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NECESIDADES ESPECÍFICAS DE APOYO EDUCATIVO Y

ORIENTACIÓN FAMILIAR

UNIDAD DIDÁCTICA 1: FAMILIA y ESCUELA

El concepto de educación ha cambiado en los últimos siglos. Hemos


dejado de considerarla una tarea que los padres delegan en terceros,
despreocupándose en gran medida del proceso de formación. Hoy se día se ha
extendido ampliamente la tendencia que busca una mayor implicación de los
padres en todo lo que rodea al desarrollo del educando. Estos anhelan
recuperar su papel como actores principales en la educación de sus hijos. En el
contexto de esta nueva forma de concebir la educación surge la necesidad de
articular vías de comunicación entre los distintos partícipes de ella.

Es un hecho, hoy ampliamente aceptado, que el centro educativo y la


familia son los dos principales pilares de la educación. Puesto que una vez
elegido el centro educativo donde estudian sus hijos, se establece un
compromiso moral entre los padres y el centro. Es decir, por un lado, el centro
educativo se ha comprometido con los padres de los alumnos para ofrecerles el
tipo de educación que promueve; y por otro lado, los padres también deben
comprometerse como miembros de la comunidad educativa en la educación de
sus hijos, colaborando en todos los aspectos con el fin de ayudar a sus hijos a
conseguir los objetivos educativos, o sea, el tipo de educación deseada.

Desde esto podría plantearse la tesis de que un centro educativo es


como un proyecto común de mejora integral de todas las personas
responsables (padres, profesores, alumnos y personal no docente) que
participan en el proceso. Padres, profesores, alumnos y cuantos participan en
el Proyecto Educativo común, actualizándolo y desarrollándolo en sus propios
ámbitos de responsabilidad. Por naturaleza, el derecho irrenunciable y la
responsabilidad de la educación de los alumnos corresponde a sus padres, a
quienes el centro ayuda en su tarea, indelegable, de ser los primeros y
fundamentales educadores. La responsabilidad de los padres debe abarcar

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todos los aspectos de la educación. Sólo es posible una educación de calidad
cuando la familia y el centro comparten valores y principios educativos. Por ello
es importante la adopción de criterios comunes de actuación en la relación
entre el centro educativo y la familia. En síntesis, por una parte, el colegio debe
invitar a los padres a colaborar y pertenecer a la comunidad escolar que se
pretende crear, y por otra, los padres deben corresponsabilizarse de la
educación que se promueve.

Ahora bien, conviene tener en cuenta que, para la mejora de la calidad


de la educación, se requiere una buena colaboración y relación entre el centro
educativo y los padres. Es importante y necesario que el centro educativo
tenga una cooperación positiva con las familias, puesto que esa colaboración
permite un mayor grado de influencia que la confrontación inútil; no se trata, en
absoluto, de una sumisión por parte de las familias. Por todo ello, resulta
imprescindible establecer una relación amena, comunicativa y colaboradora
entre el centro educativo y los padres. Para ello, deben consolidarse los lazos
bilaterales (colegio-familia) e intensificarse la comunicación bidireccional entre
ellos. Así, la relación entre el centro educativo y la familia, ha de construir –
apoyándose en la colaboración ya existente- un puente de cooperación entre
las dos partes implicadas en el desarrollo global del educando; y no debe
olvidarse que a ambas les une un único deseo: buscar el bien del educando.

Para ello, en primer lugar, hay que tener en cuenta que todo lo que
hagan tanto el centro educativo como los padres va encaminado al beneficio
del educando, de modo que éste consiga una educación integral. Sólo cuando
ambos cooperan y tienen los mismos principios educativos, el educando puede
lograr el desarrollo integral. Por todo esto, se puede advertir la necesidad que
tienen, tanto el centro educativo como la familia, de establecer una relación
directa y estrecha para poder conseguir una comunicación eficaz. Tanto el
centro educativo como los padres deben intercambiar con frecuencia diversas
informaciones sobre el educando, porque de este modo se consigue el
aprovechamiento de las sinergias y el logro de una educación coherente,
trabajando ambos bajo el común objetivo de compartir la educación del alumno.
En síntesis, resulta necesario y beneficioso que la responsabilidad de la
educación sea compartida por padres, centro educativo y alumnos.

