Los primeros trabajos sobre el concepto de control consideraban que se
trataba de un rasgo de personalidad. El locus de control, derivado de la teoría del aprendizaje social de Rotter, es una creencia generalizada que, cuando es interno y no externo, podría hacer que un individuo se comportase como si esperase obtener grandes reforzadores por su comportamiento (Rotter, 1966). Además, la creencia de locus de control interno sólo permitía predecir la conducta en las situaciones en las que se valoraban las recompensas/resultados. Por tanto, el locus de control hace referencia a la expectativa, parecida a un rasgo, de que las acciones personales serán eficaces en el control o dominio del ambiente, clasificándose a los individuos en función de su creencia interna o externa. Según Rotter, un individuo «interno» asumirá la responsabilidad de lo que le ocurre; por ejemplo, atribuirá los éxitos a sus propios esfuerzos y los fracasos a su propia vaguería. Un individuo «externo» tendrá más probabilidades de creer que las fuerzas externas, o el azar, controlan su vida, y atribuirá probablemente tanto sus éxitos como sus fracasos a la suerte o el azar. Por tanto, estas creencias influirán sobre la conducta del individuo. Se considera que los individuos internos tienen sistemas cognitivos más eficientes y que gastan más energía en obtener información que les permitirá influir sobre los acontecimientos de importancia personal. En otras palabras, los individuos con una orientación interna realizarán más esfuerzos de afrontamiento centrado en los problemas cuando tienen que afrontar factores de estrés personal o social.
Una pregunta importante que hay que plantear en este sentido es la de
«¿control sobre qué?» Se han descrito varios tipos de control: Conductual: la creencia de que uno dispone de conductas que reducirán el impacto negativo del factor estresante, por ejemplo, utilizando técnicas de respiración controlada antes y durante un procedimiento odontológico doloroso. Cognitivo: la creencia de que uno tiene determinados procesos o estrategias cognitivas disponibles que reducirán el impacto negativo del factor estresante, por ejemplo, distraerse de un dolor quirúrgico centrándose en pensamientos agradables de unas próximas vacaciones o unas vacaciones anteriores. Decisional: tener la oportunidad de elegir entre opciones, por ejemplo, recibir anestesia local antes de la extracción de una muela (¡teniendo en cuenta que los efectos pueden durar horas!), o someterse a la extracción sin anestesia. Informacional: tener la oportunidad de averiguar cosas sobre el factor estresante; es decir, obtener información sobre qué, por qué, cuándo, dónde, posibles resultados, probabilidades, etc Retrospectivo: atribuciones sobre la causa o el control de un suceso realizadas después de que ocurra: es decir, búsqueda del significado de un suceso que pueda dar cierto sentido de orden en la vida; por ejemplo, culpar de un defecto de nacimiento a un gen defectuoso (interno) puede ser una respuesta más adaptativa que culpar externamente, aunque no está muy claro que sea así.
La autoeficacia y el locus de control percibido son dos importantes
conceptos del control utilizados en psicología de la salud y se podría considerar que abarcan distintas fases del proceso de afrontamiento; por ejemplo, el locus de control es una valoración del grado en que el individuo cree que puede controlar los resultados, mientras que la autoeficacia hace referencia a la valoración de los recursos y las habilidades que el individuo cree que puede utilizar para alcanzar los resultados deseados. En relación atribución causal Por la que un individuo atribuye la causa de un suceso, sentimiento o acción a sí mismo, a los demás, al azar o a otro agente causal con las creencias sobre el control también se encuentran las atribuciones causales Estrés y Emociones El papel que desempeña la depresión a la hora de aumentar la incidencia/ probabilidad de experimentar enfermedades es controvertido y depende de la enfermedad en cuestión. El estudio del Condado de Alameda no encontró ningún efecto de un estado de ánimo deprimido sobre la incidencia de las enfermedades cardiovasculares; sin embargo, otros estudios han relacionado la depresión y la hipertensión, incluso teniendo en cuenta otros factores de riesgo. Por ejemplo, el estudio sobre riesgo cardiovascular de Framingham concluyó que la depresión, al igual que la ansiedad, predecía la incidencia de hipertensión durante 20 años, incluso teniendo en cuenta la edad, el consumo de tabaco y la obesidad. Respecto al cáncer, un importante estudio demostró que la depresión grave y recurrente en una muestra de personas mayores predecía una mayor incidencia del cáncer de mama.
También se ha encontrado una relación significativa entre un estado
de ánimo deprimido y la mortalidad por un ataque al corazón (infarto de miocardio). Por ejemplo, Frasure-Smith, Lespérance y Talajic (1995) han concluido que la depresión permitía predecir mejor la muerte que el grado de daño al corazón o que haber tenido un ataque al corazón anterior. Los trabajos posteriores han confirmado estas conclusiones; por ejemplo, un impresionante estudio longitudinal de 237 hombres sanos (Vaillant, 1998) concluyó que el 45 por ciento de los que habían tenido un episodio de depresión anterior o en el momento de la evaluación inicial habían fallecido en el momento de la evaluación de seguimiento (55 años más tarde) comparado con sólo el 5 por ciento de los que no habían experimentado ese episodio. Ni la depresión ni la ansiedad permitían predecir la supervivencia en dos estudios longitudinales con pacientes de infarto cerebral realizados en Escocia, aunque otros estudios con seguimientos a más largo plazo han identificado una relación significativa. La investigación también ha intentado identificar las emociones relacionadas con el mayor riesgo de cáncer. Uno de estos estudios es el estudio Western, que hizo un seguimiento a 17 y 20 años y concluyó que aquellos participantes que inicialmente tenían elevadas puntuaciones en la subescala de depresión global del Inventario Multifásico de la Personalidad Minnesota tenían una mayor incidencia de cáncer en el seguimiento. Sin embargo, esto se atribuyó posteriormente a factores del entorno. Otro estudio longitudinal a gran escala, el estudio del Condado de Alameda, no reprodujo estos resultados. Aunque hay cierta sugerencia de que los sentimientos de desesperanza e indefensión relacionados con la depresión están implicados en la aparición del cáncer parece que la evidencia respalda más, como en el caso de las enfermedades cardiovasculares, que la depresión influye sobre los resultados más que sobre la etiología.
También se ha descubierto que la depresión está relacionada con la
conducta que tiene una persona cuando tiene que asumir un suceso estresante como una enfermedad. Se considera que la depresión reduce la probabilidad de que se tenga una conducta saludable o se abandone una conducta insana. Por ejemplo, los individuos que han experimentado un ataque al corazón (infarto de miocardio) y que mostraban posteriormente una depresión tenían menos tasas de abandono del tabaquismo que las personas que no mostraban señales de depresión cinco meses después del infarto de miocardio