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y sus orígenes
La Región y su orígenes
© 2007, Corporación Parque Cultural del Caribe
Calle 36 No. 46-66 Barranquilla
info@culturacaribe.org
Coordinación editorial
Patricia Iriarte
Asesoría académica
Adelaida Sourdis Nájera
Promigas
Presidente
Antonio Celia Martínez-Aparicio
Fundación PromigAs
Lucía Ruiz Martínez
ISBN: 978-958-98185-0-3
La Región
y sus orígenes
Momentos de la historia
S económica y política
11 Presentación
Gustavo Bell Lemus
la Independencia (1805-1830)
esa óptica se encuentran los trabajos de Ernesto Bassi, “Raza, clase y lealtades
políticas durante las guerras de independencia en las provincias de Cartagena y
Santa Marta”, y de Enrique Román Bazurto, “Participación de la Marina patrio-
ta en la Independencia (1805-1830).”
No menos originales son los artículos de Adriana Santos, “El río
Magdalena y el mar Caribe como ejes geohistóricos”, que nos muestra cómo
la articulación entre el río y el mar marcó el poblamiento y el desarrollo de las
principales ciudades de la Costa Caribe, y el trabajo de Adelaida Sourdis Nájera
sobre el archipiélago de San Andrés y Providencia, territorio del Caribe y de
Colombia, cuya condición insular no puede continuar siendo una excusa para
justificar nuestro desconocimiento.
Como se puede ver, estamos ante unos singulares aportes historio-
gráficos que habrán de enriquecer el conocimiento de nuestra región, y que
son muestras de la rigurosidad con que se ha elaborado el guión del Museo del
Caribe. Ante ellos no podemos menos que entender mejor aquella frase que
empieza a definir la misión de nuestro museo: “Si hay memoria, hay historia. Y
si hay historia, hay futuro.”
1. A ntecedentes
2. C olón en el C aribe
se hicieron esperar, porque los segundos tuvieron que alimentar todo el tiempo
a los recién llegados, a más de satisfacer sus demandas de oro y soportar el
abuso de los marineros hacia sus mujeres.
El almirante, recibido triunfalmente en España en 1493, preparó un
segundo viaje en el que irían mil doscientos hombres ávidos por conocer el exó-
tico mundo de las Indias. La idea que tenía Colón era establecer una factoría
comercial, con fuertes y almacenes construidos por los españoles para comer-
ciar con los aborígenes, que darían oro y otros productos a cambio de baratijas
(bujerías) europeas. Los socios monopolistas de la empresa eran la Corona y
el almirante, quienes se repartían las ganancias y corrían con los gastos, en
tanto los demás españoles serían asalariados. En ese momento no se pensaba
en una colonización en forma, pues no se trajeron mujeres, y se suponía que
los alimentos se importarían de España. Es claro, además, que esta primera
etapa de la Conquista fue insular, pues aún las huestes no llegaban con fuerza
sobre tierra firme, lo que se convertiría en una necesidad, ya que las recién
descubiertas Antillas habían demostrado ser estériles en especies y en oro. Con
este propósito, la Corona organizó, a partir de 1499, todas las expediciones que
se enviarían a occidente y al oriente de la tierra de Paria, y, de forma particular,
el cuarto viaje de Colón, en el éste recorrería las costas de Centroamérica de
oeste a este hasta tocar el extremo occidental de la actual Colombia.
Comandante de
la expedición A ños Lugares recorridos*
tarios con carácter permanente y tal vez con algunos signos de confederación
entre las diversas aldeas, explican la tenaz resistencia de los tayronas a la do-
minación española. Jaime Jaramillo Uribe sostiene que, en este contexto, la
población indígena de esta zona, al producirse la “Conquista”, pudo oscilar
entre cien mil y ciento cincuenta mil habitantes, incluyendo pueblos como los
motilones y los chimilas.
Los aborígenes de la parte baja del Magdalena (bocinegros, malibúes)
y desde la costa al occidente de su desembocadura hasta el golfo de Urabá
(calamares, urabaes y otros grupos), se han denominado usualmente como ca-
ribes, término que permitió crear una figura jurídica que se materializó en una
cédula real de Isabel en 1503, donde se autorizaba su captura y esclavización.
El sometimiento prácticamente “definitivo” de estos pueblos la hizo Pedro de
Heredia entre 1533 y 1534.
En el medio y bajo Sinú, así como en las llanuras que separan a este
río del San Jorge, se hallaba otro grupo aborigen que desde el punto de vista
cultural fue relativamente avanzado, los denominados zenúes, que se dividie-
ron en tres reinos: Finzenú, en el área del río Sinú, donde se hallaba el grupo
más fuerte y poderoso (allí mismo se encontraron sepulturas ricas en oro que
deslumbraron a las huestes de Heredia); Panzenú, en las llanuras del río San
Jorge; y Zenufana, entre el San Jorge y el bajo Cauca. Al igual que la cultura
tayrona, se cree que los zenúes tuvieron una población cercana al millón de
habitantes, pero que al llegar Pedro de Heredia, hacia 1534, habían disminuido
ostensiblemente debido al contagio de enfermedades, lo que demuestra que el
imperio biológico europeo nada bueno auguraba sobre nuestras comunidades
indígenas. Sin embargo, no todos desaparecieron; en la actualidad sobreviven
muchos de ellos conservando relatos de la Conquista en su memoria colectiva.
