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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO:


PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA (1969-2000)*
Froylán Enciso

A la memoria de Samuel del Villar

L as drogas en nuestros días parecieran ser un objeto tan inherentemente malo y estigmatiza-
do, como lo fue —y sigue siendo en algunos círculos— el sexo. Mi objetivo aquí es repasar
los episodios más importantes de la historia del narcotráfico en México desde 1969 hasta 2000,
con el propósito de brindar una visión, aunque panorámica, que ordene la gran cantidad de
información fragmentada sobre drogas, narcotráfico y política con que los medios de comuni-
cación, los gobiernos y los académicos nos han bombardeado en los últimos años. Empezar a
superar la fragmentación es un paso necesario para poder vencer la grave tendencia a la hipo-
cresía a la que nos empuja la manera con que, en la actualidad, se maneja el tema de las drogas.
En cada sección inicio el relato analizando la cruzada estadunidense para hacer del uso
de drogas un régimen trasnacional de prohibición junto al repaso de las reacciones de los
gobiernos mexicanos; luego esbozo algunas claves para entender el efecto de las políticas esta-
tales en la organización de los productores, traficantes y distribuidores de narcóticos ilegales; y,
posteriormente, apunto las consecuencias sociales del narcotráfico en las relaciones sociales, el
consumo, la violencia, la cohesión nacional, el papel de los campesinos o los periodistas, etcé-
tera. Como ocurre en ciencias sociales, en general, podría argumentar que la línea narrativa de
este capítulo es arbitraria. Sin embargo, debo apuntar que no lo es tanto, si se toma en cuenta
que parte de consideraciones teóricas y empíricas que han sido ampliamente documentadas y que
parten de la preocupación por que la visión criminalizadora y prohibicionista de las drogas no
siga influyendo en que los análisis académicos dejen de lado sus consecuencias sociales.

Politización de las drogas

No es exagerado afirmar que la década de los años setenta estuvo marcada por la reac-
ción mexicana a la política estadunidense de combate a las drogas. El tema sufrió un paulatino
proceso de politización en Estados Unidos, y México tuvo que ser receptivo a ese interés, sobre
todo después de la Operación Intercepción de 1969. Ese hecho marcó el tono de la discusión

* La revisión de fuentes primarias del Archivo Histórico Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores
(en adelante Arsere) se realizó gracias al apoyo de CONACyT al proyecto “Las relaciones México-Estados Unidos
de la segunda guerra mundial a nuestros días. La visión de sus diplomáticos”, dirigido por el doctor Lorenzo
Meyer.

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y México se alineó sin remedio, aunque mantuvo ciertos principios retóricos acerca de la defen-
sa de la soberanía y la seguridad nacional. En el tema de la soberanía, el gobierno mexicano se
mostró aparentemente firme: las autoridades estadunidenses no debían realizar operaciones
extraterritoriales. En cuanto a la seguridad, mostró su preocupación por el posible intercambio
de armas por drogas, en particular en zonas donde había movimientos de izquierda radical y
guerrillas.
A lo largo de los años 1960, y hasta los 1970, algunos estadunidenses se aventuraban al
sur de la frontera para regresar a su país con un cargamento de mariguana u opiáceos. Años
después, a mediados de los setenta, fueron apareciendo grupos de traficantes con el nivel orga-
nizativo al que ahora estamos acostumbrados a ver. Del lado mexicano los liderazgos crimina-
les no estaban tan coordinados y se limitaban, más bien, al ámbito local, pero en el siguiente
decenio las políticas de erradicación, cierre de rutas de trasiego y la intercepción fronteriza
impulsaron un salto cualitativo en el tráfico de drogas. Los delincuentes locales, más conoce-
dores de la producción y las debilidades de las autoridades mexicanas, empezaron a controlar
más mercados.
Las consecuencias sociales fueron el inicio de un sostenido clima de violencia, que aún
impera en algunas regiones del país, y la fundación de una cultura y un estilo de vida que, con
el tiempo, mermó la imagen del gobierno mexicano.

La reacción mexicana

El 21 de septiembre de 1969, debieron informar a Gustavo Díaz Ordaz que el gobier-


no estadunidense había iniciado la Operación Intercepción I. El hecho debió resultarle, por lo
menos, sorpresivo. Días antes, Richard Nixon brindó con Díaz Ordaz cerca de Puerto Vallarta
y lo acompañó a inaugurar la presa de La Amistad.1 No obstante, las relaciones entre México y
Estados Unidos se habían deteriorado desde el fin de la segunda guerra mundial. El aumento
del proteccionismo de Estados Unidos,2 su abandono paulatino de los acuerdos de braceros y
sus constantes reclamaciones estaban dejando atrás los buenos propósitos de la Alianza para el
Progreso, y se hacía cada vez más evidente que México ya no tendría el trato preferencial logra-
do durante la segunda guerra mundial. Aunado a esto, se habían registrado recriminaciones
por el aumento del tránsito de drogas desde México a Estados Unidos. Sin embargo, a partir de
la Operación Intercepción I, ya no se trataba, como antes, de acusaciones provenientes de los
estados fronterizos, sino de un reclamo de un país a otro.3
A lo largo de los años 1970, ambos gobiernos concertaron acciones para combatir las
drogas y el crimen organizado. El último de estos acuerdos se llevó a cabo del 9 al 11 de junio
de 1969, y en el comunicado conjunto ambas naciones se comprometieron a cooperar para
combatir el “problema global de las drogas”. Por eso, no podía dejar de sorprender la abrupta
Operación Intercepción I.
Los funcionarios de la garita de San Ysidro recibieron la orden de revisar de manera
acuciosa los autos que se internaran en Estados Unidos. Las filas, de varios kilómetros, provo-
caron caos y daños económicos en la frontera. Al llegar a Estados Unidos, grandes carteles reci-
bían a los automovilistas: “Warning! Pot Users” (¡Cuidado! Usuarios de mariguana), como anun-
cio de la amenaza de cinco años de prisión para los traficantes.4

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Esta actitud se explica, en parte, por la política interna estadunidense, cuya ala dere-
cha se radicalizó ante los movimientos progresistas de los sesenta. En su campaña, el republi-
cano Richard Nixon dijo que la mariguana, el hachís y el LSD eran “la maldición moderna de la
juventud”, y prometió que, de llegar a la presidencia, triplicaría el número de agentes aduana-
les5 y trabajaría con naciones “amistosas” para “movilizarse contra las fuentes de esas drogas”.6
Así, la Operación Intercepción I fue una de las primeras acciones que mostraron su
credo y el sector político que representaban. La maniobra no logró grandes incautaciones.
Incluso, en su momento, se consideró ingenuo que el gobierno estadunidense creyera que
mayor vigilancia en los puntos oficiales de cruce reduciría el tráfico de drogas. Sin embargo, el
objetivo iba más allá; el gobierno de Estados Unidos quería presionar para que México adop-
tara medidas más agresivas.
El gobierno mexicano respondió de inmediato. David Franco Rodríguez, subprocura-
dor de la Procuraduría General de la República (PGR), salió rumbo a Washington encabezan-
do una misión en la que participó el embajador Hugo B. Margáin. El objetivo era corregir los
daños sufridos tanto en la frontera como en las relaciones bilaterales. El 10 de octubre de 1969,
la misión anunció que había persuadido a los estadunidenses de cancelar la actuación unilate-
ral y sustituirla por la Operación Cooperación.7
Ese cambio no fue una trivialidad semántica, pues México logró frenar los abusos e
inconvenientes que las autoridades estadunidenses estaban causando en la frontera, y reorien-
tar el tema. Entre otros acuerdos, se convino en realizar una reunión para el 27, 28 y 29 de octu-
bre de 1969. A partir de entonces, Washington maniobró para que México siguiera sus linea-
mientos en el combate al narcotráfico. El 30 de octubre se anunció el establecimiento de un
grupo de trabajo conjunto. Del lado mexicano, el grupo fue presidido por Sócrates Huerta Gra-
dos, procurador general de la República, y, del lado estadunidense, por Jack B. Kubisch. En su
informe del 15 de diciembre de 1969, hicieron diversas recomendaciones operativas dirigidas,
de manera particular, al gobierno mexicano.8
Los representantes de los dos países sabían que el paso de la Operación Intercepción I
a la Operación Cooperación ayudaba a mantener la imagen de cordialidad diplomática, cuan-
do el régimen autoritario mexicano necesitaba del apoyo estadunidense, sobre todo después de
la matanza de Tlatelolco, y el gobierno de Estados Unidos necesitaba de un México estable
durante la guerra fría. Esto tuvo como consecuencia que México entrara a los años 1970 atado
a la lógica con que Estados Unidos enfrentaba el problema de la creciente adicción a estupefa-
cientes ilegales entre sus ciudadanos.
Los pendientes de la reunión se fueron resolviendo, pero algunos, como el uso de her-
bicidas, tuvieron que esperar hasta la segunda mitad de los años 1970. El 5 de marzo de 1970,
Sócrates Huerta Grados firmó un acuerdo con George H. Gaffney, jefe de la Oficina de Nar-
cóticos y Drogas Peligrosas del Departamento de Justicia estadunidense, en el que el gobierno
de Estados Unidos se comprometió a entregar, en dos años, apoyos económicos por un millón de
dólares.9 En ese momento en particular, la prioridad de los estadunidenses era atacar la produc-
ción de drogas en los campos de cultivo. Como señala James van Wert:

Las estadísticas indican una aplicación creciente del método de destrucción a mano de
los campos de adormidera. Por ejemplo, se tiene noticias de que en una de las prime-

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ras campañas, que comenzó en 1947, se destruyeron 200 campos y 90 acres. En la que
comenzó en 1964, se destruyeron 1,000 acres; en 1968, se erradicaron 7,848 campos
con una superficie de 4,500 acres; y según los informes recibidos, en 1973 la campaña
destruyó 10,000 campos y 10,000 acres aproximadamente. En 1963, los mexicanos pri-
mero utilizaron helicópteros para descubrir los campos y luego, en 1967, comenzaron
los primeros ensayos de defoliación química en parcelas muy pequeñas.10

Sin embargo, la PGR aceptó el uso de herbicidas hasta la segunda mitad de los setenta,
pues se pensaba que su aplicación causaría importantes reacciones de rechazo en la opinión
pública.
En Washington, el grupo de trabajo continuó las discusiones sobre los dos asuntos aún
pendientes: las medidas de prevención del tráfico aéreo y marítimo, y la organización de semi-
narios de capacitación.11 Según el informe presentado por el gobierno mexicano, del primero
de septiembre de 1969 a marzo de 1970, el ejército y la policía judicial habían realizado impor-
tantes erradicaciones de plantíos y decomisos de estupefacientes, e inició juicio contra 764 per-
sonas involucradas, de las cuales 90 eran estadunidenses.12 En pocas palabras, más allá de cual-
quier malabarismo retórico, el gobierno mexicano estuvo siempre alineado a Estados Unidos y
consciente de su grado de responsabilidad.13
Las labores de información sobre los logros mexicanos en la intercepción de tráfico de
drogas se volvieron cosa de todos los días para los diplomáticos mexicanos. Por su parte, el
gobierno, aunque compartía el enfoque estadunidense, también trataba de posicionar la idea
de que era una responsabilidad compartida, no sólo porque en Estados Unidos hubiera un cre-
ciente consumo de drogas, sino porque muchos de los involucrados en estas actividades eran
estadunidenses.
La constante intervención y labor de relaciones públicas de los diplomáticos mexica-
nos tuvieron sus beneficios. El 15 y 16 de junio de 1972, durante la visita de Luis Echeverría a
Estados Unidos, el tema de las drogas no fue tratado con demasiada virulencia. En esa ocasión,
quizá porque la visita fue usada por Nixon para mostrar una cara conciliadora hacia América
Latina y el tercer mundo, existió el mismo énfasis al abordar los temas de la salinidad del río
Colorado, los trabajadores migratorios y los asuntos de intercambio cultural. En el comunica-
do conjunto se trató el asunto de las drogas en el mismo tenor con que se había manejado la
Operación Cooperación.
La colaboración entre México y Estados Unidos se extendió a todos los niveles de
gobierno. Por ejemplo, en marzo de 1974 el senador Vance Hartke escribió a José Juan de Ollo-
qui que estaba preocupado por el intenso tránsito de drogas de México a Estados Unidos, por
lo que solicitaba información sobre los planes del gobierno mexicano para combatirlo, y ofre-
ció su colaboración para apoyarlos.14
Estados Unidos nunca quitó el dedo del reglón ni abandonó la idea de impulsar un
régimen global de prohibición. De ahí que intensificara esa iniciativa en los foros internacio-
nales, lo que obligó a la participación mexicana en estos espacios de concertación. En el 58º
periodo de sesiones del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas, los representantes
mexicanos dejaron claro que parte de su interés en el combate a las drogas se fincaba en la
necesidad de defender la soberanía del país, dada su vecindad con una de las potencias mun-

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diales más activas en esa cruzada. De ahí que las dos tesis en que basaban su colaboración fue-
ran la reducción de la demanda y los apoyos económicos para sustituir cultivos en zonas pro-
ductoras de drogas.15 Pero aun cuando México respaldaba la retórica del prohibicionismo uni-
versal, sus argumentaciones obedecían más a un intento por adelantarse a los planteamientos
y demandas de Washington.
La beligerancia mexicana permitió que las políticas de combate fueran menos vigoro-
sas en la segunda mitad de los años 1970. Quizá parte de la explicación está en que México pudo
envalentonarse gracias a las dificultades que pasó la clase política republicana luego del caso de
corrupción Watergate, que terminó con la dimisión de Nixon y el ascenso de Gerald Ford al
poder. Este cambio se acompañó de una ola de moralización del lado estadunidense. En 1975,
Estados Unidos reenfocó su interés en reforzar la cooperación con México.
Tiempo después, con el desmantelamiento de la ruta turco-francesa de abastecimien-
to de heroína, México se convirtió en el principal proveedor. De hecho, uno de los estudios más
certeros en el ámbito gubernamental estadunidense, The White Paper on Drug Abuse, publicado
en 1975, urgía a intensificar los acercamientos con México. Desde la perspectiva de los estadu-
nidenses no era para menos, si se toma en cuenta que 90% de las interdicciones de heroína rea-
lizadas en trece ciudades de Estados Unidos fueron procesadas en México, un aumento signifi-
cativo desde 1972, año en que sólo 40% venía de México. Por su lado, México empezó a
quejarse por el aumento del tráfico de armas, que, según ellos, bien pudieron acabar en manos
de grupos radicales que buscaban la apertura del sistema autoritario y hasta una revolución a la
manera de Cuba.16
Las fricciones fueron canalizadas por la vía de la cooperación. En marzo de 1975,
Pedro Ojeda Paullada, procurador general de la República, recibió a Webster B. Todd, Jr., del
Departamento de Estado, y a Joseph John Jova, embajador estadunidense en México. Lejos de
hacer reclamos, el propósito fue ofrecer ayuda para mejorar la imagen de México en sus labo-
res de combate al narcotráfico. Más tarde, Ojeda Paullada anunció que se iniciaba una nueva
etapa en la campaña contra las drogas, con equipo proporcionado por Estados Unidos. La nove-
dad era que, tal como lo querían los estadunidenses, se usarían defoliantes para las labores de
erradicación.17
El procurador fue cuidadoso al comunicar el asunto: “el gobierno de México en nin-
guna circunstancia conducirá operaciones que puedan tener efectos adversos en la ecología del
país [...] pero eso no significa que no debamos usar herbicidas”. En enero de 1976, Alejandro
Gertz Manero, quien estuvo al frente de la nueva campaña, dijo que “había demasiados campos
para destruir”. La declaración hacía alusión al reconocimiento oficial de que se usaban alrede-
dor de 600,000 kilómetros cuadrados para cultivos ilícitos. “Estamos esperanzados de que los
herbicidas hagan la diferencia.” Poco después, el secretario de la Defensa, Hermenegildo Cuen-
ca Díaz, admitió que ya se hacían pruebas con herbicidas en Sinaloa y Guerrero. Ante la pre-
sión de la opinión pública, Gertz Manero aclaró: “Sí, estamos usando herbicidas [...] y antes de
la primera mitad del año, vamos a erradicar completamente el cultivo de drogas”.
El primero de junio de 1976, México consideraba que su campaña para combatir las
drogas era “permanente” —más bien anual. La PGR trabajó para mejorar la coordinación entre
cuerpos policiacos locales y el ejército, la cooperación con Estados Unidos, combatir la corrup-
ción y modernizar la tecnología de erradicación. El 30 de septiembre, Félix Galván López,

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secretario de la Defensa, lanzó la Operación Cóndor18 en Chihuahua, Sinaloa y Durango, segui-


da por el Plan Canador, acrónimo de cannabis y adormidera, cultivos que se buscaría erradicar
en las 36 zonas militares.19
Se usaron alrededor de 40 aeronaves, muchas de ellas proporcionadas por Estados Uni-
dos, y se habilitaron once bases aéreas cerca de las zonas productoras para facilitar el transpor-
te del personal asignado20: 5,000 soldados y 350 agentes de la Policía Judicial Federal.21 De
hecho, Estados Unidos proporcionó recursos tecnológicos de telecomunicaciones y fotografía
aérea, así como helicópteros; incluso capacitó y pagó a pilotos mexicanos. Y para disminuir la
corrupción se buscó mover de una zona a otra al personal involucrado en la campaña, con lo
que se obtuvieron resultados difíciles de evaluar, pero mostraron buena voluntad por parte del
gobierno mexicano.22
La Operación Cóndor fue vista como una fórmula exitosa por los estadunidenses, y no
era para menos. En su visión, ayudó a disminuir el consumo de drogas en Estados Unidos y logró
la recuperación de territorios en manos de contrabandistas mexicanos. Los números hablaban
por sí mismos. Del primero de septiembre de 1975 al 31 de agosto de 1976, la Policía Judicial y
el ejército habían destruido 21,405 parcelas de opio, cuando el año anterior habían sido 13,580.
En ese mismo periodo eliminaron 16,686 parcelas de mariguana, frente a 6,762 un año antes.
Del periodo 1974-1975 a 1975-1976, el número de aprehensiones aumentó de 2,752 a 4,399. Ade-
más, se decomisaron 215 kilos de cocaína en tránsito y se desmantelaron 16 laboratorios.23
Al margen de estas cifras, el uso de herbicidas implicó un cambio cualitativo en las polí-
ticas de erradicación. Antes de 1975, la amapola se localizaba mediante vuelos de inspección.
Sin embargo, era frecuente que pasaran varios días desde su descubrimiento hasta su destruc-
ción, lo que daba oportunidad a los agricultores, alertados por esos vuelos a poca altura, para
cortar los bulbos de la adormidera. En muchas ocasiones, cuando llegaban los militares, los
agricultores habían desaparecido con la cosecha.24
En agosto de 1976 Alejandro Gertz Manero presumía ya la aprehensión de “cabezas”
del narcotráfico, como: Jorge Moreno Chaivet, Alberto Sicilia Falcón, Jorge Azaf, Salvador Chá-
vez Nájera, María Luisa Beltrán Félix, Guillermo Rivera Beltrán y Jorge Favela Escobosa.25
Muchas de estas aprehensiones fueron realizadas con la intervención directa de las autoridades
estadunidenses, principalmente la Drug Enforcement Administration (DEA). Y algunas se hicie-
ron gracias al contacto constante con 30 agentes de la DEA apostados en México. “Ningún otro
esfuerzo internacional para combatir el tráfico de heroína está teniendo mejores resultados
que el programa de erradicación del gobierno mexicano”, resumieron en 1976 el asesor de
Henry Kissinger, Sheldon Vance, y el director de la DEA, Peter Besinger.26
En esos años no era raro que altos funcionarios estadunidenses recorrieran las zonas
de producción y regresaran a su país satisfechos ante los esfuerzos de erradicación. Así lo hicie-
ron en 1977 Mathea Falco, asesora del Departamento de Estado, y Peter Bourne, jefe del pro-
grama antinarcóticos de la administración de James Carter. Ambos conversaron con el procu-
rador y el secretario de la Defensa, quienes informaron que estaban erradicando plantíos de
opio y mariguana con los herbicidas 2,4-D y Paraquat, en aeronaves suministradas por Estados
Unidos. De vuelta en Washington, los dos funcionarios suscribieron un reporte afirmando que
“todos con los que hablamos, del gobierno mexicano y la misión estadunidense [afirmaron]
que el programa de erradicación de opio había sido casi 100% exitoso esta temporada”.27

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Esta colaboración no terminó con la fricción diplomática entre ambos gobiernos. Las crí-
ticas provenientes de Estados Unidos más de una vez provocaron reacciones virulentas entre los fun-
cionarios mexicanos, que señalaban la “ineficiencia y falta de colaboración” de la DEA. La discusión
sobre el tema de las drogas no cesó en la segunda mitad de los años 1970. Reflejo de estas discusio-
nes fueron los señalamientos del senador Lloyd Bentsen. Según él, entre 1975 y principios de 1976,
102 avionetas que cargaban drogas se habían estrellado en la frontera, y que ese auge del tráfico se
debía a la alianza entre grupos subversivos que ayudaban a la producción y trasiego de drogas a cam-
bio de las armas que les ofrecían los traficantes. No dejó datos que demostraran el supuesto víncu-
lo. Como prueba mencionó el testimonio de un funcionario de El Paso, quien aseguró al ejército
estadunidense 700 armas robadas que llegaron a México. También mencionó que la DEA había reci-
bido numerosos reportes de aeronaves que transportaban armas hacia México y que regresaban a
Estados Unidos con cargamentos de drogas. La solución, según el senador, era aumentar la coope-
ración con México y conseguir más recursos y personal que cuidara de la frontera estadunidense.28
La persistencia de la oferta de drogas, a la que se sumó cierta preocupación por el flu-
jo de migrantes ilegales, hizo que la atención estadunidense se concentrara en la frontera. En
el gobierno de James Carter, la Oficina de Políticas sobre el Abuso de Drogas tuvo entre sus ta-
reas analizar mecanismos para mejorar la vigilancia en la frontera. En febrero de 1978, en una
comparecencia ante el senado, Richard L. Williams, subdirector de esa oficina, propuso que se
reorganizaran las actividades, agencias y funciones de control fronterizo para evitar la falta de
coordinación y la duplicación de funciones entre las instancias encargadas del control de dro-
gas, tráfico de armas y contrabando.29 Poco después, el 19 de abril de 1978, el senador demó-
crata John Culver presidió una audiencia con la participación de: William Anderson, represen-
tante de la General Accounting Office; Peter Besinger, director de la DEA; Rex Davis, director
de la oficina de alcohol, tabaco y armas de fuego; y Charles Sava, de los servicios de inmigra-
ción y naturalización, entre otros. En su intervención, Culver se limitó a insistir en la necesidad
de cooperar con México en el combate a las drogas.30
Por su parte, Anderson, a pesar de reconocer la cooperación con México, mostró preo-
cupación por el aumento de la participación mexicana en el mercado de heroína. México,
según sus cifras, de 1971 a 1975 había pasado de 20 a 89% en su oferta del fármaco. Y, en 1977, a
pesar de los programas de erradicación seguía siendo un oferente importante. Sin embargo, no
atribuía toda la responsabilidad al gobierno mexicano y, de hecho, criticó la ineficiencia de los
programas de intercepción de la DEA, el servicio de aduanas y el migratorio. Propuso mejorar
la coordinación y evitar la duplicación de funciones entre las agencias involucradas en el com-
bate a las drogas y el control fronterizo.31
Ante esto, Peter Besinger argumentó que la DEA hacía operaciones de inteligencia y
erradicación dentro y fuera de Estados Unidos. Según él, de 1975 a 1978 la cooperación con
México había ayudado a reducir la disponibilidad de drogas. Planteó la dificultad de controlar
una frontera tan larga y transitada, pero aun así, la presencia de la DEA había cumplido con efi-
ciencia en la erradicación de plantíos. En los primeros nueve meses de 1976, los 1,597 agentes
de la DEA ubicados en Estados Unidos interceptaron cerca de 230 kilos de heroína, mientras
que los 165 agentes asignados a operaciones externas decomisaron 640. De ahí que los progra-
mas de erradicación en los países productores fueran considerados una estrategia eficiente.
Para defender el programa de erradicación en México, Besinger dijo:

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A pesar de que la producción mexicana representa la mayor parte de heroína en nues-


tras calles, nuestros registros muestran que la proporción de la heroína mexicana dis-
minuyó en el mercado en los últimos seis meses del año pasado [1977], lo que corro-
bora la declinación general de la heroína disponible de ese país. [Este logro se debió]
en particular [al] esfuerzo México-Estados Unidos para el control del opio.

