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La Región

y sus orígenes
La Región y su orígenes
© 2007, Corporación Parque Cultural del Caribe
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medio de los materiales aquí publicados sin el permiso expreso
de los editores.

Corporación Parque Cultural del Caribe


Directora
Carmen Arévalo Correa

Coordinación editorial
Patricia Iriarte
Asesoría académica
Adelaida Sourdis Nájera

Promigas
Presidente
Antonio Celia Martínez-Aparicio

Fundación PromigAs
Lucía Ruiz Martínez

Edición bajo el cuidado de Editorial Maremágnum Imágenes de portada y contraportada:


Asesor editorial Muger principal de Cartagena de Indias y Hombre principal de Cartagena
José Antonio Carbonell Blanco de Indias. Tomado de El viagero universal o Noticia del Mundo Antiguo y
Revisión de textos Nuevo. Por O.P.E.P., Vol. X, Tomo XII, Madrid, Imprenta de Villalpando,
1797.
Enrique Dávila Martínez
Plan de la ville de Cartagêne. Dibujo y grabado de Liébaux. Siglo XVIII.
Diseño gráfico
Página 1:
Cristina López Méndez
Plano de Santa Marta. 1534 (¿?). Archivo de Indias de Sevilla. Tomado
de Atlas de mapas antiguos de Colombia, Litografía Arco, Tercera edición,
Bogotá.
Páginas 4 y 5:
Descripción de la Audiencia del Nuevo Reino. Sevilla. 1601. Tomado de Atlas
de mapas antiguos de Colombia, Litografía Arco, Tercera edición, Bogotá.

ISBN: 978-958-98185-0-3

Impresión: Editorial Nomos


Impreso en Colombia · Printed in Colombia
2007
COLECCIÓN M A N G L A R I A 1

La Región
y sus orígenes

Momentos de la historia
S económica y política

del Caribe colombiano

Gustavo Bell LemuS


C ompilador
C on t e n i d o

11 Presentación
Gustavo Bell Lemus

15 L a conquista del Caribe colombiano o la pedagogía


exploratoria para el establecimiento de la dominación
española
José Polo Acuña

39 L as ciudades, villas, sitios y el sistema

político -administrativo en el Caribe colombiano

Hugues Sánchez Mejía

59 Producción hacendil y parcelaria :

los casos de la ganadería , la hacienda de trapiche y

el tabaco en la economía regional del Caribe colombiano

Joaquín Viloria De la Hoz

83 San A ndrés, Providencia y Santa Catalina,


las islas que coronan la región Caribe colombiana

Adelaida Sourdis Nájera


105 L a navegación en el mar Caribe
Gonzalo Zúñiga Ángel

125 R aza, clase y lealtades políticas

durante las guerras de independencia en


las provincias de Cartagena y Santa M arta

Ernesto Bassi Arévalo

167 Participación de la M arina patriota en

la Independencia (1805-1830)

Enrique Román Bazurto

205 El río M agdalena y el mar Caribe


como ejes geohistóricos

Adriana Santos Delgado


El vapor Simón Bolívar sobre el río Magdalena. Dibujo de Riou en Édouard André,
L´Amerique equinoxial (Colombie – Equateur – Perou), Paris, 1876.
12 La Región y sus orígenes

Conscientes del reto que implicaba elaborar el guión para el Museo


del Caribe, se convocó a un amplio grupo de expertos en distintos campos del
saber y en diferentes áreas de nuestra historia para que escribieran ensayos que
sirvieran como insumo para la labor museográfica de poner en escena la natura-
leza, la gente, la historia, la palabra y las expresiones artísticas de nuestra región
Caribe.
Sobra decir que los trabajos de los eruditos, recibidos en la primera
etapa de la elaboración del guión, son de un gran valor académico y didáctico.
Al punto de que por sí solos ya constituyen un gran logro del Museo del Caribe
y forman parte de su valioso patrimonio.
Para que esos ensayos no quedaran relegados a un archivo, sino que,
por el contrario, se convirtieran en una herramienta más para la labor educativa
que adelantará el Museo una vez abra sus puertas, hoy se publica una primera
selección de ellos con la convicción de que representan un aporte para el en-
tendimiento y la valoración de nuestra historia política y social. En un futuro
cercano publicaremos otros volúmenes no sólo sobre esta materia, sino sobre la
cultura y el medio ambiente de la región.
Los artículos reunidos en esta obra están lejos de agotar el recorrido
histórico del Caribe colombiano; apenas si constituyen un abrebocas a los in-
numerables temas que este encierra. Tienen, no obstante, la virtud de abordar
algunos aspectos que tradicionalmente han sido ignorados o tratados tangencial-
mente por la historiografía regional, como quiera que varios de ellos se refieren
a las primeras etapas de la Conquista y la Colonia de nuestro territorio, a las
unidades productivas rurales en la Costa o a la navegación en el mar Caribe.
Tales son, por ejemplo, los artículos de José Polo Acuña, “La conquista
del Caribe colombiano o la pedagogía exploratoria para el establecimiento de la
dominación española”; de Hugues Sánchez Mejía, “Las ciudades, villas, sitios y
el sistema político-administrativo en el Caribe colombiano”; de Joaquín Viloria
De la Hoz, “Los casos de la ganadería, la hacienda de trapiche y el tabaco en
la economía regional del Caribe colombiano”; y de Gonzalo Zúñiga Ángel, “La
navegación en el mar Caribe”.
Otros artículos vuelven sobre el periodo de la Independencia, mas no
para repetir historias o actores ya conocidos, sino para incorporar a la historio-
grafía nuevas dimensiones de esa gesta que marcó para siempre a la región. En
PRESENTACIÓN 13

esa óptica se encuentran los trabajos de Ernesto Bassi, “Raza, clase y lealtades
políticas durante las guerras de independencia en las provincias de Cartagena y
Santa Marta”, y de Enrique Román Bazurto, “Participación de la Marina patrio-
ta en la Independencia (1805-1830).”
No menos originales son los artículos de Adriana Santos, “El río
Magdalena y el mar Caribe como ejes geohistóricos”, que nos muestra cómo
la articulación entre el río y el mar marcó el poblamiento y el desarrollo de las
principales ciudades de la Costa Caribe, y el trabajo de Adelaida Sourdis Nájera
sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia, territorio del Caribe y de
Colombia, cuya condición insular no puede continuar siendo una excusa para
justificar nuestro desconocimiento.
Como se puede ver, estamos ante unos singulares aportes historio-
gráficos que habrán de enriquecer el conocimiento de nuestra región, y que
son muestras de la rigurosidad con que se ha elaborado el guión del Museo del
Caribe. Ante ellos no podemos menos que entender mejor aquella frase que
empieza a definir la misión de nuestro museo: “Si hay memoria, hay historia. Y
si hay historia, hay futuro.”

