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Irina Bogdaschevski y su embajada


literaria
12 de diciembre de 2011 ANA NOVIKOVA, PARA RUSIA HOY

Tiene 84 años, fue alumna de Borges en la Escuela de Biblioteconomía y en cierta ocasión


osó discutir con él. En cuanto a su identidad, se reconoce rusa (aunque visitó Rusia por
primera vez en 1990), y en lo que se refiere a sus afinidades políticas se declara anarquista,
admiradora de Kropotkin. Estuvo en un campo de concentración en Austria en 1944 y,
también en Buenos Aires a causa de las manifestaciones populares en apoyo al socialista
Alfredo Palacios. En 1999 fue galardonada por la Embajada de Rusia en Argentina con el
Premio Alexánder Púshkin por su obra y traducciones.

El pasado 18 de noviembre la emoción llegó hasta las lágrimas de los


asistentes a las jornadas dedicadas a la obra de la poeta Marina
Tsvietáieva en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Actualmentes está
traduciendo la prosa de Serguéi Dovlátov, pero ha encontrado tiempo para
hablar con nosotros sobre literatura.

La carátula del libro Cazador de Ratas traducido del ruso por Irina Bogdaschevski

“Si mi alma ha nacido alada…”

Si mi alma ha nacido alada,

¡Qué le importan chozas, o ricas moradas!

¡Qué le importan Gengis Khan, o qué – el malón!

En el mundo mis dos enemigos son,

mellizos inseparables y mancomunados:

el hambre de los hambrientos y la saciedad de los saciados.

Marina Tsvietáieva escribió este poema en 1918 en Moscú, en plena


revolución bolchevique, mientras el extenso imperio estaba sumido en una
guerra civil y tenía lugar una profunda reestructuración de valores,
justamente en torno al “hambre de los hambrientos y la saciedad de los
saciados”. A la larga, estos enemigos hicieron que el alma de la poeta rusa
no aguantara más.
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Irina Bogdaschevski, filóloga, traductora y escritora bilingüe, también


nació con un alma alada. Quizás por eso, desde el poblado argentino de
Villa Elisa, su traducción de Tsvietáieva suene con tanta fuerza y
autenticidad. Irina también pasó por los horrores de la guerra y del exilio,
también luchó por conservar su identidad y sus principios… Y ganó. Hoy es
una especie de “embajadora literaria”: gracias a su trabajo los lectores en
español se han acercado a la obra de numerosos poetas rusos del llamado
“Siglo de Plata”: Tsvetáieva, Blok, Mayakovski, Ajmátova… También han
podido conocer a los más contemporáneos: Arseni Tarkovski, Joseph
Brodski, Bella Ajmadúlina, y leer a los clásicos como Lev Tolstói o Antón
Chéjov, entre otros.

Los lectores rusos también han salido beneficiados. Gracias a sus


traducciones han conocido nuevos nombres de la literatura argentina.
Autores como Pablo de Santis, Gabriel Báñez, Leopoldo Brizuela, Griselda
Gambaro, Sara Gallardo o Paulina Juszko, cuyos relatos fueron publicados
en la revista “Nieva” de San Petersburgo en 2004.

Los desafíos

Dicen que decae la demanda de literatura; que el gusto de la gente se ha


vuelto mezquino, que los temas serios ya no son rentables para las
editoriales. Pero Irina Bogdaschevski, respaldada por su propia
experiencia, no comparte este punto de vista. No solamente lo dice por la
gran cantidad de personas que han llenado los salones de la Biblioteca
Nacional durante la Semana de Marina Tsvietáieva. Ni siquiera porque “Mi
Pushkin” (un emotivo ensayo, escrito por la poeta rusa y traducido por
Irina) lleve cuatro ediciones en Argentina. Para la traductora es más
significativo la repercusión que tuvo el libro “Diez poetas rusos del Siglo de
Plata”, publicado por el Centro Editor de América Latina en 1982.

“A la cabeza de CEAL estaba Borís Spivakov, un judío ruso. Creo que su


aporte a la cultura en Argentina fue enorme. Creaba “colecciones de
bolsillo” que fueran accesibles a los estudiantes y jóvenes. ‘Diez poetas…’
formaba parte de una serie que se llamaba ‘Biblioteca básica universal’,
muy difundida en aquel entonces”, recuerda Irina.

Otro reciente éxito editorial corresponde a “Nosotros”, la obra de Evgueni


Zamiatin que inspiró a George Orwell y Aldous Huxley a adentrarse en los
peligros que acarrea el totalitarismo. “Existía una versión en español, pero
era demasiado ‘castiza’, lejana del lenguaje rioplatense. Me pareció
importante poder acercar la novela al lector latinoamericano.”

La versión de Irina fue publicada por la editorial “Miluno” el año pasado y


no solamente ha tenido buenas ventas, sino también elogios por parte de
los filólogos. Laura Estrín, profesora de Teoría Literaria y Literaturas
Eslavas de la Universidad de Bunos Aires, afirma: “Acabo de terminar de
leer rápido y como loca, literalmente, este libro que hace exactamente 21
años conocí en la facultad. No es solo una novela, una utopía, sino un
diario y una novela de amor terrible, descarnada, fuertísima.”

“Borges es un Nabókov argentino”

Irina considera a Borges el principal autor de las letras argentinas. Dice


que el Maestro “es mucho de todo y un poco más”. En 1949, cuando los
Bogdaschevski llegaron a Buenos Aires desde Austria, Borges dirigía la
Escuela de Biblioteconomía y daba clases de teoría de la traducción.

“No nos reconocían los estudios cursados en Austria y por eso, antes que
nada, debíamos hacer 58 exámenes, correspondientes a la escuela
secundaria. Sin embargo, pude entrar en Biblioteconomía porque Borges
revisó mi ficha traída de Europa y me aceptó antes de que hiciera los
exámenes exigidos por la ley”.

En cierta ocasión llegaron a discrepar: el Maestro dijo en clase que, a


juzgar por las opiniones de sus amigos rusos, es mejor leer traducido a
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Dostoievski que en el idioma original, ya que el autor ruso peca de


imperfecciones. Irina rebatió la postura del profesor, explicando que los
amigos de Borges tenían una visión “demasiado decimonónica” y que
seguramente tomarían partido por Tolstói en la histórica discusión entre
los dos gigantes de la literatura rusa.

Muchos años después, el Maestro y la alumna se volvieron a encontrar


casualmente por la calle y Borges, ya ciego, reconoció a Irina por la voz:
“¡Usted es aquella exótica rusa que me retó públicamente!”

Entre la obra borgiana Irina destaca “El Aleph” y los cuentos que escribió
en sus comienzos. Lo compara con Nabókov, y se enorgullece de haberlo
conocido en persona.

Rossiyskaya Gazeta, institución financiada por el Estado Federal, es la propietaria del material
publicado

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