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UNAN- LEÓN
Sin embargo, esta cuestión es compleja y va más allá: aunque los países más
desarrollados son los que más contribuyen a las emisiones de gases de efecto
invernadero, el resto, que emite solamente el 20%, es el que sufre las peores
consecuencias. Según un informe anual hecho público en 2011 por el Foro
Económico Mundial, los riesgos globales más importantes son: la seguridad
alimentaria, la hídrica y la energética.
El profesor e investigador del CSIC para el centro de Ciencias Humanas y Sociales,
Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle trata en un artículo titulado Tensiones y
conflictos armados en el sistema político mundial: una perspectiva geopolítica, la
hidropolítica, que queda definida como: "la política hecha con el agua, mediante la
cual los gobiernos nacionales buscan afirmar su hegemonía dentro de una región".
La cuarta y última edición del Informe sobre el desarrollo de los recursos hídricos
en el mundo (WWDR4) presentado por la ONU y denominado, Gestionar el agua en
un contexto de incertidumbre y riesgos", se centra en el crecimiento sin
precedentes de la demanda del agua causada por la demanda de alimentos, la
rápida urbanización y el cambio climático. Todos ellos imponen una fuerte presión
sobre los suministros del agua en el mundo.
En la actualidad, la agricultura capta el 70 % del agua dulce planetaria y para el
2050 se prevé necesario un aumento de otro 70% de la producción agrícola y del
19% de su consumo mundial de agua, porcentaje que podría ser mayor en ausencia
de progresos tecnológicos o decisiones políticas adecuadas.
En el resto de los sectores económicos según los datos del informe seguirán
disputándose el acceso a los recursos hídricos si no cambia el actual modelo de
consumo, las necesidades de agua destinada a la producción energética crecerá el
11,2% de aquí a 2050.
-GEOPOLÍTICA DEL AGUA EN AMÉRICA LATINA: DEPENDENCIA,
EXCLUSIÓN Y PRIVATIZACIÓN
La situación hídrica actual de América Latina demuestra que el agua tiene una
evidente dimensión geopolítica que se revela de modo más o menos manifiesto
según la generosidad de la naturaleza y la disponibilidad tecnológica en un
momento dado, al mismo tiempo que genera adaptaciones culturales, históricas y
ecológicas muy variadas y complejas y diferentes relaciones y grados de poder en
el uso y disfrute de los recursos hídricos a escala local, regional, nacional,
continental y mundial.
El agotamiento y creciente escasez del agua en muchos lugares del globo, las
sequías cada vez más duras, prolongadas y recurrentes y el aumento constante de
las necesidades humanas y económicas han producido, y más que producirán en el
futuro inmediato, conflictos entre países y entre regiones dentro de un mismo país
por el control y empleo del agua. A este respecto se debe tener en cuenta que el
97,5 % del agua existente en el planeta es salada y, por lo tanto, no potable,
mientras que sólo el 2,5 % de los recursos hídricos es apto para el consumo
humano. De este último porcentaje, únicamente el 0,4 % corresponde al agua
superficial y atmosférica.
Estas cifras porcentuales constituyen un fiel testimonio de la reducida cantidad
de agua existente en el planeta que puede ser aprovechada para el consumo
humano y las actividades económicas, lo que demuestra la escasez del recurso y lo
fácil que resulta comprometer el abastecimiento de este líquido vital mediante un
empleo abusivo, inadecuado e ineficiente del mismo. Este hecho va a tener
categóricas repercusiones económicas y geopolíticas en todo el mundo, aunque el
continente americano se verá involucrado por el contraste manifiesto que existe
entre la zona septentrional, cada vez más sedienta y esquilmada de
sus recursos hídricos, y el área meridional, donde el agua es abundante y todavía
no ha sido demasiado aprovechada.
En cualquier caso, se puede hablar con absoluta propiedad de la existencia, a veces
larvada, de una auténtica “guerra del agua” (CANS 1994) entre el centro y la
periferia y entre grupos antagónicos con intereses contrapuestos donde una vez
más se generan desequilibrios y exclusiones socioeconómicas, culturales, políticas
y ambientales. Se establece de hecho una pugna entre quienes piensan que el agua
debe ser considerada un bien comercial (como el trigo, la soja, el café o la carne) y
quienes sostienen que se trata de un bien social relacionado con el derecho a la
vida.
El uso del agua, el agua virtual y la huella hídrica
El Instituto Internacional de Manejo del Agua, con sede en los Países Bajos, abunda
en la idea de que el actual conflicto por la disponibilidad hídrica es básicamente un
problema económico porque las necesidades son infinitas y los recursos resultan
escasos. El agua parecía hasta hace poco un recurso infinito, pero la situación ha
cambiado de forma radical y cada vez se exige un consumo más eficiente y racional.
Por ello se prevé en breve un aumento espectacular del precio del agua, e incluso
luchas cada vez más enconadas por el control de las fuentes hídricas, como ya se
aprecia en varios lugares de América Latina, lo que sin duda tendrá rotundas
repercusiones geopolíticas, económicas, sociales, culturales y ambientales en la
región.
La actividad humana que más agua ha consumido siempre es la agricultura, aunque
a partir de la revolución verde esta situación ha adquirido valores espectaculares,
puesto que la intensificación productiva, basada en el empleo de maquinaria, la
fertilización química, el uso de productos fitosanitarios, la siembra de semillas
seleccionadas y la difusión del regadío, provoca un aumento desmesurado de los
aportes hídricos en la producción agrícola. Lo mismo cabe indicar de la revolución
ganadera, ya que la estabulación de grandes cantidades de animales en espacios
reducidos y la desvinculación del ganado de la tierra y los recursos naturales, obliga
a un mayor consumo de agua. En cualquier caso, la FAO estima que
aproximadamente un 70 % de los recursos hídricos disponibles en el mundo se
utiliza para uso agrícola y ganadero.
El concepto de agua virtual, que se ha ido desarrollando con el paso del tiempo,
permite a los países compartir 3 productos y beneficios al poner en relación la
producción y el consumo de cada uno de los países del mundo a través de sus
relaciones comerciales. Por lo tanto, se entiende por agua virtual el agua que se
utiliza para producir una mercancía o un servicio, como sucede por ejemplo con los
productos alimenticios e industriales o con las actividades turísticas o de ocio. La
importación y exportación de los productos implica de hecho la importación y
exportación de agua virtual.
El volumen mundial de los flujos de agua virtual en relación con el comercio
internacional de mercancías alcanza 1.600 millones de metros cúbicos por año.