Gustavo Bell Lemus


21 de diciembre de 2006
15

La conquista del Caribe colombiano


o la pedagogía exploratoria para el
establecimiento de la dominación
española

José Polo Acuña*

1. A ntecedentes

El descubrimiento de América a finales del siglo XV constituyó un


hito que rompió en dos la historia tanto para el Viejo Continente como para
este Nuevo, que empezaba a erigirse como un espacio de sueños, frustraciones,
depredación, expoliación y riqueza. Ese siglo XV fue testigo de la ruptura del
constreñimiento de Europa a una navegación mediterránea y limitada a las
costas. Portugal continuó con la tarea de la reconquista con un vivo proceso de
expansión hacia el sur, motivado en parte por el interés en el comercio con el
África y en parte también por los gustos y suntuosidades del rey Enrique el Na-
vegante. Desde 1415, cuando atacaron la fortaleza musulmana de Ceuta, en la
costa africana, hasta la expedición de Bartolomé Díaz en 1488, los portugueses
ampliaron su conocimiento y su control comercial de la costa de África hasta
el cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente. Esclavos, marfil
y oro fueron los productos alrededor de los cuales se mantuvo el interés por la
búsqueda de nuevas tierras y rutas, búsqueda que hacia 1480 propugnaba por
establecer un contacto marítimo directo con la India, principal proveedora de
especias.
Por otra parte, el reino de Castilla no permaneció al margen de esta
expansión atlántica, y ya en 1478 había hecho el intento de tomar posesión de
las islas Canarias, complementado con varios ataques a la costa africana, que
16 La Región y sus orígenes

motivaron la hostilidad e inquietud de los portugueses y llevaron a crecien-


tes disputas entre los dos países alrededor de esas recientes posesiones.
En 1479, el tratado de Alcazovas dirimió temporalmente el asunto, y en él
Castilla reconocía las posesiones portuguesas (las Azores, las islas del Cabo
Verde, Madeira y varios fuertes en la costa africana) mientras Portugal re-
conocía el dominio de Castilla sobre las islas Canarias.
La experiencia canaria fue importante para moldear el tipo de
instituciones y las formas de organización de la conquista que posterior-
mente se establecerían para el caso americano. Las islas fueron sometidas
en forma definitiva por Alonso Fernández de Lugo en 1483, y en su con-
quista se emplearon los métodos de empresa privada y actividad oficial que
la reconquista del reino de Granada había hecho comunes. Lugo recibió
autoridad pública y apoyo financiero de la Corona, pero realizó también
contratos con varios comerciantes de Sevilla. Las relaciones entre Lugo, en
el fondo un empresario privado, y la Corona, se regulaban por una especie
de contrato, la capitulación, en el que se definían los títulos, derechos y
obligaciones del conquistador, y se puntualizaban las prerrogativas reales
que se conservaban: desde ese momento, la Corona intentó evitar que los
conquistadores recibieran derechos y concesiones que permitieran la for-
mación de señoríos feudales.
Cuando Colón comenzó a proponer la búsqueda de una ruta hacia
el oriente por el Atlántico, no tenía una idea descabellada, y la teoría de
la esfericidad de la Tierra era compartida y aceptada por los geógrafos y
astrónomos de entonces; los problemas prácticos residían en la posibilidad
de realizar por alta mar un viaje tan largo como se suponía sería la expedi-
ción a las Indias Orientales. Sin embargo, la navegación de la época había
hecho notables avances: la cartografía había progresado bastante, y, por lo
mismo, había elaborado mapas detallados de las costas conocidas hasta
ese momento. La carabela, el navío que se utilizaría en los viajes explora-
torios, había sido perfeccionada durante el siglo XV por los portugueses, y
España, por su parte, contaba con habilidosos marineros, muchos de ellos
con experiencia en viajes por el Atlántico. La mayor dificultad residía en la
imposibilidad de determinar con precisión la longitud de una nave en alta
L a conquista del Caribe colombiano... 17

mar, por la ausencia de cronómetros precisos, y de preparar barcos de un


tamaño suficiente para un viaje que podría durar mucho tiempo. La audacia
y habilidad del almirante Colón se vio propiciada por sus cálculos de que
Asia estaba mucho más cerca de Europa por el Atlántico de lo que lo estaba
en realidad, lo que los escépticos geógrafos españoles catalogaron como un
error. Por esa razón, en ese país desecharon la propuesta del genovés en
1486, después de haber sido rechazada por Portugal. No obstante, entre
1491 y 1492, Colón, con el apoyo de varios nobles españoles, entre los que
se encontraban Luis de Santángel, logró que los Reyes Católicos aceptaran
su propuesta y firmaran unas capitulaciones en las que se especificaban los
derechos del almirante y las que conservaba la Corona; las exigencias del
primero, según su hijo Fernando Colón, fueron exageradas, lo que resintió
los intereses de la Corona, que no deseaba que los viajes fueran financiados
netamente por la empresa privada por temor a que se conformaran poderes
independientes.

2. C olón en el C aribe

El primer viaje de Colón, asistido por tres carabelas, partió de Pa-


los de Moguer, puerto que colaboró con la expedición en contraprestación
por una deuda pendiente con los Reyes. La primera etapa del viaje se dirigió
a las Canarias, y el 4 de septiembre partió rumbo a occidente. Esta travesía
resultó sin complicaciones y el 12 de octubre, es decir, sólo cinco sema-
nas después de la partida, se avistó tierra americana, probablemente en las
Bahamas. La tripulación exploró dichas islas, además de Santo Domingo
(La Española) y Cuba. En la primera y en otras islas de la zona, encontró
Colón nativos pacíficos y oro, así como aleación de oro y plata (el llamado
guanín). Ello despertó el ánimo del almirante y de sus huestes, dado el valor
económico y espiritual de su descubrimiento.
Después de haber perdido una de sus naves, Colón escogió un
sitio para dejar parte de su tripulación y regresar nuevamente a España,
no sin antes fundar el fuerte Navidad, lugar seco y estéril ubicado cerca de
sitios donde había oro. Las contradicciones entre europeos y aborígenes no
18 La Región y sus orígenes

se hicieron esperar, porque los segundos tuvieron que alimentar todo el tiempo
a los recién llegados, a más de satisfacer sus demandas de oro y soportar el
abuso de los marineros hacia sus mujeres.
El almirante, recibido triunfalmente en España en 1493, preparó un
segundo viaje en el que irían mil doscientos hombres ávidos por conocer el exó-
tico mundo de las Indias. La idea que tenía Colón era establecer una factoría
comercial, con fuertes y almacenes construidos por los españoles para comer-
ciar con los aborígenes, que darían oro y otros productos a cambio de baratijas
(bujerías) europeas. Los socios monopolistas de la empresa eran la Corona y
el almirante, quienes se repartían las ganancias y corrían con los gastos, en
tanto los demás españoles serían asalariados. En ese momento no se pensaba
en una colonización en forma, pues no se trajeron mujeres, y se suponía que
los alimentos se importarían de España. Es claro, además, que esta primera
etapa de la Conquista fue insular, pues aún las huestes no llegaban con fuerza
sobre tierra firme, lo que se convertiría en una necesidad, ya que las recién
descubiertas Antillas habían demostrado ser estériles en especies y en oro. Con
este propósito, la Corona organizó, a partir de 1499, todas las expediciones que
se enviarían a occidente y al oriente de la tierra de Paria, y, de forma particular,
el cuarto viaje de Colón, en el éste recorrería las costas de Centroamérica de
oeste a este hasta tocar el extremo occidental de la actual Colombia.

