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EN UN FUTURO PRÓXIMO

En un episodio de la, para mí imponente, serie británica Black Mirror titulado


‘15 Million Merits’ se dibuja un futuro no muy lejano en el que estamos
gobernados por empresas corporativas, por entidades privadas, por
organizaciones lucrativas que manejan los hilos de la economía mundial y
dictan sus leyes de mercado como si la vida, el universo y nuestras existencias
fuesen productos en una enorme cadena de montaje industrializada,
despiadada. Es un distópico escenario en el que los ciudadanos ansían un solo
objetivo en sus precarias vidas: participar en un reality show y llegar a ser
famosos. Quizá una hipérbole de este presente nuestro en el que todos los
niños quieren ser futbolistas en lugar de científicos o doctores; y las niñas
aspiran a belenestebanizarse o ser hiperdelgadas modelos deambulando
ebrias de fama sobre pasarelas en busca de su parcela de glamour y celuloide.

En este episodio los ciudadanos viven recluidos en celdas (metáfora de la


precariedad de nuestras viviendas diminutas) y deben pedalear
incansablemente en bicicletas estáticas (símil de nuestros mecánicos trabajos)
para almacenar ‘méritos’, es decir, puntos que podrán canjear por su pase al
gran concurso. Están obligados a ver publicidad y solo la pueden evadir si
pagan por ello. No sé, eso de ver publicidad de forma obligatoria no me suena
ya tan a ciencia ficción. (Precisamente el otro día en el cine tras haber pagado
quince euros por dos butacas me tuve que TRAGAR un anuncio de telefonía
móvil.)

Ser famosos es lo único que da valor a las vidas de los personajes de este
episodio distópico. Ser reconocidos por una masa anónima y virtual. Y todo ello
controlado por empresas privadas que han tomado las riendas de la sociedad y
la manejan a su antojo. De este modo solo hay un horizonte vital que está
mediatizado. Entidades anónimas tratan de mantener a la población sumida en
un sueño de falsas esperanzas y gloria vana y hacerle creer que tiene
necesidades superficiales que ellos pueden satisfacer, ¿no es eso lo que
siempre ha hecho el márquetin? ¿No es esa la gran mentira que mueve el
mundo, la economía, el capitalismo desaforado?

En ese extraño futuro es como si todos los ciudadanos fuésemos potenciales


clientes y los Código Penal y Civil solamente una normativa comercial basada
en qué tienen que vendernos y qué seremos capaces de comprar.
Básicamente, esta peregrina idea es casi una realidad. Es decir, todavía hay
una serie aparente de gobiernos y leyes ‘independientes’ que mantienen el
orden y regulan el funcionamiento de las sociedades. Pero, ¿hasta qué punto
son independientes? Bien es sabida la fuerza que tienen los lobbys en las
Administraciones. O si no lo creen echen un vistazo al listado que hay en
Internet, busque el término ‘lobby’ y vea la relación entre altos cargos del
estado con empresas privadas; Aznar con Endesa, Cospedal con Iberdrola o
Josep Borrel con Abengoa. Los casos son infinitos y demuestran qué poca
independencia existe en política y qué sumisión hay por parte de sus miembros
a intereses particulares.

En esta sociedad futura pero demasiado presente para no temerla el enemigo


no está ahí afuera. Está en la publicidad, en el televisor y en las sonrisas
engañosas de la rubia que te anuncia el dentífrico. Y lo difícil, a partir de ahora
será saber qué es lo que de verdad no necesito. Evitar caer en el círculo
estúpido de modas y falsas contingencias. Y aprender a darnos cuenta de que,
como dice un chiste por la Red, ser famoso en Facebook es como ser
millonario en el Monopoly.

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