Por otra parte, la aprehensión de algunos líderes del narcotráfico —como el duran-
guense Jaime Herrera y el sinaloense José Valenzuela— no hubiera sido posible sin “coopera-
ción en inteligencia”.32
Rex Davis analizó la posibilidad de que se estuviera intercambiando drogas por armas.
Según él, el contrabando de armas se debía al fácil acceso a la compra en Estados Unidos, y a
las políticas restrictivas sobre su posesión en México. Sin embargo, el monto real del tráfico de
armas hacia México era muy difícil de estimar.33
Al margen de lo anterior, a fines de los setenta, las cifras dieron la razón a Besinger: la
política mexicana de combate a las drogas era un éxito. Según los cálculos del Comité Nacio-
nal de Inteligencia sobre Consumos de Drogas, de representar casi 90% de la heroína que
circulaba en Estados Unidos, como señalaba Anderson, la heroína mexicana representaba 30%
en 1979 y 25-30% en 1980.34
Estos resultados sirvieron para mantener la calma en la relación con los estaduniden-
ses, pero sólo por un tiempo. A partir de 1979 aumentó la cantidad de mariguana y heroína
mexicanas que entraba a Estados Unidos. A su vez, en los últimos 18 meses de la administración
de López Portillo, los agentes de la DEA fueron confinados a la embajada. Pero esta baja en la
prioridad del tema de las drogas cambiaría con la llegada de Ronald Reagan a la presidencia de
Estados Unidos en 1981.35

Aprehensiones

A principios de los años 1970 era frecuente que jóvenes estadunidenses se aventuraran
a viajar a México para conseguir mariguana o heroína. El auge de su consumo en las universi-
dades, las clases media y alta, y la integración de las drogas a la cultura pop proporcionaban los
incentivos necesarios. Éste fue el caso de George Jung, quien en 1967 se inició como revende-
dor —venía a México, obtenía mariguana barata y multiplicaba sus ganancias. En 1974, cuan-
do fue aprehendido, las ventas de Jung iban de 300 a 400 kilos de mariguana al mes, por la que
recibía de 45,000 a 60,000 dólares, suma considerable en esa época. Viajaba a México para
negociar con campesinos de la sierra de Sinaloa, volar en avioneta desde el desierto de Sonora
hasta California y llevar la mercancía, por tierra, hasta Amherst, Massachusetts, donde era dis-
tribuida en una zona escolar, con 30,000 estudiantes, ansiosos de mariguana, de cuatro prepa-
ratorias y una universidad estatal. Luego de su captura, en la prisión se conectó con algunos
colombianos y se volvió uno de los traficantes de cocaína más importantes.36
Al iniciar los años 1970 no había grandes organizaciones criminales, aunque sí una cre-
ciente producción de drogas. A pesar de la fuerte política de erradicación y la afectación a gran
número de campesinos involucrados, los productores empezaron a sembrar extensiones más
pequeñas, en terrenos localizados a alturas inalcanzables para los helicópteros Bell, usados para

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fumigar.37 La mayoría de los campos de amapola estaba en Sinaloa, Durango y Chihuahua, el


legendario “Triángulo de Oro”, pero después surgieron en Guerrero, Michoacán y Chiapas,
donde los operativos eran menos intensos.38
Después de la erradicación de sembradíos, la intercepción fue la segunda política en
importancia, porque el número de mexicanos involucrados, con ser considerable, no igualaba
al de los productores. En el caso de la heroína, una vez cosechado el bulbo de la amapola, la
goma de opio se transportaba a los lugares de recolección, donde se procesaba en laboratorios
clandestinos llamados “cocinas”. Hasta ahí los mexicanos eran fundamentales. Pero una vez que
llegaban a las áreas de almacenamiento, y hasta que se introducían a Estados Unidos, los trafi-
cantes extranjeros eran dueños de la operación. Pero también hubo organizaciones mexicanas
que operaron en Estados Unidos, como la de Jaime Herrera y la de José Valenzuela.
La DEA tenía reportes de las actividades de Herrera en el transporte de la heroína que
llegaba a Chicago, pero fue hasta septiembre de 1977 que inició acciones para detenerlo.39 En
el caso de Valenzuela, luego de más de un año de investigaciones, en noviembre de 1977, la DEA
logró su captura, junto con ocho de sus cómplices. Valenzuela operaba laboratorios en Culia-
cán y distribuía la droga en California, desde donde se enviaba a cinco distritos de Nueva York.40
Sin embargo, ni Herrera ni Valenzuela tenían el grado de organización ni los vínculos con el
sistema judicial y la clase política de los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álva-
rez, que logró, sólo por poner un ejemplo, Alberto Sicilia Falcón, un cubano-estadunidense que
luego de trabajar para la Central Intelligence Agency (CIA) intentó establecer un monopsonio
de mariguana mexicana y cocaína colombiana. Además, tuvo vínculos con traficantes mexica-
nos de importancia local, como Pedro Avilés, y otros que más adelante pertenecieron a bandas
que controlaron el tráfico de drogas en los ochenta, como Jorge Favela Escobosa o Manuel Sal-
cido Uzeta (a) el Cochiloco.41

El primer narcostar

Alberto Sicilia Falcón nació en Matanzas, Cuba, el 30 de abril de 1945. Luego de la lle-
gada de Fidel Castro al poder partió a Miami, donde se enlistó en el ejército, y también se enro-
ló en una o más agencias de inteligencia. En su expediente judicial hay cargos por conducta
desordenada, vandalismo y “sodomía”, referidos a su adolescencia. En 1968, a los 23 años, cuan-
do cruzó por primera vez la frontera hacia Tijuana, los funcionarios de la garita lo aprehendie-
ron al comprobar que no era ciudadano estadunidense. Cuando fue liberado, regresó a Esta-
dos Unidos y empezó a tejer una red de traficantes que se extendió alrededor del mundo. Pocos
años después, cuando las autoridades seguían sus huellas, James Mills, un periodista estaduni-
dense que tuvo acceso a la investigación, escribió, en The Underground Empire, que para 1972:

Sicilia era parte del mundo de las mansiones fortificadas, los carros caros, los botes
acuáticos de carreras, el champagne Dom Pérignon, los puros Montecristo y la cocaí-
na por kilo. Sus fiestas lo mismo en yates, salones de hotel o casas privadas en tres con-
tinentes, divirtieron a líderes políticos, industriales, estrellas de cine, criminales inter-
nacionales y jefes de inteligencia. Sus sobornos y regalos incluían carros deportivos
italianos, joyas y pagos de millones de dólares [...] Su dinero rondó secretamente alre-

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dedor del mundo en bancos de media docena de países, Rusia incluida. Su influencia
alcanzó los servicios de inteligencia de varios países, entre ellos, México, Cuba y segu-
ramente Estados Unidos.42

El texto de Mills se basó en la información de la Central Tactical Units (CENTAC 12),


una organización policial y de inteligencia que formó, en junio de 1976, el gobierno estaduni-
dense para perseguir específicamente a Sicilia Falcón y su gente. En la primera fase, el CENTAC
12 buscaba desmantelar la red de tráfico que Sicilia manejaba desde México. En la segunda
fase, de agosto de 1977 a diciembre de 1978, el CENTAC 12 trató de destruir las fuentes de abas-
tecimiento de cocaína de lo que fue la organización de Sicilia.43 Cabe destacar que, en la ope-
ración contra Sicilia, el CENTAC 12 contó con la participación directa de agentes de la Policía
Judicial Federal.
A principios de los setenta, el centro de operaciones de Sicilia estaba en Tijuana. Esto
le permitió supervisar el tránsito de drogas hacia Estados Unidos, consolidar un grupo de tra-
bajo, mantenerse alejado de las investigaciones de las autoridades estadunidenses y, mediante
la expansión de sus relaciones en México, lograr complicidad e impunidad dentro el sistema
policiaco mexicano.
Uno de sus mejores contactos en México fue Gastón Santos, cacique de San Luis Poto-
sí y miembro de la familia revolucionaria; hijo de Gonzalo N. Santos, hombre público de infaus-
ta fama y memoria. Desde Tijuana, pues, Sicilia tejió sus redes y creció en el mundo de los nego-
cios. En algún punto de este proceso, diversos miembros de su grupo empezaron a querer más
dinero, especialmente el mexicano Alberto Barruetta, quien incluso intentó independizarse.
Ante esto, Sicilia ideó una nueva forma de operar que permitiera incrementar las
ganancias de todos. Así, sin mayor explicación, citó a los miembros de la banda en su villa en Aca-
pulco, donde organizó una fiesta espectacular, en la que todos se emborracharon, menos él. Al
otro día, tres camionetas de campesinos armados rodearon la villa de Sicilia; uno de sus diri-
gentes venía a hablar con él. Dice Mills que Alberto Barruetta sabía de las conexiones de Sici-
lia con las guerrillas. De hecho, Gastón Santos se encargaba de enviar cargamentos de la mari-
guana producida por los guerrilleros a las casas de seguridad que Sicilia tenía en Mexicali. Al
parecer, estas transacciones fueron parte de las estrategias del movimiento subversivo de Gue-
rrero para conseguir armas y abastecimiento. La reunión duró tres horas, luego Sicilia y su gen-
te fueron a un restaurante de la costera, donde explicó: “No va a haber problemas con socios
que sólo ganen 45,000 dólares por tonelada. Vamos a controlar toda la mariguana de México”.44
El nuevo plan empresarial era que la guerrilla, siempre necesitada de recursos para sos-
tener su movimiento, entregara un primer cargamento de 100 toneladas, y así siguiera en el
futuro. Y sabedor de que la otra gran fuente de mariguana era Sinaloa, sobornó a las autorida-
des mexicanas para que concentraran sus esfuerzos punitivos en ese estado, con lo que sólo la
competencia tendría que soportar los costos de las campañas de erradicación e intercepción
del gobierno.45
Antes de radicar en la ciudad de México, Sicilia también incursionó en el tráfico de
cocaína de Sudamérica y heroína europea e intentó entrar al negocio de la producción y tráfi-
co de armas, con ayuda de algunos miembros de la clase política mexicana. En Tijuana, se reu-
nieron Sicilia y Gastón Santos con James Morgan, dueño de Morgan Arms Company. Morgan

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necesitaba 10 millones de dólares para arrancar la producción de una sofisticada arma en Por-
tugal. Según Mills, el arma no sólo serviría para que Sicilia la pudiera intercambiar por droga,
sino que Santos la podría usar para defender sus dominios en San Luis Potosí. No queda claro
si el negocio prosperó, pero, al parecer, algunos políticos mexicanos estuvieron involucrados.46
Alrededor de 1975, el endurecimiento de las autoridades estadunidenses en la fronte-
ra persuadió a Sicilia de trasladarse a la ciudad de México, donde siguió cultivando sus cone-
xiones. Poco después, el 2 de julio de 1975 fue aprehendido en Nieve 180, en Jardines del
Pedregal: “encamado, con una mano fracturada, junto a una pistola”. En un principio se negó
su arresto, quizá porque, como él mismo relató, fue sometido a torturas por agentes a cargo del
comandante Florentino Ventura.47 Su abogado, Roberto Sánchez Juárez, declaró a los diarios
que se violaron sus derechos al no consignarlo dentro de las 72 horas marcadas por la ley.
La detención se hizo pública hasta el 10 de julio. Ese día, en las notas periodísticas la
detención del primer “barón de las drogas” que se hizo famoso en México, compartió espacio
con la breve detención de Gastón Santos, por su posible vínculo con el narcotráfico. Lo que no
se aclaró nunca fue la relación de Sicilia con el “rejoneador millonario”. Al parecer, la deten-
ción de Santos se hizo cuando éste fue a visitar a Sicilia, a su casa del Pedregal, un día después
de la aprehensión.48
La captura de Sicilia descubrió una serie de complicidades que nunca fueron del todo
aclaradas. El día de su detención encontraron que, al igual que Gastón Santos, tenía una creden-
cial que lo acreditaba como agente especial de la Secretaría de Gobernación. Las investigaciones
apuntaron hacia Mario Moya Palencia, entonces secretario de Gobernación y, por lo mismo,
señalado como el ungido para suceder a Luis Echeverría en la presidencia de la República.
James Mills dice que cuando se supo de las conexiones de Sicilia con Moya Palencia, el PRI rem-
plazó a este último por José López Portillo.49
Ojeda Paullada presentó la detención de Sicilia como el resultado de una operación
conjunta con agentes de la DEA. Ese día también se capturó a buen número de personas en
México y en California. Entre los presos estaba su lugarteniente en México, Carlos Ángel
Kiriakides y la directora de distribuidores, Mercedes Coleman Bisval.50 A los pocos días, Sici-
lia fue trasladado a la Cruz Roja para detener una hemorragia provocada por las heridas que
él mismo se infligió al tratar de suicidarse.51 La circunstancia fue aprovechada por su aboga-
do para denunciar las irregularidades del proceso. Entre los escándalos paralelos, Irma Serra-
no, la Tigresa, declaró que ella podía decir mucho sobre “los verdaderos jefes del narcotráfi-
co”. De hecho, dijo que hablaría con la Procuraduría sólo “con la autorización del presidente
Echeverría”:52 declaración insólita si no se toma en cuenta que la prensa de la época afirmaba
que ella había sido aval para que Sicilia Falcón rentara la casa del Pedregal. Aunque quizá fue
una velada amenaza contra la clase política priísta, que le permitió zafarse del asunto. Agustín
Bárcenas, secretario del Tercer Juzgado Penal Administrativo, declaró a la prensa que no reque-
riría del testimonio de la Serrano; mientras que el abogado de Sicilia dijo que la artista “no
[tenía] ninguna relación” con su defendido.53
James Mills proporciona, además, datos sobre la probable participación de la familia
Echeverría en este asunto:

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Los agentes estadunidenses descubrieron que era más que curioso, el hecho de que el
nombre de un presidente de la República haya salido a la superficie en otro aspecto de
investigación sobre Sicilia Falcón. Cuando fue arrestado, le encontraron una carta que
tenía información sobre transacciones comerciales de plata, mercurio, cemento, hie-
rro y productos petroleros entre México y Estados Unidos que fueron autorizadas por
Antonio Buch, representante personal de María Esther Zuno de Echeverría, la esposa
del presidente de México. La carta estaba fechada dos meses después de la reunión en
Tijuana con Gastón Santos y James Morgan, concerniente a la fabricación de un super--
rifle de visión láser. Otros esfuerzos de inteligencia sugieren que la señora Echeverría,
cuyo padre y hermanos habían sido vinculados ya con operaciones de heroína euro-
pea, pudo tener inversiones en la manufactura de esa arma. La posible participación
del presidente Echeverría en el tráfico de drogas y armas (por medio de su esposa, su
secretario de Gobernación, Moya Palencia, y otros) era de particular interés, por su co-
nocida ambición: cuando dejara el cargo, deseaba ser elegido como secretario general
de las Naciones Unidas.54

Otra pista que jamás se agotó fue la de un Rolls Royce del año, propiedad de Sicilia, es-
tacionado en la casa de Dolores Olmedo. Al parecer el auto fue usado por la banda de Sicilia
para trasladar heroína desde España, cuando éste estuvo en Madrid para la negociación de un
cuarto de millón de dólares en armas de la CIA. Investigaciones posteriores revelaron que Olme-
do mantuvo una relación con Arturo Izquierdo Ebrard, importador de heroína francesa por el
puerto de Veracruz, donde tenía una finca y donde fue desembarcado el Rolls Royce.55 Tiem-
po después, Izquierdo Ebrard llegaría a ser cuñado de Arturo, el Negro Durazo.
El 15 de julio, Sicilia Falcón fue consignado por asociación delictuosa, contrabando y
acopio de armas, falsificación de documentos y delitos contra la salud en sus modalidades de
posesión, transportación, compraventa, tráfico y suministro de mariguana y cocaína. Al parecer
era el final, pero después de unos meses, el caso volvió a los medios de comunicación luego de
que Sicilia, junto con Alberto Hernández Rubí, José Egozzi y Luis Antonio Zuccoli, se fugara
de Lecumberri, por un túnel de 40 metros de largo, en abril de 1976. La fuga despertó las sos-
pechas sobre los nexos de las autoridades con el narcotráfico. Desde diciembre de 1975, La
Prensa denunció el contubernio entre la banda criminal y algunos magistrados de Hermosillo,
que dieron su aval para que Sicilia fuera trasladado a Tijuana, donde sus conexiones le permi-
tirían mejor trato. Después de la fuga, los periodistas de ese diario reprocharon haber adverti-
do “con toda oportunidad de lo que ahora se lamenta la sociedad: la fuga y burla a la justicia de
uno de los más grandes traficantes de estupefacientes”.
La presión mediática no fue la única que enfrentó el gobierno. Antes, el 16 de febrero
de 1976, Henry Kissinger, secretario del Departamento de Estado, envió una carta a Alfonso
García Robles, secretario de Relaciones Exteriores, en la que planteaba: “Mi fuerte convicción
de que el tráfico de drogas debe parar está acompañada por una convicción igualmente fuerte de
que los detenidos, sin importar los crímenes por los que deban ser procesados, deben recibir
sus derechos legales y humanos dentro de la ley aplicable”.56 La respuesta de García Robles fue
cordial y firme. Dijo que el aumento de presos estadunidenses se debía al crecimiento del con-
trabando de Estados Unidos a México y del tráfico de drogas de México a Estados Unidos. El
tono de la carta no buscaba atizar conflictos ni vender falsas expectativas: “No podemos espe-

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

rar que no se cometan ocasionalmente algunas irregularidades, sobre todo, cuando las deten-
ciones se efectúan en lugares alejados”.57
No obstante, las autoridades se vieron obligadas a actuar. Se destituyeron a los magis-
trados de Hermosillo; los retratos hablados de las personas que ayudaron a la fuga se distribu-
yeron entre los cuerpos policiacos; se pidió ayuda a la DEA e INTERPOL; se siguieron todas las
pistas, desde la compra de la casa donde desembocaba el túnel, hasta los contactos de Sicilia a
lo largo de la frontera. Las cosas se complicaron cuando La Prensa denunció que Sicilia había
“comprado” por dos millones y medio la crujía L, al jefe de vigilancia de Lecumberri, Edilber-
to Gil Cárdenas, y que Zuccoli —uno de los prófugos— era compadre y exsecretario particular
de Gustavo Malo, presidente de la Comisión Administradora de Cárceles y Reclusorios del Dis-
trito Federal. Ojeda Paullada exculpó al director del reclusorio, general Francisco Arcaute, y
dijo que “los viejos reos, que son como caciques de Lecumberri, seguramente son los respon-
sables de la fuga de los narcotraficantes”.58 Por contraste, Gil Cárdenas fue aprehendido y acu-
sado de varios actos de corrupción.
El 2 de mayo de 1976, los periódicos informaron sobre la recaptura de Sicilia Falcón,
operativo a cargo del subdirector de la Dirección Federal de Seguridad, Miguel Nazar Haro, y
los comandantes Florentino Ventura y Pedro Ismael Díaz Laredo. Sicilia fue trasladado al Reclu-
sorio Sur y, en 1991, a Almoloya de Juárez. Las autoridades cerraron el capítulo de la captura
del que ha sido señalado como el primer narcostar de México,59 con granaderos resguardando
Lecumberri, ante llamadas que amenazaban con: “dinamitar el edificio” el día de la recaptura;
declaraciones de inocencia de Sicilia; declaraciones de Ojeda Paullada de que la investigación
había sido “un prodigio” y felicitaciones a su estratega, Alejandro Gertz Manero.
El periodista James Mills transcribe una conversación entre los agentes estadunidenses
que participaron en la captura de la banda de Sicilia y senadores de su país, en enero de 1977,
en la que destacan los comentarios de uno de ellos:

Tradicionalmente, el secretario de Gobernación es el próximo presidente de México.


Por lo menos, desde los últimos tres o cuatro presidentes. Cuando arrestamos a Sicilia,
él tenía una credencial de agente especial de Gobernación [aunque] ni siquiera tenía
la ciudadanía mexicana. Hay historias que no hemos podido confirmar, pero una, que
es clave, dice que los apuros del gobierno mexicano con la aprehensión de Sicilia y sus
declaraciones a la policía judicial sobre otras agencias del gobierno [provocaron que]
Moya Palencia, que había sido señalado [...] como el próximo presidente [...] no fue
ya el hombre de los reflectores. Una semana después, López Portillo, el actual presi-
dente de México, fue elegido por Echeverría.60

La banda de las Bolas de cocaína

Al parecer, la investigación sobre esta banda inició después de que una avioneta arro-
jó “bolas de cocaína” cerca de Teotihuacán, en febrero de 1974. Luego de esa “lluvia blanca”,
ocurrió otro incidente similar en mayo de 1975: una avioneta tiró dos sacos en las cercanías del
río Lagartos, en Yucatán. Unos marinos se percataron del hecho, por lo que los traficantes sólo
tomaron uno de los sacos y se dieron a la fuga. El 7 de julio de 1975, los periódicos de la ciudad
de México informaron sobre la detención de esa “mafia” que introducía de 100 a 200 kilos de

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cocaína al mes. Las investigaciones permitieron atrapar a esta banda en diversos puntos del
país. El grupo estaba formado por los mexicanos Jesús Madrid Muñoz, Víctor Lozano Cerón,
Luis Roldán Melo, Enrique González Benítez (en la ciudad de México), José Guadalupe Franco
Lincoln (Querétaro), Cesáreo Salomón Monzón (Tecomán, Colima), los colombianos Carlos
Estrada Ortiz, Marlene Ríos Gómez, el argentino Ricardo Horacio Giarini (ciudad de México)
y el estadunidense Martín Román Zamora (Mexicali).
En una conferencia de prensa, el procurador informó que desde Colombia se envia-
ban los insumos para elaborar la droga. Normalmente se lanzaban desde el aire a sitios donde
pudieran recogerse. Con la droga en su poder, los contactos llamaban a Carlos Estrada Ortiz,
quien tenía laboratorios clandestinos, uno de ellos en Querétaro, para procesarla y luego dis-
tribuirla. No quedaba claro si la droga sólo se vendía en México, o si además se llevaba a Esta-
dos Unidos. Sin embargo, se detalló que la detención del estadunidense fue en Mexicali, “en
momentos en que recibía dinero del importe de la droga”. Es decir, la banda trasladaba cocaí-
na desde Colombia y se dedicaba a su procesamiento, venta y trasiego, por lo menos hasta la
frontera con Estados Unidos. Ojeda Paullada no dio detalles de las conexiones del grupo con
los estadunidenses, y no es de extrañar, si recordamos que eran los momentos de fricción con Es-
tados Unidos, antes de la Operación Cóndor. No obstante, afirmó que contaba con informa-
ción que comprometía a “varios agentes norteamericanos de narcóticos”.61
El 14 de julio de 1975, Estrada Ortiz declaró haber comprado un rancho para el ate-
rrizaje de avionetas y “presumió de ingenioso” al aceptar que inventó los compartimentos secre-
tos en los motores de camionetas Combi para ocultar la cocaína. Por su parte, el químico Franco
Lincoln confesó encargarse del procesamiento de la cocaína. Franco Lincoln dijo que conoció a
Estrada Ortiz en Tijuana, mientras trabajaba en un laboratorio. Ahí, Estrada Ortiz le ofreció
procesar cocaína a cambio de 30,000 dólares. Luego, el aumento de la demanda le permitió abrir
un segundo laboratorio en Tijuana y un tercero en Querétaro. Según él, a esos laboratorios lle-
gaban los principales distribuidores de Boston, Chicago y Nueva York.62

Un líder mexicano

En agosto de 1976, la Policía Judicial Federal anunció la aprehensión de Jorge Favela


Escobosa, hombre de 59 años, dedicado al tráfico de narcóticos desde hacía 30. Ninguna droga
quedó al margen de sus operaciones: cocaína, mariguana, psicotrópicos, heroína. Favela Esco-
bosa tenía una fortuna calculada en casi 500 millones de pesos de aquellos años, y muchas pro-
piedades en Sinaloa, ciudad de México, Tijuana y Cuernavaca. La primera vez que lo detuvieron,
en 1961, traía 60 gramos de heroína, y consiguió una sentencia absolutoria.63 A partir de ese
momento, y como ha ocurrido con otros narcotraficantes, Favela Escobosa reorganizó su nego-
cio y estableció mecanismos de seguridad: teléfonos especiales para hacer contactos, un grupo
pequeño de incondicionales, casas de seguridad, identificaciones con más de diez nombres dife-
rentes, cuentas bancarias con nombres ficticios. Según la PGR, Favela tenía conexiones en
Colombia, Perú, Estados Unidos, Turquía, Alemania, Francia e Italia, y relación con otros nar-
cotraficantes de la época, como Lalo Fernández, Jerónimo Gutiérrez, Pedro Avilés y Kuri Karim.
La aprehensión de Favela Escobosa se llevó a cabo luego de una larga investigación. En
1975 fueron aprehendidos en Tijuana, Guillermo, Ricardo y Jesús Favela con un cargamento de

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cocaína y heroína. En marzo de 1976, se aprehendió a otros 23 miembros de la banda, a los que
les decomisaron 83 kilos de cocaína y 5 de heroína en La Paz, Tijuana, Culiacán y el Estado de
México. A raíz de esto, un juez libró orden de aprehensión contra Jorge Favela y cinco de sus
lugartenientes. Su aprehensión ocurrió en la colonia Polanco, de la ciudad de México. En ese
momento, Favela esperaba hacer una conexión para la compra de 17 kilos de cocaína y tres de
heroína por 20 millones de pesos. La droga y 12 mil dólares fueron decomisados a Guillermo
Polanco Ávalos. Una vez procesada, la droga hubiera cuadriplicado su valor. La primera reac-
ción de Favela fue tratar de suicidarse, pero los agentes no lo dejaron. Luego ofreció: “son cin-
co, les doy diez millones y nos vamos todos, tengo mucha lana, solamente de Tijuana me ha gira-
do mi sobrino Rafael, 50 millones de mis operaciones en Chicago”.
Después de la aprehensión de Favela Escobosa, se hicieron varias detenciones más, que
reflejan el grado de sofisticación de sus procedimientos. En la ciudad de México fueron dete-
nidos Sergio Guillermo Moreno Coronado, cajero general de una sucursal del Banco Nacional
de México, quien hacía algunas de sus transacciones; Antonio Cárdenas Iribe, su mano dere-
cha; Mario Villalobos, almacenista y distribuidor; Héctor Herrera Contreras, encargado del
transporte de droga y dinero; José Guillermo Aguilar, contador; y Juan Francisco Serrano Gutié-
rrez, su asesor jurídico. En Durango cayó Felipe Favela Shaire, encargado del lavado del dine-
ro de las operaciones en Chicago. En Culiacán se detuvo a Óscar Humberto Aguilar Avilés, su
lugarteniente.64
En su conferencia de prensa del 8 de agosto de 1976, Gertz Manero anunció que se
había desintegrado la organización “más audaz y difícil de penetrar en la historia del crimen
organizado en México”.65 Sin embargo, Favela Escobosa siguió operando, por lo menos hasta
mediados de los años 1980.66

El Cochiloco y Pedro Avilés

Manuel Salcido Uzeta, (a) el Cochiloco, y su banda fueron aprehendidos en febrero de


1974. Enfrentó cargos por homicidio, portación de armas, desorden público y asociación delic-
tuosa, aunque no por delitos contra la salud. En un periódico de la época, esto causó indigna-
ción: “hay ya un maridaje excesivo entre el narcotráfico y los encargados de combatirlo... [Esto]
muestra hasta dónde la mafia de los gomeros ha logrado calar, comprando protección, con-
ciencia, gatillos con credencial”.67
Meses antes, tuvo enfrentamientos con otro grupo de traficantes, liderado por Braulio
Aguirre, por el control del narcotráfico en el sur de Sinaloa. En los medios locales se supo que,
a principios de 1974, el Cochiloco había pagado un cuarto de millón de dólares para que tres
agentes de la Policía Judicial Federal secuestraran a seis integrantes de la banda de Aguirre. Los
judiciales llevaron a los jóvenes a una casa en Río Humaya 31, en la colonia Lomas del Mar, en
Mazatlán, propiedad del Cochiloco.
Los cuerpos de los seis muchachos fueron encontrados en un rancho cerca de Maza-
tlán. El hecho evidenció la colusión de las policías con el Cochiloco. Los agentes federales fue-
ron apresados, junto con el jefe de la Judicial comisionado en Sinaloa, Ramón Herrera Espon-
da, bajo el cargo de privación ilegal de la libertad. Sin embargo, luego de su traslado al Distrito
Federal fueron exonerados. Tiempo después, el Cochiloco y su banda fueron aprehendidos en

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

la colonia Chapalita, en Guadalajara. Se les trasladó a Mazatlán y luego a Culiacán. No obstan-


te, él no duró mucho en la cárcel. En noviembre de 1975, con un soborno de medio millón de
pesos, escapó. Desde entonces siguió operando en todo el Pacífico. Versiones periodísticas
señalan que se paseaba sin problemas por Sinaloa.68 Los rumores sobre sus operaciones se pro-
longaron hasta principios de los años 1990. Se dice que él vengó la muerte del famoso narco-
traficante Pedro Avilés. Este asunto, no confirmado, se explica porque el Cochiloco no operó
sólo en los años 1970. El dueño de la plaza era, precisamente, Avilés. Luis Astorga reconstruye
así la muerte de este último:

La noche del 15 de noviembre de 1978, en el entronque de los caminos hacia Tepuche


y La Pitayita, a menos de veinte kilómetros de Culiacán, hubo un enfrentamiento a
tiros entre agentes de la PJF y “presuntos narcotraficantes”. Así, por casualidad, pues no
lo andaban buscando a él precisamente, terminó sus días Pedro Avilés Pérez, quien
también utilizaba el nombre de Guillermo Pérez, originario de Las Ciénegas de los Sil-
va, Durango. Figura importante en el “bajo mundo” sinaloense, según la DEA; “el más
grande de los siete del reinado”, según uno de sus corridos; “uno de los más famosos
narcotraficantes a nivel nacional”, según la PGR. Avilés era buscado hacía cinco años y
jamás había sido detenido a pesar de las más de veinticinco órdenes de aprehensión en
su contra.69

