficien-temente expresivo del sentido en que los
arquitectos de la
Tendenza
empleaban el tér-mino “ciencia urbana” para referirse a sus estudios de análisis urbano. Al
asumir unenfoque como éste, resultaban netamente pertinentes todas aquellas operaciones
que soncaracterísticas del “método científico” –observación de los fenómenos,
clasificación,comparación–, con la consiguiente búsqueda de categorías interpretativas que
permitie-ran la inserción de los resultados en una teoría general de los hechos urbanos,
facilitan-do así el avance en el conocimiento de los mismos. Estas premisas metodológicas
estánen la base de los «problemas de descripción y clasificación» a los que Rossi dedica
el primer capítulo de
L’architettura della città
y que recorren por entero las lecciones im- partidas en sus años venecianos.En cualquier
caso y por paradójico que pueda parecer, la afirmación de la auto-nomía de la disciplina no
les llevó a aislar el análisis urbano del resto de las investiga-ciones sobre la ciudad
procedentes de otros ámbitos disciplinares; su intención, por elcontrario, era conocer el
estado de la cuestión y aprovechar en lo posible los resultadosobtenidos en otros campos
del saber. Así lo señalaba Rossi en un trabajo de esos años:«La cosa más útil que podemos
hacer al comienzo es conocer la situación actual de losestudios sobre la ciudad y qué
resultados se han obtenido en el campo de otras discipli-nas y con determinados tipos de
investigaciones; por ejemplo, cómo ha analizado lasociología urbana el comportamiento de
los grupos dentro de la ciudad, o cómo los geó-grafos urbanos han procedido en sus
análisis, etc.

Evidentemente, no podemos ignorar estas experiencias; ya nos hemos ocupado de ellas, y


volveremos a ocuparnos en el cur-so de nuestros estudios»
. En realidad, la ciencia urbana tal como la concibe Rossi nodesdeña ningún tipo de
consideración sobre los hechos urbanos; se plantea únicamenteel problema de coordinar
la pluralidad de consideraciones en la unidad de un fin especí-fico. La reducción de la
ciudad a arquitectura tiene lugar, pues, sólo a efectos de la in-vestigación; a la vez, esa
reducción permite estudiar la estructura formal de la ciudadmediante la introducción del
concepto de tipología edificatoria, el cual implica, segúnsus propias palabras, «concebir el
hecho arquitectónico como una estructura […]; así, la
tipología se convierte en el momento analítico de la arquitectura, y se puede
determinar todavía mejor en el ámbito de los hechos urbanos»
.Se abría de este modo un camino de estudio muy concreto, consistente en anali-zar las
relaciones que en cada momento de la historia de la ciudad se establecen entrelos tipos
edificatorios y la forma urbana. De modo que, para los morfologistas, el senti-do del
estudio del “tipo” no estará tanto en su definición en relación a la sucesión histó-rica de
determinados temas de arquitectura, sino «en la formación de un concepto detipología que
permita, mediante su correspondencia con la morfología urbana, determi-nar la estructura
de la ciudad moderna y contemporánea»
. Pero aun cuando el puntode partida metodológico para los desarrollos posteriores se
encuentre en el citado estu-dio rossiano sobre Milán, serían Aymonino y el veneciano
Gruppo Architettura quienesintentaran llevar adelante, a través de su labor docente en el
IUAV, una exploraciónsistemática de las posibilidades que encierra una orientación de esta
