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EL CENTENARIO DE JOSÉ CORONEL URTECHO: HACIA UNA AGENDA CR¸TICA

Leonel Delgado Aburto


Doctor en Literatura y Cultura Latinoamericana
Investigador Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica,
Universidad Centroamericana

Pretendo plantear en este artículo algunos puntos que me parecen crucia-


les para un acercamiento crítico a la obra de José Coronel Urtecho1. Creo que
este acercamiento sería el mejor homenaje que se le podría tributar a Coronel en
el centenario de su nacimiento. Creo, al mismo tiempo, que establecer esta agen-
da crítica no es una tarea fácil. No solamente por la razón obvia de que no existen
textos establecidos ni ediciones críticas de las obras de Coronel, sino también por
una razón ideológica, por así decirlo: en una u otra forma, todos los especialistas
en literatura, humanidades o estudios culturales, compartimos un afecto naciona-
lista que usamos en nuestras investigaciones sobre autores como Coronel. De
hecho ese afecto nacionalista que Coronel contribuyó a fundar, ha modelado
durante bastante tiempo lo que ha sido la crítica literaria y cultural en nuestro
país.

Como ha mostrado Benedict Anderson en su estudio del nacionalismo, hay


una discordancia entre el proclamado tiempo inmemorial a que recurre el discurso
nacionalista, y lo moderno del nacionalismo como tal (Anderson, 1993, p. 22). De
manera que por la posición que ha tenido la literatura en el desarrollo moderno
del país, como discurso nacionalista, la crítica literaria y cultural ha quedado atra-
pada en una especie de repetición ideológica, que consiste en que quiere siempre
dejar asentado lo inmemorial de la cultura nacional, en cambio de historizar sus
componentes delimitadamente modernos. Lo que sugiero es que el nacionalismo
tiene también su cronología propia, y que la identidad entre un tiempo inmemorial
y un tiempo presente obedece más a una operación ideológica que a una com-
probación crítica. Por ejemplo, cuando proclamamos a Darío como ciudadano del
presente, estamos proyectando ese tiempo inmemorial, ideológico, que obtura la
posibilidad de dar cuenta, por ejemplo, de las diferencias entre nuestro naciona-
lismo y el nacionalismo de Darío. Durante largos años, la crítica literaria o cultu-
ral—la poca que ha habido en el país—no ha hecho otra cosa que establecer de
manera clara y evidente esa tautología entre el tiempo inmemorial, de donde
brota la identidad comunitaria de la nación, y esta misma identidad no sometida
a la historicidad. Coronel y los vanguardistas acaudillados por él, son responsables

1Este texto está basado en la conferencia inaugural del IV Simposio sobre el habla y la literatura nicaragüenses, Universidad
Nacional Autónoma de Nicaragua, 27 y 28 de abril de 2006.
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en gran medida de esa figuración en que la identidad se opone y combate la


historicidad.

¿Por qué medios—podría preguntarse—se efectúa tal lucha entre identidad


e historia? Y puede responderse que se trata de un combate textual. En otros
contextos, por ejemplo, México—sobre todo, durante los procesos nacionalistas
desatados por la revolución—existió una industria de cine nacional, o una industria
de televisión, o una industria editorial, que colaboraron en esa construcción de lo
nacional. En el caso de los países centroamericanos es la literatura (una literatura
sin editoriales) la que conlleva el deber sublime de enunciar la identidad. Por su-
puesto, esto no es totalmente cierto ni un proceso directo y sin problemas. Hay
otros procesos menos orgánicos y menos visibles de construcción y cuestionamien-
to de lo nacional (por ejemplo, las revueltas campesinas e indígenas que han
caracterizado la historia de Nicaragua). Sin embargo, este tipo de intervenciones
no gozan de la autoridad de la literatura. En los fundamentos críticos y revolucio-
narios de los años 1960s en adelante, por ejemplo, el contenido de lo nacional
siguió siendo pensado en torno a la literatura como gran modelo cultural, como se
puede advertir en el estudio de Sergio Ramírez, Balcanes y Volcanes (1985). Esta
característica es importante y no hay que perderla de vista, al hablar de un autor
como Coronel, en quien, puede decirse, se realiza una compleja confrontación
identitaria frente a los moldes literarios y culturales que la modernidad ofrece (por
ejemplo, el concepto de democracia, o el funcionamiento predominante de los
medios de comunicación). De hecho, una divisa característica de la literatura de
Coronel podría ser el realizar una operación sobre la literatura en cuanto arte-
facto moderno para regresarla a un estado anterior, aurático o comunitario. Ve-
remos, pues, al proponer una agenda crítica de acercamiento a la literatura de
Coronel el sentido que toma esta confrontación entre modernidad y texto sublime
o aurático. Como se sabe, los problemas del sentido aurático de la obra de arte
en la modernidad han sido teorizados por Walter Benjamin (1968). En el caso
presente usaremos este concepto en forma esquemática, de manera que, para
nosotros, “aurática” sería aquella función que retiene en las obras de arte una
capacidad de comunicación no fragmentada por el predominio de la moderni-
dad.