Alrededor de un 80 % de ese flujo se asocia con el comercio de productos
agropecuarios, mientras que un 16 % del uso del agua en el mundo no se
corresponde con la producción de bienes para el consumo interno, sino con la
producción de bienes para la exportación, cuestión que por su carácter injusto ha
cobrado gran importancia durante los últimos tiempos, sobre todo por lo que
respecta al mundo latinoamericano.
De todos modos, el asunto de la propiedad y el reparto de la tierra ha aglutinado de
forma tradicional a las poblaciones campesinas de América Latina, provocando
diversos movimientos reivindicativos y levantamientos populares de gran
trascendencia pública en aras de una reforma agraria. Sin embargo, el uso y
dedicación de la tierra apenas se ha planteado hasta ahora en términos
sociopolíticos, toda vez que desde hace algo más de tres lustros se ha pro cido en
la mayoría de los países latinoamericanos una reorganización sin precedentes de
los espacios y aprovechamientos 4 agrícolas, pecuarios y forestales.
Dicha reorganización está motivada por dos fenómenos muy activos e intensos que
en el fondo son la misma cosa y tienen idénticas consecuencias: la difusión
generalizada del complejo cereales-carne y la necesidad imperiosa de exportar que
estos países tienen para pagar sus abultadas y asfixiantes deudas externas.
El origen de la paradoja por la que varios países latinoamericanos dotados de vastas
extensiones de uso agropecuario y abundantes recursos naturales, como Brasil,
Colombia o México, no pueden ser autosuficientes en materia alimenticia, estriba
en un asfixiante endeudamiento que les obliga a conseguir divisas a cualquier
precio. El objetivo de los planes de ajuste estructural que el Fondo Monetario
Internacional o el Banco Mundial imponen a los países con problemas de crédito se
centra en que estas naciones exporten cada vez más para que no dejen de pagar
los elevados intereses de sus abultadas deudas externas. Es así como mucho
países latinoamericanos se ven obligados a reorientar su producción agropecuaria
o a sobreexplotar sus recursos naturales, pero siempre con el norte de dirigirse a
los mercados exteriores en detrimento del consumo local y el respeto ecológico.
Esta reorganización de los espacios y usos agropecuarios les lleva a importar
cantidades crecientes de trigo y a dedicar las superficies de cultivo a los productos
para la exportación, que en realidad lo que hacen es complementar la demanda de
los países ricos, en detrimento de los productos para el consumo local. Es así como
en muchos de estos países avanzan los cultivos comerciales (soja, caña de azúcar,
cítricos, flores, frutas de clima 5 templado, hortalizas) y sufren un retroceso
categórico los productos que de forma tradicional han alimentado a la población
autóctona (arroz, trigo, mandioca, fríjol, patata, boniato, yuca).
Se debe tener en cuenta, además, que cuando un país remite una cantidad
determinada de dólares para el pago de los intereses de su deuda externa, lo que
está enviando también al exterior es una cierta cantidad de recursos naturales y
trabajo humano incorporado. Dado que, en general, la exportación de manufacturas
y servicios es pequeña, estos países se ven obligados a enviar una creciente
cantidad de recursos naturales y materias primas agroalimentarias con el objeto de
recaudar divisas que servirán, como se ha mencionado arriba, para pagar en parte
estas deudas y sostener el modelo productivo vigente.
Otro concepto de interés es el de huella hídrica, es decir, el volumen de agua
necesario para producir los bienes y servicios consumidos por los habitantes de un
territorio determinado. Habría que distinguir entre la huella hídrica interna, o sea, el
volumen de agua utilizado que proviene de los recursos hídricos del país, y la huella
hídrica externa, o lo que es lo mismo, el volumen de agua empleado proveniente de
otros países.
Los cuatro factores principales en la determinación de la huella hídrica de un país
son los siguientes: el volumen de consumo (relacionado con los ingresos nacionales
brutos), los patrones de consumo (por ejemplo, alto consumo de carne frente a bajo
consumo, el clima (condiciones de variación de las lluvias y las temperaturas) y las
prácticas agropecuarias (eficiencia en el uso del agua).
De estas consideraciones se deduce que agua virtual y huella hídrica son conceptos
íntimamente ligados, sobre todo en estos tiempos de liberalización comercial a
ultranza y aumento de los intercambios mercantiles en el mundo. Valórese al
respecto, como ejemplo ilustrativo, la expansión relativamente reciente de esa
“cultura de la carne” que aparece como responsable de que gran parte de las tierras
arables del mundo y de América Latina se utilicen para cultivar plantas que después
se emplean para fabricar piensos para la ganadería intensiva (fundamentalmente
cereales y oleaginosas) en vez de dedicarlas al cultivo de alimentos para las
personas.
De este modo, por influencia de algunos países, como Estados Unidos, y sus
empresas transnacionales del sector agroalimentario, se crea una cadena
alimenticia artificial donde el principal eslabón está representado por la carne, sobre
todo la de vacuno. El ganado alimentado con cereales y oleaginosas en vez de
forrajes se destina a satisfacer la demanda de los consumidores de los países ricos,
mientras que en los países pobres, bastantes de ellos con excedentes alimenticios,
mucha gente se encuentra desnutrida e incluso muere literalmente de hambre.
Además, si se tiene en cuenta que la cría de ganado bovino precisa 4.000 metros
cúbicos de agua por cabeza y que la producción de carne fresca de vacuno requiere
15 metros cúbicos por kilogramo es sencillo deducir la huella hídrica que los países
ricos imprimen en los pobres y el agua virtual que es “transferida” desde el mundo
subdesarrollado hasta el desarrollado.
Luchas y conflictos por el uso del agua
El agua es la representación más natural de la denominada globalización, puesto
que cruza las fronteras administrativas sin pasaporte ni documentación. Según el
Informe “Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua”,
elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en
2006, existen actualmente en el mundo 145 países que comparten lo que se conoce
como cuencas hidrográficas transfronterizas, es decir, cuencas de drenaje o
captación entre las que se encuentran los lagos y las aguas subterráneas poco
profundas compartidas por países vecinos. Hoy en día existen 263 cuencas
transfronterizas.
Las aguas compartidas siempre han constituido un posible motivo de competencia
y rivalidad, aunque también de cooperación y reparto equitativo (La propuesta de
un marco adecuado para compartir el agua implica la consideración de varios
factores, según el Informe de la UNESCO “El agua, una responsabilidad compartida
(2006): las condiciones naturales (por ejemplo, la aridez y los cambios globales), la
variedad de los usos del agua (riego, energía hidroeléctrica, control de las
inundaciones, usos municipales, calidad del agua, control de los vertidos...), las
diversas fuentes de 8 suministro (aguas superficiales, aguas subterráneas o fuentes
mixtas), las consideraciones aguas arriba y aguas abajo del curso fluvial y las
condiciones sociodemográficas (composición y crecimiento de la población,
urbanización, industrialización, expansión de servicios como el turismo...).