naturaleza, quesostiene que «la arquitectura y la ciudad no son fenómenos separables entre
sí; entender la arquitectura como el fenómeno urbano más relevante –sigue diciendo
Aymonino– supone inducir una revisión de los mismos instrumentos técnicos y
lingüísticos, tenden-te a la formulación de tesis capaces de superar las divisiones entre
la disciplina arquitec-tónica y la urbanística, y de abrir la posibilidad de construir una
ciudad cuya validezestética repose en su cualidad constructiva»
.Sin embargo, a pesar de su interés por comprender la estructura de la ciudad através del
análisis urbano –Rossi había manifestado que lo que le interesaba en la arqui-tectura era el
problema del conocimiento–, el análisis no era concebido por la
Tendenza
como un fin en sí mismo, sino como un momento particularmente relevante del procesode
proyecto, es decir, del hacer arquitectura. En este sentido, Giorgio Grassi dirá que, dehecho,
el análisis y el proyecto «se encuentran y se identifican en su común finalidadcognoscitiva»
. Por este camino, sin abandonar de momento explícitamente los estu-dios urbanos
conducentes a la construcción de la ciencia urbana, el discurso de los mor-fologistas
italianos se irá desplazando progresivamente, en la segunda mitad de los años60, del
urbanismo a la arquitectura; y ello es evidente no sólo para el caso de Aymoninoy los
venecianos, sino también para Rossi y los milaneses. Los trabajos dirigidos por Rossi en
Milán intentaban articular el análisis y los proyectos sobre la base de una de-terminada
lectura de la ciudad. En continuidad con los planteamientos expuestos por elarquitecto
milanés en el último capítulo de
L’architettura della città
, relativos a la di-námica urbana, la investigación afrontada por su grupo pretendía
relacionar los análisismorfo-tipológicos con la estructura de la propiedad del suelo: «La
parcela catastral, ensus variaciones geométricas y en sus cambios de titular, registra no sólo
la evoluciónfísica de la ciudad, sino también sus vicisitudes socio-políticas. Y las
variaciones direc-tamente relacionadas con los cambios morfológicos y tipológicos sólo son
comprensi- bles cuando se refieren a la dimensión histórica y a las claves económicas
y políticasque explican su lógica»
. En esos estudios se planteaba, pues, la necesidad de ampliar las categorías analíticas para
dar entrada en la ciencia urbana a mecanismos de explica-ción de las relaciones existentes
«entre la ciudad de piedra y la comunidad viva que la
gobierna, la construye y la modifica»
, acudiendo para ello al estudio de las modifica-ciones en la estructura del parcelario.Los
escritos publicados por Rossi contemporáneamente a esos trabajos ya no es-taban, sin
embargo, prioritariamente ocupados en la necesidad de dar un fundamento“científico” al
estudio de la ciudad, sino más bien iban orientados a la construcción deuna teoría del
proyecto. El giro hacia un planteamiento menos analítico y más centradoen problemas
proyectuales es ya perceptible en un texto de 1966 –el mismo año en quehabía publicado
L’architettura della città
–, titulado
Architettura per i musei
y que co-rresponde a una lección impartida por Rossi en un seminario sobre proyectación
arqui-tectónica celebrado en el IUAV
. El ensayo sobre Boullée del año siguiente dedica unespacio aún más amplio a los aspectos
creativos del proyecto en el contexto de un “ra-cionalismo exaltado” que, sin negar
la importancia del razonamiento lógico en el proce-so proyectual,

