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YAGUARAPARO ES CHÉVERE

Historia, Cultura y Turismo de Yaguaraparo, la


Península de Paria, el Estado Sucre y Venezuela.
(Fundación Cultural Senda Caribe)

Historia de la agricultura en Venezuela

(https://cajigalweb.files.wordpress.com/2017/01/encomienda.jpg)

Prehispánico

Si bien el hombre fabricó artefactos desde hace más de 1.000.000 de años, las primeras
plantas y animales domesticados tienen una antigüedad que escasamente sobrepasa los
10.000 años. Con la domesticación, el hombre logró controlar el ambiente físico, es decir,
la fuente básica de energía alimenticia, lo cual permitió un modo de vida que no sólo
solucionaba el problema de la obtención de alimentos, sino que promovía la noción de
que él podía modificar el ambiente físico y adaptarlo a sus propias necesidades. La
especialización alimenticia que se produjo a través de la domesticación no sólo trajo
consigo un aumento considerable en la cantidad de alimentos, sino una mayor
estabilidad en su suministro y esto, frecuentemente, permitió el aumento poblacional. La
agricultura forma parte del medio ambiente en el cual se practica y por ello, los diversos
sistemas agrícolas, ya sean cultivos primitivos (paleotécnicos) o modernos (neotécnicos),
son tipos distintivos de ecosistemas modificados por el hombre. Cuando se estudian los
ecosistemas naturales se puede hacer una distinción entre los ecosistemas generalizados
y los especializados, lo cual también es aplicable a los agrícolas. Los ecosistemas
naturales generalizados son aquellos que contienen un gran número de especies
animales y vegetales, cada una de las cuales está representada por un reducido número
de organismos. Por el contrario, los ecosistemas especializados se caracterizan por una
limitada variedad de especies, integradas por un elevado número de individuos. Se ha
pensado que el surgimiento de la agricultura se relaciona con los grupos recolectores,
cazadores y pescadores generalizados, quienes subsistían con base en la explotación de
una variada gama de plantas y animales terrestres y acuáticos. Dadas las características
de su explotación alimenticia, estos grupos deben haber sido más sedentarios, un hecho
que debe haber permitido un mejor conocimiento de su medio ambiente, favoreciendo
en esta forma, los experimentos hacia la domesticación. Igualmente, se ha inferido que
las zonas más propicias para la invención de la agricultura hayan sido las áreas
marginales de transición, como por ejemplo las zonas limítrofes entre selva y sabana, o
entre tierras altas y bajas, ya que las mismas generalmente tienen una alta
productividad así como una mayor variedad y disponibilidad de especies; también
algunas zonas costeras del mar, ríos y lagos donde la explotación de peces y otros
animales acuáticos pueda mantener un modo de subsistencia más sedentario del que
permite la caza de pequeños mamíferos. La aparición de la agricultura llevó aparejada
una mayor sedentariedad, lo cual posibilitó un aumento poblacional y de relaciones
sociales más complejas.

La agricultura en América: Desde la época prehispánica han existido en la agricultura


americana 2 sistemas agrícolas bien diferenciados: la vegecultura y la agricultura de
semillas. La primera depende de la reproducción vegetativa (por estacas) y representa
uno de los sistemas agrícolas más desarrollados en las tierras húmedas bajas tropicales,
no sólo de América, sino de África y del sureste asiático. En este sistema los cultivos
básicos son plantas que tienen grandes raíces, rizomas o tubérculos ricos en almidón y
azúcar. Por ello, en estos sistemas, las proteínas necesarias para la alimentación
provienen de la explotación de los recursos animales. En la América indígena los
cultivos básicos de este sistema fueron: la yuca (Manihot esculenta), la batata (Ipomea
batatas) y el ocumo (Xantosoma sagittifolium). La vegecultura tropical americana tuvo
una extensión hacia tierras templadas y frías de los Andes suramericanos a través del
cultivo de la papa (Solanum tuberosum), la cual se combinó en los lugares más altos con
otros tubérculos de importancia secundaria como la oca (Oxalis tuberosai), la racacha
(Arracacia xantorrhiza), el ulluco (Ullucus tuberosus), etc. La agricultura de semillas, en
cambio, caracteriza a los trópicos secos y a las regiones subtropicales. En este caso, la
reproducción de las plantas se hace mediante semillas, y los cultivos más importantes
son: el maíz (Zea mays), el frijol (Phaseoulus Sp.), las calabazas (Curcubita Sp.), etc. En la
agricultura aborigen americana la combinación de maíz-frijol fue particularmente
importante dado que ambas plantas se complementan desde el punto de vista
nutricional. El maíz es un grano rico en almidón pero deficiente en proteínas y en ciertos
aminoácidos, mientras que el frijol no sólo tiene un alto contenido de proteínas sino que
contiene, además, aquellos aminoácidos de los que carece el primero. En la parte alta de
los Andes, las semillas de quinua (Chenopodium quinoa) cumplen una función similar
como productoras de proteínas en una agricultura dominada por tubérculos.
Independientemente de la naturaleza de los cultivos básicos, ambos sistemas, el de
vegecultura y el de agricultura de semillas, son policulturales, ya que además de proveer
los productos alimenticios, generalmente suministran toda una gama de plantas que
sirven para satisfacer otras necesidades de la vida cotidiana (por ej., depósitos, venenos,
plantas medicinales, fibras, estimulantes alucinógenos, etc.) Antes de la llegada de los
europeos al continente, los indígenas americanos ya habían domesticado y estaban
cultivando más de 100 plantas, entre las cuales se cuentan muchas que tienen
actualmente importancia internacional, como el maíz, la papa, la yuca, el maní, el frijol,
las calabazas, los ajíes, la vainilla, el girasol, la batata, el aguacate, el tabaco, la coca, el
cacao, la piña, el tomate y el algodón (todas las variedades comerciales modernas de
algodón tuvieron como base las variedades americanas). Tanto la evidencia botánica
como la arqueológica sugieren que en América existieron múltiples centros de
domesticación, ya que las diferentes secuencias regionales comienzan con aquellas
plantas que estaban disponibles localmente en su forma silvestre y además, los cultivos
básicos presentan una posición distinta. Una vez transcurrido el período de
experimentación en las diversas regiones, se estableció un intercambio de plantas útiles
(por ej., ciertas razas de maíz fueron llevadas desde Mesoamérica hacia Suramérica y
viceversa, mientras que el tabaco, el maní, la piña y el tomate llegaron a México
procedentes de Suramérica). Igualmente, mediante un proceso de dispersión secundaria,
la agricultura fue llevada desde las áreas de experimentación (domesticación) hacia
otras. Se puede decir que la última gran dispersión de las plantas americanas
domesticadas ocurrió a raíz de su traslado a Europa y, desde allí, pasaron al resto del
mundo. Las plantas domesticadas originarias de América, constituyen en la actualidad el
40% de la producción mundial de alimentos.

