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LAS DOS NOTAS SOBRE EL NIÑO DE JAQUES LACAN: UN

COMENTARIO INTERTEXTUAL – Elkin Ramírez Ortiz


EL NIÑO SINTOMA
La primera frase de la primera nota dice:
“En la concepción que de él elabora Jaques Lacan, el síntoma del niño se encuentra en el lugar
desde el que puede responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar”.
Esta afirmación exige ciertos a prioris:
Primero: La familia es una estructura. En psicoanálisis, la estructura es un conjunto de elementos
susceptibles de combinatorias, pero la diferencia con el estructuralismo es que uno de esos
elementos es el vacío y conforme al posicionamiento de dicho vacío (falta en ser) la estructura
dará una variación distinta a la que se esperaba si se pensara como totalidad armónica.
Segundo: La estructura familiar tiene algo de sintomático. Esta afirmación implica que el síntoma
del niño viene a un lugar desde donde puede responder a otros síntomas familiares. Que el niño
venga en el lugar del síntoma, le da un carácter de sustitución, de metáfora.
“El síntoma, y éste es el hecho fundamental de la experiencia analítica, se define en este contexto
como representante de la verdad”
La verdad es subjetiva, surge del encadenamiento significante. Lacan dice que un significante
representa un sujeto para otros significantes
Puede pensarse el síntoma como un encadenamiento significante, que representa al sujeto en el
lugar de la verdad. Pero si Lacan define así el síntoma, es para darle al niño un estatuto definido
a partir de él, es decir, que el niño es también un síntoma que representa una verdad. El niño es
una metáfora.
“El síntoma puede representar la verdad de lo que es la pareja en la familia. Este es el caso más
complejo, pero también el más abierto a nuestras intervenciones.”
El síntoma es un ordenamiento significante que da una fórmula discursiva a aquella verdad que
de la pareja parental no puede ser enunciada sino de ese modo metafórico. Reconoce aquí una
complejidad, pero también mayor apertura a las intervenciones del psicoanálisis, en el caso en
que el niño es síntoma de la pareja, por cuanto será el caso de las neurosis.
Hay en el grafo del deseo una estructura para designar el síntoma y es s(A), leído como el
significado, como mensaje que viene sancionado por el Otro (A). Ahora bien, si el significado es
igual al síntoma y, en ese sentido, el niño como síntoma es quien viene a alojarse en la estructura
s(A), esto quiere decir que el síntoma en el niño es el resultado del encuentro con el Otro.
Este significado es efecto y respuesta de un significante donde el Otro se encuentra barrado. Es,
entonces, de un Otro barrado del que se trata aquí, con ese efecto de significación que es el síntoma
del niño. Él responde, entonces, a una falta en el significante del Otro y esa falta es la verdad del
discurso parental que el niño representa como síntoma.
El niño no sólo tiene síntomas, sino que él puede ser un síntoma en su ser. La posición del niño
como síntoma puede ser representada en la metáfora paterna:
𝑁𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑑𝑒𝑙 𝑃𝑎𝑑𝑟𝑒 𝐷𝑒𝑠𝑒𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑀𝑎𝑑𝑟𝑒 𝐴
∙ = 𝑁𝑜𝑚𝑏𝑟𝑒 𝑑𝑒𝑙 𝑝𝑎𝑑𝑟𝑒 ( )
𝐷𝑒𝑠𝑒𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑀𝑎𝑑𝑟𝑒 𝑥 −𝜑

