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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE NICARAGUA

UNAN- LEÓN

FACULTAD DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN Y


HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE CIENCIAS SOCIALES

Folleto Historia de Geopolítica


III UNIDAD: LOS NUEVOS RETOS EN EL ESTUDIO DE LA
GEOPOLÍTICA

¡A la Libertad por la Universidad!


III UNIDAD: LOS NUEVOS RETOS EN EL ESTUDIO DE LA GEOPOLÍTICA
Competencia: Identifica los retos que la geopolítica le plantea a las ciencias
sociales para argumentar las múltiples relaciones existentes entre la sociedad.

-GEOPOLÍTICA HÍDRICA PLANETARIA


La sustitución del orden de la guerra fría por el mundo globalizado ha supuesto un
cambio drástico sobre la identidad de los principales actores geopolíticos, sus
estrategias de acción y coaliciones, o el agravamiento de las tensiones derivadas
de las crecientes desigualdades. En concreto, la lucha por recursos estratégicos -
como alimentos, agua y energía- está configurando un nuevo mapa geopolítico a
escala global.
Una de las tensiones crecientes en el mundo actual es el desequilibrio existente
entre el aumento del consumo de recursos naturales, que realizan los países
desarrollados y las nuevas potencias industriales emergentes, frente al resto del
mundo, que es donde se localizan buena parte de esos recursos.

Sin embargo, esta cuestión es compleja y va más allá: aunque los países más
desarrollados son los que más contribuyen a las emisiones de gases de efecto
invernadero, el resto, que emite solamente el 20%, es el que sufre las peores
consecuencias. Según un informe anual hecho público en 2011 por el Foro
Económico Mundial, los riesgos globales más importantes son: la seguridad
alimentaria, la hídrica y la energética.
El profesor e investigador del CSIC para el centro de Ciencias Humanas y Sociales,
Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle trata en un artículo titulado Tensiones y
conflictos armados en el sistema político mundial: una perspectiva geopolítica, la
hidropolítica, que queda definida como: "la política hecha con el agua, mediante la
cual los gobiernos nacionales buscan afirmar su hegemonía dentro de una región".

La cuarta y última edición del Informe sobre el desarrollo de los recursos hídricos
en el mundo (WWDR4) presentado por la ONU y denominado, Gestionar el agua en
un contexto de incertidumbre y riesgos", se centra en el crecimiento sin
precedentes de la demanda del agua causada por la demanda de alimentos, la
rápida urbanización y el cambio climático. Todos ellos imponen una fuerte presión
sobre los suministros del agua en el mundo.
En la actualidad, la agricultura capta el 70 % del agua dulce planetaria y para el
2050 se prevé necesario un aumento de otro 70% de la producción agrícola y del
19% de su consumo mundial de agua, porcentaje que podría ser mayor en ausencia
de progresos tecnológicos o decisiones políticas adecuadas.
En el resto de los sectores económicos según los datos del informe seguirán
disputándose el acceso a los recursos hídricos si no cambia el actual modelo de
consumo, las necesidades de agua destinada a la producción energética crecerá el
11,2% de aquí a 2050.
-GEOPOLÍTICA DEL AGUA EN AMÉRICA LATINA: DEPENDENCIA,
EXCLUSIÓN Y PRIVATIZACIÓN

La situación hídrica actual de América Latina demuestra que el agua tiene una
evidente dimensión geopolítica que se revela de modo más o menos manifiesto
según la generosidad de la naturaleza y la disponibilidad tecnológica en un
momento dado, al mismo tiempo que genera adaptaciones culturales, históricas y
ecológicas muy variadas y complejas y diferentes relaciones y grados de poder en
el uso y disfrute de los recursos hídricos a escala local, regional, nacional,
continental y mundial.
El agotamiento y creciente escasez del agua en muchos lugares del globo, las
sequías cada vez más duras, prolongadas y recurrentes y el aumento constante de
las necesidades humanas y económicas han producido, y más que producirán en el
futuro inmediato, conflictos entre países y entre regiones dentro de un mismo país
por el control y empleo del agua. A este respecto se debe tener en cuenta que el
97,5 % del agua existente en el planeta es salada y, por lo tanto, no potable,
mientras que sólo el 2,5 % de los recursos hídricos es apto para el consumo
humano. De este último porcentaje, únicamente el 0,4 % corresponde al agua
superficial y atmosférica.
Estas cifras porcentuales constituyen un fiel testimonio de la reducida cantidad
de agua existente en el planeta que puede ser aprovechada para el consumo
humano y las actividades económicas, lo que demuestra la escasez del recurso y lo
fácil que resulta comprometer el abastecimiento de este líquido vital mediante un
empleo abusivo, inadecuado e ineficiente del mismo. Este hecho va a tener
categóricas repercusiones económicas y geopolíticas en todo el mundo, aunque el
continente americano se verá involucrado por el contraste manifiesto que existe
entre la zona septentrional, cada vez más sedienta y esquilmada de
sus recursos hídricos, y el área meridional, donde el agua es abundante y todavía
no ha sido demasiado aprovechada.
En cualquier caso, se puede hablar con absoluta propiedad de la existencia, a veces
larvada, de una auténtica “guerra del agua” (CANS 1994) entre el centro y la
periferia y entre grupos antagónicos con intereses contrapuestos donde una vez
más se generan desequilibrios y exclusiones socioeconómicas, culturales, políticas
y ambientales. Se establece de hecho una pugna entre quienes piensan que el agua
debe ser considerada un bien comercial (como el trigo, la soja, el café o la carne) y
quienes sostienen que se trata de un bien social relacionado con el derecho a la
vida.
El uso del agua, el agua virtual y la huella hídrica
El Instituto Internacional de Manejo del Agua, con sede en los Países Bajos, abunda
en la idea de que el actual conflicto por la disponibilidad hídrica es básicamente un
problema económico porque las necesidades son infinitas y los recursos resultan
escasos. El agua parecía hasta hace poco un recurso infinito, pero la situación ha
cambiado de forma radical y cada vez se exige un consumo más eficiente y racional.
Por ello se prevé en breve un aumento espectacular del precio del agua, e incluso
luchas cada vez más enconadas por el control de las fuentes hídricas, como ya se
aprecia en varios lugares de América Latina, lo que sin duda tendrá rotundas
repercusiones geopolíticas, económicas, sociales, culturales y ambientales en la
región.
La actividad humana que más agua ha consumido siempre es la agricultura, aunque
a partir de la revolución verde esta situación ha adquirido valores espectaculares,
puesto que la intensificación productiva, basada en el empleo de maquinaria, la
fertilización química, el uso de productos fitosanitarios, la siembra de semillas
seleccionadas y la difusión del regadío, provoca un aumento desmesurado de los
aportes hídricos en la producción agrícola. Lo mismo cabe indicar de la revolución
ganadera, ya que la estabulación de grandes cantidades de animales en espacios
reducidos y la desvinculación del ganado de la tierra y los recursos naturales, obliga
a un mayor consumo de agua. En cualquier caso, la FAO estima que
aproximadamente un 70 % de los recursos hídricos disponibles en el mundo se
utiliza para uso agrícola y ganadero.
El concepto de agua virtual, que se ha ido desarrollando con el paso del tiempo,
permite a los países compartir 3 productos y beneficios al poner en relación la
producción y el consumo de cada uno de los países del mundo a través de sus
relaciones comerciales. Por lo tanto, se entiende por agua virtual el agua que se
utiliza para producir una mercancía o un servicio, como sucede por ejemplo con los
productos alimenticios e industriales o con las actividades turísticas o de ocio. La
importación y exportación de los productos implica de hecho la importación y
exportación de agua virtual.
El volumen mundial de los flujos de agua virtual en relación con el comercio
internacional de mercancías alcanza 1.600 millones de metros cúbicos por año.
Alrededor de un 80 % de ese flujo se asocia con el comercio de productos
agropecuarios, mientras que un 16 % del uso del agua en el mundo no se
corresponde con la producción de bienes para el consumo interno, sino con la
producción de bienes para la exportación, cuestión que por su carácter injusto ha
cobrado gran importancia durante los últimos tiempos, sobre todo por lo que
respecta al mundo latinoamericano.
De todos modos, el asunto de la propiedad y el reparto de la tierra ha aglutinado de
forma tradicional a las poblaciones campesinas de América Latina, provocando
diversos movimientos reivindicativos y levantamientos populares de gran
trascendencia pública en aras de una reforma agraria. Sin embargo, el uso y
dedicación de la tierra apenas se ha planteado hasta ahora en términos
sociopolíticos, toda vez que desde hace algo más de tres lustros se ha pro cido en
la mayoría de los países latinoamericanos una reorganización sin precedentes de
los espacios y aprovechamientos 4 agrícolas, pecuarios y forestales.
Dicha reorganización está motivada por dos fenómenos muy activos e intensos que
en el fondo son la misma cosa y tienen idénticas consecuencias: la difusión
generalizada del complejo cereales-carne y la necesidad imperiosa de exportar que
estos países tienen para pagar sus abultadas y asfixiantes deudas externas.
El origen de la paradoja por la que varios países latinoamericanos dotados de vastas
extensiones de uso agropecuario y abundantes recursos naturales, como Brasil,
Colombia o México, no pueden ser autosuficientes en materia alimenticia, estriba
en un asfixiante endeudamiento que les obliga a conseguir divisas a cualquier
precio. El objetivo de los planes de ajuste estructural que el Fondo Monetario
Internacional o el Banco Mundial imponen a los países con problemas de crédito se
centra en que estas naciones exporten cada vez más para que no dejen de pagar
los elevados intereses de sus abultadas deudas externas. Es así como mucho
países latinoamericanos se ven obligados a reorientar su producción agropecuaria
o a sobreexplotar sus recursos naturales, pero siempre con el norte de dirigirse a
los mercados exteriores en detrimento del consumo local y el respeto ecológico.
Esta reorganización de los espacios y usos agropecuarios les lleva a importar
cantidades crecientes de trigo y a dedicar las superficies de cultivo a los productos
para la exportación, que en realidad lo que hacen es complementar la demanda de
los países ricos, en detrimento de los productos para el consumo local. Es así como
en muchos de estos países avanzan los cultivos comerciales (soja, caña de azúcar,
cítricos, flores, frutas de clima 5 templado, hortalizas) y sufren un retroceso
categórico los productos que de forma tradicional han alimentado a la población
autóctona (arroz, trigo, mandioca, fríjol, patata, boniato, yuca).