La agricultura prehispánica en Venezuela: La evidencia disponible indica que los


indígenas americanos penetraron al Nuevo Mundo desde Asia a través del estrecho de
Bering, extendiéndose posteriormente a todo el continente. Si bien, de acuerdo con
Rouse y Cruxent, este hecho puede haber ocurrido hace más de 40.000 años, las
evidencias correspondientes a estos primeros pobladores del territorio venezolano
tienen una antigüedad que solamente oscila entre los 15. 000 y los 5.000 años a. C. La
subsistencia de los grupos paleoindios se basó fundamentalmente en la caza de grandes
mamíferos hoy extintos. A partir de los 8.000 años a. C. (época mesoindia) y en respuesta
a los cambios climáticos y geológicos que indujeron otros en la flora y la fauna, algunos
grupos indígenas comenzaron a depender de otros medios de subsistencia tales como: la
pesca fluvial, lacustre y la marítima, la recolección de productos vegetales silvestres y,
eventualmente, la agricultura. Si bien los modos de vida paleo y meso-indio
sobrevivieron en algunos lugares apartados hasta la llegada de los españoles, la
agricultura se convirtió en el medio de subsistencia básico de la mayoría de los grupos
indígenas venezolanos a partir de los 1.000 años a. C. Se ha sugerido que la agricultura
prehispánica venezolana ha tenido 2 fuentes: la de los granos (maíz y otros productos
asociados) y la de los tubérculos (yuca, etc.) Hasta hace pocos años, las evidencias más
antiguas (aproximadamente 3.000 años a. C.), provenían de Rancho Peludo, yacimiento
del estado Zulia. Recientemente, sin embargo, se han obtenido datos similares para La
Gruta, yacimiento del Orinoco medio. Si bien algunas de las fechas de La Gruta datan del
segundo milenio a. C., su aceptación aún no es definitiva. Lo que se conoce sobre el
cultivo de la yuca en la Venezuela prehispánica, hasta ahora se ha basado en evidencias
indirectas (hallazgo de fragmentos de budare, un instrumento destinado a la cocción de
las tortas de casabe), ya que debido a las pobres condiciones de preservación ha sido
imposible encontrar restos de la planta. Como ya se dijo, es alrededor de los 1.000 años a.
C. cuando la mayor parte de los grupos aborígenes adopta la agricultura intensiva.
Asimismo, es probable que haya sido durante este período cuando el cultivo del maíz
penetró desde el sector occidental de Suramérica (donde su cultivo es muy antiguo) al
actual territorio venezolano, difundiéndose inmediatamente en todo el occidente
venezolano. Las evidencias tempranas relativas al cultivo del maíz datan de comienzos
del primer milenio a. C., están asociadas con la gente osoide y provienen del estado
Barinas. La yuca, en cambio, fue el cultivo dominante en el Caribe, en el oriente y en las
regiones selváticas del sur de Venezuela. No está claro aún si fue introducida desde la
costa caribe de lo que es hoy Colombia, o si pudo haber sido domesticada por los grupos
mesoindios del oriente de Venezuela. A partir de los 1.000 años d. C., esta dicotomía
agrícola se hace menos precisa produciéndose en muchos sitios la coexistencia de ambos
cultivos y la sustitución de uno por el otro. En las tierras altas de los Andes venezolanos,
al igual que en el resto de los Andes americanos, los indígenas practicaron la variante de
vegecultura de tierras altas, cultivando la papa, la oca, el ulluco, etc. La adopción y/o
desarrollo de la agricultura por parte de los indígenas venezolanos debe haber
conducido a un aumento considerable de la población, la cual requirió en muchas
oportunidades de una intensificación que no sólo debió implicar la aplicación de nuevos
procedimientos para incrementar la producción de los sistemas tradicionales (por ej.,
extensión de las áreas del cultivo, reducción de los períodos de descanso, etc.) Los
campos elevados de cultivo recientemente descubiertos en los llanos, las terrazas o
andenes de los Andes así como los canales de riego mencionados para el área de
Barquisimeto representan ejemplos concretos de la intensificación agrícola aborigen. Se
puede decir que en la agricultura venezolana actual coexisten los sistemas indígenas
prehispánicos con los métodos modernos cuya antigüedad no sobrepasa el medio siglo.

A.Z.

Siglos XVI-XVIII

La agricultura en la antigua gobernación de Venezuela se desarrolló a partir de los


