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org/wiki/Materialismo_dial%C3%A9ctico
https://www.gestiopolis.com/la-dialectica-de-marx-y-hegel-el-circulo-de-viena-y-la-
teoria-falsacionista-de-popper/
En efecto, tal afirmación está asociada con la percepción de la realidad misma que
pudiera contener elementos infinito, por ejemplo cuando se trata de las necesidades de
una sociedad referidas al acceso a los servicios de salud, educación, seguridad y vivienda
entre otros, son demandas sin límites de un conjunto de ciudadanos que requieren de
mejorar día a día sus condiciones de vida. De igual forma, al referirse Hegel a finito, su
contexto es que tiene límite de las cosas, por ejemplo los recursos financieros para
atender las necesidades reales de la población a través de las políticas públicas son
finitos, es decir, las cantidades son limitas para tal fin y deben utilizarse con los mayores
niveles de eficiencia posibles.
En ese contexto, Vásquez (ob.cit), indica que “la dialéctica, esto es, el proceso de
negación de lo sensible, se funda en la no- realidad de lo sensible. Desde luego que
Hegel tiene como supuesto que por real hay que entender lo que permanece, lo que no
perece”. (p.77). En otras palabras, la dialéctica representaba la forma de obtener la
verdad mediante la discusión, debate y la lucha de sentires y posturas de los individuos
con el firme propósito de descubrir contradicciones en las argumentaciones a las que
hubiera lugar por parte de un cúmulo de personas.
Luego de más de un siglo la postura crítica que adoptamos en este equipo de trabajo
sobre la dialéctica de Georg Hegel; está vinculada a la búsqueda incesante de
mecanismos probables de la verdad, partiendo de que el ser humano es capaz de
razonar de forma positiva o adversa a sus principios pese a que la realidad no le
favorezca para cuidar sus intereses individuales como lo afirmaría la científica mexicana
Julieta Fierro (2013), en una entrevista estructurada que “la única manera que la
humanidad tiene para sobrevivir es la innovación”, es decir, la capacidad que tiene el
hombre para generar conocimiento es inagotable, es infinita y esto hace una fortaleza
para fomentar transformaciones y cambios en la humanidad; como lo describió Comte a
mediados del siglo XIX “las ideas gobiernan el mundo”, esas ideas, forman parte para
dar explicación a los hechos sociales observables que tienen y tendrán vigencia a lo largo
de la historia.
Por su parte, Karl Heinrich Marx abarcó la dialéctica de lo filosófico de lo espiritual y la
trasladó a las ciencias de las relaciones sociales existentes en el mundo material, para
adoptar una perspectiva relacional del mundo social, centrándose en el estudio de la
unidad social, para abordar los fenómenos sociales (no pertenecen a las categorías de la
tesis, antítesis y síntesis) del mundo contemporáneo y los fenómenos sociales pasados y
futuros.
Vásquez (ob.cit), cita a Marx al pronunciar que “la conciencia sabe que ella es solo por
medio de su autoexteriorización… pero sabe también la conciencia que ese objeto
opuesto, es sólo la apariencia de un objeto, una neblina fingida”. (p.30).
No obstante, para efectuar las críticas a las ideas de Marx, es relevante detallar algunos
elementos históricos que intervienen y versan sobre acontecimientos relacionados con
la denominada Ley de los tres Estados: teológico (creencias), metafísico (intuición) y
positivo (hechos). Comte a mediados del Siglo XIX en su Discurso sobre el
El círculo de Viena
La crítica que efectuamos a este movimiento filosófico es que formaban una élite
científica hegemónica donde exclusivamente existía estudioso de poder influyente y que
ellos sólo trataban de engendrar una verdad única sobre las investigaciones
desarrolladas para la época, evidentemente con el apoyo del método lógico y el enfoque
positivista de Comte. Igualmente, Para Katz (ob.cit), se refiere a este movimiento como:
El Círculo de Viena se caracterizó por el uso del método del análisis lógico. El uso de ese
método es lo que lo distinguió de los enfoques positivistas anteriores, que estaban más
orientados desde lo biológico y lo psicológico. Si alguien afirmaba “no hay un Dios”, “el
fundamento primario del mundo es lo inconsciente”, “hay una entelequia como
principio rector en el organismo vivo”… (p.81).
Hay dos problemas fundamentales del conocimiento, la inducción (sobre la relación que
existe entre el conocimiento teórico y la experiencia) y la demarcación (qué distingue la
ciencia de la metafísica y también de la lógica y las matemáticas). Y ambos problemas
convergen: el conocimiento resulta cuando aceptamos proposiciones que describen la
experiencia que contradice y por tanto refuta nuestras hipótesis; de esta forma surge
una relación deductiva y no inductiva entre el conocimiento teórico y la experiencia, que
nos enseña a base de corregir nuestros errores. Sólo las hipótesis falsables por la
experiencia deben ser tomadas como científicas. Lo que supone un giro de la visión
clásica de que la experiencia acumulada conduce a las hipótesis científicas. Por el
contrario, las hipótesis libremente conjeturadas preceden, y son refutadas contra la
experiencia… (p.72).
Karl Raimund Popper sostenía, que el desarrollo de la ciencia solo era posible si las
teorías estaban sujetas de ser falsables, si se lograba falsar entonces se aprende lo que
no es y a la vez ese camino conduciría a lo que es. Por ello, Popper, articuló toda su
filosofía en una visión unitaria en clave de evolución emergentista y expresó: “la
aparición del lenguaje humano permite al hombre tener conciencia de la evolución,
construir teorías para acercarse a la realidad y criticar esas teorías para mejorarlas y que
se acerquen cada vez más a la verdad” (p.77).
Al contrario, del inductivismo científico que solo busca la verdad, dando como
conclusión un resultado afirmativo luego del análisis de situaciones sometidas al
desarrollo del método científico, a lo que los miembros del Circulo de Viena sostenían
que solo sería considerado como conocimiento autentico, lejos de la influencia de
cualquier otro método que contemplara el razonamiento metafísico.
Para agregar, hay una frase de Popper que señala lo siguiente: “No hay absolutas
certezas, aunque si una certeza suficiente para la mayoría de las tareas prácticas”, según
este enunciado se puede entender la posición de Popper ante el conocimiento, de la
cual podemos resaltar su tendencia a la negación a la existencias de verdades absolutas,
es por ello, que establecía que el conocimiento de alguna teoría es solo temporal. Y
expresa Popper:
Pienso que tenemos que acostumbrarnos a la idea de que no debemos ver a la ciencia
como un ‗cuerpo de conocimiento„, sino como un sistema de hipótesis, es decir, como
un sistema de conjeturas o anticipaciones que en principio no pueden ser justificadas, y
con las que trabajamos mientras sobrevivan a los intentos de refutación, y de las que
nunca podemos decir que son ―verdaderas‖ o ―más o menos ciertas‖ o incluso
―probables. (p.84).
Se debe traer a colación, que igualmente Popper, cimienta una comparación entre
actitud dogmática y verificabilidad y actitud científica y falsabilidad y opina:
La distinción entre el pensamiento dogmático y el pensamiento crítico, o de la actitud
dogmática y de la actitud crítica, nos reconduce a nuestro problema central. Porque la
actitud dogmática está claramente relacionada con la tendencia a verificar nuestras
leyes y esquemas buscando aplicarlos y confirmarlos, hasta el punto de rehusar las
refutaciones, mientras que la actitud crítica se identifica con la prontitud para
cambiarlas, para probarlas, para refutarlas, para fasificarlas si es posible. Esto sugiere
que podemos identificar la actitud crítica con la actitud científica, y la actitud dogmática
con la que se ha descrito como pseudocientífica. (p.90).
Aunque esta teoría fue refutada por Albert Einstein con la teoría de la relatividad, solo
quisimos establecer la idea de cómo se refuta algo de manera más sencilla. Otro
ejemplo, es la premisa de que todo lo que sube tiene que bajar la cual se puede refutar
poniendo como ejemplo nuevamente el humo; que se ve que sube pero no que baja,
con estos ejemplos últimos quisimos expresar con ideas más sencillas lo que representa
el falsacionismo de
Popper, el cual en su Libro del Conocimiento Objetivo enuncia lo siguiente: “En otras
palabras, no sólo buscamos la verdad, vamos tras la verdad interesante e iluminadora,
tras teorías que ofrezcan solución a problemas interesantes. Si es posible, vamos tras
teorías profundas” (p.51).
Referencias
Auguste Comte (1844). Discurso sobre el Espíritu Positivo. Digitalizado por . Disponible
en línea: http://new.pensamientopenal.c
om.ar/sites/default/files/2013/09/filosofia02.pdf
Martínez, N. (2009). Karl Raimund Popper: Sus disputas acerca del conocimiento y sus
consecuencias políticas. Universidad Nacional de Mar del Plata. Disponible:
df/karl_popper.pdf. [Consulta: 2015, Febrero 28].
https://www.utel.edu.mx/blog/10-consejos-para/la-dialectica-de-marx/
La dialéctica de Marx
La influencia que tuvo Marx en Europa Occidental resultó ser relevante para los
sociólogos. Sostuvo que los valores sociales no se separan de los hechos sociales,
argumento que se concentra en el estudio de la sociedad.
Marx y Hegel
Tanto los hechos como los valores, siempre están relacionados y entretejidos, como los
fenómenos sociales del mundo natural.
La teoría de la Dialéctica
La dialéctica concibe al movimiento como uno de los elementos más importantes para el
ser “la realidad está sometida al devenir y la historia”, es decir, quien no comprenda el
cambio como un proceso que forma parte de la construcción de un objeto, es incapaz de
comprender la concepción del objeto.
Racionalidad del cambio. El cambio sigue un orden, es decir, una racionalidad que se
genera a partir de la realidad.
UTEL Editorial
https://www.laizquierdadiario.com/Marxismo-y-Dialectica
TEORÍA
Marxismo y Dialéctica
Hay muchos ángulos desde los que se puede considerar la relación del marxismo con la
dialéctica. Repasemos algunos.
El primer aspecto que explica la dialéctica es que hay una diferencia entre esencia
(verdad de las relaciones de explotación) y apariencia (forma en que se manifiestan
estas relaciones) que moldea a todo el sistema capitalista, lo cual se expresa en el
carácter aparentemente "libre" de las relaciones de explotación económicas. En este
sentido, el marxista checo Karel Kosik iniciaba hace muchas décadas su gran obra
Dialéctica de lo concreto afirmando que la dialéctica trata de la "cosa misma" pero hay
que llegar a ella a través de un rodeo, destruyendo el mundo de la "pseudoconcreción"
es decir toda una serie de prácticas que esconden la esencia de las relaciones sociales
capitalistas, presentando como transparentes sus apariencias inmediatas, sacralizadas
por el sentido común.
Respecto del lugar de la dialéctica dentro del propio cuerpo teórico del marxismo, las
discusiones que niegan su importancia son relativamente limitadas, porque tiene mucho
peso y los detractores del enfoque dialéctico se han visto obligados a retroceder hasta
Spinoza o Kant o Galileo, que "en su justa medida y armoniosamente" pueden ser
rescatados desde el propio marxismo.
Durante el Siglo XX, con el desarrollo de corrientes tan disímiles como las
fenomenológicas y estructuralistas, se multiplicaron las posiciones a favor y en contra de
la dialéctica.
En este marco, se dieron movimientos diversos dentro del propio marxismo: vuelta a
Marx, vuelta a Hegel, vuelta a Kant, entre otros y se desarrollaron dentro y fuera del
marxismo distintas posiciones sobre la cuestión de la dialéctica que el marxista crítico
Mihailo Markovic resumía del siguiente modo en su obra Dialéctica de la Praxis (1968).
c- Una especificación de la dialéctica tan estrecha que la reduce a una teoría y métodos
especiales relativos únicamente a la historia humana, y que le niega posibilidad de
aplicación a la naturaleza y a las ciencias naturales."
http://www.laizquierdadiario.com/Dialectica-y-marxismo-el-joven-Hegel
Continuamos la serie de marxismo y dialéctica con un recorrido sumario por los orígenes
del pensamiento de Hegel (1770/1831), figura central del idealismo alemán.
Entre esas camadas de intelectuales, a fines del siglo XVIII terminaban sus estudios en el
seminario de Tübingen tres jóvenes que harían época en la filosofía y la literatura
alemanas: Schelling y Hegel, que serían figuras destacadas del idealismo alemán y
Hölderling, quien fuera un gran poeta reconocido hasta la actualidad. La escena
filosófica alemana estaba dominada por Kant, que había intentado desarrollar una
filosofía crítica que superara los límites del racionalismo y el empirismo. En 1794 se
había publicado la Doctrina de la Ciencia de Fichte, que preconizaba un idealismo
subjetivo.