Al inicio de los años 1990, el Cochiloco robó un cargamento de cocaína de un barco,


en Colima; la droga era propiedad de unos colombianos. Quizá por este robo lo mataron, pero
el mito sobre sus hazañas se ha mantenido. El cronista sinaloense Javier Valdez afirma:
Se le atribuyeron más de 75 muertes. Le gustaban los palenques y lo mismo se le seña-
laba como bandido generoso que como matón sanguinario y extremadamente violen-
to. Hay quien dice que como Pedro Infante y Amado Carrillo, él está vivo y les sigue lle-
vando la tambora a los de San Juan, su tierra. Si en vida se contaba que tenía una
persona que se parecía mucho a él y que la hacía de su doble, ahora se cuenta que no
ha muerto. Que no murió ni con los más de cincuenta balazos que dicen que recibió,
aquel 9 de octubre de 1991.70

Si no fuese porque en varios archivos periodísticos el Cochiloco aparece retratado con


el exgobernador de Colima, Elías Zamora Verduzco, lo narrado parecería un simple ejercicio
literario.71

Un estilo de vida sienta sus reales

Una de las consecuencias sociales más importantes del narcotráfico ha sido la erección
de un estilo de vida, por lo menos en algunas regiones de México. Robert DuPont, asesor sobre
drogas de la Casa Blanca en tiempos de Gerald Ford, visitó Culiacán, poco después de que aquél
asumiera la presidencia de Estados Unidos, en 1974. A su regreso, dijo que Culiacán era lo más
cercano al Viejo Oeste que había visto.72
Otro observador, Richard Craig, visitó Culiacán en 1976. Luego, en un artículo, des-
cribió así el escenario:

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

No sólo es el estado clave de la industria mexicana de la heroína, sino un microcosmos


clásico de lo bueno y malo del milagro mexicano. Por un lado, Sinaloa es el estado agríco-
la líder nacional, el lugar de la agricultura de exportación más avanzado, un centro
minero de importancia y la sede de dos hermosas, aunque muy diferentes ciudades,
Mazatlán y Culiacán. Por el otro lado, es el centro de una pobreza apabullante, repeti-
das confiscaciones de tierras, desafío abierto y armado a la autoridad, notoria corrup-
ción, ley marcial y, hasta hace muy poco, el sitio de una de las mayores concentraciones
de producción de heroína en el mundo.73

En un artículo de Excélsior del 4 de febrero de 1976, Alfonso G. Calderón, entonces


gobernador del estado, reconoció que el problema era “insoluble”, porque “los mafiosos no tie-
nen ningún respeto”. Mencionó un área de 21,161 kilómetros cuadrados de la sierra de Sina-
loa, donde por lo menos 20,000 de los 200,000 campesinos que ahí vivían se dedicaban a la pro-
ducción de drogas, porque “quieren tener un buen par de pantalones, un buen sombrero y una
buena camisa [...] incluso trayendo al ejército completo a Culiacán, no sería suficiente”.
Tiempo después, el gobierno federal lanzó la Operación Cóndor. Obviamente, algu-
nos de los campesinos a quienes el cultivo de drogas les dejaba diez veces más de ganancias que
sus cultivos tradicionales, defendieron sus plantíos, lo que produjo verdaderas batallas campales
en la sierra. A este grupo se le sumaron otros que estaban descontentos por las arbitrariedades
que cometían los soldados y policías a su paso por los poblados. Con la Operación Cóndor
aumentó el descontento social. Así lo comentó un diplomático estadunidense:

Mira, cuando esas unidades barren las zonas, segura o presuntamente, productoras de
drogas, a veces limpian de más. Las casas son saqueadas, los hombres golpeados, las
mujeres violadas y sus pertenencias confiscadas. Con esas tácticas, aunque raras, los
militares no precisamente se hacen querer por los campesinos.74

Desde entonces, las denuncias por torturas y violaciones a los derechos humanos por
parte de policías federales, o de saqueos y abusos de autoridad por parte del ejército, han sido
frecuentes.75 Una de las primeras consecuencias de las operaciones de los setenta fue el éxodo
masivo de campesinos de la sierra hacia las zonas urbanas.76 Esto propició el caldo de cultivo pa-
ra que los recién llegados a las ciudades se dedicaran a actividades relacionadas con el narcotrá-
fico y para que surgieran las simientes de identidades locales vinculadas con el narcotráfico. Como
bien dice Luis Astorga, por medio de los corridos empezó a crearse una mitología propia. Y la
exaltación de la ilegalidad alcanzó dimensiones mitológicas. Prueba de ello es Jesús Malverde,
el ladrón generoso asesinado por los rurales en 1909, a quien no sólo compusieron versos y can-
ciones populares, sino que se le atribuyen milagros, al grado que ahora se ha convertido en un
santo apócrifo con adeptos en México, Colombia y Estados Unidos, que cuenta con santuarios
en Culiacán, Badiraguato, Tijuana, Cali y Los Angeles. Esta mitología se ha acompañado de
expresiones lingüísticas propias que han sido recogidas en novelas como Un asesino solitario,
de Elmer Mendoza, o los trabajos literarios de Juan José Rodríguez y Leónides Alfaro; el perio-
dista Jesús Blancornelas habla de la existencia de una ética particular; y los trabajos de artistas
plásticos como Óscar García, Fritzia Irízar, Lenin Márquez y Aurora Díaz, entre otros, exploran
la recuperación de la estética del narcotráfico.

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

La guerra contra las drogas (1981-1989)

La década de los años 1980 fue quizá uno de los periodos más infames de la política
exterior estadunidense. Sus dobles raseros morales, las consecuencias no deseadas de la guerra
fría, su actitud intervencionista, el apoyo a movimientos políticos y militares represores, y la tor-
peza de su elección de enemigos externos para solucionar pugnas internas dan fe de la falta de
racionalidad de esa gestión.
En el caso de los estupefacientes y su relación con México y otros países productores, los
1980 vieron surgir la “guerra contra las drogas”. En el caso de México, el objetivo final era encon-
trar en la corrupción y el auge del narcotráfico un enemigo externo que redituara votos dentro
de Estados Unidos. Las estrategias para “presionar” se basaron en imponer prerrequisitos para
cualquier negociación. Proporcionaron ayuda económica para las operaciones de combate al
narcotráfico, pero también idearon un proceso de “certificación” para condicionarla. Las “ayu-
das” forzaban el alineamiento a las políticas económicas estadunidenses, ante la amenaza de reti-
rar el apoyo a las maniobras de los jerarcas priístas. No es aventurado decir que, por lo menos
desde los 1980 la denuncia pública de los métodos fraudulentos del sistema político mexicano
fue usada como método de negociación en temas como las políticas de combate a las drogas.
La reacción mexicana más llamativa fue la aparente limpieza y militarización de sus
aparatos judiciales, cuya expresión más clara se dio en 1985, cuando quedó desmantelado uno
de los brazos de control de la izquierda, la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Por su parte,
los movimientos sociales también buscaron la democratización y el fin de la corrupción inhe-
rente al sistema, lo cual propició cambios paulatinos dentro del régimen autoritario y una rede-
finición del modelo económico.
En este proceso, el narcotráfico fue el punto de apoyo de los estadunidenses para
imponer determinadas políticas. Las cifras de intercepción y erradicación de drogas durante
este periodo fueron “históricas” —o siempre mayores que el año anterior—; sin embargo, la
década de los años 1980 fue un momento de gloria para las organizaciones criminales mexica-
nas, pues tomaron control de la producción nacional.

Las políticas

A finales de los años 1970 y principios de los 1980, como afirma Sergio Aguayo, el
tema de las drogas no fue importante en las relaciones México-Estados Unidos, por el temor
estadunidense a que la ocasional simpatía mexicana por las causas izquierdistas se convirtiera
en verdaderos compromisos. Sin embargo, este bajo perfil cambió en 1985, pues el secuestro
y asesinato de Enrique Camarena, agente de la DEA, evidenció que el narcotráfico era un asun-
to trascendental.
Estados Unidos denunció la corrupción de las autoridades mexicanas y usó todos sus
recursos para influir en las políticas de combate a las drogas. Pero ¿acaso hasta ese momento
Estados Unidos se percató de la corrupción en México? No; desde principios de los años 1950,
los informes de la CIA eran contundentes: “algunos de los poco escrupulosos jefes [de la Direc-
ción Federal de Seguridad] han abusado del considerable poder que se les ha otorgado, por-
que toleran, y de hecho realizan, actividades ilegales como el contrabando de narcóticos”.77 Es

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

decir, la corrupción no era novedad, pero también hubo otras circunstancias que desemboca-
ron en la crisis bilateral, en la segunda mitad de los años 1980.
Las drogas y el narcotráfico fueron uno de los principales temas de campaña de Ronald
Reagan. La misma Nancy Reagan declaró que su compromiso en la lucha contra el narcotráfi-
co se fincaba en sus dificultades para “educar a dos hijos durante los años sesenta”.78 Pero, en
un primer momento, la prioridad no fue la mariguana ni la heroína, sino la cocaína, cuyo con-
sumo alcanzó un gran auge. Durante el verano de 1981, una portada del Time mostraba una
copa con polvo blanco: cocaína, “the all-American drug”. La revista aseguraba que ya no era un
“pecaminoso secreto” que la cocaína fuera la droga favorita de las clases adineradas y un sím-
bolo de estatus.79 Durante la campaña de 1982, Reagan, necesitado de más votos, anunció un
“plan confiable y audaz” contra la importación de drogas.
Este plan estuvo acompañado de una reorganización intergubernamental y redefini-
ción de prioridades.80 Sin embargo, el ataque al tráfico de cocaína del Caribe, a principios de
los 1980, abrió las puertas de México como ruta alterna para introducir drogas desde Sudamé-
rica. Ante esto, Estados Unidos consideró la necesidad de militarizar la lucha contra las drogas.
La Ley de autorización de la defensa, de 1982, permitió a los militares estadunidenses cooperar
con autoridades civiles.81 Reagan cedió a las presiones del congreso para que la participación
del ejército estadunidense aumentara dentro y fuera de Estados Unidos. Este hecho se limitó a
ciertos lineamientos, que Bruce Bagley resume así: “1. las fuerzas de Estados Unidos tenían que
ser invitadas por el gobierno anfitrión; 2. las fuerzas serían dirigidas y coordinadas por agencias
civiles de Estados Unidos; y 3. su papel quedaría limitado a funciones de apoyo”.82
Nada nuevo. Estados Unidos estableció la cooperación selectiva con el fin de extender
sus políticas antidrogas, erigiendo a su vez un filtro para las estrategias de los otros países. Méxi-
co impuso severas medidas contra las drogas, pero hizo señalamientos que le permitieron cierto
margen de negociación. Por un lado, definió el consumo de drogas como un problema exter-
no, y así pudo criticar al gobierno de Estados Unidos por no poner el énfasis necesario en com-
batir la demanda de drogas entre su población. Por otro lado, gracias a que mantuvo el discurso
tradicional de su política exterior (es decir, continuó reivindicando los valores nacionalistas, la
independencia económica y política de Estados Unidos y el mantenimiento de su jurisdicción
territorial), México pudo justificar su combate a las drogas por razones internas. Mientras la
visión dominante en Estados Unidos era que el gobierno de México había fracasado para hacer
efectivos los esfuerzos por controlar la oferta de drogas en el mercado estadunidense, en Méxi-
co dominó la idea de que el aumento del narcotráfico se debía a la falta de interés de Estados
Unidos en controlar su demanda. 83
Autores como Ethan Nadelmann concluyeron que “el alcance monumental del tráfico
de drogas ilícitas estaba creado, en gran medida, por la demanda estadunidense y la ilegalidad
del mercado”.84 En efecto, el ataque a la oferta era inocuo ante los crecientes intereses “empre-
sariales” de los narcotraficantes mexicanos y el mantenimiento de la demanda estadunidense.85
Otro aspecto que se debe tomar en cuenta es el de las crisis financieras por las que de
manera periódica atravesaba México. Según Richard Craig, “el fenómeno de las drogas no sigue
los modelos clásicos del desarrollo, especialmente en épocas de grave crisis económica”.86 Des-
pués de 1982, el retraimiento de la inversión privada y el desplome de los ingresos petroleros
provocaron graves crisis financieras en la economía mexicana. En esta situación, es lógico que

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

ante la caída de los precios del petróleo, la fuga de capitales, el aumento del índice de precios
reales, el incremento del costo real del servicio de la deuda y el desplome generalizado del nivel
de vida de los mexicanos, el gobierno de México tuviera dificultades para canalizar mayores
recursos a las campañas de combate al narcotráfico. Las políticas adoptadas a partir de estas
negociaciones fueron las más coherentes en términos económicos, pues el hecho de declarar
que el problema debía combatirse desde la oferta y que México no tenía un problema grave de
consumo de drogas ilegales, a más de reafirmar la independencia frente a Estados Unidos, per-
mitió a México establecer programas que no fuesen una carga presupuestal excesiva al gasto
gubernamental ya conflictivo en otros aspectos, aunque tuvieron alcances muy modestos.87
Ante ese escenario, los impresionantes ingresos del narcotráfico fueron a la alza. Sólo
para dar una idea de su importancia, baste mencionar que en 1988 el PIB fue de 174 mil millo-
nes de dólares, mientras que los ingresos derivados del narcotráfico fueron de 38 mil millones
de dólares, es decir, casi 20% de la economía legal. Esto ha llevado a que autores como Reuter
y Ronfeldt hayan asegurado que “la industria de drogas ilícitas en México era suficientemente
grande en los últimos años del decenio de 1980 que el control de las drogas podría ser perci-
bido como un asunto con importantes consecuencias económicas adversas”.88
Por otro lado, las inercias y malos manejos burocráticos alimentaron el conflicto diplo-
mático. La coordinación entre México y Estados Unidos, que caracterizó la Operación Cóndor,
terminó por deteriorarse. Del lado mexicano, las rivalidades y la corrupción de las agencias
encargadas de combatir las drogas provocaban que algunos plantíos quedaran sin rociar, o que
otros fueran rociados hasta tres veces, y que, mientras un cuerpo policiaco consideraba priori-
dad perseguir a tal o cual grupo de narcotraficantes, otros los defendieran.
Según una misión de estudio de la cámara de representantes estadunidense —que tra-
bajó en México de agosto de 1984 a enero de 1985—, “las estadísticas de erradicación proveí-
das por el gobierno mexicano no eran de fiar y, probablemente, estaban muy infladas”.89 En
general, las estadísticas sobre el tema no son confiables tanto por la ilegalidad del mercado
como por los incentivos de las autoridades para inflarlas. Sin embargo, en este caso, evidencia-
ban el descuido generalizado de las burocracias de ambos países y de la corrupción de muchos
de sus funcionarios.
De 1981 a 1983,90 la campaña mexicana contra las drogas sufrió de “abandono, falta de
orientación y escaso entusiasmo” de sus operadores, por ello enfrentó un desprestigio genera-
lizado a finales de 1984.91 En noviembre de ese año fue descubierto el rancho El Búfalo, en
Chihuahua, donde se incautó la cosecha de casi mil hectáreas de mariguana.92 Este hecho des-
cubrió las relaciones de las autoridades mexicanas con los cabecillas de la época, entre ellos,
Rafael Caro Quintero.
Según fuentes estadunidenses, por lo menos diez horas antes autoridades mexicanas
informaron a los traficantes sobre el operativo. Esto provocó que no se aprehendiera a ningún
líder importante. Incluso los estadunidenses testificaron que el operativo casi se canceló, por-
que los camiones que transportaban el combustible para los doce helicópteros, proveídos por
Estados Unidos, fueron enviados “por error” al lugar equivocado. Como resultado, sólo uno
estuvo en condiciones de participar. Las denuncias de corrupción más consistentes señalaban
a la Dirección Federal de Seguridad; ocho agentes de esta institución fueron arrestados en el
operativo de Chihuahua.93

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

El episodio escandalizó a los estadunidenses. La misión de estudios de la cámara de repre-


sentantes señaló que México era uno de los mayores productores de mariguana y opiáceos, y un
lugar privilegiado para el tránsito de cocaína. Según los estadunidenses, los traficantes mexica-
nos, bajo el amparo de las autoridades, estaban organizados en “33 familias”, en áreas produc-
toras tradicionales y Guadalajara. En el caso del tráfico de cocaína, sobre todo peruana, aun-
que los líderes y operadores se concentraran en otros estados, buena parte de las labores de
trasiego se hacían en la península de Yucatán, donde sólo en 1984 se descubrieron 49 pistas
clandestinas de aterrizaje. Además, los estadunidenses veían poca voluntad del gobierno para
aprehender traficantes y, mucho menos, para extraditar a los 350 delincuentes requeridos por
Estados Unidos.
El gobierno estadunidense esperaba que la actitud mexicana cambiara con la extradi-
ción hacia México de Arturo Durazo, exjefe de la policía del Distrito Federal y amigo del expre-
sidente López Portillo. Esta esperanza —que se concretó hasta el sexenio de Ernesto Zedillo—
estaba fundada en la percepción de que, a pesar de la corrupción, la cooperación con México
había mejorado con Miguel de la Madrid, quizá por el temor de que, en medio de la crisis eco-
nómica, los narcotraficantes adquirieran poder político ante el evidente debilitamiento del
Estado.94
Los miembros de la misión estadunidense agregaron una detallada descripción de los
malos manejos burocráticos de ambos países. Del lado mexicano, encontraron que: 1. las agencias
gubernamentales encargadas de labores de combate a las drogas sufrían de una descoordina-
ción tal que los agentes judiciales federales se liaban a balazos con los de la Dirección Federal
de Seguridad; 2. a pesar de la ayuda estadunidense para establecer un programa de verificación
sobre los resultados del uso de las 76 aeronaves para erradicar e interceptar drogas, el progra-
ma carecía de resultados concretos; y 3. los pilotos y mecánicos mexicanos, entrenados por Esta-
dos Unidos, dejaban sus trabajos por los bajos sueldos.95
Del lado estadunidense encontraron que: 1. la representación de la oficina antinarcó-
ticos del Departamento de Estado en la embajada en México y el consulado no se coordinaban,
y hasta rivalizaban con la representación de la DEA, lo que provocaba, por ejemplo, que no
hubiera listas de los narcotraficantes a los que se debía negar una visa; 2. la embajada no hacía
esfuerzos para aclarar el lavado de dinero; 3. había sospecha de malos manejos en la adminis-
tración de los 10 millones de dólares anuales (sumaban 115 millones en la última década), con
que se había financiado la compra y el mantenimiento de las 76 aeronaves que Estados Unidos
dio a México; 4. la injustificada compra de tres jets Lear, de los que sólo encontraron uno, cuyo
mantenimiento costaba 80,000 dólares anuales; 5. la falta de auditorías a la empresa E-Systems,
que tenía el contrato de mantenimiento de las aeronaves; y 6. a pesar de que los 30 agentes de
la DEA apostados en México eran el contingente más grande que Estados Unidos tenía en el
exterior, su labor de persecución estaba limitada debido, por un lado, a las restricciones que la
Enmienda Mandsfield imponía a la presencia de autoridades estadunidenses en el arresto de
narcotraficantes y, por otro, a la suspensión, durante el gobierno de López Portillo, del pro-
grama JANUS, que permitía la persecución de mexicanos, en territorio mexicano, que enfren-
taran cargos de narcotráfico ante la justicia estadunidense, y la hipótesis de cortesía de que esta
política pudiera ser aplicable a la inversa.96 En fin, el panorama desde la perspectiva estaduni-
dense, por decirlo amablemente, no era alentador. A contrapelo de la intención de “interna-

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

cionalizar” la lucha contra las drogas, los funcionarios de Estados Unidos mostraban síntomas
de haberse infectado tanto o más que los mexicanos por el poder corruptor del narcotráfico y
la inercia burocrática.
El 7 febrero de 1985, el agente de la DEA, Enrique Camarena Salazar, fue secuestrado al
salir del consulado estadunidense en Guadalajara. Un par de horas después, también secuestra-
ron al piloto mexicano Alfredo Zavala Avelar en la carretera Guadalajara-Chapala. El 12 de febre-
ro, el embajador John Gavin y Francis Mullen, titular de la DEA, revelaron que el operativo de El
Búfalo se había realizado con información proporcionada por esta agencia estadunidense. Ade-
más, afirmaron que Guadalajara era el principal centro de operaciones del narcotráfico —en
ese entonces introducía 38% de la heroína consumida en Estados Unidos—, y ofrecieron una
recompensa a cambio de datos que permitieran localizar al agente. El asunto dio origen a la Ope-
ración Intercepción II y luego a la Operación Leyenda. La DEA estaba en guerra.97
La PGR informó que México no era trampolín para el tráfico de drogas, pero que ya
había “descubierto” a siete líderes del narcotráfico: José Ramón Matta Ballesteros, de Hondu-
ras, y los mexicanos Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, Juan José Esparragoza,
Jorge Favela Escobosa, Jaime Herrera y Juan Carlos Labastida. Según Armando Pavón Reyes,
comisionado por la PGR para esclarecer el secuestro, los responsables fueron pistoleros de Caro
Quintero, Félix Gallardo y Fonseca.
El 24 de febrero, Mullen declaró a los medios que la Dirección Federal de Seguridad
protegía a Caro Quintero y que la Policía Judicial Federal, al mando de Armando Pavón Reyes,
había ayudado a su huida en el aeropuerto de Guadalajara. Es probable que estas declaraciones
provocaran su destitución de la DEA pocos días después.
Todavía se discutía la legalidad de la intervención extraterritorial de la DEA, cuando en
marzo los cadáveres de los secuestrados fueron encontrados, con muestras de tortura, en el ran-
cho El Mareño, en Michoacán. La PGR afirmó que había recibido un anónimo en inglés, desde
Los Angeles, el cual ayudó a la localización. No obstante, el gobernador de Michoacán, Cuauh-
témoc Cárdenas, se quejó del comportamiento de los judiciales: cien agentes al mando de
Pavón llegaron al rancho donde se encontraban los cadáveres y masacraron a cinco personas
que vivían ahí.
Las denuncias de la DEA siguieron: el 14 de febrero de 1985 sus agentes localizaron en
la ciudad de México a Matta Ballesteros, pero el titular de la Policía Judicial, Manuel Ibarra
Herrera, retrasó el operativo casi un día, por lo que el traficante pudo huir. La PGR se vio obli-
gada a reconocer que trece de sus agentes y la Policía Judicial de Jalisco protegían a narcotra-
ficantes. Al mismo tiempo, el hermano de Alfredo Zavala declaró a los medios que el piloto era
informante del consulado estadunidense de Guadalajara, y que la tortura y asesinato de los
secuestrados se relacionaban con el operativo de El Búfalo.
El 23 de marzo de 1985, la PGR retiró a Pavón del caso y puso en su lugar a Florentino
Ventura. Aunque el asunto nunca se aclaró del todo, la DEA, y más tarde la PGR, denunciaron
que Pavón recibió un soborno millonario para dar credenciales de agente de la DFS a sicarios
—firmadas por José Antonio Zorrilla Pérez, entonces titular de la dependencia— y dejar esca-
par a Caro Quintero. En abril de 1985, Pavón fue apresado por estas acusaciones. Hubo otros
cambios: Zorrilla fue sustituido por Pablo González Ruelas en la DFS, y Miguel Aldana Ibarra
por Florentino Ventura en INTERPOL México.98

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

La intervención de Ventura fue exitosa. El 4 de abril de 1985, Caro Quintero fue apre-
sado por la policía de Costa Rica, gracias a la información de la DEA. Estaba acompañado por Sara
Cosío, sobrina del entonces presidente del PRI en el Distrito Federal, Guillermo Cosío Vidaurri,
exgobernador de Jalisco. El encargado de su traslado a México fue Florentino Ventura.
Al margen de esto, el gobierno estadunidense siguió explotando el caso para influir en
la política mexicana de combate a las drogas. Por ejemplo, el asunto de las credenciales de la DFS,
utilizadas por gatilleros de Caro Quintero, fue una filtración de la DEA al semanario Proceso. Y
aunque Gobernación exoneró a Zorrilla, aceptó que su desempeño era ineficiente, y lo rempla-
zó por Pablo González Ruelas; además encarceló a más de 9, remplazó a 19 de sus 31 delegados
estatales y destituyó a 427 de sus 2,200 agentes e incautó las credenciales de todos.99
Al poco tiempo, la DFS fue desmantelada y surgió la Dirección General de Investigación
y Seguridad Nacional, que buscaba hacer las funciones de policía política e inteligencia, fun-
diendo las facultades de la DFS con las de la Dirección General de Investigaciones Políticas y
Sociales, que venía operando desde 1947.
Al inicio del sexenio de Carlos Salinas de Gortari se sabría que Zorrilla estaba involu-
crado en hechos delictivos de cuantía mayor, como el asesinato del periodista Manuel Buendía,
por el cual, en mayo de 1984,100 fue sentenciado a 40 años de prisión. Al final, estos cambios
desembocaron en la creación del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) duran-
te el gobierno de Salinas de Gortari.101
La purga en la PGR fue más discreta. A pesar de que Caro Quintero admitió haber sido
protegido por Pavón y sus agentes, éstos no fueron aprehendidos ni juzgados, pero al final de
1985 la PGR había expulsado entre 1,500 y 2,000 miembros de las fuerzas policiacas. Casi por
casualidad, luego del sismo del 19 de septiembre de 1985, se renovaron las presiones para limi-
tar los procedimientos de las policías: los cuerpos de varios colombianos, con claros signos de
abuso físico y tortura, fueron encontrados bajo los escombros de la Procuraduría de Justicia
de la ciudad de México, concienciando al público mexicano sobre el extendido uso de la tor-
tura en México. A raíz de este incidente, el senado de la República se vio obligado a aprobar la
Ley para prevenir y sancionar la tortura el 18 de diciembre de 1985. Poco después, el 26 de
diciembre, la procuradora Victoria Adato de Ibarra renunció, en medio de acusaciones de ine-
ficiencia, para ser sustituida por Renato Sales Gasque.102
A partir de 1985 el narcotráfico afectó todos los aspectos de la agenda bilateral con
Estados Unidos, y así se reconocía en un informe de la embajada mexicana en Washington:

Si bien es obvio que [el asesinato de Camarena] se trató de un acto condenable, sor-
prendió a esta misión la reacción desmesurada por parte de ciertos sectores del gobier-
no norteamericano y de algunos medios de comunicación. Este hecho fue magnifica-
do y utilizado por dichos sectores, algunos de ellos dominados por grupos de clara
tendencia conservadora y actitud inamistosa hacia México.103

Los diplomáticos mexicanos atribuyeron la “magnificación” del asunto al inicio del


segundo periodo presidencial de Reagan. Pero en el fondo pareciera que se trató de un asun-
to menos circunstancial, dado que las fricciones y muestras de rechazo hacia México continua-
ron con gran intensidad entre 1986 y 1988. Laurie Freeman y José Luis Sierra afirman que a