productos indígenas que hallaron en estas tierras los primeros pobladores españoles. El
principal, por ser el más común y de mayor abundancia, el maíz, que constituyó la base
de la alimentación no sólo de los nativos, sino de los mismos europeos que lo apreciaron
desde el primer momento; adaptándose a su empleo en las distintas formas que solía
usarse a manera de pan, y en adelante se constituyó en el fundamento de su dieta, tal
como ocurrió en el resto de América, de donde fue llevado prontamente a Europa. En las
primeras expediciones emprendidas por los Welser desde Coro, a partir de su arribo en
1529, encontraron plantaciones y aun grandes depósitos de maíz, como el que describe
Jorge Spira en 1535 en un pueblo indígena al pie de la cordillera, con más de 1.500
fanegas (70.000 kg aproximadamente). Otro de los productos que entraron
inmediatamente en la dieta de los descubridores y conquistadores, fue el casabe
obtenido de la yuca (Manihot utilissima). El desarrollo de la demanda hizo pronto
insuficiente la producción local, pues en el Primer libro de la Hacienda Pública aparecen
2 registros por un monto de 70 cargas introducidas en Coro en 1534, evidentemente
procedentes de regiones costeras muy próximas, pues a corta distancia de Coro había
plantaciones. Otros 2 productos que encontraron los europeos en Venezuela y que más
tarde adquirirían gran importancia en los mercados continentales y sobre todo de
Europa hasta nuestros días, fueron el algodón y el tabaco. El primero se daba silvestre y
con su fibra los indígenas fabricaban los toscos paños que les servían «Épara cubrir sus
vergüenzasÉ», y un artículo de uso doméstico que más tarde tendría también por parte
de los españoles un uso muy común y difundido: la hamaca. Al principio quedó limitado
a los bosques naturales, pero cuando la industria textil europea generalizó el empleo del
algodón americano, surgieron las nuevas plantaciones y la aplicación de métodos
modernos para su cultivo e industrialización de la fibra. Fue tan considerable el aprecio
en que se le tuvo, que los rústicos hilados de algodón circularon a la manera de monedas
naturales aun ya entrado el siglo XVII. En cuanto al tabaco, aunque conocido desde muy
temprano por el recién llegado europeo, la difusión de su empleo en aquel continente y
la formación de un mercado con una demanda en creciente expansión, tardó un poco
más y llegó a convertirlo en el más precioso producto venezolano de las primeras
décadas del siglo XVII, y hacia los últimos años del siglo XVIII dio a la Tesorería española
una de sus más sólidas y gruesas rentas. La cocuiza (Fourcroya humboldtiana) fue otro
producto nativo que se integró a la economía y a los usos españoles, sobre todo en
cordelería y el calzado popular, la típica alpargata que no sólo se empleó localmente,
sino que fue objeto de pequeñas extracciones hacia Margarita y otras islas vecinas y la
fibra entró como tal en el comercio foráneo de Venezuela: en 1601-1605 el valor de la
cocuiza extraída montó a 10.500 maravedís y en el quinquenio siguiente de 1606-1610,
alcanzó a cerca de 69.000 maravedís. Dos productos nativos tuvieron aplicación
industrial como colorantes y fueron el palo brasil (Haemataxylon campechianum) y el
llamado sangre de drago (Pterocarpus officinales), utilizándose éste además como
astringente. El producto de la medicina aborigen de mayor difusión y permanencia
dentro del comercio colonial, fue la zarzaparrilla (Smilax), empleada como eficaz
sudorífico y depurativo, que alcanzó importancia en el comercio foráneo de la
gobernación en el siglo XVI y sobre todo en el siglo XVII durante el cual en ciertos
períodos (1611-1615 y 1616-1620), resultó por un valor equivalente a casi el 5% de las
exportaciones. En el primero de esos quinquenios la exportación fue de 907.000
maravedís; en el segundo se aproximó a esa cantidad, y en el período de 1631-1635, pasó
de 1.096.000 maravedís. Sin embargo, el fruto más importante y sobre el cual se fundó
toda la economía colonial venezolana, fue el cacao (Theobroma) que según diferentes
testimonios, siendo oriundo de América, existió silvestre en algunas regiones de
Venezuela. Los primeros pobladores españoles encontraron abundantes arboledas en la
región de Mérida, cuyos aborígenes extraían del grano aceite para encender lámparas
votivas en homenaje a sus dioses, atribuyéndole también cualidades medicinales; pero
también preparaban la conocida infusión que tomaban endulzándola con miel de abeja.
Los hallazgos arqueológicos de los alrededores del lago de Valencia, en la región central,
revelan que era conocido ahí al encontrarse cacharros con la típica mazorca. La relación
del gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela, Juan de Pimentel, de
1579, no menciona esta especie entre las que se cultivaban en el valle de Caracas; en
cambio, la descripción de la laguna de Maracaibo por Rodrigo de Argüelles y Gaspar de
Párraga, del mismo año, incluye el cacao entre los frutos procedentes de Mérida que
podrían ser objeto de comercio con el Nuevo Reino de Granada y España. Al producirse
la comunicación con México y conocerse la gran demanda de este grano en ese mercado,
se estimuló la plantación para el tráfico foráneo extendiéndose por las costas de
Barlovento, de Chuao y también hacia el oriente. A los anteriores productos originarios
de América y particularmente del suelo venezolano, se agregaron desde muy temprano
los de origen europeo, que hallaron en el medio físico local condiciones para su
desarrollo, integrándose a la economía agrícola colonial introducidos y desarrollados
por los primeros pobladores españoles. Entre esos productos citaremos como principales
el trigo y la caña de azúcar. Plantaciones de trigo se hicieron primeramente en El
Tocuyo, desde donde se extendió a las regiones vecinas trascendiendo a Trujillo y sobre
todo a la provincia de Mérida donde alcanzó relativa extensión, pues desde ahí se
extrajo para el Nuevo Reino de Granada. Pasó hacia el tercio final del XVI al valle de
Caracas y zonas inmediatas, al punto de regarse cosechas abundantes que abastecieron a
Cartagena de Indias y a casi todo el Caribe insular, alcanzando su comercio el primer
lugar en la década final de ese siglo y sobre todo en el primer quinquenio del XVII, en el
que alcanzó el 63% del valor de todas las exportaciones de Venezuela. Posteriormente
declinó bajo el impacto del comercio del cacao, a partir de la tercera década, aunque se
conservó como parte de la economía de subsistencia de relativa importancia, con una
demanda local cada vez mayor. Paralelamente al trigo, se desarrolló el cultivo de la
cebada, aunque ésta no alcanzó un desarrollo significativo. La caña de azúcar no
aparece citada en las relaciones de 1578; sin embargo debió haber sido introducida
posteriormente, en la década final del siglo XVI, pues hay extracciones de azúcar en el
quinquenio de 1601-1605, montantes a 343 arrobas; las plantaciones debieron
desarrollarse con extrema rapidez, pues en el quinquenio siguiente de 1606-1610, el
valor de la extracción pasó de 11.600 maravedís a 235.000, y en el quinquenio de 1616-
1620 alcanzó a casi 2.000.000 de maravedís. A partir de esa fecha comenzó a declinar la
exportación hasta desaparecer enteramente, pues el consumo interior absorbió toda la
producción y los agricultores por su parte, perdieron interés en este cultivo, volcándose
hacia el del cacao que hacía mucho más rentable el empleo de la mano de obra esclava
ocupada en los cañaverales y trapiches. La economía agrícola colonial americana y en
este caso la de Venezuela, tuvo su principal fundamento en las especies aborígenes, que
constituyeron el más valioso aporte a la civilización occidental, además del efecto motor
de las grandes remesas de metales preciosos que aceleraron la actividad mercantil y en
particular la economía monetaria. Las grandes plantaciones de caña de azúcar
ocurrieron en el siglo XVIII, estableciéndose en el área insular del Caribe que recibió un
tratamiento prioritario por parte de España, lo que permitió el gran desarrollo de la
industria azucarera. Otros cultivos foráneos, entre ellos el café, llegaron a Venezuela y
en general a América muy tarde, correspondiendo su desarrollo mercantil a la segunda
mitad de ese siglo. El añil fue introducido también en las postrimerías del régimen
español y tuvo una vida precaria y corta por el advenimiento del colorante químico. No
sucedió lo mismo con los cultivos frutales, en los que se advierte la más apreciable
contribución de España y de otras culturas europeas. En las relaciones geográficas de
mediados del siglo XVI, se citan como frutas nativas, el aguacate, la guayaba, mamones,
la guama, la piña, guanábana y uvas de la mar; los totumos, aunque no servían para la
alimentación, sí se usaban como vasijas y para proteger partes delicadas del cuerpo;
plátanos, el mamey, el corozo y la cañafístola, además de los frutos del cactus y de las
palmeras, y muchos otros silvestres. Procedentes de España, las relaciones de 1578 citan
otras frutas, tubérculos, granos y foliáceas, además de otros productos ya citados:
garbanzos, habas, cebollas, lechugas, rábanos, berenjenas, coles, nabos, perejil,
hierbabuena, anís, ajos, cilantro, berros, mostaza, eneldo, melones, pepinos, hinojo, el
mastuerzo, la manzanilla, el arroz; uvas de parra de las que recogíanse 2 cosechas al
año, aunque sólo para comer, pues no llegó a fabricarse vino, que se traía abundante de
la metrópoli; higos, granadas, limas, limones, cidras; llantén, verdolagas, albahaca,
cominos, orégano, zanahorias. Y flores de todos colores y clases, entre ellas rosas y
claveles de Andalucía. En los bosques había abundancia de grandes árboles que daban
excelentes maderas, entre ellos cedros de 2 a 3 géneros, muy gruesos y olorosos y
«Éhácense de ellos mesas, arcas y puertas y es el mejor árbol silvestre que aquí hayé»
Muchos nogales y almendros y robles «Éque sirven de vigas para casas y son recios y
buenosÉ» Las ceibas de las que «Élos naturales hacen canoas»; y el guayacán. El jobo,
que además de la fruta como ciruela, se utilizaba también en la fabricación de esas
pequeñas embarcaciones. Al llegar a su término el primer siglo de la presencia española,
los productos de la agricultura que Venezuela exportaba con destino a España,
Cartagena de Indias, Canarias y territorios insulares del Caribe, alcanzaban una
variedad de 13 especies, que añadidas a los derivados de la ganadería, a los tejidos y la
sal, componían un cuadro de 28 efectos. Pero en el curso de la primera mitad del siglo
XVII ese amplio espectro del comercio foráneo se redujo aceleradamente y ya en 1650
dominaba casi absolutamente el cacao con el 78,5%, siguiéndole los cueros con el 19,1%.
Los demás productos habían desaparecido; sólo quedaba el tabaco, apenas, el 0,4%; la
zarzaparrilla, el 1,5% y un poco de harina de trigo, el 0,1%. Al finalizar el siglo XVIII ya
era firme la posición del café que disputaba al cacao el primer lugar, y nuevamente el
cultivo del tabaco había tomado impulso al amparo del estanco que difundió en Europa
el tabaco Barinas haciéndolo famoso, por su calidad el primero, seguido del Guaruto en
las proximidades de Valencia aunque destinado sólo al consumo interno de la
gobernación y de los dominios hispánicos.

E.Ar.F.

Siglo XIX

Durante este siglo, la agricultura venezolana reafirmó rasgos que ya se advertían desde
la segunda mitad del siglo XVIII, entre los cuales cabe destacar: la vocación
monoproductora, su orientación predominante hacia el mercado externo y su
dependencia de éste, así como las dificultades para mantener rendimientos crecientes.
Circunscrito a un ámbito geográfico de escasas proporciones en relación con la
disponibilidad de tierras, para la primera década del siglo XIX la agroexportación
afianzó su predominio en el cuadro de la producción, bajo el liderazgo del cacao y con la
participación de otros bienes, como el tabaco, el café, el añil y los cueros de res. Con la
desorganización de la base productiva como consecuencia de la Guerra de
Independencia, esta expansión se frenó y la agricultura entró en una situación de
estancamiento de difícil y lenta superación hasta los años de 1870, cuando, al atenuarse
los factores críticos, se produjo una nueva expansión de la producción que mantuvo su
impulso hasta el cierre del siglo. Aunque al redefinirse la agroexportación, esta vez bajo
el predominio del café, se amplió la frontera agrícola, la persistencia de la carencia de
capitales y de la escasez de mano de obra contribuyeron a mantener sin muchos
cambios las formas de producción. El latifundio se consolidó como el patrón
fundamental de organización del espacio agrario, pese a que la producción familiar
amplió su alcance geográfico y su importancia en la actividad para el mercado externo.