Durante el período siguiente (Jena, 1803/1807) las diferencias con Schelling lo llevarían
a profundizar su propia concepción filosófica, de la cual ofrecería una primera
exposición brillante y muy compleja en su obra Fenomenología del espíritu, la cual sería
posteriormente objeto de crítica por parte de Feuerbach y Marx. En el Prólogo de esa
obra realizaría una crítica despiadada al pensamiento de Schelling y una exposición de su
propio método dialéctico, exponiendo luego un recorrido por la experiencia de la
conciencia, que resume la historia de la humanidad en una suerte de “odisea” que
algunos autores compararon con el Fausto de Goethe o El Capital de Marx.
http://www.laizquierdadiario.com/Dialectica-y-marxismo-Hegel-y-la-Fenomenologia-
del-Espiritu
Continuamos la serie de marxismo y dialéctica con unas líneas sobre el célebre libro de
Hegel, que sería punto de referencia para algunas de las reflexiones filosóficas de Marx.
Señalábamos en la nota anterior de esta serie que durante el período que va de 1803 a
1807 Hegel profundizaría sus diferencias con Schelling hasta llegar a una ruptura abierta
en la Fenomenología del Espíritu. Este texto, sumamente complejo y discutido, fue
terminado por Hegel el 13 de octubre de 1806, la noche anterior a la batalla de Jena, en
la que las tropas de Napoleón derrotaron a las de Federico Guillermo III de Prusia.
Hegel parte de señalar que el acceso a “lo absoluto” (conocimiento de lo universal que
contiene lo particular) sólo puede darse a través de la forma de la ciencia. Aquí el
término ciencia no remite a la variante más “experimental” de aquella, sino a una idea,
propiamente “alemana” de “sistema”, es decir, un conjunto de proposiciones teóricas
interrelacionadas que busca asumir la forma de una totalidad. La verdad se conoce a
través del sistema científico de la verdad, que supera las consideraciones generales
abstractas para captar en sus múltiples determinaciones el propio movimiento del
objeto de la ciencia (sea la naturaleza, la historia, el Estado o la historia de la filosofía).
Hegel denomina concepto a este movimiento de determinar el objeto para arribar al
conocimiento de lo verdadero (singular, que une lo universal y particular) y es lo que
distingue a la ciencia.
Para Hegel, la posición de Schelling, que postulaba una “intuición intelectual” como
modo de conocimiento inmediato de lo absoluto, el cual asumía la forma de una
sustancia indeterminada, implicaba caer en un formalismo carente de desarrollo y
contenido. Por eso, su propuesta filosófica consiste en entender lo absoluto no sólo
como sustancia (que es) sino también como sujeto (que piensa).
Acorde a sus simpatías por la Revolución Francesa, Hegel considera que el espíritu de los
tiempos modernos impone a la filosofía la tarea de superar cualquier saber de tipo
“esotérico” (sólo apto para iniciados o genios) y proveer a la consciencia común la
escalerilla que le permita elevarse hasta la ciencia.
A través de esta dialéctica de certeza y verdad, Hegel traza un recorrido que abarca de
los capítulos I al V la fenomenología de la conciencia propiamente dicha y en los
capítulos VI, VII y VIII una fenomenología del espíritu en el sentido hegeliano del
vocablo, es decir como sujeto colectivo mistificado, protagonista de la historia, la
cultura, la religión y el saber absoluto.
Continuará.
https://www.laizquierdadiario.com/Dialectica-y-marxismo-el-joven-Marx-y-Hegel
Más allá de las interpretaciones, es un hecho que la idealización por Hegel del Estado
prusiano no impidió que éste combatiera su herencia. Luego de su muerte en 1831, tuvo
lugar un largo proceso de descomposición de la primacía de sus ideas en el ámbito
intelectual. Dentro de este proceso, se destaca la división entre derecha e izquierda
hegeliana. Esta última era considerada una amenaza por los sectores más reaccionarios.
Expresión de ello fue el llamado por parte del monarca Federico Guillermo IV a un ya
envejecido Schelling para dar clase en la Universidad de Berlín en 1841 y “terminar con
la simiente de dragones” que Hegel había sembrado. No fue posible.
Marx destaca distintos aspectos de la labor filosófica de Feuerbach (con quien ajustaría
cuentas luego en La Ideología Alemana, también publicado póstumamente), quien había
señalado que para Hegel la negación de la negación (famosa “ley” de la dialéctica)
consistía en un movimiento conservador según el cual Hegel “negaba” la religión con la
filosofía y después la restauraba mediante el pensamiento especulativo. Aunque Marx
compartía lo sustancial de esta crítica, discrepaba con Feuerbach, en tanto este no
analizaba la “negación de la negación” en aquello que tiene de positivo: ofrecer la forma
abstracta del movimiento de cambio histórico. Desde esta óptica, Hegel había hecho
algo grandioso al concebir la dialéctica de la negatividad como “principio motor y
generador”.
Ahora bien, para Marx el error de Hegel consistía en concebir la enajenación del ser
humano concreto (a través de procesos como la riqueza o el estado) no como
enajenación del ser humano real sino como un proceso del pensamiento abstracto que
se objetiviza en la sociedad y el Estado y vuelve a su unidad posteriormente, de modo
que la contradicción a resolver no tiene que ver con el ser humano real sino con un
movimiento del pensamiento especulativo en sí mismo.
No obstante esta crítica, Marx señalaba como un mérito de Hegel que éste había
postulado al trabajo como un elemento central en el proceso de “autoproducción” del
propio género humano. Al subrayar esta centralidad del trabajo, Hegel se ubicaba desde
el punto de vista de la economía política moderna.
Por último, Marx destacaba que en su intento místico de compendiar en su sistema todo
el pensamiento abstracto, presentándolo como un proceso de un continuo superarse de
categorías anteriormente presentadas como fijas e inmutables, Hegel planteaba, sin
duda de una forma compleja y mistificada, hasta dónde podía llegar el pensamiento
abstracto, es decir, sus límites y la necesidad de superarlos.
Estas reflexiones críticas serían retomadas en textos posteriores de Marx como las Tesis
sobre Feuerbach y La Ideología Alemana, en los que sentaría las bases de su propia
concepción, calificada por el propio Marx como un “nuevo materialismo”.
https://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-
filosofia/Filosofiacontemporanea/Marx/Marx-Dialectica.htm
Dialéctica
En Marx este término designa tanto el peculiar proceso con el que se desenvuelve la
sociedad a lo largo de su propia historia como el modo en que se debe pensar para
captar adecuadamente dicho proceso.
1) El cambio: a diferencia de otros modos de entender las cosas que identifican el ser
con lo permanente, la concepción dialéctica concibe al movimiento como una de las
categorías fundamentales del ser, la realidad está sometida al devenir y la historia, por
lo que quien no sea capaz de captar un objeto en términos de su construcción histórica,
de su formarse a través del tiempo, no comprenderá bien dicho objeto.
para Hegel el sujeto de la dialéctica es la Idea o Dios, para Marx el mundo finito, la
Naturaleza, y el mundo humano;
https://revistaedm.com/verNotaRevistaTeorica/45/la-dialectica-historica-de-karl-marx
Cuando Karl Marx develó en El capital el carácter transitorio del modo de producción
capitalista, a partir de identificar las contradicciones materiales que se desarrollan en su
propio seno, no hizo más que dar un sustento científico a su concepción dialéctica de la
realidad social. Como señaló en su epílogo, el núcleo racional de la dialéctica consiste en
comprender que “la intelección positiva de lo existente incluye también, al mismo
tiempo, la inteligencia de su negación, de su propia ruina”. Esta forma del pensamiento,
que entiende a su objeto de estudio en su génesis, desarrollo y caducidad -es decir, que
revela su transitoriedad, intentando develar la conexiones internas que condicionan su
desarrollo, su historia-, es nodal a la hora de comprender la inevitable tendencia al
colapso que transita la sociedad burguesa. El pensamiento dialéctico, sin embargo,
recién adquiere este carácter crítico de todo lo existente a partir de la fundamentación
materialista que le imprime Marx, en oposición a las mistificaciones idealistas de la
dialéctica hegeliana. Nos proponemos en este trabajo, entonces, indagar cómo se
inserta la dialéctica en la concepción materialista de Marx, el rol que juega en su ciencia
y su relación intrínseca con la teoría del derrumbe capitalista.
A modo de introducción es pertinente señalar que Karl Marx nunca llegó a desarrollar
ensayo alguno sobre su propio método dialéctico. A pesar de esto, es posible identificar
sus características teniendo en cuenta, por un lado, ciertas definiciones de Marx sobre
su método en oposición al método de Hegel y, por otro lado, si analizamos tanto sus
primeras obras críticas del hegelianismo como aquéllas en las que se abocó al estudio de
las categorías económicas del capitalismo. En este caso tomaremos los trabajos
preparatorios para la crítica de la economía política y algunos textos de El capital. No es
sino en las obras de Marx donde podremos ver la aplicación de lo que él llamó el
“método propiamente científico” y en donde la concepción dialéctica, ya sin su
“envoltura idealista”, jugará un rol fundamental. En este sentido, Lenin señalará que,
“pese a que Marx nunca escribió su proyectado tratado breve sobre la dialéctica, nos
dejó El capital, que es la aplicación de la dialéctica materialista al campo de los
fenómenos económicos” (Lenin, 1980: 305).
Mi método dialéctico no sólo difiere del de Hegel, en cuanto a su fundamento, sino que
es su antítesis directa. Para Hegel, el proceso del pensar, al que convierte incluso, bajo el
nombre de idea, en un sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real; lo real no es más que
su manifestación externa. Para mí, a la inversa, lo ideal no es sino lo material
transpuesto y traducido en la mente humana (...) La mistificación que sufre la dialéctica
en manos de Hegel, en modo alguno obsta para que haya sido él quien, por vez primera,
expuso de manera amplia y consciente las formas generales del movimiento de aquella.
En él la dialéctica está puesta al revés. Es necesario darle vuelta, para descubrir así el
núcleo racional que se oculta bajo la envoltura mística (Marx, 2004: 19-20).
El sustento en la ciencia
Más en general, el análisis reductivo practicado por la ciencia tiende incluso a obviar
conceptos con contenido cualitativo, para limitarse en lo esencial al manejo de
relaciones cuantitativas o al menos, materialmente vacías, formales. Permite penetrar
muy material y eficazmente en la realidad, porque posibilita el planteamiento de
preguntas muy exactas (cuantificadas y sobre fenómenos “elementales”) a la naturaleza,
así como previsiones precisas que, caso de cumplirse, confirman en mayor o menor
medida las hipótesis en que se basan, y, en caso de no cumplirse, las falsean
definitivamente (Sacristán, 1964).
Pero, precisamente, como el método analítico que utiliza la ciencia separa, aísla,
destruye relaciones internas (movimiento), estos resultados son abstractos. No importa
ya la peculiaridad cualitativa de los fenómenos complejos analizados. Por eso, los
conceptos de la ciencia son invariablemente conceptos generales, “leyes”, que informan
acerca de clases enteras de objetos. Con ese conocimiento se pierde una parte de lo
concreto: precisamente la parte decisiva para la individualización de los objetos. Esto es
así no por alguna limitación accidental, sino “por el presupuesto definidor de la
metodología analítico-reductiva, que no responde más que al principio materialista de
explicación de toda formación compleja, cualitativamente distinta, por unos mismos
factores más o menos homogéneos” (ídem).
Dialéctica y ciencia
“Precisamente por el hecho de que el camino de la verdad es un rodeo (der Weg der
Warheit Umweg) el hombre puede desorientarse o quedarse a mitad de camino” (Kosik,
1967: 19).
Aquí, entonces, hay que tener en cuenta que, si bien esta unidad de lo diverso que es la
totalidad concreta aparece en el pensamiento como resultado (como proceso de
síntesis), es en realidad el efectivo punto de partida, el de la intuición y la
representación. Las determinaciones abstractas (simples) conducen a la reproducción de
lo concreto por medio del pensamiento. De ahí, señala Marx, la ilusión de Hegel de
concebir lo real como resultado del pensamiento. Cuando, en realidad, elevarse de lo
abstracto a lo concreto es sólo la forma que tiene el pensamiento de apropiarse de lo
concreto. De reproducirlo como concreto espiritual. Pero no es el proceso de formación
de lo concreto mismo. Leemos en la Introducción de 1857:
Por otro lado, la posición que plantea que la totalidad concreta es incognoscible, dado
que el conocimiento humano sólo puede ser de las partes, se basa en una concepción
atomística de la realidad: del todo como la totalidad de sus partes y hechos más simples.
