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La soledad es una escuela a la que a pocos les importa asistir, aunque ninguna instruye
mejor. William Penn
Hace unos meses pensaba que mi vida estaba bajo control hasta que sufrí un colapso nervioso que
me relegó a la cama. Allí descubrí la soledad y lo valiosa que ésta resulta para la vida espiritual,
pues sin darme cuenta había caído en la trampa del ritmo moderno, guiada por tres conceptos
equivocados:
Quien ha tenido esta experiencia sabe lo frustrante que es amanecer cada mañana sin fuerzas. No
podía realizar mis actividades rutinarias pero tenía energía suficiente como para leer, y así mi
estado de ánimo me impulsó a buscar consuelo en los Salmos. Entonces comprendí la importancia
de establecer una parada en el camino para organizar mi vida alrededor de mi tiempo a solas con
Dios (no al revés), y mirar a través de sus ojos, no los míos.
Una hermana en Cristo, a quien admiro mucho, me llamó en esos días y me dijo esta frase: «La
inteligencia espiritual no es activismo, sino un estate quieto.» ¡Cuán cierto! ¿Cómo podía
escuchar a Dios si me hallaba inmersa en prisas y actividades? Pude confirmar esta frase en el
Salmo 46.10: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.»
Aunque la solución temporal a mi problema fue el reposo para recuperarme de la enfermedad,
reconocí que debía hacer algo práctico. De este modo me apropié de la idea que Ricardo Foster
sugiere en su libro Celebrando la disciplina: llenar el día con dos o tres momentos de soledad, y
designé un lugar especial para apartarme a orar, aunque fuera durante quince minutos. En ese
tiempo me dedico a repasar mis acciones, a ponerme en manos de Dios y a comunicarle mis
pensamientos. Trato de tener un espacio en la mañana, otro a medio día y, si es posible, un último
en la tarde.
Esta decisión me ha obligado a decir «no» a llamadas telefónicas, invitaciones sociales, programas
televisivos y otras cosas que causan interrupciones. Cualquier actividad que me robe parte de esos
momentos o complique mi día al grado de que no pueda recostarme o sentarme para conversar con
el Señor (aparte de mi tiempo devocional y estudio bíblico) debe ser desechada. ¿Difícil?
Bastante. Pero los frutos compensan el esfuerzo.
Como Catherine de Hueck Doherty escribió: «Desiertos, silencio, soledad, no son necesariamente
lugares, sino estados de la mente y del alma. . . Serán pequeñas soledades, diminutos desiertos,
cortos silencios, pero la experiencia que traerán, si estamos dispuestos a entrar en ellos, será tan
santa como todos los desiertos del mundo. . . Pues es Dios quien hace nuestras soledades, desiertos
y silencios santos.»
Quizá mi miedo a la soledad se acentuaba con la falta de compañía. Pensaba que al encerrarme en
una habitación me hallaría completamente sola. Sin embargo, Lutero y Spurgeon dijeron que aún
detrás de la puerta cerrada el diablo nos sigue, incluso a nuestros rincones más solitarios. Si siguió
al Señor Jesucristo al desierto, ¡cuánto más a alguien como yo! En esos días de soledad «forzada»,
mis temores y preocupaciones me torturaron. En la lucha aparecieron pecados no confesados,
motivaciones personales disfrazadas de piedad y el impulso secreto de ansiar, en el fondo, la fama
y la recompensa material.
Contemplar mi engañoso y perverso corazón me desquició, pero las promesas del Señor triunfaron
y a mi confesión siguió la paz. Entonces ocurrió algo mejor: ¡mi compasión aumentó! Al verme
víctima de mi pecado, valoré las batallas de los demás. En mi ceguera de creerme una «gran
cristiana» había juzgado erróneamente, pero cuando me di cuenta de la «persona muerta en mi
propia casa» (en palabras de Henri Nouwen), me fue más fácil perdonar y aprender que las guerras
también se libran en la soledad del corazón.
