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Los retos del periodismo en nuestra democracia

Mario Gensollen
Homero, esta mañana, es novedoso
y no hay nada más viejo que el diario de hoy.
Charles Peguy, Pensamientos.
Uno de los grandes vicios de nuestro tiempo, el cual infecta nuestras democracias, es el de
la temporalidad espuria: el atractivo de la novedad desentendida de cualquier marco de
referencia. George Steiner ha señalado acertadamente que el genio de nuestra época es el
periodismo, el cual llena cada grieta y cada fisura de nuestra conciencia. Así, la prensa y los
medios de comunicación se vuelven algo más que instrumentos técnicos y empresas
comerciales, generando una temporalidad de una instantaneidad igualadora: “Todas las
cosas tienen más o menos la misma importancia; todas son sólo diarias. En correspondencia
con ello, el contenido, la posible importancia del material que comunica el periodismo se
saldan al día siguiente. La visión periodística saca punta a cada acontecimiento, cada
configuración individual y social para producir el máximo impacto; pero lo hace de manera
uniforme. La enormidad política y el circo, los saltos de la ciencia y los del atleta, el
Apocalipsis y la indigestión reciben el mismo tratamiento. Paradójicamente, este tono único
de urgencia gráfica resulta anestesiante. La belleza o el terror supremos son desmenuzados
al final del día. Nos reponemos y, expectantes, aguardamos a la edición de la mañana”.
Además, en una situación como la anterior, la verdad podría volverse dependiente de las
necesidades del momento, o podría volverse utilitaria y perder su primacía como fin último
de nuestros sistemas de pensamiento y de creencias. Así, la autonomía social de las
instituciones periodísticas podría extraviarse en su intento por satisfacer las necesidades de
la empresa, las instituciones de gobierno u otras ajenas a su gestión.
Lo sabemos, muchas notas mueren pasadas algunas horas. Algunas un par, máximo
veinticuatro. Al día siguiente la información se olvida, renueva, refuta o amplía. El
periodismo en ocasiones navega en el vasto mar de lo efímero. La letra caduca pronto. Las
páginas de papel periódico que no van a la basura algún día quizá envuelvan porcelana o
limpien algún vidrio.
¿Acaso podemos generalizar la mortalidad prematura del texto periodístico? No en todos
los casos. Intelectuales, líderes de opinión, cronistas, todos participan del flujo incesante de
la información mediática. No crean notas. No sólo brindan información. Partiendo de ella
como su materia prima, reflexionan y permiten un acceso profundo al hecho bruto. Es claro:
hay letra impresa de circulación diaria que supera en alguna medida la prueba del añejo. El
paso de un día no causa su deceso. Con el transcurrir de los minutos y los días cobran nueva
vida y son capaces incluso de alumbrar algún rincón del suceso más nimio hasta el más
trascendente. Son el registro de nuestra historia. Incluso —por qué no—, la crean, la
modifican, la trastocan. Dichos textos no merecen el mismo sitio dentro de la fosa común
de la nota periodística. Aun así, reposan escondidos en un estrecho apartado de la plana, al
linde del vacío de la columna, o en alguna revista que no tuvimos tiempo de leer.
Rescatarlos, preservarlos, difundirlos, compendiarlos es uno de los mayores retos del
periodismo actual.
Se conoce el argumento. Harlod Bloom lo popularizó en su ya clásico El canon occidental.