Dado que siempre pueden agregarse nuevos hechos y aspectos, esta posición plantea
que es imposible tener un conocimiento acabado de la totalidad. Sin embargo, como
señala Karel Kosik:
1. asimilación minuciosa de la materia, pleno dominio del material, incluyendo todos los
detalles históricos posibles;
La pregunta que surge entonces es: ¿qué agrega la elaboración o exposición dialéctica a
los datos de la investigación científica? Para responder esto es necesario detenerse en la
idea hegeliana de desarrollo que señalamos anteriormente, y que Marx toma en el
sentido de que el conocimiento adecuado consiste en “reflejar idealmente la vida de ese
objeto”. Es decir, comprender al fenómeno u objeto de estudio en su génesis, desarrollo
y caducidad. El símil organicista sugiere presentar un contenido de tal modo que no sólo
quede fundamentado empíricamente. Se trata de poder reconstruir en su conjunto el
movimiento (su ser y su haber llegado a ser) del objeto estudiado, sus modificaciones y
la ley interna de su evolución (Lefebvre, 1961: 27).
En consecuencia, los conceptos, las leyes a las que llega el conocimiento, la economía
política en este caso, también se dialectizan; es decir, se historizan las categorías del
conocimiento (revelan su transi- toriedad en la medida que representan en el
pensamiento una realidad histórica que también lo es), perdiendo así su carácter de
leyes eternas.
Como señalamos anteriormente, para Marx, las leyes y categorías a las que llega el
conocimiento no son puras creaciones del pensamiento. Este último está condicionado
por una determinada realidad socio-histórica, y las primeras no son más que los medios
(históricos también) que tiene el pensamiento para representarse esa realidad concreta
y así poder conocerla. En este sentido, Marx señala, en un detallado análisis del
desarrollo de la categoría trabajo (Marx, 2004: 55), que las categorías más abstractas
son el producto de las condiciones históricas y que poseen plena validez sólo bajo las
condiciones que las han engendrado. El desarrollo histórico más rico da origen a las
abstracciones más generales. El movimiento del pensamiento abstracto, del más simple
al más complejo, se encuentra condicionado por las relaciones socio-históricas bajo las
cuales se desarrolla. Es decir, la historia del pensamiento humano revela que el hombre
ha ido siempre de lo más simple a lo más complejo, a medida que su praxis social pasaba
de lo más elemental a lo más complicado. Las formas abstractas del pensamiento no son
más que un medio suplementario de apropiarse una realidad cada vez más diversa. Por
ello estas formas no pueden definirse de una vez por todas, varían según el movimiento
de la praxis; ciertas leyes y categorías son eliminadas por la práctica de conceptua-
lización, mientras que otras aparecen; los contenidos se precisan, se ajustan, se
perfeccionan (Campos, 1988: 72).
No exponemos aquí una historia según el orden cronológico, sino según la sucesión de
las ideas. Las fases o categorías económicas unas veces son simultáneas en sus
manifestaciones y otras veces aparecen invertidas en el tiempo (...) Sin embargo, las
teorías económicas tienen su sucesión lógica y su serie en el entendimiento; ese orden
es el que nosotros nos ufanamos de haber descubierto.
Los economistas presentan las relaciones de producción burguesas -la división del
trabajo, el crédito, el dinero, etc.- como categorías fijas, inmutables, eternas. Proudhon,
que tiene ante sí estas categorías perfectamente formadas, quiere explicarnos el acto de
formación, el origen de estas categorías, principios, leyes, ideas y pensamientos. Los
economistas nos explican cómo se lleva a cabo la producción en dichas relaciones, pero
lo que no nos explican es cómo se producen esas relaciones, es decir, el movimiento
histórico que las engendra. Proudhon, que toma esas relaciones como principios,
categorías y pensamientos abstractos, no tiene más que poner en orden esos
pensamientos (...) Los materiales de los economistas son la vida activa y dinámica de los
hombres; los materiales de Proudhon son los dogmas de los economistas. Pero desde el
momento en que no se sigue el desarrollo histórico de las relaciones de producción, de
las que las categorías no son sino la expresión teórica, desde el momento en que no se
quiere ver en estas categorías más que ideas y pensamientos espontáneos,
independientes de las relaciones reales, quiérase o no se tiene que buscar el origen de
estos pensamientos en el movimiento de la Razón pura (ídem: 121-122).
El problema de Proudhon, que desarrolla aquí Marx, es que, al igual que Hegel, entiende
a las relaciones sociales de producción reales como una expresión, o encarnación, de las
categorías o leyes de la economía política. Por eso dice que “como auténtico filósofo
toma las cosas al revés”, no ve que estas categorías económicas tienen, en realidad, su
origen en las relaciones sociales de producción, o mejor dicho, son expresiones teóricas,
abstracciones, de las relaciones sociales de producción concretas. Lo que hace Proudhon
es potenciar estas categorías o ideas, a entes reales; los sustantiva o hipostatiza. Si bien
comprende que toda la riqueza material es producida por los hombres dentro de
determinadas relaciones sociales de producción, no entiende que esas relaciones de
producción son también un producto de la praxis humana -en este caso, de la praxis
productiva y su grado de desarrollo material. Por lo tanto, al adquirir nuevas fuerzas
productivas, los hombres cambian de modo de producción, y al cambiar el modo de
producción, cambian todas sus relaciones sociales. En este sentido, y en relación a las
categorías, Marx señala en Miseria de la fiosofía:
Los mismos hombres que establecen las relaciones sociales conforme a su productividad
material producen también los principios, las ideas y las categorías conforme a sus
relaciones sociales (...) De suerte que estas ideas, estas categorías, son tan poco eternas
como las relaciones que expresan, siendo productos históricos y transitorios (ídem:
126).
Sin embargo, esto hay que comprenderlo como una determinada forma histórica de
entender el mundo y su conocimiento. El carácter idealista y la hipostatización de las
categorías que surgen del análisis de la sociedad burguesa es la forma en que ésta se
manifiesta en el pensamiento -y propio del conocimiento de la época, cuya característica
principal es su carácter contemplativo (o, lo que es lo mismo, la ciencia económica
burguesa responde a una determinada forma de concebir el mundo de las relaciones
burguesas de producción, la cual, a su vez, es funcional a la necesidad de reproducción
de ese mismo mundo).
La crítica de la economía política que lleva adelante Marx revela, por un lado, el carácter
ideológico-apologético que adquiere la ciencia pero, por otro lado, está dirigida a aclarar
los nexos profundos entre ésta y la sociedad burguesa. Es decir, a mostrar en qué
medida la una está en función de la otra, cómo la ciencia burguesa a través de sus
categorías contribuye al reforzamiento y a la conservación de la sociedad burguesa y
cómo ésta, en su organización global, expresa y verifica a aquélla. Por eso, coincidimos
con Curi en que el análisis de Marx:
Conclusión
NOTAS
1. Tomamos aquí el planteamiento de Karel Kosik: “La idea de totalidad, que comprende
la realidad en sus leyes internas y descubre, bajo la superficialidad y casualidad de los
fenómenos, las conexiones internas y necesarias, se opone al empirismo que considera
las manifestaciones fenoménicas y casuales, y no llega a la comprensión de los procesos
de desarrollo real. Desde el ángulo de la totalidad se entiende la dialéctica de las leyes
de la casualidad de los fenómenos, de la esencia interna y de los aspectos fenoménicos
de la realidad, de la parte y el todo, del producto y de la producción, etc. Marx tomó
este concepto dialéctico, lo depuró de mistificaciones idealistas y lo convirtió, en su
nueva forma, en uno de los conceptos centrales de la dialéctica materialista” (Kosik,
1967: 21). Una detallada exposición del punto de vista de la totalidad como principio
metodológico de la filosofía de Marx se puede encontrar también en Lukács (1969).
2. K. Marx, “El lector comprenderá que, en esta labor ingrata, hemos tenido que
abandonar frecuentemente la crítica del señor Proudhon para decidirnos a la crítica de
la filosofía alemana, y hacer al mismo tiempo algunas observaciones sobre la economía
política” (1984: 47).
Referencias
Campos, Rodolfo (1988): Las sagradas escrituras del marxismo, Buenos Aires, Grito
Sagrado.
Colletti, Lucio (1977): El marxismo y Hegel, México D. F., Grijalbo. Curi, Umberto (2004):
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general a la crítica de la economía política (1857), Buenos Aires, Siglo XXI editores.
Della Volpe, Galvano (1971): Para una metodología materialista, Buenos Aires,
Quintaria.
Hegel, Georg W F. (1982): Ciencia de la Lógica, Libro segundo, Rodolfo Mondolfo (trad.),
Buenos Aires, Ed. Solar.
Kosik, Karel (1967): Dialéctica de lo concreto, México, Grijalbo. Lefebvre, Henri (1961): El
marxismo, Buenos Aires, Eudeba.
Lukács, George (1969): Historia y conciencia de clase, Madrid, Gijalbo. Marx y Engels
(2004): La ideología alemana, Buenos Aires, Nuestra América.
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Marx, Karl (1984): Miseria de la filosofía, Buenos Aires, Hyspamérica. Sacristán, Manuel
(1964): “Sobre el Anti-Dühring” (prólogo), en Friedrich Engels: Anti-Dühring, México,
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http://archivo.juventudes.org/textos/Manuel%20Sacristan/ Sobre%20el%20Anti-
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Sánchez Vázquez, Adolfo (2003): Filosofía de la praxis, México, Siglo XXI editores.
https://www.nodo50.org/ciencia_popular/articulos/Spirkin.htm
MATERIALISMO Y CONCIENCIA.
Los datos de la ciencia moderna señalan que los procesos físicos, químicos, biológicos y
sociales que tienen lugar en el mundo, no son algo encerrado en sí y singularizado.
Todos ellos pueden transformarse recíprocamente, puesto que entre ellos existe una
vinculación universal, concatenación e interacción.
Según el materialismo dialéctico, la conciencia es una función del cerebro, un reflejo del
mundo objetivo. Eso significa que la conciencia viene determinada fuera de la actividad
natural y social existente y operante en el cerebro. El proceso de toma de conciencia del
mundo y la actividad psíquica surgen y se desarrollan en el proceso de interacción real
del hombre con el mundo a través de sus relaciones sociales. Los objetos, sus
propiedades y relaciones, al ser reflejadas en el cerebro, existen en él en forma de
imágenes, idealmente. El cerebro no es el origen, sino el órgano de la conciencia, es
decir, la parte del cuerpo humano en la que el objeto que actúa sobre ella se transforma
y adquiere la forma ideal de su ser. Lo ideal no es una substancia particular ni un
acompañante secundario de los procesos materiales que transcurren en la corteza del
cerebro, sino un producto de la actividad del cerebro, la imagen subjetiva del mundo
objetivo.
Lenin escribía que “cualquier verdad se la hace …, si se la exagera, si se le aplica más allá
de los límites que es dable hacerlo, puede ser llevada al absurdo, y en las condiciones
indicadas, se transforma inevitablemente en absurdo”
Todos los objetos poseen aspectos exteriores que se alcanzan directamente con la
sensación y la percepción, y aspectos internos, el conocimiento de los cuales se alcanza
por vía mediata, mediante el pensamiento abstracto. Esta diferencia de los grados de
conocimiento se expresa en las categorías de lo EXTERIOR y lo INTERNO.
Sin una noción elemental de los nexos causales es imposible la actividad práctica del
hombre encaminada a un fin. En el proceso ulterior de desarrollo del pensamiento el
hombre empezó a comprender que la causa no se limita a generar la acción, sino que la
supone en calidad de acción contraria. Al diferenciarse, la causa y el efecto no son dos
formas distintas e independientes de existencia. Toda acción es INTERACCIÓN.
Las leyes universales fueron descubiertas por la generalización de las leyes de orden
parcial. Las leyes más generales de la dialéctica materialista son:
PASO DE LOS CAMBIOS CUALITATIVOS A CUANTITATIVOS, UNIDAD Y LUCHA DE
CONTRARIOS Y NEGACIÓN DE LA NEGACIÓN.
La ley del paso de los cambios cuantitativos a cualitativos muestra el modo cómo se
realiza la aparición de lo nuevo. Pero no revela toda la esencia del proceso de desarrollo,
no nos dice qué es la fuerza motriz, la fuente del desarrollo. La fuerza motriz del
desarrollo viene expresada por la ley de la unidad y la lucha de contrarios.