Para recurrir a contenidos típicos de la literatura de Coronel, hemos creído,


pues, que Nicaragua es universal por razones textuales (y de textualidad poética,
preferiblemente). Se han vuelto proverbiales, en efecto, las palabras de Coronel
(2001, p. 607): “la poesía es hasta ahora el único producto nicaragüense de indis-
cutible valor universal—no sujeto a las contingencias del mercado”. En conceptos
como este, explicables también por la predominante economía de agro-expor-
tación que ha caracterizado a Centroamérica, la textualidad se constituye en un
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núcleo de pureza, en la que se derrota la lógica de la dominación (colonial o


capitalista), de manera que implica, en última instancia, una derrota de la historia:
en el texto literario (y específicamente en el texto literario nacionalista) se saldan
las diferencias de clase, género, raza, casta y cultura. Y esta es una idea funda-
mental: la generación de vanguardia, con Coronel Urtecho a la cabeza,
construyen una idea letrada de la identidad, o, en otro sentido, la textualidad que
crean los vanguardistas está impregnada de un sentido de lo sublime que se
corresponde con lo nacional. En este sentido, no es extraño que en Nicaragua no
se haya desarrollado una discursividad literaria crítica, siendo que los objetos lite-
rarios mismos obturaban por medio del discurso nacionalista, la emergencia de las
instancias críticas. Hay casos incluso de críticos que se podrían considerar “coop-
tados” por este discurso nacionalista.

Una genealogía estricta de la constitución de lo nacional-letrado como espacio de


la Utopía, debe tomar en cuenta por lo menos tres instancias cronológicas:

• El modelo cultural que ofreció el modernismo, y, específicamente, Rubén


Darío.
• La reinscripción de lo nacional-letrado que realizaron los vanguardistas,
con Coronel Urtecho a la cabeza, a partir de los años 1930s.
• El sandinismo moderno (sobre todo en la refundación que realizan, entre
otros, Carlos Fonseca, Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez). Este movimiento
ideológico-político acabará retomando al modernismo como modelo cultural, es
decir, como sitio utópico de encuentro de lo nacional y de resolución teleológica
de las contradicciones.

Este recuento es cronológico, pero en el área específica de la cultura re-


sulta evidente que el movimiento de vanguardia acumula un inmenso poder sim-
bólico: no sólo se encarga de “nacionalizar” a Darío, sino también que modela
sentimentalmente a las generaciones radicales que fundamentan el sandinismo
moderno y se ven llegar al poder en 1979. Nuestra forma nacionalista de leer a
Darío está, pues, autorizada, en cierto sentido, por los vanguardistas; de la misma
manera, la forma en que los intelectuales sandinistas interpretaron la cultura nacio-
nal está también motivada en gran medida por los vanguardistas2. Esto no es
negar especificidad cultural, tanto al modernismo como al sandinismo, sino reco-
nocer cierta sobredeterminación ideológica en la ruta y emotividad de la interpre-
tación cultural y la crítica literaria en nuestro país. Mi propuesta sobre la agenda
crítica en torno a Coronel va a estar colocada, pues, en contra de esa expecta-

2Al respecto de estos temas, Cf. el libro de Erick Blandón, Barroco descalzo.
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tiva nacionalista, que es en cierto sentido una mera maniobra narcisista por medio
de la cual la literatura se proclama a sí misma espacio de la utopía. Pero quizá
convenga adelantar unas ideas acerca del rol especial que Coronel tiene en la
instalación de estas ideas de la literatura como objeto trascendente. Hay que
partir de una aparente paradoja: Coronel (1993, p. 95) trabajó en contra del
instinto sublime del modernismo (la glorificación de la suntuosidad moderna), de-
mostrando, por ejemplo, que el león funeral de Darío es de cemento, o recomen-
dando las naranjas en cambio del pastel de chocolate3. Coronel fue, en este
sentido, un singular anti-moderno, y no dejó de sentir en cierto momento que la
taxonomía y los objetos de la modernidad penetraban de manera flagrante todos
los discursos, incluso aquellos que, como la literatura, se pretendían trascendentes.
De ahí que la consagración sublime de la literatura que lleva a cabo Coronel, se
hace en nombre de una literatura que está aparentemente fuera del texto: en un
retiro natural semi-monástico que sus discípulos llaman el río, en un orden patriar-
cal en que la crítica moderna no tiene sentido de ser, en un espacio dominado por
lo que Coronel llama “la conversación” (y todos, por supuesto, hemos escuchado
el tópico de que Coronel fue un gran conversador).

La agenda crítica sobre Coronel tendría que valorar, pues, el lugar que
éste tuvo en la creación de esta literatura de sentido nacional. Para eso pueden
apuntarse los siguientes elementos:

• Discutir el carácter vanguardista del proyecto cultural de Coronel. Sobre


todo se requieren análisis mucho más detenidos de la paradoja de un movimiento
vanguardista que es a la vez nacionalista y fundacional, en unas condiciones de
producción literaria que no alcanzan el nivel de otros contextos. Quizá debería
añadirse: este movimiento es no sólo nacionalista y fundacional, sino también rea-
lista, siendo el realismo la manera en que se desactiva, por decirlo así, la moti-
vación sublime del modernismo y se acata una nueva fundamentación sublime: la
de la obra que funda comunidad (nacional) por medio de la conversación. El es-
tudio comparativo con otras genealogías de las vanguardias es aquí imprescin-
dible, con lo que se notará, entre otras cosas, que no todos los movimientos de
vanguardia nacionalistas fueron realistas en el sentido que lo fue el de Nicaragua;
de hecho José Emilio Pacheco (1997, pp.114-121) se vio obligado a hablar de la
“otra vanguardia” al referirse a aquella que estaba orientada por la lectura, glosa
y traducción de la “nueva poesía” norteamericana de los años 1910s y 1920s. La
interrelación entre nacionalismo y realismo (o “exteriorismo”) no es algo natural y
dado, sino algo histórico, y que pide historización.