Un ejemplo destacable en este sentido es el Proyecto ISARM (Gestión de Recursos
de Acuíferos Transfronterizos) lanzado por la UNESCO y la Organización de
Estados Americanos (OEA) en 2002 y cuyo objetivo prioritario era la realización de
un inventario de las aguas subterráneas transfronterizas de América Latina,
destacando al mismo tiempo la necesidad de dar un seguimiento a este proyecto de
cooperación. Dicho proyecto se apoya en la idea fundamental de que el agua es un
recurso compartido y que se debe administrar de modo más eficiente y equitativo
mediante una mayor cooperación. De todos modos es legítimo preguntarse si esto
puede ser posible bajo un modelo socioeconómico de libre mercado, competitivo,
con la rentabilidad inmediata como único norte y donde sigue funcionando el
esquema de relaciones internacionales centro-periferia.
Conflictos geopolíticos regionales en América Se estima que en 2025 la demanda
de agua en el mundo puede ser un 56 % superior al suministro, hecho que sin duda
dará lugar al desencadenamiento de luchas y conflictos entre grupos con intereses
contrapuestos y a diferentes niveles: local, regional, nacional y mundial. Según el
Informe “El agua, una responsabilidad compartida”, elaborado por la UNESCO en
2006, las fuentes de potenciales conflictos hídricos son las
siguientes: escasez (permanente o 9 transitoria), diferencias de fines y objetivos.,
factores sociales e históricos complejos (antagonismo previo), falta de comprensión
o desconocimiento de circunstancias y datos, relación de poder asimétrica entre
localidades, regiones o naciones, falta de datos significativos o cuestiones de
validez y fiabilidad, asuntos específicos de política hídrica (construcción de presas
o desvío de cursos de agua) y situaciones de ausencia de cooperación y conflicto
de valores, especialmente los referentes a la mitología, la cultura y el simbolismo
del agua.
Las posibles hostilidades entre países por el control del agua constituyen un riesgo
nada desdeñable en el continente americano, ya que existen contundentes
contrastes entre la carestía hídrica al norte del Distrito Federal de México hasta la
frontera con Estados Unidos y la abundancia sudamericana a la que todavía no se
le ha sacado demasiado provecho.
Como premisa para comprender la situación que se puede avecinar hay que tener
en cuenta que los acuíferos, ríos y lagos de Estados Unidos han experimentado un
notable proceso de contaminación y sobreexplotación. Por ello, se puede decir que
debido a estas circunstancias casi se encuentran al borde del colapso. Los acuíferos
de California se están secando y el río Colorado se explota al máximo; lo mismo
cabe indicar de los acelerados ritmos de extracción de agua en los estados
meridionales de Nuevo México, Texas y Florida.
Sin embargo, a las grandes arterias fluviales de Sudamérica (Orinoco, Amazonas,
Magdalena, Paraná, Paraguay, Uruguay) se une la existencia del denominado
Acuífero Guaraní. Esta enorme masa de agua subterránea, 10 que es uno de los
recursos hídricos más importantes del mundo, se extiende por Argentina, Brasil,
Paraguay y Uruguay y tiene 132 millones de años de antigüedad, ya que comenzó
a formarse cuando los continentes africano y americano todavía estaban unidos. Su
extensión es de 1,2 millones de kilómetros cuadrados y el volumen almacenado de
agua es del orden de 37.000 kilómetros cúbicos. El volumen explotado actualmente
oscila entre 40 y 80 kilómetros cúbicos anuales. Sin embargo, técnicamente, este
acuífero podría abastecer a una población de 360 millones de habitantes con una
dotación de 300 litros diarios por persona.
Ante la creciente escasez hídrica y el constante aumento de la demanda de agua,
Estados Unidos ha puesto sus ojos en los recursos de otros lugares del continente
americano, entre ellos el Acuífero Guaraní. Buena prueba de ello son las noticias
aparecidas con alguna frecuencia en los medios de comunicación acerca de la
hipotética existencia de grupos terroristas islámicos en el área sudamericana
conocida como la “Triple Frontera”, es decir, una zona muy rica en recursos hídricos
compartida por Argentina, Brasil y Paraguay. Incluso el ejército argentino ha
decidido cambiar recientemente el emplazamiento de algunas de sus unidades de
combate y situarlas en las proximidades de las áreas con riesgo potencial de
conflicto por el control de los recursos naturales, sobre todo el agua del Acuífero
Guaraní.
En cuanto a las estrategias de Estados Unidos, destacan varios megaproyectos que
se concretan en tres planes para la construcción de infraestructuras capaces de
trasladar enormes cantidades de agua (LASSERRE 2005). Estos tres planes son
los siguientes: la North American Water and 11 Power Alliance (NAWAPA), el Plan
Puebla-Panamá (PPP) y la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura
Regional de Sudamérica (IIRSA).
La NAWAPA pretende desviar los vastos recursos hídricos de Alaska y el oeste de
Canadá hacia Estados Unidos, mientras que el PPP tiene proyectadas varias obras
de infraestructura en Centroamérica, incluyendo la explotación hídrica del Petén
guatemalteco y el sur de México (Chiapas y Yucatán). Sin embargo, el más
ambicioso de los tres megaproyectos es el IIRSA, que propugna la creación de
corredores industriales y enormes construcciones hidroeléctricas e hidrovías en
América del Sur. En este contexto es donde hay que entender la profusión de
tratados de libre comercio firmados en los tiempos más recientes entre Estados
Unidos y otros países latinoamericanos, así como las estrategias del abortado ALCA
(Área de Libre Comercio de las Américas), que pretendía configurar una gran área
de libre comercio desde Alaska hasta la Tierra del Fuego con la excepción de Cuba.
El agua, ¿propiedad pública o propiedad privada? Como ya se ha comentado, el
agua es un recurso natural escaso y agotable, y buena prueba de ello es la
disminución que en términos generales se constata en todos los continentes del
mundo, aunque las perspectivas de unos y otros sean sensiblemente distintas
según su disponibilidad y los niveles de empleo de este líquido vital. Al mismo
tiempo, la demanda es cada vez mayor conforme aumenta la población mundial y
se desarrollan países y actividades 12 económicas que precisan de volúmenes
hídricos en crecimiento. De ahí que el agua se haya convertido en un negocio muy
lucrativo en muy poco tiempo, ya que el agua privatizada es cara, tal como se
comprueba en Chile, uno de los pocos lugares del mundo, junto con Inglaterra y
Gales, donde el abastecimiento hídrico está en manos particulares.
