Misterio de Dios Docente: Alberto Múnera S.J. Facultad de Teología
LA SANTÍSIMA TRINIDAD, LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD
La Iglesia como asamblea de personas trinitarizadas por el Bautismo está
conformada trinitariamente, pues a imagen de la santa Trinidad, cada cristiano posee igual dignidad, la dignidad de su divinización o participación de la vida del Dios uno, participación de la naturaleza divina. Pero también porque, a imagen de la santa Trinidad, cada cristiano como persona constituida por la relacionalidad, es una identidad diferente, un yo resultante de la relación con los túes que son los demás individuos de la especie humana. La comunidad eclesial institucionalizada que llamamos Iglesia debería asumir su configuración social a partir de esta realidad trinitaria que la constituye y que se debería reflejar en su funcionamiento y operatividad. Así en la Iglesia no tendría por qué haber diferencias entre ricos y pobres, entre personas más importantes y personas sin importancia, entre personas con dignidad y otras indignas, entre personas de una categoría superior y otras de categoría inferior, categorías ajenas a la comprensión circular de la comunidad cristiana con carácter de koinonía y perijoresis, de la igualdad fundamental de todos los miembros y de la diferenciación del ministerio ordenado únicamente por razones funcionales a las que corresponde el sacramento del Orden. Esto permite de entrada descartar como inadecuado cualquier modelo que parta del no reconocimiento de la igualdad de todas las personas como miembros de la misma especie humana, y discrimine a cualquier persona en razón de alguna de sus características individuales como raza, género, situación social, orientación sexual, discapacidad física o mental, estatus social, posesión económica, desempeño laboral, pertenencia familiar, ubicación geográfica, herencia histórica, especificidad cultural, forma de vida, características específicas personales, etc. Los regímenes de estructuración organizativa, operativa y funcional de cualquier sociedad igualmente pueden ser confrontados con referencia al modelo trinitario. En este ámbito resultaría inaceptable cualquier régimen impositivo. Esto excluye de entrada todo régimen totalitario, impuesto por la violencia y contrario a la libre decisión de las personas. No se encuentra en el Nuevo Testamento un programa específico de justicia distributiva como tampoco se encuentran proposiciones referidas directamente a una distribución equitativa de los bienes en los términos que se manejan en la actualidad. Es necesario remitirnos a algunas aproximaciones. La primera es que los cristianos incorporados, unidos a Cristo Jesús y partícipes de su vida divina, resultamos impulsados estructuralmente por el Amor infinito de Dios, su Espíritu, a distribuir con absoluta generosidad la plenitud de dones de toda índole que poseemos. La segunda remite a quienes creemos participar de esta vida y estar en posesión de todos los bienes, estamos impulsados por el Espíritu, el Amor de Jesús y del Padre, a participar a los demás igualmente esos bienes de toda índole que consideramos recibidos de Dios. La tercera aproximación afirma que si todas las cosas son propiedad de todos, nadie puede ser excluido de poseer lo que es posesión de todos. Desde este postulado, la justicia distributiva resulta una exigencia fundada en la creación. En efecto, la clave de interpretación de la justicia distributiva en la teología cristiana está en la vida intra trinitaria de Dios entendida como koinonía o comunidad participativa. La justicia distributiva, entonces, a partir de la participación de la naturaleza divina koinónica por la creación en Cristo, consiste en la necesidad intrínseca estructural que tiene el ser humano de compartir participativamente todos los bienes que posee por ser, por recepción, por producción y por adquisición. Por supuesto, de esta visión ontológico-teologal se sigue la interpretación de la propiedad “privada” como una capacidad no de posesión retentiva sino de utilización de lo poseído para distribución de ello a quienes lo necesitan para la realización de la propia existencia. Igualmente, de aquí se deduce que todos los bienes son dones de Dios para que todos(as) los posean de manera equitativa.