Según esta ley, los objetos y fenómenos del mundo objetivo, en el proceso de su
desarrollo –que se desprende de la interacción y contradicción entre los distintos
objetos y fenómenos y de los distintos aspectos dentro de los objetos y fenómenos y de
los distintos aspectos dentro de los objetos y fenómenos-, pasan del estado de
diferencia no advertida y no esencial de los aspectos que integran el fenómeno dado a
las diferencias esenciales de los aspectos del todo y a los contrarios, los cuales se
manifiestan entre sí en contradicción, en lucha, que es la fuente interna de desarrollo de
dicho fenómeno.
Este aspecto del desarrollo viene expresado por la ley de la negación de la negación.
Cada fenómeno es relativo y, en virtud de su naturaleza finita, pasa a otro fenómeno, el
cual, en determinadas condiciones, puede convertirse en el contrario del primero y
negarlo. La negación es no sólo la negación de lo viejo, sino la afirmación de lo nuevo.
Como resultado de esta creciente negación de la negación se obtiene el movimiento del
objeto de lo simple a lo complejo, de lo inferior a lo superior, con elementos de
repetición de etapas pasadas, de retrocesos temporales, etc.
Cada momento de desarrollo, por mucho que se diferencie del anterior, procede de él,
es resultado de se desarrollo, por lo cual lo incluye y conserva en sí en un aspecto
transformado. De ahí se desprende una importante exigencia al conocimiento científico,
que se manifiesta en calidad de método:
EL CONOCIMIENTO HISTÓRICO ÚNICAMENTE PUEDE SER FECUNDO CUANDO CADA
MOMENTO DEL DESARROLLO HISTÓRICO ES CONSIDERADO COMO RESULTADO DEL
MOMENTO PRECEDENTE Y EN RELACIÓN ORGÁNICA CON ÉL.
Cada ciencia se basa en los resultados del conocimiento de las leyes universales del
desarrollo como principio metodológico. El único método científico para el
conocimiento y transformación de la realidad es la dialéctica materialista…”ya que es la
única que nos brinda la analogía y, por tanto, el método para explicar los procesos de
desarrollo de la naturaleza, para comprender, en sus rasgos generales, sus nexos y el
tránsito de uno a otro campo de investigación” (Dialéctica de la Naturaleza)
Todos los filósofos en absoluto del primer período de la época clásica griega mantenían
el carácter general y eterno del movimiento, al mismo tiempo que se representaban el
cosmos como un todo perfecto y hermoso en forma de algo eterno y que permanece en
reposo. Era la dialéctica universal del movimiento y del reposo. Los primeros filósofos
clásicos griegos enseñaban también la mutabilidad general de las cosas como resultado
de la transformación de un elemento fundamental (tierra, agua, aire, fuego y éter) en
otro. Era la dialéctica universal de la identidad y la diferencia.
Siguiendo adelante, todos, los primeros filósofos clásicos griegos concebían el ser como
materia sensorialmente percibida, viendo en ella unas u otras leyes. Los números de los
pitagóricos, por lo menos en la época inicial, son completamente inseparables de los
cuerpos. El logos de Heráclito es el fuego mundial que se enciende y se apaga
rítmicamente. El pensamiento en Diógenes de Apolonia es el aire. Los átomos de
Leucipo y Demócrito son cuerpos geométricos eternos e indestructibles que no están
sujetos a ningún cambio, pero de ellos se compone la materia percibida sensorialmente.
Toda la primera filosofía clásica griega enseña la identidad, la eternidad y el tiempo:
todo lo eterno transcurre en el tiempo, y todo lo temporal contiene en sí una base
eterna, de donde se deriva la teoría de la rotación eterna de la materia. Todo ha sido
creado por los dioses; pero los propios dioses no son sino la generalización de los
elementos materiales, de tal modo que, en última instancia, el cosmos no fue creado
por nadie ni por nada, sino que surgió por sí mismo y surge constantemente en su
existencia eterna.
Heráclito y otros filósofos de la naturaleza dieron las fórmulas del devenir eterno como
unidad de contrarios. Aristóteles consideraba como primer dialéctico al eleata Zenón.
Precisamente los eleatas fueron los primeros en enfrentar netamente la unidad y la
multiplicidad, o el mundo concebido o el mundo sensorial. Sobre la base de la filosofía
de Heráclito y de los eleatas, en un ambiente de creciente subjetivismo, en Grecia surgió
como lógico la dialéctica puramente negativa de los sofistas, los cuales en la mutación
constante de cosas eternas y de conceptos veían la relatividad del saber humano y
reducían la lógica dialéctica hasta un nihilismo completo, del que tampoco se salvaba la
moral.
En ningún caso hay que reducir el papel de los sofistas y de Sócrates en la historia de la
lógica dialéctica. Ellos precisamente, apartándose de la lógica dialéctica excesivamente
ontológica de los primeros clásicos, condujeron a un vertiginoso movimiento del
pensamiento humano con sus contradicciones eternas, con sus incansables búsquedas
de la verdad en una atmósfera de encarnizadas disputas en persecución de categorías
del pensamiento cada vez más sutiles y exactas. Este espíritu de la heurística y la teoría
de preguntas y respuestas de la dialéctica comenzó desde entonces a penetrar en toda
la filosofía antigua y en toda la lógica dialéctica que le era propia. Este espíritu emana de
los diálogos de Platón, con su intensa actividad pensante, de las diferencias de
Aristóteles, de la lógica formalista de los estoicos e incluso de los neoplatónicos, los
cuales, con toda su inspiración mística, penetraban hasta el fondo de la heurística, en la
dialéctica de las categorías más sutiles, en la interpretación de la vieja y sencilla
mitología, en la sistemática rebuscada de todas las categorías lógicas. Sin los sofistas y
sin Sócrates no se puede concebir la lógica dialéctica antigua ni siquiera allí donde no
tiene nada de común con ellos por su contenido. El griego era un hombre siempre
dispuesto a hablar, a discutir, un equilibrista de la palabra. Así era su lógica dialéctica,
surgida sobre la sofística y el método socrático del diálogo dialéctico.
Prosiguiendo el pensamiento de su maestro e interpretando el mundo de los conceptos
o ideas como una realidad especial independiente, Platón entendía por dialéctica no
sólo la división de los conceptos en géneros netamente diferenciados y no sólo la
búsqueda de la verdad con ayuda de preguntas y respuestas, sino también el
conocimiento de lo relativamente existente y de lo verdaderamente existente. Esto creía
posible alcanzarlo sólo con ayuda de la reducción de las partes contradictorias en lo
integral y común. Magníficos modelos de este género de lógica dialéctica idealista
antigua tenemos en los diálogos de Platón Sofista y Parménides.
Aristóteles, que insertaba las ideas platónicas dentro del marco de la propia materia,
convirtiéndolas así en formas de las cosas, y que además incorporaba aquí la teoría de la
potencia y la energía (lo mismo que algunas otras teorías análogas), elevó la lógica
dialéctica hasta su nivel más elevado, si bien este apartado de la filosofía no lo llama
lógica dialéctica, sino primera filosofía. El término de lógica lo conserva para la lógica
formal, y por dialéctica entiende la doctrina de los juicios y conclusiones probables o
apariencias.
En los estoicos, sólo el sabio es dialéctico, la dialéctica es definida por ellos como la
ciencia de dialogar acertadamente acerca de los juicios por medio de preguntas y
respuestas y como ciencia de lo verdadero, lo falso y lo neutral. Si consideramos que en
los estoicos la lógica se dividía en dialéctica y retórica, su concepción de la lógica
dialéctica no era ontológica en absoluto.
Como resumen de la lógica dialéctica antigua, hay que decir que en ella fueron
meditadas casi todas las categorías principales de esta ciencia sobre la base de la
relación consciente hacia el elemento de la formación. Pero ni el idealismo ni el
materialismo de la antigüedad pudieron hacer frente a esta tarea debido a su espíritu
contemplativo, a la fusión de la idea y la materia en unos casos y a la separación de las
mismas en otros; debido a la primacía de la mitología religiosa en unos casos y al
relativismo ilustrador en otros; debido a la débil conciencia de las categorías como
reflejo de la realidad y a la incapacidad constante para comprender la acción creadora
del pensamiento sobre la realidad. En medida considerable esto se refiere también a la
filosofía medieval, en la que la mitología anterior fue sustituida por otra mitología
aunque también aquí la lógica dialéctica seguía trabada por un ontologismo demasiado
ciego.
Toda la filosofía de la Edad Moderna fue también un paso adelante hacia la comprensión
de lo que es la lógica dialéctica. Las empíricos modernos F. Bacon, Locke, Hume), a pesar
de todo su espíritu metafísico y de dualismo, gradualmente, de una manera o de otra,
enseñaban a ver en las categorías un reflejo de la realidad. Los racionalistas, a pesar de
su subjetivismo y de su metafísica formalista, enseñaban a encontrar en las categorías
cierto movimiento autónomo. Hubo incluso intentos de ciertas síntesis de lo uno y de lo
otro, pero no podían verse coronados por el éxito por el excesivo individualismo,
dualismo y formalismo de la filosofía burguesa de la Edad Moderna, que había surgido
sobre la base de la iniciativa privada y del enfrentamiento demasiado acusado del Yo y
el no-Yo, en el cual la primacía correspondía siempre al Yo en oposición al no-Yo, que se
entendía como algo pasivo.
Los éxitos y los reveses de tal síntesis en la filosofía prekantiana pueden ser ilustrados
con el ejemplo de Spinoza. Las primeras definiciones de su Ética son perfectamente
dialécticas. Si en la causa coinciden en sí esencia y existencia, esto es la unidad de
contrarios. La substancia es lo que existe por sí mismo y se representa a través de sí
mismo. Es también la unidad de contrarios: el ser y la noción sobre él determinada por
él mismo. El atributo de substancia es lo que la mente concibe en ella como su esencia.
Es la coincidencia en la esencia de lo que en ella es esencia y de su reflejo mental. Los
dos atributos de la substancia, pensamiento y extensión, son una misma cosa. La
cantidad de atributos es infinita, pero en cada uno de ellos se refleja toda la sustancia.
Indudablemente, lo que aquí encontramos no es otra cosa sino lógica dialéctica. Y sin
embargo, la doctrina de Spinoza adolece de una excesiva ceguera ontológica, habla con
demasiada imprecisión del reflejo y comprende demasiado poco el reflejo inverso del
ser en el propio ser. Y sin esto resulta imposible construir una lógica dialéctica correcta y
sistemáticamente comprendida.
Debemos señalar también que Kant empleó por primera vez el término mismo de lógica
dialéctica: tal era el sentido independiente que atribuía a esta disciplina. Pero lo más
interesante es que también Kant, lo mismo que toda la filosofía mundial, sin él mismo
advertirlo, se mantuvo bajo la impresión del inmenso papel que la lógica dialéctica
cumple en el pensamiento. A pesar del dualismo, a pesar de su metafísica, a pesar de su
formalismo, sin él mismo advertirlo, utilizó con gran frecuencia el principio de la unidad
de los contrarios. Así, en el capítulo Del esquematismo de los conceptos puros de la
razón de su obra fundamental, Crítica de la razón pura, se pregunta súbitamente: ¿de
qué manera estos fenómenos sensoriales se someten al raciocinio y a sus categorías?
Porque está claro que entre el uno y los otros debe existir algo común. Lo que hay de
común, que él llama aquí esquema, es el tiempo. El tiempo relaciona el fenómeno que
transcurre sensorialmente con las categorías del raciocinio, es decir, es empírico y
apriorístico. Kant cae aquí en la confusión, naturalmente, porque según su doctrina
fundamental el tiempo no es en absoluto algo sensorial, sino apriorístico, de tal manera
que este esquema no proporciona en absoluto ninguna unificación de lo sensorial y del
raciocinio. Es indudable, sin embargo, que lo no consciente para sí mismo es aquí para
Kant el tiempo de formación en general; y en la formación, indudablemente, cada
categoría surge en cada momento y en ese mismo momento desaparece. Así, la cansa
de un fenómeno dado, que caracteriza su origen, obligatoriamente, en cada momento
de este último se manifiesta de manera diferente y diferente, es decir, constantemente
surge y desaparece. De este modo, la síntesis dialéctica de la sensoriedad y del
raciocinio, justamente en el sentido de la lógica dialéctica, fue construida de hecho ya
por el propio Kant, aunque los prejuicios metafísicos dualistas le impidieran dar una
concepción clara y sencilla.