Algunos países, como los mencionados, renuncian a la propiedad y gestión pública
del agua siguiendo los consejos de la banca internacional y el Banco Mundial, cuyas
estrategias son bien conocidas, ya que suelen preparar el terreno acusando y
culpando a la gente común, a los campesinos y a los servicios públicos por el mal
uso y administración de los recursos hídricos.
Por si esto fuera poco, el Banco Mundial representa un papel clave, puesto que
invierte, proporciona dinero para realizar reformas en el sistema del agua e incluso
actúa como juez en caso de conflicto entre los inversores y los Estados, al mismo
tiempo que ha llegado a amenazar a los países que se muestran renuentes a
privatizar sus servicios públicos de agua potable y alcantarillado con negarles
cualquier tipo de financiación para otras necesidades.
Así se comprueba en el documento firmado por el presidente del Banco Mundial, P.
Wolfowitz, emitido durante las sesiones del IV Foro Mundial del Agua celebrado en
México D. F. en marzo de 2006, pues que catalogado como una amenaza para
aquellas naciones que pretendieran incluir en la declaración final del foro que el
agua es un derecho humano fundamental y que, por lo tanto, no puede quedar en
manos privadas.
Siguiendo con los anteriores planteamientos hídricos, se debe tener en cuenta que
la creciente escasez de agua y el 13 aumento desaforado de la demanda provoca
que este líquido fundamental para la vida interese más que el petróleo a los grandes
inversores. Baste señalar, pues no es este el objetivo de esta breve reflexión, que
el Bloomberg World Water Index, propiciado por once empresas del sector, ha
registrado un rendimiento del 35 % anual desde 2003, mientras que las acciones
del petróleo y el gas sólo han experimentado un aumento del 29 %. El origen de
esta comercialización del agua se puede datar en noviembre de 2001, cuando los
recursos naturales, la salud y la educación comenzaron a ser objeto de negociación
para su liberalización en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Privatización del agua.
La cuestión de la privatización del agua se ha estado planteando en el seno de las
negociaciones del ALCA y de los tratados de libre comercio bilaterales auspiciados
por Estados Unidos. Si persistieran estas tendencias, el resultado evidente sería un
alza de las tarifas y un aumento de los pobres que quedarían sin este servicio vital.
Gracias al respaldo que ofrecen los tratados comerciales internacionales, varias
empresas están desarrollando tecnologías para transportar grandes cantidades de
agua potable a largas distancias, estrategia que de hecho supone una clara
privatización del recurso.
Todos los tipos de privatización del agua son perjudiciales para la mayoría de la
población, tanto la apropiación particular de territorios enteros para garantizarse el
uso exclusivo como la construcción de presas y desvío de cursos fluviales o la
contaminación que deriva de la actividad fabril, minera o agroindustrial. Sin
embargo, se puede destacar como especialmente grave la privatización 14 del agua
que se realiza a través de concesiones y contratos de los servicios municipales de
distribución, gestión y purificación del agua, así como de las redes de alcantarillado
y saneamiento. Las empresas beneficiarias pueden fijar las condiciones de acceso
al agua y las tarifas que debe abonar la población. En este aspecto incluso es
posible ignorar el mantenimiento adecuado de las redes públicas aduciendo una
merma presupuestaria, con lo que se abre el camino y la justificación para privatizar
el recurso y el servicio.
La mundialización de la economía, la progresiva liberalización comercial y la
privatización del agua ha afectado a los agricultores pobres de todo el mundo, pero
el impacto de estos factores ha sido especialmente brutal en las comunidades
indígenas de América Latina, pues al tener una relación directa con el agua, son
muy vulnerables ante cualquier alteración de sus ecosistemas acuáticos. Un caso
flagrante es el de los mapuches en Chile.
Una ley de privatización del agua (Ley 2029 del Servicio de Agua Potable y
Alcantarillado Sanitario), aprobada a finales de 1999, desencadenó un cruento
conflicto en Cochabamba (Bolivia) en 2000, ya que los precios de este recurso se
triplicaron tras ser privatizado el servicio a favor de la empresa transnacional Aguas
del Tunari, subsidiaria de la compañías Bechtel (Estados Unidos) y Abengoa
(España). La presión de los habitantes fue tal que el gobierno de turno tuvo que
retroceder en sus pretensiones y las empresas transnacionales abandonaron el
país, no sin demandar antes al Estado boliviano por más de 25 millones de dólares.
Además de la triplicación de las tarifas, los campesinos de la región de Cochabamba
descubrieron rápidamente que el agua que habían extraído gratis durante
generaciones ya no era suya. En poco tiempo, los habitantes de la ciudad tuvieron
que pagar el precio real de este líquido vital, sin subvenciones, mientras que los
campesinos, en su mayoría indígenas de origen quechua, pasaron de ser
propietarios ancestrales a clientes de Aguas del Tunari.
Otro caso significativo es el acaecido recientemente en Ecuador, puesto que la
Coalición de Defensa del Agua inició desde 2003 una campaña para denunciar el
proceso de privatización del agua en la capital del país: Quito. Tras múltiples
avatares jurídicos, la privatización ha sido suspendida en 2007 y el agua queda
como un bien público. Por último, es interesante destacar la privatización que de
hecho se ejerce mediante la acción de las embotelladoras de agua, que son
subsidiadas con permisos de explotación del recurso muy baratos y que con total
impunidad “transforman el agua en agua”. Aquí es fundamental la connivencia de la
oligarquía y los gobernantes locales con las empresas transnacionales, toda vez
que el no mantenimiento (o mantenimiento inadecuado) de las redes públicas de
distribución del agua, obliga a la población a consumir más agua embotellada, bien
por falta del recurso, bien por su deficiente potabilización.
- AMENAZAS HEMISFÉRICAS
La Declaración Sobre Seguridad en las Américas, adoptada por la Organización de
Estados Americanos (OEA) en octubre de 2003, creó un nuevo concepto de
seguridad hemisférica que amplía la definición tradicional de defensa de la
seguridad de los Estados a partir de la incorporación de nuevas amenazas,
preocupaciones y desafíos, que incluyen aspectos políticos, económicos, sociales,
de salud y ambientales. O sea, casi todos los problemas pueden ser considerados
ahora una potencial amenaza a la seguridad.
Consideramos que la implementación de este nuevo concepto multidimensional
constituye un riesgo de aumento de securitización de los problemas de la región y,
por consiguiente, la militarización como una respuesta para confrontarlos. Este
riesgo existe debido a cuatro factores principales: Primero, la tendencia histórica de
intervención política de las fuerzas armadas durante la vigencia de regimenes
autoritarios o en el contexto de conflictos armados o inestabilidad social. Segundo,
la “guerra” de EE.UU. contra las drogas, que promueve un rol más amplio de las
fuerzas armadas en el cumplimiento de la ley. Tercero, las crisis de los sistemas de
seguridad pública que padecen la mayoría de los países de la región. Quarto, “la
guerra contra el terrorismo” lanzada por Estados Unidos, que promueve una
definición expansiva y nebulosa del terrorismo, y por ende, aumenta la
responsabilidad de las fuerzas militares en combatir el terrorismo en cualquier forma
que se exprese.