3. L os primeros viajes exploratorios a la


C osta C aribe y un mundo jamás imaginado

En medio del deslumbramiento por un mundo que jamás habían


imaginado y ante la incertidumbre de no saber a ciencia cierta a dónde iban
a llegar, los españoles se lanzaron a la aventura de la “conquista”, que para el
caso del actual Caribe colombiano fue comandada por Alonso de Ojeda. Este
obtuvo en 1499 una licencia de la Corona, y partió de España en mayo, acom-
pañado por dos socios bastante notables: Juan de la Cosa, considerado como
uno de los mejores pilotos y cosmógrafos del momento, y Américo Vespuccio,
relacionado con los intereses de la casa comercial florentina de los Medici en
L a conquista del Caribe colombiano... 19

Sevilla. Ojeda recorrió la costa venezolana desde Paria y llegó a la península de


La Guajira, donde dio nombre al Cabo de la Vela. Partió luego a La Española y
posteriormente a la península ibérica.
La Guajira fue visitada nuevamente en 1501, esa vez por Rodrigo de
Bastidas y Juan de la Cosa, quienes habían capitulado un año antes con la
Corona. Después de recorrer la costa guajira en dirección al occidente, des-
cubrieron la desembocadura del río Magdalena, la zona de Cartagena y Santa
Marta, y es posible que se hayan adentrado hasta el Sinú, región rica en oro.
Según el padre Las Casas, siguieron hasta las costas de Urabá, donde negocia-
ron algún tiempo con los nativos. Nuevamente, Ojeda, en 1502, salió hacia su
segundo viaje, investido entonces como gobernador de Coquibacoa, espacio
administrativo establecido por el obispo Fonseca, cuyos límites comprendían la
isla de Centinela, en Venezuela, hacia el occidente, y el cabo de Coquibacoa en
La Guajira. Ojeda estableció una efímera base de operaciones, probablemente
en Bahía Honda, para luego dirigirse a la provincia de Cinto, a ocho leguas
de Santa Marta. Un año después, en 1503, se tiene noticia de la expedición
de Cristóbal y Luis Guerra, quienes, según Las Casas, arribaron a un punto
intermedio entre Santa Marta y Cartagena. Un año más tarde, Juan de la Cosa
dirigió otra expedición en la que recorrió la costa venezolana para cargar palo
brasil y siguió a Cartagena, donde se encontraron con la expedición de Cristó-
bal Guerra.
De estas primeras incursiones de los europeos al Caribe colombiano,
se pueden inferir varios puntos. Primero: se trataba de viajes exploratorios en
los que las expediciones apenas intentaban reconocer un espacio que, por lo
demás, era muy desconocido. Precisamente, esta característica les daba a las
empresas “conquistadoras” de esta primera etapa una capacidad de inventiva,
creación y experimentación con la nueva realidad que encontraban, porque, a
pesar de que los españoles tenían experiencia militar conseguida en el proceso
de reconquista con los moros, América, definitivamente, era algo nuevo. Segun-
do, si bien es cierto que estas primeras expediciones necesitaron del permiso
de la Corona, también lo es que el capital privado jugó un papel fundamental:
por lo general, el comandante de una expedición se asociaba con un personaje
20 La Región y sus orígenes

acaudalado que aportaba el capital y los recursos para el viaje. Y, tercero, no se


pensaba en una colonización permanente, pues sólo a partir de 1508 la Corona
comenzó a estipular las cláusulas para una colonización sostenida.

Tabla 1. Expediciones que arribaron a la


actual Costa Caribe colombiana, 1499-1506

Comandante de
la expedición A ños Lugares recorridos*

Alonso de Ojeda 1499 Cabo de la Vela – cerca de Riohacha


Cristóbal Guerra 1500-1501 Cerca de Santa Marta –
Cartagena – Urabá
Rodrigo de Bastidas 1501 Península de La Guajira – Santa Marta
Juan de La Cosa río Magdalena – puerto de Cartagena
– islas del Rosario, Barú,
San Fernando – golfo de Morrosquillo,
río Sinú, golfo de Urabá.
Alonso de Ojeda 1502-1503 Bahía Honda, bahía de Cocinetas
(La Guajira)
Cristóbal Colón 1502 Cabo de Mármol
(actual cabo Tiburón, Urabá)
Cristóbal Guerra 1504-1506 Cartagena
Juan de la Cosa 1504-1506 Cartagena, golfo de Morrosquillo

* Sólo se mencionan los sitios recorridos en la Costa Caribe de la actual


Colombia. Generalmente, estas expediciones hacían escalas en las islas
caribeñas de Aruba, Curazao, La Española y luego se dirigían a tierra firme.
L a conquista del Caribe colombiano... 21

4. E l encuentro de dos mundos

Al despuntar el siglo XVI, cuando los primeros navegantes europeos


pisaron el territorio de la actual Colombia, fueron recibidos por los nativos de
la costa, quienes inicialmente los percibieron como unos extraños seres que
llegaban del mar envueltos en un loco vendaval de contradicciones. Con oscu-
ras armaduras sobre sus rostros, con sus cuerpos recubiertos de duras pieles y
con acorazados equinos que actuaban como un huracán tropical que arrasaba
cuanto encontraba a su paso, daban la sensación de algo extraño y poderoso.
El reconocimiento de esos raros personajes por parte de los nativos supuso
acercamientos y alejamientos, presencias y ocultamientos.
Se ha calculado que para 1500 habitaban en la región del actual Cari-
be colombiano, desde Urabá hasta la península de La Guajira, unos 2.565.376
indígenas; cifra que equivale al 31.08 % del total de la población nativa para el
territorio de la actual Colombia; como puede inferirse, la Costa Atlántica fue
uno de los espacios más poblados por las comunidades nativas prehispánicas.
Dentro de los grupos indígenas más importantes se encontraban los
tayrona y las comunidades circunvecinas, que habitaban la región comprendida
entre Santa Marta y Riohacha, y la Sierra Nevada; en la expedición ordenada
por Rodrigo de Bastidas y comandada inicialmente por Palomino, se registra
que eran tierras de alta densidad poblacional. Así mismo, se manifiesta acerca
de la penetración española en la Sierra Nevada con tropas comandadas por
García de Lerma, las cuales partieron de Pocigüeica, y se admiraron del alto
número de habitantes en la zona.
En las partes bajas de la Sierra Nevada y en algunas llanuras conti-
guas, los tayronas desarrollaron una importante agricultura —maíz, yuca, fríjol,
ají, algodón— que les permitió desplegar la técnica de la irrigación mediante
terrazas aluviales. La alta población —en Pueblito o Tayronaca, Reichel Dol-
matoff determinó la existencia de mil casas, y los cronistas mencionan que
el cacique Pocigüeica llegó a reunir unos veinticinco mil guerreros contra los
españoles—, y la existencia de una organización política con caciques heredi-
22 La Región y sus orígenes