En segundo lugar, la comunicación entre el centro escolar y los padres


es un elemento integrante de un objetivo común, aunque se encuentren en

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estamentos distintos. Solo el diálogo entre ambas partes lleva a definir, de
común acuerdo, la garantía de la calidad de la educación que recibe el alumno.
Además, las relaciones entre el centro educativo y la familia son el marco de
una comunicación metódica que sirve también para impulsar la mejora continua
del centro educativo y optimizar su funcionamiento. En conformidad con lo
señalado, el establecimiento de relaciones comunicativas entre el centro
educativo y la familia es beneficioso para ambas partes, además de serlo para
el educando. Es decir, existiendo una buena relación ganan las tres partes
involucradas: alumno, centro educativo y familia.

Lo afirmado se traducirá, principalmente, en dos tareas primordiales que


el centro educativo debe llevar a cabo: informar y orientar a la familia. Por un
lado, la escuela ha de informar constantemente a los padres sobre el proceso
educativo de sus hijos. Por otro, resulta necesario que el centro realice, de
modo preferencial, aquellas acciones que estén relacionadas con la orientación
y la capacitación de los propios padres. Por todo esto, conviene que la escuela
establezca los medios apropiados para llevar a cabo tanto el intercambio de
información y la colaboración mutua, como la orientación y el asesoramiento a
los padres.

Desde otro punto de vista, como es obvio, la familia es la principal e


insustituible educadora de sus hijos; por ello, debe convertirse en protagonista
activa, cooperadora y corresponsable con el ideario, líneas de trabajo y
quehacer del centro educativo. Las familias deben jugar un papel cada vez más
influyente en la planificación y la calidad de la educación. Para un desarrollo
armónico de estos principios, es indispensable que exista una relación
adecuada entre escuela y familia. La iniciativa de esta relación radicará
principalmente en el centro educativo, pero también en los padres. En otras
palabras, el centro educativo deberá promover distintos cauces para fomentar
la participación de los padres en la educación, pero a la vez, estos últimos
deberán tener una disposición abierta para cooperar con la escuela y mejorar
ellos mismos como educadores. En fin, es importante que el centro educativo
consiga una relación colaboradora con la familia, actuando conjuntamente con
ella para dar respuesta a los derechos y deberes de los padres en la educación
de sus hijos. Esto supone que el centro ha de desarrollar un papel global de
acción para poder escuchar a los padres y darles tiempo y espacio para que
comuniquen y participen de forma personal en actividades informativas,

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formativas, culturales y sociales, además de la intervención de carácter
representativo mediante la Asociación de Madres y Padres de Alumnos
(AMPAS).

Se entiende que la responsabilidad y función principal de un centro


educativo es ser un complemento educativo a la familia en el marco de la
sociedad, pero no sustituto. El centro escolar debe complementar a los padres
en la educación de sus hijos, al mismo tiempo que la familia debe completar al
centro colaborando con él. Por lo tanto, es preciso que la escuela tome la
iniciativa de ofrecer posibilidades o medios adecuados para que los padres
puedan asumir plenamente su responsabilidad educadora. Para ello, el centro
educativo debe contar con un planteamiento global y operativo, desarrollando
estrategias que permitan el intercambio de información, la participación y la
colaboración continua de los padres en el proceso educativo de sus hijos.

Hasta aquí hemos mencionado que, para un buen desarrollo del proceso
educativo, es imprescindible una relación de cooperación entre el centro
educativo y la familia. Sin embargo, no siempre se da una buena relación de
diálogo y cooperación entre padres y profesores; a menudo, la carencia de esta
relación se debe a la ausencia de cauces informativos, participativos y
comunicativos. Por esta razón, el centro educativo debe tomar la iniciativa de
crear distintos canales de información y comunicación con el objetivo de
integrar a la familia en la educación de sus hijos y lograr una relación armónica
y cooperativa.

Se puede llegar a la conclusión de que el centro educativo no sólo debe


informar periódicamente a los padres, o ser informado por ellos sobre el
educando –algo que es crucial-, sino que también ha de dejar entrar a los
padres en el proceso de formación de sus hijos. Ambas partes deben contar
por igual en ese proceso de aprendizaje del educando. Por consiguiente, desde
un punto de vista pedagógico, los padres tienen todo el derecho a participar en
este proceso formativo, y el centro debe crear los cauces que sean más
eficaces para ello. De este modo, se logra un conocimiento y entendimiento
mutuo, que favorecerá las relaciones y comunicaciones entre todos los
implicados. Suele ser habitual el que, bien por parte del centro, bien por parte
de las familias, la responsabilidad del problema se atribuya a la otra parte. Esta
situación sólo tiene vías de solución en la medida en que haya una relación
fluida entre ambos. Por ello, para tratar y solucionar un determinado problema,

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el centro ha de crear espacios de encuentro donde ambas partes se reúnan
para dialogar, escuchar, comprender y negociar por el bien del educando.

