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Historias nómadas de un cuerpo híbrido y subversivo
Por Suset Sánchez
Cuerpo que atrae cuerpo. Cuerpo que rechaza cuerpo. Un cuerpo a cuerpo.
Cuerpo que se desplaza, que transita, que enajena.
Cuerpo que distribuye cuerpos, que sospecha, que contempla.
Cuerpos que se depositan, que se controlan, que se agreden.
Cuerpos que inhiben cuerpos, que enajenan cuerpos, que se desconocen.
Cuerpo que necesita cuerpos.
Cuerpos que desean cuerpos, que cazan cuerpos, que atraviesan cuerpos.
Victor Vázquez
El arte producido en el Caribe está plagado de imágenes alusivas a fenómenos migratorios de diversa
índole, tanto por sus motivaciones como por las circunstancias del viaje. Ese imaginario utópico
asociado al desplazamiento geográfico como signo caribeño –obviamente no reducido a ese espacio‐ es
redimensionado en contextos insulares como República Dominicana, Haití, Cuba o Puerto Rico, teniendo
cada uno características específicas generadas a partir de condicionamientos históricos divergentes y
marcadas particularidades políticas.
Precisamente Un cuerpo a cuerpo (dislocación – encuentro ‐ desplazamiento), uno de los más recientes
proyectos de Víctor Vázquez ‐producido desde París‐, entronca con esa vocación simbólica que
deconstruye los relatos escapistas que yacen tras la existencia del sujeto que emigra. La metamorfosis
del cuerpo de ese individuo, transformado entonces en “inmigrante”, provocada por la adaptación de la
memoria a un paisaje de batallas desconocidas, es analizada por este artista con la perspectiva
minuciosa del criminalista, del que reconoce tras un elemental derecho humano la presencia
sospechosa de un “delito”.
La poética de Víctor Vázquez, empeñada en desentrañar las claves identitarias que envuelven al hombre
según sus nexos culturales, religiosos, ideológicos y sentimentales, ora a través de metáforas que
condensan el repertorio de la fe, ora según la visión simbólica de la historia, necesariamente no ha
podido estar ajena a la condición colonial puertorriqueña. Justamente ese detalle que enreda la
historicidad insular en los repertorios espaciales impuestos por Estados Unidos, cualifica la reflexión
sobre las migraciones realizada por un artista de Puerto Rico. La ambivalencia que en la narración de
una historia propia implica el reconocer el dominio de los Estados Unidos, desvela al mismo tiempo las
ventajas pragmáticas que en el terreno de un mundo globalizado acarrea el simple hecho burocrático de
poseer un pasaporte norteamericano. Sin embargo, la realidad excede los contratos sociales: el
puertorriqueño que emigra, no deja de ser latino, intruso, diferente. La agonía prístina que para muchos
constituye el hecho inicial de trasponer fronteras, es redimensionada cuando se constata la hipocresía
colonial, pues no se poseen los mismos derechos porque las marcas culturales acrecientan las
diferencias.
©Víctor Vázquez. All Rights Reserved. Any use or reproduction of the work displayed herein is prohibited
without the written consent of the artist.
Aunque no se agote en la reflexión sobre el ser puertorriqueño, Un cuerpo a cuerpo plantea un diálogo
íntimo sobre el sentido de la identidad en una nación impregnada por una historia adversa. La
persistencia del estatuto colonial en el siglo XXI borinqueño, indiscutiblemente mantiene reverberante
un debate político sobre el deber ser del ciudadano puertorriqueño, y un incurso moral y ético aunado a
la resistencia. Sin embargo, estas fotografías de Vázquez que no desconocen el trauma insular histórico,
representan un sosegado sentimiento de tolerancia que pudiera llamar la atención sobre el
reconocimiento cultural mutuo de quienes habitan un espacio que no se restringe a un conflicto de
polaridades políticas. Dos cuerpos enfrentados, amén de ideologías, siguen siendo puertorriqueños;
seguramente hay muchas cosas que unen a esos cuerpos, y tan sólo unas pocas los separan. Por qué
alimentar con el desencuentro la tragedia de la nación.
No obstante, circunscribir los alcances de un proyecto como Un cuerpo a cuerpo a los márgenes de un
discurso nacionalista, limitaría el signo universal de un fenómeno tan dramático como lírico. De hecho,
apelar a la construcción de una geografía humana en la que el cuerpo es la única frontera, el límite
imperecedero, el margen penetrable y difuminable, se convierte en una apología heterotópica que
entroniza la subversión de los discursos oficiales como lógica por excelencia. Justamente los cambios
que día tras día se verifican en las ciudades contemporáneas, resultado de la confluencia de nuevos
rostros, costumbres, tradiciones, modas, conductas, que trae consigo la figura del inmigrante, dinamita
el estado vegetativo de las historias continentales de Occidente. La década de los noventa ha sido el
testigo fiel y asombrado de las mutaciones perfiladas en las ciudades europeas, a las que han llegado
masas indefinibles de personas provenientes de Asia, Medio Oriente, África, América Latina y Europa del
Este. La presencia multicultural de esas subjetividades está deconstruyendo una historia eurocéntrica
fomentada a través del trayecto inverso que trazaron los episodios coloniales sucedidos continuamente
hasta el siglo XX.