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

partir de 1986 Estados Unidos reaccionó con una política antidrogas que tuvo un impacto per-
manente en las acciones mexicanas. Esta estrategia incluyó la cooperación en el desmantela-
miento de redes policiacas corruptas, promovió la formación de grupos especiales y propor-
cionó entrenamiento y recursos para infraestructura; se buscó una mayor injerencia militar en
las operaciones antidrogas y se impuso un proceso de certificación anual para condicionar los
apoyos económicos al gobierno de México, así como de todos los países productores y de trán-
sito de drogas. Al final, estas medidas “fortalecieron el enfoque militarista, incentivaron prácti-
cas abusivas, y causaron serias tensiones y conflictos entre los gobiernos de México y Estados
Unidos”.104
En esta época, la animadversión contra México se extendió entre muchos funcionarios
estadunidenses. En un informe del Departamento de Estado, donde se revisaron los resultados
de la “internacionalización” de la lucha contra las drogas, se menciona a México como uno de
los retos más importantes, debido a la corrupción generalizada y al aumento de productores
y narcotraficantes. Las cifras oficiales mexicanas sobre erradicación se califican de imprecisas y
hasta falsas. Se reclama la ineficacia del gobierno mexicano ante el secuestro y asesinato de
Camarena, lo que se explicaba por la ausencia de un estado de derecho sólido. Según el Depar-
tamento de Estado, México seguía siendo el mayor proveedor de heroína, como lo indicaba el
aumento de la pureza y la baja en los precios del fármaco. La oferta de mariguana y anfetami-
nas mexicanas había aumentado. Con mayor frecuencia la cocaína consumida en Estados Uni-
dos pasaba por México.
Los funcionarios estadunidenses no exageraron, incluso fueron imparciales al señalar
que “a pesar de que los narcotraficantes mexicanos involucrados con el tráfico de cocaína tie-
nen lazos o vínculos con los criminales colombianos, no hay evidencia de redes multinaciona-
les operando en ambos países”. Hicieron énfasis en las reuniones bilaterales de los dos países
en 1985, y propusieron que se aumentara el presupuesto destinado a apoyar el programa de
erradicación, así como el monitoreo de plantíos susceptibles de erradicación y un plan de veri-
ficación de resultados.105
Mientras los estadunidenses se empeñaban en la “internacionalización” del combate a
las drogas, los políticos y diplomáticos mexicanos seguían con sus quejas habituales.106 Además,
la profunda crisis financiera en que estaba inmerso el país lo hacía especialmente vulnerable
frente a Estados Unidos, cuyos políticos se esforzaban por aumentar su influencia mediante la
búsqueda de chivos expiatorios externos.
En una entrevista del diario The San Diego Tribune a Paul D. Taylor, asesor de asuntos
interamericanos del Departamento de Estado, las preguntas giraron en torno a las fricciones con
México por el tema de narcotráfico, la inseguridad fronteriza y la crisis financiera mexicana.
Aunque Taylor inició con comentarios optimistas que hacían hincapié en el entendimiento
entre los procuradores de México y Estados Unidos, dejaba claro que los estadunidenses no esta-
ban conformes con los resultados de las investigaciones del caso Camarena y que las ascenden-
tes cifras sobre narcotráfico y producción de drogas en México les preocupaban. No es desper-
dicio señalar que en la revisión de la agenda bilateral más amplia fue tajante en sus juicios. En
lo económico, envió el mensaje de que México debía dar algo a cambio del apoyo estaduni-
dense para superar su crisis financiera liberando su mercado, y que —como si de un pago, o
velado chantaje al régimen autoritario se tratara— descartaba la posibilidad de que el descon-

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

tento social por la crisis económica se saliera de control, porque México era estable, había “plu-
ralismo” y “posibilidad de disentir”.
Éste era el tono de las discusiones sobre México, cuando el congreso estadunidense
empezó a vislumbrar la posibilidad de condicionar la “ayuda internacional” para el combate a
las drogas, como una forma de arrebatar el tema que había usado el presidente Reagan y, segu-
ramente, usaría en las elecciones de 1986. El 8 de abril de ese año, Reagan firmó la Decisión
Directiva de Seguridad Nacional 221 (NSDD 221, por sus siglas en inglés). Con este documento,
Reagan oficializó algo que ya era obvio: el tráfico de drogas era una prioridad de la política exte-
rior. Para México, el significado político del documento era claro: las políticas de combate a las
drogas pasarían por un mayor escrutinio por parte de Estados Unidos.108
Al tiempo que se militarizaba la estrategia de control fronterizo, los señalamientos iban
de un lado a otro de la frontera. Así sucedió el 12 y 13 de mayo de 1986, luego de una audien-
cia de los republicanos, liderada por Jesse Helms. A las recriminaciones de los legisladores esta-
dunidenses siguió, el 14 de mayo, una carta de protesta del embajador Jorge Espinosa de los
Reyes. Pero ¿qué se dijo en esa audiencia que provocó una queja tan airada? La respuesta vino
poco después, cuando el 27 de junio los diarios estadunidenses publicaron que el senador repu-
blicano decía tener informes de inteligencia que involucraban a Edmundo de la Madrid Ochoa,
sobrino de Miguel de la Madrid, y a Florentino Ventura, director de la Policía Judicial, en el trá-
fico de drogas.
El presidente De la Madrid declaró que él no podía actuar basado en rumores y que la
ley debía cumplirse al margen de cualquier relación familiar.109 En septiembre de ese mismo
año, Jacques Denisse Derive, exchofer del sobrino del presidente, declaró a la CBS que vio el
portafolios de Edmundo repleto de cocaína, luego de que éste viajó a Sudamérica.110 Sin embar-
go, a finales de septiembre, las autoridades mexicanas concluyeron que no había evidencia para
sostener que el sobrino fuese culpable de delito alguno.111
Por su parte, Elliot Abrams, subsecretario del Departamento de Estado para Asuntos
Internacionales, en un comunicado señaló que México no había cooperado en el combate a las
drogas, y presentó al PRI como un monopolio de poder sostenido mediante el fraude. También
en esos días David Westrate, encargado de la DEA, y William von Raab, encargado de la oficina
de aduanas, aseguraron que Rodolfo Félix Valdez, entonces gobernador de Sonora, no sólo
ocultaba a Miguel Ángel Félix Gallardo, sino que era propietario de cuatro ranchos en los que
se sembraba amapola. El gobernador de Sonora amenazó con entablar juicios por difamación,
y el procurador García Ramírez pidió pruebas de lo dicho por los funcionarios estadunidenses.
El embajador John Gavin respondió que temía represalias contra sus informantes. Al final, la
Casa Blanca anunció que enviaría una disculpa formal al gobernador el 29 de mayo.112
En la XXVI Reunión Interparlamentaria México-Estados Unidos, del 30 de mayo al 2 de
junio de 1986, las recriminaciones y la tensión bilateral continuaron. Ante la posibilidad de una
ruptura mayor, la Casa Blanca anunció que revisaría el trabajo de las diferentes oficinas que tra-
taban asuntos mexicanos, con el fin de evitar acciones descoordinadas, y el 5 de junio Reagan
sustituyó al embajador Gavin por el empresario llantero Charles Pilliod. En la tercera audien-
cia que organizó Helms en el senado, a finales de junio, invitó al exembajador Gavin, quien
decidió defender al gobernador de Sonora. Sin embargo, no dejó de puntualizar que Miguel
Ángel Félix Gallardo sí era protegido del gobernador de Sinaloa, Antonio Toledo Corro, quien

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

le proporcionaba “atenciones, confort y protección” al “amo y señor de las drogas en México”.


Por supuesto el gobernador negó los cargos.113
En agosto hubo otro momento de tensión con el arresto del agente de la DEA, Víctor
Cortez, presuntamente por órdenes de Félix Gallardo, Caro Quintero y Matta Ballesteros. Cor-
téz fue liberado y el asunto no pasó a mayores, si se pasa por alto el que, una vez más, la DEA
actuaba por encima de las leyes mexicanas.114 Por esas fechas, Miguel de la Madrid programó
un viaje a Estados Unidos con el objetivo de recomponer la relación. Durante la visita, en agos-
to de 1986, el senador demócrata Dennis DeConcini le entregó una carta, donde señalaba —evi-
denciando la imagen de “ineptitud y corrupción” del gobierno mexicano— que entraba gran
cantidad de heroína y cocaína desde México; que el gobernador de Sonora tenía dos “ranchos”
usados para actividades criminales, custodiados por policías y soldados; que el gobierno mexi-
cano no había actuado con dureza contra Caro Quintero y Félix Gallardo; que no había infor-
mación suficiente sobre el proceso penal del recién deportado Arturo Durazo, y que el gober-
nador de Sinaloa Toledo Corro tenía vínculos con el narcotráfico. El gobierno de México se
limitó a contestar de manera protocolar, aunque firme.115
Poco pudo hacer De la Madrid para mejorar la relación. En septiembre, The San Diego
Tribune publicó una nota en que se mencionaba a Juan Arévalo Gardoqui, secretario de la
Defensa, como uno de los 45 funcionarios de alto nivel involucrados en el narcotráfico.116 El
tema tomó enorme relevancia entre el electorado estadunidense. Se estableció una competen-
cia por demostrar quién tenía una postura más agresiva para enfrentar el asunto. De esta mane-
ra se volvió necesaria una medida como el condicionamiento o “certificación” de la “ayuda”
estadunidense.
En palabras de Rosario Barajas: “[...] el congreso obtuvo dos beneficios: por un lado,
satisfizo las expectativas de sus electores, y por el otro, abrió un nuevo camino para influir en la
política exterior”.117 Un ejemplo ilustrativo de las implicaciones internas del tema es la decla-
ración de Jack Blum, consejero especial del Comité de Relaciones Exteriores del Congreso,
durante el seminario “La conexión de los narcóticos y la ayuda al exterior: ¿Una medida efec-
tiva en política exterior?”, organizado por el Comité de Control Internacional de Narcóticos del
senado. En esta ocasión Blum planteó lo siguiente:

Teníamos una elección en puerta [...] y mucha gente en ambos partidos y en la admi-
nistración deseaba ser vista como muy estricta con el control de las drogas [...] era una
carrera para ver quién saldría con la legislación más rigurosa [...] cuando vino el tiem-
po de concretar acciones [...] todo mundo dijo que bien sabíamos que había sido un
ritual, la danza previa a las elecciones y que no se suponía que se cumpliera con lo que
se había escrito en la ley.118

La certificación se estableció mediante la aprobación de la Ley contra el abuso de dro-


gas de 1986, la cual establecía que el primero de marzo de cada año el presidente debía propor-
cionar una lista de países cuyas acciones de combate contra las drogas habían sido certificadas o
no. El proceso implicaba las siguientes categorías: 1. países certificados, los que habían cumplido
con las expectativas de “cooperación” estadunidenses y los objetivos de la Convención de Nacio-
nes Unidas contra el Tráfico Ilícito de Drogas Narcóticas y Sustancias Psicotrópicas de 1988, acor-

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

dada en Viena; 2. países que eran certificados por motivos de seguridad nacional, es decir, que a
pesar de no cumplir con las expectativas, sus intereses estratégicos impedían cualquier sanción; y
3. países no certificados, los que no cumplían con los estándares de Washington.119
Las sanciones contra los países no certificados eran la suspensión de hasta la mitad del
paquete de ayuda económica y militar, la eliminación de ayuda alimentaria, la reducción del trá-
fico aéreo, la posibilidad de retirar los beneficios del Sistema Generalizado de Preferencias y la
imposición de aranceles extras a las importaciones que provinieran de ese país. Además, un país
sin certificación no contaría con el voto de Estados Unidos en organismos financieros interna-
cionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamerica-
no de Desarrollo, en caso de necesitar asistencia financiera.120
Aprobada la Ley, el primero en protestar fue el senado mexicano, por conducto del
presidente de la gran comisión, Antonio Riva Palacios;121 pero quizá la protesta más elocuente
fue de la Secretaría de Relaciones Exteriores, a través de la embajada:

Esta embajada comunica al Departamento de Estado la formal protesta de su gobier-


no por la inclusión de disposiciones dentro de la citada legislación, lesivas para Méxi-
co, las que se fundan en la afirmación inexacta de que México no ha observado sus
compromisos de cooperación en la lucha contra el narcotráfico. Resulta preocupante
que mientras México ha propiciado el diálogo bilateral con Estados Unidos de Améri-
ca y multilateral con los países del área en la búsqueda de soluciones al problema inter-
nacional del narcotráfico, en la ley de referencia se consignen amenazas [...] lo ante-
rior está patentemente orientado a presionar a México, a fin de que solucione un
problema que tiene su origen en el creciente consumo interno de diversos estupefa-
cientes en los Estados Unidos de América, tal como lo ha señalado el gobierno de
México.122

Al final, esta crisis obligó a que México reforzara sus programas antidrogas, lo cual
generó un gradual aumento de presupuesto y militarización. A partir de 1985, el ejército empe-
zó a usar más efectivos para la lucha contra el narcotráfico. A la Operación Canador, de carác-
ter permanente, se agregaron operaciones que respondían al ciclo natural de siembra de ama-
pola (enero-abril) y mariguana (septiembre-diciembre), y un grupo especial, denominado
“Marte”, que operaba en Sinaloa, Chihuahua y Durango. El presupuesto de la PGR para com-
bate al narcotráfico pasó de representar 40.1% en 1983 a 60.3% en 1987.123 Y a pesar de la cri-
sis financiera, en 1987, la PGR recibió un aumento presupuestal de 75%, con lo cual engrosó su
aparato burocrático, creando la Supervisión General de Servicios Técnicos y Criminalísticos
para coordinar las acciones contra el narcotráfico, asimismo amplió su esfera de acción a las
costas y la frontera sur.124
Las acciones gubernamentales subieron de intensidad en el ámbito presupuestal, orga-
nizativo, pero también jurídico y discursivo. En 1985 se aumentaron las penas por delitos con-
tra la salud, y en 1987 se reguló la producción y comercialización de sustancias psicotrópicas en
la Ley General de Salud. En 1987, Miguel de la Madrid declaró al narcotráfico un “problema
de Estado”.125 También en 1987 la PGR empezó a hacer ediciones bilingües de sus boletines de
prensa y folletos de resultados,126 e incluso en navidad informaba los logros de sus operativos
día a día.

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

En noviembre de 1987, cuando se rumoraba la intención estadunidense de decertifi-


car a México, la Secretaría de la Defensa organizó una quema pública de 4,352 kilos de cocaína,
7.8 kilos de heroína, incautados por el ejército en Baja California, Sonora y Sinaloa. El discurso
oficial estuvo a cargo de Jorge Rico Schroeder, procurador general de Justicia Militar:
Cuando un país, a pesar de los problemas que afronta no se aparta de sus principios [...]
cuando a pesar de los múltiples escollos que tiene que salvar sigue fiel a sus deberes
sociales y morales [...] y cuando para ello cuenta con su organización política y admi-
nistrativa con instituciones firmes en su decisión de cumplir las misiones que tiene con-
feridas y cuidadosas de su estricto ajuste a la constitución, a las leyes y a los compromi-
sos internacionales [...] Este país que es México, merece el respeto del mundo entero.127
En contraste con esta retórica de legitimación, la Secretaría de Marina se limitaba a
declaraciones menos aparatosas y se circunscribía a datos duros. Sus boletines de prensa, como
el del 5 de diciembre de 1987, se limitaban a anunciar sus nuevos operativos y a ostentar los
resultados de los anteriores.128
En 1988, la administración de Reagan decidió certificar a México, porque, a pesar de
que la eficacia de sus operativos estaba en duda, había incrementado los recursos asignados al
combate al narcotráfico. El 14 de abril, el senado desaprobó, con 63 votos a favor y 27 en con-
tra, la certificación otorgada por el ejecutivo estadunidense, pero la cámara de representantes
salvó la situación certificando a México.129 Sin embargo, los meses previos fueron tortuosos. La
segunda semana de enero, por ejemplo, los medios estadunidenses difundieron que Jorge
Carranza, Manuel Álvarez Brunel y Pablo Girón, tres presuntos narcotraficantes detenidos en
Estados Unidos, pertenecían a altos mandos del ejército y de la Policía Judicial Federal. La PGR
lo desmintió, y declaró que los asuntos relacionados con el narcotráfico estaban siendo utiliza-
dos como “instrumentos de sus manejos políticos [para] buscar votos que probablemente no
obtendrían si no fuera a través de sus amarillistas ataques contra México y algunos mexicanos”.
A los ojos del gobierno mexicano, los ataques de Estados Unidos eran “arbitrarios, defi-
nitivamente injustos y malintencionados, evidentemente malintencionados”.130 Y la reacción
no era para menos, porque, como dijo un funcionario que estuvo en las reuniones entre Von
Raab y el secretario de Relaciones Exteriores, Bernardo Sepúlveda Amor, los funcionarios mexi-
canos “sabían que la fortaleza del sistema político mexicano estaba en juego”.131
Al final del sexenio de De la Madrid cambió la naturaleza de las políticas de combate
al narcotráfico. En 1987, agentes estadunidenses recabaron información sobre un traficante
que estaba creando un enclave productor casi impenetrable. Funcionarios de la CIA ofrecieron
preparar a unos 50 miembros del ejército, con el fin de que participaran en operaciones con
estándares más altos que los de la policía mexicana. De hecho, no se informó a los grupos poli-
ciacos de la existencia de este grupo de elite. Su primer operativo, en Sinaloa, terminó con uno
de los miembros del grupo especial, capturado por un policía que trabajaba para el traficante
atacado. El segundo operativo fue peor aún, el 11 de abril de 1988 llegaron en helicópteros a
un rancho cerca de Caborca, Sonora, con la idea de apresar a los implicados. Así lo hicieron,
pero mataron a cuatro personas en el camino. El ejército emitió un comunicado responsabili-
zándose de los hechos, pero sin revelar la participación de la CIA. Después de un tercer opera-
tivo fallido, el grupo fue desarticulado.132

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

Del lado de la estrategia fue evidente la toma de conciencia entre los diferentes acto-
res administrativos y políticos. Era necesario adelantarse a las demandas de Estados Unidos si
se quería que el sistema político priísta conservara el apoyo estadunidense. Esto fue claro des-
de mediados de los años 1980, pero aún más con la caída del bloque soviético. Al mismo tiem-
po, se vio la necesidad de adecuar marcos jurídicos, administrativos, mediáticos y discursivos
para llevar otros temas al primer plano de la relación bilateral.
Entre los cambios tecnológicos, estuvieron la sofisticación de los métodos de localiza-
ción de los cultivos, el mejoramiento de la infraestructura y el entrenamiento del personal. Pero
las cosas no podían quedarse ahí. En el último año del sexenio, 1988, se estableció un sistema
de radares para controlar el tránsito de aeronaves en la frontera sur. La razón para hacerlo fue
doble: por un lado, se reduciría la crítica perenne de Washington, y, por el otro, el gobierno se
adelantaba a la demanda estadunidense de entrar a territorio mexicano para perseguir a nar-
cotraficantes.133
Con el cambio de gobierno las condiciones para continuar con la normalización de la
agenda México-Estados Unidos estaban dadas. Carlos Salinas de Gortari llegó al poder al mis-
mo tiempo que George Bush a la presidencia de Estados Unidos. Salinas sabía que el fraude
electoral de 1988 lo obligaba a ganar legitimidad. Así, en los primeros años de su gobierno dio
golpes espectaculares, como el de atrapar al mayor narcotraficante del sexenio anterior: Miguel
Ángel Félix Gallardo, aprehendido en abril de 1989.

La complicidad oficial con los “casi empresarios”

Luis Astorga ha desarrollado la tesis de que, con la consolidación del régimen priísta, el
tráfico de drogas pasó de ser un asunto que implicaba liderazgos y alianzas locales a un fenó-
meno de alcance nacional. Aunque los operativos de los años 1970 hayan sido exitosos, propi-
ciaron el aumento de poder y capacidad de organización de los traficantes. En este fenómeno
convergieron, por lo menos, dos procesos. En primer lugar, los cabecillas de las bandas, especial-
mente de Sinaloa, tuvieron que migrar a otros estados. En palabras de Astorga:

la “acumulación primitiva” de los narcotraficantes mexicanos fue constituida mayor-


mente con el tráfico de opio y después de mariguana. Este capital se reinvirtió en los
años setenta [...] con el propósito de entrar en la bonanza de la cocaína en coalición
con los colombianos —al mismo tiempo fueron desplazando a los pioneros cubanos en
el área.134

En efecto, luego de las “exitosas” operaciones de erradicación, intercepción y apre-


hensión de narcotraficantes en los años 1970, muchos narcotraficantes huyeron de sus zonas
tradicionales de operación, para refugiarse en otras ciudades, como Guadalajara, justo cuando
empezaba el sexenio de Miguel de la Madrid. A partir de ahí, el narcotráfico se volvió una acti-
vidad que implicaba operaciones nacionales e internacionales, con la protección de algunas ins-
tancias de gobierno.
En segundo término, la guerra fría fue un campo propicio para que organismos del
gobierno mexicano, que debían encargarse del control, estudio y represión del movimiento de

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

izquierda, tuvieran una actuación laxa, cuando no criminal. Algunas instituciones, como la
Dirección Federal de Seguridad, degeneraron casi por completo para servir a los fines del con-
trol del narcotráfico, y las denuncias de corrupción llegaron a las esferas más altas del poder.
Desde Estados Unidos diversos actores políticos señalaban la presunta participación de altos
mandos militares, secretarios de Estado, algunos gobernadores y la misma familia de los presi-
dentes. Sin embargo, también hay otros personajes mencionados al margen, que evidenciaban
el grado de descomposición de los cuerpos policiacos de aquellos años:

Arturo Durazo Moreno, jefe de la Federal de Seguridad en el gobierno de López Por-


tillo, fue incriminado por la corte del condado de Dade, Miami, por “conspirar para importar
cocaína a Estados Unidos”, según el expediente 76-43-Cr-JE-1, fechado el 29 de enero de
1976.135 Tiempo después, López Portillo habló con el exembajador Joseph John Jova: “Dijo que
sabía de las acusaciones contra Durazo en Estados Unidos. Pero me explicó que se trataba de
un asunto interno mexicano y, que en todo caso, él conocía a Durazo, era un amigo fiel, y que
estaba seguro de que iba a cambiar”.136
Francisco Sahagún Baca, jefe de la Dirección para la Prevención de la Delincuencia,
durante el mismo periodo que Durazo, terminó su mandato siendo prófugo, luego de que se
girara una orden de aprehensión en su contra por el asesinato de doce personas, en su mayo-
ría colombianos, que aparecieron en el río Tula.137
Miguel Aldana, jefe de INTERPOL-México durante el gobierno de De la Madrid, dejó
el cargo bajo sospecha de vínculos con el narcotráfico, cuando sus subordinados retiraron un
cargamento de cocaína del aeropuerto de la ciudad de México, arguyendo que lo había pedi-
do su jefe.138
Miguel Nazar Haro, director de la Federal de Seguridad en el periodo de López Porti-
llo, y director de Inteligencia de la policía del Distrito Federal durante los primeros cuatro
meses del gobierno de De la Madrid, fue enjuiciado primero en Estados Unidos por haber orga-
nizado una red de tráfico de automóviles. Fue detenido en San Diego, pagó una fianza y huyó
a México. Luego fue mencionado como cómplice en varios juicios contra narcotraficantes, y
denunciado por organizaciones sociales como uno de los más sanguinarios violadores de dere-
chos humanos.139
Manuel Ibarra, director de la Policía Judicial Federal, fue acusado por la DEA de haber
dejado escapar a Ramón Matta Ballesteros en la ciudad de México.
Florentino Ventura fue director de INTERPOL-México, después de Aldana. Su nombre
apareció en el juicio contra Nazar Haro, en San Diego. Luego de la aprehensión de Matta
Ballesteros fue mencionado como uno de sus cómplices. Se suicidó después de matar a su espo-
sa y a una comadre.140
José Trinidad Gutiérrez Sánchez, director de Policía Judicial del Distrito Federal, dejó
su puesto cuando se encontraron los cuerpos de cuatro colombianos con signos de tortura, des-
pués del sismo de 1985. También fue acusado de entorpecer la investigación sobre el asesinato
de Manuel Buendía, y de torturar a Caro Quintero por haber hecho declaraciones a la prensa
que lesionaban los intereses de Guillermo Cosío Vidaurri.141
Jesús Mizawa sustituyó a Gutiérrez Sánchez. Renunció luego de que sus agentes mata-
ron a un policía judicial del Estado de México en el estacionamiento de la Procuraduría.142 La

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lista podría ser mucho, pero mucho más larga; incluir a miembros específicos del ejército, auto-
ridades locales, políticos, empresarios, legisladores, y no sólo a policías.

Sin embargo, con este breve recuento queda claro que no se trataba de la simple pene-
tración del crimen en el gobierno, sino de un intento articulado, que tuvo su primera expresión
con Arturo el Negro Durazo como jefe de policía del D.F., por manejar al crimen organizado
como clientela, mediante un modelo llamado por los teóricos de centralización competitiva.
Esto tuvo su expresión más clara en las formas de operación del grupo de Guadalajara, cuyos
principales líderes, según los medios de comunicación y el gobierno, fueron: Rafael Caro Quin-
tero, (a) el Rafa; Ernesto, (a) don Neto Fonseca; Manuel Salcido, (a) el Cochiloco; y Miguel
Ángel Félix Gallardo. Más tarde nos enteraríamos de la importancia de otros tantos que adqui-
rieron mayor poder luego de la aprehensión de estos cuatro, como el hondureño José Ramón
Matta Ballesteros o el sinaloense Juan José Esparragoza (a) el Azul.

Algunos emprendedores

Antes de esbozar una breve nota sobre los tres personajes más importantes del grupo
de Guadalajara, que no han sido tratados, es necesario hacer dos puntualizaciones. La primera
es que, durante los años 1980, la importancia de los extranjeros en el narcotráfico disminuyó
en lo que a operaciones nacionales se refiere. Esto se refleja bien en el caso del narcotrafican-
te estadunidense Michael Ludiwin Walters. Lo central sobre el papel de los extranjeros fue el
cambio en la naturaleza de sus vínculos transnacionales con los operadores mexicanos, espe-
cialmente desde Centro y Sudamérica. En segundo lugar, debe quedar claro que el grupo de
Guadalajara no fue el único, como se ilustrará con el caso de Juan N., que puede ser tomado
como el antecedente directo de lo que luego se conoció como el llamado “cártel del Golfo”.

Michael Ludiwin Walters143

Ludiwin era un contratista de la construcción que, luego de abandonar Estados Uni-


dos, a los 42 años, llegó a México en 1984, para establecerse en Chihuahua. Rentó tierras para
criar ganado, antes de entrar en contacto con productores de mariguana de Durango y Chi-
huahua. Posteriormente se casó con Rosario Guerrero Olivares. Después de algún tiempo, con
las ganancias del tráfico de mariguana, compró el rancho El 40, de 3,700 hectáreas, en el muni-
cipio de Villa Ahumada, donde estableció su centro de operaciones. Contaba con una avione-
ta, pista clandestina de terracería y 250 cabezas de ganado Brangus de alto registro.
La esposa de Ludiwin administraba los dineros del tráfico de mariguana, que llegaba al
rancho por avión para ser transportada a Estados Unidos. Su cuñado, José Guerrero Olivares, par-
ticipaba en la logística de transporte, por lo que de vez en cuando viajaba a Ojinaga. El capataz del
rancho, Manuel Villarreal Meraz, se encargaba de la descarga de los aviones y de la seguridad.
El grupo de Ludiwin fue detenido por la Policía Judicial Federal en septiembre de
1990. Los policías aseguraron 100 mil dólares, 350 millones de pesos, 66 armas largas, 34 pisto-
las de alto calibre, 13,000 cartuchos, 8 kilos de pólvora, equipos de radiocomunicación, 150 car-
gadores, 2 kilos de cocaína y una báscula. Según cálculos policiacos, este grupo logró introdu-

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

cir 50 viajes de 300 kilos de mariguana en cinco años; unas 15 toneladas. No es desperdicio
apuntar que en esa ciudad hizo sus primeras operaciones de tráfico de drogas Amado Carrillo
Fuentes, que después conoceríamos como “el Señor de los Cielos”, bajo el mando de Félix
Gallardo. Era precisamente Ojinaga el centro de operaciones del traficante Pablo Acosta, quien
trabajaba de la mano con Félix Gallardo.