Se debe tener en cuenta, además, que cuando un país remite una cantidad
determinada de dólares para el pago de los intereses de su deuda externa, lo que
está enviando también al exterior es una cierta cantidad de recursos naturales y
trabajo humano incorporado. Dado que, en general, la exportación de manufacturas
y servicios es pequeña, estos países se ven obligados a enviar una creciente
cantidad de recursos naturales y materias primas agroalimentarias con el objeto de
recaudar divisas que servirán, como se ha mencionado arriba, para pagar en parte
estas deudas y sostener el modelo productivo vigente.
Otro concepto de interés es el de huella hídrica, es decir, el volumen de agua
necesario para producir los bienes y servicios consumidos por los habitantes de un
territorio determinado. Habría que distinguir entre la huella hídrica interna, o sea, el
volumen de agua utilizado que proviene de los recursos hídricos del país, y la huella
hídrica externa, o lo que es lo mismo, el volumen de agua empleado proveniente de
otros países.
Los cuatro factores principales en la determinación de la huella hídrica de un país
son los siguientes: el volumen de consumo (relacionado con los ingresos nacionales
brutos), los patrones de consumo (por ejemplo, alto consumo de carne frente a bajo
consumo, el clima (condiciones de variación de las lluvias y las temperaturas) y las
prácticas agropecuarias (eficiencia en el uso del agua).
De estas consideraciones se deduce que agua virtual y huella hídrica son conceptos
íntimamente ligados, sobre todo en estos tiempos de liberalización comercial a
ultranza y aumento de los intercambios mercantiles en el mundo. Valórese al
respecto, como ejemplo ilustrativo, la expansión relativamente reciente de esa
“cultura de la carne” que aparece como responsable de que gran parte de las tierras
arables del mundo y de América Latina se utilicen para cultivar plantas que después
se emplean para fabricar piensos para la ganadería intensiva (fundamentalmente
cereales y oleaginosas) en vez de dedicarlas al cultivo de alimentos para las
personas.
De este modo, por influencia de algunos países, como Estados Unidos, y sus
empresas transnacionales del sector agroalimentario, se crea una cadena
alimenticia artificial donde el principal eslabón está representado por la carne, sobre
todo la de vacuno. El ganado alimentado con cereales y oleaginosas en vez de
forrajes se destina a satisfacer la demanda de los consumidores de los países ricos,
mientras que en los países pobres, bastantes de ellos con excedentes alimenticios,
mucha gente se encuentra desnutrida e incluso muere literalmente de hambre.
Además, si se tiene en cuenta que la cría de ganado bovino precisa 4.000 metros
cúbicos de agua por cabeza y que la producción de carne fresca de vacuno requiere
15 metros cúbicos por kilogramo es sencillo deducir la huella hídrica que los países
ricos imprimen en los pobres y el agua virtual que es “transferida” desde el mundo
subdesarrollado hasta el desarrollado.
Luchas y conflictos por el uso del agua
El agua es la representación más natural de la denominada globalización, puesto
que cruza las fronteras administrativas sin pasaporte ni documentación. Según el
Informe “Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua”,
elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en
2006, existen actualmente en el mundo 145 países que comparten lo que se conoce
como cuencas hidrográficas transfronterizas, es decir, cuencas de drenaje o
captación entre las que se encuentran los lagos y las aguas subterráneas poco
profundas compartidas por países vecinos. Hoy en día existen 263 cuencas
transfronterizas.
Las aguas compartidas siempre han constituido un posible motivo de competencia
y rivalidad, aunque también de cooperación y reparto equitativo (La propuesta de
un marco adecuado para compartir el agua implica la consideración de varios
factores, según el Informe de la UNESCO “El agua, una responsabilidad compartida
(2006): las condiciones naturales (por ejemplo, la aridez y los cambios globales), la
variedad de los usos del agua (riego, energía hidroeléctrica, control de las
inundaciones, usos municipales, calidad del agua, control de los vertidos...), las
diversas fuentes de 8 suministro (aguas superficiales, aguas subterráneas o fuentes
mixtas), las consideraciones aguas arriba y aguas abajo del curso fluvial y las
condiciones sociodemográficas (composición y crecimiento de la población,
urbanización, industrialización, expansión de servicios como el turismo...).
Un ejemplo destacable en este sentido es el Proyecto ISARM (Gestión de Recursos
de Acuíferos Transfronterizos) lanzado por la UNESCO y la Organización de
Estados Americanos (OEA) en 2002 y cuyo objetivo prioritario era la realización de
un inventario de las aguas subterráneas transfronterizas de América Latina,
destacando al mismo tiempo la necesidad de dar un seguimiento a este proyecto de
cooperación. Dicho proyecto se apoya en la idea fundamental de que el agua es un
recurso compartido y que se debe administrar de modo más eficiente y equitativo
mediante una mayor cooperación. De todos modos es legítimo preguntarse si esto
puede ser posible bajo un modelo socioeconómico de libre mercado, competitivo,
con la rentabilidad inmediata como único norte y donde sigue funcionando el
esquema de relaciones internacionales centro-periferia.
Conflictos geopolíticos regionales en América Se estima que en 2025 la demanda
de agua en el mundo puede ser un 56 % superior al suministro, hecho que sin duda
dará lugar al desencadenamiento de luchas y conflictos entre grupos con intereses
contrapuestos y a diferentes niveles: local, regional, nacional y mundial. Según el
Informe “El agua, una responsabilidad compartida”, elaborado por la UNESCO en
2006, las fuentes de potenciales conflictos hídricos son las
siguientes: escasez (permanente o 9 transitoria), diferencias de fines y objetivos.,
factores sociales e históricos complejos (antagonismo previo), falta de comprensión
o desconocimiento de circunstancias y datos, relación de poder asimétrica entre
localidades, regiones o naciones, falta de datos significativos o cuestiones de
validez y fiabilidad, asuntos específicos de política hídrica (construcción de presas
o desvío de cursos de agua) y situaciones de ausencia de cooperación y conflicto
de valores, especialmente los referentes a la mitología, la cultura y el simbolismo
del agua.
Las posibles hostilidades entre países por el control del agua constituyen un riesgo
nada desdeñable en el continente americano, ya que existen contundentes
contrastes entre la carestía hídrica al norte del Distrito Federal de México hasta la
frontera con Estados Unidos y la abundancia sudamericana a la que todavía no se
le ha sacado demasiado provecho.
Como premisa para comprender la situación que se puede avecinar hay que tener
en cuenta que los acuíferos, ríos y lagos de Estados Unidos han experimentado un
notable proceso de contaminación y sobreexplotación. Por ello, se puede decir que
debido a estas circunstancias casi se encuentran al borde del colapso. Los acuíferos
de California se están secando y el río Colorado se explota al máximo; lo mismo
cabe indicar de los acelerados ritmos de extracción de agua en los estados
meridionales de Nuevo México, Texas y Florida.
Sin embargo, a las grandes arterias fluviales de Sudamérica (Orinoco, Amazonas,
Magdalena, Paraná, Paraguay, Uruguay) se une la existencia del denominado
Acuífero Guaraní. Esta enorme masa de agua subterránea, 10 que es uno de los
recursos hídricos más importantes del mundo, se extiende por Argentina, Brasil,
Paraguay y Uruguay y tiene 132 millones de años de antigüedad, ya que comenzó
a formarse cuando los continentes africano y americano todavía estaban unidos. Su
extensión es de 1,2 millones de kilómetros cuadrados y el volumen almacenado de
agua es del orden de 37.000 kilómetros cúbicos. El volumen explotado actualmente
oscila entre 40 y 80 kilómetros cúbicos anuales. Sin embargo, técnicamente, este
acuífero podría abastecer a una población de 360 millones de habitantes con una
dotación de 300 litros diarios por persona.
Ante la creciente escasez hídrica y el constante aumento de la demanda de agua,
Estados Unidos ha puesto sus ojos en los recursos de otros lugares del continente
americano, entre ellos el Acuífero Guaraní. Buena prueba de ello son las noticias
aparecidas con alguna frecuencia en los medios de comunicación acerca de la
hipotética existencia de grupos terroristas islámicos en el área sudamericana
conocida como la “Triple Frontera”, es decir, una zona muy rica en recursos hídricos
compartida por Argentina, Brasil y Paraguay. Incluso el ejército argentino ha
decidido cambiar recientemente el emplazamiento de algunas de sus unidades de
combate y situarlas en las proximidades de las áreas con riesgo potencial de
conflicto por el control de los recursos naturales, sobre todo el agua del Acuífero
Guaraní.
En cuanto a las estrategias de Estados Unidos, destacan varios megaproyectos que
se concretan en tres planes para la construcción de infraestructuras capaces de
trasladar enormes cantidades de agua (LASSERRE 2005). Estos tres planes son
los siguientes: la North American Water and 11 Power Alliance (NAWAPA), el Plan
Puebla-Panamá (PPP) y la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura
Regional de Sudamérica (IIRSA).
La NAWAPA pretende desviar los vastos recursos hídricos de Alaska y el oeste de
Canadá hacia Estados Unidos, mientras que el PPP tiene proyectadas varias obras
de infraestructura en Centroamérica, incluyendo la explotación hídrica del Petén
guatemalteco y el sur de México (Chiapas y Yucatán). Sin embargo, el más
ambicioso de los tres megaproyectos es el IIRSA, que propugna la creación de
corredores industriales y enormes construcciones hidroeléctricas e hidrovías en
América del Sur. En este contexto es donde hay que entender la profusión de
tratados de libre comercio firmados en los tiempos más recientes entre Estados
Unidos y otros países latinoamericanos, así como las estrategias del abortado ALCA
(Área de Libre Comercio de las Américas), que pretendía configurar una gran área
de libre comercio desde Alaska hasta la Tierra del Fuego con la excepción de Cuba.
El agua, ¿propiedad pública o propiedad privada? Como ya se ha comentado, el
agua es un recurso natural escaso y agotable, y buena prueba de ello es la
disminución que en términos generales se constata en todos los continentes del
mundo, aunque las perspectivas de unos y otros sean sensiblemente distintas
según su disponibilidad y los niveles de empleo de este líquido vital. Al mismo
tiempo, la demanda es cada vez mayor conforme aumenta la población mundial y
se desarrollan países y actividades 12 económicas que precisan de volúmenes
hídricos en crecimiento. De ahí que el agua se haya convertido en un negocio muy
lucrativo en muy poco tiempo, ya que el agua privatizada es cara, tal como se
comprueba en Chile, uno de los pocos lugares del mundo, junto con Inglaterra y
Gales, donde el abastecimiento hídrico está en manos particulares.
Algunos países, como los mencionados, renuncian a la propiedad y gestión pública
del agua siguiendo los consejos de la banca internacional y el Banco Mundial, cuyas
estrategias son bien conocidas, ya que suelen preparar el terreno acusando y
culpando a la gente común, a los campesinos y a los servicios públicos por el mal
uso y administración de los recursos hídricos.
Por si esto fuera poco, el Banco Mundial representa un papel clave, puesto que
invierte, proporciona dinero para realizar reformas en el sistema del agua e incluso
actúa como juez en caso de conflicto entre los inversores y los Estados, al mismo
tiempo que ha llegado a amenazar a los países que se muestran renuentes a
privatizar sus servicios públicos de agua potable y alcantarillado con negarles
cualquier tipo de financiación para otras necesidades.
Así se comprueba en el documento firmado por el presidente del Banco Mundial, P.
Wolfowitz, emitido durante las sesiones del IV Foro Mundial del Agua celebrado en
México D. F. en marzo de 2006, pues que catalogado como una amenaza para
aquellas naciones que pretendieran incluir en la declaración final del foro que el
agua es un derecho humano fundamental y que, por lo tanto, no puede quedar en
manos privadas.
Siguiendo con los anteriores planteamientos hídricos, se debe tener en cuenta que
la creciente escasez de agua y el 13 aumento desaforado de la demanda provoca
que este líquido fundamental para la vida interese más que el petróleo a los grandes
inversores. Baste señalar, pues no es este el objetivo de esta breve reflexión, que
el Bloomberg World Water Index, propiciado por once empresas del sector, ha
registrado un rendimiento del 35 % anual desde 2003, mientras que las acciones
del petróleo y el gas sólo han experimentado un aumento del 29 %. El origen de
esta comercialización del agua se puede datar en noviembre de 2001, cuando los
recursos naturales, la salud y la educación comenzaron a ser objeto de negociación
para su liberalización en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Privatización del agua.
La cuestión de la privatización del agua se ha estado planteando en el seno de las
negociaciones del ALCA y de los tratados de libre comercio bilaterales auspiciados
por Estados Unidos. Si persistieran estas tendencias, el resultado evidente sería un
