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El trabajo de la escritura que reconstruye el pasado del Imperio Inca tiene en el caso
del Inca Garcilaso y los Comentarios Reales el sentido del acceso a la vida, es una
suerte de chaca o chacana, puente o escala, en el lenguaje general del Perú, que
hace posible el traslado o pasaje desde un mundo, que ha dejado de existir a otro,
que en principio no reconoce a los recién llegados, quienes solo podrán empezar a
existir a partir de la palabra escrita en el código occidental pero en el respeto de los
nombres quechuas del espacio americano, que según afirma el autor no han de ser
traducidos ni sustituidos por los españoles.
La palabra del mito, “la barra de oro” se funde y confunde con la tierra americana. A
este principio de unidad responde el uso nominal del lenguaje en la obra del Inca y
en la Literatura Hispanoamericana que le sucede. También el pasaje mítico aludido
registra nombres autóctonos: Titicaca, Pacárec Tampu, Cuzco, Huanacauri. Y algo
más: el primigenio acto de nominación realizado por el primer Inca sobre Pacárec
Tampu cuyo significado de venta o dormida que amanece marca el momento del
inicio del Imperio Inca. De modo que espacio y tiempo quedan ligados, el nombre
revela el lugar del comienzo. Ante la instancia genésica de la nominación los
moradores sienten orgullo y forjan su identidad andina.
El Inca Garcilaso desde el diálogo que inicia a partir de sus cartas-prólogos con los
representantes del poder de la cultura dominante, emprende la tarea de construir la
relación intercultural, que le permita a él y sus semejantes, encontrar un espacio y
tiempo de vida, en la nueva edad mundo. El principio de unidad que desarrolla no se
detiene allí, ordena también la articulación de procesos de pensamiento
procedentes de los dos sistemas culturales en conflicto, y sus escrituras y
notaciones -quipus-. Y estructura la convergencia de instrumentos conceptuales
como el mito de la Edad de Oro, la Utopía y el Nuevo Mundo. Pero el núcleo de esta
relación unitaria, se centra en la imagen mítica de la barra de oro unida
indisolublemente a la tierra cuzqueña, es decir, en la relación de la palabra y su
tierra.
Cuando el Inca Garcilaso decide construir el puente entre el legado de la historia del
Imperio Inca y la cultura hispana dominante, introduce un cambio esencial en el
circuito andino, decide nombrar, desarrollar por escrito, un mundo para que no
muera y se pierda en el olvido. La variable de la nominación procede de la memoria
oral, hasta el momento silenciada, por las voces de la élite detentadora del antiguo
poder; el tránsito de la oralidad sustentada por el quipus - y otros sistemas, aún
inciertos, en la exactitud de sus funcionalidades, probablemente complementarios
como vasijas, tejidos, arquitecturas y pallares, etc. - acontece por obra de un
traductor cultural, que escribe desde una intención salvadora y legitimadora,
recreando un mundo pasado, para que viva en el futuro. Los rastros del
pensamiento andino, de sus historias y de sus proceso cognitivos, configuradores
de su visión y construcción del mundo, no son fáciles de reconocer y aislar, en
medio de un discurso que cumple con todas las reglas de la mejor prosa de los
siglos de oro, en España, y los silencios a que ella obliga.
Los hilos de la tierra que unían todos los elementos del sistema inca, como los de
las culturas prehispánicas que les precedieron, parecían haberse roto, los coloridos
y anudados de los quipus, pero también los que les unían a sus dioses, la confusión
de los dos indios, en el final del cuento, representa, entonces, la crisis de los
significados. Es aquí cuando la imagen con que el Inca Garcilaso abre la historia del
Imperio Inca, cobra toda su significación, una vez rotos los hilos que conducen por
los viejos caminos del sentido perdido: “Y pues estamos a la puerta de este gran
labirinto, será bien passemos adelante a dar noticia de lo que en él havía”.
Reencontrar los hilos para llegar al centro del laberinto significa religar la
comunicación humana, tender el puente, entre dos culturas que no se comprenden.
El desajuste procede de ese ver y no ver de los indios y de la carta, que representan
sistemas culturales con escrituras y religiones que se inscriben, la una dentro del
orden natural y la otra dentro del orden de lo sobrenatural. Los hilos que atan la
escritura occidental a la tierra son invisibles e intangibles, no así los hilos de los
quipus andinos, con sus colores y sus nudos y sus kipukamayoc, que remiten a un
mundo de referentes que se ubican dentro del espacio-tiempo : la Pacha. No existe
un vínculo tangible entre la carta y los melones. El cuento puede ser leído como
representación de la diferencia de códigos escriturales y culturales. La escritura
occidental no sostiene ninguna unión con la tierra y los indios no advierten su
manera de conexión con los melones. Por contrapartida, los españoles no descifran
la clave sagrada de los frutos de la tierra, siendo que los melones proceden del valle
sagrado de Pachacámac, consagrado al dios que lleva el nombre del lugar. De
manera que coexisten también dos lecturas posibles en relación a este relato, que el
lector desarrollaría según su origen andino o europeo.
El plan del Inca Garcilaso queda planteado con claridad: para conservar los antiguos
significados del Imperio andino los escribirá en una traducción que respetará
fielmente lo particular los nombres antiguos. Aquellos que los quipus no registraban
en nudos ni colores y que surgían en articulación con ellos, a través de la tradición
oral. A esto se suma la relación esbozada entre la antigua nominación y la función
religiosa, cuando precisa: “después acá se han trocado algunos nombres de
aquellos, por las iglesias parroquiales que en algunos barrios se han labrado”. Y es
verdad que sobre las antiguas bases de piedra de los palacios y templos incas, se
construyeron las iglesias cristianas, como los antiguos nombres quechuas fueron
sustituidos por los españoles. El proceso de pensamiento andino ha quedado
incorporado en este plan : un pensamiento conservador de las antiguas tradiciones,
donde lenguaje, naturaleza y religiosidad funcionan en un sistema de significados
unitario. La escritura occidental, con sus propios procesos de pensamiento, será el
vehículo e instrumento necesario, para conservar la memoria de la civilización inca y
con ella su identidad personal y colectiva. Su particularidad se salvará de la muerte
o extinción a través de la nominación original, cuyo significado mítico religioso se
hace presente, en las palabras que evocan su ausencia, provocada por la
construcción sustituyente de las iglesias parroquiales en el Cuzco colonial. La
diferencia nominal es la clave de la existencia personal y colectiva, en la tesis del
Inca Garcilaso, y esta tesis tendrá profundas repercusiones en el futuro de la
literatura y aún de la historia hispanoamericana. La escritura occidental y la lengua
castellana harán posible la comunicación con el mundo todo.