3En la conocida “Oda a Rubén Darío”


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• Hay que notar que la narrativa de Coronel (proverbialmente sus conocidas


“noveletas” de 1938), juega un papel importante en esta tensión entre vanguar-
dismo como expresión de una sensibilidad global y el nacionalismo como recupe-
ración de un sentido (ideológicamente) “comunitario”. Hay que notar, asimismo, que
la finalización prematura o el silencio del ciclo narrativo-novelístico de Coronel
(luego de la escritura de “Narciso” y “La muerte del hombre símbolo”) requiere
proponer una interpretación adecuada. No lo podemos circunscribir al orbe de la
“ocurrencia” o del tópico de que conversó tanto que se olvidó de escribir. Tiendo
a creer, por el contrario que, en este caso específico se trata de una (fracasada)
restitución modernista/modernizante hecha por medio de la tecnología literaria
que acaba por acatar cierta lógica provinciana para la literatura. El silencio, la
suspensión y el vacío son siempre significativos dentro de la literatura de Coronel,
y del realismo nacionalista entero (por decirlo así, la “historia” completa de “nues-
tra” literatura). Paradójicamente, la consagración literaria de Coronel gira en torno
a lo mucho que conversó, y no a las suspensiones, vacíos y silencios a que sometió
o se vio sometido en su proyecto literario, los que, sin embargo, son muy impor-
tantes para entender su literatura.

• En este aparente—y lo enfatizo sólo aparente—abandono de la tecnología


escrituraria, para perseguir e instalar un modelo conversacional, hay que hacer
ver cómo el conversacionalismo—que no es simplemente una poética, sino una
estructuración literaria más general, y una constitución de la persona pública y
literaria—deviene en un gran modelo cultural que sobredetermina la literatura de
Coronel. De manera que el conversacionalismo alude también a la constitución de
la personalidad de Coronel como mito cultural-político (visible en su epistolario, sus
textos autobiográficos, los “testimonios” de discípulos y los tópicos ideológicos y
críticos con que se le elogia y declara maestro). En general, se trata de la acep-
tación de Coronel en su rol de “conversador”, pero también su (eventual) ubicación
en un canon hispano o latinoamericano, y su doctrina historiográfica nacionalista.
Todos sabemos que Coronel (2001) propuso en cierto momento la escritura de la
historia nacional como conversación. Pues, bien, cuando digo que lo conversacio-
nal trasciende el mero establecimiento de una poética, me refiero a que es un
proyecto mucho más vasto, que incluye una incursión, más que en la historiografía,
en la filosofía de la historia, y pretende propiamente fundar (en los sentidos para-
lelos de inaugurar y fundamentar) una filosofía (nacionalista) de la historia. Por
cierto, esta filosofía ha recibido una lectura, a mi parecer descontextualizada en
el contexto posterior a la revolución sandinista.

• Hay otros dos elementos bastante cercanos al complejo cultural implicado


por la conversación o lo conversacional. Por una parte, la intercepción del dis-
curso cultural y el discurso político, y en sentido más estricto la historia de la incur-
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sión política de Coronel, sobre todo, su apoyo a la dictadura de Somoza. Por otra
parte, Coronel y su uso frecuente del discurso autobiográfico. De hecho, como
otros importantes escritores centroamericanos, Coronel fue un constante escritor
de textos autobiográficos. Sus incursiones en el ensayo y la historiografía (Rápido
tránsito y las Reflexiones sobre la historia de Nicaragua) son también casos au-
tobiográficos, para no referirse a su poesía (con la autobiografía indirecta en que
se constituye la “Pequeña biografía de mi mujer”, y el tono confesional de la “Con-
versación con Carlos”), y a otra cantidad de artículos y “conversaciones” pasadas
por escrito.

• A la par que hay que desentrañar estas relaciones, es pertinente pensar


en un acercamiento comparativo frente a los otros vanguardistas nicaragüenses,
para especificar los aportes y posicionamiento intelectual e ideológico de Coronel.
Es notorio, por ejemplo, que son muy escasas en Coronel las figuraciones del ser
nacional como melancolía de la barbarie, tan frecuentes en Pablo Antonio Cuadra.
La figuración melancólica sería aquella en que una figura “popular” (los campesinos,
Cifar, El Güegüense) retiene un condicionamiento temporal y espiritual “antiguo” o
inmemorial, tal y como lo requiere y, sobre todo, lo recrea y entiende el discurso
nacionalista4. Frente a esta melancolía populista, Coronel erige el espacio de la
claridad mística y letrada, articulada en la conversación. Se trata, en cierto sen-
tido, de una articulación patricia: no hay más centralidad subjetiva que la del
patriarca cultural. De manera que se deja sospechar aquí un doble posiciona-
miento político: que Coronel no concibe el populismo como resolución del pro-
blema de la representación dentro del discurso nacionalista; y que la conversación
como modelo cultural nacionalista tiene una aporía interna referida a la represen-
tación: qué/cómo representar, a partir de lo cual también puede pensarse la acti-
tud migrante que tiene la poesía, y la literatura toda, de Coronel.

• Es importante considerar también cómo estas figuraciones del escritor Co-


ronel Urtecho son recibidas y recontextualizadas en el momento posrevoluciona-
rio (1990 en adelante), o, si se quiere, un momento “pos-político”, por ejemplo,
dentro de las autobiografías o las reiteraciones de Ernesto Cardenal (1999), Ser-
gio Ramírez (1999), Gioconda Belli (2001), o, significativamente en la reactivación
de su idea de la historia como conversación (Tünnerman, 2000).

1. Condicionamientos autobiográficos de (la escritura de la) historia

Como se ve, se trata de una agenda muy compleja, y, por cierto, incom-
pleta, que, sin embargo, podría ser unificada en torno a una narrativa como la

4Para la interrelación de nacionalismo y melancolía, Cf. Bartra, 2004.