Sin embargo, la soledad no excluye la comunión. Dietrich Bonhoeffer lo explicó muy bien en su
libro Life Together (Vida en comunidad). Uno de los capítulos se titula: «Un Día Juntos» y el
siguiente: «Un Día Solos». Bonhoeffer escribe: «El que quiere comunión sin soledad salta a un
vacío de palabras y sentimientos, y el que busca soledad sin comunión perece en el abismo de la
vanidad, el egoísmo y la tristeza.»
La clave está en el balance. ¿Mi error? Me incliné hacia el aspecto social descuidando mis tiempos
de soledad. ¿La solución? La disciplina. ¿El ejemplo? El Señor Jesucristo. En Lucas 5.16 se nos
dice: «Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.» La palabra «apartaba» denota un hábito. La
frase «a lugares desiertos» indica que elegía un sitio geográfico accesible, pero libre de
interrupciones. La disciplina de la soledad tiene un objetivo: buscar a Dios en oración. Sin un
propósito espiritual, no funciona.
En mi peregrinaje de soledad no tuve otra opción que el silencio. Me hallaba en cama y, aunque
recibía visitas esporádicas, la mayor parte del tiempo me encontraba sola. Esto me forzó a callar y,
aunque de mi boca brotó un río de oraciones, al final este también se secó. Entonces aprendí que el
mundo y Satanás promueven el ruido, ya que conocen el poder del silencio. Como la quietud
incomoda, se llena el vacío con charla trivial, el televisor o la radio y, cuando la lengua se suelta,
no puede ser detenida, llevando a su dueño a terribles pecados como la mentira, la crítica y el
chisme.
Nuevamente Nouwen me ilustró en cuanto a los beneficios de la soledad pues, entre otras cosas, el
silencio nos enseña a hablar. Una de las razones por las que me cuesta tanto trabajo callar es que
me siento inútil. Me gusta tener el control. En la soledad uno se obliga a cerrar los labios y, al
hacerlo, le entrega el control a Dios. No existe otro antídoto para la palabrería.
Esta práctica de soledad y silencio implica tiempo y esfuerzo. A veces siento que me duermo o
comienzo a divagar. Quizá el peor enemigo sea la mente, con su tropa de pensamientos; sin
embargo, cuando uno aprende a cerrarle la puerta, pronto desiste. Lo importante es recordar que
esta disciplina libra de las preocupaciones y ayuda a escuchar la voz que el alma anhela, aquel
silbo suave y apacible que experimentó Elías.
Al mirar hacia atrás sé que mi colapso nervioso tuvo un propósito. También reconozco que no será
el último, ni que he aprendido todas las lecciones. Sin embargo, no me queda duda alguna sobre la
importancia de tener un tiempo a solas, y no uno sino varios durante el día, para estar quieta,
arreglar cuentas con el Señor y guardar silencio en su presencia.
YA BASTA
Después que Bob Ritchie se graduó de la universidad pasó las siguientes dos décadas atrapado en
el amor al dinero y el progreso. Mudó a su familia cinco veces a causa de su carrera para poder
ganar más dinero. Cada vez dejaban atrás cálidas iglesias locales y amigos.
Llegó un momento en que Bob y su familia raras veces tenían tiempo para estar juntos. A medida
que Dios se volvió extraño para ellos, también el Señor se convirtió en un extraño. Bob se sentía
desesperadamente solo y aislado. Puesto que cada vez estaba más descontento con su vida, dijo
finalmente: “¡Ya basta!”
Hoy día, Bob testifica que Dios le enseñó el significado de la palabra reducción. Dejó de ir en pos
del dinero, pasaba menos tiempo en el trabajo, compraba menos cosas y aprendió a estar contento
con lo que tenía. La familia volvió a ser fiel al Señor y activa en la iglesia.