tarios con carácter permanente y tal vez con algunos signos de confederación
entre las diversas aldeas, explican la tenaz resistencia de los tayronas a la do-
minación española. Jaime Jaramillo Uribe sostiene que, en este contexto, la
población indígena de esta zona, al producirse la “Conquista”, pudo oscilar
entre cien mil y ciento cincuenta mil habitantes, incluyendo pueblos como los
motilones y los chimilas.
Los aborígenes de la parte baja del Magdalena (bocinegros, malibúes)
y desde la costa al occidente de su desembocadura hasta el golfo de Urabá
(calamares, urabaes y otros grupos), se han denominado usualmente como ca-
ribes, término que permitió crear una figura jurídica que se materializó en una
cédula real de Isabel en 1503, donde se autorizaba su captura y esclavización.
El sometimiento prácticamente “definitivo” de estos pueblos la hizo Pedro de
Heredia entre 1533 y 1534.
En el medio y bajo Sinú, así como en las llanuras que separan a este
río del San Jorge, se hallaba otro grupo aborigen que desde el punto de vista
cultural fue relativamente avanzado, los denominados zenúes, que se dividie-
ron en tres reinos: Finzenú, en el área del río Sinú, donde se hallaba el grupo
más fuerte y poderoso (allí mismo se encontraron sepulturas ricas en oro que
deslumbraron a las huestes de Heredia); Panzenú, en las llanuras del río San
Jorge; y Zenufana, entre el San Jorge y el bajo Cauca. Al igual que la cultura
tayrona, se cree que los zenúes tuvieron una población cercana al millón de
habitantes, pero que al llegar Pedro de Heredia, hacia 1534, habían disminuido
ostensiblemente debido al contagio de enfermedades, lo que demuestra que el
imperio biológico europeo nada bueno auguraba sobre nuestras comunidades
indígenas. Sin embargo, no todos desaparecieron; en la actualidad sobreviven
muchos de ellos conservando relatos de la Conquista en su memoria colectiva.
Sobre los nativos guajiros de las primeras décadas del siglo XVI se sabe
poco; los cronistas Castellanos y Esteban Martín sólo mencionan a grupos como
los wuanebukanes, kaketíos y cocinas. En el proceso de conformación de la ha-
cienda perlera, en la primera mitad de ese siglo se utilizaron esclavos indígenas,
pero parece que los guajiros no fueron reducidos a tal condición. Con todo,
existe un vacío de continuidad entre los siglos XVI y XVII con respecto al XVIII
L a conquista del Caribe colombiano... 23

en lo que a esta comunidad indígena se refiere. Sin embargo, durante esta última
centuria se convirtieron en una fuerza étnica importante en la región.
Entre las bocas del río Atrato y el cabo Tiburón habitó otro grupo abo-
rigen conocido como cuevas, que hablaba una lengua de origen chibcha y tenía
una sociedad bastante jerarquizada, pues cada pueblo estaba gobernado por un
cacique hereditario que era acompañado por jefes secundarios. Sus viviendas
eran dispersas, y su sustento básicamente agrícola; sus descendientes actuales
son los kunas. Tanto los guajiros como los Cuevas desplegaron un proceso de
resistencia cultural y militar durante el periodo colonial que les ha permitido
mantener su vigencia.

5. C aracterísticas de los primeros contactos

No todo fue deslumbramiento para los nativos a la llegada de los eu-


ropeos al Caribe de la actual Colombia, pues, sin duda, debieron recibir lo que
Hermes Tovar Pinzón ha llamado el “rumor trágico de la conquista”, es decir, lo
que había pasado inicialmente en las islas antillanas, que, en términos genera-
les, no había sido una buena experiencia para las comunidades indígenas que
allí habitaban.
Los primeros contactos de las huestes españolas con los aborígenes
se materializó en el llamado “rescate”, que consistió en el intercambio de
productos, inicialmente voluntario, entre ambos grupos. Los españoles en-
tregaban a los nativos baratijas como peines, espejos y cuentas de collares
(bujerías) a cambio de oro, piedras preciosas y alimentos. Gonzalo Fernández
de Oviedo manifestó haber recogido en 1521 en el Darién siete mil pesos oro
por este concepto.
Puñales y hachas fueron dos elementos introducidos por los españo-
les y ampliamente apreciados por los nativos, coyuntura que aprovecharon los
hispánicos para comenzar a traer de España tales instrumentos con el objeto
de construir un posible mercado para sus productos; así, por ejemplo, en los
rescates hechos por Julián Gutiérrez en Urabá en 1532 figuran 320 hachas y
dieciséis puñales, los cuales sumaron 2.795 pesos. Los precios por unidad de
24 La Región y sus orígenes

estos productos en tomines fueron oscilantes, pues en 1532 un hacha podía


costar tres tomines (un cuarto de peso aproximadamente), un puñal seis tomi-
nes y un peine 0.7 tomines.
En 1502, en su segundo viaje, Alonso de Ojeda intercambió con los
indìgenas en Bahía Honda cuentas de colores, vidrios, peines y algunas he-
rramientas por oro y perlas. Esta misma operación fue realizada por Rodrigo
de Bastidas entre 1501 y 1502 en la provincia de Santa Marta, y cuando pasó
a Urabá y el Darién obtuvo por rescate 7.500 pesos de oro labrado y algunas
perlas. Los rescates constituyeron una buena fuente de ingresos tanto para los
inversionistas privados y la Corona como para los comandantes y los soldados
rasos; todos tuvieron, de alguna forma y en diversos grados, acceso al botín que
se lograba arrebatar a las comunidades nativas: los tres primeros recibían cerca
del 70 % de las ganancias, mientras que los soldados el 30 % restante.
Estos contactos iniciales fueron relativamente pacíficos por una razón:
en las sociedades indígenas prehispánicas existía un principio de “reciprocidad
y redistribución” que regulaba todas las actividades de la vida, por eso fueron
comunes los intercambios o trueques de diversos productos entre los distintos
grupos nativos, incluyendo los insulares. De tal forma que los rescates en un
principio pudieron integrarse en la reciprocidad de los indígenas, pero esta poste-
riormente fue violentada por la disminución progresiva del oro y la negativa de los
aborígenes a seguir suministrándolo. Surgió entonces la coacción, la brutalidad.
La “cabalgada” fue una estrategia violenta empleada por las huestes
españolas para arrasar y apropiarse del oro y los recursos aborígenes, y con-
sistió en asolar la tierra y asaltar comunidades nativas mediante expediciones
armadas. Los zenúes fueron víctimas de esa modalidad de expoliación, cuando
sus tumbas fueron saqueadas y profanadas por el delirio de los españoles por
encontrar oro. Así, por ejemplo, los cabalgantes obtuvieron de las tumbas ze-
núes entre 1536 y 1537 un botín de oro fino cercano a los 9.500 pesos y de oro
bajo a los 7.234 pesos. Por su parte, Heredia y Vadillo consiguieron acumular
en un lapso de cuatro años, entre 1533 y 1537, unos 301.421 pesos en oro,
extraído de diecinueve asentamientos nativos, entre los que se encontraban
Tierra Adentro, Zenú, Buenavista, Zamba, Barú y Barujo, entre otros.
L a conquista del Caribe colombiano... 25