Víctor Vázquez explora el rostro mestizo que cada vez se deja ver más por esas ciudades, buscando las
huellas borrosas de identidades que se trastrocan en la multitud de transeúntes que deambulan por las
plazas, ahora encontrados en un saludo, en otra ocasión sospechando de la apariencia extraña del otro,
por el color de su piel, por el idioma ininteligible. Sin embargo, esas caras van perdiendo a ratos sus
señales evidentes de identidad, los vestigios de una nacionalidad y de otras tantas construcciones
limítrofes dictadas por las convenciones de un discurso taxonómico del poder fomentado en siglos de
coerción cultural y repartición arbitraria de las fronteras.
La tensión que se genera del encuentro de esas múltiples subjetividades en los espacios urbanos del
Primer Mundo, pareciera estar mostrando una particular evolución de la dinámica cultural a la que están
sometidos los «no lugares» descritos por Marc Augé. El anonimato de la identidad, la certidumbre sobre
el tránsito que muchas veces acompaña la existencia del inmigrante, la no definición precisa de un
espacio antropológico que sienta sus normas conductuales, se han convertido en los signos de ciudades
cosmopolitas como París, Madrid, Londres, Berlín, etc. A cada momento resulta posible distinguir en la
“realidad” un conjunto de prácticas resumidas en el acto de emigrar y de existir como inmigrante que
contribuye a dinamitar las normas que sostienen un orden cultural determinado por los discursos
eurocéntricos y occidentales.
Un cuerpo a cuerpo perfila la genealogía de una búsqueda que deja a un lado todas aquellas
nomenclaturas y convenciones definidas a partir de la diferencia. Al final, las imágenes de Víctor
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Vázquez parecen gritar irreverentes desde una condición humana que late incluso en aquellos instantes
en los que la ideología pudiera agonizar. Ser puertorriqueño, nigeriano, rumano, está más allá de un
documento de identidad. Ser ecuatoriano, colombiano, camerunés, ruso, chino, puede ser una
construcción nacionalista que amordaza y ahoga un alarido rebelde que trata de desprenderse de los
límites territoriales en tanto norma de evaluación sobre el sujeto. La nacionalidad, la identidad, también
pueden ser el traje que vistes o del que te despojas para dejar desnudo el cuerpo. Cuando eso sucede,
queda frente al espejo un ser que muestra su piel para ser abofeteado por el reflejo que le devuelve una
imagen extraña, pero a fin de cuentas una imagen sincera, sin conveniencias, oportunismos,
convencionalismos o rencores.
Un cuerpo a cuerpo habla de restricciones y de libertades, apuesta por la relatividad de las
demarcaciones y los significantes. Sus palabras son aquellas que dejan cabida al libre albedrío, a la
tenacidad de términos como “todos”, “nadie”, “seres”, “cuerpos”, signos plurales que desdeñan la
precisión identitaria y que portan la elocuencia de lo múltiple. Su geografía, su particular mapa del
mundo, es aquel donde se han borrado los partidos políticos, las pugnas ideológicas, las fronteras y
jurisdicciones. Es esa tierra baldía, el barro que supuestamente nos formó y a través del cual la utopía
plantea un tránsito en todas las direcciones, sin importar ya los trayectos escapistas que van del sur
hacia el norte, de las «periferias» a los «centros».
En su continua búsqueda de ese cuerpo híbrido, Víctor Vázquez va reconstruyendo un paisaje de
imágenes a las que nos podemos enfrentar a diario, en cualquier esquina o plaza de ciudad. Se
arremolinan ante la lente el colchón viejo rescatado de la basura, con los vestigios de las quemaduras
provocadas por el fuego encendido con papeles de periódicos, que sirvió para calentar el cuerpo que
durmió a la intemperie. El butacón desvencijado que permanece frente a la puerta del almacén
abandonado, y que cada tarde cobija al desarraigado, cuando retorna de su peregrinaje habitual en pos
de hallar un trabajo que mitigue su hambre, y que jamás encuentra por el simple hecho de ser un
“indocumentado”.
Las fotografías de Vázquez incluso llegan a penetrar el fenómeno de la emigración a tal punto de
desvelar sus propios matices. Nos comentan sobre los niveles de aceptación del inmigrante, sobre el
reconocimiento diferenciado del extranjero cuando éste llega atraído por la conveniencia de los Estados
o los mercados. Exilio, emigración, son realidades que los cuerpos experimentan también a través de la
mirada del otro. A veces, en contadas ocasiones, el cuerpo en la diáspora deja de ser el signo de la
sospecha y la deyección para encarnar el rol del héroe vitoreado popularmente, sinónimo de capital
invertido. Entonces, la hipocresía del “buen vecino” se hace palpable y permite constatar el absurdo de
un mundo obligado a los límites y las reterritorializaciones ejecutadas por los poderes políticos y
económicos.
El cuerpo sigue trazando nuestros propios márgenes, una distribución espacial que nos confina a los
límites de la imaginación. La geografía reconvierte sus mapas en caleidoscopios móviles. El cuerpo sufre,
padece, enferma, defeca, transpira; el cuerpo goza, siente, crece, a pesar de los controles y las normas.
El cuerpo se mueve, se desplaza, huye, se libera, corre, grita, se revela, va tan lejos como el viaje de la
ilusión lo permita. El cuerpo va acompañado de la memoria, y ésta a veces funge cual tiranía,
imponiendo la dictadura del recuerdo. El cuerpo anhela dejar sus padecimientos, clama por una amnesia
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salvadora. El cuerpo resiste y existe, está allá, aquí y en todas partes, sin pasaportes, ni visados. El
cuerpo borra las aduanas, los consulados, las embajadas. El cuerpo utópico vaga.
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