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siguiente: Coronel es un paradójico vanguardista anti-moderno. Cuando intenta


una articulación tecnificada de la narrativa de la modernidad (por ejemplo, en sus
“noveletas”), descubre que el espacio aurático probable del arte ha sido invadido
por los artefactos y funcionamientos modernos. Es decir, que la modernidad quita
a la obra de arte la posibilidad de una comunicación efectiva, de hecho su posi-
bilidad de crear comunidad. Desde entonces, Coronel opta por un espacio que se
pretende mucho más “natural”. La topografía aquí es la del Río (el río San Juan y
la alegoría literaria que Coronel crea con él), y la retórica la de la conversación.
“Conversación” es en Coronel una discursividad compleja, que abarca desde una
poética específica, trasegada de los Estados Unidos, como puede comprenderse
leyendo Rápido tránsito (Coronel, 1985b), hasta su incursión en la filosofía de la
historia, y la constitución de una imagen de autor como “gran conversador”. Es
importante señalar que esta insistencia en la conversación deviene en una inter-
pelación de lo nacional. Por paradoja retórica, la conversación no puede consti-
tuirse más que por medio del vacío y el silencio: es necesario el silencio, la pér-
dida y el alejamiento, garantizado por el río. Es vital, concebir que tanto la
modernidad como la historia son ruido, para erigir el silencio y luego la conver-
sación (en realidad, la resonancia de la voz propia). Es imprescindible, cierto
aquiescente silencio en los discípulos para que el sentido magistral de la conver-
sación tenga sentido. Es aquí, entre otros puntos, en dónde se evidencia la ausen-
cia de la representación nacional-populista en la literatura de Coronel, fisura que
es suturada por medio de la exacerbación de la experiencia personal. Es por eso
que no se puede realizar la conversación en toda su complejidad sino es por
medio de una inscripción autobiográfica. Se trata de una estética simbólica que
garantiza que cuerpo, historia subjetiva y voz coincidan. Sin embargo, hay un im-
portante factor que altera esta identidad simbólica, y es la presencia de la historia,
fundamentalmente la incursión política de Coronel, al apoyar la dictadura de So-
moza García. Este suceso abre una fisura en la articulación del “cuerpo-texto” de
Coronel, y lo lleva a erigir un progresivo proceso de excusa, que da razón de ser
a su incursión ensayística y su inscripción nacionalista de la filosofía de la histo-
ria.

Para ilustrar las posibilidades de la narrativa recién apuntada, se podría


hacer un recorrido crítico que comenzando en la “noveletas” terminaría en el
despliegue autobiográfico de la excusa política, más o menos el período que va
de 1938 a los años 1960s. En este caso se podría comenzar por el final, y ver
cuáles son los condicionamientos (principalmente autobiográficos) del concepto de
historia (nacional) como conversación.

De hecho, en las Reflexiones sobre la historia de Nicaragua, José Coronel


Urtecho enfrenta la relación entre historia y retórica de sí. Aquí la historia implica
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un punto traumático, que Coronel llama la “guerra civil”, codificación tanto de las
guerras entre partidos, como de las revueltas populares campesinas, y de las que
la guerra de Sandino había estado cerca de las preocupaciones de los vanguar-
distas en los años 1920s y 30s. La “guerra civil” y su tradición (que es también
historiográfica) interrumpe el diálogo entre las elites liberales y conservadoras. En
el “Prólogo retrospectivo” del último tomo de las Reflexiones, una de sus estrate-
gias retóricas parece ser discutir la posibilidad de hablar de la historia nacional
en primera persona. El “Prólogo” propone, de hecho, una excusa. Si es el “estilo
objetivo” e impersonal, el que debe imponerse en la escritura de la historia, en
cambio “un prólogo es una especie de carta al lector y necesariamente ha de
tener carácter personal. Lo natural es escribirlo en primera persona.” (Coronel,
2001. p. 569). Esta excusa pretende alterar la estructura “objetiva” de la obra
histórica convirtiéndola en algo personal (o decisivamente autobiográfico), impli-
cando, a la vez, el programa fundamental de Coronel en las Reflexiones: la nece-
sidad de escribir la historia nacional “como conversación”.

El concepto de “conversación” aquí, es, como ya dije, sobredeterminado:


incluye un sentido de cultura y un estatus ideológico en que Coronel oficia de
“gran conversador” en un ámbito de silencio y vacío. Dentro de esta intención
general es que debe entenderse también la propuesta del “Prólogo retrospectivo”.
Hay aquí el rompimiento de la cadena comunicacional, por una parte, dentro de
la tradición familiar, representada por la temprana muerte del padre: “Si yo hu-
biera podido conversar con mi padre—que murió cuando apenas tenía yo cuatro
años...” (p. 584). Esta ruptura—que inserta en la historiografía la confesión auto-
biográfica—fundamenta en parte el silencio que casi siempre rodea retóricamente
a Coronel. De hecho, de la excusa, el “Prólogo” pasa a la demanda retrospectiva.
Aunque esperaba instaurar con los dos primeros tomos de sus Reflexiones “la con-
versación de un pueblo con su pasado” (p. 576), en realidad, “[lo] que esos dos
primeros tomos produjeron en Nicaragua, fue un profundo silencio.” (p. 577). La
inclusión autobiográfica, articulada en el uso de la primera persona, es, pues, un
imperativo que el silencio impone, con lo que resultan asociados estratégicamente
la ruptura de comunicación con el padre y con los eventuales lectores. En reali-
dad, el silencio corresponde a las concepciones antagónicas de la historia como
diálogo o conversación que las Reflexiones proponen, y la predominante concep-
tualización en la historiografía nicaragüense de la historia “como guerra civil” (p.
576). En efecto, explica Coronel: “Mientras más pienso en [la historia] más le voy
encontrando un cierto parecido a la conversación de un pueblo sobre su pasado.
Pero son pocos entre nosotros los que así piensan.” (p. 576).

