Un cazador al poco de haber sido reconocido como hombre se casa.
Su primera esposa, hija de uno
de los más importantes miembros de la tribu, es conocida por su voraz apetito sexual. Durante los primeros siete días, el cazador es arrastrado una y otra vez al interior de la cabaña para satisfacer a su hambrienta esposa. El cazador está débil y tiembla como si hubiese sido poseído por un mal espíritus. Los mayores, preocupados por él, se reúnen para decidir qué hacer. Amainyuq, una de las ancianas más veneradas de la tribu, recuerda un caso similar que ocurrió hará treinta retornos, una mujer insatisfecha de la savia de su marido, chupaba y chupaba sin quedar nunca satisfecha. Los ancianos de entonces, temerosos de la muerte del marido y de la desgracia de su fantasma errabundo, decidieron unir a ambos durante todo un ciclo de luna. El hombre debía unir su boca al sexo de su mujer durante todo un ciclo de luna, alimentándose de sus fluidos e inhalando las emanaciones de su cuerpo, de tal forma que concluido el ciclo de luna, la semilla del hombre estuviese hecha toda de su mujer, así, cuando terminado el ciclo copulasen, la mujer sería llenada por el hombre de todo lo que le faltaba, y la mujer, completa, pudiera expulsar al espíritu insaciable que la poseía. La anciana concluyó, que ésta había sido una buena decisión, pues el hombre, después de actuar según lo referido, había recuperado su antigua manera de ser, y había vivido muchos años. Se decidió entonces, actuar de esta manera, y efectivamente, pasado el ciclo lunar, hombre y mujer vivieron felices durante muchos años el uno satisfecho del otro.