La producción en la primera década:

Entre 1800 y 1810, el cultivo del cacao continuaba en ascenso alcanzando mayor
importancia en la provincia de Caracas, seguido muy de lejos por las de Maracaibo y
Barcelona y finalmente por la de Cumaná·, de incorporación tardía. Alejandro de
Humboldt estimaba que durante el período 1800-1806 la producción de cacao de la
capitanía general de Venezuela era de 193.000 fanegas, a la cual las provincias
contribuían en 77, 10, y 2% respectivamente. El cacao superaba con mucha distancia a
otros bienes de exportación que, incorporados en un momento más reciente, parecían
abrir mejores opciones frente a las desventajas que presentaba dicho producto. A juicio
del mismo Humboldt, los problemas residían en la rápida descomposición del fruto y las
dificultades para almacenarlo más allá de un cierto tiempo, así como al largo período
entre siembra y cosecha. Asimismo, François Depons destacaba el constante ataque de
insectos, aves y otros animales y los bruscos cambios climáticos. A pesar de ello, la
producción de otros cultivos, aunque creciente, se mantuvo en niveles limitados,
obedeciendo sobre todo a las condiciones del mercado y a las políticas metropolitanas.
Bajo los auspicios de la Compañía Guipuzcoana desde la década de 1770, el añil se había
extendido particularmente en los valles de Aragua impulsando el crecimiento de
Maracay, La Victoria y Turmero. Sin embargo, su auge cesó rápidamente y en la última
década colonial ya era notorio el decaimiento de su cultivo que Humboldt atribuía al
empobrecimiento de los suelos ocasionado por la planta, a las dificultades de su
comercio por las guerras y a la competencia de la producción asiática. El algodón, que se
exportaba desde la década de 1780, se cultivaba principalmente en los valles de Aragua,
aunque también se había expandido hacia las provincias de Maracaibo y Cumaná. En la
década siguiente, el café comenzó a cobrar significación favorecido por ciertas medidas
de liberación de su comercio. Su mayor rentabilidad comparada con la del cacao y su
adaptación a tierras hasta el momento sin valor económico, contribuyeron a difundir
rápidamente su cultivo en los valles de Caracas y Aragua, así como a intentarse en otras
zonas del país. El tabaco, a pesar de su importancia fiscal, seguía teniendo escasa
presencia en las exportaciones y, sometido al control del Estado, su cultivo se localizaba
en determinadas zonas en las provincias de Barinas y de Cumaná. Aunque la caña de
azúcar se encontraba bastante difundida en el espacio agrícola, se destinaba
mayormente al consumo interno con exportaciones ocasionales y de escasa magnitud.
Más importancia tenía la exportación de productos ganaderos, principalmente cueros, a
pesar de que, desde fines del siglo XVIII, parecía experimentar un descenso, del cual
podía ser responsable en gran medida el abigeato. Junto a estas producciones, se hallaba
una extendida actividad agropecuaria de subsistencia orientada hacia el mercado
interno que, aunque de difícil cuantificación, debió ampliarse en el período considerado,
tanto para atender la alimentación de la mano de obra vinculada a la agroexportación,
como para suplir el consumo de los principales centros poblados. A Humboldt le llamaba
la atención que, en el valle de Caracas, «manzanas y membrillos» fueran reemplazados
por «maíz y legumbres» al «aumentar el número de negros labradores» con el café.

Impacto de la Guerra de Independencia en la producción:

El prolongado enfrentamiento bélico que afectó con mayor intensidad las provincias de
Caracas y de Cumaná contrajo considerablemente la producción agropecuaria y las
exportaciones. El cultivo del café, cuyo descenso fue menor que el experimentado por
los otros productos de exportación, alcanzó en 1830 niveles similares a los de inicios del
siglo, logrando desplazar al cacao en el primer lugar de las exportaciones. Durante la
década de 1830, dichos productos representaron entre el 50 y el 60% del valor total de
las exportaciones. Aunque incompleta, la información recopilada por la Sociedad
Económica de Amigos del País en su Anuario de la provincia de Caracas permite advertir
la importancia que en esos años llegó a alcanzar el cultivo del café, ya que señala la
existencia de 701 gs de cultivo con 7.364 matas, y 356 de cacao con 7.197 matas en
promedio. Junto con el cacao, cuya producción de acuerdo con Agustín Codazzi en 1840
alcanzaba a la mitad del nivel de 1810, la de añil, algodón y tabaco también decreció en
los años que siguieron a la guerra y el deterioro sufrido a la ganadería llevó a que, en
1826, se prohibiese la exportación de caballos, yeguas, mulas y asnos. Igualmente fue
afectada la producción agropecuaria para el consumo interno, lo cual agravó los
problemas de desabastecimiento sobre todo en la provincia de Caracas y originó la
subida de precios en bienes de la dieta diaria de la mayoría de la población, como
ocurrió con la carne, el maíz y otros granos. El agudo desabastecimiento de éstos y otros
bienes de consumo alimenticio y el aumento de los precios ocurridos en 1837 reflejan la
persistencia del problema.

Recuperación de la producción:

A partir de la década de 1840, la producción agropecuaria comenzó a recuperarse


lentamente, pero no fue sino hasta fines de la década de 1860 cuando logró expandirse.
La producción de café ascendió, estimulada por el alza de los precios en los mercados
internacionales, llegando a multiplicarse por 5 entre 1840 y 1866 al ampliarse las
extensiones cultivadas principalmente en los valles de la provincia de Caracas. Mientras
tanto, el cacao se mantuvo estancado a la vez que disminuyó su significación en el
panorama agroexportador, llegando en 1860 a representar un 6% del valor de las
exportaciones, mientras que el café aportaba el 50% del mismo. Entre 1866 y 1889,
período de franco proceso expansivo, el café duplicó su producción, mientras, en esa
última década, el cacao logró cierta recuperación que le permitió alcanzar los niveles de
la última década colonial. Otros productos vieron menguada su participación en las
exportaciones, reafirmándose la condición fuertemente monoproductora de la
agricultura venezolana. El cultivo del tabaco, en lo esencial orientado al consumo
interno, prácticamente desapareció como bien de exportación desde mediados del siglo.
Otro tanto ocurrió con el algodón, aunque con un fugaz repunte entre los años 1860 y
1870 como consecuencia de la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Asimismo, decayó
el cultivo del añil al comenzar a imponerse el uso de colorantes químicos desde la
década de 1830, de tal manera que su participación en el valor de las exportaciones, que
en esos años había sido del 10 al 15%, descendió a 1 y 2% a mediados del siglo. La caña
de azúcar, incapacitada para competir con la producción de otras áreas del Caribe, con
más altos rendimientos y bajo costo, continuó dedicada al consumo interno, mientras
que la exportación de bienes ganaderos, si bien estuvo en ascenso desde fines de la
década de 1830 decayó nuevamente debido a los efectos de la Guerra Federal. Con el
cultivo del café, se amplió considerablemente el espacio agrícola ya que, si bien se
sembró en áreas antes dedicadas a añil, algodón y caña de azúcar, sobre todo en los
valles de Aragua, más importante fue su expansión en tierras incultas tanto por la
utilización de laderas y vertientes en los linderos de las haciendas o la dedicación de
parte de la tierra de la producción familiar como por la ocupación de nuevas áreas que,
en algunas zonas, implicó una suerte de proceso colonizador, como en los estados
andinos, particularmente en el Táchira y en el macizo Oriental. Aunque en la zona
centro-costera seguían manteniéndose los núcleos principales de la agricultura de
exportación, con el auge del café, otras zonas del país se vincularon activamente al
mercado internacional, como el caso de los Andes, cuya producción alcanzó niveles
significativos a partir de la década de 1870 y el macizo oriental, si bien con un desarrollo
más tardío y de menor alcance. A partir de la información que trae el Annuaire
Statistique des États Unis du Vénézuéla de 1884, se estima que el café llegó a ocupar el
20% de la superficie cultivada y el cacao un 5% aproximadamente. El resto del área
agrícola se dedicaba a caña de azúcar, maíz, granos y frutos menores, particularmente
dentro de la economía de subsistencia que debió también experimentar una cierta
expansión considerando el incremento de la mano de obra ocupada, producto de la
limitada recuperación demográfica, evidenciada por el aumento de los poblados de más
de 3.000 h. La ganadería extensiva se dispersaba en la amplia zona de llanos bajo formas
precarias de ocupación del territorio, mientras que una actividad ganadera más
intensiva de ganado vacuno y mular, pero más limitada, se desarrollaba en intersticios
del área agrícola estimulada por las demandas de la agroexportación. La expansión de la
agricultura produjo una sustancial modificación del paisaje en todo el arco montañoso
costero, la cual fue apreciada por distintos viajeros que dejaron su testimonio. En los
valles, desaparecieron casi completamente los bosques para dar paso a la caña de
azúcar, frutos menores y, no en poca medida, al café, mientras en las laderas y
vertientes, se extendían bosques secundarios reconstruidos por la acción del hombre.