le permite afirmar con la misma rotundidad que

«no existe arte que no seaautobiográfico»


. Los textos de 1969 dan un paso más y plantean ya abiertamente lahipótesis de la ciudad
análoga como «procedimiento compositivo que gira sobre algu-nos hechos fundamentales
de la realidad urbana y en torno a los cuales construye otroshechos en el marco de un
sistema analógico»
.El argumento sobre la ciudad análoga no llegó a ser propuesto por Rossi de unmodo
acabado en un único texto, sino que se fue definiendo por aproximaciones sucesi-vas a partir
de esos escritos de 1969. En cualquier caso y sin que hasta la fecha se co-nozcan con exactitud los
motivos, finalmente el arquitecto milanés renunció a publicar su esperado libro
La città analoga
, de modo que sólo contamos con fragmentos de undiscurso no concluido, cuyo sentido y
alcance ha recibido interpretaciones muy diver-sas: desde quienes lo han entendido como
una nueva aportación del milanés a la culturaurbanística, que desarrollaría las tesis
expuestas en
L’architettura della città
, hasta losque han pensado que se trata de una “estructura mental” que recorre por entero el
traba- jo teórico y proyectual de Rossi. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que en
el epílogoescrito en 1973 para la edición alemana de
L’architettura della città
, sin que hubiesemodificado una sola línea del texto original –presentado en 1966 como el
bosquejo deuna teoría urbana fundamentada–, Rossi afirma que el libro es un proyecto de
arquitec-tura. Con ello se estaba desmarcando netamente de una línea de trabajo que hasta
esemomento no había sido desmentida; esa renuncia por parte de Rossi a continuar
traba- jando en el campo del urbanismo le llevaría a irse distanciando progresivamente
de unos planteamientos como los de Scolari.De hecho –y el posterior desarrollo de los
acontecimientos no haría sino confir-marlo–, los esfuerzos realizados por los arquitectos de
la
Tendenza
en la década de los60 para reconectar arquitectura y urbanismo no superaron el nivel de
estudios “arqueo-lógicos” más o menos eruditos: quedaron circunscritos a una mera
descripción de losfenómenos urbanos abordados en cada investigación puntual, pero no
fueron capaces desuperar la prueba proyectual. Y ello probablemente porque las premisas
muratorianas delas que partían no habían sido realmente superadas, a pesar de las
frecuentes –y cadavez más distantes entre sí– declaraciones en sentido contrario de Rossi y
Aymonino. Asílo reconocía el propio Scolari a mediados de los años 80, cuando escribía:
«Los estudiosurbanos, sobre los que se pretendía refundar el lugar mismo del proyecto, no
consiguie-