La conversación daría sentido a lo que, en su defecto, sería un mero ca-


tálogo de hechos sin conexión. El “Prólogo retrospectivo” inicia con una larga
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enumeración de los hechos principales de la historia nacional, por medio de la


cual Coronel quiere significar la inutilidad de la concepción positivista de la histo-
riografía. Luego de una entrada que reza: “Cuando yo era muchacho y estudiante
de bachillerato, para mí no tenían ni pies ni cabeza...” (p. 565), se presenta la
enumeración aludida. Es evidente en este caso el énfasis irónico con el que Coro-
nel percibe el modelo favorito de la historiografía liberal, y su paralelo acento en
la estrategia de catálogo y memoria de hechos: “Retener lo que enseña el más
elemental de nuestros textos de historia patria, siempre me ha parecido una tarea
tan imposible como aprenderme de memoria el Directorio Telefónico de Nicara-
gua.” (p. 572). Según Coronel, la historia nacional ha sido una retahíla, una mera
instalación sintagmática, sin significado paradigmático, o, más exactamente, su
sentido paradigmático, la guerra civil, es espurio.

La conceptualización de “guerra civil” en Coronel tiene, sin duda, un uso


ideológico que no debe necesariamente subsumirse en un humanismo abstracto. En
Coronel, que está muy influenciado por Carlos Cuadra Pasos, la guerra civil
equivale al temor de la “anarquía”, especialmente engendrada por las revolucio-
nes campesinas e indígenas. Además, en concordancia con los principios conser-
vadores con que se instala la vanguardia nicaragüense, el concepto de “guerra
civil” aparece articulado con una crítica de la cultura moderna, y el empaque
democratizador que adquiere a partir de la Independencia y la instauración bur-
guesa o liberal. El esfuerzo de Coronel de ironizar el modelo positivista liberal de
historiografía, lo lleva a considerarlo galimatías o parodia, y a declarar que su
modelo es el de la “guerra civil”. Pero la dispersión e ininteligibilidad de ese mo-
delo historiográfico confluye en las modernas información y propaganda. Este
modelo que satisface culturalmente al “ciudadano medio”, es fundamentalmente
mediático y despersonalizado. En cambio, el plan de Coronel es inocular la cultura
moderna con oralidad, comunitarismo y personalización. Evidentemente, la historia
debe ser transmitida de viva voz si se quiere mantener “la experiencia de una
verdad común” adquirida “directamente en el trato de unos con otros, como ad-
quirimos el idioma”. Tampoco este principio dialógico alude a una universalidad
comunitaria. Coronel muestra desconfianza ante sus conciudadanos que son mo-
dernos e informatizados, y, más subrepticiamente, ideólogos inopinados de la
guerra civil. En efecto, estos componen el silencio que obligatoriamente, asedia la
conversación de Coronel. En realidad, la propuesta oral y comunal de Coronel
apunta a la conversación transhistórica de los ilustrados y a la paralela anulación
retórica de la “guerra civil”, por medio de la desactivación del modelo informacio-
nal y sintagmático de historiografía. Por supuesto, cuando Coronel invoca un mo-
delo “comunitario” y “conversacional” implica un deseo de los otros; interpela,
pues, la esencia supuestamente “colonial” (y aurática) de las comunidades campesi-
nas e indígenas, y quiere apoderarse de ella en una sentimentalidad nacional.
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Es bueno volver aquí a una cita dejada en suspenso arriba. Coronel se refiere a
la eventual conversación con su padre, y a la instalación de la conversación
transhistórica de los ilustrados:
Si yo hubiera podido conversar con mi padre—que murió cuando
apenas tenía yo cuatro años—pude haber escuchado los ecos de sus
conversaciones con su maestro don Lorenzo Montúfar y de las de
éste con los liberales guatemaltecos de la independencia, como
Barrundia. No es que la historia sea únicamente una tradición o dos
más bien, como sucede entre nosotros. Es que la historia es también
la presencia de las conversaciones del pasado en nuestra propia
conversación. (p. 585).