Las deficiencias del nuevo concepto de seguridad adoptado por la OEA crean las
condiciones para justificar, como nunca antes, el uso de las fuerzas armadas de los
países de la región en misiones que tradicional y formalmente no les corresponden.
Esta tendencia regional hacia la securitización es además reforzada por la
propensión en la política exterior actual de Estados Unidos de ver todo a través del
lente del terrorismo. Este escenario obstaculiza el largo y trabajoso camino de
consolidación de las democracias regionales y el fortalecimiento de las instituciones
civiles. Además, parece ser una manera ineficaz e inapropiada de resolver la amplia
gama de problemas, de orígenes sociales, económicos, políticos, ambientales y
demás, comunes en la región.
América Latina cuenta con un legado histórico de militarización en respuestas a
conflictos internos, inestabilidad y crimen. A pesar de que la región ya no está
gobernada por dictaduras militares y todos los países de la región, excepto uno,
cuentan con líderes elegidos democráticamente, son varios los gobiernos que se
han vuelto a sus fuerzas armadas para responder a problemas internos. Esto se
debe principalmente a dos factores: la amenaza del tráfico de drogas (y las políticas
antinarcóticos de Estados Unidos que auspiciaron la participación militar en las
misiones de lucha contra el narcotráfico) y la falta de políticas de seguridad pública,
incluyendo la incapacidad de las instituciones en cumplir la ley para responder al
incremento del crimen y la inseguridad.
Desde que la administración de Reagan, a mediados de la década de los años 80,
declaró las drogas ilícitas como una amenaza a la seguridad nacional, una parte
central de la “guerra contra las drogas” ejecutada por EE.UU. ha consistido en el
fortalecimiento de las fuerzas armadas latinoamericanas con el fin de llevar a cabo
iniciativas antinarcóticos. Para ello, Estados Unidos ha provisto de entrenamiento y
equipamiento a estas fuerzas para sumarlas a esta política.
La presión que ejerce Estados Unidos en el marco de su política antinarcóticos para
la región es uno de los factores principales que ha influido en la intervención de las
fuerzas armadas en cuestiones de seguridad interior.
En segundo lugar, el incremento de las tasas de criminalidad en los países—y los
graves problemas de pobreza e desigualdad que no han sido resueltos por las
reformas económicas promovidas por el Consenso de Washington—generan una
fuerte demanda social de respuestas eficaces que garanticen niveles tolerables de
seguridad ciudadana y resuelvan el alto grado de conflictividad social.
Ante la carencia de políticas de seguridad pública democráticas y eficientes que
puedan satisfacer estas demandas, muchos gobiernos han optado por la
intervención de las fuerzas armadas. Es una solución ilusoria que no sólo ha fallado
sino que, como veremos luego, contiene una serie de consecuencias negativas para
el fortalecimiento de las instituciones democráticas en la región.
El efecto de la política antinarcóticos adoptada por EE.UU. puede observarse
claramente en Bolivia, donde los militares de Estados Unidos han estado
directamente involucrados en esfuerzos antinarcóticos y han promovido que las
fuerzas armadas bolivianas asuman un rol cada vez más importante en la lucha
contra el narcotráfico.
En el año 1986, las fuerzas armadas estadounidenses estuvieron involucradas, por
primera vez en forma pública, en una operación antinarcóticos de gran envergadura
(Operación Blast Furnace). En el año 1988, el gobierno de EE.UU. creó una unidad
boliviana de la Fuerza Aérea y un grupo naval para desarrollar actividades de
interdicción de drogas. Esta tendencia continuó con el lanzamiento de la Iniciativa
Andina, bajo la cual el gobierno de EE.UU. empezó “una incorporación deliberada
de las fuerzas armadas de los países huéspedes en los esfuerzos antinarcóticos y
expandió el rol militar de los Estados Unidos a lo largo de la región”.
El rol interno de las fuerzas armadas bolivianas no se limita a la lucha antinarcóticos.
Incluye también amplias funciones para el cumplimento de la ley. Los militares son
llamados ocasionalmente a responder ante la protesta social. Por ejemplo, cuando
la policía de La Paz se amotinó en febrero del 2003, el presidente Sánchez de
Lozada desplegó soldados para restaurar el orden público. El enfrentamiento que
se produjo posteriormente condujo a la muerte de 32 personas y cientos de heridos.
México es el país latinoamericano que cuenta con la más larga tradición de
subordinación militar a gobiernos civiles. Sin embargo, el involucramiento de los
militares en cuestiones de seguridad interna ha crecido considerablemente en las
décadas pasadas. Sigrid Arzt sostiene que “el proceso de militarización en materia
de seguridad pública es una política ad hoc de respuesta por parte de la elite política
mexicana ante la escalada de la delincuencia organizada, particularmente la
expresada en el fenómeno del tráfico de drogas.
El ejército mexicano históricamente había participado en la erradicación manual de
cultivos ilícitos. Sin embargo, cuando el presidente Miguel de la Madrid declaró en
el año 1987 al tráfico de drogas como un asunto de seguridad nacional, esto propició
la expansión de la misión militar antinarcóticos hacia la incorporación de mandatos
de cumplimiento de la ley e inteligencia. La política antinarcóticos de EE.UU. ha
auspiciado estas tendencias a través de la provisión de entrenamiento y
equipamiento para el ejército mexicano y también ha apoyado retóricamente la
militarización como una solución temporal a los problemas endémicos de corrupción
e incapacidad de las agencias encargadas de hacer cumplir la ley.
La militarización en México abarca dos fenómenos separados pero
interrelacionados: Por un lado, la expansión de la misión de las fuerzas armadas del
rol antinarcóticos hacia responsabilidades sobre el cumplimiento de la ley; por otro,
la designación de personal militar (en actividad, con licencia o retirado) en puestos
de carácter civil.
El primer fenómeno se ve, por ejemplo, en la incorporación en el año 1995 de la
Secretaría de la Defensa Nacional como miembro del Consejo Nacional de
Seguridad Pública, el cual le otorgó un mandato oficial en la toma de decisiones y
en el diseño de políticas de seguridad pública. La Corte Suprema ratificó esta
decisión, sosteniendo que las fuerzas armadas pueden intervenir en asuntos de
seguridad pública en tanto las autoridades civiles lo requieran. Más recientemente,
la administración del presidente Vicente Fox le ha otorgado al ejército un rol directo
en los esfuerzos de desmantelamiento de las organizaciones de tráfico de drogas
mediante el control de los jefes de los carteles y los comandos de operaciones para
detenerlos.