ron alcanzar sólidas bases metodológicas y científicas. Originados a partir de cultas lec-
turas de geografía urbana, sociología e historia económica, acabaron con excesiva rapi-dez
en síntesis poéticas sin posibilidad de desarrollo disciplinar, con la consiguientedecadencia
de su mismo significado. Este
destino bloqueado
bajo la apariencia de la proyectación estaba por lo demás implícito en las premisas»
. No fue el de la
Tendenza
, sin embargo, el único modo de afrontar la cuestión dela morfología urbana en la cultura
italiana de los años 60. Cabe citar, además de la co-rriente disciplinar que desarrolló los
estudios morfo-tipológicos en estricta continuidadcon las premisas intelectuales de
Muratori
, al menos otra aproximación diferente, cu-yo origen es particularmente próximo al de los
arquitectos de la
Tendenza
; me refiero alas propuestas de Vittorio Gregotti y su grupo. Los tres puntos de vista tienen
en comúnuna clara voluntad de buscar una vía de salida a la crisis moderna y el deseo de
hacerlo partiendo de la consideración de la ciudad como realidad física, la cual puede por
tantoser descrita y clasificada en términos de “forma”; difieren, en cambio, en su modo
derelacionar esa investigación en torno a los hechos urbanos con el proyecto, es
decir,conjugan con diferentes acentos y desde matrices teóricas diversas la relación entre
teo-ría de la ciudad, teoría de la arquitectura y teoría del proyecto. En cierta medida, Gre-
gotti compartía con Rossi unas raíces comunes, por cuanto ambos habían recibido una parte
muy importante de su formación en la redacción de la
Casabella
rogersiana: «Al-rededor de la revista –ha escrito Gregotti– se formó una generación de
arquitectos; unageneración con especiales características, que consideraba la crítica y la
historia comoinstrumentos de proyectación; que utilizaba directamente el razonamiento
teórico comorazonamiento de proyecto; que pensaba en la arquitectura como conocimiento,
rehusan-do separar teoría y realidad»
; y a esa generación pertenecían ambos.Ahora bien, aunque tuvieran intereses comunes, sus
referentes intelectuales erandiversos. Para Gregotti tuvo una importancia capital, junto al
estructuralismo, el pensa-miento fenomenológico, particularmente en la versión de Maurice
Merleau-Ponty y deEnzo Paci. Desde esas claves articularía su investigación en torno a
las nociones de am- biente y de paisaje, y ello no para disolver la arquitectura en la idea
de ambiente, sinomás bien para privilegiar el concepto de relación sobre el de lenguaje.
Introduciendo lanoción de paisaje antropo-geográfico, Gregotti encontraría un camino que
le permitíaarticular una
via di mezzo
entre el discurso sobre la “nueva dimensión” y la pretensiónde la autonomía de la
arquitectura sostenida por la
Tendenza
. Retomando la definiciónmorrisiana de arquitectura, centró su atención en
las transformaciones de la totalidad delambiente físico, para afirmar la necesidad de una
descripción de la forma del territorio;sería ésta una cuestión central en su libro
Il territorio dell’architettura
, aparecido tam- bién en 1966, el mismo año en que Rossi publicara el suyo. Allí decía
Gregotti que
su propósito era «investigar acerca de la fundación de una tecnología formal del paisajeantr
opo-geográfico desde el punto de vista arquitectónico. Es decir, ver qué problemasse
plantean en primer lugar por el hecho de considerar nuestro trabajo de arquitectoscomo
trabajo sobre conjuntos ambientales a todas las escalas dimensionales»
.Es justamente la conciencia de las transformaciones territoriales que se
avecina- ban, puestas de relieve por los problemas de la “nueva dimensión”, lo que invitaría
a
Entre los numerosos discípulos de Muratori merece destacarse Gianfranco Caniggia,
cuyasobras revisten particular interés; cfr. C
Gregotti a plantearse el papel del arquitecto en la formalización de esos procesos,
que presentaban una componente de organización espacial extraordinariamente relevante.L
a cuestión viene apuntada ya de un modo neto en el libro citado, donde se lee: «El
con- junto de los fenómenos de aceleración y expansión de las modificaciones del ambiente
atodas las escalas –y, en particular, la geográfica– ha hecho que los arquitectos se
veanobligados a elaborar instrumentos de proyectación en gran medida ignorados hasta
elmomento. Éstos se ven a menudo forzados a recurrir a la ayuda de otras disciplinas parala
formalización significativa de las transformaciones territoriales, cuyos efectos noestán
capacitados para controlar ni mucho menos para provocarlos. A esta expansiónespacial y
aceleración temporal de los procesos no corresponde, hasta el momento, unaadecuada y
específica instrumentación a nivel formal de las técnicas de estructuración eintervención a
gran escala, a no ser por cambio y amplificación»
. En cualquier caso yfrente a los numerosos cantos de sirenas que en la primera mitad de los