La carencia de capital:

La destrucción de propiedades, la fuga de capitales, la confiscación de bienes, los


empréstitos forzosos y el debilitamiento de las fuentes crediticias, ocasionados por las
prolongadas guerras civiles que asolaron al país, agravaron las dificultades para la
obtención de capitales que había sido una constante de la agricultura colonial. La Iglesia,
principal proveedora de créditos durante ese período, se encontraba imposibilitada de
seguir actuando como tal, afectada por el estado ruinoso de la agricultura. En estas
circunstancias, necesitados de crédito, los productores sólo podían recurrir al capital
disponible, el cual, en manos de los comerciantes, se movilizaba en condiciones
onerosas. Hacia fines de la década de 1820, eran normales tasas de interés del 2 y 3%
mensual, aunque no era raro encontrar tasas de 5% mensual, como bien señalaba
Fermín Toro en sus Reflexiones sobre la Ley del 10 de abril de 1834. Esta ley favorecería
la actuación del capital usurario al eliminar cualquier restricción en cuanto a sus
operaciones. Si bien este tipo de crédito tendió a debilitarse con la eliminación de la ley a
fines de la década siguiente y una cierta moderación de las tasas de interés, la carencia
de capitales para la agricultura se mantuvo en niveles críticos hasta mediados de la
década de 1860, cuando comenzó a cobrar importancia un crédito menos riesgoso y a
más bajo interés, suministrado por las casas comerciales con garantía de la cosecha y no
de la propiedad. Asimismo, en la década siguiente el decreto de abolición de los censos y
de toda forma de crédito otorgado por la Iglesia contribuyó a aligerar las cargas que
pesaban sobre los agricultores desde el período colonial. Con todo, el problema persistió,
afectando particularmente a los pequeños y medianos productores quienes se
mantuvieron dependiendo, en buena medida, del crédito usurero y de los comerciantes
intermediarios. La obtención de capital líquido y de créditos a largo plazo y a bajo
interés que se «radicaran en la propiedad territorial», como se lee en las «Seis cartas de
un agricultor» al periódico El Correo de los Estados (1893), siguió siendo prédica
permanente de los agricultores, quienes vieron frustradas sus aspiraciones de obtener
un mayor apoyo del Estado a través de la creación de un Instituto de Crédito Territorial o
de un Banco Agrario que garantizara condiciones de financiamiento más apropiadas.

La escasez de mano de obra:

Con la ruptura del nexo colonial, el problema de la mano de obra en la agricultura se


impuso de manera alarmante debido a la desaparición de cerca de una quinta parte de
la población, por las dificultades para reincorporar a la producción a los esclavos,
fugados durante la contienda emancipadora o alistados en alguno de los bandos, o la
población libre movilizada durante los enfrentamientos. Las leyes de manumisión de
1821 y 1830 contribuyeron a disminuir la resistencia de los esclavos y la población libre
comenzó a vincularse a las haciendas, obligada por las necesidades de subsistencia, pero
no menos por las medidas contra el vagabundeo, cuyas primeras expresiones se
encuentran en las Ordenanzas de Llanos dictadas durante la Primera República. Pese a
ello, la escasez de trabajadores subsistió, presionada por la creciente demanda del
cultivo del café y el drenaje de población por las continuas acciones bélicas. La abolición
de la esclavitud en 1854 y los resultados de la Guerra Federal, al consagrar legalmente la
libertad y la igualdad, terminaron por debilitar la resistencia de la población
trabajadora y, aunados a una cierta recuperación demográfica, favorecieron el
incremento de la oferta de mano de obra en el último tercio del siglo. Esta oferta, sin
embargo, no fue suficiente para responder a las crecientes necesidades de una
agricultura en expansión, cuya demanda de mano de obra, dadas las condiciones
tecnológicas en que operaba el cultivo del café, se triplicaban durante los meses de
cosecha, momento en el cual la escasez de trabajadores se tornaba aguda. Como es de
suponer, las quejas de los agricultores eran continuas, así como abundaban las
reflexiones acerca de las causas del problema y las recomendaciones para su solución.
Guillermo Delgado Palacios en su Contribución al estudio del café en Venezuela,
publicado en 1895, destacaba la posibilidad que tenían los trabajadores de cultivar
conucos libremente con lo cual podían garantizar su subsistencia y no se veían obligados
a contratarse. Este es un planteamiento que se había repetido insistentemente a lo largo
del siglo y que, junto con la preocupación sobre «la abundancia de vagos y maleantes»,
había significado, en buena medida, el uso de la coerción como un medio de garantizarle
mano de obra a las haciendas. La aplicación de las ordenanzas y códigos de policía que
se extendieron a nivel provincial en la década de 1840, formalizaron este mecanismo al
considerar como un jornalero y, por lo tanto, obligado a trabajar en la propiedad de otro,
a todo aquel que no contase con una renta o producto en efectivo mayor de 100 pesos,
así como todo agricultor con cultivos menores de 2 fanegas, contando con el recurso a la
fuerza pública como garantía de su cumplimiento. Más allá de estas soluciones prácticas,
nunca se abandonaron los proyectos planteados desde la ruptura del nexo colonial de
atraer inmigrantes europeos al país pero que, pese a los esfuerzos realizados, no fueron
exitosos ya que las condiciones de su inserción en la actividad productiva no resultaron
atractivas para esa población. La escasez de mano de obra afectó con más intensidad a la
zona centro costera, tanto por ser el principal escenario de las contiendas bélicas que se
produjeron a lo largo de todo el siglo XIX como por verse azotado por fiebres endémicas
o epidémicas en diversos momentos. En la zona de los Andes, que se había mantenido al
margen de los enfrentamientos y que presentaba mejores condiciones de salubridad, el
problema se presentó de manera menos aguda y, por esas mismas condiciones, se
convirtió en un importante receptor tanto de población como de capitales de las zonas
bajas, sobre todo durante la Guerra Federal. Así desde 1830, la región andina comenzó a
experimentar un crecimiento demográfico que, en el último tercio del siglo alcanzó una
tasa de 3,6 en tanto que, en la población total, ese crecimiento sólo fue de 1,7. Al lado de
ellos, en ese período, la zona del Táchira se benefició de migraciones estacionales de
mano de obra colombiana. Estas circunstancias contribuyeron a la rápida expansión del
cultivo del café en los Andes de tal manera que, hacia fines de la década de 1870, esa
zona aportaba el 45% de la producción de exportación de dicho producto.

La dependencia del mercado internacional:

Con el ciclo del café el funcionamiento de la agricultura se hizo más vulnerable al


comportamiento de las economías europeas y, en particular, a las oscilaciones de la
demanda y de los beneficios de la libre competencia en el mercado externo. Las
vinculaciones con ese mercado se desenvolvieron de manera dificultosa, tanto por las
condiciones en que se encontraba el aparato productivo, como porque la producción
debió participar en un mercado crecientemente competitivo y fluctuante. Si bien los
precios internacionales del café mostraron un alza tendencial en el curso del siglo XIX,
esta tendencia se vio interrumpida por caídas coyunturales condicionadas más por los
niveles de la oferta mundial, sujeta a intensas variaciones climáticas que por
modificaciones en la demanda. Esos vaivenes afectaron no sólo el funcionamiento de la
agroexportación sino también la dinámica de la sociedad venezolana en su conjunto, de
tal manera que la caída de los precios abría períodos críticos de intensas y variadas
repercusiones. Descenso de los ingresos, desequilibrio de la balanza comercial,
disminución en la demanda de bienes y servicios y del circulante, así como contracción
de los gastos de los productores y del crédito ofrecido por los comerciantes y déficit
fiscales, fueron algunos de estos efectos que, con frecuencia, estuvieron asociados a
cambios políticos.

