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“Yo saqué puros veintes porque ese era el deber de un serrano”, así afirmó el
notable profesor de las letras en prosa lírica, mostrando una vez más el perfil
andino aunque se sabe que aquel representante del indigenismo no se sentía por
completo un genuino indígena.
De pronto por un sentido mío logro apreciar en medio del silencio magistral, las
notas de “Agonía”, las notas brotadas en el espacio vacío del silencio inmenso que
embarga de tristeza al tener que redactar al maestro sin par,
José María Arguedas descubrió que era propenso a cierto malestar depresivo
relativamente a su infancia, un malestar que en tiempos futuros equivalentes lo
acompañaría hasta la muerte.
El mayor consuelo que tiernamente pudo el ilustre recordar, es el de su padre en
aquellas noches frías con el cielo estrellado, con la felicidad quebrada, con la
mirada postrada, tuvo que ser muy fuerte a pesar de desear la muerte en los
años de su niñez.
Cuando decide escapar, José María resuelve su vida los siguientes años con un
familiar, esta vez el destacado autor recibe nuevas muestras de cariño por parte
de su tío y los chacareros que al igual que a él reciben un trato familiar.
En aquella época, el huésped del tío no asiste al colegio, “fueron los dos años
más felices”, así lo relata nuestro buen amigo; en ese par de años aprendió el
gusto por la música, su huayno, su inseparable huayno y los hermosos cantares
que el mismo las aprendía y las pronunciaba, poco a poco entre hierbas incaicas,
entre el canto andino que abraza cálidamente el espíritu ferviente que se postra
ante melodías de gloria.
“Levántate ponte de pie recibe ese ojo sin límites, tiembla con su luz, sacúdete
como los árboles de la gran selva, empieza a gritar, formen una sola sombra de mi
pueblo, todos juntos tiembla con la luz que llega” palabras hechas poesía del
literato indígena que expresa con afán de justicia contra el maltrato a los indios.