años 60 instabanal arquitecto a suscribir una incierta interdisciplinariedad, Gregotti
apostará por unamatizada posición que ha mantenido en las décadas siguientes.El punto de
vista de Gregotti será siempre el de la arquitectura como disciplina,y como arquitecto se
enfrenta a la forma del territorio entendida como instancia de mo-dificabilidad integral del
ambiente. De ahí que se ocupe de la ciudad, como él mismoseñala, «desde un punto de
vista bastante particular y limitado: el de la forma de la ciu-dad en cuanto representa un
caso particular del problema de la figura del territorio»
. No le han interesado, pues, todos aquellos estudios urbanos que pretendían fundamentar el
proyecto en “la ciudad como principio”, sino que, desde una vertiente diversa, busca-rá
privilegiar el denominado
principio insediativo
como acto fundacional de cada inter-vención sobre el territorio. Es por eso que, como ha
escrito Sergio Crotti, «la geografíadel ambiente gregottiana se condensa en la forma del
territorio, que marca una sensibledistancia respecto de las teorías sobre los aspectos
formales de la ciudad entonces vi-gentes.
También la tradición del Landscape se aleja del horizonte privilegiado de
una proyectación ya implicada en la dinámica morfológica del territorio, donde parece fi-
nalmente residir la nueva respuesta a la historicidad de la relación entre
arquitectura,ambiente y naturaleza. Este tránsito conceptual está profundamente impreso en
los ex- perimentos de estructuración de la arquitectura a gran escala, donde el paso de un
estadode naturaleza a un estado de cultura, en amplias y consolidadas regiones del espacio,
esllevado a cabo por Gregotti de acuerdo con el
principio insediativo
: éste no presuponemodelos repetibles, sino que contiene el núcleo racional de un orden
dispositivo y, por tanto, admite una
regularitas
institutiva del lugar dentro del contexto»
.La voluntad de enraizarse en la reflexión teórica como presupuesto irrenunciablede
cualquier intervención proyectual y, a la vez, el convencimiento de que la verdadespecífica
del proyecto se encuentra en el “sitio”, han caracterizado toda la investiga-ción gregottiana.
De ahí que sus proyectos, sin renunciar a insertarse en la continuidadde la historia, rechacen
cualquier tipo de mimetismo del lugar o del pasado, desdeñenconvertirse en fragmentos
aislados y autosuficientes, omitan cualquier empleo reduc-cionista del análisis morfológico;
de ahí que aspiren a hacer inteligible el contexto urba-no y territorial en el que se sitúan y le
ofrezcan una posibilidad para ser de otro modo;de ahí, en suma, el interés que, desde el
punto de vista urbanístico, sus propuestas hanllegado a tener para la historia que aquí
deseamos contar, por cuanto pueden significar
una contribución a la definición de una forma del plan en la que las relaciones
entrearquitectura y urbanismo resultan absolutamente centrales. Por todos estos motivos,
enel actual contexto de crisis de la racionalidad –de un cierto tipo de racionalidad, al me-
nos–, el discurso de Gregotti aparece inesperadamente como una sugerente posibilidad para
hacer frente dicha crisis, abriendo a la morfología nuevos caminos para la revisióncrítica e
incluso para la refundación “científica” de dicho concepto.
prácticas en el interior de esa relación. Desde esta perspectiva, pretendían comprender
larelación entre la morfología y la tipología, entre la morfología y las modalidades de
usodel espacio, a través del proceso de transformación de la ciudad, prestando una particu-
lar atención a las modificaciones del parcelario, con objeto de poder plantear
solucionessignificantes para cada situación particular. Así, el trabajo del arquitecto es
concebidode forma renovada, recuperando la relevancia social de la que el profesionalismo
lehabía privado. La creación de nuevos tipos edificatorios a partir de los que la historia
yaha consagrado constituiría entonces la aportación del arquitecto a la creación de
un“nuevo” modelo urbano, que cabe relacionar con la futura “sociedad urbana”
postulada por Lefebvre; en este sentido preciso la “arquitectura urbana” podía ser definida
como«una utopía realista».«El trazado de una ciudad es obra del tiempo más que del
arquitecto»: estas pa-labras de Léonce Reynaud, citadas por Pierre Pinon al comienzo de su
libro sobre lacomposición urbana, enmarcan bien otro de los aspectos en que los franceses
han idomás lejos que los italianos. Su empeño por no desvincularse de un cierto enfoque
socio-lógico en su acercamiento a la ciudad les facilitó verla más como un proceso que
comoun objeto; de ahí su interés por situarse en el ámbito de la
longue durée
braudeliana. Suinsistencia en considerar el tiempo –y no sólo el espacio– como un factor
determinanteen la construcción de la ciudad les condujo a «repensar las técnicas de
parcelación comomedio para crear un cuadro inicial que permitirá a la vida urbana
desarrollarse y a laciudad existir»