Cuando los rescates y las cabalgadas no rindieron frutos suficientes


en oro y demás recursos para sostener una empresa de sometimiento, los es-
pañoles comenzaron a racionalizar su modus operandi: se pasó entonces al lla-
mado “repartimiento”, que consistió en repartir entre determinado número de
“conquistadores” ciertas comunidades indígenas, pero no para usufructuar su
mano de obra, sino el derecho exclusivo de rescatar con ellas. El repartimiento
anunció la encomienda, pero no equivalió a ella: el primero se fundamentó
en el monopolio del rescate, la segunda en el de la fuerza de trabajo, como lo
veremos posteriormente.
Si las huestes españolas no encontraban oro entonces procedían
a capturar indígenas para venderlos como esclavos en las Antillas. Cadenas
en los cuellos, marcas en la cara y verdaderas caravanas de seres humanos
transportados en condiciones infrahumanas fue el drama que vivieron muchas
comunidades nativas del actual Caribe colombiano. Alonso de Ojeda capturó
a doscientos de ellos cerca de Santa Marta y los llevó a La Española. Los sol-
dados de los alemanes que llegaron a las tierras de Santa Marta bajo el mando
de Ambrosio Alfínger atravesaron el valle de Eupari, hasta el extremo sur de la
provincia, destruyendo cuanto encontraban a su paso. Tomaron muchos nati-
vos, hombres y mujeres y los llevaron atados y con cargas, asolaron y quemaron
toda la tierra hasta llegar a la provincia de los Putos y luego a Tamalameque.
La esclavitud indígena en el Caribe colombiano encontró un caldo
de cultivo, como se dijo anteriormente, en la real cédula emitida por la reina
Isabel, donde se declaraban caribes a ciertas comunidades nativas; decisión
fundada en que los aborígenes no habían aceptado el requerimiento, es decir,
reconocer como autoridad única a los reyes de España y a la religión católica,
además de ser caníbales. Por esta razón, se les podía hacer la guerra “justa”,
capturarlos y venderlos como esclavos. Diego de Nicuesa por ejemplo, quemó
el pueblo de Turbaco en 1509 y apresó a cuatrocientos indios.
La esclavitud aborigen constituyó un factor de altos ingresos tanto
para las arcas reales como para los particulares que la practicaban: entre 1514 y
1515 los quintos reales pagados en la caja de Santa María la Antigua del Darién
por concepto de nativos esclavos sumaban 651.888 maravedíes; en Cartagena,
26 La Región y sus orígenes

en 1536, por 306 indígenas entraron a la caja real 1.913 pesos. Lo que queda
claro después de mirar rápidamente estas cifras es que la esclavitud de los
nativos no tuvo un sustrato moral o jurídico, sino netamente económico.
Finalmente, es necesario señalar que todas estas estrategias empleadas
por las huestes españolas para dominar la población indígena del actual Caribe
colombiano apuntaron también a la destrucción de la habitación, del cuerpo
y de la religión o la “mutilación del espíritu”. Desde ese mismo momento los
nativos emprendieron un proceso de resistencia, algunas veces abierto y armado,
otras, oculto y en silencio que aún está por investigarse en forma rigurosa y
sistemática.

6. L os fundamentos del poder civil :


fundación de ciudades y villas

Como ya se mencionó en anterior oportunidad, las primeras entradas


españolas al actual territorio del Caribe colombiano fueron de percepción y
experimentación para lo que vendría posteriormente, es decir, no había una
intención inmediata de colonizar; sin embargo, fue necesario el fortalecimiento
de puntos estratégicos que funcionaran como fuertes militares, pero también
como factorías comerciales, como sucedió con la fundación de Santa María la
Antigua del Darién en 1510 por Alonso de Ojeda, población que sirvió de base
de operaciones para los rescates y las cabalgadas que se hicieron al territorio
étnico caribeño.
La coyuntura de la tercera década del siglo XVI vio aparecer un ánimo
colonizador en las políticas españolas en América, en parte propiciadas por
las noticias sobre la existencia de fabulosas riquezas en México y Perú, que se
extendían como onda sonora por todo el continente. De esta forma, la Coro-
na capituló en 1524 con Rodrigo de Bastidas, antiguo comerciante de Sevilla
que había vivido en Santo Domingo, la conquista de Santa Marta. El texto de
la capitulación nos muestra una creciente conciencia sobre la necesidad de
colonizar en una forma estable y ordenada que no se limitara al saqueo de
los indígenas. Entre las obligaciones de Bastidas se encontraba la de trans-
L a conquista del Caribe colombiano... 27

portar cincuenta vecinos, quince de los cuales debían llevar sus esposas, y
un determinado número de vacas, cerdos y yeguas de cría, lo que indica que
ya se pensaba en un núcleo poblacional estable. Los colonos, por su parte,
estarían sujetos al pago a la Corona de un décimo de lo que obtuvieran, ya
fuera por pescar perlas, cortar palo brasil o explotar yacimientos auríferos. De
esta manera desembarcó Bastidas en junio de 1526 en Santa Marta con unos
doscientos hombres.
Bastidas no intentó arrasar con la población nativa de la zona, proba-
blemente porque ya tenía la experiencia del desastre demográfico que había
sucedido en La Española; se decía de él que hacía trabajar incluso a los españo-
les, lo que lo llevó a un enfrentamiento con su propia gente y a la necesidad de
organizar rápidamente un reconocimiento a las poblaciones indígenas circun-
vecinas, en la que obtuvo un botín de 18.000 pesos oro. Estas salidas debieron
incrementarse por otra razón: Santa Marta se había fundado en una estepa
estéril que no producía los alimentos suficientes para sostener a una población
española en aumento, de manera que los asentamientos aborígenes cercanos lo
proporcionarían; a menudo la ciudad se vio arrasada por el hambre y las pestes,
y dependía casi siempre de la provisión de alimentos llevados de otros lugares.
Dos áreas de la zona inmediata a Santa Marta y la Sierra Nevada fue-
ron objeto de atención por parte de los españoles: el Cesar y el Magdalena. En
1530, Francisco de Arboleda visitó la zona de La Ramada, a la que Vadillo había
ido con anterioridad; posteriormente, en 1531, Pedro de Lerma y fray Tomás
Ortiz penetraron en la zona habitada por los Chimilas, y posteriormente a una
provincia controlada por nativos Caribes entre la Sierra Nevada y el Magdale-
na. Durante ese año, el mismo Lerma pasó por La Ramada en dirección al Valle
de Upar y al río Cesar hasta la ciénaga de Zapatosa y al río Magdalena.
Poco después de las travesías de Lerma, una expedición proveniente
de Venezuela hizo el mismo recorrido. Se trataba de la de Ambrosio Alfínger,
gobernador de Venezuela y representante de los intereses de la casa comercial
alemana de los Welser. La expedición partió de Maracaibo en 1531, cruzó la
serranía de Perijá, entró al Valle de Upar y bajó por el río Cesar hasta la ciénaga
de Zapatosa.
28 La Región y sus orígenes

