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LOS HILOS DE LA TIERRA

Tema: nominación del espacio o tierra americana en la lengua general de Perú -


quechua - y la defensa explícita que hace el Inca Garcilaso de la Vega de esta
estrategia en los Comentarios Reales.

La aproximación a los textos del escritor cuzqueño y su estrategia nominativa es un


registro instrumental con una función más amplia: el conocimiento de las relaciones
interculturales desde conceptos de escritura disímiles e incompatibles. Reconocer
sistemas de escritura no occidentales implica un verdadero ejercicio de alteridad,
que afecta a distintos procesos de pensamiento. También involucra concepciones
del hombre y el mundo variadas, y sistemas filosóficos, religiosos, sociales, políticos
y aún económicos. Porque la escritura, en tanto que movimiento de la conciencia
humana, se aprehende desde y para ella, como sistema de comunicación de
significados, que permanecen por encima del tiempo, construyendo y sosteniendo
un modelo de cultura, que a su vez lo produce y descifra.

La obra del Inca Garcilaso conforma un ciclo de relaciones interculturales, cuya


finalidad es la legitimación del Imperio Inca, como corpus colectivo y personal. Para
rescatar el legado de este imperio, y por ende la propia identidad, el autor emprende
su reconstrucción histórica a través de la escritura occidental. Los Comentarios
Reales como centro del ciclo revelan el sustrato ideológico y las estrategias de la
comunicación intercultural. El escritor da vida al pasado del colectivo desde la
escritura, desde el poder genésico del nombrar, con la intención de construir o
rescatar futuras naciones . Se trata de un pensamiento integrador, coherente con la
intención del Inca de ingresar al diálogo universal, ingreso que sólo es posible a
partir de la existencia viva y reconocida de una identidad.

El trabajo de la escritura que reconstruye el pasado del Imperio Inca tiene en el caso
del Inca Garcilaso y los Comentarios Reales el sentido del acceso a la vida, es una
suerte de chaca o chacana, puente o escala, en el lenguaje general del Perú, que
hace posible el traslado o pasaje desde un mundo, que ha dejado de existir a otro,
que en principio no reconoce a los recién llegados, quienes solo podrán empezar a
existir a partir de la palabra escrita en el código occidental pero en el respeto de los
nombres quechuas del espacio americano, que según afirma el autor no han de ser
traducidos ni sustituidos por los españoles.

El mundo prehispánico construye el mundo desde la relación lenguaje-naturaleza.


La nominación del espacio o tierra americana responde a una necesidad de unidad,
que se remonta a sociedades arcaicas que poblaron el continente, durante siglos
antes de la llegada de los españoles. Cuando estos irrumpen y tiene lugar la
conquista, el sistema se desintegra, tiene lugar la pérdida de los significados, la
ruptura epistemológica, plasmada una y otra vez, por el Inca Garcilaso en sus
escritos. Frente a ella esgrime los nombres antiguos, de la lengua general del Perú,
como lazo de unión con la tierra, de la que se fue a los veinte años. Su obra está
escrita en el mejor castellano de los siglos de oro, pero los lugares de su país
nativo, son una y otra vez nombrados en la lengua que extendió el Inca Pachacutec
por todo su Imperio. Ningún discurso puede resultar más elocuente, de esta relación
de unión con la tierra, que uno de los propios mitos que transmite Garcilaso, a
través de la voz de su tío, en los Comentarios Reales, sobre el origen del Imperio
Inca.

El Inca Garcilaso recupera de la tradición inca, a través de su tío, el mito fundacional


del Imperio, cuyo centro sagrado es la ciudad de Cuzco. La barra de oro que hundió
en su valle el primer Inca representa el lazo sagrado con la tierra, una unión que
pudo caer en el olvido, pero fue rescatada desde la tradición andina. En la memoria
del hombre americano sigue brillando en la profundidad del valle, la unión es “sólida”
e “indestructible”.

La palabra del mito, “la barra de oro” se funde y confunde con la tierra americana. A
este principio de unidad responde el uso nominal del lenguaje en la obra del Inca y
en la Literatura Hispanoamericana que le sucede. También el pasaje mítico aludido
registra nombres autóctonos: Titicaca, Pacárec Tampu, Cuzco, Huanacauri. Y algo
más: el primigenio acto de nominación realizado por el primer Inca sobre Pacárec
Tampu cuyo significado de venta o dormida que amanece marca el momento del
inicio del Imperio Inca. De modo que espacio y tiempo quedan ligados, el nombre
revela el lugar del comienzo. Ante la instancia genésica de la nominación los
moradores sienten orgullo y forjan su identidad andina.