. Ciertamente, ya en los trabajos de Scolari –o en los de Caniggia, aun-que con otra
orientación– se había señalado la importancia de estudiar los problemas relativos a las
modificaciones en la estructura de las parcelas catastrales, pero el signifi-cado asignado
ahora a esos estudios tiene otro calado. Como ha hecho notar Nigrelli, «sien Italia es la
ciudad en su conjunto la que viene leída de forma sincrónica para luego volver a recorrer
hacia atrás las etapas de su formación, en el estudio de las ciudadesfrancesas se individúa
cada operación parcelatoria, se la analiza en su realización cap-tando su evolución en el
tiempo en relación con el espacio y con la sociedad que la pro-ducen. Hay, pues, una
revisión menos moralista de la parcelación, que en Italia pareceser considerada casi
universalmente como una simple operación privada especulativasin intencionalidad
urbana».
En sus trabajos, Panerai y Mangin atribuyen a la parcela un papel de primer or-den como
elemento a través del cual vincular en una lectura única el edificio y el espa-cio público. La
atención y el énfasis puestos en la parcela les conducen a entender laconstrucción de la
ciudad no ya como suma de proyectos de partes de ciudad formal-mente completas,
acabadas y cerradas en sí mismas, sino como un juego en el que searticulan el trazado y la
parcelación, lo cual, a la vez que permite definir con claridad elespacio público, posibilita
la adaptación de los tejidos urbanos a futuros cambios, pro-ducidos con el transcurrir del
tiempo. El fraccionamiento de la propiedad del suelo apa-rece así como la condición de
posibilidad para la transformación de los tejidos y por esomismo se convierte en pieza
fundamental para plantear la ordenación urbanística de unmodo diferente a la simple
composición académica. A su juicio, por tanto, de la adecua-da distinción entre espacio
público y espacio parcelado dependerá «la capacidad de untejido para modificarse y
renovarse a través de operaciones de diferente tamaño sin de- jar de garantizar, de manera
continua en el tiempo, el buen funcionamiento del conjuntoy la compatibilidad de sus
estados sucesivos»
. El deseo de contribuir al proyecto de la
ciudad contemporánea les llevará también a ocuparse de las modificaciones producidasen la
relación de la parcela con la calle como consecuencia de la generalización del usodel
automóvil, prestando particular atención al aparcamiento, a los recorridos peatona-les, etc.,
es decir, a las posibilidades de uso del espacio.Pero el interés por las cuestiones relativas al
parcelario urbano no sería exclusivadel grupo de Panerai, como quedó de manifiesto en el
seminario celebrado sobre el temaen 1985 en Arc-en-Senans, con una importante
participación de franceses e italianos, enel cual se desarrolló una variada y heterogénea
reflexión que supuestamente intentaba poner al día el estado de la cuestión
. Otra aportación de interés realizada en el contex-to francés a partir del estudio del
parcelario es la de Pierre Pinon, que se remonta asi-mismo a comienzos de los años 70.
Como en el caso de Panerai, también Pinon insistiráen la relevancia del papel del tiempo en
la construcción ciudad; en consecuencia,
tam- poco para él la finalidad es diseñar una parte de ciudad a través del correspondiente pr
oyecto de arquitectura: «No se trata –afirma– de producir (o reproducir) una parte deciudad,
sino de desencadenar un proceso. Pensar la ciudad es sobre todo pensar el tiem- po, pensar
el proceso de elaboración progresiva de la ciudad, y luego poner por obra lascondiciones
para esa elaboración progresiva, es decir, en primer lugar una estructura territorial capaz de
absorber, de soportar las evoluciones. […] La composición urbana debe por lo tanto
desarrollarse en el tiempo y no sólo en el espacio».
. La composición urbana, entendida como instrumento operativo de intervención en la
ciudad, se presenta como el objetivo final de sus investigaciones. En la concepción de
Pinon, sin embargo ,la composición urbana tiene un carácter procesual, que la distingue
netamente del
art urbain
tradicional o de las propuestas contemporáneas de un Rob Krier, y la separa de la
composición arquitectónica .A partir del inicial estudio de las relaciones entre el parcelario
rústico y la forma del territorio agrario, los trabajos de Pinon se fueron centrando
progresivamente en el territorio urbanizado, hasta concluir que el parcelario es elemento
determinante para afrontar la cuestión de las condiciones de producción del tejido edificado
porque «influ-ye directamente en la morfología del espacio construido, con mayor razón
cuando éstedepende por completo del parcelario, es decir, en el ambiente urbano», donde la
in-fluencia de aquél llega a alcanzar la misma estructura constructiva, funcional y
espacialde la arquitectura; así, en continuidad con los italianos, subrayará que, aun cuando
parala ciudad del Movimiento

