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Posteriormente al gobierno de Aramburu, la resistencia peronista durante ese período es
reinterpretada como un hito en la historia de la combatividad de la clase trabajadora, en
términos cuasi revolucionarios. En los años 1956-57 estuvieron plagados por huelgas y una
constante resistencia en el lugar de trabajo por conservar las victorias conseguidas durante la
experiencia peronista.
El movimiento sindical ahora era dirigido por una nueva generación de líderes sindicales,
surgidos de las bases y con una posición que alentaba la democracia y la participación de los
afiliados gremiales.
Los periódicos sindicales clandestinos permiten ver algunas pervivencias de la ideología
peronista, como la insistencia en el nacionalismo económico, antiimperialista y anti-oligarca
(que provocó las primeras críticas al gobierno militar, tras los acuerdos con el FMI, la
liberalización del mercado y el traslado de ingresos a la agricultura).
Se asocia el componente de la soberanía nacional al pacto de clases. La idea de aquello que
garantiza el estado peronista, era un desarrollo de la economía nacional basado en una
alianza de clases.
Otro de los puntos fervientemente defendidos eran las concesiones logradas durante la
presidencia peronista, que bajo el término “justicia social” entendía al capital humanizado y
equitativo, opuesto al capital especulador y explotador, en otros términos, una armonía de
clases.
Si bien pervivieron elementos de la retórica peronista, se encontraban también fragmentos
de un “contradiscurso”, producto de la experiencia de lucha social concreta. La solidaridad y
la defensa de los otros en los conflictos cotidianos dentro del lugar de trabajo propiciaron
nuevos sentimientos como, por ejemplo, un fuerte antipoliticismo producto del escepticismo
ante la hipocresía del gobierno militar, que a la vez que se autoproclamaba democrático,
utilizaba medidas represivas para hacer cumplir sus demandas, y ante el aislacionismo de la
propia clase obrera, abandonada a su suerte por las demás y defraudada por la política.
Para James, la mezcla de elementos de la teoría económica marxista,anarcosindicalismo, y
devoción personal a la figura de Perón, evidencia la construcción de un contradiscurso a
través de la experiencia, que planteaba una independización de la clase obrera a tal punto
que en muchos aspectos desafiaba los supuestos de la ideología peronista oficial.
La ambigüedad entre lo dicho y hecho, entre la teoría oficial y la práctica concreta, llevó a una
serie de experiencias que, en algunos casos, entrevé la construcción de un contradiscurso, y
en otros plantea la insistencia por máximas ideológicas y la añoranza a un pasado
desvanecido en un contexto social radicalmente distinto.
La razón de esta ambigüedad reside también en la realidad política que sufría el país. La
confrontación ideológica entre “peronistas” y “antiperonistas” muchas veces opacó la
verdadera lucha de clases, por lo que los aliados y enemigos se dibujaban por lineamientos
políticos, no por estatutos socioeconómicos.
El “obrerismo” fue uno de los elementos constituyentes de la mentalidad de la clase
trabajadora, exaltado durante la experiencia peronista, esta última adoptó ciertos términos
despectivos (“cabecitas negras”), insistiendo en el aspecto revolucionario. La clase obrera
debe soportar la dureza y marginalidad, a la vez que celebra los valores afectivos tanto de la
familia como del compañerismo en el lugar de trabajo.
Otro de los aspectos de la mentalidad obrera será la nostalgia por la era peronista, el
contraste entre un pasado glorificado y el caos reinante pos 1955. El pasado no era solo para
anhelar por capricho, sino para preparar un programa a efectuar en el futuro bajo los
supuestos de la justicia social y el paternalismo estatal. La vuelta de Perón simbolizaba más
que un afecto a su persona, una añoranza y expectativa por la vuelta de la dignidad y el final
de la explotación.
En el lapso 1955-1958 las mentalidades estuvieron lejos de ser homogéneas y polarizadas. Si
bien la ideología peronista conservaba su atractivo, hubo un claro desacuerdo entre la
realidad vivida y la filosofía formal, lo que constituyó la base para la aparición de un
contradiscurso.
El apoyo a Frondizi se basaba en la expectativa de la recreación de un Estado nacional
paternalista que salvaguardara los principios de la justicia social. Sin embargo,
posteriormente el orgullo y frustración de la clase obrera constituiría el ala de una prolongada
oposición a Frondizi y a los burócratas sindicales, que apuntaban a la formación de un Estado
desarrollista que no iba en concordancia con las esperanzas de los trabajadores.
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