De entre la filosofía del siglo XIX anterior a Marx, un gran paso adelante fue el que
dieron los demócratas revolucionarios rusos -Belinski,
Herzen, Chernishevski y Dobroliubov-, cuya teoría y práctica revolucionaria no sólo
permitió pasar del idealismo al materialismo; sino que los condujo a la dialéctica de la
formación, ayudándoles a crear las concepciones más avanzadas en diversas regiones de
la historia de la cultura. Lenin escribe que la dialéctica de Hegel fue para Herzen el
álgebra de la revolución. La profundidad con que Herzen comprendía la lógica dialéctica,
por ejemplo, en relación con el mundo físico, se advierte en estas palabras suyas: La vida
de la naturaleza es desarrollo constante, desarrollo de lo simple abstracto, no completo,
espontáneo, a lo completo concreto, complejo, desarrollo del germen del
desmembramiento de todo lo que se encierra en su concepto, y de la eterna aspiración a
llevar ese desarrollo hasta la correspondencia completa, dentro de lo posible, de la forma
con el contenido: esto es la dialéctica del mundo físico. También Chernishevski enunció
profundas ideas sobre la lógica dialéctica. Atendidas las condiciones de su tiempo, los
demócratas revolucionarios no pudieron más que acercarse de lleno a la dialéctica
materialista.
Nota:
http://www.filosofia.org/enc/ros/meto1.htm
Por otra parte, cada nueva formación histórica representa una etapa más progresista y
superior, con relación a la precedente: el capitalismo es un régimen más elevado que el
feudalismo; el socialismo, en comparación con el capitalismo, representa una etapa
inmensamente superior.
La dialéctica marxista-leninista enseña que para seguir una política recta hay que
dirigirse hacia aquellas capas de la sociedad que se desarrollan y tienen un futuro; hay
que mirar hacia adelante y no para atrás, ser revolucionario y no reformista, seguir una
irreconciliable política proletaria de clase.
Lenin y Stalin llaman alma del marxismo a la dialéctica y al método dialéctico. Toda la
actividad teórica de Lenin y Stalin representan la concreción y estudio ulterior del
método dialéctico de Marx y Engels.
Los principales rasgos característicos del método dialéctico marxista son los siguientes:
1) La naturaleza es considerada como un todo coherente, en que los objetos y los
fenómenos dependen los unos de los otros: todo se halla vinculado y en interacción; 2)
La naturaleza está en estado de movimiento perpetuo, de cambio, de renovación, y cada
cosa nace y se desarrolla constantemente, cada cosa muere y desaparece: todo está en
movimiento, todo cambia; 3) El desarrollo de la naturaleza es un proceso en el cual se
efectúa, luego de una acumulación gradual de pequeños cambios latentes, cuantitativos,
el pasaje por medio de saltos a cambios visibles, radicales, cualitativos: los cambios
cuantitativos se transforman en cambios cualitativos. El desarrollo no es una simple
repetición del pasado, sino un movimiento progresivo del grado inferior al grado
superior, un movimiento cuya curva no es circular sino ascendente; 4) Las
contradicciones internas son inherentes a los objetos y a los fenómenos, toda cosa tiene
un lado positivo y un lado negativo y comprende elementos que perecen y otros que se
desarrollan. La lucha entre lo que perece y lo que se desarrolla constituye el contenido
interno del desarrollo, de la transformación de los cambios cuantitativos en cambios
cualitativos: la lucha de los contrarios hace avanzar.
Lenin llama a la dialéctica materialista “el alma del marxismo”. Al aplicar la dialéctica al
análisis de las nuevas condiciones históricas de la época del imperialismo y de las
revoluciones proletarias, al análisis de la edificación de la sociedad socialista, Lenin y
Stalin defendieron la dialéctica marxista contra los ataques de los oportunistas y de los
reformistas; la enriquecieron y la elevaron a un grado nuevo, superior. Las nuevas
condiciones históricas de la época del imperialismo y de las revoluciones proletarias, así
como las de la construcción del socialismo, pusieron en primer plano los problemas de la
dialéctica. Sin la riqueza del método dialéctico, era imposible ver claro en medio del
brusco viraje operado por la historia en nuestra época; era imposible definir netamente
las tareas que incumbían al proletariado y a su partido revolucionario en el curso de este
nuevo período; imposible elaborar acabadamente la táctica y la estrategia de su lucha.
Toda la actividad heroica del Partido Comunista de la Unión Soviética es un modelo de
aplicación creadora de la dialéctica materialista, de la filosofía marxista en su conjunto, a
la estrategia y a la táctica de la clase obrera en su lucha por la revolución socialista, por
el socialismo.
Los trabajos de Lenin y de Stalin, de sus discípulos y compañeros de armas, así como las
decisiones del Partido Comunista, han revelado los rasgos nuevos, las formas nuevas
bajo las cuales se manifiestan las leyes generales del desarrollo dialéctico después de la
victoria de la revolución proletaria en la U.R.S.S. Si Marx en El Capital analizó la
dialéctica de la sociedad capitalista, Lenin y Stalin, en sus trabajos sobre la construcción
del socialismo en la U.R.S.S., estudiaron la dialéctica de la transición del capitalismo al
socialismo, la dialéctica del desarrollo del propio socialismo. Para construir el
comunismo, el Partido Comunista se apoya, en toda su actividad, en el conocimiento de
las leyes dialécticas objetivas del desarrollo. La generalización teórica de la experiencia
práctica del Partido es de un alcance inapreciable para el desarrollo del método
marxista.
El método dialéctico marxista reviste una importancia enorme para las ciencias de la
naturaleza. La dialéctica es el único método valedero, el instrumento irreemplazable de
la investigación científica. Los datos más recientes de todas las ciencias de la naturaleza
confirman plenamente la justeza del método dialéctico marxista, que se convierte en
parte inseparable de círculos cada vez más amplios de sabios progresistas, no sólo en la
Unión Soviética, sino en el mundo entero. (Ver igualmente Salto; Conexión e interacción
de fenómenos; Transformación de cambios cuantitativos en cambios cualitativos; Lucha
de contrarios; Movimiento; Nuevo y viejo).
https://www.marxists.org/espanol/bloch/1949/a.htm
Ernst Bloch
Datos de publicación: Escrito en 1949 y publicado como Apartado 4 del capitulo XVIII
de Sujeto-Objeto. El pensamiento de Hegel. En la edición de 1962, cuya versión aparece
aquí, el texto fue ampliado para constituir el capitulo XIX.
Traducción al castellano: Por el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques
(CICA).
Versión digital: Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques (CICA), julio de
2008.
Esta edición: Marxists Internet Archive, abril de 2009.
Cuando el estudiante Marx llegó a Berlín, en 1836, hacía cinco años que Hegel había
muerto. Pero su espíritu seguía dominando a todos como si se encontrase a sus
espaldas; hasta a los enemigos les trazaba el camino. El joven Marx escribe a su padre
una carta en la que le dice que se siente cada vez más encadenado a Hegel, a pesar de
su «grotesca melodía pétrea».
Bajo la influencia de la izquierda hegeliana y, más tarde, sobre todo, de Feuerbach, Marx
fue desplazándose, triunfalmente, del espíritu al hombre. Pasó de la idea a la necesidad
y a sus avatares sociales, de los movimientos de la cabeza a los de la realidad nacidos de
los intereses económicos.
Ahora bien, si Marx de este modo puso a Hegel de pie, Hegel por su parte demostró que
sus pies podían sustentar un recio cuerpo. Hay unas palabras poco cuidadas del gran
espiritualista que parecen escritas no ya por el maestro del joven Marx, sino incluso por
el del Marx materialista. En 1807[i] escribía Hegel desde Bamberg, donde trabajaba
como redactor de un periódico, a su amigo de Jena, el mayor Knebel: «Me he
convencido por experiencia de la verdad de lo que dice la Biblia y he hecho de ello mi
estrella polar: buscad, ante todo, la comida y el vestido, y el reino de Dios os será dado
por añadidura.» (Werke, t. XVII, pp. 629 s.)
Esta sentencia tiene en la Biblia (Mat., 6, 33), como es sabido, el tenor contrario; es una
aportación más, comprobada también en el joven Marx, a la teoría de que la idea
hegeliana no siempre necesita volverse del revés para dejar ver la tela roja de que está
formada[1]. Y justamente este volverse del revés, rasgo capital del hegelianismo, había
llegado ya, en el propio maestro, a su vencimiento, y estaba listo para realizarse.
Indudablemente, era a la idea a la que Hegel confiaba la tarea de hacer llegar lo que sólo
adviene por los cuerpos y por los hombres, pero llegó a menudo a no confiar a la idea
más tarea que la de ser el reflejo de lo que acontece en las relaciones concretas de la
existencia presente. Esta constante legalidad dialéctica la salvaron Marx y Engels, como
escribe este último en el prólogo del Anti-Dühring, «haciéndola pasar a la concepción
histórico-materialista de la naturaleza y de la historia». Una vez hecha concreta, la
dialéctica guía todos los análisis de Marx; como irrupción de lo nuevo a través de la
apariencia y como suspensión conservante de lo que debe ser mantenido en
suspensión[ii], la dialéctica justifica todas las esperanzas de Marx. Es ella la que le
mueve a ver en el proletariado, no sólo la negación del hombre, sino precisamente por
ello, por esta deshumanización llevada al extremo, la condición determinante de una
«negación de la negación».
Lo que termina con Marx es la dialéctica hegeliana considerada como el parlamento y la
réplica de un diálogo cósmico; pero la dialéctica como proceso real es ahora
precisamente cuando se pone de manifiesto. Lo que termina con Marx es el arqueólogo
hegeliano, es el espíritu doblemente espiritualizado como recuerdo, que canceló en el
cortejo dialéctico de los espíritus, no ya los espíritus mismos, sino el cortejo, el proceso
o, como diría Marx, el espacio y el tiempo de la producción. Pero ahora es cuando se
destaca visiblemente el todo real y su substrato realmente omnipotente en calidad
de materia dialéctica que se mantiene abierta como proceso.
Marx hace a Hegel este reproche: «En la filosofía hegeliana de la historia, como en su
filosofía de la naturaleza, el hijo da a luz a la madre, el espíritu engendra la naturaleza, la
religión cristiana produce el paganismo, el resultado crea el comienzo.» Pero en el
materialismo mecánico el comienzo no engendra ni siquiera un resultado. Su materia es
estéril, infecunda; en cambio, la materia dialéctica encierra toda la vida del proceso en
sí, fuera de sí y para sí, señalado por Hegel. Su reconocimiento ha destronado allogos de
Hegel, con toda su domeñada inquietud y su inquieta rigidez; pero, en cambio, ha
recogido la herencia de su reino histórico. Con todas sus diversidades, cualidades y lo
que ya no es, evidentemente, algo histórico, sino lo decisivo del porvenir, la referencia a
una totalidad futura y a fondo.
Las obras más vivas, para los marxistas, entre las de Hegel, son, por la dialéctica,
la Fenomenología y la Lógica.[2] Pero ellas no agotan la herencia, puesto que
precisamente las obras sistemáticas consagradas a la filosofía de lo real contienen una
riqueza dialéctica siempre nueva, de contenido muy diverso. Engels escribió
su Dialéctica de la naturaleza siguiendo las huellas de Hegel, y Marx tomó de la Filosofía
del derecho hegeliana la fundamental distinción entre «sociedad civil» y «Estado» y
muchas cosas más que afectan al contenido y que no se refieren solamente a lo
«metodológico». La Estética de Hegel está construida en gran parte sobre la base de las
relaciones sociales y ordenada según esas relaciones, con una perspectiva que, aun
significando siempre el «ideal», no deja de ser concreta; allí donde lo ideológico
interviene en la cultura, Marx se refiere a los conceptos hegelianos concernientes al
arte. Lenin pensó en todas esas referencias cuando definió la doctrina de Marx «como
la continuación directa e inmediata de la doctrina de los grandes representantes de la
filosofía, de la economía política y del socialismo» (Tres fuentes y tres partes
constituyentes del marxismo, Obras, t. XVI, p. 349). Muchas partes de la obra hegeliana -
la que menos se deja olvidar a este respecto es la filosofía de la religión (izquierda
hegeliana, Feuerbach)- pertenecen por lo tanto a la historia de la mediación del
marxismo, de ese marxismo que, según ya sabemos, no está cerrado. Así, pues, incluso
en tanto que «continuación», el marxismo es y permanece como una realidad nueva en
relación no solamente con Hegel, sino con toda la filosofía anterior a él; una realidad
nueva porque aquí la filosofía no aparece ya -cosa que ocurría hasta entonces- como la
de una sociedad de clases, sino como la de la superación (Aufhebung) de una sociedad
de clases. Esta novedad no ha surgido, sin embargo, por un abrupto milagro, muy al
contrario: sin la filosofía clásica alemana, sin esta mediación, ella no estaría ahí.