Sobre los nativos guajiros de las primeras décadas del siglo XVI se sabe
poco; los cronistas Castellanos y Esteban Martín sólo mencionan a grupos como
los wuanebukanes, kaketíos y cocinas. En el proceso de conformación de la ha-
cienda perlera, en la primera mitad de ese siglo se utilizaron esclavos indígenas,
pero parece que los guajiros no fueron reducidos a tal condición. Con todo,
existe un vacío de continuidad entre los siglos XVI y XVII con respecto al XVIII
L a conquista del Caribe colombiano... 23
en lo que a esta comunidad indígena se refiere. Sin embargo, durante esta última
centuria se convirtieron en una fuerza étnica importante en la región.
Entre las bocas del río Atrato y el cabo Tiburón habitó otro grupo abo-
rigen conocido como cuevas, que hablaba una lengua de origen chibcha y tenía
una sociedad bastante jerarquizada, pues cada pueblo estaba gobernado por un
cacique hereditario que era acompañado por jefes secundarios. Sus viviendas
eran dispersas, y su sustento básicamente agrícola; sus descendientes actuales
son los kunas. Tanto los guajiros como los Cuevas desplegaron un proceso de
resistencia cultural y militar durante el periodo colonial que les ha permitido
mantener su vigencia.
en 1536, por 306 indígenas entraron a la caja real 1.913 pesos. Lo que queda
claro después de mirar rápidamente estas cifras es que la esclavitud de los
nativos no tuvo un sustrato moral o jurídico, sino netamente económico.
Finalmente, es necesario señalar que todas estas estrategias empleadas
por las huestes españolas para dominar la población indígena del actual Caribe
colombiano apuntaron también a la destrucción de la habitación, del cuerpo
y de la religión o la “mutilación del espíritu”. Desde ese mismo momento los
nativos emprendieron un proceso de resistencia, algunas veces abierto y armado,
otras, oculto y en silencio que aún está por investigarse en forma rigurosa y
sistemática.
portar cincuenta vecinos, quince de los cuales debían llevar sus esposas, y
un determinado número de vacas, cerdos y yeguas de cría, lo que indica que
ya se pensaba en un núcleo poblacional estable. Los colonos, por su parte,
estarían sujetos al pago a la Corona de un décimo de lo que obtuvieran, ya
fuera por pescar perlas, cortar palo brasil o explotar yacimientos auríferos. De
esta manera desembarcó Bastidas en junio de 1526 en Santa Marta con unos
doscientos hombres.
Bastidas no intentó arrasar con la población nativa de la zona, proba-
blemente porque ya tenía la experiencia del desastre demográfico que había
sucedido en La Española; se decía de él que hacía trabajar incluso a los españo-
les, lo que lo llevó a un enfrentamiento con su propia gente y a la necesidad de
organizar rápidamente un reconocimiento a las poblaciones indígenas circun-
vecinas, en la que obtuvo un botín de 18.000 pesos oro. Estas salidas debieron
incrementarse por otra razón: Santa Marta se había fundado en una estepa
estéril que no producía los alimentos suficientes para sostener a una población
española en aumento, de manera que los asentamientos aborígenes cercanos lo
proporcionarían; a menudo la ciudad se vio arrasada por el hambre y las pestes,
y dependía casi siempre de la provisión de alimentos llevados de otros lugares.
Dos áreas de la zona inmediata a Santa Marta y la Sierra Nevada fue-
ron objeto de atención por parte de los españoles: el Cesar y el Magdalena. En
1530, Francisco de Arboleda visitó la zona de La Ramada, a la que Vadillo había
ido con anterioridad; posteriormente, en 1531, Pedro de Lerma y fray Tomás
Ortiz penetraron en la zona habitada por los Chimilas, y posteriormente a una
provincia controlada por nativos Caribes entre la Sierra Nevada y el Magdale-
na. Durante ese año, el mismo Lerma pasó por La Ramada en dirección al Valle
de Upar y al río Cesar hasta la ciénaga de Zapatosa y al río Magdalena.
Poco después de las travesías de Lerma, una expedición proveniente
de Venezuela hizo el mismo recorrido. Se trataba de la de Ambrosio Alfínger,
gobernador de Venezuela y representante de los intereses de la casa comercial
alemana de los Welser. La expedición partió de Maracaibo en 1531, cruzó la
serranía de Perijá, entró al Valle de Upar y bajó por el río Cesar hasta la ciénaga
de Zapatosa.
28 La Región y sus orígenes
7. L o político - administrativo
8. L os “ pueblos de indios ”
9. L a E ncomienda
10. B ibliografía
XVI”, en Historia Mexicana, 38, 1989; y las de Steve Stern, Los pueblos indígenas
del Perú y el desafío de la Conquista española, Madrid, Alianza América, 1986; de
Nathan Wachtel, Los vencidos: los indios del Perú frente a la Conquista española
1530-1570, Madrid, Alianza América, 1976; de Nanci Farris, Los mayas bajo el
dominio colonial, Madrid, Alianza América, 1992; de Serge Gruzinski, La colo-
nización de lo imaginario: sociedades indígenas y occidentalización en el México
español, siglos XVI-XVIII, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, y La
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Fondo de Cultura Económica, 1994; de Alberto Flores Galindo, Buscando un
inca: identidad y utopía en los Andes, Lima, Instituto de Estudios Peruanos,
1987; de Franklin Pease, Del anwantinsuyu a la historia del Perú, Lima, Institu-
to de Estudios Peruanos, 1977; y de Guillermo Bonfil Batalla, México profundo,
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