Santiago nos advirtió que no nos obsesionáramos con amasar riqueza (1:9-11; 5:1-6). Seamos
ricos o pobres, el deseo del dinero puede apoderarse de nuestra vida sutilmente. Algunos personas
han caído en sus garras sin ser conscientes de ello y se están marchitando en sus empresas (1:11).
¿Necesitas imitar el ejemplo de Bob? Tal vez sea hora de decir: “¡Ya basta!”
Santiago 1:11.
. . . así también se marchitará el rico en medio de sus empresas.
Una señora, ya bien de edad, en el peor período de la Gran Depresión, entró en una Agencia de
Seguros de Minneapolis, EEUU, caminando lentamente. Preguntó se podría parar de pagar la
póliza de seguro de vida de su esposo. ”Él ya murió hace un buen tiempo”, dijo ella, “y yo no
dispongo más de recursos para continuar a hacer los pagos”. El atendente, atrás , verificó la póliza
que ella había traído y constató que valía muchas cientos de millares de dólares.
Aquella pobre señora era rica, pero no tenía a menor idea de eso. Nadie había le explicado como
funcionaba las pólizas de seguros. Quizá usted no sepa que, como un discípulo de Jesus, es muy
rico.
Muchas veces caminamos para un lado y para otro, murmurando sin parar con respecto a nuestros
infortunios. Parece que no tenemos nada, que no conseguimos éxito en nada y que lo nada será
nuestra suerte para siempre. Todos vencen en la vida, menos nosotros, es la conclusión a que
llegamos casi siempre.
Estamos pagando el precio de la falta de fe en Cristo que a todo momento nos dice, como está
escrito en Su Palabra:
“Pedí y os será dado”, “todo cuanto pedís en mi nombre, creyendo, recibiréis”, “supliré todas
vuestras necesidades”, “todas las cosas os serán añadidas”. ¿Y por qué continuamos pobres, sin
recibir las riquezas que del cielo nos están preparadas? Porque persistimos en dejar Dios de lado.
Porque no Le abrimos el corazón. Porque solo recordamos de él cuando estamos en grandes
dificultades.
Aquella pobre señora solo buscó al agente de seguros cuando no tenía más dinero para pagar las
pólizas. Y ella no ¡tenía qué pagar nada y sí recibir mucho! Nosotros solo buscamos el Señor
cuando todo va mal, cuando no tenemos empleo, cuando no tenemos salud, cuando no tenemos
dinero. Si, en vez de eso, lo busquemos en primer lugar, podremos disfrutar las grandes riquezas
que Él tiene para ofrecernos y las otras cosas ni serán más recordadas.
Y puesto que él mismo tenía que morir, resucitando a otros prepara a sus discípulos,
invitándoles así ha tener confianza en él y a no alarmarse de su muerte. Porque
después que vino Cristo la muerte ya no es más que un sueño.
Y sin embargo, se reían de él; pero no se indignó por el rechazo de este milagro que iba
a obrar; no censuró sus sonrisas a fin de que las mismas sonrisas, junto con las flautas y
demás preparativos, dieran por cierta la muerte de la niña. Dándose cuenta de la
presencia de los músicos y de la muchedumbre, Jesús les hace salir a todos; obra el
milagro en presencia sólo de los padres… como si la despertara de un sueño…
Es evidente que ahora la muerte no es más que un sueño; hoy es una verdad más
esplendorosa que el sol. – Pero tú dices, ¡Cristo no ha resucitado a mi hijo!-. Sí, pero lo
resucitará, y con mucha más gloria. Porque esta hija a la que devolvió la vida, murió de
nuevo, mientras que tu hijo, cuando resucitará, será inmortal para siempre. ¡Qué nadie
llore ya, que nadie gima, que nadie critique la obra de Cristo, porque él ha vencido a la
muerte! ¿Por qué derramas lágrimas inútiles? La muerte ha llegado a ser un sueño:
¿para qué gemir y llorar?
Madres Ejecutivas
¿Qué por qué trabajo fuera de la casa?
