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En la muerte de un diácono

1. RECIBIMIENTO DEL CADÁVER


El cadáver del diácono se coloca con la cabeza hacia el altar y los pies hacia la puerta; A
continuación, puede colocarse sobre el ataúd la dalmática, la estola y el evangeliario, mientras el
celebrante dice las fórmulas siguientes:

Mira, Señor, con misericordia, a tu siervo N., 



que, mientras servía en tu Iglesia,

llevaba estas vestiduras de fiesta;

concédele que ahora, 

revestido de gloria en tu presencia,

te celebre con tus santos eternamente.
Mientras se coloca el Evangeliario:

Que el diácono N.,



que tuvo en este mundo la misión

de proclamar el Evangelio de Cristo, 

goce ahora contemplando, cara a cara, aquella misma verdad

que, cuando vivía en este mundo, anunció solemnemente a sus
hermanos.
A continuación, se introduce el cadáver en la iglesia y se pone ante el altar, colocando, si es
posible, junto a él el cirio pascual. Una vez que los familiares del difunto se han colocado en sus
lugares, el ministro saluda a la asamblea, diciendo:

— El Señor esté con ustedes. R. Y con tu espíritu.

Luego, se dirige a los fieles reunidos en la iglesia con las siguientes palabras u otras parecidas:

Hermanos: Al reunimos este grupo de presbíteros y diáconos y los fieles de la comunidad


(parroquia) de N., para celebrar las exequias de N., diácono de la Iglesia, a quien nos
unían vínculos de la fe y del bautismo [y del ministerio], recordemos las palabras del
Señor: "Voy a prepararles un lugar, para que donde estoy yo, estén también ustedes".

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Con esta confianza, participemos en la Eucaristía, para unir la acción de gracias, las
ofrendas y las súplicas por nuestro hermano N., al sacrificio de Cristo.

[Si era diácono con esposa e hijos:

Pidamos también por su esposa y por sus hijos y familiares, para que reciban el consuelo
de la fe y la alegría de haber ayudado a la Iglesia].

[Que el Señor, que nos invita a la mesa de su Palabra y de su Cuerpo y Sangre, nos
conceda la conversión de nuestros corazones para que se acreciente nuestra comunión
con Dios y con los hermanos].

Nuestro hermano N., diácono, duerme en la paz c Cristo. Confiémoslo al amor de Dios,
nuestro Padre a la intercesión de la Iglesia del cielo, antes de sepulta su cuerpo en la
tierra, en la espera de la resurrección

El que tantas veces sirvió al Señor y a los hermanos con su ministerio, merece este último
gesto de honor y de veneración. Con él queremos recordar, sobre todo, su bautismo,
puerta de salvación y principio de todas las gracias y dones que Dios derramó en su vida.

Que el Señor lo reconozca entre sus servidores fieles y le dé la posesión de su reino. El que
preside puede encender en este momento el cirio pascual, diciendo la siguiente fórmula:

Junto al cuerpo, ahora sin vida,



de nuestro hermano N., encendemos, Señor Jesucristo, esta llama, símbolo de tu cuerpo
glorioso y resucitado; que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas

y alumbre nuestro camino de esperanza, hasta que lleguemos a ti, Claridad eterna, que
vives y reinas, inmortal y glorioso,

por los siglos de los siglos.

R. Amén.

Luego, se reza la siguiente letanía por el difunto:

Letanía por el difunto


— Tú que libraste a tu pueblo de la esclavitud de Egipto. 

R. — Recibe a tu siervo en el paraíso.

Tú que abriste el mar Rojo ante los israelitas



que caminaban hacia la libertad prometida. R.

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Tú que diste a tu pueblo

posesión de una tierra que manaba leche y miel. R.

Tú que quisiste que tu Hijo



llevara a realidad la antigua Pascua de Israel. R.

Tú, que por la muerte de Jesús,



iluminas las tinieblas de nuestra muerte. R.

Tú, que en la resurrección de Jesucristo, 



has inaugurado la vida nueva de los que han muerto. R.

Tú que, en la ascensión de Jesucristo,



has querido que tu pueblo vislumbrara su entrada en la tierra de promisión definitiva.R. 


ORACIÓN COLECTA

(Misal Romano, Diversas oraciones por los difuntos. 4. Por un Diácono)

4. POR UN DIÁCONO

Te rogamos, Dios misericordioso,



que concedas a tu siervo N., diácono,

a quien le concediste ejercer el ministerio en tu Iglesia,

tener parte contigo en la eterna felicidad del cielo.

Por nuestro Señor Jesucristo.