LA FAMILIA

Desde el inicio de los tiempos, las familias han sido y son el germen y el
origen de toda agrupación humana. En un principio, los grupos humanos eran
reducidos y se limitaban a unos pocos individuos unidos por lazos de
parentesco; poco a poco, y a medida que estos grupos iban creciendo
necesitaron estructuras más amplias, entre otras razones, para poder
defenderse de otros grupos que podían significar una amenaza por la
dominación de un determinado territorio.

En los procesos de evolución de los grupos humanos, el concepto de


familia ha ostentado diferentes significados, y esto es fácilmente comprobable a
través de los numerosos documentos históricos que se conservan. Por
ejemplo, Hammurabi, legislador sumerio que vivió hace más de 5.000 años,
elaboró el famoso código en el que se establecían preceptos de convivencia
quince siglos antes de las leyes romanas; en una de las normas regulaba un
aspecto de carácter familiar, cuando un hombre se casaba por segunda vez, si
la primera esposa no se iba del hogar, el marido debía seguir manteniéndola.

Borobio (1998) señaló que en la sociedad romana, el término “famulus”,


del que procede la palabra familia, designaba en primer momento, al grupo de
esclavos y servidores que vivían bajo un mismo techo. Este concepto fue
evolucionando y, posteriormente, incluyó a la casa en su conjunto,
extendiéndose incluso hasta el grupo de parientes maternos y paternos. Así la
fisonomía de la familia se ha ido transformando con el devenir de los siglos.

Al constituir la familia el elemento social transversal de todas las


dimensiones vitales, la delimitación de su concepto es el objeto de una
diversidad de disciplinas, es decir, se estudia desde la biología, la antropología,
la historia, la economía, política, pedagogía, psicología, religión, etc. De todas
ellas, una de las que más luz ha aportado a la explicación del concepto de
familia, ha sido la antropología.

La familia conyugal es definida por Linton, R. (1977) “como un grupo


íntimo y fuertemente organizado, compuesto por los cónyuges y los

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descendientes. Es una unidad biológica. Con pautas de comportamiento
íntimamente relacionadas con las características fisiológicas y psíquicas de los
individuos”. La familia es una institución apoyada por las leyes de la naturaleza,
es la primera institución social, ha sido defendida por la mayoría de los
organismos y tiene raíces fisiológicas y psíquicas. Esto es así, porque la familia
es, junto con la escuela, una de las agencias socializadoras más importantes.

Por su parte Paul Schrecker (1990), al referirse a la familia, la describe


en estos términos: es la asociación creada por las leyes de la naturaleza; es la
institución que sirve de apoyo a la civilización y en cierto sentido es apoyada
por ésta. Protegida por la ley, aprobada por la ciencia y el sentido común;
encargada de funciones muy concretas en todos los sistemas
socioeconómicos…, es indiscutiblemente un elemento de la vida humana. Se
puede decir por tanto, que la familia es una organización de individuos basada
en su origen común y destinada a conservar y transformar determinados
rasgos, posiciones, aptitudes y actitudes de la vida física, mental y moral.

Las definiciones de familia son numerosas y habitualmente reflejan los


valores y esquemas propios que cada sociedad ha promovido en diferentes
épocas. A continuación se muestran las definiciones que responden a un
modelo ampliamente compartido por diversos grupos sociales. Se han situado
al final aquellas definiciones que pueden describir con más claridad, objetividad
y de forma más completa la situación actual.

Para Piaget (1928), Powell y Thompson (1981), Wedemeyer y col.


(1989), la familia es aquel grupo de personas compuesto por un padre, una
madre, hijos, abuelos, etc.

Gough (1971) considera que se trata de: “una pareja u otro grupo de
parientes adultos que cooperan en la vida económica, en la crianza y
educación de los hijos, la mayor parte de los cuales utilizan una morada
común”.