Juan N. Guerra o la simiente del llamado “cártel del Golfo”

Antes de sufrir una embolia que le paralizó el lado izquierdo del cuerpo, Juan Nepo-
muceno Guerra controlaba el paso de drogas y autos robados en la frontera de Tamaulipas. “Soy
un ciudadano que se ha dedicado a trabajar. Soy agricultor, ganadero, transportista [...] soy un
hombre triunfador y cuando un hombre tiene éxito surgen enemigos gratuitos. Mi imagen está
limpia por completo y si no pregúntele a la gente que todo lo sabe”, le dijo a la reportera Irma
Rosa Martínez, en 1987, en un restaurante de Piedras Negras, a los 72 años.144
Cuando se preguntaba a la gente o a las autoridades, la historia era muy diferente. Juan
N. tenía un largo historial delictivo. Además del tráfico, se le atribuían varios asesinatos, entre
ellos el de su esposa. Según diversas fuentes, Juan N. empezó muy joven, traficando whisky en
los treinta, cuando en Estados Unidos imperaba la prohibición del alcohol. Para 1987, se cal-
culaba que su fortuna era de alrededor de 5,000 millones de dólares y que era dueño de cerca
de 3,000 hectáreas de tierras. En esos años Juan N. no tenía ya el ímpetu que tuvo en los seten-
ta, cuando se decía que no sólo participó en política,145 sino que intensificó sus actividades de
contrabando, para luego dedicarse a la exportación de mariguana.
Entre 1984 y 1987, uno de sus sobrinos, Jesús Roberto Guerra, fue presidente munici-
pal de Matamoros. Pero quien aprendió a operar el “negocio” fue su sobrino Juan García Ábre-
go.146 En 1990, durante el sexenio salinista, hubo una reconfiguración del poder: García Ábrego
era el titular de lo que luego conocimos como el cártel del Golfo.147 Juan N. murió el 11 de junio
de 2001, en Matamoros, sin haber pisado la cárcel, debido, entre otras cosas, a su deteriorada
salud. Tenía 82 años.

El Rafa y don Neto

Ernesto Fonseca Carrillo (a) don Neto, tío de Amado, Vicente y Rodolfo Carrillo Fuen-
tes, que luego conocimos como capos del cártel de Juárez, era desde aquellos años un traficante
veterano. Existen referencias de su actividad en este negocio desde 1955.148 Se sabe que de
todos los narcotraficantes que empezaron actividades antes del periodo aquí tratado, “sólo el
sinaloense originario de Santiago de los Caballeros, Badiraguato, Ernesto Fonseca, permanecía
de manera visible en el negocio hasta su captura en 1985”.149
Rafael Caro Quintero era más joven. Provenía de la misma región que don Neto, don-
de el apellido Caro había estado involucrado con el narcotráfico, al menos desde la generación
anterior. Quizá por eso más de una vez presumió que aprendió a usar pistola a los 12 años. Sin
embargo, tomó preeminencia en los medios por operar bajo el lema de “plomo o plata”. La
prensa de la época refiere que Caro decía a los policías: “Nos arreglamos ahorita o nos mata-
mos aquí mismo”, agregando que el arreglo implicaba sobornos de alrededor de 45,000 dóla-

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

res.150 La publicidad de estos hechos hizo surgir la idea de que las organizaciones criminales
estaban penetrando todas las estructuras policiacas y políticas. Como si esas instituciones hubie-
ran funcionado con criterios de eficacia y honestidad antes de que las “corrompieran”.
Caro fue aprehendido el 4 de abril de 1985, en Costa Rica, en compañía de Sara Cosío.
A raíz de esto se supo que era dueño de 36 casas en Guadalajara y otras propiedades en Zaca-
tecas, Sinaloa y Sonora; dueño o accionista de más de 300 empresas, con una fortuna estimada
en 100,000 millones de pesos. Tres años después de ser aprehendido, dio algunas entrevistas, en
las que declaró que tuvo una buena relación no sólo con el padre de Sara Cosío, quien fue can-
didato a la gubernatura de Jalisco, sino también con uno de sus tíos, que entonces era secreta-
rio de gobierno del Departamento del Distrito Federal. Poco después denunció que había sido
torturado por Florentino Ventura por su indiscreción. El 12 de diciembre de 1989, Caro Quin-
tero fue sentenciado a 92 años de cárcel.151
Con todo, la información de los medios no fue precisa. Unos lo ubicaron como el ter-
cero en la línea de jerarquía, con Félix Gallardo en segundo y don Neto a la cabeza. Sin embar-
go, otros lo señalaron como el líder de una banda a la que pertenecían “su hermano menor Car-
los, Ernesto Fonseca Carrillo, Miguel Ángel Félix Gallardo, su sobrino Gil Caro Rodríguez, los
hermanos Manuel y Sergio Salcido Uzeta y el hondureño Juan Matta Ballesteros”.152
Al poco tiempo, aprehendieron a Ernesto Fonseca en una casa de Puerto Vallarta que
era propiedad de Candelario Ramos, director de Seguridad Pública de Ameca, Jalisco.153 Don
Neto acusó a Caro de perpetrar el asesinato de Enrique Camarena. Por supuesto que Caro le
regresó la misma acusación.154 Quizá porque fue más discreto que Caro Quintero en sus decla-
raciones, los medios de comunicación y los funcionarios, tanto mexicanos como estaduniden-
ses, comentaron menos su caso.155

El Azul

Personaje sumamente hábil que participó en la organización de Félix Gallardo, moti-


vo por el que fue a la cárcel; pero luego de ser liberado nadie se ocupó de él, y así, desde la som-
bra, fue articulando una organización que no hizo demasiado ruido, hasta abril de 2004, cuan-
do se le vinculó con el gobernador de Morelos. Por aquella época, Miguel Ángel Granados
Chapa escribió: “El Azul Esparragoza si no es el jefe de todos los jefes del narcotráfico mexica-
no, sí parece el más dotado entre ellos para establecer arreglos y delimitar territorios”.156
El Azul nació el 3 de febrero de 1949 en el pueblo de Chuicopa, Sinaloa. En los años
1970 perteneció a la DFS. Ahí adquirió las habilidades y contactos para incorporarse al grupo
de Guadalajara, aunque por poco tiempo, porque en 1986 fue aprehendido por estar relacio-
nado con el asesinato de Camarena. Estuvo preso en el Reclusorio Sur de la ciudad de México,
de marzo de 1986 hasta 1992; después fue trasladado a Almoloya de Juárez, donde terminó su
condena de siete años. Se dice que en la cárcel gozó de toda clase de privilegios, lujos, y hasta
permiso para salir a arreglar asuntos de vez en cuando. De tal suerte que pudo ser una especie
de concilieri, luego de la aprehensión de Félix Gallardo, y hacerse presente en una supuesta reu-
nión en Acapulco, en la que hubo el intento de organizar al grupo en varios territorios.157
En 1994, el Azul vivía en Cuernavaca, quizá siguiendo el ejemplo de Amado Carrillo
Fuentes —de quien fue compadre al apadrinar a su hijo Juan Manuel—, el cual se estableció allí

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

alrededor de 1990. Según Granados Chapa, “no tardó en ser pública la presencia en la capital de
Morelos de esos jefes del narcotráfico”, debido al número de guardaespaldas que los acompa-
ñaban, incluso en su casa, por cierto cercana a la del entonces gobernador, Jorge Carrillo Olea,

y porque aquéllos y éste confiaban en las mismas personas. Carrillo Fuentes hacía cons-
tar sus adquisiciones inmobiliarias en la notaría a cargo de Hugo Salgado Castañeda, a
quien Carrillo Olea hizo secretario de Gobierno en las postrimerías del suyo [...] Como
suelen hacer, también los miembros de este novedoso cártel de Morelos organizaban
fiestas rumbosas. Se tienen datos, y aun filmaciones, de la que Esparragoza ofreció con
motivo de su vigésimo quinto aniversario de bodas, en diciembre de 1996. El jolgorio
terminó a la mañana siguiente de su inicio, sin que nadie de los muchos asistentes que
tenían cuentas con la justicia experimentara el menor temor de ser detenido o siquie-
ra molestado, pues el magno acontecimiento contaba con la protección de agentes de
la policía judicial del estado, entonces dirigida por Jesús Miyazawa.158

Prescindiendo de estos hechos, este exmiembro del grupo de Guadalajara parece no


haber cometido ningún error insalvable. Esto hace del Azul un integrante atípico de la organi-
zación de Félix Gallardo, puesto que, a diferencia de Ernesto Fonseca y del estridente Caro
Quintero, logró navegar a lo largo de varios sexenios sin problemas.

Miguel Ángel Félix Gallardo

El papel de México como un punto de tránsito de cocaína se consolida en los años


1980, debido al aumento de las intercepciones en las rutas del Caribe. Esto propició que se bus-
caran nuevas rutas al noroeste de México,159 donde las operaciones fueron controladas por los
narcotraficantes sinaloenses.
Miguel Ángel Félix Gallardo, nacido en 1946, formó una de las organizaciones más
grandes en la historia de México, gracias a la ayuda de funcionarios gubernamentales.160 Su
poder decayó luego del asesinato de Enrique Camarena. Se inició en el negocio con el trafican-
te de heroína Eduardo, Lalo Fernández, mientras fungía como guardaespaldas del gobernador
de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis (1963-1968).161 De hecho, Sánchez Celis fue su padrino de
boda. En 1975 Miguel Ángel Félix Gallardo se asoció con Juan Ramón Matta Ballesteros, quien
trabajó con el cubano-americano Alberto Sicilia Falcón.
Originario de Culiacán, Sinaloa, comenzó su carrera delictiva desde 1971, fecha en que
se giró la primera orden de aprehensión en su contra por delitos contra la salud. En esa oca-
sión no lo detuvieron. Tampoco pasó nada con las siguientes 15 órdenes giradas en su contra.
A finales de los años 1970s y principio de los 1980, ya se le asociaba con Rafael Caro Quintero,
Ernesto Fonseca Carrillo (a), don Neto, Manuel Salcido Uzeta, (a) el Cochiloco, José Contre-
ras Subías, y el hondureño Matta Ballesteros. En 1977, ante el endurecimiento de las acciones
de combate al tráfico de drogas en Sinaloa, Félix Gallardo decidió trasladarse a Guadalajara,
durante el gobierno de Flavio Romero de Velasco (1977-1983), quien hasta 2007 fue su com-
pañero en el penal de Almoloya de Juárez.
En 1977 fue acusado de ser el dueño de un cargamento de 100 kilos de cocaína y 10 de
heroína interceptado en Tijuana, en una aeronave de su propiedad. Se libró una orden de apre-

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hensión en su contra, misma que no fue cumplida. En 1981 Félix Gallardo se presentó ante el
juez tercero del distrito de Baja California, Ángel Morales, para rendir declaración. Fue absuel-
to de los cargos en menos de 24 horas.162
Desde 1980, Félix Gallardo aparecía en la lista de accionistas de Banca Somex. En 1984
la DEA filtró información sobre las transferencias millonarias de Félix Gallardo en Banca
Somex: mandaba dinero de Guadalajara a San Diego, y de ahí a Alto Huallaga, Perú, para pagar
la cocaína. En 1985 dos cuentas —una de Félix Gallardo y otra de su lugarteniente, Tomás Valles
Corral— fueron congeladas en El Paso y Laredo, Texas, porque presuntamente se usaban para
operaciones de lavado de dinero. Ambas cuentas sumaban cerca de ocho millones de dólares,
en el First National City Bank y el Saving and Loan. Estaban a nombre de Mardoqueo Alfaro,
subdirector de crédito de Banca Somex, en Chihuahua, hasta 1981.163
Para evitar ser aprehendido, se refugió en una finca del exgobernador de Sinaloa, Anto-
nio Toledo Corro. Cuando este político fue cuestionado sobre su relación con el traficante, con-
testó que no estaba consciente de que existieran órdenes de aprehensión en su contra.164 El
periodista Terrence Poppa señala que Félix Gallardo envió a Amado Carrillo Fuentes, acredi-
tado como judicial federal, a Ojinaga para supervisar el paso de cocaína a Estados Unidos, que
hacía en sociedad con el colombiano Pablo Acosta.165
El 8 de abril de 1989, Javier Coello Trejo, subprocurador para la lucha contra el nar-
cotráfico, y el comandante de la Policía Judicial Federal, Guillermo González Calderoni —a
quien se relacionó en la segunda mitad de los noventa con el luego llamado cártel de Juárez,
liderado por Carrillo Fuentes— encabezaron el operativo ordenado por el presidente Carlos
Salinas de Gortari, para capturar a Félix Gallardo. No hubo una sola bala de por medio,166 qui-
zá porque la familia del traficante estaba en el lugar. Al día siguiente la PGR emitió el siguiente
boletín:

La Procuraduría General de la República, a través de la Policía Judicial Federal, logró


en un operativo relámpago realizado ayer por la tarde en Guadalajara, Jal., la captura
del narcotraficante Miguel Ángel Félix Gallardo, considerado el traficante de drogas
número uno a nivel internacional. Félix Gallardo fue detenido como resultado de una
investigación iniciada hace tres meses por judiciales federales, en la casa ubicada en la
calle Cosmos 2718, colonia Jardines del Bosque de la ciudad de Guadalajara [...] Con
la captura de este peligroso delincuente, buscado durante los últimos nueve años, se
reafirma la voluntad política del Presidente de la República, licenciado Carlos Salinas
de Gortari de combatir hasta sus últimas consecuencias este cáncer social y de que la
PGR trabaje intensamente en esta guerra por el bienestar de los mexicanos.

En una entrevista el subprocurador Javier Coello Trejo afirmó:

Es un hombre inteligente, no te puedes imaginar cuánta inteligencia natural tiene.


Estudió hasta el tercero de secundaria, pero en 20 años dedicados al narcotráfico se las
arregló para controlar sobre todas las bandas de narcos. Es una persona seca, no es mal-
hablado, no es grosero, habla muy directo, y es una persona muy extraña, porque es
muy católico, incluso, por medio de otras personas ha donado dinero a la iglesia [...]
Lo único que pidió fue que lo matáramos para morir con dignidad, y que respetáramos

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a su familia, que entendiéramos que los niños no tenían la culpa de los errores de sus
padres.

Justo después de pedir su muerte, Félix Gallardo intentó sobornar a los policías. Pidió
un día para juntar cinco millones de dólares.167 Poca cosa si se toma en cuenta que, casi al mis-
mo tiempo, se sabría que sólo Enrique Gregorio Corza Marín, encargado de combate al narco-
tráfico en Sinaloa, según la declaración de Félix Gallardo, recibió 55 millones de pesos al mes
por mantenerlo al tanto de los operativos. Junto a Corza Marín, quien trabajó para el procura-
dor general de la República, Enrique Álvarez del Castillo, cayeron otros cinco elementos poli-
ciacos, entre ellos Arturo Moreno Espinosa, jefe de la Policía Judicial de Sinaloa.168 Luego, en
sus declaraciones, Félix Gallardo reveló que destinaba, por lo menos, 300 millones de pesos
mensuales para sobornar autoridades.169
En un operativo casi simultáneo el ejército detuvo y desarmó a 600 policías en Sinaloa,
acusados de colaborar con el narcotraficante durante el gobierno de Francisco Labastida
Ochoa. Los soldados de la IX Zona Militar, bajo el mando del general Jesús Gutiérrez Rebollo,
también detuvieron al director de Seguridad Pública Robespierre Lizárraga Coronel y al jefe de
la Policía Judicial municipal Arturo Moreno, quienes fueron trasladados a la ciudad de México.
Según Gutiérrez Rebollo, las acciones del ejército se realizaron por solicitud de la PGR.170
El gobierno estadunidense reaccionó favorablemente ante la aprehensión. El 11 de
abril Margaret Tutwiller, vocera del Departamento de Estado, declaró que el arresto era “un
acontecimiento extremadamente importante” y que demostraba la determinación del gobier-
no mexicano para “actuar resueltamente contra los traficantes de drogas”.
La DEA, a contrapelo de la tonelada y media estimada por la PGR, dijo que Félix Gallar-
do introducía alrededor de 4 toneladas de cocaína mensuales al mercado estadunidense, es
decir, entre 50 y 70% de la droga en circulación; y calculó que su fortuna ascendía a 500 millo-
nes de dólares. Para la DEA, Félix Gallardo era uno de los cuatro narcotraficantes más buscados.
Su beneplácito no podía ser mayor.171 Incluso las primeras planas de los cinco periódicos más
importantes de Estados Unidos consignaron la noticia.172 Sin embargo, este arresto no implicó
un cambio realmente sustantivo. Según Astorga, resurgieron los líderes del “viejo oligopolio”
de narcotraficantes sinaloenses, que llegaron a controlar las rutas de tránsito de la cocaína y la
mayor parte de las regiones productoras del país,173 a excepción del noreste, que era controla-
do por Juan N. Guerra, su sobrino Juan García Ábrego y los hermanos Muñoz Talavera.
Este arresto y las crecientes medidas punitivas de Estados Unidos y México influyeron
para la fragmentación de las organizaciones criminales y el encumbramiento de algunos nar-
cotraficantes que, hasta entonces, desempeñaban un papel secundario. Así, al inicio de los años
1990, tomaron forma los llamados “cárteles” de las drogas y se consolidaron ciertas caracterís-
ticas culturales de algunas comunidades que habían participado en actividades relacionadas
con el tráfico de drogas: no se mejoró su situación de exclusión política y económica, y aumen-
tó su tendencia a establecer relaciones de corrupción y destrucción de los instrumentos del
Estado y su exaltación de la ilegalidad, es decir, en algunas regiones se fortalecieron los valores,
las relaciones sociales y las alianzas que las hacían menos adversas al riesgo de enfrentar al Esta-
do para llevar sus productos al consumidor final.

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Las consecuencias: a veces silencioso el desastre social

Los momentos de tensión con Estados Unidos, relacionados con el tema de las drogas,
tuvieron diversas consecuencias sociales en México: el desarrollo de la producción de drogas en
todo el país, usando al campesinado pobre como la fuente principal de mano de obra; el aumento
de la farmacodependencia, fenómeno reconocido con mucha reticencia en el ámbito oficial; y
la generalización de la violencia, sobre todo en las zonas de tráfico y producción de drogas,
como Tamaulipas, Sinaloa o Jalisco.
Luego del operativo del rancho El Búfalo, en un arranque retórico durante una visita
a Chihuahua, el 26 de noviembre de 1984 el presidente De la Madrid ordenó que todas las pro-
piedades que se usaran para la siembra de drogas se entregaran a campesinos y ejidatarios.
Entre los detenidos hubo cientos de campesinos, procedentes de Oaxaca, Guerrero, Michoacán,
Sinaloa, Durango, Nayarit, Zacatecas y Aguascalientes. El hecho revelaba un lugar común: la
pobreza obligaba a dedicarse a actividades más rentables, aunque fueran ilegales.
En defensa de los campesinos se unieron muchas voces que los señalaban como vícti-
mas del sistema político. Ante esto, el entonces secretario de la Reforma Agraria, Luis Martínez
Villicaña, declaró: “Los campesinos no son víctimas [...] Ellos sabían a lo que venían. Por eso no
podemos más que lamentar que esto haya ocurrido [...] vinieron por el atractivo del dinero”. Y
negó que el desempleo los hubiera expulsado de sus lugares de origen. Es decir, según este pun-
to de vista, la exclusión no lleva a la ilegalidad; se trata de una opción personal.174
Subterfugios retóricos aparte, en ese momento era evidente el papel del campesinado
pobre en la producción de drogas. Por ejemplo, en febrero de 1985, en el ejido El Bedal, muni-
cipio de Navolato, Sinaloa, fueron localizadas 62 hectáreas de sembradíos de mariguana. Se
supo entonces que los campesinos rentaban sus terrenos, a cambio de casi un millón de pesos
de aquellos años. Según el general Carlos Rosas, comandante de la IX Zona Militar, a pesar de
que en el “Triángulo de Oro” este fenómeno fuera más frecuente, en realidad era algo que ocu-
rría en todo el país.175 Entonces los campesinos no sólo servían de mano de obra, como en El
Búfalo, sino que, además, la renta de sus terrenos representaba una opción de ingresos más
redituable que los cultivos tradicionales.
En aquella visita de De la Madrid a Chihuahua, el secretario de la Defensa, Juan Aré-
valo Gardoqui, hizo una declaración por demás reveladora de la situación real del combate al
narcotráfico:

El vicio está apoderado del mundo. Desgraciadamente, ni el ejército ni la Procuradu-


ría General de la República pueden detenerlo. Y no nos enfrentamos a ellos, porque
esa gente siempre está oculta y, desgraciadamente, sólo aprehendemos a mujeres
embarazadas, a niños hambrientos y a uno que otro ejidatario engañado para venir a
trabajar como burro [...] nunca hemos tenido la oportunidad de encontrar a las cabe-
zas del narcotráfico.176

Un par de meses después de esta declaración, el periodista Jesús M. Lozano, luego de


entrevistar a Arévalo, reconstruyó así la situación del campesinado:

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El año pasado fue un buen año de lluvias, y esto favoreció la labor de los narcotrafi-
cantes, que entregaron grandes cantidades de semillas a los campesinos, quienes fue-
ron objeto de un engaño generalizado; se les aseguró que sembraban otros productos.
A los cuatro meses los narcotraficantes les compraban a los campesinos la cosecha de
mariguana, en algunos casos a razón de cien pesos el kilogramo. En cambio, cuando
se les captura a estos campesinos se les aplica todo el rigor de la ley y hasta su parcela
pueden perder.177

En el ámbito académico ha habido diversas discusiones sobre el grado de coacción y


engaño que sufren los campesinos. Luis Astorga tomó registro del caso de Sinaloa, durante el
gobierno de Antonio Toledo Corro:

Para las cosechas en la sierra se reclutaban a jóvenes de colonias populares de Culia-


cán como la 6 de enero, Libertad y Rosales y de rancherías aledañas a la capital o cami-
no a la sierra. Por allí pasaban camiones de redilas anunciando con magnavoces las
ofertas de empleo para “la pizca de manzana”. En los valles agrícolas de la entidad
ganaban 660 pesos diarios, a los jóvenes pizcadores de drogas se les ofrecía de cuatro a
cinco mil pesos diarios. El éxodo fue tal, que varios poblados quedaron habitados sólo
por mujeres, niños y ancianos. Los agricultores de los valles tuvieron que contratar jor-
naleros en otros estados del país.178

Al margen de estas consideraciones, es claro que en el decenio de los años 1980 se empe-
zó a discutir un asunto que en algunas regiones del país inició, por lo menos, desde hacía cuatro
decenios: los campesinos serranos se habían involucrado de varias maneras en el tráfico de dro-
gas. Aunque puedan existir casos de coacción y engaño, los testimonios a los que he podido acce-
der, sobre todo en la zona rural y serrana de Sinaloa, me hacen inclinar más a posturas como la
que aquí recojo del secretario de la Reforma Agraria en el gobierno de Miguel de la Madrid: los
campesinos sabían en qué se metían. Sin embargo, lejos de compartir su cinismo, estoy conven-
cido de que es necesario combatir las razones estructurales que llevan a los campesinos a realizar
su codicia o cubrir sus necesidades por medios ilegales. Es totalmente irracional y hasta peligroso
empeñarse en desmantelar la economía tradicional campesina en lugar de buscar el aumento de
su productividad. En este sentido, es evidente que la falta de programas de modernización y sus-
titución de cultivos es una apuesta que nunca se ha hecho con seriedad en México.179

En la década de los años 1980 se generalizaron los “encostalados” y los “ajustes de cuentas”.
Antes de este periodo había violencia, pero no era tan frecuente ni tan brutal, quizá por la exis-
tencia de acuerdos mejor definidos entre los traficantes y las autoridades. Con la injerencia del
gobierno estadunidense dejaron de respetarse los acuerdos entre traficantes y autoridades
mexicanas, y el uso de la violencia se convirtió en un mecanismo de negociación interna de los
grupos delictivos y una forma de enfrentar al gobierno.
El 26 de febrero de 1985 el secretario de la Defensa, Juan Arévalo Gardoqui, declaró
que durante los primeros tres años del sexenio de De la Madrid murieron 315 soldados en el
combate al narcotráfico.180 De 1985 a octubre de 1987, murieron 26 agentes de la PGR.181 El pri-

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mero de noviembre de 1985, un grupo de narcotraficantes asesinó a 17 policías, 5 de ellos fede-


rales, con una saña desmedida: les arrancaron la lengua y les sacaron los ojos, en un paraje cer-
cano al puerto de Veracruz. Sin mencionar los asesinatos de agentes extranjeros.182
De 1978 a 1988 murieron 50 personas en Nuevo Laredo, en ajusticiamientos relacio-
nados con las drogas. Poca cosa, si se confronta con lo sucedido durante los primeros ocho meses
de 1988 en Matamoros, donde murieron 30 personas, al parecer por ajustes de cuentas entre
facciones del grupo de Juan N. Guerra. El caso más estridente ocurrió en la clínica Raya, el 17
de mayo de 1984: un comando armado con metralletas fue disparando en cada pabellón en bus-
ca de un miembro de la organización de Juan N., llamado el Chacho Espinoza. Mataron a seis
personas e hirieron a muchas otras, pero no lograron su cometido.183
En Sinaloa el asesinato de la defensora de los derechos humanos, Norma Corona, en
mayo de 1990, quizá sea una de las imágenes más ilustrativas del clima de violencia solapado,
cuando no creado, desde el gobierno del estado.184 Pero fue en la primera mitad de los ochen-
ta cuando la violencia llegó a la intensidad que marcaría el futuro del estado. Por otra parte, la
postura del gobernador Antonio Toledo Corro (1981-1986) eludía cualquier responsabilidad y
casi evidenciaba su conformidad con el fenómeno: “El narcotráfico es una herencia de otras
generaciones. No es un problema que haya nacido ayer y tampoco se va a resolver mañana”.
La presunta protección de Toledo Corro a ciertos narcotraficantes hizo frecuentes los
asesinatos, a plena luz del día, en Mazatlán y Culiacán. Así cayeron, por ejemplo, el jefe del
Departamento de Investigaciones de la Procuraduría de Justicia de Sinaloa y exdirector de Segu-
ridad Pública de Culiacán, Jaime Cota Félix, en 1983, y el director de esa dependencia, Ceferino
Ojeda, el 15 de octubre de 1984.185
En diciembre de 1984 hubo 11 asesinatos en Guadalajara, lo cual permitió que el gober-
nador de Jalisco declarara que “diciembre ha sido un mes blanco”, y que ante las críticas de algu-
nos medios replicara que “son refritos mal acomodados”. Pero su tozudo optimismo no resistía los
datos duros: en 1982 hubo 2,435 muertes violentas en Jalisco; en 1983 hubo 2,355; y en 1984 la
cifra se acercaba a las 2,500. En este último año la situación en la zona metropolitana era grave:
295 homicidios; 151 con armas de fuego, 66 con arma blanca, 56 a golpes y 22 por otros medios.186
Con el tiempo este tipo de reportes han sido cada vez más frecuentes en los medios,
especialmente en los periodos en que las autoridades decidían atacar a tal o cual organización,
o cuando los intereses en juego desbordaban los acuerdos internos de las organizaciones cri-
minales y las relaciones con el gobierno local o federal.