El padre de Coronel, Manuel Coronel Matus, representa el tipo de in-


telectual orgánico del liberalismo de Zelaya (Coronel, 1983, pp. 13-18), y, en el
lenguaje de las Reflexiones, es un protagonista de la historia como guerra civil,
pues, al parecer, Manuel Coronel se suicidó al ir a la cárcel, luego de la caída del
régimen liberal (Coronel, 1983, p. 26). De manera que el apunte de Coronel es
doblemente simbólico; no sólo deplora que la conversación con su padre no haya
sucedido, sino que representa un desencuentro fundamental (vital y autobiográfico)
con el modelo de historiografía liberal. Ya que en el modelo propugnado la histo-
ria implica la presencia conversacional de los otros, es obvio que el padre de
Coronel no pertenece a esta cadena comunicativa. De manera que, para parafra-
sear al autor, la historia es también el silencio presente en la imposible conver-
sación con el pasado. La “conversación” debe ser reanimada una y otra vez por
medios escriturales (es esto, en fin, en lo que consiste la historiografía), y los vacíos
y silencios compensados o desplazados. En las Reflexiones el silencio de Manuel
Coronel, es substituido por la activa presencia conversacional de Carlos Cuadra
Pasos, el más destacado de los intelectuales conservadores, y maestro de Coronel.
Esta substitución paterna es paralela de la situación paradójica en que se coloca
la “conversación” que, asediada por el silencio, debe volver a los libros y la escri-
tura, deviniendo tropo, al difuminarse el referente “real”. Al respecto del uso “con-
versacional” de la historiografía, su inscripción como diálogo de los ilustrados y la
presencia de Cuadra Pasos, es fundamental la siguiente explicación de Coronel:
[el] sentido conversacional de la historia—un permanente diálogo
entre personas, tanto como entre libros—...en buena parte lo derivo
de las conversaciones del doctor Cuadra Pasos. En la literatura
histórica de Nicaragua...cuando conserva algo de vida—porque aún
no ha sido disecada por el afán científico—especialmente en memo-
rias y crónicas, hay multitud de voces, algunas de las cuales aún los
no historiadores podemos percibir... De igual manera en las conver-
saciones que tuvo con nosotros el doctor Cuadra Pasos quien con-
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versó a su vez con hombres [del gobierno conservador de] los Trein-
ta Años... se percibían reminiscencias de sus otras conversaciones,
como en la nuestra se perciben ecos de las suyas (2001, p. 584).

Conversación “entre libros”, literatura histórica con “algo de vida... espe-


cialmente memorias y crónicas”, “multitud de voces”, “reminiscencias de otras con-
versaciones” que alteran diacrónicamente el diálogo. Obviamente no cabe aquí
una consideración cándida (o biográfica) sobre las habilidades conversacionales
de Coronel. El modelo conversacional implica una estrategia de lectura y escritura
que intenta reinstalar la historia como conversación ilustrada y como crítica irónica
de las retóricas de la modernidad (información, retahíla, catálogo sin paradigma,
guerra civil, presente inalterable). Se trata en esencia de la interpelación de un
modelo “comunal” y “colonial” de las culturas campesinas e indígenas, que queda
representado (esto es, absorbido) por la subjetividad letrada. “Conversación, lec-
tura y enseñanza—afirma Coronel—resultan ser así tres aspectos distintos de la
misma cosa, y en realidad las tres unidas son lo que en este caso llamo conver-
sación.” (Coronel, 2001, p. 585). Esta prescripción revela la encarnación retórica
de la “conversación”, instalada como sistema de enseñanza de un núcleo reducido
de letrados, colocados por sobre la historia. No debe dejar de notarse, además,
que la referencia a las “memorias y crónicas” tiene cierto impulso programático: lo
autobiográfico posee el aura de lo personal, cierta cercanía de la voz y la subje-
tividad que resulta necesaria para la convicción “conversacional” del proyecto de
Coronel. En este sentido, el “Prólogo retrospectivo” funciona como una reintro-
ducción estratégica de lo autobiográfico en el proyecto historiográfico.

Esta transición puede ser advertida de manera mucho más explícita en la


proyectada autobiografía política de Coronel. En el No. 150 de la Revista del
Pensamiento Conservador Centroamericano, Coronel presenta su introducción a
Mea Máxima Culpa, las que iban a ser sus memorias políticas, “Resistencia de la
memoria” (Coronel, 1976). En general, Coronel argumenta que así como el sen-
timiento o complejo de culpa impide el desarrollo de la escritura de historia en
Nicaragua, este mismo fenómeno dificulta la escritura de autobiografías, por
cuanto esta implica tolerar o articular la culpa. Es su cometido en este escrito,
precisamente. Se trata, en este caso, de una escritura tediosa, muy evidente, li-
bresca (usa conceptos de subconsciente, culpa, etc. de una manera poco dúctil en
comparación, por ejemplo, con El laberinto de la soledad de Octavio Paz, y es
menos sugestiva, también, que otros escritos autobiográficos de Coronel). El primer
capítulo, “En ausencia del padre”, publicado en la Revista del Pensamiento Con-
servador Centroamericano, No. 154, (Coronel, 1977) resulta, sin embargo, mucho
más definitorio, y habla directamente de cómo la ausencia del padre implica su
incursión política, y en los términos precisos que ésta se dio, y con los resultados
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autocríticos pertinentes (que parten de la idea tópica de que la historia ha sido la


guerra civil).

¿Qué tenemos aquí? ¿una “teoría” sobre autobiografía? Sí, pero tremenda-
mente esquemática, ya que presenta unas equivalencias controversiales que se
pueden resumir así: la culpa social /guerra civil es a la historia (nacional) lo que la
culpa individual es a la autobiografía. Así como la culpa social por la guerra civil
modela la escritura de la historia nacional, también la culpa personal modela la
escritura de la autobiografía. De manera que toda autobiografía oculta una incur-
sión política específica, o para seguir su lógica, toda autobiografía política es
partidista y está motivada por la historia como guerra civil. En el caso de Coronel,
él parece proponerse esa escritura sin la ideología, sin la falsa conciencia que
implica la culpa. La Introducción a Mea Culpa se llama “Resistencia de la Memo-
ria”; la memoria, en efecto, se resiste a la expresión de la culpa. Esto explica, según
Coronel, la ausencia de escrituras realmente históricas o autobiográficas en Nica-
ragua. Todas están teñidas por la guerra civil. Toda historia es autobiográfica, de
manera que podría decirse que la política (de guerra civil) articula la historia. En
ese sentido, toda autobiografía es política, y la política (en tanto guerra civil) es
culpa, por lo que conviene pensar la relación entre política y autobiografía. En el
caso específico de Coronel, la política es una ausencia (del padre); implica una
orfandad y una crítica moral (ya apuntada desde, por lo menos, las “noveletas” y
la orfandad generacional tanto de Narciso como del ahijado del Hombre Sím-
bolo). Y el texto de Coronel que leemos no es menos: articula todas estas contra-
dicciones sin encontrar una salida populista (como sí la encontró posteriormente
Pablo Antonio Cuadra, y, en general, toda la llamada literatura nacional)5. ¿En qué
habría consistido lo que llamo una salida populista? Básicamente, en ver encar-
nada la problemática de la representación en un símbolo o personaje “popular”:
el Güegüense, Cifar, el “Dios de los pobres” de la Misa Campesina. Es curioso
notar cómo la literatura de Coronel es refractaria a este tipo de símbolos, y su
tropología conduce, más bien, a una representación de sí (la obstinación auto-
biográfica) que termina en textos posteriores en la escatología, el juzgamiento
propio y una especie de coqueteo con la nada.