Es necesario recordar que uno de los objetivos de estas expediciones


era encontrar una vía hacia el sur que condujera al Perú, donde se suponía exis-
tían inmensas riquezas representadas en oro; por ello, no pocos expedicionarios
creyeron haber hallado en el río Magdalena la ruta precisa que los llevaría al
tan anhelado Perú.
En 1532, un portugués, Jerónimo de Melo, logró penetrar con dos
navíos en la desembocadura del río Magdalena y remontar su curso unos 150
kilómetros. Un año después, una nueva expedición recorrió el valle del Cesar,
encontró el pueblo de Tamalameque y se quejó de la destrucción de la pobla-
ción nativa causada por la entrada de los Welser. En ese mismo año, García
de Lerma, empeñado en llegar al Perú, organizó otra expedición que subiría al
Magdalena, dividida en dos grupos, uno por río y otro por tierra. Según afirma
Castellanos, atravesaron por tierras de los Chimilas, luego por el río Ariguaní
hasta el Cesar y por éste al Magdalena.
Si Santa Marta, ubicada en una estepa estéril, había tratado de sobre-
vivir gracias al aprovisionamiento del exterior y a la expoliación de las numerosas
comunidades indígenas de sus alrededores, Riohacha centró su subsistencia y
su actividad en el peruleo o pesca de perlas. A fines de 1538 o comienzos de
1539, huestes de la gobernación de Venezuela, encabezadas por Rodrigo de
Cabraleón y Juan de la Barrera, fundaron en el Cabo de la Vela a Santa María
de los Remedios, fundación que creció con gran rapidez, hasta el punto de que
en 1541 su población se calculó en unas mil quinientas personas entre “indios
y cristianos”. Los aborígenes buzos trabajaban como esclavos en condiciones
bastante duras, con doce horas de trabajo continuo en el mar sacando los ostra-
les de donde se obtenían las codiciadas perlas. Como las condiciones de apro-
visionamiento de agua y alimentos eran bastante limitadas y la hostilidad de los
nativos constante, la ciudad y la pesca de perlas se fue trasladando hacia el sur,
bordeando la costa, donde había agua dulce (río Ranchería) y algunas estancias
ganaderas; esto, probablemente, se hizo en los primeros meses de 1545.
Con respecto a Cartagena, ya la zona había sido sometida a expedi-
ciones esclavistas que se acentuaron, como vimos anteriormente, con la real
cédula de 1503; en 1509 varias expediciones desembarcaron en la zona, pero
L a conquista del Caribe colombiano... 29

la escasez de agua y la hostilidad de los nativos no lo permitieron. En la tercera


década del siglo se empezó a considerar la idea de un establecimiento per-
manente, pues hacia 1523 Gonzalo Fernández de Oviedo obtuvo el derecho
exclusivo de comerciar en Cartagena y en los espacios vecinos, por lo cual
levantó una fortaleza. Sin embargo, no fue sino hasta 1532 cuando se propició
la fundación de la ciudad: Pedro de Heredia, quien había acompañado a Pedro
Vadillo en su expedición a Santa Marta, firmó una capitulación con la Corona
para conquistar y poblar estas tierras: las estipulaciones fueron similares a las
de Santa Marta, salvo que se acentuaba la protección a los nativos, pues se
prohibió su esclavización. Así mismo, el grupo colonizador de Cartagena se
diferenció del de Santa Marta porque era abierto, es decir, Cartagena estuvo
abierta a cualquier colono que hubiera querido establecerse allí, caso contrario
al de Santa Marta, donde únicamente podían estar los participantes de las
expediciones. Finalmente, Heredia, después de visitar varios lugares y asenta-
mientos indígenas —más de sesenta— fundó la ciudad el 1 de junio de 1533.
El crecimiento de la población fue muy rápido: en enero de 1534 había un
poco más de doscientos hombres; y ese mismo año arribaron las expediciones
de Juan Ortiz, Alonso de Heredia y Rodrigo Durán, que sumaron unos ocho-
cientos hombres más.
De Cartagena salieron Heredia y sus huestes, por lo demás numerosa,
hacia el sur en busca del codiciado oro Zenú. El célebre “conquistador” fue
con sus hombres a Ayapel (fundado en 1543) y al Cauca, donde hallaron nue-
vos pueblos y sepulturas que supuestamente tenían oro. Esta expedición, sin
embargo, resultó un fracaso porque tuvo que regresar con quinientos hombres
menos y sin oro. En 1535 se llevó a cabo la fundación de Villarrica de Madrid,
en zona del Sinú, que tuvo una existencia efímera, pues la documentación deja
de mencionarla en 1536. No obstante, en 1543 es vuelta a mencionar con otro
pueblo, Santiago de Catarapá, fundado por Vadillo, que bien pudo ser el mismo
Santiago de Tolú (erigido en 1535), pero mencionado en 1545, que probable-
mente fue el mismo Catarapá que debió de haber sido trasladado. En todo caso,
Heredia tenía como objetivo entrar a Urabá para luego penetrar a Dabeyba,
asentamiento aborigen donde los españoles creían poder encontrar oro.
30 La Región y sus orígenes

Juan de Santacruz, juez de residencia de Juan de Vadillo (hermano de


Pedro Vadillo), que a su vez lo fue de Pedro de Heredia, hizo una expedición en
1540 hacia los llanos que se ubicaban entre el San Jorge y el Cauca, y fundaron
la población de Santacruz de Mompox, que antes, en 1537, lo había sido como
puerto.
La fundación de ciudades y villas también significó la instauración
y consolidación del poder político, del orden y del sometimiento de espacios
“vírgenes” e “incultos”. Georges Duby plantea que a lo largo de su historia la
ciudad no se caracteriza ni por el número de habitantes ni por las actividades
de los hombres que allí habitan, sino por su estatus jurídico, de sociabilidad
y de cultura. Estos rasgos derivan del papel primordial que cumple el órgano
urbano, que no es económico, sino político. Polis: la etimología no se equivoca.
La ciudad se distingue del medio que la rodea en lo que ella es, en el paisaje,
en el punto central del poder. El Estado crea la ciudad, en la ciudad el Estado
tiene su asiento. En la primera etapa de la “Conquista”, el espacio fue conce-
bido como teatro de operaciones militares y mercantiles, mientras que en la
etapa de “poblamiento” sostenido fue visto como un escenario en el cual había
que consolidar un orden social e ideológico y borrar todo vestigio aborigen. Al
fundarse Santa Marta, por ejemplo, la ciudad dominó el espacio que atravesaba
Bonda y La Ramada para operar sobre la Sierra y las llanuras del interior. A su
vez, Pedro de Heredia recorrió el interior y luego fundó Cartagena. Las ciuda-
des se erigían con perspectivas de sometimiento y dominación.

7. L o político - administrativo

Precarias y ambivalentes fueron las primeras divisiones político-ad-


ministrativas que se dieron a principios del siglo XVI en el actual Caribe co-
lombiano, entre otras cosas porque los cosmógrafos y cartógrafos, y en general
todos los europeos que llegaron inicialmente, desconocían el territorio. En
medio de esta incertidumbre, los comandantes de las expediciones venían con
funciones políticas y administrativas: podían ser capitán general, justicia mayor
y gobernador, y administraban y gobernaban en nombre del Rey. De esta forma,
L a conquista del Caribe colombiano... 31

se estableció en 1509 la gobernación de Nueva Andalucía, que se extendía


desde el golfo de Urabá hasta el Cabo de la Vela. Como se observa, era un enor-
me territorio para un solo administrador. Esta misma zona, pero incluyendo a
Panamá, recibiría en 1513 el nombre de gobernación de Castilla de Oro, cuya
sede principal funcionaba en Panamá. En 1525, Gonzalo Fernández de Oviedo
logró obtener títulos para fundar una nueva gobernación, la de Cartagena, pero
no tuvo consecuencias prácticas. Un año más tarde, Santa Marta señaló límites
al oriente: el río Magdalena delimitaba claramente una frontera administrativa.
Con la fundación de Cartagena en 1533, se erigió la gobernación del mismo
nombre, que entraría a disputarle la zona de Urabá a Castilla de Oro. La gober-
nación de Santa Marta, por su parte, se extendió desde el río Magdalena hasta
el Cabo de la Vela.
Con territorios inmensos e inciertos por controlar, fue común ver en-
tre los distintos comandantes de las expediciones pleitos jurisdiccionales que
terminaban en apresamientos, enfrentamientos armados y hasta en la horca.
Así, por ejemplo, Pedro de Heredia sostuvo enfrentamientos con la gente de
Popayán en relación con la zona de Antioquia: Heredia sostenía que esta había
sido descubierta por huestes de Cartagena, con el objetivo bien claro de apro-
vecharse de las ricas minas de Buriticá.