Rodrigo y Palacios (1998), contemplan la familia como: “unión de


personas que comparten un proyecto vital de existencia en común que se
quiere duradero en el que se generan fuertes sentimientos de pertenencia a
dicho grupo, existe un compromiso personal entre sus miembros y se
establecen intensas relaciones de intimidad, reciprocidad y dependencia”.

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También la teoría sistémica define la familia como: “sistema abierto,
propositivo, y autorregulado”, al hablar de sistema, la identifica como “unidad
formada por miembros que interactúan entre sí, y entre los que existen
determinados vínculos y se mantienen unas transacciones”.

La familia proporciona lo que consideramos condiciones óptimas par el


desarrollo de la personalidad de los individuos, por lo que se puede afirmar que
la familia tiene entre otras funciones la de ser un buen instrumento para
transmitir las tradiciones, costumbres, usos y convicciones de una sociedad a
los recién nacidos y a la generaciones más jóvenes (González, 1997). La
familia constituye el mejor “cemento social” para perpetuar las pautas culturales
y los valores sociales imperantes en el seno de una determinada sociedad. La
familia es la mejor “correa de transmisión” al hacer que las pautas y valores de
una sociedad sean asimilados y aceptados por los individuos más jóvenes de
esa sociedad. Consiguiendo el saludable efecto de hacer que al tiempo que
son externos a nosotros, sean aceptados y asimilados por todos y cada uno de
los individuos de esa sociedad… Por todas estas razones podemos afirmar que
una de las misiones de la familia es la de integrar al niño en la cultura
imperante de su sociedad en cada momento histórico.

Se puede afirmar que la familia, tiene dos perspectivas: de una parte es


conservadora, en la medida que mantiene los logros del pasado, y, de otra
parte es progresista, porque transmite los nuevos bienes culturales.

La familia es el primer contexto de desarrollo del niño y el más duradero.


Los niños que se desarrollan lentamente requieren años de apoyo y enseñanza
antes de que estén preparados para ser independientes. Las familias están
omnipresentes en el camino que tiene que recorrer el niño hasta llegar a la
madurez, y los padres son universalmente importantes en la vida de los niños.
Por supuesto otros escenarios o contextos sociales también modelan el
desarrollo de los niños, pero en cuanto al poder y a la extensión, ninguno iguala
a la familia. La familia introduce a los niños en el mundo físico por medio de las
oportunidades que les ofrece para jugar y explorar los objetos. También crea
lazos únicos entre las personas.

Los apegos que los niños tienen con los padres y los hermanos,
normalmente, duran toda la vida, y sirven como modelos para relacionarse con
los demás niños en el colegio, en el barrio, así como con el resto de adultos.

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Dentro de la familia, los niños también experimentan los primeros conflictos
sociales. La disciplina de los padres y las discusiones con los hermanos
proporcionan a los niños importantes lecciones de conformidad y cooperación,
y oportunidad para aprender cómo influir en la conducta de los demás. Por
último decir que la familia es el primer ámbito del niño que le facilita el
aprendizaje del lenguaje, le proporciona habilidades cognitivas, valores
sociales y morales de la cultura (Fhilip, 1999).

La institución familiar toma una forma u otra según sean las


circunstancias ambientales que la rodean, a las que se adapta perfectamente
con el fin de conseguir el máximo provecho de ellas. Esto es así porque la
familia es un organismo vivo, y su fisiología y forma de actuar cambia con el
cambio de las tendencias de nuestra civilización. Aunque la función básica de
la misma permanece inmutable, se puede concretar en lo siguiente: en la
transmisión de los valores y los modelos de una civilización a las generaciones
siguientes o, lo que es lo mismo, la integración de los niños en las pautas
culturales y en las normas sociales vigentes en la sociedad particular y
concreta en la que ha nacido.

Las conductas de los niños, adolescentes y jóvenes se producen en


unas coordenadas determinadas, y en las que son relevantes tanto los
determinantes temporales del organismo (activación, interés, motivación, etc.)
como los determinantes estimulares o situacionales (los planes, proyectos,
intenciones, etc.), elaborados por el individuo en función de su situación y de su
experiencia. Las conductas normales o inadaptadas, fundamentalmente, de los
niños, de los adolescentes y jóvenes son una consecuencia del aprendizaje
que tiene lugar en el medio familiar, escolar, social y comunitario en el que
viven y se desenvuelven. Son fruto de la interacción entre el individuo y su
entorno social.