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Liturgia de la palabra 

Is 25, 6. 7-9 (n. 116 en Leccionario)

Lectura del libro del profeta Isaías 25, 6. 7-9. 



El Señor destruirá la muerte para siempre.

En aquel día, el Señor del universo preparará sobre este monte 



un festín con platillos suculentos para todos los pueblos;

un banquete con vinos exquisitos y manjares sustanciosos.

Destruirá la muerte para siempre;



el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y borrará de toda la tierra la
afrenta de su pueblo.

Así lo ha dicho el Señor.

En aquel día se dirá:



"Aquí está nuestro Dios,

de quien esperábamos que nos salvara.

Alegrémonos y gocemos con la salvación que nos trae, porque la mano del Señor
reposará en este monte". Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 

Sal 22: (n. 749 en Leccionario)

Del salmo 22



R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

El Señor es mi pastor, nada me falta; 



en verdes praderas me hace reposar

y hacia fuentes tranquilas me conduce 

para reparar mis fuerzas. R.

Por ser un Dios fiel a sus promesas,



me guía por el sendero recto;

así, aunque camine por cañadas oscuras,

nada temo, porque tú estás conmigo.

Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R.

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Tú mismo me preparas la mesa,

a despecho de mis adversarios;

me unges la cabeza con perfume

y llenas mi copa hasta los bordes R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán 



todos los días de mi vida;

y viviré en la casa del Señor

por años sin término. R.

Segunda Lectura (n.514 Leccionario)



Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos 

14, 7-9. 10-12

Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos,
para el Señor vivimos; y si morimos para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que
estemos vivos o hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo murió y resucitó para
ser Señor de vivos y muertos.

Todos vamos a comparecer ante el tribunal de Dios. Como dice la Escritura: Juro por mí
mismo, dice el Señor, que todos doblarán la rodilla ante mí y todos reconocerán
públicamente que yo soy Dios.

En resumen: cada uno dé nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios.

Palabra de Dios. 


Aclamación antes del Evangelio


Aleluya, Aleluya

Mt 25, 34 (n. 958)

Vengan benditos de mi Padre, dice el Señor; tomen posesión del Reino preparado para
ustedes desde la creación del mundo.

Aleluya, Aleluya.


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Evangelio según san Juan (cap. 6, 51-58) (n. 380 Leccionario)

Lectura del santo Evangelio según san Juan 

6, 51-58

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Yo soy el pan vivo que

ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy
a dar es mi carne para que el mundo tenga vida".

Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: "¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?"

Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su
sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene
vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y


bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la
vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí.

Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues
murieron. El que come de este pan vivirá para siempre".

Palabra del Señor.

HOMILIA


Introducción 

* Saludo a la asamblea. 

* Sólo la palabra viva de Dios consuela.

Desarrollo

* Nuestro hermano N., Diácono, al servicio de la Palabra viva y al altar como ministro
para la distribución del Pan vivo.

* Se alimento del Pan vivo, que es prenda de su salvación y con el cual alimentó a
muchos.

* Nuestra esperanza: Cristo. Somos del Señor en vida o muerte (Rom). Preparado para el
banquete celestial (Isaías).

* Vive con Cristo y en Cristo.


Conclusión

*Nuestra alegría y esperanza cristiana.

*Nuestro hermano vive. 

*El buen pastor lo conduzca a verdes praderas.

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PLEGARIA UNIVERSAL

15. En la muerte de un obispo, un presbítero o un diácono

Hermanos: Oremos a Dios Padre misericordioso, que nos reúne para celebrar la muerte
y resurrección de su Hijo, para que conceda la felicidad de su reino a nuestro hermano
N., a quien en el bautismo llamó a la vida eterna y en el sacramento del orden puso al
servicio de su pueblo.

Por el obispo, un presbítero o un diácono:



— Por nuestro hermano N. [obispo, presbítero, diácono], elegido para hacer las veces de
Cristo en medio de la comunidad cristiana, para que sea contado entre los
servidores fieles y reciba el premio de sus trabajos, roguemos al Señor.

R. Te rogamos, Señor.

Por un diácono:

— Por el que fue ordenado para proclamar el Evangelio y servir al altar y a los pobres,
para que participe para siempre en el banquete celeste y en la alabanza de los
bienaventurados, roguemos al Señor. R.

—  Por la Iglesia santa de Dios, para que no se vea privada de los ministros

necesarios del Evangelio y de los sacramentos, roguemos al Señor. R.

—  Por esta comunidad de N., que conoció la dedicación pastoral de nuestro hermano N.,
para que guarde con amor su memoria y persevere siempre en la fe, roguemos al
Señor. R.