El hombre, dice Marx, se distingue del topo en que, antes de construir, levanta los
planos. Para poder actuar con éxito tiene, evidentemente, que pensar la cosa, tenerla en
la cabeza antes de ejecutarla. Pero no, como con tanta frecuencia lo hace Hegel,
acercándose a las cosas con un concepto o un movimiento esquemático de conceptos
llevados a ellas desde fuera. El conocimiento no emerge de las honduras del propio
ánimo ni es el espectador de sí mismo: es, pura y simplemente, el reflejo de los
fenómenos de la realidad y de sus modalidades de existencia relativamente
permanentes (categorías). Marx, al igual que Hegel, no reconoce los hechos como tales,
sino solamente como momentos de procesos. Y esta nota procesal hace que cada
conocimiento tenga su tiempo, que la filosofía, como Hegel dice, sea, realmente, «su
tiempo captado en pensamientos» (y no sólo el suyo, sino también el que le sigue y en
que aquél se transforma ya).
De este modo, la relación dialéctica entre sujeto y objeto, en la que el uno corrige y hace
cambiar continuamente al otro, labora, esencialmente, en la infraestructura económico-
técnica de la historia, que hasta aquí es lo mismo que el edificio, en el reino social de los
intereses y no en el reino celestial de las ideas. Marx interpreta en este sentido
la Fenomenología de Hegel, como si realmente su autor, en contra de su propio
idealismo, hubiese mantenido esta dialéctica material. Lo grande de la Fenomenología,
así entendida, está, de una parte, en que «Hegel concibe la creación del hombre por sí
mismo como un proceso», y, de otra parte, y sobre todo, en que «capta la esencia del
trabajo y concibe al hombre objetivo, al hombre verdadero, por ser el real, como el
resultado de su propio trabajo».
Así es como la creación por sí mismo del saber absoluto se convierte en la creación del
hombre por sí mismo a través del trabajo; el devenir para sí del Espíritu (que también en
Hegel es una faena dura, no se sabe por qué) se convierte en la historia real. Esta
historia existe únicamente como una historia dialéctico-material, como una historia
agitada toda ella por las luchas de clases, al final de la cual aparece como meta la
«emancipación del hombre».
Hegel había puesto fin a su Historia de la filosofía con una cita de Virgilio ligeramente
modificada: Tantae moles eras se ipsam cognoscere mentem (tanto trabajo costó el que
el espíritu llegara a conocerse a sí mismo). Para Marx, este esfuerzo no fue nunca
puramente espiritual. Y aunque, al igual que Hegel, tomara como tema de la historia
humana la antigua inscripción grabada en el templo de Delfos: «Conócete a ti mismo»,
distaba mucho de definir el conocimiento de sí mismo, coincidiendo con la izquierda
hegeliana, como la simple «filosofía de la autoconciencia». El conocimiento de sí mismo,
en Marx, pasa a ser algo activo, es el conocimiento que el obrero adquiere de sí mismo
al comprenderse como hombre convertido en mercancía y, al mismo tiempo, como un
sujeto creador de valores, lo que supera revolucionariamente su carácter de mercancía.
Tal es la práctica de la inscripción délfica en Marx: una supresión de la enajenación,
supresión efectiva que desemboca en la praxis. En una praxis que hace penetrar tan
profundamente como le es posible, en el aparente decreto del azar y en el destino que
la reificación ha tornado opaco, el proceso de producción y las relaciones humanas que
ese proceso pone en marcha.
Pues bien, para poder mover así el mundo, como fragmento del universo y en él, la
dialéctica tiene que ser, para Marx, lo que en efecto es: historia. Todas las categorías y
todas las «esferas» (el derecho, el arte, la ciencia) funcionan únicamente, en una
realidad que se desplaza históricamente, como formas de la existencia actual que, lejos
de formar un sistema cerrado que permanezca igual a sí mismo, varían de una sociedad
a otra; sobre todo, no existe para estas «esferas» (para la supraestructura cultural)
ninguna clase de autarquía, que Hegel sí les reconoce.
Marx afirma también la existencia de un medio histórico unitario (de una esencia
mediadora) en lo que se refiere a la naturaleza: «Sólo una ciencia conocemos, la ciencia
de la historia. La historia puede enfocarse desde dos puntos de vista, el de la historia de
la naturaleza y el de la historia de los hombres. Sin embargo, se trata de dos aspectos
inseparables; mientras existan hombres se condicionarán mutuamente la historia de la
naturaleza y la historia de los hombres.» (La Ideología Alemana, 1846.)
Nos encontraríamos así, en Hegel, con que «el lado activo, por oposición al
materialismo, es desarrollado por el idealismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que
el idealismo, como es natural, no conoce, como tal, la actividad real, sensible». Por
consiguiente, Marx no cree, en última instancia, que Hegel dé totalmente de lado a lo
«existencial» o «intensivo», como creían los antihegelianos Kierkegaard y Schelling,
mirando la cosa a través de su idealismo «positivo». Marx acentúa siempre en la
dialéctica hegeliana la relación existente sujeto-objeto y nos enseña que el sujeto, que
en Hegel no faltaba, por muy abstracto que fuese, es un poder material. Marx muestra
que la vida humana es lo único existente en el conjunto de relaciones sociales
condicionantes, pero no deja de presentar al hombre, con su trabajo, como instaurador
y modificador de esas relaciones. Y en el lugar de la confusión mecánica de un mundo en
el que absolutamente nada tiene sentido aparte de una necesidad externa, Marx
conserva la tradición viva, transmitida por Hegel, de un humanismo del desarrollo que
viene de Leibniz. Todo el universo es aquí un sistema abierto de luces que se cruzan
dialécticamente mediante un trabajo de interacción. Su ápice es la humanidad ya
objetivamente no alienada entre objetos que ya no son alienados. Tal es la vida de Hegel
en Marx; un tipo de sociedad distinto de aquel en que Hegel desarrolló su obra de
pensamiento es el que hoy reivindica la herencia de la filosofía clásica alemana.
TEXTOS
«Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos; de lo que
se trata es de transformarlo.» (Tesis sobre Feuerbach, 1845.)
Una vez que los pensamientos imperantes se separan de los individuos imperantes y,
sobre todo, de las relaciones nacidas de una determinada fase de las condiciones de
producción, llegando por este camino al resultado de que en la historia gobiernan
siempre los pensamientos, es muy fácil abstraer de estos diversos pensamientos el
pensamiento, la idea, etc., como lo que domina en la historia, concibiendo así todos
estos diversos pensamientos y conceptos como "autodeterminaciones" del concepto
que en la historia se desarrolla. Esto es lo que hace la filosofía especulativa.» (Ideología
alemana, Introducción, 1845-1846.)
«Hegel se queda dos veces a mitad de camino: una vez, cuando presenta la filosofía
como la existencia del espíritu absoluto, pero negándose, al mismo tiempo, a presentar
al individuo filosófico real como el espíritu absoluto; otra vez, cuando sólo como
espectáculo deja que el espíritu absoluto haga historia. En efecto, como el espíritu
absoluto sólo post festum llega a cobrar conciencia como espíritu creador del mundo en
los filósofos, su fabricación de la historia sólo existe en la conciencia, en la opinión y en
la representación del filósofo, en la imaginación especulativa.» (Ibídem.)
«El mismo espíritu que construye los ferrocarriles con las manos de los obreros es el que
construye los sistemas filosóficos en el cerebro de los filósofos. La filosofía no vive fuera
del mundo, como el cerebro no vive fuera del hombre por el mero hecho de que no
tenga su sede en el estómago; es cierto que la filosofía asoma al mundo con el cerebro
antes de pisar con los pies en la tierra, mientras que muchas otras esferas humanas
pisan con los pies en la tierra y arrancan con las manos los frutos del mundo, mucho
antes de que puedan siquiera sospechar que también la cabeza es de este mundo o que
este mundo es el mundo de la cabeza.» (Gaceta del Rin, 14 julio 1842.)
https://info.nodo50.org/Marx-y-la-dialectica-idealista.html
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-
33802014000200007
Resumen
Dado que el objeto de la obra cimera de Marx es el concepto de capital como una
totalidad, cuyo método de presentación está basado en la dialéctica sistemática, el
objetivo de este trabajo es una reconstrucción de la determinación del valor social de las
mercancías en cuanto productos de capital a lo largo de los pasos que conforman la
estructura lógica de El capital. Se argumenta que los tiempos de trabajo social abstracto
que los valores sociales de las mercancías representan definitivamente (el así llamado
problema de la reducción) sólo pueden ser plenamente puestos y actualizados en el
momento en que los precios de producción de las mercancías son determinados (el así
llamado problema de la transformación). Tras esta reconstrucción, es posible
fundamentar regresivamente el punto de partida de la presentación y concebir la
mercancía como una unidad de múltiples determinaciones.
Palabras clave: trabajo, forma-valor, dinero, precio, concepto marxista del capital,
dialéctica sistemática: Hegel y Marx.
Abstract
Considering that the object of most important Marx's work is the concept of capital as a
totality, whose method of presentation is based on systematic dialectics, the aim of this
paper is a reconstruction of the determination of the social value of commodities as
products of capital throughout the moments conforming the logical structure of Capital.
It is argued that the social abstract-labour time that the values of commodities
definitively represent (the so-called reduction problem) can only be fully posited and
actualized up to the moment in which commodities's prices of production are
determined (the so-called transformation problem). It is only at the the end of this
presentation that the point of departure of the presentation can be retrogressive
grounded and the commodity can be conceptualized as a unity of multiple
determinations.
Introducción
Se propone, por tanto, que dos de los problemas clásicos presentes en la literatura
marxista pueden ser resueltos simultáneamente: el problema de la transformación de
valores en precios de producción y el problema de la reducción de los trabajos privados
heterogéneos a trabajo social abstracto homogéneo. El primero de ellos se plantea
alrededor de la transición de los valores de las mercancías según el tiempo de trabajo
socialmente necesario (tema del tomo I de El capital) a sus precios de producción que, a
partir de la competencia, deben reportar ganancias iguales a capitales iguales (asunto
presente en el tomo III). Brevemente, la dificultad ha sido señalada a partir de dos
hechos: el primero, que capitales de igual magnitud ponen en movimiento cantidades
desiguales de trabajo, por lo que no sería posible que, según la ley del valor, obtuvieran
una ganancia de igual magnitud8 y, segundo, que en el tercer tomo de El capital, Marx
señala que las mercancías capitalistas se cambian no según su valor, sino sus precios de
producción, los cuales, como resultado de la competencia, pueden ser diferentes al
primero, en función de la composición orgánica de los capitales.9 La pregunta
consecuente se planteó sobre la "relevancia o necesidad del valor"; las respuestas
posibles han sido innumerables. Dentro de ellas, nos interesa resaltar una según la cual
no hay la menor relación entre valores y precios de producción, y que cuando Marx
arribó al tercer tomo abandonó parcial o totalmente la ley del valor sustituyéndola por
una teoría de los precios ajena a dicha ley, lo que mostraría, por tanto, la contradicción
(en términos de lógica formal) interna de la construcción teórica de Marx entre el tomo I
y el III. Ésta es una perspectiva compartida por autores vinculados a la tradición
neoclásica y austriaca,10 a la neorricardiana11 e incluso a la economía política marxista
clásica.12 Ésta y otras interpretaciones13 son analizadas con mayor amplitud en la
introducción de Robles (2011). El objetivo de este artículo consiste en mostrar que, en
contra de la postura mencionada, existe una relación dialéctica entre valor y precios de
producción. Un punto crucial para esto estriba en considerar que el valor no es una
magnitud dada o acabada en el tomo I, con independencia de la determinación de los
precios de producción en el intercambio. Esto nos coloca en el terreno del problema de
la reducción de los trabajos concretos heterogéneos a trabajo social abstracto.
Este problema es identificado por Adam Smith al señalar que "aunque el trabajo es la
medida real del valor de cambio de todos los bienes, generalmente no es la medida por
la cual se estima ese valor. Con frecuencia es difícil averiguar la relación proporcional
que existe entre cantidades diferentes de trabajo" (Smith, 1958, p. 32). Por su parte,
Marx no ofrece, como veremos, una solución definitiva a esta cuestión, reduciéndola a
un supuesto simplificador: considerar toda clase de fuerza de trabajo como fuerza de
trabajo simple. El análisis de los diversos intentos para responder a la reducción supera
los fines del presente texto;14 el objetivo de éste consiste en demostrar, siguiendo la
lógica dialéctica, que dicha reducción a tiempo de trabajo social abstracto, en contra de
la lectura marxista tradicional, sólo se logra plenamente en el momento en que los
precios de producción se determinan en el intercambio. En otras palabras, los valores
sociales definitivos de las mercancías y, por tanto, los tiempos de trabajo social
abstracto se determinan recíproca y simultáneamente por mediación de los precios de
producción, lo cual ocurre en el momento del intercambio. De ello se sigue que ambos
problemas, el de la transformación y el de la reducción del trabajo, son dos procesos
dialécticamente relacionados entre sí. Para mostrar este punto proponemos una
reconstrucción del concepto de capital planteado por Marx.