En definitiva, las conductas, normales o inadaptadas, son la resultante,


básicamente, del proceso de enseñanza-aprendizaje y de la interacción del
individuo con su medio o entorno social, sin excluir las causas de origen físico y
biológico derivadas de la propia situación del individuo.

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INFLUENCIA DE LA FAMILIA EN EL NIÑO

La familia para transmitir los valores y contravalores vigentes en una


sociedad, para realizar esta función, necesita de un ambiente hogareño
amoroso, cálido y equilibrado afectivamente. De ahí que se deba afirmar que el
niño necesita experimentar el afecto de sus padres, medio indispensable para
adquirir su autoestima y la seguridad necesaria que le permita alcanzar su
autonomía personal. La privación afectiva padecida en la infancia puede dar
lugar a numerosos trastornos psicológicos y psicopatológicos que se
manifiestan a lo largo de la propia infancia o a veces con la llegada de la
adolescencia, pudiendo continuar en la edad adulta. En ocasiones la falta de
afecto procede de un ambiente familiar deteriorado, con frecuentes disputas de
los padres delante de los hijos. Si alguno de los progenitores posee algún
trastorno psicopatológico del tipo de alcoholismo, drogadicción… el niño puede
sufrir agresiones o malos tratos, con lo que el problema se agrava mucho más.

Dar al niño el afecto que necesita no significa ser excesivamente


tolerante con él ni superprotegerle. El niño puede sentirse querido a pesar de
que le reprenda cuando es necesario, si nota que esto se hace con cariño y
seguridad a la vez. Es importante premiar logros, esfuerzos y conductas
correctas que se van a mantener a la larga y sancionar aquellas que pueden
ser nocivas para su desarrollo psicológico.

Socialmente los niños que han sido privados de amor, sufren


desventajas en sus comportamientos en grupo, tales como falta de asertividad
ante los demás, tienden a ser poco cooperativos y hostiles, manifiestan
resentimientos con agresividad, son desobedientes y muestran otras formas de
conductas asociales. Su comportamiento social se puede decir que es como
estuviera buscando llamar la atención de los demás. Suelen volverse
dependientes en lugar de independientes en su conducta.

En general la separación de los padres suele provocar angustia y


sentimientos de culpabilidad que pueden desembocar en síndromes
depresivos. Cuando la autoridad de los padres es desequilibrada suele llevar
también estados de irritabilidad en el niño que en algunos casos desemboca en
violencia o en relaciones afectivas escasas y tensas. Del mismo modo, cuando
el niño se siente relegado a un segundo lugar, cuando se producen ausencias
prolongadas del padre o de la madre o cuando estos son muy severos o

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demasiado tolerantes, lo más probable es que se desencadene un conjunto de
conductas inadecuadas y contradictorias con las que el niño reclama el afecto
que no es capaz de conseguir por lo medios, digamos “normalizados”.

No se pretende hacer juicios de valor sobre la ruptura del núcleo familiar


(separación, divorcio, etc.), simplemente se ha demostrado que esta situación
suele producir en los hijos sentimientos de carencia afectiva, abandono, falta
de atención, etc. Entre los trastornos afectivos más frecuentes debemos
destacar la inestabilidad emocional y la ansiedad.

Las consecuencias de estas situaciones en la infancia, se manifiestan en


problemas de aprendizaje y trastornos de la personalidad (Cryan, 1985), dando
lugar a sujetos cuyo perfil psicológico está caracterizado por baja autoestima,
inhibición depresiva, incapacidad de comunicación, caracteropatías y trastornos
de socialización, desconfianza en las relaciones sociales. Cuando el niño es
pequeño sufre trastornos en el crecimiento y en el desarrollo evolutivo de los
procesos perceptivos, cognitivos, lingüísticos, etc.; en la edad adulta puede
sufrir trastornos conductuales, cognitivos y dificultades para establecer y
mantener relaciones de pareja.

En consecuencia, podemos afirmar, que el peso que el ambiente familiar


tiene en la génesis de las conductas consideradas indeseables, bajo la
perspectiva de la sociedad dominante. Son los padres los que, en primera
instancia, enseñan y mantienen las conductas “peculiares” de sus hijos en sus
propios ambientes a través del refuerzo. Los padres son modelos de conducta
para sus hijos hasta tal punto que las diversas manifestaciones de sus
comportamientos repercuten irremisiblemente en ellos.