Te respondo:
"Quiero que mi pequeño tenga lo que yo no tuve"
"Quiero ayudar a pagar los gastos de la casa"
"No me alcanza con el sueldo de mi esposo"
"Soy madre soltera"
"Yo necesito dinero para mis gastos personales"
"Prefiero trabajar fuera, no soy ama de casa"
"Extraño mucho a mis hijos, pero en verdad necesito trabajar"
"Mis padres sólo me tienen a mi, mi esposo no me da para ellos"
"Quiero darle una buena educación a mis hijos, en un colegio de paga"
"Tengo que pagar la hipoteca de la casa"
"Acabo de comprar unos artefactos, quizá el próximo mes deje mi
trabajo cuando ya no deba nada"
A veces las madres ejecutivas parecemos gatitos asustados, tenemos miedo a todo: que los niños
se enfermen, que se sientan menos que otros, que no se realicen, que tengan baja autoestima, que
no sean aceptados, etc. La salida de estos temores se solucionan entonces con mucho trabajo y
muchos premios que le den a nuestros pequeños nivel y soltura así no serán menos que nadie.
Pero el justo, es decir el que confía en Dios, el que no desconfía del cuidado Divino,
el que más bien se deleita en Dios, el que confía que actuará y hará justicia con los que le temen
recibirá todos los deseos de su corazón.
"La luz de los justos brilla radiante, pero los malvados son como
lámpara apagada. El orgullo sólo genera contiendas, pero la
sabiduría está con quienes oyen consejos. El dinero mal habido
pronto se acaba; quien ahorra, poco a poco se enriquece" 13:9-11
Elige bien a los amigos con quien andas, así como alientas a tus
hijos sobre sus amistades, da el ejemplo juntándote con los
prudentes.
"En el campo del pobre hay abundante comida, pero ésta se pierde
donde hay injusticia. No corregir al hijo es no quererlo; amarlo es
disciplinarlo. El justo como hasta quedar saciado, pero el malvado
se queda con hambre" 13:23-25
Sólo el hombre que teme a Dios dejará una buena herencia a sus
hijos, sólo el generoso no agotará sus posesiones, le queda mucho
todavía porque Dios recompensa al dador alegre. Todo se pierde en
cambio en la casa del avaro, todo se perderá por su injusticia, su
pecado será la rotura que hará que se vaya filtrando todo lo
obtenido. Hay que tener mesura no sólo en gastar, cuidado con el
despilfarro, también hay que saber dar al que no tiene. No
escatimes la vara, sobre todo cuando todavía es pequeño y maleable,
corrige temprano a tu hijo "quien bien te quiere te hará llorar".
El honrado comerá y dará de comer a su familia con paz y
satisfacción, ha tenido, ha repartido, a cuidado de su familia,
todos sus negocios andan bien, su generosidad será recompensada por
Dios, pero el egoísta que sacrifica todo con tal de ganar, de nada
le valdrá su inversión, se perderá y su herencia será sólo llanto y
vergüenza, la necesidad de la que quiso huir perseguirá a sus hijos
y nada los amparará.
Por eso, hoy mas que nunca, la iglesia tiene que reforzar en los
discípulos de Cristo si lo están practicando, o restaurar en ellos
si lo han olvidado, el tiempo con Dios, como un catalizador y fruto
al mismo tiempo de una verdadera vida espiritual y de comunión con
Dios.
Estos devocionales, serán una guía preciosa y muy valñiosa para los
corazones sedientos de Dios, para sanar el alma enferma y darle
esperanza, para traer paz al alma atribulada, para consolar al
afligido, para alentar al desalentado, pero también para exhortar al
que está consistiendo el pecado en su vida. En todos los casos,
serán pensamientos catalizadores de una relación íntima con Dios, y
donde el mismo Espíritu Santo se revelará a ésa alma inconforme con
lo que es, y que busca ser de cada día más semejante a su Señor.