El consumo de drogas

Quizá desde los años 1970 empezó a preocupar la posibilidad de que la drogadicción
cobrara impulso en México. Se pensaba que los jóvenes mexicanos adoptarían el consumo de
drogas imitando a los adolescentes estadunidenses. En el fondo, los funcionarios mexicanos
compartían el principio conservador implícito en el discurso de la Casa Blanca y el Departa-
mento de Estado. Lo importante era la defensa de la institución familiar. Así, por ejemplo,
durante la instalación de un Consejo Ciudadano del Programa de Atención a la Delincuencia
Asociada a la Farmacodependencia de la Delegación Tlalpan, en la ciudad de México, en 1985
su titular, Gilberto Nieves Jenkin, dijo:

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La sociedad mexicana se ve amenazada diariamente en su núcleo familiar por el aumen-


to en el uso de sustancias psicotrópicas, y por desgracia sus principales consumidores son
la esperanza de México [...] la autoridad, así posea la mejor voluntad para erradicar y com-
batir a los mercaderes de vicio, no logrará el éxito deseado si no cuenta con la ayuda y par-
ticipación interesada de los sectores y, fundamentalmente, de los padres de familia.187

El reconocimiento de la existencia de consumo de drogas en México no era frecuente


en aquellos años. Pero la expresión aislada de la preocupación, así fuera por la defensa de la
familia, es un indicador de que el problema estaba presente.
En el reporte de los resultados de la estrategia internacional de control de drogas de
1986, el Departamento de Estado abordó así la situación mexicana:

A pesar del papel de México como un país de tránsito de cocaína y productor de heroí-
na, no tienen un gran mercado para ninguna de esas drogas. Es difícil calcular qué tan
extendido es el abuso [de] las drogas en México, en cifras generales o clases sociales,
pero la mayoría de los expertos coinciden en que el problema nacional de drogas está
ya en sus etapas tempranas con la mariguana y el resistol como las sustancias usadas
más comúnmente.188

En los años 1970 y 1980, la fuente más confiable para dar una idea sobre la magnitud
del consumo de drogas fueron las encuestas que el Instituto Mexicano de Psiquiatría y la Secre-
taría de Educación Pública (SEP) levantaron entre estudiantes de nivel medio superior, sobre
todo en la ciudad de México y el área metropolitana.189 En aquellos años, al ya difícil escenario
de nacer pobre, se agregaba cierta propensión social a algunas sustancias. Sin embargo, para
1980 cambió el perfil de los usuarios, pues el consumo había alcanzado las clases altas.
En 1981, los Centros de Integración Juvenil (CIJ) hicieron un estudio entre los estu-
diantes de enseñanza media, media superior y universitaria en las escuelas de las áreas de
influencia de cada centro, tanto en la ciudad de México como en los estados. El porcentaje
general de consumo oscilaba entre 9.4% alrededor de un centro ubicado en Nogales, a 22% en
la zona de influencia de un centro de Tijuana, y había una desviación preocupante en cuanto
al consumo de cocaína entre los estudiantes de Guadalajara.
El resto de las encuestas realizadas en los ochenta, según la SEP y el Instituto Nacional
de Psiquiatría, mostró que el consumo de drogas entre estudiantes había “aumentado en cuan-
to a su magnitud y a su extensión”, con variaciones regionales. Sin embargo, en una encuesta de
1991-1992 hecha por estas instituciones, el porcentaje de estudiantes que habían consumido
drogas, al menos una vez, era de 8.23%, y no el 12.3% calculado en los ochenta. Obviamente la
variación se debió a la metodología aplicada. Sin entrar en detalles, la encuesta de 1991-1992
sobrerrepresenta a los estudiantes más jóvenes, es decir a los que estaban por llegar a la edad
promedio de iniciación en el consumo de drogas. Al margen de esto, es importante subrayar
que la estrategia de negociación con Estados Unidos, que implicaba negar que México fuera un
consumidor importante, justificó la desatención a los programas de tratamiento de adicciones
en un país donde, como es posible ver con claridad en la tabla 1, a principios de los noventa
tenía una población de estudiantes varones mayores de 18 años, en la que 20.18% eran consu-
midores ocasionales, 7.51% moderados y 4.62 % altos.

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Tabla I. Consumidores de drogas altos, moderados y ocasionales entre estudiantes de educación media
y media superior, por sexo y por edad, 1991-1992

PROPORCIÓN DE USARON DROGAS USARON DROGAS USARON DROGAS


SEXO/EDAD LA MUESTRA (%) ALGUNA VEZ (%) EN EL ÚLTIMO AÑO (%) EN EL ÚLTIMO MES (%)

Hombres
Menor de 14 21.16 6.84 3.60 2.20
14 10.21 9.50 4.58 2.52
15 7.85 9.74 5.12 2.87
16 5.42 13.05 6.66 3.85
17 3.56 14.75 7.65 3.78
18 1.60 16.45 8.48 3.94
Mayor de 18 1.44 20.18 7.55 4.62
Subtotal 51.8 9.68 4.89 2.77

Mujeres
Menor de 14 21.41 4.85 2.80 1.75
14 9.34 7.28 4.21 2.39
15 6.47 8.00 4.53 2.83
16 4.81 8.65 5.12 2.63
17 2.76 8.99 4.75 2.38
18 1.03 10.87 5.04 2.36
Mayor de 18 0.94 9.98 5.34 3.27
Subtotal 47.1 6.65 3.78 2.19

Total 100.00 8.23 4.35 2.49


Fuente: Encuesta nacional sobre el uso de drogas entre la comunidad escolar, México, Secretaría de Educación Pública-Instituto
Nacional de Psiquiatría, 1993, “cuadros de resultados”.

Las drogas y el libre mercado (1988-2000)

La falta de legitimidad, derivada del fraude electoral de 1988, obligó a que Carlos Sali-
nas se adueñara de la Presidencia desde la Presidencia misma,190 mediante golpes espectacula-
res de legitimidad. Pero en el tema del narcotráfico algunos analistas señalan que

durante el gobierno de Salinas se decide pugnar como nunca por un entendimiento


relativamente estable con Estados Unidos. El sustento de dicho entendimiento sería,
desde entonces, la profundización del viraje económico a favor de la privatización y de
la apertura comercial y, de manera sobresaliente, la negociación de un Tratado de Li-
bre Comercio para América del Norte (TLCAN) [...] el debate sobre narcotráfico y otras
cuestiones fue opacado por la prioridad otorgada por ambos gobiernos al Tratado en
sí mismo.191

Al respecto, en 1998, un reporte especial de The New York Times puso en evidencia la
hipocresía y política de oídos sordos que llevó a cabo el gobierno estadunidense alrededor del

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

tema de las drogas durante el salinato. El mismo reporte señaló que esta política de ceguera
frente al tema indica que el interés de Estados Unidos por no afectar su relación con México se
mantuvo después del préstamo de 12,500 millones de dólares para paliar los efectos de la crisis
de 1995.192
El expresidente Salinas no estuvo de acuerdo y, en un libro que publicó al final del
sexenio de Ernesto Zedillo, escribió:
A partir de 1995 no faltó quien afirmara que durante mi presidencia el gobierno nor-
teamericano había reunido información sobre supuestas actividades ilícitas de mi fami-
lia pero que no las había hecho públicas para lograr la ratificación del TLC. Sin embar-
go, varios de los reportes citados arriba se publicaron después de la ratificación del
Tratado. Además, durante la presidencia de George Bush (1989-1993) tampoco apa-
recieron en los Estados Unidos publicaciones gubernamentales que señalaran a mi
gobierno en ese sentido. Algunos insinuaron que las críticas se habían “escondido”
para no afectar la relación bilateral.193

En efecto, terminada su gestión abundaron las filtraciones y se hizo evidente la cam-


paña contra su administración, aunque hubo casos en que los ataques no carecieron de funda-
mento.194 De cualquier modo, siempre será más conveniente confrontar las aseveraciones de los
políticos, en general, y del presidente Salinas, en particular, con los hechos.195
Los dos primeros años del sexenio, el objetivo de Salinas fue dar contenido al concep-
to “seguridad nacional”, término que se empezó a usar desde los últimos meses del gobierno de
De la Madrid. Esto marcó un viraje en el que México se acomodó a los enfoques estaduniden-
ses alrededor del tema de las drogas,196 y más tarde, desde 1990 a la entrada en vigor del TLC, la
prioridad del gobierno salinista fue evitar que la buena disposición del ejecutivo estaduniden-
se se viera obstaculizada por la actitud beligerante de la DEA y otras instancias, incluso civiles.
En lo que a las organizaciones criminales se refiere, Salinas supo que debía mandar una
señal que aligerara el tema del narcotráfico, frente a la entonces irascible administración esta-
dunidense. Con ese propósito organizó un operativo espectacular para aprehender a Miguel
Ángel Félix Gallardo, el gran capo cuyo éxito se fincó en su capacidad para manejar la conexión
colombiana de la cocaína y, después, desde la cárcel, en su tino para repartir territorios entre sus
lugartenientes.197 Esta aprehensión tuvo el efecto no deseado de consolidar la “cartelización” del
narcotráfico. Pero, desde el punto de vista de las prioridades del gobierno, fue un éxito.

El combate a las drogas durante el periodo neoliberal

Cuando Salinas asumió el poder, se ciñó a los lineamientos de las políticas estaduniden-
ses que abordaban el tema, una postura que Miguel de la Madrid había iniciado en los últimos
meses de su mandato. Años después Salinas escribiría: “el combate al narcotráfico se convirtió
en una prioridad nacional pues amenazaba la seguridad del país. Mi administración actuó con
certeza de que esa lucha era fundamental para garantizar el futuro del país”.198
Esta retórica mejoró la imagen del gobierno e impulsó una relación enfocada al logro
de un acuerdo de liberación comercial, atenuando las recriminaciones que habían caracteriza-
do la década anterior. Estados Unidos pospuso el tema en su lista de prioridades para proteger

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

los intereses económicos involucrados en la liberación comercial. Y, al parecer, la estrategia


mexicana de tratar cada tema por separado, para evitar que la discusión de un asunto conta-
minara toda la agenda bilateral, surtió efecto en el corto plazo. Sin embargo, esto no implicó
que el narcotráfico dejara de ser fuente de conflicto y fricciones.199
Al inicio de los noventa, el gobierno mexicano asumió que el combate al narcotráfico
era imprescindible “por salud de los mexicanos, por seguridad nacional y por cooperación
internacional”.200 Con la llegada de Salinas, el nombramiento de Enrique Álvarez del Castillo
como titular de la PGR, fue criticado en Estados Unidos, porque había sido gobernador de Jalis-
co cuando fue asesinado Enrique Camarena.201 Junto con Álvarez, fue nombrado Javier Coello
Trejo como titular de la recién creada Subprocuraduría General de Investigación y Lucha con-
tra el Narcotráfico. Los recursos humanos y económicos de la PGR para el combate al narcotrá-
fico crecieron de manera importante. De 1988 a 1989, el presupuesto de la PGR para el combate
al narcotráfico subió de 44,613 millones a 122,600 millones de pesos, lo que implicó un aumen-
to de 174%. En 1989 el dinero destinado al combate a las drogas representaba más de 61% del
presupuesto de la PGR. En 1990 el presupuesto antinarcóticos de la PGR fue de 150,173 millo-
nes de pesos, lo que representaba 54% de su presupuesto total.202 En la Policía Judicial Federal
se creó la División Antinarcóticos, y en la Secretaría de Gobernación, el Centro de Investigación
y Seguridad Nacional.
Junto con los operativos se promovieron diversas reformas legales. Desde el 14 de
diciembre de 1988, Salinas promovió el aumento de penas para los delitos relacionados con el
narcotráfico; reducción del plazo para dictar sentencia; agravación de penas por posesión de
armas de uso exclusivo del ejército sin permiso, o por el tráfico de las mismas, y penas de hasta
nueve años de prisión a quienes realizaran operaciones con dinero de procedencia ilícita.203
En el mismo sentido, los medios se encargaron de hacer pública la corrupción en los
círculos más altos del poder. El 9 de agosto de 1989 Rubén Zuno Arce, cuñado del expresiden-
te Echeverría, fue aprehendido en San Antonio, Texas, para que testificara en un juzgado de
Los Angeles, porque, presuntamente, tenía información importante sobre el caso Camarena.
Astorga repasa así el hecho:

Estuvo encarcelado dos meses sin cargo en su contra. Después de haber declarado que
desconocía a Caro, Fonseca y Félix Gallardo, fue acusado de perjurio, pero fue absuel-
to de ese cargo. La casa donde se dijo que Camarena y Zavala habían sido torturados y
asesinados había sido vendida por Zuno un mes antes de los secuestros a una persona
cercana a Caro. El propio Zuno había viajado voluntariamente a Estados Unidos en
1986 para entrevistarse con agentes de la DEA y explicarles la historia de esa casa. Al
parecer, en ese entonces, la agencia estadunidense no mostró ninguna inconformidad.
Años después, testigos pagados por la DEA, reclutados entre los pistoleros y guardaes-
paldas de Fonseca y socios de Caro, señalaron a Zuno a los titulares de Gobernación,
Manuel Bartlett; de la PGR, Enrique Álvarez del Castillo, y de la Defensa, Juan Arévalo
Gardoqui, como los autores intelectuales del crimen. El 21 de diciembre de 1992, un
jurado lo declaró culpable y, posteriormente, fue sentenciado a cadena perpetua.204

Con el tiempo, el mismo presidente Salinas denunció la existencia de testigos com-


prados por la DEA. En sus memorias narra cómo las autoridades estadunidenses declararon cul-

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pable a Zuno y cómo después un juez, al detectar irregularidades en el juicio, ordenó que se
reiniciara. Zuno fue a Estados Unidos para aclarar los cargos, pero, en palabras de Salinas, para
su sorpresa, se enfrentó con un proceso judicial basado en el testimonio de testigos de baja con-
fiabilidad.

Uno de esos testigos de cargo, René López Romero, resultó ser otro criminal. En Méxi-
co se le había perseguido como corresponsable en la muerte de cuatro Testigos de
Jehová ocurrida en Guadalajara durante los años ochenta. Además López Romero
había aceptado su participación en el secuestro y la tortura de Camarena. La DEA logró
su dispensa por los asesinatos de los Testigos de Jehová; por si eso fuera poco, de mane-
ra increíble le consiguió inmunidad por su participación en el asesinato de Camarena
y le entregó varias decenas de miles de dólares. Su testimonio fue utilizado de manera
eficaz contra Zuno.205

Según Salinas, además de López Romero, otro “cómplice de traficantes”, Jorge Godoy,
declaró en el juicio contra Zuno. Godoy no había mencionado a Zuno en su declaración inicial,
pero después lo acusó directamente. Esta modificación se adjetivó de “asombrosa”. De acuerdo
con Salinas, cuando se volvió a juzgar a Zuno, el gobierno mexicano estuvo consciente de que
muchos de los testimonios se “compraron” y fueron proporcionados por policías mexicanos,
entre ellos el excomandante González Calderoni. “Una de las prácticas más corruptas entre ele-
mentos de las policías mexicanas parecía confirmarse: al convertirse en colaboradores de agen-
tes extranjeros, facilitaban testigos a modo, y ganaban la protección de las autoridades de otros
países.”206
Sin considerar la práctica —normal en el ámbito legal estadunidense— de incentivar a
criminales menores para que denuncien a otros mayores, en opinión de la familia de Zuno, Sali-
nas no hizo gran cosa. Ruth Zuno Moreno, hija de Rubén, contó que luego de la aprehensión
de su padre fue a Los Pinos, para buscar la ayuda del entonces presidente Salinas. Le entregó
una carta que nunca contestó. En su opinión, Rubén Zuno fue un chivo expiatorio de Salinas,
para mostrarle a los estadunidenses que se estaba haciendo algo contra la corrupción derivada
del narcotráfico. A su vez, fue un ajuste de cuentas político de Salinas contra Echeverría:

No creo que sea una confabulación en contra de mi papá... o sea lo que nosotros pen-
samos [la familia de Zuno] y por pláticas con mi papá, cuando fueron las elecciones
para Presidente en el 88 se decía que mi tío Luis apoyaba a Cárdenas y todo mundo
sabe —yo no sé si es cierto o no es cierto, pero se habla mucho de eso—, entonces yo
siento, como hija de Rubén Zuno y por lo que he oído y por lo que he vivido, yo sien-
to que fue ponerle un hasta aquí a Echeverría y decirle “¿sabes qué?, no te metas con
nosotros, estate en tu lugar quietecito porque te puede pasar algo por el estilo, a ti o a
cualquiera de tus hijos”.207

Por otra parte, las acciones para “limpiar” la imagen de las corporaciones policiacas
mexicanas no redujeron las embestidas mediáticas y procedimentales de Estados Unidos. El 12
de junio de 1989, José Antonio Zorrilla, exdirector de la Federal de Seguridad, fue arrestado,
acusado de asesinar al periodista Manuel Buendía. En octubre Roberto Soto, exprocurador

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

estatal de Sonora durante el gobierno de Félix Valdés, fue arrestado en Hermosillo y traslada-
do a Ciudad Juárez, acusado de siembra, cultivo y posesión de mariguana. Pero en septiembre
de 1989, el subprocurador William Barr redactó un documento en que señalaba que el poder
ejecutivo estadunidense tenía derecho de ordenar la aprehensión de fugitivos en el exterior.
Esto fue una premonición de los problemas que esperaban a México.
A pesar de las violaciones a derechos humanos por parte de los cuerpos policiacos, a
finales de 1989 se alardeaba de la sentencia contra Caro Quintero y Ernesto Fonseca. Pero no
era suficiente, el libro de Elaine Shanon, Desperados, publicado en 1988, sirvió de guión a la
miniserie “Drug Wars: The Camarena Story”, transmitida por la NBC en 1990, donde no sólo se
acusaba a la policía mexicana de corrupta, sino que se mencionaba a Arévalo Gardoqui, al pro-
curador Álvarez del Castillo, al secretario de Educación, Manuel Bartlett y al expresidente De
la Madrid como protectores de narcotraficantes.
El embajador mexicano en Washington dijo que la serie se basaba en especulaciones e
inexactitudes. Incluso Miguel Aldana Ibarra declaró que, en 1976, Enrique Camarena había
sido aprehendido con droga en Mexicali, y que quizá ni siquiera hubiera sido asesinado. Pero
los desesperados intentos de descargo no sirvieron.
El 30 de enero de 1990, la fiscalía federal de Los Angeles formalizó cargos contra: Alda-
na Ibarra, exdirector de INTERPOL-México; José Antonio Zorrilla Pérez, extitular de la Federal
de Seguridad; Manuel Ibarra Herrera, exjefe de la Policía Judicial Federal; Antonio Vázquez
Ochoa, exjudicial; y Humberto Álvarez Machain,208 exmédico de la Federal de Seguridad en
Jalisco y médico de los hijos de Caro Quintero. En total, se acusó a 22 mexicanos por activida-
des relacionadas con el tráfico de drogas y delitos relacionados con el caso Camarena. Además
se contaba con elementos para proceder contra el exsecretario de la Defensa, Juan Arévalo Gar-
doqui.209 Zorrilla, como vimos, ya había sido arrestado en la ciudad de México por la presunta
autoría intelectual en el asesinato de Manuel Buendía, no así los otros.210
El 2 de abril de 1990, Álvarez Machain fue secuestrado en Guadalajara y entregado a la
DEA, presuntamente para cobrar los 100,000 dólares de recompensa ofrecidos por su captura.211
Lo sacaron de su consultorio por la fuerza y lo trasladaron a El Paso, Texas, en un avión particu-
lar. La DEA lo acusaba de estar involucrado en el caso Camarena.212 El incidente fue tomado en los
círculos del presidente Salinas como un golpe bajo “que estuvo a punto de descarrilar la nego-
ciación del TLC”, que había iniciado en secreto y que sólo fue conocida por una filtración de las
autoridades estadunidenses a The Wall Street Journal, el 26 de marzo de 1990.213
El 18 de abril, Relaciones Exteriores mandó una nota diplomática al Departamento de
Estado, en la que señalaba que

de comprobarse la participación ilegal de autoridades norteamericanas en estos


hechos [el secuestro de Álvarez Machain] se pone en riesgo la cooperación binacional
en la lucha contra el narcotráfico, pues como es de su conocimiento, corresponde
exclusivamente a las autoridades mexicanas la responsabilidad del combate al narco-
tráfico y a las organizaciones criminales dentro del territorio de México.214

Ese mismo mes, seis mexicanos fueron arrestados por su presunta responsabilidad en
el secuestro; tres de ellos habían trabajado en la Policía Judicial de Jalisco, y todos reconocie-

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

ron haber recibido recompensas por parte de la DEA para participar en la detención. Ni las reu-
niones de Salinas con representantes del gobierno estadunidense, ni las negociaciones del pro-
curador con su homólogo, ni las protestas diplomáticas sirvieron para que las autoridades esta-
dunidenses cambiaran de parecer.
En mayo de 1990, la Presidencia estaba consciente de que la DEA tenía la intención de
no amilanarse y, más aún, amenazaba con publicar informes que pretendían involucrar a algu-
nos funcionarios de la administración del presidente Miguel de la Madrid en el narcotráfico.
La DEA estaba preparada para atacar y provocar “un escándalo mayúsculo”. Por otra parte, el
presidente Salinas tenía la intención de concretar un encuentro con George Bush el 10 de
junio, para anunciar el inicio de las negociaciones formales del TLC.
En medio de las amenazas de “escándalo”, Salinas escribió en sus notas personales: “Si
la DEA decide publicar sus supuestos hallazgos, veo prácticamente imposible hacer el anuncio
sobre el arranque de las negociaciones [del Tratado de Libre Comercio]”.215 A pesar de ello, el
gobierno mexicano solicitó la extradición de dos agentes de la DEA involucrados en el operati-
vo de captura de Álvarez Machain: Héctor Berréllez y Antonio Gárate. Después de una reunión
con Dick Thornburgh, procurador general de Estados Unidos, el procurador mexicano expli-
có el punto de vista estadunidense: “más que un legítimo derecho de las autoridades mexicanas
por reclamar a estos señores como responsables intelectuales del secuestro, piensan que es una
actitud para obstaculizar el juicio en Los Angeles, en donde se ha puesto en duda la moralidad
e integridad de algunos funcionarios mexicanos”.216
Dados los desencuentros descritos, no es de extrañar que el juicio se haya desarrollado
en medio de escándalos. Una vez más, un testigo contra Álvarez Machain señaló como posibles
autores intelectuales a los personajes mencionados en el juicio contra Zuno: Bartlett, Álvarez
del Castillo y Arévalo Gardoqui. Finalmente, el 14 de diciembre de 1992, un juez federal liberó
a Álvarez Machain por falta de pruebas; regresó a México el 15 de diciembre. No obstante, en
México la PGR había señalado su responsabilidad en el lavado de dinero de Caro Quintero.
Entrevistado en marzo de 1993, en Almoloya, Caro Quintero aceptó que Álvarez Machain fue
propietario de entre 50 y 80 hectáreas del rancho El Búfalo.217
Luego de este episodio, tardamos muchos años en percatarnos de que el verdadero ene-
migo de la administración salinista era la DEA y el poder judicial estadunidense. Una serie de ar-
tículos de Los Angeles Times, por ejemplo, dio a conocer a Héctor Cervantes, un testigo que acep-
tó que agentes de la DEA le pagaron e instruyeron para declarar ante la corte. Cervantes había
recibido la promesa de que recibiría 200,000 dólares, la residencia y un permiso para trabajar en
Estados Unidos.218 El 28 de noviembre de 1997, Excélsior refirió el testimonio de Cervantes:

En varias otras sesiones me reuní con [los agentes de la DEA] Medrano y Berréllez para
ensayar mi testimonio. Fue en estas sesiones que ellos me prepararon para atestiguar
acerca de otras reuniones entre Zuno y los traficantes que en realidad nunca se habí-
an llevado a cabo [...] Ellos querían que atestiguara de otras reuniones donde yo
supuestamente había visto a Bartlett en persona. Esta vez, me puse de acuerdo con
ellos para inculpar falsamente a Bartlett y atestiguar que lo había visto con Barba, Zuno
y Gardoqui.219

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

Esto descubre algunos de los procedimientos de la DEA; sin embargo, no es evidencia


de descargo para los inculpados. Sin duda, estos métodos judiciales pueden escandalizar, pero
más de un funcionario estadunidense señaló que antes de disminuir ese tipo de presión sobre
México “se debe considerar que en ese país la intervención de líneas es ilegal, las leyes conspi-
rativas no existen, la policía no puede usar informantes confidenciales, no existe un programa
de testigos protegidos, y el lavado de dinero no es un crimen”.220 Lo anterior fue expresado en
1996 por el director de la DEA, Thomas Constantine, en una audiencia ante el senado.
Los funcionarios del gobierno de Salinas sabían que la falta de herramientas jurídicas
y unidades de inteligencia tenía dos aristas peligrosas para el proceso de negociación del TLC.
Por un lado, era muestra de debilidad del sistema judicial y de justicia; por el otro, una mayor
asignación de atribuciones policiacas podría venir acompañada de un sinnúmero de denuncias
de violaciones a los derechos humanos. Y ya fuera por esto, o por ceder a las presiones de las
ONG, partidos y la sociedad civil, el 6 de junio de 1990 se creó la Comisión Nacional de Dere-
chos Humanos (CNDH), institución que, desde entonces, ha servido como instrumento retóri-
co para dar la impresión de que el gobierno está fiscalizado por un órgano autónomo,221 aun
cuando persistan informes de pueblos arrasados por el ejército, torturas a los presos, robo a
campesinos, violaciones de mujeres en operativos, etcétera.
El año de 1993 trajo consigo muchos cambios en el área del combate al narcotráfico.
Ese año el procurador Jorge Carpizo promovió una orden de aprehensión contra el coman-
dante de la Policía Judicial Federal, Guillermo González Calderoni, a quien las autoridades esta-
dunidenses “lo tenían en la lista negra del narcotráfico” por más de un motivo.222
El 14 de mayo de 1993, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo murió en una balacera ocu-
rrida en el aeropuerto internacional de Guadalajara. Según la versión oficial, los sucesos fueron
resultado de un enfrentamiento entre la banda de narcotraficantes comandada por
Joaquín Guzmán Loera (el Chapo Guzmán) y Héctor Luis Palma Salazar (el Güero Pal-
ma), en contra de la banda encabezada por los hermanos Arellano Félix [...] Las inves-
tigaciones llevadas a cabo por la PGR han aportado información suficiente para con-
cluir que el atentado tuvo su origen en la lucha de los narcotraficantes por asumir el
control del cultivo y la exportación de mariguana, así como de otras drogas “duras”
como la cocaína y la heroína. Las rencillas personales existentes entre los miembros de
las bandas, también fueron un ingrediente importante.223

Sin embargo, hubo otras versiones que señalaron que el cardenal poseía copias de
documentos sustraídos de la oficina del secretario de Salinas, Justo Ceja Martínez, que presun-
tamente demostraban la relación de la familia presidencial con los cárteles de las drogas.224 El
suceso no sólo dio elementos para entender la organización de los narcotraficantes y constatar
la crudeza de sus procedimientos, sino que propició la discusión del papel de la Iglesia católica
como receptora de recursos provenientes del narcotráfico. Con relación a esto, Jorge Carpizo,
entonces titular de la PGR, cuenta que un día, alrededor de las 23:00 h., a mediados de diciem-
bre de 1993, lo llamaron para que se reuniera con el presidente Salinas y el nuncio apostólico
Girolamo Prigione. Monseñor intercedía para que Salinas recibiera a uno de los Arellano Félix,
pues quería dar su versión sobre el asesinato de Posadas y asegurarle que los hermanos “eran
inocentes”. Salinas pidió consejo a Carpizo.