A continuación, se exponen algunas situaciones, las que con mayor


frecuencia se presentan en los hogares. Nos ocupamos de la familia, de
cualquier familia, donde aparentemente todo es normal, pero que casi siempre,
con demasiada frecuencia, ocurre algo de lo que ahora se expone:

• La concepción y actuación de la familia ha dado un giro completo en


las últimas décadas. En nuestra sociedad actual, los limites familiares
son cada vez más imprecisos, se observa una evolución con
respecto a etapas anteriores: hoy se ha pasado del “autoritarismo
excesivo al completo abandono de la autoridad”; antes la base de la
autonomía moral del individuo era la imitación amorosa del padre,

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seguro de sí mismo, prudente, totalmente entregado a sus deberes
familiares; sin embargo, el padre de hoy tiende a ser remplazado
directa o indirectamente por otras instituciones, recibiendo el niño la
imagen abstracta de un padre arbitrario –ausente del hogar- y, en
consecuencia, busca un padre más fuerte, más poderoso, un
“superpadre” (Horkheimer, 1997).
• La falta de un modelo coherente en la conducta de los padres es una
de las causas más importantes de la conducta problemática de los
niños y adolescentes. “La falta de autoridad, el paternalismo, la
permisividad sin limites, el autoritarismo en exceso constituyen
elementos distorsionantes de las conductas de los hijos”. “La
inestabilidad psíquica de los padres, el tipo de relaciones que se dan
en el interior del hogar… actúan como condicionante de la
personalidad de los hijos” (González, 1989).
• Los padres superprotectores y permisivos actúan tan negativamente
como aquellos otros que exhiben una autoridad rígida, pues este
comportamiento no es más que una forma de evadir su
responsabilidad educativa. Los hijos suelen ser poco tolerantes a la
frustración, reaccionando con agresividad o abandono ante el más
mínimo obstáculo. El niño que vive en un ambiente familiar muy
mimado, “se muestra indisciplinado, totalmente incapaz de resistir el
menor deseo e incapaz de diferir un movimiento y adaptarse al nuevo
proyecto. No son brutales ni groseros, sino incapaces de esfuerzo y
de renunciar a los deseos momentáneos. No están acostumbrados a
retrasar sus placeres para no apenar a los otros”. En tales casos, la
paradoja es evidente, la familia es indulgente y protectora, pero la
sociedad es justamente lo contrario y estos niños no están
preparados para enfrentarse a las dificultades del día a día.
• Los padres autoritarios e incoherentes suelen provocar en sus hijos
grandes dosis de ansiedad que degeneran en la evolución de una
personalidad inmadura, fruto de la cual se genera en los hijos una
fuerte inestabilidad y rebeldía con la que pretenden llamar la
atención.

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• Los déficits afectivos y los errores educativos son también más
graves cuanto más grande es la falta de cariño y cuanto más pronto
se manifiesten.
• Por todo cuanto antecede, puede decirse que la familia influye
fundamentalmente en la inadaptación de los hijos a través del tipo de
relaciones que se dan entre sus miembros (Sabater, 1960). “No es la
escasez de medios econoómicos lo que más influye, aunque es
importante; los especialistas coinciden en que los factores
socioeconómicos no alcanzan la influencia que se deriva de otros
problemas tales como: la escasez de entendimiento de los padres
entre sí y de estos con los hijos, los enfrentamientos entre los padres,
su bajo cociente intelectual o la negligencia y abandono de las
responsabilidades educativas paternas” (Madoz, 1993).
• Los enfrentamientos entre los padres, las discusiones, los abandonos
de hogar, la falta de comunicación, las carencias familiares, en
definitiva, es lo que proporciona al niño un ambiente patológico de
tensión. Se entiende por carencias familiares las deficiencias que se
plantean en el seno de la familia tanto por abuso de autoridad de los
padres como por comportamientos indulgentes de estos. Si a ellas se
unen además las deficiencias afectivas que suelen acarrear estas
situaciones y las deficientes condiciones sociales y económicas que
se viven en estos hogares, obtendremos el perfil bastante exacto de
la situación que lleva a muchos de estos niños a desarrollar
conductas atípicas socialmente.
Cuando la familia, cualquier tipo de familia, no cumple la misión que
tiene encomendada, lejos de ser un instrumento de socialización, puede
convertirse en un elemento de inadaptación.