—  Por todos nosotros, para que a imagen de Cristo, buen Pastor, demos día a día la vida
por nuestros hermanos, roguemos al Señor. R. 


Dios nuestro, que quisiste dar pastores a tu pueblo, al elevar nuestras oraciones

en favor de nuestro hermano N., [Obispo, presbítero, diácono de esta iglesia], 

te pedimos que le concedas el premio prometido a tus servidores fieles y solícitos.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

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LITURGIA EUCARÍSTICA

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

MUÉSTRATE propicio, Señor, con tu siervo N., diácono,



por cuya salvación te ofrecemos en este sacrificio,

así, en unión con los siervos que te fueron fieles, resucite a la gloria eterna.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO V DE DIFUNTOS

Nuestra resurrección por la victoria de Cristo (p. 553 MR)


PLEGARIA EUCARÍSTICA II

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

ALIMENTADOS con tus dones sagrados, 



te rogamos humildemente, Señor,

que, por la eficacia de este sacrificio,

concedas benignamente a tu siervo N., diácono,

a quien llamaste en tu Iglesia a formar parte de tus servidores,

que, libre ya de los lazos de la muerte,

tenga parte con quienes desempeñaron bien el ministerio

y entre gozar de tu presencia.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

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3. ÚLTIMO ADIÓS AL CUERPO DEL DIFUNTO
El que preside, colocado cerca del ataúd, se dirige a los fieles con las siguientes palabras u otras
parecidas:

Con una gran esperanza, despedimos a nuestro hermano N., Su vida ha sido, entre
nosotros, un signo de que no tenemos morada permanente en este mundo: "Mientras
vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe".

Honremos este cuerpo que fue templo del Espíritu Santo y ofrenda viva, santa y grata a
Dios, por la consagración religiosa. Pidamos al Padre de las misericordias, por
intercesión de la Virgen María, de san N. (patrono o fundador) y de todos los santos, que
reciba a su siervo y le conceda participar en la felicidad de los justos.

Todos oran unos momentos en silencio. Luego, el que preside continúa, diciendo:

No temas, hermano, Cristo murió y resucitó por ti. El Señor te protegió durante tu vida;
por eso, esperamos que también te librará, en el último día, de la muerte que acabas de
sufrir. Por el bautismo, fuiste hecho miembro de Cristo resucitado: el agua que ahora
derramaremos sobre tu cuerpo nos lo recordará. [Dios te dio su Espíritu Santo, que
consagró tu cuerpo como templo suyo; el incienso con que perfumaremos tus despojos
será símbolo de tu dignidad de templo de Dios y acrecentará en nosotros la esperanza de
que este mismo cuerpo resucitará gloriosamente como el de Jesucristo].

Después, el que preside camina alrededor del ataúd aspergiéndolo con agua bendita: (luego pone
incienso, lo bendice y da una segunda vuelta perfumando el cadáver con incienso); Invocaciones

— Que nuestro hermano viva eternamente en paz junto a ti. 



R. Señor, ten piedad. (O bien: Kyrie, eléison).

— Que participe contigo



de la felicidad eterna de los santos. R.

—  Que contemple tu rostro glorioso



y tenga parte en la alegría sin fin. R.

—  Señor Jesucristo,

recíbelo (recíbela) junto a ti

con todos los que nos han precedido. R.

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Después, el que preside añade la siguiente oración:

Oremos.

A tus manos, Padre de bondad,

encomendamos el alma

de nuestro hermano (nuestra hermana)

con la firme esperanza

de que resucitará en el último día,

con todos los que han muerto en Cristo.

Te damos gracias

por todos los dones con que lo (la) enriqueciste a lo largo de su vida; 

en ellos reconocemos un signo de tu amor

y de la comunión de los santos.

Dios de misericordia,

acoge las oraciones que te presentamos

por este hermano nuestro (esta hermana nuestra) que acaba de dejarnos 

y ábrele las puertas de tu mansión.

Y a sus familiares y amigos,

y a todos nosotros,

los que hemos quedado en este mundo, concédenos saber consolarnos con
palabras de fe, hasta que también nos llegue el momento de volver a
reunimos con él (ella),

junto a ti, en el gozo de tu reino eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor.

El que preside termina la celebración diciendo:



— Dale, Señor, + el descanso eterno. R. 

R. Y brille para él (ella) la luz eterna.

— Descanse en paz. 

R. Amén.

— Su alma y las almas de todos los fieles difuntos,



por la misericordia de Dios 

descansen en paz.

R. Amén.

— Pueden ir en paz.

R. Demos gracias a Dios.

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