8. L os “ pueblos de indios ”

La concepción hispánica sobre el orden espacial también se impuso a


las comunidades aborígenes americanas, yendo más allá de títulos jurídicos de
propiedades o de traslados de las comunidades indígenas, para convertirse en
un espacio donde se inculcaba un orden social y unas creencias cosmológicas.
Este ordenamiento se materializó en los llamados “pueblos de indios”, que se
convirtieron en un sistema de significados a través de los cuales se comuni-
caba, experimentaba, exploraba y reproducía un sistema social. Es necesario
aclarar que el concepto de ‘pueblo de indios’ se diferencia del llamado “res-
guardo”: el primero estuvo motivado, inicialmente, por un interés religioso que,
en términos estratégicos, resultaba fundamental para controlar a los pueblos
32 La Región y sus orígenes

sometidos; mientras que los resguardos hacen referencia a la congregación de


comunidades nativas para apoderarse de sus tierras.
Es importante señalar que el control político sobre un espacio no se
implanta únicamente mediante la violencia física y la imposición de un orde-
namiento legal, sino que supone la erección de imágenes y símbolos que tratan
de establecer las clasificaciones jerárquicas que se quieren imponer sobre una
determinada sociedad. La función de los pueblos nativos, entonces, consistía
en controlar a la población indígena “dispersa”, “inculcarle” unos elementos
ideológicos y “civilizarla”. Desde ese mismo momento, los símbolos empeza-
ron a jugar un papel importante: las concentraciones de los poderes político y
religioso se erigían alrededor de la plaza. La iglesia, y con ella el cristianismo,
se levantaba como fuente única y suprema de lo sagrado, excluyendo totalmen-
te la sacralidad prehispánica. Por el contrario, en el poder político el espacio
se compartía entre el orden tradicional y el nuevo: se ubicaban en el espacio
central, por un lado, la casa del Cacique y señor y las de los principales y, por
otro, el cabildo y la cárcel. Como puede observarse, los primeros representaban
la aceptación del poder de las formas políticas de origen prehispánico, pero
recontextualizadas; el cabildo y la cárcel representaban el nuevo orden. Por otra
parte, la indicación de la Corona en el sentido de que en los pueblos de “in-
dios” debían construirse barrios agrupados por parentela, demuestra que estos
pueblos no podían considerarse como meras prolongaciones de los pueblos de
españoles, sino con la subsistencia de rasgos de la organización interna de las
comunidades aborígenes.
En 1559, y quizá un poco antes para el caso del Caribe colombiano, se
iniciaron las reducciones indígenas, las cuales fueron de la mano con los repar-
timientos de los mismos en encomienda; por lo tanto, la erección de pueblos
nativos estuvo estrechamente relacionada con la consolidación de esta forma
de control y explotación aborigen. Muchos de estos pueblos desaparecieron
por la extinción de los nativos, pero algunos que fueron cabeza de encomienda
sobrevivieron a las acometidas de los tiempos, como es el caso de Tubará, Ga-
lapa y Usiacurí, entre otros, ubicados en el Partido de Tierra Adentro, actual
departamento del Atlántico.
L a conquista del Caribe colombiano... 33

Es necesario aclarar que los pueblos de nativos a los que hacemos


referencia no deben confundirse con expresiones que normalmente aparecen
en los documentos como “pueblos encomendados”, ya que estos últimos se
refieren a grupos de nativos con su estructura política y parental tradicional, es
decir, se mencionan pueblos como comunidad étnica definida. En ocasiones,
estos pueblos “primarios”, por llamarlos de alguna forma, eran separados para
unirlos con fracciones de otros —generalmente por facilidades de expolia-
ción— para conformar los llamados “pueblos de indios” en sentido de control
social, político e ideológico.

9. L a E ncomienda

El trabajo indígena se convirtió en un elemento generador de riqueza


en la sociedad colonial, pues producía excedentes para la economía española
y, a través de esta, para el naciente mercado capitalista mundial. La forma
de organización de este trabajo durante los primeros años de la Colonia fue
la Encomienda, institución que, en primer lugar, era un sistema de control y
utilización de mano de obra, y, en segundo, un mecanismo de aculturación de
los aborígenes y de defensa militar de los establecimientos españoles contra
levantamientos indígenas. Consistía en la distribución de un grupo de indíge-
nas, generalmente un pueblo, a un “conquistador”, quien obtenía el derecho
de utilizar a los nativos en sus diversas empresas económicas y a cobrarles un
tributo, a cambio de lo cual el “conquistador” se obligaba a adoctrinar a los
indìgenas y a mantener caballos y armas para defender la ciudad española de
cualquier ataque. Establecida por primera vez en el Caribe, la encomienda fue
evolucionando lentamente como respuesta a la disminución de la población y
a la presión moral ejercida por religiosos como fray Bartolomé de Las Casas.
Entre 1512 y 1513 fue regulada por las ‘leyes de Burgos’, que estipularon las
obligaciones de los indígenas de forma precisa: trabajar nueve meses al año
en servicio de los encomenderos y ceder a estos la mayor parte de sus tierras
reservando para su propio cultivo media fanegada por cabeza.
34 La Región y sus orígenes

La primera distribución formal de una encomienda fue hecha por


García de Lerma en 1529, en Santa Marta, donde el mismo gobernador se ad-
judicó veintiséis caciques; en realidad, en esta época las tasaciones no estaban
reguladas. En los años posteriores se hicieron distribuciones de encomiendas
en la región, y a medida que se fundaron nuevas ciudades (Tenerife, Tama-
lameque, Ciudad de los Reyes, etc.) los nativos de la zona fueron repartidos.
En 1560 existían en la gobernación de Santa Marta 73 encomenderos y 2.400
indígenas tributarios.
En Cartagena, la distribución de encomiendas fue más tardía. Siete
años después del desembarco de Heredia, en 1540, comenzó un reparto de la
población en Mompox y luego en Cartagena y Tolú. Entre 1540 y 1548 fueron
dadas en la gobernación 102 encomiendas entre Mompox, Urabá y Villa de
María; en 1560, 92 fueron repartidas y hasta 1610 existían en la provincia
262. A los encomenderos se les impuso la obligación de enseñar religión a los
indígenas y de mantener en Mompox su residencia, sus caballos y armas, y se
les autorizó a criar ganado y demás granjerías en sus encomiendas.
En 1542 vieron la luz las ‘leyes nuevas’, que buscaban regular el traba-
jo de los nativos y frenar los abusos de los encomenderos en cuanto a limitar los
meses de trabajo de los aborígenes y a prohibir los servicios personales, pero en
realidad tuvieron poco efecto: “Se acata, pero no se cumple”, parece haber sido
la máxima de esta elite en su conflicto de intereses con la Corona. Y mientras
esto se daba, la despoblación aborigen seguía su curso a pasos descomunales,
mostrando que la experiencia de la Conquista había dejado para las comunida-
des indígenas del Caribe lo que Tovar Pinzón ha denominado “la estación del
miedo o la desolación dispersa”.