No tenemos tiempo de leerlo todo. Debemos ser selectivos. Pero, para serlo, necesitamos
alguna guía. Bloom, reputado académico y crítico literario, nos la brindó en su Canon ―no
sin suscitar enormes críticas con respecto a su particular y anglófona selección― respecto
a la historia de la literatura occidental. ¿Y respecto a los ríos de tinta y papel que circulan a
diario en cientos de miles de ciudades del mundo? ¿Y respecto a los ilimitados sitios Web
que pueblan ese otro mundo virtual? Courrier International, de Francia, así como
Internazionale, de Italia, fundados en 1993, han acometido este reto periodístico. Ambos
semanarios, con sus diferencias, ofrecen a sus lectores un compilado de aquellos textos que
permiten un acceso reflexivo a la información relevante, y brindan una perspectiva plural y
prismática de los hechos y temas que dictan los derroteros por los que fluye nuestra
historia. Tanto buscan avivar el recuerdo como anticipar el futuro. Esto sólo es posible a
través de un análisis profundo de lo que se dice y piensa en las capitales del pensamiento
así como en sus márgenes más distantes. Mayorías y minorías; hechos de trascendencia
global y acontecimientos regionales de significado universal. Pero estos semanarios no
serían posibles sin diarios que comprendan su responsabilidad social: formar opinión
pública y difundir máximamente creencias verdaderas entre la población.
Otra forma de acometer la tarea consiste en revivir el periodismo de investigación. Así, la
labor periodística tendría un impacto práctico en el mundo. Spotlight, ganadora del Oscar a
la mejor película en 2016, trae a la pantalla grande la historia de un grupo de investigación
periodística que destapó la red de corrupción en la Iglesia Católica para esconder los miles
de abusos sexuales cometidos por sacerdotes en la Arquidiócesis de Boston. Esta
investigación, que generó cientos de notas durante algunos años, ganó el premio Pulitzer al
servicio público en 2003. Y es que el periodismo también puede llevar a cabo tareas de
servicio público. Si lo hace, lo efímero de la nota ya no sería un problema. No es letra que
perdure, son cambios logrados a través del periodismo los que perduran.
¿Acaso el periodismo tiene responsabilidades sociales inesquivables en nuestras
democracias? O, como se lo ha preguntado Jacqueline Fowks, “¿Tienen los medios de
comunicación alguna obligación de contribuir a que nuestras frágiles democracias dejen de
serlo?”. Los fantasmas de la polarización y la falsedad de la información asechan a la vuelta
de la esquina. Lo cierto es que algunas de las constituciones latinoamericanas reconocen el
papel de los medios y su responsabilidad democrática. Es el caso de la mexicana, que
considera, al hablar del otorgamiento de concesiones, que las leyes deben evitar
fenómenos de concentración que contraríen el interés público; o el caso de la peruana, que
considera que los medios de comunicación tienen la tarea de educar y formar moral y
culturalmente a la población. En las escuelas de periodismo suele seguirse la indicación de
Bill Kovach y Tom Rosentiel, quienes aseguran que el periodismo de verificación es una de
las claves para la supervivencia de la democracia. Pare ellos, los medios de comunicación
contribuyen a construir un puente en el hiato que se abre entre la ciudadanía y los que
toman las decisiones: ofreciendo información documentada. En cualquier caso, el
periodismo debe afrontar nuevos retos. En algunos años, no lo dudo, veremos consolidada
su necesaria transformación.
Por mi parte, celebro los diez años de La Jornada Aguascalientes, celebrando a su vez los
tres años que llevo participando con una columna semanal en sus páginas. Edilberto Aldán,
mi editor y director editorial del diario, no acomete la tarea de llenar páginas con notas
triviales y de vida corta. Edilberto es un periodista plural, al cual le interesa respetar ante
todo la voz y postura de sus colaboradores. Su misión, y así se ha dejado ver estos años, es
formar opinión pública a través de los mejores argumentos disponibles. Esta actitud está
presente en todo su equipo: Tania Magallanes, Francisco Trejo, Eryck Diego Aguilar, Cristian
De Lira, Omar Tiscareño, Hilda Hermosillo, Carlos Alberto Olvera, Sarahí Cabrera, Claudia
Rodríguez y Salvador Arce. A ellas y ellos mi reconocimiento, mi agradecimiento y mis
felicitaciones. Espero en diez años celebrar otra década más del periodismo que necesita
nuestra democracia, nuestro estado y nuestro municipio. ¡Enhorabuena LJA!
mgenso@gmail.com | /gensollen | @MarioGensollen

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