El símbolo, entonces, se propone como lazo de unión con su referente: el elemento


natural -valle de Rucma o puma o jaguar-. La diferencia y originalidad de este uso
surge a partir de la intensificación de la unión entre el lenguaje y la tierra americana,
y de la necesidad de atenuar, consecuentemente, las fronteras entre arte o discurso
histórico y la vida. Desde este espacio relacionante entre el orden natural y el orden
lingüístico, se reconstruye en los Comentarios Reales, el hilo de los significados
perdidos.

El Inca Garcilaso desde el diálogo que inicia a partir de sus cartas-prólogos con los
representantes del poder de la cultura dominante, emprende la tarea de construir la
relación intercultural, que le permita a él y sus semejantes, encontrar un espacio y
tiempo de vida, en la nueva edad mundo. El principio de unidad que desarrolla no se
detiene allí, ordena también la articulación de procesos de pensamiento
procedentes de los dos sistemas culturales en conflicto, y sus escrituras y
notaciones -quipus-. Y estructura la convergencia de instrumentos conceptuales
como el mito de la Edad de Oro, la Utopía y el Nuevo Mundo. Pero el núcleo de esta
relación unitaria, se centra en la imagen mítica de la barra de oro unida
indisolublemente a la tierra cuzqueña, es decir, en la relación de la palabra y su
tierra.

Un claro exponente de la relación de la escritura y la naturaleza en el marco de las


relaciones interculturales europeas y americanas, se presenta en Los Comentarios
Reales, a través del cuento de la carta y los melones. Se ubica en el capítulo “De la
hortaliza y yervas, y de la grandeza dellas”. Lo mínimo que podemos decir es que el
relato breve surge en medio de un discurso que detalla las riquezas naturales
autóctonas del Perú, y las que procedían de España, separadamente. El cuidado
por discriminar la procedencia de los productos de las tierras se complementa con la
preocupación por asignar a cada elemento natural su nombre original y verdadero.
El argumento del cuento presenta una situación en que un capataz español envía
diez melones y una carta con dos indios al dueño de las tierras en que trabaja. Son
advertidos de la prohibición de comer la fruta y de que la carta revelará la falta. Los
indios no resisten la tentación, comen dos melones, pero ubican la carta detrás de
un paredón para no ser vistos por ella. Cuando finalmente son descubiertos no
comprenden el poder de la escritura occidental y esto les lleva a un error de
desciframiento mayor cuando confunden hombres con dioses.

Martin Lienhard amplifica el concepto de escritura, pone en tela de juicio la idea de


que las sociedades prehispánicas carecieron de ella, y discrepa desde una lectura
occidental con el planteo del cuento de la carta del Inca Garcilaso: ​“Todas las
sociedades autóctonas conocidas elaboraron antes de la irrupción de los europeos,
algún sistema gráfico o de notación que correspondiera a sus necesidades
concretas. Ellas no fueron, contrariamente a lo que insinuaron a través de sendas
anécdotas Garcilaso o, en fechas más recientes, Lévi-Strauss, sociedades ‘sin
escritura’. Y concretamente sobre el cuento de la carta, escribe: Anécdota
inverosímil: en el país de los kipu, instrumentos perfeccionados para la conservación
de datos numéricos, los indios podían perfectamente imaginarse la capacidad
delatora de un escrito”.

Cuando el Inca Garcilaso decide construir el puente entre el legado de la historia del
Imperio Inca y la cultura hispana dominante, introduce un cambio esencial en el
circuito andino, decide nombrar, desarrollar por escrito, un mundo para que no
muera y se pierda en el olvido. La variable de la nominación procede de la memoria
oral, hasta el momento silenciada, por las voces de la élite detentadora del antiguo
poder; el tránsito de la oralidad sustentada por el quipus - y otros sistemas, aún
inciertos, en la exactitud de sus funcionalidades, probablemente complementarios
como vasijas, tejidos, arquitecturas y pallares, etc. - acontece por obra de un
traductor cultural, que escribe desde una intención salvadora y legitimadora,
recreando un mundo pasado, para que viva en el futuro. Los rastros del
pensamiento andino, de sus historias y de sus proceso cognitivos, configuradores
de su visión y construcción del mundo, no son fáciles de reconocer y aislar, en
medio de un discurso que cumple con todas las reglas de la mejor prosa de los
siglos de oro, en España, y los silencios a que ella obliga.