10. B ibliografía

No obstante ser numerosa la producción bibliográfica acerca de los


primeros contactos entre españoles e indígenas, y, en general, acerca de todo
el proceso de “Conquista” en Hispanoamérica, sobre nuestro país es poco lo
que se ha avanzado al respecto, sin excluir, por supuesto, al Caribe. A pesar de
L a conquista del Caribe colombiano... 35

que los archivos colombianos carecen de una documentación abundante so-


bre estas primeras etapas de la ocupación, sugerimos consultar la compilación
realizada por Juan Friede, Documentos inéditos para la historia de Colombia,
10 vols., Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1956-1960. Así mismo,
la compilación de Richard Konetzke, Colección de documentos inéditos para la
historia de la formación social de Hispanoamérica, 1493-1810; sin duda, es un
buen complemento al trabajo de Friede, además de la Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, de fray Bartolomé de Las Casas, Madrid, 1985. Así
mismo, las crónicas de Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias,
Caracas, 1968; de fray Pedro de Simón, Noticias historiales de las conquistas en
tierra firme en las Indias occidentales, y la del lengua Esteban Martín, “Decla-
ración de una lengua”, en Nectario María, Los orígenes de Maracaibo, Madrid,
1977, son de gran ayuda para mirar las rutas de los conquistadores y los prime-
ros contactos. Los trabajos compilatorios de Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y
visitas a los Andes, 4 vols., Bogotá, 1993-1996, sobre todo el relacionado con la
costa Caribe, es importante para mirar los primeros contactos en Santa Marta
y Cartagena y las pautas de explotación de la población nativa que allí se en-
contraban; igualmente su El imperios y sus colonias (Las cajas reales de la Nueva
Granada en el siglo XVI), Bogotá, 1999, clave para dimensionar el margen de
las ganancias que las actividades de esclavización, peruleo y saqueo de oro daba
tanto a los intereses privados como a los del Estado colonial.
La moderna historiografía colombiana de los últimos treinta años no ha
visto en el Caribe su objeto de estudio, particularmente los primeros decenios
de la Conquista. Sin embargo, existen algunos trabajos de obligatoria consulta,
como el trabajo pionero de Gerardo Reichel –Dolmatoff, Datos histórico – cul-
turales sobre las tribus de la antigua gobernación de Santa Marta. Bogotá, 1951
y la útil síntesis de Jorge Orlando Melo, “El establecimiento de la dominación
española” en Historia de Colombia, t. I, Bogotá, La Carreta, 1977, 442 p., don-
de el autor describe y analiza los primeros viajes exploratorios y la posterior
consolidación del poder español; el interesante trabajo de José Agustín Blanco,
El norte de Tierra Adentro y los orígenes de Barranquilla, Bogotá, Banco de la
República, 403 p., es una sugestiva propuesta de investigación geo-histórica de
36 La Región y sus orígenes

larga duración en un espacio reducido: el actual departamento del Atlántico,


desde 1533 hasta 1777, casi tres siglos. Otra síntesis, pero de los primeros
viajes exploratorios y descriptiva, es la de Nicolás del Castillo Mathieu, Des-
cubrimiento y conquista de Colombia, 1500-1550. Una propuesta diferente de
interpretación para este mismo periodo la hace Hermes Tovar Pinzón en su tex-
to La estación del miedo o la desolación dispersa: el Caribe colombiano en el siglo
XVI, Bogotá, Planeta, 1997, 256 p., donde analiza, basado en documentos del
Archivo General de Indias (Sevilla) y General de la Nación (Colombia), la na-
turaleza de los primeros contactos entre los europeos y aborígenes americanos
y, en general, toda la red económica que se tejió en los primeros intercambios
entre indios y españoles, y luego con la coacción, fuerza y expoliación de que
fueron víctimas los nativos.
Para Santa Marta es imprescindible la consulta del clásico trabajo de
Ernesto Restrepo Tirado, Historia de la provincia de Santa Marta, Bogotá, 1953,
y el artículo de H. Bischof, “Indígenas y españoles en la Sierra Nevada de San-
ta Marta, siglo XVI”, en Revista Colombiana de Antropología, XXIV, Bogotá,
1983. En cuanto a Cartagena, la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de
Sevilla ha publicado varios trabajos, entre los que se encuentran el de Carmen
Borrego Pla, Cartagena de Indias en el siglo XVI, Sevilla, 1983, y el de María del
Carmen Gómez, Pedro de Heredia y Cartagena de Indias, Sevilla, 1984.
Para La Guajira, particularmente Riohacha y la pesca de perlas, pue-
den verse los trabajos de Socorro Vásquez y Hernán Darío Correa, Relaciones
de contacto en el siglo XVI: wayuus y alijunas en las pesquerías de perlas del Cabo
de la Vela, informe final de trabajo presentado a la Pontificia Universidad Jave-
riana y a Colciencias, Bogotá, 1988 (inédito), y el artículo de Weilder Guerra
Curvelo, “La ranchería de perlas del Cabo de la Vela, 1530-1550”, en Revista
Huellas, N° 49-50, Barranquilla, 1997).
Para mirar los primeros contactos entre españoles y nativos en México
y Perú, la naturaleza de los mismos y las respuestas de los aborígenes, pueden
consultarse, entre otras, la obra de Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio
español 1519-1580, México, Siglo XXI, 1967; el artículo de Carlos Sempat As-
sadourian, “La despoblación indígena en Perú y Nueva España durante el siglo
L a conquista del Caribe colombiano... 37

XVI”, en Historia Mexicana, 38, 1989; y las de Steve Stern, Los pueblos indígenas
del Perú y el desafío de la Conquista española, Madrid, Alianza América, 1986; de
Nathan Wachtel, Los vencidos: los indios del Perú frente a la Conquista española
1530-1570, Madrid, Alianza América, 1976; de Nanci Farris, Los mayas bajo el
dominio colonial, Madrid, Alianza América, 1992; de Serge Gruzinski, La colo-
nización de lo imaginario: sociedades indígenas y occidentalización en el México
español, siglos XVI-XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, y La
guerra de las imágenes: de Cristóbal Colón a Blade Runner, 1492-2019, México,
Fondo de Cultura Económica, 1994; de Alberto Flores Galindo, Buscando un
inca: identidad y utopía en los Andes, Lima, Instituto de Estudios Peruanos,
1987; de Franklin Pease, Del anwantinsuyu a la historia del Perú, Lima, Institu-
to de Estudios Peruanos, 1977; y de Guillermo Bonfil Batalla, México profundo,
México, Universidad Autónoma de México, 1985.

* José Polo Acuña


Magíster en historia, Universidad Nacional de Colombia.
Estudios de doctorado en historia, Universidad Central
de Venezuela. Autor del libro Etnicidad, conflicto social y
cultura fronteriza en La Guajira, 1700-1850, publicado por la
Universidad de Los Andes en coedición con el Observatorio
del Caribe Colombiano. Profesor asociado y director del
programa de historia de la Universidad de Cartagena.

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