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El niño, ubicado como X, es síntoma del deseo de la madre, en cuanto articulado al nombre del
padre. El niño vendría a alojarse en el lugar de la X, dándole una significación a lo enigmático
del deseo materno. Ese es el lugar donde el sujeto puede recibir una significación. Recibir la
significación del Otro conlleva recibir también un lugar en el deseo de ese Otro. Por ello, el niño
como síntoma es una respuesta a esa confrontación del deseo materno que, a su vez, está marcado
por llevar o no, la marca del Nombre del Padre. El niño como metáfora en tanto no se confronta
al deseo materno si no es por la mediación del nombre del padre.
𝐴
En la segunda parte de la metáfora paterna ( ) se da cuenta de cómo el nombre del padre
−𝜑
determina, para la X, el sujeto-síntoma, su relación con el Otro (A) y con el falo, en tanto sobre
el goce fálico el nombre del padre haya operado una prohibición, produciendo la castración
simbólica (−𝜑), limitando el goce de la madre con relación al hijo y cerrándole a éste el acceso a
la madre. Esto, la castración, es lo que está en la base de la neurosis.
EL NIÑO OBJETO
En el cuarto párrafo de Dos notas sobre el niño, Lacan dice:
“La articulación se reduce en mucho cuando el síntoma que viene a dominar resulta de la
subjetividad de la madre. Ahí el niño es interesado directamente como correlativo de un
fantasma”.
Lacan particulariza aquí su análisis de la relación madre-hijo. En este caso, el estatuto del niño es
definido con relación a su posición de objeto en el fantasma de la madre. El niño depende,
entonces, directamente de la subjetividad de la madre. No hay armonía, no hay felicidad entre
madre e hijo; hay irrupción fantasmática.
“La distancia entre la identificación con el ideal del yo, y la parte que toma en el deseo de la
madre, si no tiene mediación (de la que normalmente se ocupa el padre), deja al niño abierto a
todas las maneras de ser presa del fantasma. Se convierte en objeto de la madre y no le queda
otra función que la de revelar la verdad sobre ese objeto”.
Freud había esclarecido el lugar del niño como ideal del yo de los padres, “su majestad el bebé”,
colocado como ideal paterno, en el que los padres se ven reflejados y le desean lo mejor. Es el
amor narcisista por aquello que fue parte de sí y ven, en el niño, el ideal del yo, el estado
proyectado en el hijo de ese yo ideal perdido al crecer.
Pero cuando el niño no tiene valor de ideal para la madre aparece el valor de goce.
La especificidad de la situación no es la determinación del síntoma por el fantasma, sino que
Lacan luego expresa: la subjetividad de la madre y la “objetividad” del niño. Sujeto y Objeto son
los términos que componen el fantasma que, para ilustrar esta nota, podría escribirse Madre e
Hijo. Mientras que la madre aporta su subjetividad, deja al niño sólo la posibilidad de ser objeto
del fantasma de ella. Esto también enseña, en la medida en que aquí se trata de la psicosis, que el
fantasma del psicótico es el fantasma del Otro, generalmente el de la madre. Madre e hijo
participan de un mismo fantasma.
Si el niño está implicado en el fantasma materno como objeto, es porque, en esa relación, el tercero
mediador, el padre, ha sido excluido de la articulación del deseo de la madre al objeto, que ha
devenido por esa operación el hijo. La metáfora paterna no media en esa relación madre-hijo.
La forclusión del significante implica la no representabilidad del sujeto en la cadena significante.
Esto implica, además, que los efectos de esa no representabilidad de sujeto también afecta las
relaciones del sujeto con el goce, escrito no ya como (−𝜑) sino como a. Por lo tanto, escribiríamos