El segundo fenómeno se ve en la asignación de personal militar dentro de las
policías y procuradurías en las regiones con altos grados de narcotráfico. Esto ha
dejado cargos importantes de inteligencia estratégica y operacional de la
Procuraduría General de la República—e incluso el puesto de Procurador General
durante la mayor parte de la administración de Fox—en manos de militares. A pesar
de que la presencia de personal militar en la Policía Federal Preventiva, creada en
el año 1999, había sido designada con carácter temporal, en la actualidad, el
número de soldados en dicha fuerza ha incrementado.
El ejército mexicano también ha asumido otros papeles internos como son labores
sociales, protección ecológica y en casos de desastres naturales. En su más
reciente libro blanco, las fuerzas armadas identifican a la pobreza extrema y a la
exclusión social como amenazas a la seguridad nacional.
La nueva agenda de seguridad nacional de los Estados Unidos
La “guerra contra el terrorismo”, lanzada como respuesta a los ataques terroristas
sufridos en el 2001, es ahora la principal misión militar de EE.UU. Jeffrey Record se
refiere a esta declaración de “guerra contra el terror” en los siguientes términos: “La
naturaleza y los parámetros de esta guerra, sin embargo, continúan frustrantemente
poco claros. La administración ha postulado una multiplicidad de enemigos,
incluyendo estados paria, distribuidores de armas de destrucción masiva,
organizaciones terroristas de alcance global, regional y nacional; y el mismo
terrorismo. También parece estar superponiéndolos en una amenaza monolítica y,
haciendo eso, ha subordinado la claridad estratégica a la claridad moral que busca
en su política exterior”.
En principio, América Latina es la región de menor importancia estratégica para la
administración Bush en la “guerra contra el terrorismo”. Sin embargo, siendo el
terrorismo la mayor amenaza a su seguridad y convirtiéndose así en prioridad de la
política exterior de Estados Unidos, el Pentágono y su Comando Sur están viendo
a América Latina a través de este lente, como si todos los problemas en la región
fueran potenciales amenazas terroristas. Esto exacerbará aún más la tendencia
regional hacia la militarización y sus consecuentes impactos sobre los derechos
humanos y la democracia.
Para observar como la percepción de esta “guerra” se traslada a la región es útil
revisar la declaración de postura que en el año 2004 realizó el entonces comandante
en jefe del Comando Sur, General James Hill, ante el congreso de los Estados
Unidos: “No asombrosamente, los grupos radicales islámicos, los narcoterroristas
en Colombia, y las pandillas urbanas a través de América Latina practican muchos
de los mismos métodos del negocio ilícito…Los terroristas a través del área de
responsabilidad del Comando Sur bombardean, asesinan, secuestran, trafican
drogas, transfieren armas, lavan el dinero y pasan de contrabando a seres
humanos”.
La “guerra contra el terrorismo” lanzada por EE.UU.—cuyos principales
componentes, son la definición amplia y nebulosa de terrorismo y, la respuesta
esencialmente militar a este fenómeno27—en América Latina ha tenido impactos
tanto directos como difusos. Respecto al impacto directo, este puede rastrearse en
el cambio tanto del diseño como la aplicación de políticas nacionales para responder
a amenazas a la seguridad—o a otros bienes del estado. Colombia es el exponente
más claro de este fenómeno. A pesar de que la realidad muestra la existencia de un
conflicto armado interno con más de 40 años de vigencia cuya característica
principal es la existencia de grupos alzados en armas, el gobierno actual ha
adoptado como política reducirlo a un problema de terrorismo.
Más grave aún es que otros conflictos de raíz política o social, que son los que más
aquejan a los países de la región, son diagnosticados como amenazas a la
seguridad y, directa o indirectamente, como amenazas terroristas.
Un ejemplo de este tipo de impacto puede observarse en Chile, con la condena
judicial a líderes indígenas acusados de terrorismo. En el sur de Chile el pueblo
indígena Mapuche está enfrentado con el gobierno chileno, empresarios y dueños
de tierras, por conflictos de tierras. Aunque el gobierno chileno no ha apelado a las
fuerzas armadas para responder este conflicto social, las instituciones del gobierno
chileno han aplicado cuestionablemente una ley antiterrorista heredada de la
dictadura del General Pinochet.
El uso de legislación antiterrorista a miembros de la comunidad Mapuche ha
promovido violaciones a derechos humanos, como el debido proceso legal y
maltrato y brutalidad policial. Si bien en muchos casos, miembros del pueblo
Mapuche han cometido hechos delictivos en el contexto de sus reclamos (en
general contra la propiedad privada y nunca han cobrado la vida de una persona),
es cuestionable el tratamiento judicial de este conflicto como si se trataran de delitos
de terrorismo.
-HACIA UNA SEGURIDAD COOPERATIVA EN EL HEMISFERIO
En octubre del 2003 la OEA, mediante la aprobación de la Declaración sobre
Seguridad en las Américas, adoptó un nuevo concepto de seguridad hemisférica.
De acuerdo al texto de la Declaración “[…] Las amenazas, preocupaciones y otros
desafíos a la seguridad en el Hemisferio son de naturaleza diversa y alcance
multidimensional y el concepto y los enfoques tradicionales deben ampliarse para
abarcar amenazas nuevas y no tradicionales, que incluyen aspectos políticos,
económicos, sociales, de salud y ambientales…”. Así, la nueva definición amplió el
concepto tradicional de seguridad, incorporando amenazas nuevas y no
tradicionales. Esta Declaración considera las siguientes prácticas como amenazas,
preocupaciones u otros desafíos a la seguridad:
Terrorismo, la delincuencia organizada transnacional, el problema mundial de las
drogas, la corrupción, el lavado de activos, el tráfico ilícito de armas y las conexiones
entre ellos; Pobreza extrema y exclusión social de amplios sectores de la población,
que también afectan la estabilidad y democracia…, erosiona la cohesión social y
vulnera la seguridad de los Estados; los desastres naturales y los de origen humano,
el VIH/SIDA y otras enfermedades, otros riesgos a la salud y el deterioro del medio
ambiente; la trata de personas; los ataques a la seguridad cibernética; la posibilidad
de que surja un daño en el caso de un accidente o incidente durante el transporte
marítimo de materiales potencialmente peligrosos, incluidos el petróleo, material
radioactivo y desechos tóxicos; y la posibilidad del acceso, posesión y uso de armas
de destrucción en masa y sus medios vectores por terroristas.