alza de las tarifas y un aumento de los pobres que quedarían sin este servicio vital.
Gracias al respaldo que ofrecen los tratados comerciales internacionales, varias
empresas están desarrollando tecnologías para transportar grandes cantidades de
agua potable a largas distancias, estrategia que de hecho supone una clara
privatización del recurso.
Todos los tipos de privatización del agua son perjudiciales para la mayoría de la
población, tanto la apropiación particular de territorios enteros para garantizarse el
uso exclusivo como la construcción de presas y desvío de cursos fluviales o la
contaminación que deriva de la actividad fabril, minera o agroindustrial. Sin
embargo, se puede destacar como especialmente grave la privatización 14 del agua
que se realiza a través de concesiones y contratos de los servicios municipales de
distribución, gestión y purificación del agua, así como de las redes de alcantarillado
y saneamiento. Las empresas beneficiarias pueden fijar las condiciones de acceso
al agua y las tarifas que debe abonar la población. En este aspecto incluso es
posible ignorar el mantenimiento adecuado de las redes públicas aduciendo una
merma presupuestaria, con lo que se abre el camino y la justificación para privatizar
el recurso y el servicio.
La mundialización de la economía, la progresiva liberalización comercial y la
privatización del agua ha afectado a los agricultores pobres de todo el mundo, pero
el impacto de estos factores ha sido especialmente brutal en las comunidades
indígenas de América Latina, pues al tener una relación directa con el agua, son
muy vulnerables ante cualquier alteración de sus ecosistemas acuáticos. Un caso
flagrante es el de los mapuches en Chile.
Una ley de privatización del agua (Ley 2029 del Servicio de Agua Potable y
Alcantarillado Sanitario), aprobada a finales de 1999, desencadenó un cruento
conflicto en Cochabamba (Bolivia) en 2000, ya que los precios de este recurso se
triplicaron tras ser privatizado el servicio a favor de la empresa transnacional Aguas
del Tunari, subsidiaria de la compañías Bechtel (Estados Unidos) y Abengoa
(España). La presión de los habitantes fue tal que el gobierno de turno tuvo que
retroceder en sus pretensiones y las empresas transnacionales abandonaron el
país, no sin demandar antes al Estado boliviano por más de 25 millones de dólares.
Además de la triplicación de las tarifas, los campesinos de la región de Cochabamba
descubrieron rápidamente que el agua que habían extraído gratis durante
generaciones ya no era suya. En poco tiempo, los habitantes de la ciudad tuvieron
que pagar el precio real de este líquido vital, sin subvenciones, mientras que los
campesinos, en su mayoría indígenas de origen quechua, pasaron de ser
propietarios ancestrales a clientes de Aguas del Tunari.
Otro caso significativo es el acaecido recientemente en Ecuador, puesto que la
Coalición de Defensa del Agua inició desde 2003 una campaña para denunciar el
proceso de privatización del agua en la capital del país: Quito. Tras múltiples
avatares jurídicos, la privatización ha sido suspendida en 2007 y el agua queda
como un bien público. Por último, es interesante destacar la privatización que de
hecho se ejerce mediante la acción de las embotelladoras de agua, que son
subsidiadas con permisos de explotación del recurso muy baratos y que con total
impunidad “transforman el agua en agua”. Aquí es fundamental la connivencia de la
oligarquía y los gobernantes locales con las empresas transnacionales, toda vez
que el no mantenimiento (o mantenimiento inadecuado) de las redes públicas de
distribución del agua, obliga a la población a consumir más agua embotellada, bien
por falta del recurso, bien por su deficiente potabilización.
- AMENAZAS HEMISFÉRICAS
La Declaración Sobre Seguridad en las Américas, adoptada por la Organización de
Estados Americanos (OEA) en octubre de 2003, creó un nuevo concepto de
seguridad hemisférica que amplía la definición tradicional de defensa de la
seguridad de los Estados a partir de la incorporación de nuevas amenazas,
preocupaciones y desafíos, que incluyen aspectos políticos, económicos, sociales,
de salud y ambientales. O sea, casi todos los problemas pueden ser considerados
ahora una potencial amenaza a la seguridad.
Consideramos que la implementación de este nuevo concepto multidimensional
constituye un riesgo de aumento de securitización de los problemas de la región y,
por consiguiente, la militarización como una respuesta para confrontarlos. Este
riesgo existe debido a cuatro factores principales: Primero, la tendencia histórica de
intervención política de las fuerzas armadas durante la vigencia de regimenes
autoritarios o en el contexto de conflictos armados o inestabilidad social. Segundo,
la “guerra” de EE.UU. contra las drogas, que promueve un rol más amplio de las
fuerzas armadas en el cumplimiento de la ley. Tercero, las crisis de los sistemas de
seguridad pública que padecen la mayoría de los países de la región. Quarto, “la
guerra contra el terrorismo” lanzada por Estados Unidos, que promueve una
definición expansiva y nebulosa del terrorismo, y por ende, aumenta la
responsabilidad de las fuerzas militares en combatir el terrorismo en cualquier forma
que se exprese.
Las deficiencias del nuevo concepto de seguridad adoptado por la OEA crean las
condiciones para justificar, como nunca antes, el uso de las fuerzas armadas de los
países de la región en misiones que tradicional y formalmente no les corresponden.
Esta tendencia regional hacia la securitización es además reforzada por la
propensión en la política exterior actual de Estados Unidos de ver todo a través del
lente del terrorismo. Este escenario obstaculiza el largo y trabajoso camino de
consolidación de las democracias regionales y el fortalecimiento de las instituciones
civiles. Además, parece ser una manera ineficaz e inapropiada de resolver la amplia
gama de problemas, de orígenes sociales, económicos, políticos, ambientales y
demás, comunes en la región.
América Latina cuenta con un legado histórico de militarización en respuestas a
conflictos internos, inestabilidad y crimen. A pesar de que la región ya no está
gobernada por dictaduras militares y todos los países de la región, excepto uno,
cuentan con líderes elegidos democráticamente, son varios los gobiernos que se
han vuelto a sus fuerzas armadas para responder a problemas internos. Esto se
debe principalmente a dos factores: la amenaza del tráfico de drogas (y las políticas
antinarcóticos de Estados Unidos que auspiciaron la participación militar en las
misiones de lucha contra el narcotráfico) y la falta de políticas de seguridad pública,
incluyendo la incapacidad de las instituciones en cumplir la ley para responder al
incremento del crimen y la inseguridad.
Desde que la administración de Reagan, a mediados de la década de los años 80,
declaró las drogas ilícitas como una amenaza a la seguridad nacional, una parte
central de la “guerra contra las drogas” ejecutada por EE.UU. ha consistido en el
fortalecimiento de las fuerzas armadas latinoamericanas con el fin de llevar a cabo
iniciativas antinarcóticos. Para ello, Estados Unidos ha provisto de entrenamiento y
equipamiento a estas fuerzas para sumarlas a esta política.
La presión que ejerce Estados Unidos en el marco de su política antinarcóticos para
la región es uno de los factores principales que ha influido en la intervención de las
fuerzas armadas en cuestiones de seguridad interior.
En segundo lugar, el incremento de las tasas de criminalidad en los países—y los
graves problemas de pobreza e desigualdad que no han sido resueltos por las
reformas económicas promovidas por el Consenso de Washington—generan una
fuerte demanda social de respuestas eficaces que garanticen niveles tolerables de
seguridad ciudadana y resuelvan el alto grado de conflictividad social.
Ante la carencia de políticas de seguridad pública democráticas y eficientes que
puedan satisfacer estas demandas, muchos gobiernos han optado por la
intervención de las fuerzas armadas. Es una solución ilusoria que no sólo ha fallado
sino que, como veremos luego, contiene una serie de consecuencias negativas para
el fortalecimiento de las instituciones democráticas en la región.
El efecto de la política antinarcóticos adoptada por EE.UU. puede observarse
claramente en Bolivia, donde los militares de Estados Unidos han estado
directamente involucrados en esfuerzos antinarcóticos y han promovido que las
fuerzas armadas bolivianas asuman un rol cada vez más importante en la lucha
contra el narcotráfico.
En el año 1986, las fuerzas armadas estadounidenses estuvieron involucradas, por
primera vez en forma pública, en una operación antinarcóticos de gran envergadura
(Operación Blast Furnace). En el año 1988, el gobierno de EE.UU. creó una unidad
boliviana de la Fuerza Aérea y un grupo naval para desarrollar actividades de
interdicción de drogas. Esta tendencia continuó con el lanzamiento de la Iniciativa
Andina, bajo la cual el gobierno de EE.UU. empezó “una incorporación deliberada
de las fuerzas armadas de los países huéspedes en los esfuerzos antinarcóticos y
expandió el rol militar de los Estados Unidos a lo largo de la región”.
El rol interno de las fuerzas armadas bolivianas no se limita a la lucha antinarcóticos.
Incluye también amplias funciones para el cumplimento de la ley. Los militares son
llamados ocasionalmente a responder ante la protesta social. Por ejemplo, cuando
la policía de La Paz se amotinó en febrero del 2003, el presidente Sánchez de
Lozada desplegó soldados para restaurar el orden público. El enfrentamiento que
se produjo posteriormente condujo a la muerte de 32 personas y cientos de heridos.
México es el país latinoamericano que cuenta con la más larga tradición de
subordinación militar a gobiernos civiles. Sin embargo, el involucramiento de los
militares en cuestiones de seguridad interna ha crecido considerablemente en las
décadas pasadas. Sigrid Arzt sostiene que “el proceso de militarización en materia
de seguridad pública es una política ad hoc de respuesta por parte de la elite política
mexicana ante la escalada de la delincuencia organizada, particularmente la
expresada en el fenómeno del tráfico de drogas.
El ejército mexicano históricamente había participado en la erradicación manual de
cultivos ilícitos. Sin embargo, cuando el presidente Miguel de la Madrid declaró en
el año 1987 al tráfico de drogas como un asunto de seguridad nacional, esto propició
la expansión de la misión militar antinarcóticos hacia la incorporación de mandatos
de cumplimiento de la ley e inteligencia. La política antinarcóticos de EE.UU. ha
auspiciado estas tendencias a través de la provisión de entrenamiento y
equipamiento para el ejército mexicano y también ha apoyado retóricamente la
militarización como una solución temporal a los problemas endémicos de corrupción
e incapacidad de las agencias encargadas de hacer cumplir la ley.
La militarización en México abarca dos fenómenos separados pero
interrelacionados: Por un lado, la expansión de la misión de las fuerzas armadas del
rol antinarcóticos hacia responsabilidades sobre el cumplimiento de la ley; por otro,
la designación de personal militar (en actividad, con licencia o retirado) en puestos
de carácter civil.
El primer fenómeno se ve, por ejemplo, en la incorporación en el año 1995 de la
Secretaría de la Defensa Nacional como miembro del Consejo Nacional de
Seguridad Pública, el cual le otorgó un mandato oficial en la toma de decisiones y
en el diseño de políticas de seguridad pública. La Corte Suprema ratificó esta
decisión, sosteniendo que las fuerzas armadas pueden intervenir en asuntos de
seguridad pública en tanto las autoridades civiles lo requieran. Más recientemente,
la administración del presidente Vicente Fox le ha otorgado al ejército un rol directo
en los esfuerzos de desmantelamiento de las organizaciones de tráfico de drogas
mediante el control de los jefes de los carteles y los comandos de operaciones para
detenerlos.
El segundo fenómeno se ve en la asignación de personal militar dentro de las
policías y procuradurías en las regiones con altos grados de narcotráfico. Esto ha
dejado cargos importantes de inteligencia estratégica y operacional de la
Procuraduría General de la República—e incluso el puesto de Procurador General
durante la mayor parte de la administración de Fox—en manos de militares. A pesar
de que la presencia de personal militar en la Policía Federal Preventiva, creada en
el año 1999, había sido designada con carácter temporal, en la actualidad, el
número de soldados en dicha fuerza ha incrementado.
El ejército mexicano también ha asumido otros papeles internos como son labores
sociales, protección ecológica y en casos de desastres naturales. En su más
reciente libro blanco, las fuerzas armadas identifican a la pobreza extrema y a la
exclusión social como amenazas a la seguridad nacional.
La nueva agenda de seguridad nacional de los Estados Unidos
La “guerra contra el terrorismo”, lanzada como respuesta a los ataques terroristas
sufridos en el 2001, es ahora la principal misión militar de EE.UU. Jeffrey Record se
refiere a esta declaración de “guerra contra el terror” en los siguientes términos: “La
naturaleza y los parámetros de esta guerra, sin embargo, continúan frustrantemente
poco claros. La administración ha postulado una multiplicidad de enemigos,