Estancamiento de la agroexportación:
Condicionada por los factores mencionados, la agroexportación pareció encontrar un
techo a su crecimiento hacia la última década del siglo XIX. En 1889, las exportaciones de
café alcanzaron un nivel que, con alzas ocasionales y poco sostenidas, se mantuvo hasta
la década de 1930 y los rendimientos por hectárea acentuaron su descenso iniciado a
fines de la década de 1870. Para 1875, la producción por hectárea era de 2.225 kg, según
las estimaciones realizadas por J.A. Barral en su obra Porvenir de las grandes
explotaciones en Venezuela, publicada en 1881, mientras que en la década de 1890
Delgado Palacios la estimaba en 658 kg en la zona central. Esta tendencia decreciente era
producto de la expansión hacia terrenos poco aptos para el cultivo y fundamentalmente,
de los sistemas de trabajo basados en un escaso laboreo, adecuándose a la carencia de
capitales y a la escasez de mano de obra. Aunque en los primeros momentos, la
incorporación de nuevas tierras había permitido atenuar el efecto del descenso de la
productividad en los volúmenes de producción, a fines de siglo, el ritmo de ocupación de
este tipo de tierras comenzó a disminuir, ya que sólo quedaban disponibles aquellas
tierras de más difícil acceso donde la producción se encarecería por los costos de
transporte a los puertos de embarque. Por otra parte, no había mano de obra utilizable
en las condiciones requeridas. El cambio de ritmo era aún apreciable en las áreas de los
Andes y del macizo Oriental donde el proceso continuaba con más intensidad. Al
finalizar el siglo XIX, la agricultura del café se hallaba incapacitada para competir con
otras regiones de América Latina, como Brasil que, contando con ventajas comparativas
que hacían más rentable su producción y le daban mayor posibilidad para tolerar los
períodos de bajos precios, habían generado una considerable expansión de la oferta
mundial. En esas condiciones, el café venezolano comenzó a perder significación en el
mercado mundial, aunque hasta 1909 se mantuvo como segundo productor, muy
distante del primer lugar ocupado por Brasil. Con altibajos, la situación de
estancamiento se prolongó hasta 1929 cuando por la aguda caída de los precios
internacionales, la producción de café y la agroexportación en general, entraron en una
crisis que arrastró tras sí al resto de las actividades agropecuarias.

La hacienda:

Este patrón de organización de la producción que se había establecido en Venezuela en


el siglo XVIII con el auge del cacao, se extendió durante el siglo siguiente a lo largo del
territorio, desarrollando rasgos que ya se advertían en aquel momento, entre los cuales
cabe destacar la limitada capitalización, el laboreo poco especializado con bajos niveles
de jornada-hombre por hectárea, la concentración de la propiedad de la tierra y la
vinculación de la mano de obra fundamentalmente mediante mecanismos de coerción.
La tendencia a la concentración de la propiedad de la tierra presente en los valles de
Caracas y de Aragua desde fines del siglo XVIII, se acentuó a partir de la ruptura del nexo
colonial, mediante la ocupación de tierras baldías nacionales y ejidales reconocida en las
leyes de 1821 y 1848, de tierras de las comunidades indígenas disueltas durante el
período de la Gran Colombia y de tierras de las órdenes religiosas. Al mismo tiempo,
ocurrieron cambios de propietarios como consecuencia de la agitada dinámica
sociopolítica del período. Las haciendas tendieron a ampliar sus linderos incorporando
laderas y vertientes que, al cobrar valor económico con el café, eran la única vía de
incrementar los volúmenes de producción, dado el mantenimiento de las condiciones
tecnológicas de los cultivos. Esa ampliación, asimismo, permitió a la hacienda contar con
tierras abundantes para la producción conuquera de la mano de obra, conjugando de
manera permanente la producción para los mercados internos y para la subsistencia.
Considerando la vinculación de la mano de obra a la hacienda durante el período, el
rasgo dominante fue la generalización del peonaje. Al iniciarse el siglo XIX, parte de la
mano de obra de la hacienda era esclava que, si bien había incrementado su número en
las últimas décadas coloniales, no representaba la población trabajadora más
importante. Humboldt estimaba ya que en ese momento existían 60.000 esclavos, de los
cuales dos tercios se encontraban en la provincia de Caracas. De acuerdo con John
Lombardi, en 1810 aquella población no representaba más de un 5%, aunque en las
principales zonas agrícolas podía llegar al 9 o 10% de la población total. En el curso de
las décadas siguientes, esta población fue disminuyendo como consecuencia de la
prohibición de introducir esclavos a partir de 1810 y de las posteriores leyes de
manumisión. Los siguientes datos que presenta este último autor son reveladores de la
pérdida de significación de la esclavitud: en 1844 constituía el 1,75% de la población;
sólo un 3% de la población tenía esclavos y de ella sólo un 20% poseía más de 10. Si bien
gran parte de esa mano de obra se hallaba incorporada a las haciendas, su importancia
residía en que representaba la mayor parte del capital de los hacendados, utilizado como
garantía para sus préstamos. Al mismo tiempo, la población libre de negros, indios y
pardos, que desde el período colonial representaba la mano de obra mayoritaria de la
hacienda, como bien lo constataron Humboldt y Depons en la primera década del siglo
XIX, se mantuvo en ascenso después de la ruptura del nexo colonial, de tal manera que,
cuando se abolió la esclavitud en 1854, el peonaje, que era la forma de vincularse la
población libre a la hacienda, estaba ya plenamente establecido. Los antiguos esclavos
tendieron a convertirse en peones de las haciendas en condiciones económicas similares
y a veces, peores a las de su situación anterior, a la vez que continuaban siendo objeto de
una discriminación basada en el factor étnico. Aunque la existencia de una población sin
tierras representaba una oferta potencial de mano de obra, las condiciones de trabajo y
los niveles de remuneración parecían no ser muy atractivos y de allí los factores de
resistencia y la expansión del conuco libre de los que tanto se quejaban los hacendados,
y la puesta en práctica de mecanismos diversos: cesión en usufructo de tierras de la
hacienda para la producción conuquera, endeudamiento mediante los adelantos hechos
a los peones por los hacendados y otros mecanismos de coerción respaldados por
reglamentaciones provinciales para normar el trabajo y combatir el vagabundeo, las
cuales frenaban la producción independiente y obligaban a la población con escasos
medios de subsistencia a contratarse en las haciendas.

La producción familiar conuquera y la agroexportación:

Con el café, la producción familiar de cultivos mixtos se incorporó también a la corriente


del mercado internacional. De importancia particularmente en los Andes, donde se
había multiplicado desde los primeros años de la República con cultivos de caña de
azúcar, papas, trigo, maíz, frutos menores y ganado, este patrón de producción, el
conuco, se expandió en el territorio desde mediados del siglo. Esta producción se
fundaba en la posesión de pequeñas y medianas extensiones de tierra por un grupo
familiar que realizaba dicha producción usando su propia fuerza de trabajo y la de otros
grupos familiares bajo formas de reciprocidad. La asociación del café con otros cultivos
y actividades de subsistencia, al igual que en la hacienda, le daban a este patrón de
producción una alta capacidad para adaptarse a las condiciones del mercado. Si bien el
cultivo se realizaba con las mismas condiciones tecnológicas de la hacienda, el beneficio
era rudimentario, por la imposibilidad de hacer inversiones para tecnificar esta tarea,
como fue más frecuente en las haciendas. La producción de un fruto de poco acabado y
con menor precio en el mercado, unido a las condiciones desventajosas de la
comercialización establecidas por comerciantes intermediarios y a la necesidad de
recurrir a créditos usurarios, entre otros factores, contribuyeron a que este patrón de
organización de la producción tuviera una baja capacidad de generación de beneficios.

Organización de la producción ganadera:

El hato constituyó el patrón predominante de la cría de ganado, extendida en la


geografía llanera. Su funcionamiento como cría de ganado en libertad le impuso al hato
un fuerte carácter latifundista, el cual se acentuó en el siglo XIX por la venta de tierras
ejidales y nacionales o su entrega por la compensación de préstamos contraídos o
haberes militares; así como por la venta de tierras valorizadas por efecto de las guerras
y el cambio de manos de propiedades por presión política. Dadas las condiciones
tecnológicas de realización de la actividad ganadera, las necesidades de mano de obra y
de capitales fueron muy limitadas por lo que, a diferencia de la hacienda, el hato no fue
afectado por estos problemas, pero sí por el permanente abigeato y los diferentes
gravámenes que hasta la década de 1860 pesaron fuertemente sobre la ganadería. J.R. de
H.