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INFLUENCIA DE LA ESCUELA EN EL NIÑO

La escuela “es una institución necesaria para asegurar la transmisión


cultural entre la familia y el Estado, para modelar las jóvenes generaciones”
(Debesse, 1976), se convierte en puente entre la familia y el Estado a la vez
que sirve para formar a las nuevas generaciones dentro de las pautas
culturales y de las normas sociales admitidas, toleradas y deseadas en el seno
de nuestra sociedad.

La escuela, que tiene una clara finalidad socializadora y culturizadora,


puede convertirse en agente de inadaptación y de desintegración social para
los alumnos que (tal vez sean los que más la necesitan) precisan de atenciones
educativas especiales. La escuela debe prestar todo su apoyo a los que tienen
necesidades derivadas de discapacidad y trastornos de conducta y a los
alumnos con necesidades educativas asociadas a situaciones sociales y
culturales desfavorables.

Es un hecho innegable que el maestro, en su ejercicio profesional, se ve


afectado por los acontecimientos que tienen lugar en la sociedad. Está en el
centro de la encrucijada, de los cambios y exigencias sociales: unos le piden
que sea agente de mantenimiento, fiel reproductor del orden y del sistema
social vigente; otros, por el contrario, le exigen que su función sea crítica, que
sea un revolucionario y un transformador del orden social imperante. Funciones
contradictorias, que le son exigidas a la vez y simultáneamente.

La escuela tiene como objetivo la satisfacción de unas necesidades


educativas y sociales concretas, pero además es el escenario en el que los
alumnos experimentan y aprenden a resolver los papeles que tendrán que
desempeñar cuando sean adultos. La escuela impone a sus educandos una
forma común de ser y actuar, una moralidad, unos valores sociales y unas
normas culturales comunes. Su función manifiesta es, pues, la educación
social, moral, normativa y académica de los escolares; su función latente es la
preparación del alumno para la vida adulta… pero con frecuencia, la escuela
promociona a unos y aliena a otros.

La escuela debe estimular y motivar a sus alumnos para conseguir tanto


los objetivos que han sido programados para ellos como para interiorizar las
normas sociales y los valores culturales establecidos en la sociedad a la que
pertenecen. La escuela que tiene una clara finalidad social, culturizadora y

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educativa en su origen y posterior evolución; sin embargo, adolece de estar
planificada y programada en una determinada dirección: está orientada hacia
una clase social, la clase media, y hacia un tipo de alumnado: los alumnos que
tienen una inteligencia de tipo medio. La mayoría de los alumnos puede caer
dentro de estos parámetros, ahora bien:

• ¿Qué se hace con los alumnos que tienen unos cocientes


intelectuales superiores o inferiores al tipo medio?

• ¿Qué se hace con aquellos alumnos que proceden de entornos


desestructurados o inestables y cuyos intereses no coinciden con los
de esa clase social media?

• ¿Qué se hace institucionalmente para superar la situación de los


niños y los adolescentes que se encuentran en estas dificultades?

• ¿Cómo se maneja el contraste que existe entre lo que se enseña en


la escuela y lo que el niño experimenta en su ambiente?

• ¿Cómo actuar con equidad ante alumnos procedentes de clases


sociales tan dispares?

• ¿Cómo hacer realidad el principio de igualdad de oportunidades


educativas en los niveles básicos y obligatorios?

• ¿Qué se debe cambiar en nuestro sistema educativo para que la


escuela no siga generando inadaptación escolar y social entre sus
escolares, sino que sea un medio idóneo para integrar socialmente a
todos ellos y en especial a los más necesitados?

Por todo ello es preocupante la situación de algunas escuelas en la


situación de abandono y fracaso en la que se encuentran muchos alumnos.
Lamentablemente se les deja sin explotar el potencial que poseen, aceptando
como inevitable su bajo rendimiento y nivel cultural. Niños que están en
definitiva “materialmente aparcados” en la institución escolar. Se trata de niños
y adolescentes que generalmente no son capaces de seguir el ritmo “normal”
de la mayoría de los compañeros de su clase. Alumnos que precisan de las
pertinentes adaptaciones curriculares, cuando estas adaptaciones no se
realizan, estos niños no se sienten atendidos en el aula escolar, se aburren en
clase, no saben qué hacer o cómo llenar su tiempo.

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La escuela, uniendo sus esfuerzos con los padres y trabajando con ellos,
tiene que evitar que los niños y adolescentes sufran un progresivo deterioro
que se proyecta desde el fracaso académico, hasta llegar a afectar a sus
relaciones sociales.

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