incluyendo estados paria, distribuidores de armas de destrucción masiva,
organizaciones terroristas de alcance global, regional y nacional; y el mismo
terrorismo. También parece estar superponiéndolos en una amenaza monolítica y,
haciendo eso, ha subordinado la claridad estratégica a la claridad moral que busca
en su política exterior”.
En principio, América Latina es la región de menor importancia estratégica para la
administración Bush en la “guerra contra el terrorismo”. Sin embargo, siendo el
terrorismo la mayor amenaza a su seguridad y convirtiéndose así en prioridad de la
política exterior de Estados Unidos, el Pentágono y su Comando Sur están viendo
a América Latina a través de este lente, como si todos los problemas en la región
fueran potenciales amenazas terroristas. Esto exacerbará aún más la tendencia
regional hacia la militarización y sus consecuentes impactos sobre los derechos
humanos y la democracia.
Para observar como la percepción de esta “guerra” se traslada a la región es útil
revisar la declaración de postura que en el año 2004 realizó el entonces comandante
en jefe del Comando Sur, General James Hill, ante el congreso de los Estados
Unidos: “No asombrosamente, los grupos radicales islámicos, los narcoterroristas
en Colombia, y las pandillas urbanas a través de América Latina practican muchos
de los mismos métodos del negocio ilícito…Los terroristas a través del área de
responsabilidad del Comando Sur bombardean, asesinan, secuestran, trafican
drogas, transfieren armas, lavan el dinero y pasan de contrabando a seres
humanos”.
La “guerra contra el terrorismo” lanzada por EE.UU.—cuyos principales
componentes, son la definición amplia y nebulosa de terrorismo y, la respuesta
esencialmente militar a este fenómeno27—en América Latina ha tenido impactos
tanto directos como difusos. Respecto al impacto directo, este puede rastrearse en
el cambio tanto del diseño como la aplicación de políticas nacionales para responder
a amenazas a la seguridad—o a otros bienes del estado. Colombia es el exponente
más claro de este fenómeno. A pesar de que la realidad muestra la existencia de un
conflicto armado interno con más de 40 años de vigencia cuya característica
principal es la existencia de grupos alzados en armas, el gobierno actual ha
adoptado como política reducirlo a un problema de terrorismo.
Más grave aún es que otros conflictos de raíz política o social, que son los que más
aquejan a los países de la región, son diagnosticados como amenazas a la
seguridad y, directa o indirectamente, como amenazas terroristas.
Un ejemplo de este tipo de impacto puede observarse en Chile, con la condena
judicial a líderes indígenas acusados de terrorismo. En el sur de Chile el pueblo
indígena Mapuche está enfrentado con el gobierno chileno, empresarios y dueños
de tierras, por conflictos de tierras. Aunque el gobierno chileno no ha apelado a las
fuerzas armadas para responder este conflicto social, las instituciones del gobierno
chileno han aplicado cuestionablemente una ley antiterrorista heredada de la
dictadura del General Pinochet.
El uso de legislación antiterrorista a miembros de la comunidad Mapuche ha
promovido violaciones a derechos humanos, como el debido proceso legal y
maltrato y brutalidad policial. Si bien en muchos casos, miembros del pueblo
Mapuche han cometido hechos delictivos en el contexto de sus reclamos (en
general contra la propiedad privada y nunca han cobrado la vida de una persona),
es cuestionable el tratamiento judicial de este conflicto como si se trataran de delitos
de terrorismo.
-HACIA UNA SEGURIDAD COOPERATIVA EN EL HEMISFERIO
En octubre del 2003 la OEA, mediante la aprobación de la Declaración sobre
Seguridad en las Américas, adoptó un nuevo concepto de seguridad hemisférica.
De acuerdo al texto de la Declaración “[…] Las amenazas, preocupaciones y otros
desafíos a la seguridad en el Hemisferio son de naturaleza diversa y alcance
multidimensional y el concepto y los enfoques tradicionales deben ampliarse para
abarcar amenazas nuevas y no tradicionales, que incluyen aspectos políticos,
económicos, sociales, de salud y ambientales…”. Así, la nueva definición amplió el
concepto tradicional de seguridad, incorporando amenazas nuevas y no
tradicionales. Esta Declaración considera las siguientes prácticas como amenazas,
preocupaciones u otros desafíos a la seguridad:
Terrorismo, la delincuencia organizada transnacional, el problema mundial de las
drogas, la corrupción, el lavado de activos, el tráfico ilícito de armas y las conexiones
entre ellos; Pobreza extrema y exclusión social de amplios sectores de la población,
que también afectan la estabilidad y democracia…, erosiona la cohesión social y
vulnera la seguridad de los Estados; los desastres naturales y los de origen humano,
el VIH/SIDA y otras enfermedades, otros riesgos a la salud y el deterioro del medio
ambiente; la trata de personas; los ataques a la seguridad cibernética; la posibilidad
de que surja un daño en el caso de un accidente o incidente durante el transporte
marítimo de materiales potencialmente peligrosos, incluidos el petróleo, material
radioactivo y desechos tóxicos; y la posibilidad del acceso, posesión y uso de armas
de destrucción en masa y sus medios vectores por terroristas.
Por otro lado, la Declaración reconoció la soberanía de los Estados para identificar
sus prioridades respecto a la seguridad y la flexibilidad en la elección de los
mecanismos para confrontar las amenazas. Además, la Declaración incorporó a la
democracia, el estado de derecho, los derechos humanos y el derecho internacional
humanitario y el multilateralismo como valores compartidos de los estados del
hemisferio. Por último, la Declaración también incorpora el concepto de seguridad
humana al reafirmar que el fundamento y razón de ser de la seguridad para los
Estados democráticos del hemisferio es la protección de la persona humana.
Debido a sus características principales, este sistema se ha denominado
“multidimensional” y de “arquitectura flexible”. La multidimensionalidad radica en la
ampliación del concepto tradicional de seguridad regional, ligado a la defensa de la
seguridad de los Estados, a partir de la incorporación de nuevas amenazas,
preocupaciones y desafíos. La flexibilidad de la arquitectura se relaciona con la
diversidad de mecanismos que los Estados cuentan para responder a las
amenazas.
La adopción de un nuevo sistema de seguridad para la región generó reacciones
diferentes. Algunos países destacaron que la Declaración de Seguridad actualizó
un obsoleto esquema de seguridad propio de la guerra fría y reflejaba las nuevas
necesidades de la región en materia de seguridad. Varios actores involucrados en
la negociación del texto de la Declaración sintieron que su contenido—
particularmente la larga lista de nuevas amenazas y preocupaciones—más que una
muestra de consenso refleja la imposibilidad de crear una agenda común para la
seguridad de la región.
En lugar de establecer claramente una agenda común para confrontar los desafíos
en materia de seguridad para la región, el nuevo esquema extiende el concepto de
seguridad a muchas problemáticas de otro carácter, y se parece más a una larga
lista de problemas acorde a las necesidades de cada país, sub-región o región.
La transformación del sistema de seguridad de las Américas responde a una clara
necesidad de actualizar un sistema que imperó de acuerdo a la lógica de la guerra
fría y que había dejado de responder a la realidad de la región. Sin embargo, ante
el contexto actual de la región y el concepto de terrorismo promovido por EE.UU, la
implementación de este nuevo concepto multidimensional constituye un riesgo que
aumente la securitización de los problemas de la región y, por consiguiente, la
militarización como una respuesta para confrontarlos.
El nuevo concepto de seguridad multidimensional de la OEA padece dos problemas
principales:
En primer lugar, trata problemas comunes en la región como la pobreza extrema y
la exclusión social, el VIH y otras enfermedades y los desastres naturales desde la
óptica de la seguridad nacional concibiéndolos como una amenaza. En ese sentido,
la declaración crea las condiciones para la securitización de los problemas de índole
político, económico, social o ambiental que, en principio, no deberían ser parte de
una agenda de seguridad hemisférica.
En segundo lugar, al tratar en forma indistinta las amenazas tradicionales a la
seguridad junto a las nuevas amenazas, la declaración diluye la diferencia histórica
entre los conceptos de defensa y de seguridad pública o ciudadana que han regido
en la región hasta el momento. La defensa tiene como objetivo principal la
protección de la integridad del Estado—tanto política como geográficamente—
contra las amenazas que emanan del exterior y, en circunstancias excepcionales
claramente definidas por la ley, de graves hechos de conmoción interior que
amenacen la integridad del estado.
Las fuerzas armadas juegan un rol central en la defensa de un país. La seguridad
pública, en su concepción tradicional, está relacionada a la manutención del orden
público y, para ello emplea las fuerzas policiales para promover cumplimiento de la
ley. Hace un tiempo, en América Latina se ha empezado a utilizar el concepto de
seguridad ciudadana que amplía el de seguridad pública enfatizando la protección
del ciudadano y sus derechos como una parte central de la función policial.
En el contexto de la Declaración, la securitización de problemas políticos, sociales
o económicos por un lado, y la militarización de las respuestas por el otro, son como
dos caras de una misma moneda. Las conclusiones de una reunión de expertos
sobre el concepto multidimensional de la seguridad lo expresan del siguiente modo:
“El riesgo principal es que se asocian los problemas de desarrollo con ‘amenazas’
a la seguridad, con lo cual las estrategias militares podrían ser alternativas. Esto es
la llamada securitización de la agenda de desarrollo”.
Es importante destacar que, como lo afirmamos anteriormente, tanto la
securitización como la militarización no son prácticas creadas en la región por este
concepto nuevo de seguridad multidimensional. Por el contrario, la ejecución de
prácticas de este tipo, sobre todo el uso de fuerzas armadas en asuntos internos,
ya existían en distintos países con anterioridad a la adopción de la Declaración.
-ALCANCE GEOPOLÍTICO DE LA DELIMITACIÓN FRONTERIZA ENTRE
NICARAGUA Y COLOMBIA
El pasado 19 de noviembre de 2012, la Corte Internacional de Justicia (CIJ en
adelante) emitió su veredicto a la demanda interpuesta por Nicaragua contra
Colombia por la titularidad y delimitación del espacio marítimo terrestre circundante
de los archipiélagos de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Este conjunto de
islas colombianas situado a unos 220 kilómetros de Nicaragua, en el Caribe
occidental, ha sido históricamente objeto de diversas reclamaciones soberanas,
aunque la mayoría se han ido resolviendo con el tiempo. El final de este largo
proceso judicial inevitablemente obliga a un cambio en la demarcación fronteriza
que presenta importantes novedades en diferentes aspectos de la geopolítica de
esta región del mundo.
Contexto histórico de la disputa.
Con la firma del “Tratado sobre cuestiones territoriales entre Colombia y Nicaragua”
de 1928 (más conocido como Tratado de "Esguerra-Bárcenas"), se lograba un
entendimiento entre ambos Estados que se manifiesta en el artículo primero del
texto: “La República de Colombia reconoce la soberanía y pleno dominio de la
República de Nicaragua sobre la costa de mosquitos [...] y la Republica de
Nicaragua reconoce la soberanía y pleno dominio de la República de Colombia
sobre las islas de San Andrés, Providencia, Santa Catalina y todas las demás islas,
islotes y cayos que hacen parte de dicho archipiélago de San Andrés”.
Dos años después, como condición indispensable para su la entrada en vigor del
Tratado de "Esguerra-Bárcenas" ambos gobiernos se reúnen nuevamente para
ratificarlo mediante un documento comúnmente llamado “Protocolo de 1930” que se
convertiría en centro de la problemática entre ambos países pues, su último párrafo,
en el que se declara que el “Archipiélago de San Andrés y Providencia […] no se
extiende al occidente del meridiano 82 de Greenwich”, ha sido interpretado de modo
diferente por los dos países firmantes. Para Colombia resulta evidente que el
meridiano 82 se constituye como frontera, mientras que Nicaragua opina que lo que
pone de manifiesto esta frase del protocolo no es otra cosa que la situación y
localización geográfica del archipiélago colombiano.
Sin embargo, en 1980 el gobierno sandinista declara nulo el Tratado (Gaviria
Liévano, 1984, p. 138) por haber sido firmado bajo la presión y ocupación militar de
Estados Unidos (desde 1927 hasta 1933), aunque ya en 1969 se había producido
la primera discrepancia oficial respecto a la delimitación fronteriza. Desde entonces,
este argumento ha venido siendo muy recurrente en Nicaragua, y es el que motiva
en última instancia la demanda a Colombia ante la CIJ en 2001, reclamando la
soberanía del Archipiélago y del espacio marítimo correspondiente a su plataforma
continental, negando por tanto la vigencia del meridiano 82 como frontera y situando
ésta aproximadamente en la línea media entre la plataforma continental
nicaragüense y en el límite de la
Zona Económica Exclusiva
(ZEE) de Colombia.