Siglo XX

El país agroexportador (1900-1935)

Durante los primeros 40 años del siglo XX Venezuela, en lo relativo a la actividad


económica, presentaba aún características semifeudales, con muy escasa población
(menos de 2.500.000 h en 1900 y 2.900.000 en 1926) diezmada por las endemias, con
coeficiente de mortalidad de 16 por 1.000 y una expectativa de vida de 38 años, con un
66% de analfabetos y más de 500.000 niños sin escuela para la última fecha antes citada.
La agricultura no escapaba a esta crítica situación, asfixiada por el latifundio y el
gamonalismo. En 1926, la población rural representaba el 85% de la población total. La
producción agrícola constituía el soporte fundamental del país y estaba reducida a un
limitado grupo de rubros, con una preponderancia absoluta por parte del café. Entre
1909 y 1929, los ingresos nacionales obtenidos a través de la exportación de este fruto se
cuadruplicaron hasta llegar, en el último año, a casi Bs. 134.000.000 y representaron, a
su vez, el 25% del valor total de las exportaciones. El resto estaba representado por el
cacao, ganado en pie, carnes, azúcar, tabaco, principalmente y por el petróleo. Pese a
que la vida económica dependía fundamentalmente de la agricultura, los productores
agrícolas nunca habían ejercido influencia preponderante en la conducción del país.
Durante el auge cafetero, quienes realmente se beneficiaban eran los comerciantes
exportadores. Algunas cifras bastarán para caracterizar la agricultura de esta primera
etapa: el producto agrícola en la primera década del siglo XX representaba el 70% del
producto territorial bruto (PTB) y el 85% de las exportaciones, principalmente de café,
cuyas fluctuaciones de precios a nivel internacional afectaban más el volumen
exportado que el ingreso correspondiente. Las existencias de ganado, en 1922, no
llegaban a 2.800.000 cabezas y eran apenas un 33% superiores a las estimadas por
Agustín Codazzi en 1839, es decir que habían crecido a una tasa interanual de 0,41%,
habiendo llegado a disminuir para el año 1910 hasta 1.500.000. Hasta la aparición del
petróleo, los únicos calificativos que pueden utilizarse para caracterizar la agricultura y
el país son los de primitiva y paupérrimo, respectivamente. La munificencia con la cual
se concedieron prebendas y exoneraciones a las compañías petroleras y la aparición de
una nueva fuente de demanda para alimentar los carros, aviones y buques para la
Primera Guerra Mundial, hicieron posible que ya para 1926 los ingresos petroleros
superasen al café como principal producto de exportación. Venezuela había dejado de
ser un país agrícola para comenzar a ser un país petrolero. El régimen de concesiones
petroleras, amparado en una ley anacrónica de 1881, cuyos efectos se vieron agravados
con los exiguos impuestos por unidad de superficie (Bs. 0,75 por hectárea), vino a
empeorar los problemas de concentración latifundista. Según el historiador Federico
Brito Figueroa, en 1920, el 85% de las tierras para pastos y cultivos eran detentadas por
el 8% de la población. Las exportaciones agrícolas representaban, en 1925, el 62% de las
exportaciones totales. El desplazamiento del café por el petróleo, después de 1925,
además de afectar directamente la agricultura venezolana, continuó acentuando los
efectos del gamonalismo, el latifundio y, en general, las secuelas de una sociedad
tradicional. La explotación petrolera ocasionó el aumento de las migraciones que ya
había originado el paludismo, con la consecuente reducción de la población agrícola y el
inicio de la marginalidad en las ciudades. Casi como único rasgo positivo, aunque de
alcance limitado, está la creación, en 1928, del Banco Agrícola y Pecuario. Otro elemento
que causa importantes modificaciones en la estructura de la agricultura venezolana es la
gran crisis de 1929, una de cuyas manifestaciones es la caída de los precios en las
exportaciones agrícolas tradicionales, la cual, a su vez, trae como consecuencia la ruina
de los productores. Las unidades de producción agrícola y pecuaria van a pasar,
gradualmente, a manos de las casas comerciales o de particulares que ejecutan las
hipotecas sobre fincas y hatos para tratar de recuperar los créditos concedidos. Esto
acelera el proceso de concentración del latifundio en manos, tanto de Juan Vicente
Gómez como de la plana mayor del régimen de la rehabilitación nacional y, al mismo
tiempo, acelera un proceso de transformación de la agricultura a través del cambio de
uso que se le da a la tierra. Ya no se habla en términos de agroexportación, sino de
agricultura intensiva o de agricultura al servicio de la industria y del creciente proceso
de urbanización.

Saneamiento antimalárico y arranque de la Venezuela moderna (1936-1957):

A mediados de la década de 1930 ocurren acontecimientos importantes para la historia


agrícola del país: el inicio de las obras de saneamiento antimalárico y el reparto de
quinina entre la población, de la cual una tercera parte (es decir, 1.000.000 de personas),
padecía de paludismo. La muerte de Juan Vicente Gómez y el advenimiento de un
gobierno, en diciembre de 1935, que consideraba que «¿Como principio, no queda en pie
ningún personalismo?», la creación, en 1936, del Ministerio de Agricultura y Cría, así
como la creación de las escuelas superiores de agricultura y veterinaria, el
establecimiento de estaciones experimentales, granjas de demostración, cátedras
ambulantes de agricultura, catastro de tierras baldías, la política de conservación de los
recursos naturales, la organización y desarrollo de la pesca, son algunos de los aspectos
de esta transformación. Sin embargo, en 1937 la agricultura contribuía con sólo el 22% a
la formación del PTB y sus aportes relativos continuarían descendiendo año tras año. No
obstante esta pérdida de importancia relativa de la agricultura con respecto a los demás
sectores económicos, después de 1936 comienza un proceso cuyo balance es positivo
tanto en sus aspectos cuantitativos como cualitativos. El producto agrícola creció en
cifras absolutas y con tasas superiores al crecimiento demográfico, aun cuando tal
crecimiento no satisfizo la demanda y siguió siendo necesario recurrir a importaciones
en forma creciente. En este sentido, es oportuno mencionar que Venezuela, aun desde la
época agroexportadora, era un importador neto de alimentos: en 1913 se importaba el
20% de los alimentos que se consumían y en 1936 el 15%. La campaña antimalárica,
iniciada en 1934, pero desarrollada intensivamente durante los períodos
gubernamentales posteriores a la muerte de Gómez, es sin lugar a dudas, una de las
contribuciones más importantes para el crecimiento de la agricultura venezolana, al
hacer posible la incorporación al territorio agrícola de grandes extensiones de suelos de
buena calidad, especialmente en los llanos. Con la creación del Instituto Técnico de
Inmigración y Colonización (ITIC), en 1938, comenzó a vislumbrarse la posibilidad de
distribuir algunos de los latifundios gomecistas entre colonos nacionales y extranjeros.
En 1945 y 1948, respectivamente, se promulgan sendas leyes de Reforma Agraria y se
crea un Instituto Agrario Nacional (IAN) el cual, sin embargo, no llegó a funcionar en esa
primera etapa. Los 2 gobiernos que las promulgaron, Isaías Medina Angarita y Rómulo
Gallegos, fueron derrocados al poco tiempo de haberse sancionado ambas leyes. En
1949, se dicta un Estatuto Agrario y se crea de nuevo el IAN, el cual comenzó a funcionar
en 1950. Al amparo de ese estatuto, se inicia una política de colonización, cuyos
desarrollos más importantes fueron la Colonia Turén (Edo. Portuguesa) y el sistema de
riego del Guárico. A mediados de la década de 1940, comienza a desarrollarse un
programa azucarero a escala nacional y en 1949, se inicia el plan arrocero de la
Corporación Venezolana de Fomento en los estados Cojedes y Portuguesa, abriendo así
nuevas zonas que expandieron significativamente la frontera agrícola. La incorporación
masiva de maquinaria, el uso de fertilizantes, insecticidas y herbicidas, semillas
mejoradas, etc., características de los cultivos en hileras, iniciaron un sistema de cultivos
anuales intensivos, con poca utilización de mano de obra y altos requerimientos de
capital.