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

“No, señor presidente, usted no puede hacerlo, usted no puede recibirlo”, dijo Carpizo.
Entonces el nuncio atajó la respuesta de Salinas, preguntando qué debía decirle a ese
Arellano Félix que lo esperaba para recibir una respuesta en la nunciatura.
“Que se entregue”, contestó Carpizo.
Luego de intercambiar un par de comentarios más, monseñor Prigione hizo una soli-
citud al despedirse.
“Señor presidente, con todo respeto le pido que se preserve la integridad de la sede
diplomática.”
Dice Carpizo que en ese momento pensó organizar un operativo para aprehender al
Arellano que estaba en la nunciatura, pero que no lo hizo por miedo a las consecuencias de
improvisar una acción policiaca, que no sólo podría causar un conflicto diplomático, sino que
implicaba enormes riesgos logísticos. La anécdota despertó muchas suspicacias, pero también
sacó a la luz el proceder de los jerarcas del catolicismo frente al narcotráfico.225
En septiembre de 1997, con la muerte de Amado Carrillo, el Señor de los Cielos, el tema
volvió a los medios. El 20 de ese mes, Raúl Soto Vásquez, vicario de la Basílica de Guadalupe y
profesor de la Universidad Pontificia de México, justificó las limosnas de los narcotraficantes:
“ellos hacen obras de servicio social en algunas entidades y aplaudo lo realizado en este sentido
por Rafael Caro Quintero y Amado Carrillo, quienes no por ello dejan de ser pecadores”.
El periodista sinaloense Alejandro Sicairos clasificó la actitud de los jerarcas eclesiásti-
cos en las relaciones narco-Iglesia:

[Unos] creen que los narcotraficantes deben ser excomulgados, como lo postula el
obispo de Mazatlán, Rafael Barraza. Otros consideran prudente recibir las limosnas de
los traficantes de drogas para traducirlas en el bien común; planteamiento que respal-
da el padre Benjamín Oliva y, entre otros, el arzobispo emérito de Ciudad Juárez,
Manuel Talamás, quien opina que ‘el dinero [de las drogas o la prostitución] es adqui-
rido de una manera inmoral, pero eso no implica que su donación sea ilegal. Una ter-
cera postura se aferra a que el tema persista como un tabú, pero sin cerrarle la entra-
da a los donativos de origen dudoso.226

Ante las abigarradas ideas de la redención comprada, pareciera que Jorge Carpizo no
exageraba cuando escribió que la “reconciliación” salinista con la Iglesia y la aceptación social
de su papel público aceleró más de un efecto cuestionable: “Los Arellano Félix, antes y después
del episodio narrado enviaron una carta al papa alegando su inocencia y solicitando su apoyo;
su cómplice de muchos hechos, el sacerdote Gerardo Montaño, a pesar de las pruebas que exis-
ten, continúa gozando de impunidad; realmente ya vuelve a existir en México, como en el siglo
XIX, el fuero eclesiástico”.227
Luego del asesinato del cardenal Posadas, se hizo evidente que el sexenio de Salinas se
caracterizaría por un cambio en el enfoque de los temas de inteligencia para el combate al nar-
cotráfico. El 26 de junio de 1993 se hizo pública la existencia del Centro de Planeación para el
Control de Drogas (CENDRO), a raíz de la captura de Joaquín Guzmán Loera, (a) el Chapo. El
objetivo del Centro fue hacer trabajos de inteligencia desde una organización compacta y leal
que no llegara a contaminarse.

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

La aprehensión del Chapo Guzmán sacó al CENDRO del anonimato. Según versiones
periodísticas, su edificio se construyó con dinero nacional y estadunidense; contaba con tec-
nología de punta que permitía rastrear aeronaves, comunicarse con agencias colombianas y
estadunidenses en tiempo real e interceptar llamadas telefónicas. Una de sus oficinas, llamada
CENDRO 6, podía conectarse a los radares estadunidenses en Centroamérica.228 Luego de aque-
lla captura, Jorge Tello Peón, su titular, entró como primer comisionado del Instituto Nacional
para el Combate a las Drogas (INCD), formalmente creado el 17 de junio de 1993, y en 1994 se
hizo cargo del CISEN, hasta 1999. El INCD continuó operando bajo distintos mandos; en 1996
asumió el cargo el general José de Jesús Gutiérrez Rebollo. Este militar fue detenido en 1997 por
haber colaborado con el cártel de Amado Carrillo.229
A lo largo de 1994 cobraron importancia los asesinatos políticos. El 3 de marzo, por
ejemplo, un enfrentamiento en Tijuana entre la Policía Judicial Federal y la estatal de Baja Cali-
fornia dejó cinco muertos y la captura, el 2 de mayo, de Sergio Ortiz Lara, subprocurador de
Justicia de Baja California, por su responsabilidad en la balacera. El 9 de mayo de 1994, Eduar-
do Valle Espinoza anunció su salida de la PGR, donde fungió como asesor, primero, de Jorge
Carpizo y, luego, de Diego Valadés. El motivo expresado por el experiodista fue la “incapacidad”
de la institución para aprehender a los líderes del cártel del Golfo y la falta de una política de lar-
go alcance. Más tarde, Valle se volvió testigo protegido en Estados Unidos, donde el 25 de agos-
to de 1994 rindió una declaración en el consulado mexicano en Washington ante personal de
la PGR. En su declaración habló sobre la relación entre altos funcionarios con el narcotráfico y
su posible relación con el asesinato del Luis Donaldo Colosio Murrieta el 23 de marzo de 1994.
Entre otros personajes, mencionó a Emilio Gamboa, Raúl Zorrilla y Juan José de Olloqui, por
sus nexos con el narcotráfico.230
El asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, el 28 de septiembre de 1994, cerró el sexe-
nio de Salinas. Las indagaciones indicaron que los autores intelectuales habían sido Manuel
Muñoz Rocha, diputado federal por Tamaulipas, y Abraham Nava, excolaborador de Ruiz Mas-
sieu, cuando éste fue gobernador de Guerrero. Ambos estaban presuntamente involucrados en
actividades relacionadas con el narcotráfico.
Las hipótesis sobre la relación con el narcotráfico y la política interna priísta causaron
verdadero revuelo. Ya como expresidente, Salinas hizo una evaluación final sobre el tema del
narcotráfico durante su sexenio:

El combate al narcotráfico representó una batalla larga. Era por motivos de seguridad
nacional. No se ganó la guerra. Como se verá, a partir de 1995 muchos de los miem-
bros más corrompidos de esas policías pudieron regresar al control de las procuradu-
rías de justicia, por lo que el avance democrático y la vigencia del estado de derecho
ingresaron en una zona de riesgo mayor.231

El 28 de febrero de 1995, Raúl Salinas de Gortari fue detenido, acusado de haber orde-
nado el asesinato de su excuñado y adversario político José Francisco Ruiz Massieu. Julia Pres-
ton y Samuel Dillon, entonces corresponsales de The New York Times en México, señalaron: “A
ojos de la sociedad, su papel en el descrédito del sistema fue excepcionalmente espectacular,
con lo que contribuyó a precipitar el régimen autoritario”.232

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

La discusión retomó fuerza el 15 noviembre de 1995, cuando Paulina Castañón, espo-


sa de Raúl, fue detenida en Suiza mientras intentaba hacer un retiro millonario con un pasa-
porte falso. Castañón puesta en libertad, pero los 130 millones de dólares que Raúl tenía en
cuentas secretas se congelaron y sometieron a investigaciones por parte de autoridades suizas.
Los funcionarios suizos concluyeron que una parte del dinero de Raúl procedía del narcotráfi-
co, por lo que le decomisaron 90 millones de dólares. Además, una investigación del gobierno
federal, en México, determinó que el expresidente Salinas hizo traspasos, por cerca de 38 millo-
nes de dólares, de sus cuentas a otras que estaban a nombre de varios seudónimos de su her-
mano Raúl.
Las investigaciones siguieron a lo largo del sexenio de Ernesto Zedillo. Finalmente el
21 de enero de 1999, un juez federal declaró culpable a Raúl Salinas por el asesinato de José
Francisco Ruiz Massieu. Esa primera condena fue por cincuenta años de prisión. Luego la sen-
tencia se redujo a veintisiete años; sin embargo, alcanzó la libertad en 2006. Por su parte, Mario
Ruiz Massieu, presuntamente, terminó suicidándose el 15 de septiembre de 1999 con una
sobredosis de antidepresivos, al parecer, por las presiones a las que estaba sometido por un jui-
cio en Houston, donde enfrentaba cargos que lo relacionaban con el narcotráfico, mientras fue
alto funcionario judicial en México.233
Al finalizar su sexenio, Salinas inició un prolongado esfuerzo por defender su imagen
y la de algunos miembros de sus equipos de trabajo y familia. Por otro lado, al asumir la presi-
dencia Ernesto Zedillo Ponce de León, el narcotráfico siguió siendo un tema de seguridad
nacional. Por lo tanto, se acentuaron algunas medidas, como el aumento de la participación de
los militares y la instrumentación del Programa Nacional de Control de Drogas 1995-2000. En
el ámbito externo, el objetivo de Zedillo fue bajar la intensidad de la discusión sobre el tema y
llevarlo a foros en donde la presencia de otros actores internacionales aumentara el campo de
maniobra mexicano. Pero, sobre todo, promovió el acercamiento con Estados Unidos e ignoró
el aumento de los operativos que la DEA y el FBI realizaban en México.
La cooperación pareció estrecharse más con la visita de William Clinton en mayo de
1997. En aquella ocasión el presidente estadunidense —que en 1992 afirmó haber fumado
mariguana en su juventud, pero no haber inhalado el humo—234 y Zedillo firmaron la “Decla-
ración de la Alianza México-Estados Unidos contra las drogas”, en la que reconocían una res-
ponsabilidad conjunta en el tema.235
Detengámonos un poco en el tema de la militarización durante este periodo. En 1995,
en Chihuahua, se estableció un proyecto piloto para sustituir a 120 agentes de la Policía Judi-
cial Federal por militares. Y a pesar de que desde los primeros meses el proyecto daba señales
de fracaso, la sustitución se extendió por todo el país.236 Más tarde, el general Jesús Gutiérrez
Rebollo fue nombrado director del Instituto Nacional de Combate a las Drogas, de la PGR. El
punto culminante de este proceso de amalgama policiaco-militar fue la creación de la Policía
Federal Preventiva (PFP) en 1999. En su origen, la PFP estuvo integrada, en gran parte, por mili-
tares convertidos en elementos de fuerza policiaca.237
Aun cuando Zedillo dejó al ejército la responsabilidad del combate a las drogas,
William Perry, secretario de la Defensa de Estados Unidos, estaba alarmado por la falta de nexos
entre los cuerpos militares de ambos países. En octubre de 1995, Perry visitó México para hacer
los contactos necesarios. En adelante, se dio marcha atrás a la política salinista de independen-

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

cia en la disposición de recursos para el combate al narcotráfico —desde 1993, México se había
negado a recibir “ayuda” estadunidense para sus operativos antinarcóticos. A partir de la visita
de Perry, ambos gobiernos no sólo acordaron establecer un grupo de trabajo bilateral sobre
asuntos militares, sino que se aceptó la asistencia estadunidense contra el narcotráfico.
En 1996, el Pentágono estableció un programa para entrenar y equipar a los Grupos
Aeromóviles de Fuerzas Especiales (GAFE). Y, en 1998, se empezó a entrenar a los Grupos Anfibios
de Fuerzas Especiales, que incluyeron a miembros de la armada.238 El gobierno estadunidense
también participó en el mejoramiento de recursos, mediante venta de equipo y la donación de
73 helicópteros UH-1H. Sin embargo, “la efectividad y utilidad de algunos equipos proporcio-
nados o vendidos a México era limitada”, según la General Accounting Office. En efecto, los
estadunidenses enviaron equipo que databa de la guerra de Vietnam, y no volaban lo suficien-
temente alto como para localizar los cultivos en la Sierra Madre Occidental. En 1999, México
regresó todos los helicópteros, a excepción de uno que se estrelló.239 Además de los helicópte-
ros, Estados Unidos proporcionó cuatro aviones C-26.240
De 1981 a 1995, el total de efectivos que asistieron a una academia militar estaduni-
dense fue de 1,488, pero en sólo dos años este número se duplicó, ya que en 1997 y 1998 más
de mil miembros de los GAFE se entrenaron en Estados Unidos, superando el número de entre-
namientos militares internacionales de los quince años anteriores. Por su parte, la Interameri-
can Air Force Academy entrenó a 141 elementos en 1996, 260 en 1997 y 336 en 1998.
Durante el sexenio de Zedillo se creó el Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN)
del ejército, el cual tenía oficinas encubiertas por todo el país, que reportaban a una central
que participaba lo mismo en espionaje que en aprehensiones. La prensa anunció la existencia
del CIAN hasta 2002, cuando la PGR, el ejército y la Secretaría de Seguridad Pública Federal
anunciaron el descubrimiento de una red que filtraba información a las organizaciones crimi-
nales desde las propias oficinas gubernamentales. Por lo menos tres agentes del CIAN resulta-
ron involucrados.241
El proceso de militarización fue acompañado de la reorganización jurídica y burocrá-
tica de los organismos judiciales encargados del combate al narcotráfico. Así, al llegar Antonio
Lozano Gracia a la PGR, se consideró que los problemas principales eran la falta de coordina-
ción, control y equilibrio entre las distintas áreas. Para superar estas deficiencias se emprendió
una reforma integral, lo que implicó la supervisión y evaluación de los ministerios públicos y la
Policía Judicial Federal. Estas regulaciones se publicaron en el Diario Oficial de la Federación el 10
de mayo de 1996. A su vez, con el propósito de modernizar los estatutos legales para la perse-
cución de delitos federales, se creó la Ley Federal contra la Delincuencia Organizada, publica-
da en el Diario Oficial de la Federación el 7 de noviembre de 1996.242
De modo paradójico, uno de los obstáculos para la modernización del aparato judicial
fue la asignación de atribuciones de justicia civil al ejército. En este sentido el procurador Jor-
ge Madrazo dijo alguna vez, ante la CNDH, que “el ejército no puede llevar a cabo las funciones
de la policía”.243 Y la experiencia demuestra que la inclusión del ejército en actividades de
impartición de justicia civil provoca innumerables violaciones a los derechos humanos.
Desde el sexenio de Zedillo se intensificó la militarización del combate a las drogas.
Aunque es explicable la incorporación del ejército a estas actividades en un país que goza de la
mejor reputación, también lo es que, en México, ha servido como un simple paliativo que tie-

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

ne el efecto perverso de dilatar la reforma del sistema de justicia. Y, aunque también sea com-
prensible que desde el sexenio de Zedillo en adelante se haya intensificado la militarización del
combate a las drogas en consonancia con el enfoque estadunidense, es necesario tomar en
cuenta que, en el largo plazo, entre los tantos afectados por esta idea están los propios milita-
res, que se ven obligados a introducirse en un medio y tomar acciones cuyos costos deben asu-
mir sin que se resuelvan los problemas de fondo.244 Lo anterior viene a cuento porque durante
el sexenio de Zedillo los escándalos de corrupción más sonados tuvieron como protagonistas a
militares que se vendieron a las organizaciones criminales, mientras cumplían con labores de
combate al narcotráfico.
En 1997, el general Gutiérrez Rebollo fue acusado de colaborar con el traficante Ama-
do Carrillo, (a) el Señor de los Cielos, y removido de su cargo. El episodio puso en jaque al sis-
tema de justicia y a la clase política. Entre 1980 y 1990, los mexicanos observaron que el narco-
tráfico corrompía prácticamente a todas las instituciones del país; parecía que sólo el ejército
se salvaba, pero no fue así. El 12 de noviembre, Enrique Cervantes Aguirre, secretario de la
Defensa Nacional, afirmó que “el riesgo de contaminación al interior del ejército siempre ha
existido. Lo novedoso pudiera ser la voluntad para combatir a los que en ello se involucran sin
importar prestigios, jerarquías o posiciones que ocupen”. Luego del proceso de Gutiérrez
Rebollo, el ejército purgó sus filas, entregando a 34 elementos que colaboraban con cárteles de
drogas. A su vez, la armada también acusó a 14 marinos.
El caso Gutiérrez Rebollo tuvo elementos de novela policiaca: un personaje fuerte,
militar de carrera, que ejemplificaba las posibilidades de arribo social, que representa el ejérci-
to para algunos mexicanos; una vida personal que involucraba, por lo menos, dos “casas chicas”;
vínculos con el narcotráfico; investigaciones que pasaron de la Presidencia de la República a los
medios de comunicación; su captura, la cual permaneció en secreto varios días, antes de que se
diera a conocer; esfuerzos diplomáticos para evitar que el caso provocara la descertificación de
México; el asesinato o desaparición de tres involucrados, y la participación de una reina de be-
lleza como intermediaria entre el ejército y los narcotraficantes.245
El escándalo llegó a afectar la imagen del entonces zar antidroga Barry McCaffrey,
dado que en diciembre de 1996, cuando visitó México, declaró que Gutiérrez Rebollo era “una
persona de absoluta, incuestionable integridad”. Para McCaffrey, México era fundamental en
su estrategia, porque, en su opinión, era la principal entrada de drogas a Estados Unidos. Según
Michael Massing, “esta humillación pública pudo influir en que se convirtiera en un hombre
menos determinado, aunque retomó el ímpetu, regresando a México en mayo de 1997 y luego
visitando la frontera suroeste en octubre”.246
Prescindiendo de lo anterior, sería un error asumir que la lógica estadunidense de la
militarización no tenía una estrategia detrás. Estados Unidos planteó la estrategia de enfocar
sus esfuerzos con una visión “integral” de la producción y tráfico de drogas. En este sentido,
Colombia fue el punto de producción en que enfocaría sus esfuerzos para tratar de evitar la pro-
liferación de plantíos y espacios de procesamiento de drogas. A su vez, México era un eje toral
de la estrategia estadunidense para desarticular a los grupos que se dedicaban al trasiego. Esto
se entiende bien si se toma en cuenta la cantidad de estupefacientes que entran a Estados Uni-
dos por la frontera con México, y el proceso de sofisticación y expansión que han tenido las
organizaciones mexicanas de tráfico de drogas.247

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

Otro error que se debe evitar en la evaluación es caer en la descalificación de la estra-


tegia zedillista de seguir a Estados Unidos por su carácter “entreguista” y de abandono de la retó-
rica tradicional de la política exterior de México. Para bien o para mal, la retórica siguió. En esos
años, México pugnó por llevar el tema al ámbito multilateral, con el fin de contrarrestar un poco
la influencia de Estados Unidos. En este marco se circunscriben algunas críticas a los mecanis-
mos de certificación. Al respecto, el artículo 16 de la Carta de la Organización de Estados Ame-
ricanos prohíbe el uso de cualquier clase de coerción económica o política para interferir en las
decisiones soberanas de otros Estados, o para obtener cualquier tipo de beneficio.248 De ahí que
México impulsara en éste y otros foros multilaterales la inclusión del tema del narcotráfico, con
el fin de vencer la preferencia de la potencia del norte por las medidas unilaterales.
En el seno de la Organización de Estados Americanos, México apoyó las negociaciones
para el establecimiento del Mecanismo de Evaluación Mutua de la Convención Interamericana
contra el Abuso de Drogas,249 y, por iniciativa del poder ejecutivo mexicano, se realizó la Cum-
bre Mundial contra las Drogas, durante un periodo extraordinario de sesiones de la Asamblea
General de Naciones Unidas, del 8 al 10 de junio de 2000.250 Estados Unidos se vio obligado a
participar en estos foros, porque de no hacerlo contradiría su discurso antidrogas y sus supues-
tos afanes de cooperación internacional. En julio de 2000, México fue borrado de la lista de paí-
ses a certificar, ante la imposibilidad de sancionar a un país con el que lo unen tantos intereses.
Las muestras retóricas de distancia de México frente a Estados Unidos no se circuns-
cribieron a la estrategia multilateral. Además, hubo casos, como la Operación Casablanca, en
que el gobierno de Zedillo mantuvo el tradicional discurso de protesta por las violaciones de
Estados Unidos a la soberanía mexicana. Estas protestas incomodaron a más de un funcionario
estadunidense. Así lo aceptó el embajador Jeffrey Davidow:
La situación era terrible como intensa resultaba la reacción [...] A la secretaria de Esta-
do, Albright, también la agarraron desprevenida, como me lo hizo saber con toda cla-
ridad su desafortunado secretario adjunto para América Latina [...] Ella tenía que con-
testar las llamadas telefónicas de la secretaria de Relaciones Exteriores, Rosario Green,
quien había recibido órdenes de un completamente disgustado presidente Zedillo de
no escatimar saliva para protestar por el asunto Casablanca.251
Pero ¿por qué se enojó tanto el presidente Zedillo? El 18 de mayo de 1998, los corres-
ponsales en Washington de algunos medios nacionales enviaron sus notas sobre los resultados
de la Operación Casablanca contra el lavado de dinero. Robert Rubin, secretario del Tesoro, y
Janet Reno, procuradora general, dijeron en conferencia de prensa que habían arrestado a 12
banqueros mexicanos, confiscado 35 millones de dólares, expedido órdenes para congelar otros
122 millones en cuentas de Estados Unidos y Europa, decomisado dos toneladas de cocaína y
cuatro de mariguana, además de acusaciones formales contra Bancomer, Banca Serfin y Banca
Confía. Según los medios, fuentes de la Reserva Federal señalaron que las acusaciones podrían
tener como consecuencia el cierre de las operaciones y sucursales, en Estados Unidos, del ban-
co Santander, Serfin, Bancomer, Bital y Banamex.252 Al final, se arrestaron a 55 personas, mien-
tras otras 42 involucradas permanecieron fugitivas, incluyendo a siete directores de bancos.253
El departamento de aduana estadunidense inició la investigación en 1995, cuando
supo que el cártel de Cali usaba bancos mexicanos y venezolanos para lavar dinero. Las pes-

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

quisas fueron clasificadas para proteger a los agentes encubiertos; ni siquiera Barry McCaffrey
ni las autoridades mexicanas supieron del asunto hasta el día del anuncio de los resultados.254
Aunque no se señaló a ningún alto funcionario de los bancos, los riesgos de sanciones
civiles y penales, la pérdida de prestigio y valor de sus acciones estuvieron latentes. El impacto en
la relación bilateral fue mayúsculo y la exhibición pública de los banqueros, muy desafortunada
para sus intereses. Otra vez, las notas del exembajador Davidow resultan invaluables para entre-
ver las reacciones estadunidenses y los efectos de la exposición de los banqueros mexicanos:

Albright reclamó a Reno y Rubin telefónicamente y por escrito. Su argumentación, no


exenta de pasión, era que las tácticas de sus agentes y la alharaca pública de los miem-
bros del gabinete habían puesto en peligro la cooperación que necesitaríamos para
tener éxito en el futuro. Reno entendió el mensaje. Pero Rubin se mantuvo a la defen-
siva y señaló que las voces en el congreso, incluso la del líder de la mayoría republica-
na, Trent Lott, ya había rechazado las críticas del presidente Zedillo con respecto a la
operación. Desde luego, Rubin estaba defendiendo su propia burocracia. Pero su creen-
cia palpable en la corrupción esencial del aparato de orden y justicia mexicano justifi-
caba, según él, la operación unilateral. “Todos son unos corruptos”, me dijo cuando
nos reunimos unos días antes de abandonar Washington. Varios años después, una vez
fuera del gobierno, Rubin guiaría al gigante Citibank para pagar 12 mil 500 millones
de dólares a cambio de uno de los bancos mexicanos que habían sido atrapados en la
operación; sin embargo, dudo de que sus impresiones acerca de la pulcritud para apli-
car la ley en México hayan cambiado radicalmente.255

Para este observador externo y fundamental para la posición de México en el mundo,


era obvia la debilidad de las instituciones mexicanas y su incapacidad para poner freno al “caos”
y la corrupción en todos los rincones del país. Cuenta en un libro que, al recorrer México, pre-
guntaba en diferentes estados si confiaban en sus policías; recibía como respuesta otra pregunta:
“¿estás loco?” También estuvo al tanto de la profunda penetración del doble discurso, los encu-
brimientos y la hipocresía generalizada, no sólo del ejército, los banqueros y la policía, sino de la
clase política frente a las drogas. Según él, muchos casos confirmaban su percepción: la posible
responsabilidad de Bartlett en el secuestro de Camarena, que se comentó una vez más durante su
participación en la contienda interna del PRI para elegir candidato a la presidencia en 2000; el
encubrimiento del gobernador priísta de Yucatán, Mario Villanueva, quien “prácticamente ren-
taba el estado a los narcotraficantes”, hasta pocos meses antes de que huyera —abril de 1999—,
para luego ser capturado bajo cargos de lavado de dinero; las constantes acusaciones por narco-
tráfico lo mismo a candidatos a gobernador que al presidente, etc. Todo esto por no mencionar
el asesinato impune de agentes del FBI y la DEA, mientras cumplían funciones en México. Y aun-
que lo afirmado por Davidow deba tomarse con una pizca de sal, tiene algo de razón al decir:

El efecto más negativo de la ley de certificación fue que dirigió la atención de los mexi-
canos hacia el asunto equivocado: el derecho de Estados Unidos a juzgar a sus vecinos
en materia de desempeño antidrogas. Esto le dio un pretexto a México para ignorar la
realidad de su situación a este respecto. Y se trata de una realidad que era, y sigue sien-
do, repugnante y amenazadora.256

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

La era de los “cárteles”

Las operaciones de erradicación e intercepción, aunadas al cierre de las rutas del Cari-
be, derivaron en un proceso de sofisticación tanto de las organizaciones criminales y sus víncu-
los transnacionales como de los productores, que después de esto optaron por sembrar en par-
celas más pequeñas y de difícil acceso.257 En este sentido, precisamente la aprehensión de
Miguel Ángel Félix Gallardo tuvo el efecto de atomizar a las organizaciones criminales. Y nadie
retrató el hecho como el periodista Jesús Blancornelas:
Rafael Aguilar Guajardo fue el encargado del hospedaje [...] logró rentar la casa que
en algunas ocasiones ocupó el Shá de Irán; quién sabe cómo le hizo; y no por un día o
una noche, toda la semana. Era 1989. Todos llegaron allí en obediencia al recado que
desde prisión mandó el gran jefe Miguel Ángel Félix Gallardo. Incapaz para seguir
maniobrando el narcotráfico mexicano, sabedor de que nunca más recobraría su liber-
tad, pensó y decidió: el pastel debe repartirse. Naturalmente, siguiendo la vieja conse-
ja: el que parte y comparte se queda con la mayor parte. Claro, no recibiría ni un cen-
tavo en la cárcel, pero a su familia no le faltaría dinero; además no viviría en la angustia
de saber que “al hombre de la casa” podrían matarlo algún día [...] Lo capturaron más
por necesidad política que por sorprenderlo con las manos en la masa; dio la lucha
legal; la ganó, pero no se la reconocieron. La autoridad le tuvo miedo a la venganza.
Pero los gobernantes de la época no entendieron: para Félix Gallardo, mexicanote,
más valía un mal arreglo que un buen pleito. Por eso, influyente y respetado en la pri-
sión, invitó a los novatos del narco, a los que consideró “soldados” y “capitanes” de “su
familia”, porque entonces cártel no era ni siquiera palabra conocida. Me imagino el
mensaje: “Júntense y arréglense, nada de pleitos, un territorio para cada quien, respé-
tenlo, ayúdense, que todos se pongan de acuerdo” [...] Nunca nadie podrá repetir lo
que hizo Félix Gallardo y [...] por vez primera en México, el narcotráfico se dividió en
“territorios”.258

Según Blancornelas, los personajes convocados por Félix Gallardo obtuvieron los
siguientes territorios:

Joaquín Loera Guzmán, el Chapo: Tecate.