Es necesario recordar que en la Convención de la Organización de las Naciones


Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR en adelante) se establecen
derechos análogos de exploración y explotación entre la ZEE y la plataforma
continental, y que tales derechos se extienden potencialmente hasta las 200 millas
en forma de ZEE para el caso de Estados con una plataforma continental menor a
dicha distancia (caso de Colombia), pues los países con plataforma continental
mayor a estas 200 millas (aparentemente el caso de Nicaragua) potencialmente
pueden ejercer dichos derechos sobre la totalidad de la misma. Evidentemente, la
potencialidad mencionada requiere de una situación ideal en la que no se “interfiera
en lo que constituya la prolongación natural del territorio de otro Estado” en forma
de plataforma continental o ZEE.
El 13 de diciembre de 2007, en audiencia pública con las partes tras las objeciones
elevadas por Colombia, la CIJ, invocando el artículo XXXI del “Tratado americano
de soluciones pacíficas” de 1948 (conocido también como “Pacto de Bogotá”), se
declara competente para dirimir el litigio, aunque únicamente en lo concerniente a
la titularidad de las formaciones marítimas reivindicadas por Nicaragua y los asuntos
de delimitación marítima, pero no así acerca de la soberanía de las principales islas
del departamento colombiano de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.
Por tanto, la ICJ admite a trámite la solicitud de Nicaragua (pues niega el valor
fronterizo del meridiano 82) y además implícitamente reconoce la validez del
Tratado "Esguerra-Bárcenas" de 1928, reafirmando la soberanía territorial
colombiana sobre San Andrés, Providencia y Santa Catalina, aunque no sobre el
resto de formaciones y accidentes geográficos, incluyendo las de Roncador,
Serrana y Quitasueño, pues éstas estaban excluidas del Tratado expresamente
(Artículo 1) por encontrarse su dominio en disputa con Estados Unidos en el año
1928.
Sentencia de la Corte Internacional de Justicia
Pese a los temores de algunos sectores en Colombia (Litigio Colombia-Nicaragua...,
2012), en lo relativo a la soberanía territorial de los espacios insulares en disputa,
la ICJ declara en su sentencia que “Colombia, y no Nicaragua, detenta soberanía
sobre las islas (sic) de Alburquerque, Bajo Nuevo, los Cayos del Este-Sureste,
Quitasueño, Roncador, Serrana y Serranilla”. Al respecto, resulta interesante
resaltar que ninguno de estos pequeños cayos, islotes y bancos (entre todos
aproximadamente suman 8 kilómetros cuadrados) tiene población residente, pues
únicamente ésta se concentra en las islas de San Andrés, Providencia y Santa
Catalina, las cuales albergan algo más de 70.500 habitantes en sus 44 kilómetros
cuadrados totales.
Este matiz es de
especial relevancia por
dos motivos
principalmente: porque
la ausencia de población
hubiera facilitado
enormemente un
eventual cambio en la
titularidad soberana de
estos territorios, pero
sobre todo porque las
“rocas no aptas para
mantener habitación
humana o vida
económica propia no
pueden tener Zona
Económica Exclusiva ni
plataforma continental”.
Aunque en ninguna
parte de la CONVEMAR se especifica lo que se entiende por “roca”, como era
previsible, la ICJ entendió que estos pequeños territorios no otorgan derecho a ZEE.
Por otro lado, en lo relativo a la delimitación del espacio marítimo de cada una de
las partes, la ICJ sostiene que, aunque Colombia no es parte de la CONVEMAR
(pues no la ha ratificado), se le pueden aplicar muchas disposiciones de ésta,
específicamente las referidas a la delimitación de la plataforma continental y la ZEE,
pues se trata de normas internacionales consuetudinarias. Así, para la fijación de
límites, cada uno de los países realizó una propuesta. Mientras que Nicaragua se
planteó la extensión de su plataforma continental dejando enclavados y sin ZEE
todos los territorios soberanos colombianos, incluyendo San Andrés, Providencia y
Santa Catalina, Colombia sugirió que la delimitación partiese desde sus posesiones
soberanas insulares, incluyendo Quitasueño y Alburquerque (que junto a San
Andrés, Providencia y Santa Catalina son los accidentes geográficos más cercanos
a la costa nicaragüense).
Al respecto, para su veredicto, la ICJ finalmente tomó en cuenta los siguientes
hechos y consideraciones:
a) Que San Andrés, Providencia y Santa Catalina tienen derecho una ZEE que, en
principio, podría extenderse a 200 millas náuticas en todas las direcciones, aunque
evidentemente este derecho solaparía con el de Nicaragua y el de terceros Estados
de la región.
b) Que los accidentes geográficos menores (cayos, islotes y bancos) tienen derecho
a 12 millas náuticas de mar territorial potencial según la CONVEMAR, incluyendo
Quitasueño, a la que Nicaragua considera un simple banco de arena.
c) Que a efectos de delimitación de la nueva frontera, se consideran como costa
relevante de Colombia los siguientes territorios: San Andrés, Providencia y Santa
Catalina, Alburquerque, Roncador, Serrana y los Cayos del Este-Sureste (Corte
Internacional de Justicia, 2012, art. 152), que son los territorios más cercanos a
Nicaragua. La longitud de esta costa (en la que no entran en consideración
Quitasueño Serranilla y Bajo Nuevo, por diversos motivos) es de unos 65 kilómetros.
d) Que a efectos de delimitación de la nueva frontera, se consideran como costa
relevante de Nicaragua sus 531 kilómetros de fachada litoral, lo que deja un ratio de
1:8.2 favorable a Nicaragua. Además, las islas y demás accidentes geográficos
adyacentes a la costa nicaragüense son relevantes para la medición de su línea de
base.
e) Que el confinamiento de las principales islas colombianas en forma de enclave
en la posible ZEE de Nicaragua (tal y como proponían) “tendría consecuencias
desafortunadas para la gestión ordenada de los recursos marítimos y la vigilancia y
el orden público de los océanos en general, lo cual se evitaría con una simple y
coherente división de la zona en cuestión”.
Ante estos y otros hechos, la Corte dictamina que tanto Quitasueño como Serrana
tengan derecho a 12 millas de mar territorial enclavadas dentro de la ZEE de hasta
200 millas que la ICJ ha determinado reconocer a Nicaragua. Dicha ZEE
nicaragüense gana una progresión máxima hacia el Este que limita con la ZEE
colombiana en algún punto localizado entre los meridianos 79 y 80, tal y como se
desprende del mapa aportado en la sentencia. Colombia, por su parte, pese a la
merma en su ZEE, seguirá contando con continuidad en todas sus islas, cayos e
islotes, a excepción de Quitasueño y Serrana. Estos territorios insulares se asientan
ahora en el sector más occidental de la ZEE colombiana, y por tanto limitan con las
aguas nicaragüenses. En cuanto a los bancos de Serranilla y Bajo Nuevo, en base
a su ubicación y la disputa multilateral2 de la que son objeto, no hay cambios
mencionados en la sentencia.
La nueva demarcación fronteriza, según justifica la ICJ, se diseñó para asegurar
que ninguno de los dos Estados se vean limitados. Así se entiende que las islas de
San Andrés, Providencia y Santa Catalina permanezcan agrupadas formando parte
continua de la ZEE colombiana (Corte Internacional de Justicia, 2012 art. 244). La
frontera marítima que separa este sector de archipiélagos colombianos de la ZEE
nicaragüense discurre por nueve puntos geodésicos señalados en el artículo 251.1.
La línea fronteriza que une estos puntos se junta desde el punto 1 y el 9 (siguiendo
los paralelos 13° 46' 35.7" N y 12° 24' 09.3" N respectivamente) hasta la divisoria
ya mencionada donde la ZEE de Nicaragua llega hasta las 200 millas y limita con la
colombiana.
Consideraciones Geopolíticas:
Lo primero a destacarse del fallo a favor de Nicaragua, es la obligatoriedad en el
cumplimiento de las decisiones emanadas de este tribunal auspiciado por la Carta
de Naciones Unidas (capítulo XXV) para la resolución pacífica de controversias
entre Estados, lo que se traduce en el caso que nos ocupa en la obligación jurídica
de que se lleve a cabo lo dictado en la sentencia de manera inmediata y sin
posibilidad de apelación. Obviamente esto afecta sobre todo a Colombia, pues es
este país el que debe hacer efectivo el traspaso de soberanía de las aguas que la
CIJ ha determinado como nicaragüenses.
Pese a que en cierto modo los colombianos esperaban un dictamen adverso desde
el principio (pues la CIJ debía resolver una demanda en la que toda sentencia
favorable a Nicaragua implicaba pérdidas territoriales y/o marítimas para Colombia),
la reacción del ejecutivo nada más conocer la noticia ha sido de crítica y rechazo al
veredicto, y las voces que pidieron al presidente Juan Manuel Santos que se
declarase en rebeldía son numerosas y variadas. Además, dos días después del
dictamen judicial, compareció la Ministra de Asuntos Exteriores comunicando en el
Senado colombiano que se había enviado una carta al Secretario General de la
ONU avisando de “las inconsistencias y los vacíos del fallo”, abriendo así, al menos
en principio, la vía diplomática a una revisión que se antoja muy complicada.
De todas maneras es plausible que esta escenificación de descontento vaya
destinada a la propia opinión pública de Colombia y no al exterior. El gobierno
colombiano se encuentra atrapado en una tesitura incómoda, pues esta situación lo
somete a un riguroso examen, ya que lo tendrá muy complicado para llevar a cabo
una política capaz de reconciliar a aquellos que abogan por el cumplimiento de la
sentencia y a los que respaldan la rebeldía. A nivel interno se está difuminando lo
legal en lo político en varios frentes y es bastante probable que esto afecte a la
manera de proceder internacionalmente, pues como era previsible, también a nivel
regional la situación se está politizando. Así, Colombia debe encontrar acomodo
entre lo que entiende como un agravio y lo que le supondría lanzar un desafío a las
leyes internacionales que no tiene precedentes en la historia de este país, y todo
ello teniendo en cuenta la previsible polarización de los demás Estados de la región
en su defensa interesada hacia la postura colombiana o nicaragüense.
Es necesario destacar al respecto que Nicaragua cuenta con el aval sin ambages
de Honduras y de los países de la llamada “Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América”, también conocida como ALBA, mientras que Colombia podría
entenderse únicamente con aquellos que estén dispuestos a comprometerse
apoyando la desobediencia a la CIJ, que en este caso todo parece indicar que son
Costa Rica (por sus problemas fronterizos con Nicaragua) y Panamá. Ambos
países, pero sobre todo este último, motivarían su alineación con Colombia porque
es bastante probable que la nueva demarcación marítima afecte a sus derechos de
pesca en virtud del “Tratado Vasquez-Saccio”, firmado entre Colombia y Estados
Unidos en 1972. Paradójicamente este tratado tan conocido por los colombianos
por ser desventajoso a sus intereses, ahora es susceptible de ser utilizado como un
elemento del que se podría obtener cierto provecho. Obviamente, esta situación
otorgaría a Estados Unidos un papel aún por determinar en este escenario, pero
protagonista en cualquier caso.
En efecto, el tema pesquero es central en todo este asunto y probablemente sea
principal la baza a jugar desde Nicaragua para una rápida resolución favorable a
sus intereses, pues desde que se conoció la sentencia, una de las mayores