Los hilos de la tierra que unían todos los elementos del sistema inca, como los de
las culturas prehispánicas que les precedieron, parecían haberse roto, los coloridos
y anudados de los quipus, pero también los que les unían a sus dioses, la confusión
de los dos indios, en el final del cuento, representa, entonces, la crisis de los
significados. Es aquí cuando la imagen con que el Inca Garcilaso abre la historia del
Imperio Inca, cobra toda su significación, una vez rotos los hilos que conducen por
los viejos caminos del sentido perdido: ​“Y pues estamos a la puerta de este gran
labirinto, será bien passemos adelante a dar noticia de lo que en él havía”.
Reencontrar los hilos para llegar al centro del laberinto significa religar la
comunicación humana, tender el puente, entre dos culturas que no se comprenden.

El desajuste procede de ese ver y no ver de los indios y de la carta, que representan
sistemas culturales con escrituras y religiones que se inscriben, la una dentro del
orden natural y la otra dentro del orden de lo sobrenatural. Los hilos que atan la
escritura occidental a la tierra son invisibles e intangibles, no así los hilos de los
quipus andinos, con sus colores y sus nudos y sus kipukamayoc, que remiten a un
mundo de referentes que se ubican dentro del espacio-tiempo : la Pacha. No existe
un vínculo tangible entre la carta y los melones. El cuento puede ser leído como
representación de la diferencia de códigos escriturales y culturales. La escritura
occidental no sostiene ninguna unión con la tierra y los indios no advierten su
manera de conexión con los melones. Por contrapartida, los españoles no descifran
la clave sagrada de los frutos de la tierra, siendo que los melones proceden del valle
sagrado de Pachacámac, consagrado al dios que lleva el nombre del lugar. De
manera que coexisten también dos lecturas posibles en relación a este relato, que el
lector desarrollaría según su origen andino o europeo.

En 1931, Fortunado Herrera publica en Cuzco, desde su Cátedra de Fitografía, el


artículo titulado El Inca Garcilaso de la Vega: primer botanista cuzqueño. Y afirma:
“Su valiosa contribución al conocimiento de las plantas usuales entre los Incas; su
previsión al señalar las plantas aborígenes de aquellas que fueron introducidas por
los españoles y más que todo su interés al anotar los nombres vulgares
vernaculares y los de procedencia extranjera, le dan derecho a considerarlo entre
los hombres que han contribuido al progreso de las ciencias naturales en Perú”.
Sorprende la amplitud del registro, de modo que parece totalmente fundamentada la
calificación de primer botanista cuzqueño. Pero tampoco deja de sorprender la
mirada precisa del científico al descubrir con tanta claridad la relación de la
naturaleza con la lengua quechua, y el carácter sagrado de ambas. Porque es de tal
importancia esta tríada conceptual, que a partir de ella se comprende el vínculo
indisoluble que para el hombre andino tiene el nombre y la tierra nombrada, que por
sagrado es verdadero e incambiable.

El plan del Inca Garcilaso queda planteado con claridad: para conservar los antiguos
significados del Imperio andino los escribirá en una traducción que respetará
fielmente lo particular los nombres antiguos. Aquellos que los quipus no registraban
en nudos ni colores y que surgían en articulación con ellos, a través de la tradición
oral. A esto se suma la relación esbozada entre la antigua nominación y la función
religiosa, cuando precisa: ​“después acá se han trocado algunos nombres de
aquellos, por las iglesias parroquiales que en algunos barrios se han labrado”. Y es
verdad que sobre las antiguas bases de piedra de los palacios y templos incas, se
construyeron las iglesias cristianas, como los antiguos nombres quechuas fueron
sustituidos por los españoles. El proceso de pensamiento andino ha quedado
incorporado en este plan : un pensamiento conservador de las antiguas tradiciones,
donde lenguaje, naturaleza y religiosidad funcionan en un sistema de significados
unitario. La escritura occidental, con sus propios procesos de pensamiento, será el
vehículo e instrumento necesario, para conservar la memoria de la civilización inca y
con ella su identidad personal y colectiva. Su particularidad se salvará de la muerte
o extinción a través de la nominación original, cuyo significado mítico religioso se
hace presente, en las palabras que evocan su ausencia, provocada por la
construcción sustituyente de las iglesias parroquiales en el Cuzco colonial. La
diferencia nominal es la clave de la existencia personal y colectiva, en la tesis del
Inca Garcilaso, y esta tesis tendrá profundas repercusiones en el futuro de la
literatura y aún de la historia hispanoamericana. La escritura occidental y la lengua
castellana harán posible la comunicación con el mundo todo.

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