2
𝐷𝑀
𝑎
Esta posición hace que el síntoma del niño, allí donde el niño es captado y situado por el deseo
de la madre, en la posición de realizar su fantasma, introduzca el objeto a en la vertiente de lo
real. El fantasma se pone en escena, el deseo es realizado. Es decir que la madre no simboliza su
deseo en el falo, sino en el niño.
Lacan continúa diciendo:
“El niño realiza la presencia, a la vez que se da cuenta de ella, de eso que Jaques Lacan designa
como objeto a en el fantasma”.
Que el niño ocupe el lugar de objeto a en el fantasma de la madre, quiere decir que el niño coloca
allí su ser, y su valor frente al Otro será como ser de ese objeto, en una identificación absoluta y
radical.
Todo hijo tiene un lugar en el fantasma materno como objeto a, pero su estatuto es diferente si
existe o no la mediación de la función paterna; este último caso es el que nos ocupa. El niño, en
su realidad, viene a sustituirse a este objeto del fantasma y desde allí colma el deseo de la madre,
es lo que Lacan aclara cuando continúa en las dos notas:
“El niño satura, sustituyendo ese objeto, el modo de falta en el que se especifica el deseo (de la
madre), sea cual sea su estructura especial: neurótica, perversa o psicótica”.
Independientemente de la estructura, hay en la mujer una falta en ser. El niño viene a ocupar el
lugar de ese objeto, a obturar esa falta, a colmar un vacío estructural, lo que le niega a la madre
la posibilidad de plantearse la pregunta por su ser mujer o por su falta. Es eso lo que le da a la
madre la sensación de completud que, en ocasiones, le cierra el inconsciente y la lanza al goce
del objeto que causa su deseo. El hijo tapona, y eso produce efectos.
EL NIÑO FALO
Lacan, en De una cuestión preliminar a todo tratamiento de las psicosis dice:
“Todo el problema de las perversiones consiste en conocer cómo el niño, en su relación con su
madre, relación constituida por su dependencia de amor, es decir por el deseo de su deseo, se
identifica con el objeto imaginario de ese deseo en cuanto que la madre misma lo simboliza en el
falo.
Freud había especificado que una solución del complejo de Edipo estaba dada en el hecho de que
la niña había cambiado su deseo de tener un falo por el deseo de tener un hijo del padre. Pero
luego, al haber renunciado esta vez a tener un hijo del padre y desear tener un hijo de otro hombre,
veía en el ser madre la reviviscencia de ese antiguo deseo infantil de tener el falo, esta vez
representado en su hijo. Esta sería una solución perversa, si el hijo viene a identificarse al falo de
la madre.
Es común, en la neurosis y en la perversión, que el niño pueda ser reclamado en esta posición
como falo. El problema de la perversión está en el punto en que, sin la operación del Nombre del
Padre, a priori en la neurosis, el niño responde a la pregunta por el deseo materno. Encuentra la
solución identificándose al falo. Se erige entonces como fetiche, en una posición ligada a la
significación fálica: es el falo de la madre. “Se hace instrumento de goce del Otro” dice Lacan.
Lacan continúa esta nota diciendo que…
“El niño aliena en él todo acceso posible de la madre a su propia verdad, dándole cuerpo,
existencia e incluso exigencia de ser protegido”.

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En la medida en que satura, en que colma la falta en ser en la madre, le niega la posibilidad de
acceder a su propia verdad como mujer. Además muestra que el punto extremo de esta alienación
es el síntoma somático y no el psíquico. Esto sucede cuando el niño le da cuerpo a ese síntoma y
decir “cuerpo” es implicar el goce. La separación del goce del cuerpo a través de la operación
significante es lo que se llama sujeto. Luego, entonces, que el niño encarne el síntoma referido a
la madre, negándole su acceso a la verdad, es algo que da cuenta de una falla en la operación de
la función paterna, en su acción de limitación y captura del goce por el significante fálico, y sus
consecuencias estructurales para el hijo y para la neurosis de la madre.
“El síntoma somático le da el máximo de garantía a esa falta de reconocimiento: es el recurso
inagotable según los casos, ya sea para dar testimonio de la culpabilidad, para servir de fetiche,
para encarnar un primordial rechazo”.
Puede traducirse como recurso inagotable, pero también como recurso imposible de callar.
La primera nota culmina diciendo que:
“El niño, en la relación dual con la madre, le da acceso sin mediación, lo que falta al sujeto
masculino: el objeto mismo de su existencia, apareciendo en lo real. De ello lo que resulta es
que, cuanto más real hace presente, mayor es el soborno al que está entregado el fantasma”.
Aquí aparece claro que lo que diferencia a una mujer de un hombre es que ella puede disponer en
lo real el objeto en el hijo. De lo que se trata es de la dialéctica o a-dialéctica del significante
fálico precedido de un menos (−𝜑), como incluido o excluido del objeto a por la intervención o
no de la metáfora paterna.
El soborno del fantasma tiene que ver con esta negación del acceso, también al niño, a esa verdad
de que, en tanto sujeto del deseo, lo es del deseo de otro, y a saberse efecto de la palabra.

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