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La furgoneta entra por fin en el pueblo y lo primero que se ve al llegar a su

calle principal, como anunciando lo duro que es vivir aquí, es una funeraria.
Pocos extranjeros se acercan hasta La Rinconada, y rostros duros llenos de
curiosidad se acercan al periodista. “¿A que ha venido a la mina? ¿a
sufrir?”, pregunta uno entre enfadado y resignado.

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