2. Confrontación de la culpa y la nada

A pesar de que estas características conforman algunos de los aspectos


más fascinantes de la literatura de Coronel, algo que lo llevará a una especie de

5También aparece en “Resistencia de la memoria” la acusación que le hace Carlos Fonseca a Coronel, como responsable
junto con Somoza de la desgracia del país. Coronel se defiende diciendo: 1. Yo no inventé a Somoza. 2. Yo tenía buenas
intenciones, pensaba que se podía controlar a Somoza. El tópico es retomado en la “Conversación con Carlos”, pero con
un sentido profundamente escatológico (Coronel, 1993, pp.331 y ss.).
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recaída barroca (al incorporar a la representación, la escatología), hay que sepa-


rar críticamente lo que hay de ideológico en ellas. Cuando se proclama a Coronel
un pacifista, un comunitarista, e incluso una especie de precursor del pensamiento
municipalista, se está incurriendo en una falacia favorecida por la descontextua-
lización. Al contrario, debe insistirse en que el concepto de “historia como conver-
sación” es muy contextual, pero que, además, está muy entrelazado con un proyec-
to de escritura, y específicamente, de escritura autobiográfica. En efecto, Coronel
es una especie de perpetuo autobiógrafo en búsqueda de nación. Pero su escri-
tura autobiográfica es radical porque avanza por sobre el modelo “conversacio-
nal”, o, más bien, sus anversos retóricos imprescindibles: el silencio y la nada. Para
evidenciar mucho mejor el contenido verdaderamente vanguardista de este posi-
cionamiento basta comparar la escritura de Coronel con cierta literatura auto-
biográfica mucho más reciente—pienso, por ejemplo, en autobiografías como las
de Sergio Ramírez o Gioconda Belli o Ernesto Cardenal—en las que la nación se
constituye y se representa de manera mucho más directa. Por eso es importante
pensar cuáles serían los puntos de contacto (convergentes o divergentes) con, por
ejemplo, otros connotados vanguardistas centroamericanos (Luis Cardoza y Aragón
viene inmediatamente a la cabeza), o los relatos políticos autobiográficos más
recientes de los ya mencionados Cardenal, Ramírez y Belli. Para lo que pro-
ponemos las siguientes observaciones:

• Coronel no da por establecido y coherente el ideal de nación; precisa-


mente, se ubica en un orden perpetuamente regional y partidista. La misma
narración autobiográfica es la de esta fragmentación. Una fragmentación instau-
rada, precisamente, por el corte comunicacional entre Manuel Coronel y su hijo
José, lo que abre una serie de distancias, silencios y fracturas de comunicación:
entre el partido liberal y el partido conservador, entre el dictador Somoza García
y los intelectuales, entre (la representación del) pueblo y la narrativa autobiográ-
fica.

• Coronel parece obnubilar la posibilidad de una “redención a través de la


belleza”, que está presente en, por ejemplo, la autobiografía de Gioconda Belli;
precisamente porque la belleza no es otra cosa que una alegoría del devenir
moderno (resumido, durante la etapa de las “noveletas” en el binomio Clara Fonte/
literatura policial). Es en este sentido, la escritura de Coronel resulta mucho más
hosca que las narrativas autobiográficas más recientes. Como se puede demostrar
en Narciso y La muerte del hombre símbolo, la belleza (ese símbolo preconizado
por los modernistas) es de una apariencia problemática. Clara Fonte es una chica
de la oligarquía, muy bella que, sin embargo, se deja arrastrar por las apetencias
corporales y por la garantía de su futuro por medio del matrimonio burgués. La
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biblioteca de clásicos universales, por otra parte, ha sido invadida por la literatura
policial, en La muerte del hombre símbolo, (re)presentando así la ambigüedad de
la belleza en el contexto moderno.

• Por supuesto, los mencionados autobiógrafos no elaboran un “sentimiento


de culpa”, ni parecen establecer un sistema de excusa política, como sí Coronel
intentó, por lo menos. Son, en ese sentido, mucho más “profesionales de la política”,
y sus textos suponen mucho más regodeo y narcisismo intelectual al interpretar el
fracaso revolucionario. Piénsese, por ejemplo, en el relato del “logro individual” en
Belli; y en la ironía en contra del desarrollismo y la doble codificación de la doc-
trina revolucionaria, en Ramírez. Actitudes así, los “salva” como individuos pecu-
liares en un contexto mucho más vasto, peligroso, común y carnavalesco. La “sal-
vación” en Coronel es un asunto mucho más profundamente escatológico. En este
punto los argumentos “teóricos” de Coronel pueden ser importantes: el político se
niega a la autobiografía porque quiere evitar la culpa, en todo caso se embellece
mientras se narra. Coronel mismo sólo deja la opción de la escatología, en el
sentido que su escritura autobiográfica implicaría su propio juzgamiento y su
muerte, tal puede ser advertido en el texto “José Coronel Urtecho siendo pintado
por Dieter Masuhr o autorretrato con pintor” (Coronel, 1985, pp. 243-275).