La etapa agraria (1958-1978):

A partir de 1959 comienzan a adquirir relevancia los planteamientos que los sectores
más progresistas habían venido haciendo, desde 1936, sobre la necesidad de modificar la
estructura agraria, poniendo especial énfasis en la adjudicación de tierras al
campesinado y eliminar regímenes indirectos y por ende, primitivos e injustos, de
tenencia de la tierra. Durante el año de 1959 se elabora el Informe de la Comisión de
Reforma Agraria y se presenta al Poder Ejecutivo un anteproyecto de ley. El 5 de marzo
de 1960 fue promulgada la Ley de Reforma Agraria por el presidente Rómulo
Betancourt, en el campo de la batalla de Carabobo. El cambio de los sistemas de vida
rural, la disminución, tanto de las formas indirectas de tenencia, como de la dispersión
de los pobladores del campo, el mejoramiento de las comunicaciones, de la vivienda y de
los servicios básicos, son algunos de los logros de la reforma agraria, la cual además,
hizo posible la expansión de la frontera agrícola mediante la incorporación de grandes
extensiones de tierras baldías y ejidos, pertenecientes al Estado o los municipios, y una
menor proporción de tierras de propiedad privada; como era de esperar, no siempre los
suelos de los predios adjudicados a los beneficiarios de la reforma agraria eran de buena
calidad, lo cual trajo como resultado la utilización de tierras marginales para
determinados sistemas agrícolas. Se incrementó el número de pequeños y medianos
productores, muchos de los cuales antes eran «conuqueros» o hijos de campesinos sin
tierra y constituyeron el germen de una categoría de profesionales y medianos
empresarios en ascenso. En el lapso 1960-1971 disminuyó sensiblemente la proporción
de productores que labraban la tierra bajo regímenes indirectos de tenencia y aumentó
la de propietarios. El producto interno agrícola (PIBA), entre 1959 y 1978, mostró una
leve tendencia a la disminución, al pasar de 5,6% entre los años 1959-1964, a 4,7% entre
1974-1979, con una tasa promedio de crecimiento interanual cercana al 4%, superior a la
tasa de crecimiento de la población. Aunque no es posible determinar el año de
culminación de este período, se puede inferir, a partir de la proporción de las
asignaciones presupuestarias correspondiente al IAN respecto a las asignaciones
dirigidas a organismos públicos del sector agrícola (1959-1963 = 67%; 1974-1978 = 12%),
que fue en este último lapso cuando terminó la etapa que se ha denominado como
agraria. En cuanto a la organización institucional de la agricultura, es en esta etapa
cuando se crea la mayor parte de los institutos autónomos de carácter público,
descentralizados o no, que tienen o tuvieron encomendadas funciones específicas en el
sector agrícola: el Fondo Nacional de Investigaciones Agropecuarias (FONAIAP), los
fondos de Desarrollo Algodonero, del Ajonjolí, Frutícola, del Café, del Cacao, de Crédito
Agropecuario, la Corporación de Desarrollo Agrícola, el Banco de Desarrollo
Agropecuario y la Compañía Nacional de Reforestación. En el sector privado se destaca
la creación de la Fundación Servicio para el Agricultor (FUSAGRI) que tuvo su origen a
principios de la década de 1950 en el Servicio Shell, creado por la Compañía Shell de
Venezuela. En 1977 nace la Fundación Empresas Polar bajo el patrocinio de Empresas
Polar y en cuyas actividades tiene papel preponderante el apoyo a la investigación
agrícola y el desarrollo de metodologías para la transferencia tecnológica.

El período de la recesión de la agricultura (1978-1983)

Constituye una etapa que se inició con los primeros síntomas que anunciaban el final,
inadvertido entonces, de la economía rentística petrolera, en la cual el crecimiento del
PIBA, presentó un crecimiento promedio anual de sólo 1,4%, inferior a la tasa de
crecimiento poblacional (3,1%) y muy por debajo de las tasas de crecimiento del PIBA
durante el período 1958-1978; disminuyó la superficie cosechada en más de 364.000 ha
(1978: 1.872.324 ha; 1983: 1.507.722 ha), es decir, a un ritmo de 4% interanual; disminuyó
la producción primaria agrícola de bienes destinados a la alimentación (arroz, maíz,
caña de azúcar, oleaginosas, etc.), aunque el abastecimiento aumentó, al recurrirse a
importaciones, factibles por la sobrevaluación del bolívar hasta 1983 y la abundante
disponibilidad de divisas, lo cual compensó la insuficiente producción nacional de
alimentos de origen agrícola. Durante el período ocurrieron cambios importantes de
política: colapsó la Corporación de Mercadeo Agrícola, creada el año de 1970; se
eliminaron los subsidios a los fertilizantes, con el consiguiente incremento de los costos
de producción; disminuyó el gasto público agrícola anual en más del 30% respecto al
quinquenio anterior; igualmente se observaron disminuciones en el monto promedio
anual (-26,5%) de créditos concedidos por la banca agrícola oficial (Banco de Desarrollo
Agropecuario, Fondo de Crédito Agropecuario e Instituto de Crédito Agrícola y Pecuario);
caída en la inversión agrícola real (-18,55%). La excepción fue el crecimiento del
subsector agrícola animal (3,8%) producto de la disminución de los precios
internacionales de las materias primas para la fabricación de alimentos balanceados
para animales, cuyos patrones de alimentación se basan en productos importados,
mayoritariamente sorgo y soya.

La aparente bonanza (1984-1988):

La agricultura ostenta un crecimiento inusitado: el PIBA crece a una tasa de 6,7%


interanual, especialmente en los rubros que habían presentado tasas muy bajas de
crecimiento en el período anterior (maíz, sorgo, caña de azúcar, oleaginosos, etc.),
mientras que el subsector animal mantuvo una tasa similar a la del período anterior
(3,4%). La política de severas restricciones a las importaciones, así como las relacionadas
con el tipo de cambio, la restitución de los subsidios a los fertilizantes y las tasas de
interés, hicieron posible lo que se conoció como «el milagro agrícola», es decir, aumentó
tanto la superficie cosechada (1985: 1,85 millones ha; 1988: 2,33 millones ha), como la
rentabilidad de los rubros más importantes, aquélla por la incorporación de nuevas
áreas, muchas de ellas con suelos de calidad marginal, y la rentabilidad por efecto de la
disminución de los costos de producción ocasionada por los subsidios al crédito y a los
fertilizantes, principalmente. La incorporación de tierras marginales, a su vez, causó una
sensible disminución de la productividad de la tierra. Como se vio más tarde, el Estado
venezolano no pudo continuar sosteniendo los elevados niveles de gasto público que
implicaban tales medidas, ni eliminar las distorsiones estructurales presentes en la
agricultura.

El Programa de Estabilización y Ajustes Estructurales (1989-1993):

Las políticas económicas que prevalecieron en la década de 1980, basadas en un modelo


de acumulación capitalista rentístico, es decir, soportados por la renta del petróleo y no
producidos realmente por la actividad económica interna, produjeron grandes
desajustes macro y microeconómicos. Al disminuir sensiblemente los ingresos
provenientes del petróleo, el Estado no dispuso de recursos suficientes para cubrir las
grandes operaciones requeridas para mantener la tasa de crecimiento de la agricultura,
a la vez que honrar los compromisos derivados del servicio de la deuda externa y
atender las crecientes demandas del abultado sector público. Ante esa situación, el
gobierno adoptó una serie de políticas conocidas popularmente como «el paquete», las
cuales consistieron en liberalizar la economía, antes sujeta a múltiples controles, así
como la iniciación de reformas comerciales, fiscales y financieras y de políticas salariales
sin intervención estatal; al mismo tiempo, se comenzaron a aplicar las reconversiones
agrícola e industrial, con la finalidad de enfrentar la competencia externa y aumentar
las exportaciones haciendo más competitivo el aparato productivo. Las consecuencias
más importantes fueron: el estancamiento del producto interno bruto agrícola (PIBA), la
caída del gasto real agrícola anual (1984-1988: 6.900 millones; 1989-1993: 5.400 millones);
el crédito agrícola de la banca oficial disminuyó en 48% y la formación neta de capital
fijo, a un promedio anual de 67%. Otros impactos negativos consistieron en la
disminución de la ocupación y la no recuperación de los salarios reales agrícolas. No
obstante, también se obtuvieron algunos resultados positivos en varios rubros
importantes, como el aumento de la producción y de la productividad de la tierra y del
trabajo y la racionalización del uso de fertilizantes, agroquímicos y del capital agrícola.

H.F.

BIBLIOGRAFÍA: ABREU, ÉDGAR, ALEJANDRO GUTIÉRREZ y otros. La agricultura,


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