Rafael Aguilar Guajardo: Ciudad Juárez, Chihuahua y Nuevo Laredo.
Luis Héctor Palma, el Güero: San Luis Río Colorado.
Emilio Quintero Payán: Nogales y Hermosillo.
Jesús Labra Avilés, don Chuy: Tijuana.
Ismael Zambada, el Mayo, y Baltazar Díaz Vega, el Balta: Sinaloa.
Rafael Chao: Mexicali.
Manuel Beltrán Félix, Rigoberto Campos y Javier Caro Payán: enlaces para moverse en
todos los territorios.

Poco duró el intento de reparto. Durante el sexenio de Salinas México fue testigo de las
rencillas entre estos personajes. Primero fue el enfrentamiento del Chapo Guzmán, el Güero Pal-
ma y los hermanos Arellano Félix contra Rigoberto Campos.259 El recuento del Reforma es claro:

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

Vinieron las disputas, a balazos, por la herencia. El 28 de septiembre de 1989, asesinan


en Xochimilco a Carlos Morales García, el Pelacuas, quien era abogado de Juan José
Esparragoza, el Azul, y de Miguel Ángel Félix Gallardo. En noviembre de 1990 matan
a Rodolfo Sánchez Duarte, hijo del exgobernador de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis
y ahijado de Félix Gallardo [...] En septiembre de 1992 aparecen mutilados nueve
cadáveres cerca de Iguala, Guerrero: eran familiares y un abogado de Félix Gallardo.
En medio de los ajustes de cuentas, Emilio Quintero Payán se hace del liderazgo del
cártel junto con Luis Fernández. Quintero muere el 29 de abril de 1993 durante un
enfrentamiento con la policía. Un año después, en junio de 1994, estalla un auto bom-
ba en el Hotel Camino Real de Guadalajara, durante la fiesta de 15 años de Karime Fer-
nández Castro, hija de Luis Fernández. Hay dos muertos.260

Pero la lista de ataques es más larga: en enero de 1990, los hermanos Arellano Félix orde-
naron que descuartizaran a la esposa del Güero Palma y le enviaron la cabeza en una caja. Tam-
bién asesinaron a los hijos del Güero, Nataly y Héctor, en Venezuela. El grupo de Sinaloa respon-
dió matando y asesinando a varios colaboradores de Félix Gallardo, entre ellos a su abogado.261
En el sexenio de Salinas, el llamado “cártel del Golfo” experimentó un aumento pau-
latino de poder bajo el mando de Juan García Ábrego. A partir de entonces su organización
representó una seria competencia para los narcotraficantes sinaloenses. El comandante de la
Policía Judicial Federal, Guillermo González Calderoni, fue fundamental en este reacomodo,
gracias a dos operativos que estuvieron a su cargo. El primero fue la aprehensión de Pablo Acos-
ta, en abril de 1987. El FBI y la PGR unieron fuerzas para atrapar a Acosta, quien, se asegura,
murió a consecuencia de los golpes. La segunda operación se hizo en 1990, para aprehender a
Juan N. Guerra, lo que provocó reacomodos de poder en Tamaulipas y una subsiguiente rea-
signación de mandos. Así lo relata Jorge Fernández Menéndez:

Desde su detención, Guerra ya no tuvo influencia en el tráfico de drogas en esa parte


de la frontera. Y con el cambio de gobierno [Zedillo en la presidencia] vendría la caí-
da de su sobrino, Juan García Ábrego, y una nueva redistribución de los grupos del nar-
cotráfico en el noreste mexicano. Se acentuó la lucha entre los herederos de García
Ábrego: en Laredo estaba la banda de los Texas; en Matamoros, Jesús, el Chava Gómez;
en esa misma zona, Osiel Cárdenas. Los primeros fueron detenidos, aunque conserva-
ron desde el penal de Nuevo Laredo y Puente Grande el control de ese puesto fronte-
rizo durante años; los otros trabajaron juntos, pero la presencia del cártel de Juárez se
fue extendiendo hasta conquistar buena parte de esas plazas. En 1998, Gómez y Cár-
denas fueron detenidos y encerrados en una casa del Pedregal, en el Distrito Federal.
Pagaron, se dice, 700 mil dólares a los policías que los custodiaban y se fugaron. Allí
mismo comenzó la guerra entre ambos y ganó Osiel Cárdenas: meses después, el cuer-
po acribillado de Gómez aparecía en las afueras de Matamoros. Hoy, el sobreviviente
de esa lucha, asociado con el cártel de Juárez y particularmente con Juan José Espa-
rragoza, el Azul, parece ser el hombre que controla el tráfico de drogas en esa región
del país.262

El texto es de 2001, un par de años antes de que Osiel Cárdenas fuera aprehendido,
cuando existía una encarnizada lucha entre su organización y los sinaloenses. Un agente encu-

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

bierto del FBI dijo que, desde 1986, Calderoni estaba asociado con García Ábrego. Poco duró a
Calderoni el negocio. En 1993 se le acusó de enriquecimiento inexplicable. Huyó a Estados
Unidos para entrar al programa de testigos protegidos, donde declaró haber hecho espionaje
para Raúl Salinas de Gortari. Según la prensa, ante la posibilidad de ser extraditado a México,
Calderoni amenazó con “acordarse” de muchas otras cosas si el gobierno mexicano insistía.263
Luego de la primera mitad del sexenio de Salinas, cuando ya se había desatado la lucha
por el control de territorios, había seis organizaciones importantes que la prensa y el gobierno
empezaron a llamar “cárteles”: el cártel del Golfo, de García Ábrego; el cártel de Sinaloa, de Joa-
quín Guzmán Loera, (a) el Chapo, y Héctor Palma Salazar, (a) el Güero; el cártel de Amado
Carrillo, (a) el Señor de los Cielos; el cártel de Tijuana, de los hermanos Arellano Félix; el cártel
de Juárez, de Rafael Aguilar Guajardo; y el cártel de Guadalajara, de Emilio Quintero Payán.264
Durante 1993, los asesinatos relacionados con el narcotrafico incluyeron al cardenal
Juan Jesús Posadas, Rafael Aguilar Guajardo y Emilio Quintero Payán. También, a finales de ese
año, Amado Carrillo sufrió un intento de asesinato, organizado por el excomandante de la Poli-
cía Judicial Federal, José Luis Larrazolo Rubio, quien, según algunos analistas, “actuó por órde-
nes de García Ábrego o por órdenes de los Arellano Félix”. Para 1994, las organizaciones de
García Ábrego y Amado Carrillo se disputaban la mayor parte del mercado.
Durante el sexenio de Zedillo, la captura del Güero Palma y García Ábrego modificó
el escenario al dejar la disputa entre los hermanos Arellano Félix y Amado Carrillo. Los episo-
dios de esta lucha estuvieron repletos de lo que pueden considerarse mensajes políticos inter-
sexenales. Las autoridades capturaron a García Ábrego a principios de 1996, y de inmediato
Zedillo tomó la decisión de extraditarlo a Estados Unidos. Este hecho no sólo fue un mensaje
de buena voluntad que satisfizo a los estadunidenses, el extraditado también representaba un
acuerdo con un grupo político del que Zedillo quería desmarcarse.265
Después de la captura de García Ábrego, la prioridad de los estadunidenses fue Ama-
do Carrillo, pues era considerado uno de los traficantes más poderosos del mundo. Se le con-
sideraba un excelente negociador, en todo caso sabía que las autoridades mexicanas eran más
receptivas a los cañonazos de billetes que de plomo, aunque no dejó de usar la violencia cuan-
do lo creyó necesario. Carrillo era un viajero inteligente, cosmopolita, hábil para evadir a las
autoridades en sus viajes a Estados Unidos, el Caribe o el Medio Oriente.
Pocos meses después de que Gutiérrez Rebollo fuera acusado de encubrirlo, Amado
Carrillo apareció muerto en una clínica estética de la ciudad de México. Y como suele ocurrir
en estos casos, la duda sobre las circunstancias de su muerte inundó los medios y el imaginario
popular. Se dudó que fuera él, se puso en tela de juicio que hubiera decidido hacerse una ciru-
gía plástica en México y no en algún otro lugar del mundo. Pero lo cierto es que las autorida-
des mexicanas identificaron el cadáver de Carrillo el 4 de julio de 1997.266
Durante los sexenios de Salinas y Zedillo, los Arellano Félix fueron el objetivo de varios
operativos militares poco exitosos, que bien pudieron ser enviados por los aliados de Amado
Carrillo. El exprocurador Jorge Carpizo afirma que de esta lucha resultaron “217 cateos; asegu-
ramiento de 250 propiedades, de dinero en efectivo y joyas, de armamento, ocho vehículos, cuen-
tas bancarias, 352 animales exóticos; la identificación de 54 integrantes importantes de esa ban-
da; la detención de personajes de ese cártel, entre los cuales se puede mencionar a Alfredo Valdés
Maneiro, su técnico de comunicaciones, José Alberto Loza Félix y Gregorio Rodríguez Bení-

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

tez”.267 Es decir, no se detuvo a ningún líder importante. De hecho, el único Arellano Félix que
fue detenido durante toda la década fue Francisco Rafael Arellano Félix, en diciembre de 1993.
Este tipo de hechos llevó al Instituto Mexicano de Estudios de la Criminalidad Orga-
nizada (IMECO) a concluir que

en la centralización del narcotráfico, la persecución legal cumple un papel decisivo


[...] Con frecuencia se utilizan las presiones de Estados Unidos y la opinión pública
nacional y la actuación decidida de servidores públicos de buena fe para golpear a un
grupo, con el fin de limpiarle el camino al cártel predilecto. Así ocurre, por ejemplo,
en los casos de la persecución de ciertos capos que fue menos simulada que la de otros,
como es el caso de Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Aguilar Guajardo, Joaquín Guz-
mán, Héctor Palma, y por momentos, los mismos Arellano Félix. Los casos de Félix
Gallardo [junto] con García Ábrego son ejemplos de cambios drásticos en la suerte de
los capos y sus organizaciones, de la protección casi absoluta a la persecución. Esto obe-
dece a relevos en los mandos políticos del régimen, a la pretensión de servidores públi-
cos corruptos de ejercer un poder criminal “propio” y a la necesidad de simular que se
actúa contra el narcotráfico, mediante el sacrificio de alguna cabeza visible, y así salvar
la integridad del negocio.268

Entender este proceso, que explica el acercamiento paulatino a las autoridades colom-
bianas en los últimos años, es todo un reto, como lo es descubrir cómo influyen los cambios de
gobierno y la alternancia, no sólo federal, sino en los ámbitos locales, en la organización del
narcotráfico.

Alcances del narcotráfico

Si consideráramos cierta la afirmación de Helvetius de que “[las] pasiones son en el


campo moral lo que el movimiento es en el campo físico”,269 podríamos aventurar la idea de que
el tema de las drogas se resume a la pugna entre pasión y coacción. Con el tiempo, el asunto ha
constituido un complejo entramado de vínculos entre placer, moral y poder. Normalmente el
narcotráfico se asocia con grandes cantidades de dinero, y de cómo su manejo afecta “el curso
normal de la economía”. Es decir, cómo ese dinero cambia vidas e involucra a los aparatos
financieros.
Por otra parte, durante los años 1990, el caso de los ataques tanto de los hermanos Are-
llano Félix como de políticos priístas contra Jesús Blancornelas y los demás trabajadores del
semanario Zeta, de Tijuana, ilustró la vulnerabilidad de los periodistas. Blancornelas es una ima-
gen en la que se reflejan muchos periodistas y editores mexicanos y latinoamericanos, quienes
no sólo tienen que enfrentar el riesgo de informar sobre el mundo de las drogas, sino que
sufren presiones, amenazas y atentados de políticos criminales. Sin embargo, tampoco se debe
caer en romanticismos. Los medios también han llegado a involucrarse en estas actividades. El
asunto no es de extrañar si tomamos en cuenta que los medios han servido con bastante fre-
cuencia a los detentadores del poder.

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Lavado de dinero y deterioro productivo

Las consecuencias económicas de actividades ilegales, como el narcotráfico, siempre


se han analizado desde categorías que separan el dinero “sucio” del “limpio”, aunque la fron-
tera no sea tan maniquea. Durante los años 1970 y principios de los 1980, los narcotraficantes
hacían depósitos en bancos estadunidenses. Transferían su dinero a Colombia o a otros paraí-
sos fiscales. Quizá por eso, en 1986, el gobierno de Estados Unidos aprobó leyes que obligaban
a los bancos a presentar reportes de todos los depósitos con un monto mayor a 10,000 dólares.
En el ámbito multilateral, la Convención de Naciones Unidas contra el Trafico Ilícito de Dro-
gas Narcóticas y Sustancias Psicotrópicas de 1988 proponía hacer del lavado de dinero un deli-
to grave, y recomendaba a los gobiernos no usar el secreto bancario como un impedimento
para cooperar en esta área. Por su parte, en diciembre de 1988, el Comité de Regulación Ban-
caria y Supervisión de Prácticas, formado por representantes de bancos centrales de países desa-
rrollados, adoptó una resolución para prevenir estas prácticas. Acuerdo similar al que propu-
siera el G7 y el presidente de la Comisión de la Comunidad Europea en 1989, para fortalecer
los sistemas legales, financieros y la cooperación internacional, mediante 40 recomendaciones
contra el lavado de dinero proveniente de actividades ilícitas.270
El papel económico del narcotráfico también ha tenido consecuencias en las relacio-
nes México-Estados Unidos. En 1996, un reporte del Departamento de Estado insistía en que el
sistema financiero de México carecía de controles adecuados contra el lavado de dinero, lo que
lo convertía en uno de los principales centros de esa actividad. Ese año se reunieron grupos de
trabajo de la PGR y el procurador general estadunidense para formular acuerdos de coopera-
ción, con el propósito de mejorar la aplicación de la ley. En 1994, la PGR estimó que las ganan-
cias de los narcotraficantes habían sido de 30 a 40,000 millones de dólares; cuatro veces los
ingresos petroleros, casi cinco veces las reservas internacionales mexicanas y aproximadamen-
te 7.1% del PIB de ese año.
El 9 de enero de 2001, el gobernador de Sinaloa, Juan S. Millán, afirmó:

Es una pena que todos los sinaloenses reconozcamos que nuestro estado es el más seña-
lado como el origen del narcotráfico [...] y que lleguen a niveles de sofisticación impre-
sionantes. Mueven recursos económicos muy por encima de la capacidad económica
de cualquier estado del país. Cuentan con un equipo que les permite conocer los movi-
mientos de las corporaciones policiacas.

Lo que llevó al gobernador a decir esto fueron las críticas que su gobierno estaba
recibiendo por el número creciente de homicidios relacionados con el narcotráfico. Además,
buscaba nexos con el gobierno federal para conseguir mayores recursos y, de paso, dejar cla-
ro que se trataba de delitos de competencia federal. La ola de violencia y las declaraciones del
gobernador tuvieron repercusiones en el sector empresarial, el cual se mostró preocupado
porque la estridencia política pudiera provocar una baja en el flujo de inversiones. Luis Igna-
cio Muñoz Orozco, presidente de la Canaco de Culiacán, declaró que “Sinaloa es algo más
que sólo narcotráfico”. Por encima de todo debía asegurar que Sinaloa era un buen lugar
para invertir.271

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

En esa misma ocasión, Muñoz declaró que “un porcentaje de la economía global del
estado está reflejado en ingresos del narcotráfico, tratar de negarlo sería inútil. Hay ciertas áreas
donde se incide más, como los bienes raíces, pero en comercio no tiene un impacto que pon-
ga en peligro la permanencia de negocios”.272 Después, Ernesto Hais Olea, presidente de la
Federación de Cámaras de Comercio de Sinaloa, reconoció que existían serias sospechas sobre
socios y no socios del organismo que incurrían en lavado de dinero proveniente del narcotrá-
fico: “definitivamente estamos de acuerdo en que las ejecuciones por lavado de dinero en Sina-
loa son una realidad, lo que constituye un factor de violencia cuando se rompen relaciones
entre narcotraficantes y empresarios”. Entre otras cosas, Hais Olea responsabilizaba a la Secre-
taría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) por la falta de revisiones y auditorías a esas empre-
sas, y a la PGR por la tibieza de sus acciones contra los vínculos entre las actividades formales e
informales. Es decir, se deslindaba de cualquier responsabilidad —y de paso deslindaba al
gobierno estatal—, a pesar de que reconocía tener conocimiento de actividades ilegales.273
El gobierno federal, por su parte, sabía que la avalancha de declaraciones tenía un
objetivo político y respondió tratando de deslindarse. En julio de 2001, a unos meses de las
declaraciones de Millán, el delegado estatal de la PGR, Miguel Alejandro Sánchez Castillo, infor-
mó que 62% de la economía regional se encontraba permeada por dinero procedente del nar-
cotráfico. Ante el reconocimiento de lo evidente, Millán no pudo más que preguntar: “¿Qué
sinaloense medianamente, superficialmente enterado pudiera decir que en Sinaloa no hay
dinero del narcotráfico?”. Según Millán, éste era el origen de gran parte de la violencia y los ase-
sinatos en el estado, pero, una vez más, planteó que la SHCP era la que debía investigar el ori-
gen de los recursos de las empresas que exhibían una riqueza inexplicable.274 El gobierno fede-
ral no tardó en iniciar investigaciones:

En Sinaloa se tienen indicios de que existe lavado de dinero en varios sectores de la


economía, por lo que una unidad especializada investiga a varias empresas para cono-
cer el origen de sus recursos económicos, dijo el delegado de la Procuraduría General
de la República, Alejandro Sánchez Castillo; a su vez, el gobernador del estado, Juan S.
Millán Lizárraga, dijo que los empresarios honestos no deben sentirse ofendidos por
estos señalamientos, sino preocupados por la infiltración del dinero sucio.275

El resultado de las investigaciones, si lo hubo, no se discutió públicamente. Al parecer,


se trató más bien de mensajes políticos cruzados. Pero no es difícil conjeturar que la conse-
cuencia lógica de la falta de inversiones, ante los peligros derivados de las luchas entre narco-
traficantes, provocará el deterioro productivo de cualquier economía local. Este aspecto mere-
ce consideraciones más serias que asegurar, de manera simplista, que el narcotráfico “da
divisas”, según la expresión atribuida al expresidente Miguel Alemán.

Los periodistas

La relación del narcotráfico con quienes ejercen el oficio periodístico o de investiga-


ción es complicada, por lo menos desde los años setenta. Esto no es de extrañar, dado que los
creadores presentan una mayor vulnerabilidad que los editores y dueños de medios de comu-

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

nicación. Los peligros no se limitan a las amenazas de funcionarios corruptos, también inclu-
yen las posibles reacciones de los traficantes, pues cuando se habla mucho de ellos aumenta el
peligro de un operativo gubernamental.
Por poner el ejemplo más viejo que he visto documentado, el periodista sinaloense del
Noroeste, Roberto Martínez Montenegro, fue asesinado en Culiacán, en 1978. En abril de 1977
Martínez escribió una serie de siete artículos sobre el tráfico de drogas en Sinaloa. En los cír-
culos periodísticos se dijo que su trabajo llamó la atención del gobierno federal, y que no era
exagerado que hubiera contribuido a la aprehensión de Alejandro Valenzuela Chávez, exjefe
de la Policía Judicial del estado, capturado con 750 kilos de mariguana, en el municipio de Aho-
me. El crimen nunca se aclaró. Sin embargo, queda claro que

los artículos no descubrían nada que personas más o menos enteradas no supieran o
hubieran escuchado en el trabajo, la escuela, el café o en pláticas familiares. Ni nada
por lo que un traficante lector de periódicos pudiera haberse preocupado o sentido en
peligro. La novedad fue que esa recopilación de observaciones, datos oficiales y recuer-
dos de algunos se publicó en el momento coyuntural de la Operación Cóndor, lo cual
le dio una proyección nacional e internacional.276

Sin embargo, los periodistas y los medios están lejos de ser sólo víctimas. Hay casos
documentados de informadores que, en los ochenta, tuvieron relación con el tráfico de drogas.
Y episodios en que connotados traficantes de drogas han incursionado en el negocio de los
periódicos. Sobre este asunto, a finales de los ochenta, en Nuevo Laredo, se comentó que José
Carlos Aguilar Garza, traficante con títulos universitarios, seguía la línea trazada por el costa-
rricense Jorge Brenes, quien, luego de trabajar como funcionario en una clínica del ISSSTE y de
incursionar en el tráfico de drogas, compró un periódico. Este hecho inició la tradición de lo
que se denominó “narcoperiodismo”, en el norte del país. Brenes fue propietario de los perió-
dicos El Río y Valle de Bravo, en Reynosa. Por su parte, en 1987, Aguilar Garza estuvo a cargo del
diario La Tarde, y la edición vespertina de El Mañana, uno de los principales periódicos de Nue-
vo Laredo. Además, se dijo que Leopoldo Mascorro, director de Y... Punto, era muy cercano al
traficante Juan N. Guerra. Ese mismo año, corrió el rumor de que el entonces poco conocido
Juan García Ábrego había comprado la edición vespertina de El Gráfico.
Por su parte, los periodistas aprendieron a ejercer el oficio en ese ambiente, y más de
uno perdió el rumbo. En 1986, en Matamoros, fue muy comentado el acribillamiento de los
periodistas Ernesto Flores Torrijos y Norma Moreno frente al diario El Popular. Ambos habían
denunciado las actividades de Juan N. Guerra, pero, a diferencia de lo que se pudiera esperar,
los comentarios de sus colegas no fueron de protesta:

Ninguno de los reporteros locales duda que haya existido en principio una participa-
ción en el negocio del tráfico por parte de ambos y que luego hayan pretendido ejercer
algún tipo de presión. Es tal hecho lo que parece haber tendido una bruma en torno a
la investigación sobre los asesinatos de Brenes, Flores y Moreno, que en otras circuns-
tancias podrían haber conducido directamente a los autores materiales e intelectuales.
Estos casos, sin embargo, según fuentes extraoficiales, fueron presumiblemente archi-
vados bajo el rubro de lo que, en el argot policiaco, se conoce como ajuste de cuentas.277

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UNA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MÉXICO: LAS POLÍTICAS

Además de la colusión entre traficantes y algunos periodistas, también se debe tomar


en cuenta la influencia de los medios en la creación de estereotipos y prejuicios socialmente
compartidos sobre esta actividad. Es decir, el papel de los periodistas como voceros de la visión
“oficial” sobre las drogas. Luis Astorga es tajante:

La percepción y caracterización del tráfico de drogas, los traficantes, y los usuarios de


las drogas ilícitas en los medios de comunicación ha estado y está generalmente
permeada por una visión moral, policiaca y uniforme que deja poco espacio a la plu-
ralidad de enfoques, no mantiene una distancia crítica, o por lo menos prudente, res-
pecto a los discursos oficiales, como si éstos fueran la verdad revelada, y omite o igno-
ra los estudios especializados de académicos nacionales y extranjeros y de organismos
internacionales sobre un fenómeno del cual se habla de manera cotidiana.278

Sin embargo, algunos medios han abierto algunos espacios, como www.drogasmexico.
org o www.narconews.com, y revistas independientes, como Gaceta Cannábica, aunque de difu-
sión limitada y con pocos recursos.
No obstante, el escenario siempre es ominoso. En Mapa de riesgos para periodistas, pu-
blicado por la Sociedad Interamericana de Prensa, al final del sexenio de Vicente Fox, la
periodista que se encargó de la sección mexicana, María Idalia Gómez, inicia con un texto
muy elocuente:

En el México de hoy existe una grave amenaza al ejercicio libre del periodismo. El cri-
men organizado, en diferentes zonas del país, se ha erigido como el censor y guardián
de este oficio, siempre cuidando sus intereses. En algunos lugares la evidencia es pal-
pable, en otros es más difícil identificarlo porque su presencia es disfrazada. La gran
mayoría de los reporteros ha optado por censurarse, no investigan y ni siquiera repor-
tean sobre las mafias y sus tentáculos. En aquellas ciudades o regiones en donde los
periodistas están enfrentando el desafío, los resultados que han obtenido son amena-
zas, presiones y hostigamiento, en el peor de los casos han muerto.279

Ante las posibilidades de muerte violenta, pareciera que no hay más ruta que la auto-
censura. Por ello viene a cuento un fragmento del discurso de Jesús Blancornelas al recibir el
Premio Mundial de Periodismo:

Después de la balacera muchos me aconsejaron retirarme y, encamado aún, casi lo


decidí. Pero fui reflexionando y pensé en un par de cosas: si me retiro quedaré como
un cobarde. Además, la mafia me tomará de ejemplo con otros periodistas diciéndo-
les: ya ves cómo le fue a éste, a ti te puede pasar igual. Por eso decidí seguir, aunque ya
no tengo necesidad de hacerlo. Al tomar la decisión, lo más importante fue el apoyo
de mi esposa, de mis hijos y de mis compañeros de trabajo. No puedo olvidar especial-
mente a muchos periodistas de casi todo mi país. Hicieron tanto ruido que espantaron
y frenaron temporal, aunque no definitivamente, a mis atacantes. Por eso cuando me
dijeron que el premio sería entregado en Colombia, mis amigos y algunos familiares
me pidieron no venir. Me dijeron que me iba a meter en la boca del lobo. Y aquí estoy.
Toco madera. Por lo menos hasta este momento, el lobo y el león tienen parecido. No

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DROGAS, NARCOTRÁFICO Y POLÍTICA EN MÉXICO: PROTOCOLO DE HIPOCRESÍA

son como los pintan. Es como cuando dicen que México se va a colombianizar. O les
digo que si aquí pasaron o pasan amargos momentos en su tiempo y ahora los tenemos
nosotros, esto no tiene etiqueta. Son cosas de la vida. Yo les digo que en vez de pensar
en eso de colombianizar, pensemos en americanizar periodísticamente para espantar
el mal del narcotráfico y los malos gobiernos que los solapan.280

Blancornelas murió en 2006, sin haber faltado a lo que sentía su deber: “seguir inves-
tigando y escribiendo sobre el narcotráfico”.281

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