• De manera que en Coronel gravita mucho lo que podría llamarse una in-
terpretación teológica (y, por supuesto, teleológica) de la narración o de la histo-
ria, comparable con la preocupación de T.S. Eliot, en los Four Quartets, con
respecto a la posibilidad de redimir el tiempo. Atendiendo la escritura de Coronel
hay, pues, un hiato entre su concepción teológica/teleológica de individualidad
(que sólo adquiere sentido en una narración de la totalidad) y la idea narcisista
de individualidad típica de la autobiografía. Pero ¿cómo se podrá articular a esta
concepción teológica de la narración autobiográfica con la transformación princi-
pal que encabeza Coronel, es decir, la adaptación del coloquialismo como contra-
relato cultural? Una explicación genealógica, que está todavía por estudiarse,
podría referir a la importancia que tuvo la educación jesuita en el Colegio Cen-
troamérica, que formó, en cierto sentido, a la generación vanguardista (Arellano,
1992, p. 133). En un sentido más general, según explica Barthes, los Ejercicios
Espirituales constituyen una vía para garantizar el encuentro con la divinidad por
medio del lenguaje llano (Barthes, 1997). Y siguiendo esta combinación retórica y
teológica, hay que pensar que otra parte de la respuesta está en que por medio
de esta aspiración a un lenguaje llano o popular, opera una idealización de las
comunidades primitivas, “coloniales” u “orales” como identidad verdadera de los
nicaragüenses, ideologemas que se podrán hallar en toda la obra de Coronel.
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Para concluir, me gustaría confrontar una pregunta que pareciera operar


por fuera de lo que he estado discutiendo, pero como se verá no tan afuera. Se
trata de un problema de crítica literaria o cultural, y se resume en la pregunta de
cómo alguien entrenado por la Universidad, el especialista moderno o posmo-
derno, puede referirse a los discursos de los que en cierto sentido son sus pares,
los otros intelectuales, a veces en un tiempo cronológico diferente. Es un problema
tanto de hermenéutica como de ética. Por supuesto, no podré responder esta
pregunta de una manera eficiente en el espacio que me queda, pero sí puedo
referirla de vuelta a Coronel y su literatura. Evidentemente, siguiendo las opciones
retóricamente atormentadas por la que optó Coronel—una crítica supuestamente
anti-moderna de la modernidad, un vaciamiento progresivo de la representación,
una insistencia autobiográfica—es evidente, digo, que el discurso (incluso el dis-
curso crítico) vuelve constantemente sobre sí mismo. Como cree Nietzsche, toda
intervención filosófica (y podríamos pensar que todo intervención intelectual) es
también autobiográfica, en el sentido que es algo que también tiene que ver con
la corporalidad y los afectos (Nietzsche, 1997, p. 27). Sin embargo, esa reinciden-
cia en el discurso propio implica también la estructuración de fisuras, vacíos y
reincidencias ambiguas, que es donde el Otro puede retomar de manera creativa
esa misma figuración del vacío. En uno de sus últimos textos autobiográficos Coro-
nel habló de este tipo de vacíos que siempre acompañan a la figuración:
Pienso que más allá no podría llegar la pintura, ni la del Greco, y ni
siquiera la más abstracta o menos figurativa. Más allá se supone que
todo es polvo y nada. No podemos pasar el pórtico de la nada, por
el que salen, sin embargo, todas las cosas y las artes, ni éstas han
penetrado el vacío infinito del que Dios ha sacado y seguirá sacan-
do todas sus criaturas. No obstante, hay que bañarse diariamente en
la nada, darse, de ser posible, una zambullida imaginaria en sus
profundidades y volver renovado para entregarse de nuevo a la
vida. (Coronel, 1985, p. 251)

En cambio, en la idea convencional que se ha constituido de Coronel


abunda la presencia abrumadora de un conversador, desde el que es posible
posesionarse tanto de la voz como del cuerpo (se trata en última instancia de una
cuestión de poder). Es lo que en la retórica de Derrida, se llama fonocentrismo
(Derrida, 1998). Sin embargo, si se sigue con cuidado la obra de Coronel, pensán-
dola no como obra de un maestro pintoresco que conversaba mucho, sino alguien
que usa una conceptualización conversacional para intervenir en la escritura, y de
manera poliforme, se advertirá que tal incursión— que abarca la poética, el ensa-
yismo, la filosofía de la historia, la autobiografía, la imagen de sí—clama por pare-
jas significativas, que dan sentido a su retórica y a su voluntad de poder: la con-
versación junto al silencio (silencio natural y silencio social); la abundancia junto al
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vacío; la civilización frente a la barbarie; la cultura frente a la naturaleza. O sea,


que a pesar de los desvelos simbólicos con que se ha acogido por lo general la
figura y la literatura de Coronel—ese deseo de hacer coincidir voz y cuerpo, que
también fatigó al propio escritor de Rápido tránsito—hay por suerte infinidad de
excesos producidos por la escritura, que no podemos obviar en un acercamiento
que se pretenda crítico de la obra de Coronel. La obra de Coronel llama pues a
ser estudiada y trabajada también desde el silencio y el vacío, como marca de sus
exclusiones y de su historicidad.

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