preocupaciones para Colombia reside en cómo asegurar los derechos de pesca de
su archipiélago al Oeste de las costas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina,
donde al parecer los recursos pesqueros son mayores que en otras porciones
marítimas del entorno. De hecho, un entendimiento entre los dos países en esta
materia podría suponer la salida definitiva de los soldados colombianos que aún
permanecen en aguas recientemente traspasadas a Nicaragua, y en general la
aceptación de la sentencia por parte de Colombia. No obstante, esta posibilidad
depende casi en su totalidad de la decisión que Nicaragua calcule como más
aceptable a sus intereses.
Conviene recordar que el funcionamiento de las pesquerías de las ZEE según la
CONVEMAR se resuelve mediante cuotas de especies que se ceden a terceros
países para su captura una vez cubiertas las necesidades de consumo interno del
Estado soberano, y realizando un cálculo que debe atender criterios de
sostenibilidad medioambiental. Aunque este mecanismo otorga enormes ventajas y
libertades de actuación al soberano de las ZEE, en el caso que nos ocupa es muy
difícil que esto sea de ayuda para que se alcance un acuerdo plenamente
satisfactorio para ambas partes en el corto o medio plazo, sobre todo por la enorme
variedad de especies que hay en estos caladeros y porque en la negociación
presumiblemente se encuentren también Estados Unidos, Costa Rica y Panamá si
finalmente Colombia ve necesario recurrir a su apoyo.
En cualquier caso, la postura colombiana no hace sino evidenciar la importancia de
la superficie marítima que acaban de perder, ya que la sentencia supone un cambio
en la titularidad de aproximadamente 90.000 kilómetros cuadrados, que pasan a un
país que cuenta con cerca de 130.000 kilómetros cuadrados terrestres y a la sazón
es el más grande de Centroamérica. Sin embargo, del potencial que brindan estas
aguas se extrae un hecho negativo de alta relevancia: la precaria capacidad
nicaragüense para controlar gran parte de su reciente adquisición, lo cual
inevitablemente podría hacer de esta porción del Caribe un lugar menos seguro.
La razón principal reside en que los medios de la armada de Nicaragua no están
adaptados a la alta mar y tampoco son suficientes, ni tecnológicamente ni en
número, para cubrir efectivamente las zonas más alejadas al continente, máxime
cuando este país tampoco cuenta con posesiones soberanas retiradas de sus
costas que faciliten la logística de los buques de guerra en su labor de vigilancia.
No es que Colombia cuente con una flota muy adaptada a la alta mar pero sin duda
ésta se encuentra en mejor disposición que la nicaragüense por varios motivos: por
su adecuación a la lucha contra el narcotráfico, por los medios humanos y
materiales con los que cuenta, debido a la posibilidad de disponer del archipiélago,
y sobre todo por la asistencia brindada desde Washington mediante la Agencia
Antidrogas Norteamericana, la DEA.
En este sentido es necesario destacar que la situación descrita es especialmente
atractiva y propicia para el negocio del narcotráfico, ya que este tipo de crimen
organizado siempre se ha aprovechado de situaciones de debilidad similares en el
Caribe para el tráfico de drogas, especialmente la destinada a Estados Unidos, país
que ya venía ostentando un papel muy protagonista en la materia gracias a su
asistencia a Colombia también en esta zona marítima. Sin embargo hay que
recordar que Nicaragua también estaría interesada, aunque no a cualquier precio,
en mantener sus aguas en niveles aceptables de seguridad y que para ello podría
contar con el apoyo de los países del ALBA. Así pues, en este sentido, Venezuela
podría llegar a ser un actor de enorme importancia en esta zona si decide brindar
su apoyo logístico y militar, lo cual, como se examinará a continuación, no es en
absoluto inverosímil teniendo en cuenta que este país podría tener otros incentivos
de peso para prestar esta ayuda y además cuenta con una armada con mayor
potencial que la colombiana.
Como consecuencia de este previsible incremento de la inseguridad o de la eventual
entrada del vector venezolano en el escenario, es bastante probable que Colombia
aumente la presencia de la armada en su ZEE, acaso alimentando un dilema de
seguridad en la zona que complicaría todo el análisis.
De cualquier manera, y suponiendo que a ambos lados de la línea fronteriza
verdaderamente se siga la misma agenda contra el crimen internacional, es
indudable que la coordinación entre Colombia y Nicaragua (y peor aún si Estados
Unidos y/o Venezuela entran en la ecuación) será, cuanto menos, complicada. La
tradicional falta de entendimiento entre estos países no da pie al optimismo en
ningún caso.
Amén de otras consideraciones, el tema medioambiental ilustra muy bien este
punto, ya que Colombia tendrá que preocuparse muy especialmente de qué manera
gestiona la vigilancia a Quitasueño y Serrana, pues las dos quedaron enclavadas
en la ZEE nicaragüense a pesar de que todo el archipiélago forma parte de un
conjunto de especial protección medioambiental bajo la figura de “reserva de la
biosfera” de la UNESCO desde el año 2000. Esto podría resultar relevante en tanto
en cuanto Colombia ya no controla un área en la que existe la posibilidad de que
empresas de Nicaragua, o de cualquier otro país con su licitación, lleven a cabo
actividades que comprometan dicha conservación, y que, evidentemente podrían
afectar también por cercanía al resto de islas colombianas, incluyendo las
habitables. En este sentido, lo indudable es que Colombia no estaría ya en
disposición alguna de imponer cualquier restricción de actividades fuera de su
jurisdicción, por muy nocivas que estas sean.
La actividad que mayores problemas al medio ambiente y a la seguridad alimentaria
podría originar serían las relacionadas con la prospección y obtención de materias
primas, siendo la extracción de petróleo la que más preocupación generaría, sobre
todo a los habitantes del archipiélago colombiano. Teniendo en cuenta que los
principales caladeros de los habitantes de San Andrés, Providencia y Santa Catalina
se encuentran al oeste de las islas (esto es, en lo que ya es zona nicaragüense),
que es donde más variedad y riqueza pesquera hay en esa porción del Caribe, se
puede comprender el impacto económico y medioambiental que estas actividades
tendrían para el archipiélago.
Sin embargo, no estamos ante un problema lejano, pues se especula desde hace
bastante tiempo con que estas aguas albergan grandes depósitos de petróleo y gas
natural, y ya Nicaragua ha anunciado que está dispuesta a escuchar ofertas al
respecto. Indudablemente, uno de los países que acaso estaría especialmente
interesado en el crudo que podría albergarse en el fondo marino otorgado a
Nicaragua es Venezuela, sobre todo si este último adquiriese un papel protagonista
en estas aguas mediante su asistencia en al país centroamericano en labores de
vigilancia y seguridad marítima.
Pese a que desde hace tiempo se especula con que la tecnología venezolana no
está del todo preparada para este tipo de extracción submarina, este argumento no
descarta su presencia en este escenario en ningún caso, sobre todo si se tiene
presente la importancia que supone el crudo en la política de este país y sus
relaciones internacionales. Es preciso tener en cuenta, además, que Venezuela
cuenta con el control directo de PDVSA (Petróleos de Venezuela, S.A., la empresa
nacional que se encargaría de gestionar cualquier explotación de hidrocarburos) la
cual, pese a los problemas de ineficacia que se le achacan, innegablemente
contaría con el respaldo del Estado, e incluso el apoyo de terceros países, si existe
voluntad política de llevar a cabo cualquier proyecto de extracción de hidrocarburos
en el mar Caribe.
Posiblemente el mayor aliciente para Venezuela radique en la flexibilidad que le
brindaría el petróleo de las aguas caribeñas, pues a diferencia del que se encuentra
en el Orinoco, este sería más dulce (con mucho menos contenido en azufre). El
punto clave está en su localización, frente al canal de Panamá, lo que permitiría, en
principio, darle salida a cualquier punto del mundo directamente desde su extracción
sin pasar por ninguna refinería o punto de almacenaje en el continente. En este
asunto la clave sería fundamentalmente la exportación a China (lo que permitiría a
Venezuela diversificar parte del petróleo que va a Estados Unidos), pues este país
tiene sus capacidades de refino instaladas en la costa del Pacífico y mayormente
orientadas a recibir el crudo ligero y dulce del Golfo Pérsico.
Esta potencialidad derivada de la localización y situación geográfica de estas aguas
evidentemente no afecta únicamente al tema del petróleo. Y es que esta porción del
Caribe, frente al más importante canal interoceánico del mundo y en el centro de las
principales rutas marítimas entre América del norte y del sur, se encuentra en un
punto geoestratégico que merece ser considerado por la implicación que podría
tener la pérdida de preeminencia colombiana en estas aguas y la aparición de
nuevos actores estatales.
Al respecto, un primer asunto que se debería destacar es que, aún tras la sentencia
de noviembre de 2012, Colombia es el país que sigue ostentando mayor superficie
de ZEE en el entorno y prácticamente cualquier barco desde y/o hacia el Canal de
Panamá seguirá atravesando sus aguas, pues las nicaragüenses se encuentran
algo más alejadas de las principales rutas comerciales. Otro asunto es que en
ningún caso Colombia se verá afectada por la nueva delimitación fronteriza en
materia de comunicaciones y, por tanto, podrá continuar manteniendo la
interconexión archipiélago-continente como hasta ahora.
Esto es así porque los derechos de comunicación en las ZEE por parte de terceros
países son “prácticamente asimilables a los ejercidos en alta mar”, pues la libertad
de comunicación, incluso de los buques de guerra (con algunas restricciones), se
considera fundamental para la Ley Internacional. En este punto conviene recordar
que la CONVEMAR otorga potestades a los países ribereños en sus ZEE que son
de orden económico, y a las que vienen ligadas algunas obligaciones, pero las
restricciones al paso de terceros países, aunque existentes, están sujetas a normas
estrictas. No obstante, en cuanto a seguridad se refiere, como ya se repasó
anteriormente, sí existen serias consideraciones que devienen del nuevo trazado
emanado del fallo de la CIJ y que afectan sobre todo a Colombia.
-EL CANAL INTEROCEÁNICO DE NICARAGUA: UNA GEOPOLÍTICA CON
HISTORIA.
El proyecto canalero en Nicaragua trasciende en la historia administrativa del país,
desde el periodo colonial, Al no encontrar un estrecho que sirviera de paso natural
entre el Pacífico y el Caribe, se vio viable hacer la ruta por Nicaragua, después de
que Alonso Calero y Diego Machuca de Suazo comprobaran la salida de El
Desaguadero, en el Mar del Norte, pero no hubo recursos ni técnicos ni financieros
y además en 1534 el emperador Carlos V ordenó a los conquistadores encontrar
una ruta por Panamá.
Pueden contabilizarse aproximadamente 20 intentos de construcción del canal
interoceánico en la historia económica de Nicaragua. En 1830 un enviado del rey
Guillermo I logró la firma y ratificación del Congreso de Guatemala de un precontrato para
la construcción del canal por Nicaragua, que construirían ingenieros holandeses con capital
europeo. Pero hubo una zancadilla de otra potencia europea.