Esta reconstrucción implica, así, que sólo hasta que este último momento es puesto, las
categorías inmediatamente puestas en el momento que constituye el punto de partida
de la presentación son plenamente fundamentadas. Esta reconstrucción se desarrollará
en cuatro momentos de la estructura lógica de El capital: 1) el punto de partida (sección
primera del tomo I), 2) el pasaje al capital en general (segunda sección del tomo I), 3) el
pasaje a la aparición inmediata del capital en general (sección primera del tomo III) y 4)
el pasaje a los muchos capitales productivos (segunda sección del tomo III).
Sin embargo, a pesar de la importancia dada por Marx a la reducción del trabajo para la
determinación del valor de las mercancías, la limita a un supuesto simplificador: "Para
simplificar, en lo sucesivo consideraremos directamente toda clase de trabajo como
fuerza de trabajo simple, no ahorrándonos con ello más que la molestia de la reducción"
(Marx, 1982a, p. 55). Como veremos, este supuesto simplificador es sólo la primera
manifestación de una serie de problemas que surgen en la presentación que hace Marx,
a lo largo de El capital, de la determinación de los valores sociales de las mercancías
como productos del capital.
El tiempo de trabajo social sólo existe, por así decirlo, en forma latente en [las]
mercancías, y sólo se revela durante su proceso de intercambio. No se parte de los
trabajos de los individuos en calidad de trabajo [social], sino a la inversa, de trabajos
particulares de individuos privados, los cuales sólo en el proceso de intercambio, y por
[la superación]29 de su carácter originario, se revelan como trabajo social general. De ahí
que el trabajo social general no sea una premisa acabada, sino un resultado en devenir
(Marx, 1980a, p. 29).30
Tal necesidad se presenta así como una transformación cualitativa que toma la forma de
una relación cuantitativa, esto es, en cuanto unidad de calidad y cantidad,
el dinero deviene la medida social de los valores individuales de las mercancías como
valores sociales. En otras palabras, en la medida en que es por mediación del dinero que
las cantidades de tiempo de trabajo fisiológico devienen cuantos de tiempo de trabajo
social abstracto, es por su mediación que los valores sociales de las mercancías son
cualitativa y cuantitativamente puestos. La posición tanto cualitativa como cuantitativa
del valor social de las mercancías está así unificada en su forma inmediata de existencia
social, es decir, su forma dineraria.
Es por esto que, según Marx, "la forma plena de este proceso es […] D-M-D', donde D' =
D + ΔD, esto es, igual a la suma de dinero adelantada más un incremento"] (Marx,
1982a, p. 184). Después de resumir esta conversión, Marx sostiene:
Pero más aún. En vez de representar relaciones mercantiles, aparece ahora, si puede
decirse, en una relación privada consigo mismo. Como valor originario se distingue de sí
mismo como plusvalor –tal como Dios Padre se distingue de sí mismo en cuanto Dios
Hijo, aunque ambos son de una misma edad y en realidad constituyen una sola persona–
, puesto que sólo en virtud del plusvalor de £10, las £100 adelantadas se transmutan en
capital, y así que esto se efectúa, así que el Hijo es engendrado y a través de él el Padre,
se desvanece de nuevo su diferencia y ambos son uno, £110 (Marx, 1982a, p. 189).
La relación cualitativa a través de la cual el devenir del capital se mide a sí mismo puede
ser así representada por la razón cuantitativa que denota el cuanto de plusvalor (ΔD)
que una determinada cantidad de valor dinerario como capital adelantado (D) ha creado
en un periodo determinado de tiempo: esto es, ΔD/D. En cuanto que representa
la posición del valor como capital, ésta puede definirse como la tasa de valorización del
capital en general. Esta tasa es la medida del capital, es decir, la medida de su
valorización. Dicha tasa es así la presuposición lógica de la tasa de ganancia del capital,
la cual sólo será puesta en el momento en que el capital se presente como apariencia, es
decir, hasta el tercer tomo de El capital.
Sin embargo, la consideración de que las metamorfosis que sufre el valor durante el
proceso de circulación, D-M-D', se llevan a cabo, al igual que en el proceso de la
circulación mercantil simple, M-D.D-M, bajo la ley del intercambio de
equivalentes,38 tiene la implicación de que este proceso por sí mismo no puede explicar
el origen de la valorización, es decir, la creación del plusvalor. Es por esto que,
aunque necesarias, las determinaciones del devenir del capital que pertenecen al
proceso de circulación son insuficientes para fundamentar por completo el devenir de
valor dinerario originalmente adelantado en capital. La dificultad para superar estas
insuficiencias es que "el capital […] no puede surgir de la circulación, y es igualmente
imposible que no surja de la circulación" (Marx, 1982a, p. 202). Esta dificultad es
resuelta por la introducción del trabajo, vía la compra de la fuerza de trabajo en la
circulación, a "la oculta sede de la producción", donde, por medio de su consumo
productivo junto con los medios de producción, el secreto de la producción de plusvalía
sale a la luz, lo que permite, a su vez, llegar al corazón de la cuestión relativa a "no
sólo cómo el capital produce, sino también cómo se produce el capital" (Marx, 1982a, p.
214).
Esto implica que, para convertirse realmente en capital, es de necesidad que éste se
relacione de forma negativa con su propio otro, es decir, con el trabajo como no capital,
pero que a través de su negación se convierte en capital. Cada uno de ellos es así la
negación, o "no ser", del otro. El trabajo adquiere así una determinación más: trabajo
que produce capital como su propio otro. Esta relación negativa del trabajo con el
capital es la razón por la que son opuestos uno del otro39 y por la que también son
opuestos sus respectivos portadores, los capitalistas y los trabajadores asalariados. Con
esto, se pone lo que estaba presupuesto, es decir, el trabajo que estaba puesto como
trabajo que producía valor y dinero en la circulación mercantil simple, ahora se pone
como trabajo que produce capital. De esta manera, el capital puede entenderse como la
sustancia abstracta valor que se transforma en sujeto, es decir, como un valor con
movimiento propio, por medio del cual se valoriza a sí mismo.
Aunque la (re)producción del capital no será tratada aquí, tres puntos necesitan ser
mencionados: primero, como productos del capital, el dinero y las mercancías devienen
en sus propias formas de existencia puestas por él y, como tales, se convierten en las
condiciones materiales de la reproducción del capital y de las clases sociales que
componen la sociedad capitalista.40 Segundo, considerado como una unidad de sus
propios procesos de producción y de circulación a través de los cuales se mantiene y
multiplica a sí mismo, el capital se autopresenta como el sujeto de un creciente
movimiento en forma de "una línea en espiral, una curva que se amplía, no un simple
círculo" (Marx, 1984a, p. 206).41 Y tercero, como una consecuencia del movimiento de la
reproducción del capital, "la ley de la apropiación o ley de la propiedad privada, ley que
se funda en la producción y circulación de mercancías, se trastroca, obedeciendo a su
dialéctica propia, interna e inevitable, en su contrario directo" (Marx, 1984b, pp. 720-
721), es decir, en la ley de apropiación capitalista. Lo que esto significa es que el
intercambio de equivalentes se transforma en la apropiación por parte del capital, sin
equivalente, de la fracción no pagada del trabajo realizado por los asalariados. Dicha
fracción no pagada, como se explica a continuación, forma parte del precio.
De acuerdo con Marx, los elementos constitutivos de la forma dineraria del valor de las
mercancías como productos de capital son: 1) las partes constitutivas de la suma de
valor dinerario originalmente adelantado como capital (D), en la compra de las
mercancías (M), necesarias para su valorización en la producción, es decir, el capital
constante (medios de producción) y el capital variable (fuerza de trabajo), y 2) el
plusvalor como el tiempo de trabajo no remunerado extraído directamente a los
trabajadores asalariados. La suma de dinero que equivale al valor valorizado (D'),
objetivado en las mercancías producida como productos de capital (M'), está, por lo
tanto, compuesta por el valor del dinero originalmente adelantado, D = c (capital
constante) + v (capital variable), más un plusvalor, pv. De aquí que, en general, la forma-
precio del valor de cualquier mercancía como producto de capital pueda representarse
como:
P = c + v + pv
De los propios escritos de Marx, la determinación del valor social de las mercancías del
mismo tipo se ha interpretado de dos maneras opuestas, que de hecho corresponden a
sendas interpretaciones acerca de la reducción del trabajo que fueron discutidas en el
primer momento. Una considera que esta determinación es el resultado de la media
ponderada de la suma de todos los tiempos de trabajo individuales del conjunto de
productores:
Esta interpretación sólo puede ser válida si todos los tiempos de trabajo individuales
objetivados directamente en la producción de las mercancías son inmediatamente
considerados como cantidades de tiempo de trabajo social abstracto, lo que implicaría
además que, independientemente de la diferencia en los métodos y condiciones de
producción utilizada por los productores individuales, cualquier unidad individual de
tiempo de trabajo gastada inmediatamente en la producción genera una misma unidad
de valor social y que, dependiendo del método y de las condiciones de producción de
cada uno de aquéllos, la determinación del valor social de las mercancías se traducirá en
la realización de menos o más valor y, por lo tanto, de menos o más plusvalor que los
producidos por cada uno.44 Además de esto, debe señalarse que una media ponderada
es siempre el resultado de una construcción subjetiva.
Por el contrario, la otra interpretación considera la determinación del valor social de las
mercancías del mismo tipo como resultado de un proceso objetivo de reducción: "en
todo proceso de formación de valor siempre es necesario reducir el trabajo calificado a
trabajo social medio, por ejemplo, un día de trabajo calificado a x día de trabajo simple"
(Marx, 1982a, p. 240). Así, esta determinación puede ser entendida como el resultado
de un proceso posterior de medición social a través del cual todos los tiempos de
trabajo individuales en sentido fisiológico que están objetivados en la producción de la
masa total de las mercancías del mismo tipo dentro de una rama, independientemente
de sus condiciones y métodos de producción individuales, se ponen como cantidades de
tiempo de trabajo abstracto socialmente medido, esto es, como un mismo valor social,
por mediación de su mismo precio directo (o, dicho de otra manera precio proporcional
al valor social).
Así, el precio directo de las mercancías del mismo tipo producidas por cualquier
productor individual puede representarse mediante la siguiente fórmula:
donde ci y (vi + pvi) son proporcionalmente iguales a λΜPi y (li βoi), de manera respectiva.
Sin embargo, además de reconocer que la reducción de todos los trabajos individuales
es "inevitable", Marx la constriñe a una operación superflua: "Si suponemos […] que el
obrero empleado por el capital ejecuta un trabajo social medio simple, nos ahorramos
una operación superflua y simplificamos el análisis" (Marx, 1982a, p. 240). Pero en este
artículo se está en desacuerdo con tal juicio, porque, incluso para él mismo, la posición
del valor social de las mercancías requiere que la reducción del trabajo deba
realizarse inevitablemente no sólo para todos los trabajos individuales del mismo tipo
que se gastan dentro de una misma rama de la producción, sino para todos los trabajos
individuales de diferente tipo con que se elaboran las distintas mercancías en todas las
ramas que constituyen la producción social en su conjunto: "Basta señalar que esa
reducción se lleva a cabo de hecho, cuando se ponen como valores los productos
de todos los tipos de trabajo. En cuanto valores son equivalentes según ciertas
proporciones; los mismos tipos superiores de trabajo se evalúan en trabajo simple"
(Marx, 1982b, p. 415) (énfasis agregado). Lo que resulta claro de esta última referencia
es que la reducción del trabajo dentro de una rama de la producción es
aún insuficiente para la posición de todos los tipos de trabajos como trabajos
sociales actualizados y, por tanto, es también insuficiente para la posición de la forma
valor de las mercancías producidas en todas las ramas como valores
sociales definitivos o actualizados.
Como vástago así representado del capital global adelantado, el plusvalor asume la
forma trasmutada de la ganancia. De ahí que una suma de valor es capital porque se la
desembolsa para generar una ganancia, o bien la ganancia resulta porque se emplea una
suma de valor como capital. Si denominamos g a la ganancia, la fórmula M =
c + v + pv = pc + pv, se convierte en esta otra: M = pc + g, o sea valor de la
mercancía = precio de costo + ganancia.