Por otro lado, la Declaración reconoció la soberanía de los Estados para identificar
sus prioridades respecto a la seguridad y la flexibilidad en la elección de los
mecanismos para confrontar las amenazas. Además, la Declaración incorporó a la
democracia, el estado de derecho, los derechos humanos y el derecho internacional
humanitario y el multilateralismo como valores compartidos de los estados del
hemisferio. Por último, la Declaración también incorpora el concepto de seguridad
humana al reafirmar que el fundamento y razón de ser de la seguridad para los
Estados democráticos del hemisferio es la protección de la persona humana.
Debido a sus características principales, este sistema se ha denominado
“multidimensional” y de “arquitectura flexible”. La multidimensionalidad radica en la
ampliación del concepto tradicional de seguridad regional, ligado a la defensa de la
seguridad de los Estados, a partir de la incorporación de nuevas amenazas,
preocupaciones y desafíos. La flexibilidad de la arquitectura se relaciona con la
diversidad de mecanismos que los Estados cuentan para responder a las
amenazas.
La adopción de un nuevo sistema de seguridad para la región generó reacciones
diferentes. Algunos países destacaron que la Declaración de Seguridad actualizó
un obsoleto esquema de seguridad propio de la guerra fría y reflejaba las nuevas
necesidades de la región en materia de seguridad. Varios actores involucrados en
la negociación del texto de la Declaración sintieron que su contenido—
particularmente la larga lista de nuevas amenazas y preocupaciones—más que una
muestra de consenso refleja la imposibilidad de crear una agenda común para la
seguridad de la región.
En lugar de establecer claramente una agenda común para confrontar los desafíos
en materia de seguridad para la región, el nuevo esquema extiende el concepto de
seguridad a muchas problemáticas de otro carácter, y se parece más a una larga
lista de problemas acorde a las necesidades de cada país, sub-región o región.
La transformación del sistema de seguridad de las Américas responde a una clara
necesidad de actualizar un sistema que imperó de acuerdo a la lógica de la guerra
fría y que había dejado de responder a la realidad de la región. Sin embargo, ante
el contexto actual de la región y el concepto de terrorismo promovido por EE.UU, la
implementación de este nuevo concepto multidimensional constituye un riesgo que
aumente la securitización de los problemas de la región y, por consiguiente, la
militarización como una respuesta para confrontarlos.
El nuevo concepto de seguridad multidimensional de la OEA padece dos problemas
principales:
En primer lugar, trata problemas comunes en la región como la pobreza extrema y
la exclusión social, el VIH y otras enfermedades y los desastres naturales desde la
óptica de la seguridad nacional concibiéndolos como una amenaza. En ese sentido,
la declaración crea las condiciones para la securitización de los problemas de índole
político, económico, social o ambiental que, en principio, no deberían ser parte de
una agenda de seguridad hemisférica.
En segundo lugar, al tratar en forma indistinta las amenazas tradicionales a la
seguridad junto a las nuevas amenazas, la declaración diluye la diferencia histórica
entre los conceptos de defensa y de seguridad pública o ciudadana que han regido
en la región hasta el momento. La defensa tiene como objetivo principal la
protección de la integridad del Estado—tanto política como geográficamente—
contra las amenazas que emanan del exterior y, en circunstancias excepcionales
claramente definidas por la ley, de graves hechos de conmoción interior que
amenacen la integridad del estado.
Las fuerzas armadas juegan un rol central en la defensa de un país. La seguridad
pública, en su concepción tradicional, está relacionada a la manutención del orden
público y, para ello emplea las fuerzas policiales para promover cumplimiento de la
ley. Hace un tiempo, en América Latina se ha empezado a utilizar el concepto de
seguridad ciudadana que amplía el de seguridad pública enfatizando la protección
del ciudadano y sus derechos como una parte central de la función policial.
En el contexto de la Declaración, la securitización de problemas políticos, sociales
o económicos por un lado, y la militarización de las respuestas por el otro, son como
dos caras de una misma moneda. Las conclusiones de una reunión de expertos
sobre el concepto multidimensional de la seguridad lo expresan del siguiente modo:
“El riesgo principal es que se asocian los problemas de desarrollo con ‘amenazas’
a la seguridad, con lo cual las estrategias militares podrían ser alternativas. Esto es
la llamada securitización de la agenda de desarrollo”.
Es importante destacar que, como lo afirmamos anteriormente, tanto la
securitización como la militarización no son prácticas creadas en la región por este
concepto nuevo de seguridad multidimensional. Por el contrario, la ejecución de
prácticas de este tipo, sobre todo el uso de fuerzas armadas en asuntos internos,
ya existían en distintos países con anterioridad a la adopción de la Declaración.
-ALCANCE GEOPOLÍTICO DE LA DELIMITACIÓN FRONTERIZA ENTRE
NICARAGUA Y COLOMBIA
El pasado 19 de noviembre de 2012, la Corte Internacional de Justicia (CIJ en
adelante) emitió su veredicto a la demanda interpuesta por Nicaragua contra
Colombia por la titularidad y delimitación del espacio marítimo terrestre circundante
de los archipiélagos de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Este conjunto de
islas colombianas situado a unos 220 kilómetros de Nicaragua, en el Caribe
occidental, ha sido históricamente objeto de diversas reclamaciones soberanas,
aunque la mayoría se han ido resolviendo con el tiempo. El final de este largo
proceso judicial inevitablemente obliga a un cambio en la demarcación fronteriza
que presenta importantes novedades en diferentes aspectos de la geopolítica de
esta región del mundo.
Contexto histórico de la disputa.
Con la firma del “Tratado sobre cuestiones territoriales entre Colombia y Nicaragua”
de 1928 (más conocido como Tratado de "Esguerra-Bárcenas"), se lograba un
entendimiento entre ambos Estados que se manifiesta en el artículo primero del
texto: “La República de Colombia reconoce la soberanía y pleno dominio de la
República de Nicaragua sobre la costa de mosquitos [...] y la Republica de
Nicaragua reconoce la soberanía y pleno dominio de la República de Colombia
sobre las islas de San Andrés, Providencia, Santa Catalina y todas las demás islas,
islotes y cayos que hacen parte de dicho archipiélago de San Andrés”.
Dos años después, como condición indispensable para su la entrada en vigor del
Tratado de "Esguerra-Bárcenas" ambos gobiernos se reúnen nuevamente para
ratificarlo mediante un documento comúnmente llamado “Protocolo de 1930” que se
convertiría en centro de la problemática entre ambos países pues, su último párrafo,
en el que se declara que el “Archipiélago de San Andrés y Providencia […] no se
extiende al occidente del meridiano 82 de Greenwich”, ha sido interpretado de modo
diferente por los dos países firmantes. Para Colombia resulta evidente que el
meridiano 82 se constituye como frontera, mientras que Nicaragua opina que lo que
pone de manifiesto esta frase del protocolo no es otra cosa que la situación y
localización geográfica del archipiélago colombiano.