Los norteamericanos hicieron una serie de propuestas y una superaba a la otra. La


primera fue alrededor de 1850 y giraba en torno a la empresa de Cornelius
Vanderbilt. Era un diseño del ingeniero Orville Childs, quien levantó información
topográfica de la ruta con calidad y exactitud, hizo por primera vez un diseño
completo, aunque no era suficientemente grande para los buques que ya estaba
construyendo Inglaterra. Vanderbilt buscó dinero y no lo consiguió. El costo era de
32 millones de dólares.
De igual manera el control de la ruta canalera, trascendió los intereses de las
potencias emergentes durante el siglo XIX. Los conflictos entre Inglaterra y Estados
Unidos, por el control de la Costa Caribe de Nicaragua se enmarcan en el control
de la costa de los mosquitos, sin embargo la doctrina Monroe norteamericana,
impidió el control de Inglaterra. No les quedó más que firmar un tratado que decía
que solo en conjunto podrían desarrollar el canal interoceánico, a pesar de que los
británicos solo querían participar para contener a los Estados Unidos, porque el
canal de Suez era más importante.
Sin embargo podemos destacar de forma cronológica la historia del canal
interoceánico en Nicaragua:
- 1524: el conquistador español Hernán Cortés escribe que un canal a través de
Centroamérica "valdría más que la conquista de México".
- 1825: La República de Centroamérica pide ayuda a Estados Unidos para
construir un canal que atraviese Nicaragua y firma un trato con un empresario de
Nueva York. El proyecto fracasó rápidamente.
- 1849: Nicaragua da a la Accessory Transit Company de Cornelius Vanderbilt el
derecho de construir un canal en un plazo de 12 años. Construye una ruta de tránsito
terrestre, pero la abandona después de años de agitación política local.
- 1872: El gobierno de Estados Unidos comienza otra encuesta sobre la ruta del
canal de Nicaragua.
- 1881: Una compañía francesa inicia la construcción de una ruta rival que atraviesa
de Panamá. Quiebra en 1889.
- 1885: Nicaragua vuelve a otorgar los derechos del canal a Estados Unidos, que
envía a inspectores a estudiar una ruta posible.
- 1887: Se crean empresas estadounidenses para construir un canal en Nicaragua.
Comienzan la construcción, pero el proyecto se derrumba en 1893.
- 1897: El presidente estadounidense William McKinley nombra a la Comisión del
Canal de Nicaragua, que lleva a cabo un estudio de 20 meses en todo el país y
recomienda una ruta.
- 1904: Estados Unidos comienza la construcción del Canal de Panamá después de
comprar la concesión francesa.
- 1914: Inauguran el Canal de Panamá, que permitió a los barcos cruzar los 80
kilómetros (50 millas) entre el Atlántico y el Pacífico en 10 horas. Al mismo tiempo,
Estados Unidos paga a Nicaragua 3 millones de dólares por la opción de construir
y operar un canal allí.
- 1928: El Congreso de Estados Unidos autoriza un nuevo estudio de la ruta del
canal de Nicaragua. El estudio se prolonga hasta 1931.
- 1989: El gobierno de Nicaragua forma una comisión para estudiar la viabilidad de
un canal. Expertos japoneses acuden a las consultas sobre la idea.
- 1995: Inversionistas de Estados Unidos, Asia y Europa planean una ruta
ferroviaria de alta velocidad de 400 kilómetros (250 millas) y un costo de 1.400
millones de dólares, un "canal seco". El presidente de Nicaragua, Arnoldo Alemán,
descarta ese plan dos años más tarde, citando posibles efectos medioambientales
negativos.
- 1999: El Dr. Alemán nombra una comisión para estudiar un canal marítimo.
- 2006: El gobierno de Nicaragua propone un canal de 280 kilómetros (173
millas) y 18.000 millones de dólares entre puntos cercanos a Rivas en el Pacífico y
Bluefields en el Atlántico. Se estima que la construcción tardará entre 11 y 12 años
y que a la larga manejará 4,5% del transporte marítimo mundial, con barcos de hasta
250.000 toneladas de peso muerto, casi el doble de la capacidad que tendrá la
ampliación del Canal de Panamá, programada para abrir en 2014.
- 2008: El presidente ruso, Dmitry Medvedev propone la idea de que su país
construya el canal de Nicaragua.
- 2012: El Congreso de Nicaragua aprueba una ley para construir un canal de 30.000
millones de dólares. Dos empresas holandesas reciben un contrato para estudiar
su viabilidad.
- Junio 2013: Nicaragua aprueba la propuesta de un proyecto de canal que costará
40.000 millones de dólares y será construido por un consorcio con sede en China.
-EL CANAL INTEROCEÁNICO DE NICARAGUA: UNA GEOPOLÍTICA CON
HISTORIA:
ALCANCE ECONÓMICO

Básicamente, el planteamiento del proyecto del canal se centra en las expectativas


de crecimiento del comercio marítimo global entre los continentes asiático y
americano y pese a la desaceleración del consumo norteamericano, si se compara
con anteriores décadas. Además, se confía en que la globalización, los negocios
emergentes y los continuos avances tecnológicos relancen el comercio mundial y
que todo ello, junto con las medidas económicas adoptadas para salir de la crisis
económica, permitan incrementar ese 10%22 en que se encontraba cifrada la tasa
de crecimiento del transporte en contenedores evaluada a largo plazo. De esta
manera y según datos de la Organización Mundial de Comercio, parece que la
recuperación económica va por el buen camino, ya que en 2012 el comercio mundial
alcanzó la cifra de 18,3 trillones de dólares y se espera que la tendencia siga en
aumento durante el periodo analizado.

Por otra parte y en lo que respecta al Producto Interior Bruto (PIB), el gobierno
nicaragüense espera que cuando el canal esté terminado suponga llegar a una cifra
superior a los 24.700 millones de dólares. Si bien la importancia de la apuesta radica
en que el Banco Central de Nicaragua ha comprometido por ley la totalidad de sus
reservas internacionales como garantía para la construcción del canal. En el interior
de EE.UU. se ha incrementado la producción del petróleo ligero de arenas
compactas (Light Tight Oil, LTO), ello unido a que el Departamento de Energía
norteamericano haya concedido algunas licencias de exportación de gas licuado
natural (LNG), y a la imparable carrera para el abastecimiento mundial ―en la que
EE.UU. y Canadá se configuran como dos de los grandes pilares― hacen que la
nueva ruta nicaragüense sea potencialmente interesante para los mega buques
petroleros y metaneros que se dirijan a las refinerías asiáticas o a sus puertos de
destino

En la metalurgia el hierro es necesario para la fabricación de acero, tanto el mineral


de hierro producido en la costa este canadiense, como el brasileño, igualmente
experimentarán una fuerte demanda en los próximos años. La necesidad de
minimizar los costes de envío obliga al empleo de buques de carga cada vez más
grandes, los cuales no serán capaces de pasar por el Canal de Panamá ni siquiera
tras la instalación del tercer juego de esclusas que actualmente se está
acometiendo.
Queda la duda de si tras la firma del Memorando de Acuerdo (MOU) a tres bandas
entre Brasil, Perú y China ―por el que el 12-11-2014 se estableció a nivel
presidencial que habría que crear un Grupo de Trabajo centrado en el proyecto de
construir una línea ferroviaria para unir los centros productivos de minerales que
facilite el tránsito terrestre de la mercancía desde la costa Atlántica (brasileña) a la
del Pacífico (peruano), y de ahí continuar el viaje por mar hasta China―, se
materializa finalmente o no, para determinar el papel que puede jugar el futuro Canal
de Nicaragua con esa línea de negocio potencial.