Moderno resultara un estorbo,


el parcelario es

«uno de losfactores esenciales para la integración de la arquitectura en su contexto»


. En las me-morias de investigación publicadas al final de los años 70, Pinon intentará
profundizar los aspectos teóricos y extraerá algunas consecuencias prácticas que le
conducirán a
sus propuestas sobre la composición urbana de la década siguiente, mostrando cómo laafir
mación de una estructura para el proyecto urbano no significa necesariamente laasunción de
un esquema formal rígido, sino que por el contrario es posible la adaptacióndel “modelo” a
las características del sitio, con un escrupuloso respeto a las permanen-cias
. Por todo ello cabe aventurar que, dentro del contexto urbanístico, la de Pinon talvez haya
sido la investigación más ambiciosa llevada a cabo entre los franceses con elfin de
prolongar el discurso morfologista.
Desde esta perspectiva, Secchi ha subrayado que en la actualidad uno de los co-metidos
más relevantes del plan es llevar a cabo lo que ha denominado un “proyecto desuelo”, como
momento intermedio entre la arquitectura y la sociedad: «Sostengo –haescrito– que no se
trata de pensar sólo en cambiar el uso de lo que ya existe o en susti-tuirlo con nuevas
arquitecturas, de completar las partes de ciudad inacabadas, sino quese trata también hoy,
quizá por encima de todo, de proyectar el suelo de manera no ba-nal, reductiva, técnica y
desarticulada»
. Con ello se estaba indirectamente replantean-do la cuestión del sentido del espacio público
en la ciudad, como lugar en el que inter-accionan los agentes sociales, los sujetos, los
ciudadanos. Comenzaban de este modo ahacerse presentes en la cultura italiana algunas de
las cuestiones de mayor interés quehabíamos detectado anteriormente en el contexto
francés, como la importancia del sueloy de los modos en que éste se divide y articula o la
necesidad de la adaptabilidad de los programas en el tiempo, fruto de la conciencia de los
diferentes ritmos de funcionamien-to de la arquitectura y la ciudad. De hecho, en los años
80 el intercambio de ideas entreFrancia e Italia funcionará en ambos sentidos y no sólo
desde Italia a Francia, como enla década de los 70; es más, el artículo de Secchi sobre
el “proyecto de suelo”, al que meacabo de referir, contestaba a otro anterior de Bernard
Huet, aparecido en la revista
Lo-tus
, que a su vez ya había sido respondido previamente por Gregotti
.La misma expresión “proyecto urbano”, que después se ha generalizado un
poco por todas partes, procede del ámbito francés, donde la encontramos ya utilizada por G
ülgönen y Laisney en su estudio sobre morfología y tipología de mediados de los años70.
Se trata de un término ambiguo que ha hecho fortuna y que, justamente por ello, hasido
empleado con sentidos muy diversos, incluso contrapuestos; no tiene, pues, nada
de particular que haya sido objeto –
también en Francia– de un encendido debate. Por lodemás, ese debate, aun cuando tuvo su
punto de partida en las ideas puestas en circula-ción por los italianos, siguió luego unos
derroteros en parte diferentes, en gran medidacomo consecuencia de que sus protagonistas
fueron en su mayor parte arquitectos y nourbanistas. Por contra de lo que ocurrió en Italia,
la disputa no se desarrolló sólo en elcampo disciplinar, sino también en el ámbito político;
de hecho, «el proyecto urbano ensu expresión “mediática” se convirtió, a partir de los años
80, en uno de los principalesrecursos políticos con los que se han medido y enfrentado la
izquierda y la derecha, nosólo Miterrand y Chirac sino todos los administradores de las
ciudades francesas, hastael punto de que con frecuencia fueron precisamente los nombres
de los “padrinos” polí-ticos los que sirvieron para denominar las obras realizadas»
. Y a comienzos de la dé-cada de los 90, cuando el Estado, a través del correspondiente
ministerio del ramo, or-ganizó en Estrasburgo el congreso internacional
, para “formar” tanto a los arquitectos y urbanistas militantes como a los téc-nicos
municipales, se encendería aún más en Francia la polémica en torno al proyectourbano.Las
disputas habían comenzado ya en los años 80, con los diferentes puntos devista –algunos
los han considerado antagónicos– de
y
,expresados a través de numerosos artículos publicados en revistas de arquitectura y
ur- banismo. Esas disputas habían tenido también un frente en las investigaciones desarro-
lladas en las escuelas de arquitectura; particular interés a este respecto revisten los estu-dios
llevados a cabo por René Tabouret, Charles Bachofen y Bernard Woehl en la Es-

cuela de Estrasburgo durante el trienio 1987-89


. La propuesta de los alsacianos inten-taba conceptualizar el proyecto urbano como un
instrumento capaz de articular en diver-sas escalas y en diferentes tiempos tanto los
aspectos espaciales como los aspectos so-ciales de la intervención, mediante lo que
denominan el “eje morfológico” y el “eje del proceso”; el primero estaría referido a la
organización de los espacios y el segundo a la capacidad de transformación a lo largo del
tiempo. Con el proyecto urbano pretendían poner a punto un instrumento,
relativamente autónomo respecto al plan urbanístico y alos proyectos de arquitectura, que
reintrodujera la continuidad en el proceso de trans-formación de la ciudad, asegurando una
mediación en el tiempo entre organización es- pacial y prácticas sociales .Pero frente a
las certezas que parecían provenir de la investigación académica, locierto es que el debate
francés en torno al proyecto urbano de la primera mitad de los
90 puso claramente de manifiesto la falta de consenso respecto a las características y elalca
nce de un instrumento que a la postre les resultaba difícil de definir. ¿Qué es un proyecto
urbano?, ¿para qué sirve?, ¿qué esconde debajo?, se preguntarán una y otra vezdiversos
autores en las principales revistas francesas, sin llegar nunca a ponerse del todode acuerdo.
En cualquier caso, es posible señalar algunos enfoques comunes, que son precisamente los
que permiten hablar de una “cultura del proyecto urbano”; entre otros, cabría señalar: la
atención al contexto y a la historia de los lugares; la insistencia en laconsideración de la
componente temporal en el proceso de construcción de la ciudad; laapuesta cada vez más
firme por una
mixité
de usos y, consiguientemente, por una mayor complejidad social, tipológica o paisajística
de la ciudad; el interés por la gestión –y nosólo por el diseño– del espacio público.
Sin embargo, la conciencia cada vez más exten-dida de que nos encontramos ante una
realidad urbana diversa, que es el resultado detransformaciones sociales y territoriales de
gran calado, está obligando al morfologismo, como a la disciplina en general, a replantearse
los objetivos de fondo de un debate en buena medida ya agotado.

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