Sin embargo, en 1980 el gobierno sandinista declara nulo el Tratado (Gaviria
Liévano, 1984, p. 138) por haber sido firmado bajo la presión y ocupación militar de
Estados Unidos (desde 1927 hasta 1933), aunque ya en 1969 se había producido
la primera discrepancia oficial respecto a la delimitación fronteriza. Desde entonces,
este argumento ha venido siendo muy recurrente en Nicaragua, y es el que motiva
en última instancia la demanda a Colombia ante la CIJ en 2001, reclamando la
soberanía del Archipiélago y del espacio marítimo correspondiente a su plataforma
continental, negando por tanto la vigencia del meridiano 82 como frontera y situando
ésta aproximadamente en la línea media entre la plataforma continental
nicaragüense y en el límite de la
Zona Económica Exclusiva
(ZEE) de Colombia.
Por otra parte y en lo que respecta al Producto Interior Bruto (PIB), el gobierno
nicaragüense espera que cuando el canal esté terminado suponga llegar a una cifra
superior a los 24.700 millones de dólares. Si bien la importancia de la apuesta radica
en que el Banco Central de Nicaragua ha comprometido por ley la totalidad de sus
reservas internacionales como garantía para la construcción del canal. En el interior
de EE.UU. se ha incrementado la producción del petróleo ligero de arenas
compactas (Light Tight Oil, LTO), ello unido a que el Departamento de Energía
norteamericano haya concedido algunas licencias de exportación de gas licuado
natural (LNG), y a la imparable carrera para el abastecimiento mundial ―en la que
EE.UU. y Canadá se configuran como dos de los grandes pilares― hacen que la
nueva ruta nicaragüense sea potencialmente interesante para los mega buques
petroleros y metaneros que se dirijan a las refinerías asiáticas o a sus puertos de
destino
En Asia ha visto con interés este importante desarrollo para el tránsito de sus flotas
mercantiles, y en Europa también ha sonado con gran interés este importante
proyecto, de tal manera facilitar el tránsito comercial con los países del pacífico a
través de este futuro canal. Con su construcción, se espera que Nicaragua se
convierta en uno de los países con mayor crecimiento entre los años 2016 y 2021,
cuando está previsto acabar la obra según algunos analistas. Se ha calculado el
costo de unos 40.000 millones de dólares, de acuerdo a cifras oficiales de ese país,
la construcción de toda la obra requerirá 50.000 trabajadores directos y no menos
de 250.000 empleos conexos. Desde ya prevé alianzas de empresas nacionales
nicaragüenses con compañías internacionales participantes en este supra proyecto
regional.
Los alcances políticos como resultado de la construcción del canal por Nicaragua
se pueden develar en función de las necesidades estratégicas de carácter
geopolítica por región y país. La aparición de todo competidor en un negocio en el
que uno ha ostentado una posición de monopolio durante décadas supone que el
mismo que lo disfrutó ahora deba adaptarse a la nueva situación que surja de la
manera más rápida y satisfactoria posible. Dado que existen intereses antagónicos
―y respaldos gubernamentales de terceros de diferente signo― entre Nicaragua y
Panamá, el arte de las alianzas y de las estrategias a nivel político cobrará más
sentido que nunca, si finalmente se materializa la obra del canal nicaragüense.
Indudablemente EE.UU. está viendo que tanto Rusia como China no solo
incrementan su actividad geopolítica en tierras latinoamericanas, sino que además
la apertura de una nueva ruta comercial marítima a través de Nicaragua supondría
una merma de los beneficios extraordinarios que Panamá está recibiendo con su
canal. De igual manera, el Tratado de Chamorro-Bryan de 05-08-191418, por el que
el propio EE.UU. se hacía con los derechos a perpetuidad para la construcción del
canal interoceánico de Nicaragua y que fue abrogado el 14-07-1970, se está viendo
en la actualidad como un asunto espinoso a diferentes niveles. En definitiva, para
EE.UU. se trata no solo de una pérdida de influencia y control de lo que sucede en
su entorno, sino de una percepción de los movimientos estratégicos de terceros en
una zona muy próxima a sus intereses directos.
En julio de 2014 el presidente ruso Vladimir Putin realizó una breve visita a
Nicaragua, aparentemente no programada y dentro de su gira latinoamericana. Así,
y aunque Rusia no participará económicamente en el proyecto del canal, sí que lo
hará proporcionando seguridad en la zona y frente a los actos de provocación de
terceros países. Por ello no es casual que Putin firmara en esa fecha diferentes
acuerdos con Nicaragua que permitirán no solo la presencia de buques de guerra y
aeronaves rusas en aguas territoriales nicaragüenses, sino que además los mismos
realizarán patrullas costeras.
Otro detalle importante es que con una inversión de 40 mil millones de dólares a
ejecutarse en 5 años, el Canal Interoceánico plantea la necesidad de reestructurar
el mercado laboral nicaragüense, puesto que se incrementará la demanda de
trabajo formal lo que conllevará a que se desplacen trabajadores del sector informal
hacia el sector formal de la economía.
Se estima también que la ejecución del proyecto impulse a 403,583 personas a salir
de la pobreza para el año 2018. Las estadísticas indican que entre el año 2005 y el
2009, Nicaragua experimentó una disminución de la pobreza general al pasar de
48.3% en 2005 al 42.5% en 2009, mientras que la pobreza extrema pasó de 17.2%
a 14.6%. Pero “con el Canal de Nicaragua se espera que la pobreza general caiga
a 31.35% en 2018 mientras que la pobreza general caerá a la mitad, llegando a
7.46%. Es así que al año 2018, 403,583 personas saldrán de la pobreza general,
mientras que 353,935 saldrán de la pobreza extrema”, explica el documento.
Cabe destacar que la ruta seleccionada cumple con los mayores estándares para
garantizar el menor daño ambiental y social posible, su selección siguió estos dos
criterios como prioritarios, por lo que la ruta final no es la de menor costo económico,
pero si la de menor impacto. Además se realizaron ajustes dentro de la ruta
seleccionada y los criterios de construcción de las obras para disminuir aún más los
impactos negativos, algunos de estos ajustes son: 1. Un Muro de Roca será
diseñado para permitir una mejor mezcla de agua dulce y salada para los manglares
de Brito en el pacifico. 2. Los manglares sanos y la mayor parte del Río Brito serán
preservados, y el impacto en la Reserva Marina Isla La Anciana será minimizado.
3. El puerto Brito del pacifico no será construido en la costa, sino tierra adentro
detrás del manglar para minimizar el impacto sobre éste.