Tanto el carbón que se produce en el este de EE.UU. como el que se produce en


Colombia necesitan de un paso a través de América Central e indudablemente el
Canal de Nicaragua puede ofrecer una alternativa al de Panamá. Igualmente habrá
que ver si puede más el orgullo colombiano ―por las disputas territoriales con los
nicaragüenses―, a la hora de elegir entre que sus buques transiten por uno u otro
canal centroamericano o si por el contrario prima más la economía ―en función de
los menores costes de transporte y transito―.

El crecimiento de la economía china y su población necesita cada vez más del


aporte de proteínas de origen animal y productos vegetales, por lo que estos tipos
de productos están llamados a ver incrementadas las cantidades demandadas, no
solo en China sino en todo Asia y ahí es donde los productos generados en América
del Sur son de crucial interés.

De igual forma se pueden destacar otros criterios y alcances, como producto de la


construcción del canal interoceánico a tal grado que cambiará la magnitudes de la
economía nicaragüense, tanto por lo que significa el canal en sí mismo y los sub-
proyectos y como por el efecto multiplicador que transversalmente impactarán
todas sus actividades económicas y la de región Centroamericana, igualmente por
ser fuente permanente de atracción de inversión y dinamización económica e
institucional en las próximas cuatro décadas.

En Asia ha visto con interés este importante desarrollo para el tránsito de sus flotas
mercantiles, y en Europa también ha sonado con gran interés este importante
proyecto, de tal manera facilitar el tránsito comercial con los países del pacífico a
través de este futuro canal. Con su construcción, se espera que Nicaragua se
convierta en uno de los países con mayor crecimiento entre los años 2016 y 2021,
cuando está previsto acabar la obra según algunos analistas. Se ha calculado el
costo de unos 40.000 millones de dólares, de acuerdo a cifras oficiales de ese país,
la construcción de toda la obra requerirá 50.000 trabajadores directos y no menos
de 250.000 empleos conexos. Desde ya prevé alianzas de empresas nacionales
nicaragüenses con compañías internacionales participantes en este supra proyecto
regional.

Este nuevo canal, complementario con el de Panamá especialmente a partir de


2050, permitirá aumentar el tránsito de buques con mayor capacidad de carga,
ayudará a promover el comercio intercontinental, lo que potenciará el rol
geoestratégico del Océano Pacífico en los próximos siglos. La puesta en marcha de
este proyecto del Gran Canal Interoceánico en Nicaragua, traerá grandes beneficios
a toda América Latina y el Caribe. Será un catalizador para el crecimiento
económico de Centroamérica y tendrá el potencial de abrir nuevas rutas más
económicas, para el tráfico de materias primas, especialmente hidrocarburos y
acero, de los Estados Unidos hasta Asia, y el mineral de hierro del Brasil.
Indudablemente atraerá inversiones por varias décadas con el establecimiento de
zonas de libre comercio y zonas de ecoturismo.

-EL CANAL INTEROCEÁNICO DE NICARAGUA: UNA GEOPOLÍTICA CON


HISTORIA:
ALCANCE POLÍTICO

Los alcances políticos como resultado de la construcción del canal por Nicaragua
se pueden develar en función de las necesidades estratégicas de carácter
geopolítica por región y país. La aparición de todo competidor en un negocio en el
que uno ha ostentado una posición de monopolio durante décadas supone que el
mismo que lo disfrutó ahora deba adaptarse a la nueva situación que surja de la
manera más rápida y satisfactoria posible. Dado que existen intereses antagónicos
―y respaldos gubernamentales de terceros de diferente signo― entre Nicaragua y
Panamá, el arte de las alianzas y de las estrategias a nivel político cobrará más
sentido que nunca, si finalmente se materializa la obra del canal nicaragüense.

Indudablemente EE.UU. está viendo que tanto Rusia como China no solo
incrementan su actividad geopolítica en tierras latinoamericanas, sino que además
la apertura de una nueva ruta comercial marítima a través de Nicaragua supondría
una merma de los beneficios extraordinarios que Panamá está recibiendo con su
canal. De igual manera, el Tratado de Chamorro-Bryan de 05-08-191418, por el que
el propio EE.UU. se hacía con los derechos a perpetuidad para la construcción del
canal interoceánico de Nicaragua y que fue abrogado el 14-07-1970, se está viendo
en la actualidad como un asunto espinoso a diferentes niveles. En definitiva, para
EE.UU. se trata no solo de una pérdida de influencia y control de lo que sucede en
su entorno, sino de una percepción de los movimientos estratégicos de terceros en
una zona muy próxima a sus intereses directos.

Actualmente la República Popular de China no mantiene relaciones diplomáticas


con Nicaragua, principalmente porque el gobierno de Managua sí que las tiene
oficialmente con Taiwán y éste ya ha manifestado que no renunciará a las mismas.
Ahora bien, el que no existan dichas relaciones diplomáticas y que China vea a
Taiwán como una provincia renegada, no está impidiendo en modo alguno que
empresas chinas de propiedad gubernamental participen en un proyecto de tan
grande envergadura económica y alcance geopolítico y estratégico.

En julio de 2014 el presidente ruso Vladimir Putin realizó una breve visita a
Nicaragua, aparentemente no programada y dentro de su gira latinoamericana. Así,
y aunque Rusia no participará económicamente en el proyecto del canal, sí que lo
hará proporcionando seguridad en la zona y frente a los actos de provocación de
terceros países. Por ello no es casual que Putin firmara en esa fecha diferentes
acuerdos con Nicaragua que permitirán no solo la presencia de buques de guerra y
aeronaves rusas en aguas territoriales nicaragüenses, sino que además los mismos
realizarán patrullas costeras.

-EL CANAL INTEROCEÁNICO DE NICARAGUA: UNA GEOPOLÍTICA CON


HISTORIA:
ALCANCE SOCIAL

La clave del desarrollo se encuentra en el proceso del permanente cambio dinámico


de la estructura productiva y del empleo, mediante el cual los factores productivos,
incluyendo la fuerza de trabajo, se van reasignando hacia actividades de cada vez
mayor productividad, mayor valor agregado, rendimientos crecientes a escala,
elevados encadenamientos hacia atrás y hacia adelante, y alto dinamismo de la
demanda.

La asociación entre estructura productiva y crecimiento económico conlleva, como


es obvio, implicaciones profundas de política económica. En la medida en que el
desarrollo esté íntimamente ligado a los cambios en las estructuras productivas, una
tarea esencial de la política económica es garantizar la capacidad de las economías
de lograr una dinámica transformación productiva.

El proyecto del Gran Canal Interoceánico tendrá un enorme impacto en la creación


de empleos directos, pero también generará empleos indirectos en todos los
sectores económicos “por el efecto multiplicador que tendrá el proyecto sobre la
economía nacional”. “En ausencia del proyecto del Gran Canal Interoceánico el
empleo formal, en caso de mantener las tasa de crecimiento de los últimos tres años
(7.37% promedio anual), pasaría de los 623,458 asegurados activos en el INSS en
2012 a 955,357 en 2018, es decir, crecería en 331,899 empleos (+53.24%) en
comparación con 2012”, señala el documento, pero con la incidencia del Canal y
sus 10 sub proyectos la creación de empleos formales, pasará de 623,458 en 2012
a 1,927,527 en 2018.

Además la inversión del Gran Canal interoceánico de Nicaragua, tendrá un impacto


trasformador en la estructura del mercado laboral en Nicaragua, permitiendo que la
cobertura de los empleos formales se incrementen del 20.79% en 2012 al 51.10%
del total de ocupados en 2018, indica el informe.

Otro detalle importante es que con una inversión de 40 mil millones de dólares a
ejecutarse en 5 años, el Canal Interoceánico plantea la necesidad de reestructurar
el mercado laboral nicaragüense, puesto que se incrementará la demanda de
trabajo formal lo que conllevará a que se desplacen trabajadores del sector informal
hacia el sector formal de la economía.

Se estima también que la ejecución del proyecto impulse a 403,583 personas a salir
de la pobreza para el año 2018. Las estadísticas indican que entre el año 2005 y el
2009, Nicaragua experimentó una disminución de la pobreza general al pasar de
48.3% en 2005 al 42.5% en 2009, mientras que la pobreza extrema pasó de 17.2%
a 14.6%. Pero “con el Canal de Nicaragua se espera que la pobreza general caiga
a 31.35% en 2018 mientras que la pobreza general caerá a la mitad, llegando a
7.46%. Es así que al año 2018, 403,583 personas saldrán de la pobreza general,
mientras que 353,935 saldrán de la pobreza extrema”, explica el documento.

Cabe destacar que la ruta seleccionada cumple con los mayores estándares para
garantizar el menor daño ambiental y social posible, su selección siguió estos dos
criterios como prioritarios, por lo que la ruta final no es la de menor costo económico,
pero si la de menor impacto. Además se realizaron ajustes dentro de la ruta
seleccionada y los criterios de construcción de las obras para disminuir aún más los
impactos negativos, algunos de estos ajustes son: 1. Un Muro de Roca será
diseñado para permitir una mejor mezcla de agua dulce y salada para los manglares
de Brito en el pacifico. 2. Los manglares sanos y la mayor parte del Río Brito serán
preservados, y el impacto en la Reserva Marina Isla La Anciana será minimizado.
3. El puerto Brito del pacifico no será construido en la costa, sino tierra adentro
detrás del manglar para minimizar el impacto sobre éste.

4. Se cambió la alineación del canal y ubicación del aeropuerto para reducir el


impacto social en Rivas. 5. El proyecto del Gran Canal ha sido diseñado para no
hacer uso neto del agua del Lago de Nicaragua. Las esclusas captarán el agua de
la Cuenca del Río Punta Gorda, del embalse de Agua Zarca. 6. Habrá dragado
hidráulico (por succión) de sedimentos en el lago, en el manglar de Brito y en la
ciénaga del puerto en el mangle en el Caribe. 7. No habrá voladuras dentro del lago.
8. La construcción del canal en el Lago de Nicaragua producirá 715 Mm3 de
sedimentos lacustres, los que serán dispuestos en tres sitios dentro del mismo lago.
Los sedimentos finos superficiales serán colocados en sitios de disposición
confinados por obras de ingeniería (muros o enrocamientos) que finalmente se
constituirán en islas dentro del lago. 9. El material excavado será colocado en 35
áreas a lo largo del canal, dentro de los 3 kilómetros adyacentes, con un volumen
de almacenamiento de 3,400 Mm3, con una extensión de 179 km2, en sitios donde
se minimicen los impactos ambientales y sociales. Las superficies finales de estas
áreas serán niveladas y restauradas para uso agrícola y forestal.

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