El capital, partiendo de sí mismo como del sujeto activo, del sujeto del proceso [...] se
comporta consigo mismo como valor que se aumenta a sí mismo, esto es, se comporta
con la plusvalía como puesta y fundada por él; se vincula como fuente de producción
consigo mismo en cuanto producto; como valor productivo, consigo mismo en cuanto
valor producido. Por ello el valor recién producido ya no lo mide por su medida real, la
proporción entre el plustrabajo y el trabajo necesario, sino que lo mide por sí mismo, por
el capital, como supuesto de ese valor. Un capital de un valor determinado produce en
un lapso determinado una plusvalía determinada. La plusvalía medida así por el valor del
capital presupuesto –y puesto así el capital como valor que se valoriza a sí mismo– es
el beneficio; bajo este specie –no aeterni sino capitalis– la plusvalía es beneficio, y el
capital en sí mismo como capital, como valor que produce y reproduce, se diferencia de
sí mismo como beneficio, valor recién producido. El producto del capital es el beneficio.
Por consiguiente la magnitud de la plusvalía es medida por la magnitud de valor del
capital, y la tasa del beneficio está por lo tanto determinada por la proporción entre su
valor y el valor del capital (Marx, 1982b, p. 278).
P = pc + rK
Sin embargo, debido al hecho de que, como Marx afirma, el "capital existe y sólo puede
existir como muchos capitales [y] por consiguiente su autodeterminación se presenta
como acción recíproca de los mismos entre sí" (Marx, 1984a, p. 366), el concepto de
capital en general, como una relación consigo mismo que se autorrrefleja en la
apariencia, es insuficiente para que se ponga y actualice como un capital socialmente
existente.
Este momento implica dos pasajes: a) del capital en general tal como se refleja a sí
mismo en la apariencia a los muchos capitales y b) de los muchos capitales al capital
como un todo. Ambos pasajes son tratados por Marx en los Grundrisse y en El
capital con dos diferentes niveles de abstracción.
En los Grundrisse, Marx trata estos pasajes bajo la lógica de Hegel de lo uno y los
muchos y, por lo tanto, en términos de repulsión y atracción. Con base en el primero, los
muchos unos, esto es, los muchos capitales son puestos a través de la repulsión del uno,
es decir, del capital en general, consigo mismo. En relación al segundo, el uno único, o
sea, el capital como un todo, es puesto por medio de la atracción mutua de los muchos
unos. Para el primer pasaje, Marx utiliza el doble sentido de repulsión que plantea
Hegel: "la repulsión existente en sí" y "la repulsión externa",46 y refiere ambas a la
competencia entre los muchos capitales:
Por definición, la competencia no es otra cosa que la naturaleza interna del capital, su
determinación esencial, que se presenta y realiza como acción recíproca de los diversos
capitales entre sí; la tendencia interna como necesidad exterior. (El capital existe y sólo
puede existir como muchos capitales; por consiguiente su autodeterminación se
presenta como acción recíproca de los mismos entre sí) (Marx, 1984a, p. 366) (énfasis
agregado).
Todos los momentos del capital que aparecen implícitos en él si se les considera según
su concepto universal, adquieren una realidad autónoma, y se manifiestan, tan sólo
cuando aquél se presenta realmente como muchos capitales (Marx, 1982b, p. 8)
La libre competencia es la relación del capital consigo mismo como otro capital, vale
decir, el comportamiento real del capital en cuanto capital […]. Lo inherente a la
naturaleza del capital es puesto desde fuera [como una]47 necesidad externa, por la
competencia, que no es otra cosa sino que los muchos capitales se imponen, entre sí y a
sí mismos, las determinaciones inmanentes del capital (Marx, 1982b, pp. 167-169).
En relación con el segundo pasaje, Marx considera, siguiendo a Hegel, que la repulsión
recíproca de los muchos capitales es contrarrestada por su atracción. Su objetivo aquí es
indicar que la multiplicidad de capital traspasa lo que Hegel (1968, p. 151) llama
"un coincidir-consigo", el uno único, es decir, el capital como un todo social. Es a través
de esta transposición que los muchos capitales son así unificados en una totalidad
orgánica, "lo uno puesto como uno" (Hegel, 1968, p. 153), y cada uno de ellos se
convierte en una parte alícuota del capital como un todo social –una totalidad social
que, sin embargo, permanece arraigada en la repulsión de los muchos capitales.
Así, la competencia también se presenta como una relación contradictoria (en sentido
dialéctico) entre el capital total y los muchos capitales que lo conforman, mediante la
cual ambos se ponen y se determinan recíprocamente como capitales sociales
existentes. El capital social total se pone como capital en su existencia en y para sí, y los
muchos capitales como la existencia de las múltiples partes de él. Cada capital no es sólo
uno de los muchos capitales, sino todos son uno y lo mismo. El capital social como un
todo y los muchos capitales se constituyen así como momentos inseparables de una
unidad orgánica. Sin la totalidad, las partes no existen, así como sin las partes, la
totalidad no existe. El todo presupone las partes y las partes al todo. El todo y las partes,
por lo tanto, son dos existencias de una misma unidad.49
La competencia hace que la ley original basada en "el valor y el plusvalor", que se avanzó
en el momento del capital en general, se invierta dialécticamente en la ley basada en los
precios y ganancias. Como una inversión dialéctica, la ley original no es anulada, sino
que es negada y superada y, por lo tanto, se mantiene como el fundamento de la ley de
la competencia.
De ello, su puede afirmar adicionalmente que, por un lado, debido a la unidad dialéctica
de forma y contenido que subyace en los diferentes momentos en que el concepto de
capital se presenta en El capital, los procesos de determinación de los precios de
producción de las mercancías y de la reducción cuantitativa y cualitativa del trabajo
objetivado en ellas como trabajo social abstracto sólo pueden entenderse como dos
procesos que se realizan simultáneamente entre sí. Por otro lado, contrariamente a lo
que Marx mismo y muchos economistas políticos marxistas sostienen, la actualización
de la determinación de los valores sociales de todo tipo de mercancías como productos
de los muchos y diversos capitales productivos no puede entenderse como resultado de
los promedios ponderados de la suma de los tiempos de trabajo individuales gastados
dentro de su rama de producción, sino como el tiempo de trabajo necesario que es
(im)puesto o validado socialmente por el capital productivo como un todo53 y, en
consecuencia, la determinación de los precios de producción no implica transferencias
de valor o plusvalía entre las diferentes ramas del capital productivo.54
En cuanto que los capitales productivos que componen las diversas ramas de la
producción sólo se ponen como socialmente existentes por mediación de su acción
recíproca, es decir, de la competencia en la esfera del intercambio y, por lo tanto, por
mediación de las relaciones recíprocas de las mercancías que producen, lo que se
expresa en la tasa uniforme de ganancia (r), las formas dinerarias de valor que las
mercancías (Ci) adquieren correspondientes a esta tasa son las de los precios de
producción (PPi). En este sentido, como se muestra en el cuadro 3, es por medio de la
determinación de los precios de producción (PP) de las mercancías (Ci) que sus valores
sociales (λ°Ci, tal como son determinados en la rama que las produce, se ponen como
valores sociales actualizados o definitivos (λf Ci), lo que implica, a su vez, que las
cantidades de tiempo de trabajo social objetivadas directa e indirectamente en su
producción ( Σlio) se ponen, cualitativa y cuantitativamente, como cuantos de tiempo de
trabajo social actualizado o definitivo (Σlioßfi). Los coeficientes de reducción finales (ßfi)
expresan esta transformación. Esta posición representa, así, la superación (o la
transformación) del espacio del valor social -es decir, del tiempo de trabajo social
objetivado en las mercancías tal como es determinado al interior de cada una de las
ramas particulares del capital productivo- por el (en el) espacio del valor social
actualizado -es decir, el tiempo de trabajo social actualizado que se objetiva en ellas tal
como es finalmente determinado al considerar el capital productivo social en su
totalidad.
PPi = (ci + vi) (l + r) = ci + vi+ gi => (ΣloMP-i ßfi) + (lioßfi) = λfMP-i + (lioßfi) = λfi
Por otro lado, la relación cuantitativa que manifiesta la posición cualitativa del capital
productivo como un todo se refiere a su medida específica de realización: la tasa general
de ganancia del capital productivo como un todo, que, en la medida en que es el
resultado "del grado de explotación del trabajo global por el capital global" (Marx, 1976,
p. 248), expresa el cuanto de valor excedente o plusvalor total en forma de ganancia que
éste ha producido en un periodo de tiempo determinado. Así, "la tasa general de
ganancia es el momento donde el capital social global establece su unidad consigo
mismo" (Arthur, 2001, p. 144) y donde, como tal, se enfrenta a su propio otro como un
todo, es decir, el trabajo productivo como un todo. Es en este contexto que Marx señala
que para el capital productivo social total "el precio de producción es igual al valor"
(Marx, 1976, p. 208).
Cabe señalar que debido a que los precios de producción y las tasas uniformes de
ganancia no pueden detectarse directamente, la única manera de captarlos es a través
de las medias ponderadas de los precios de mercado y de las tasas de ganancia de
mercado, respectivamente. Estas cifras promedio pueden denominarse precio de
producción de mercado o promedio y tasa media de ganancia, respectivamente, y las
ganancias correspondientes a ellos, ganancia media. Aunque no coincidan con los
precios de producción y la tasa uniforme de ganancia, estas cifras promedio no son, dice
Marx, "en modo alguno, de importancia meramente teórica, sino de importancia
práctica para el capital, cuya inversión se calcula según las oscilaciones y
compensaciones en un lapso más o menos determinado" (Marx, 1976, p. 240). Lo que
queda claro aquí, es que estas cifras promedio no necesariamente corresponden a los
precios de producción o a la tasa uniforme de ganancia.
Dado que los capitales individuales dentro de cualquier rama del capital productivo
operan con composiciones orgánicas de capital que difieren entre sí, y que cada rama
elabora el mismo tipo de mercancías que tienen el mismo precio de mercado, la tasa de
ganancia de cada uno de ellos es su tasa individual de ganancia de mercado, es decir,
su medida individual de realización, que difiere no sólo de las de los otros capitales
individuales, sino también de la tasa de ganancia de mercado de la rama productiva
particular. Esto se muestra por el hecho de que, mediante la venta de sus mercancías al
precio del mercado, cualquier capital individual obtiene una cierta ganancia, a través de
la cual se calcula su propia tasa individual de ganancia de mercado, cuya magnitud
puede ser mayor, menor o igual que la tasa de mercado de la rama particular del capital
productivo de la que éste es una fracción.
Conclusiones
Se puede decir, por todo lo expuesto anteriormente, que la circulación mercantil simple
(M-D.D-M) –que pertenecía al primer momento de la presentación– no puede
conceptuarse más como la apariencia inmediata de la circulación capitalista, carente de
fundamento, sino como la apariencia fundamentada de la esfera de la circulación (M'-
D'.D-M) del circuito de la reproducción del capital (D-M…P…M'-D'.D-M...P…M'-D'). De
esta manera, cualquier mercancía particular que ahora aparezca en la superficie de los
fenómenos "se distingue de la mercancía de la que la producción capitalista parte como
elemento". En verdad, como producto de un determinado capital productivo individual
particular, ésta se manifiesta no como simple mercancía, sino más bien "como parte no
sólo real, sino también [como parte] de la producción total" y aparece "como exponente
de una determinada parte del capital y de la plusvalía creada por él" (Marx, 1980c, p.
98). Así, la mercancía, el punto de partida de la presentación en El capital, y sus
determinaciones de forma de valor son fundamentadas sólo regresivamente hasta el
momento en que el capital se pone como muchos capitales, esto es, hasta el momento
de la competencia; y la mercancía puede ser así concebida como la unidad de sus
diversas determinaciones como producto de capital.
A lo largo de los cuatro momentos, esto es, desde la forma de existencia inmediata
hasta la multiplicidad del capital con la que se llega a los precios de producción y los
precios de mercado, hay dos elementos que deben ser subrayados como una síntesis de
la posición expuesta: en primer lugar, a diferencia de la interpretación dominante,
propia tanto de la escuela tradicional marxista como de la sraffiana, se considera que el
valor no es una sustancia establecida plenamente en la producción, sino que su posición
social sucede en el momento del intercambio, es decir, en la circulación. Esto significa
que sólo a partir de la relación dialéctica entre producción y circulación puede
determinarse el valor, planteándose consecuentemente que no existe una relación
unidireccional que va de valores a precios de producción, sino una determinación
recíproca entre valor y precio. En segundo lugar, en relación a los problemas de la
transformación de valores a precios y de la reducción de los trabajos privados
heterogéneos a trabajo social abstracto, se ha considerado que ambos se implican
mutuamente y deben ser resueltos de manera simultánea, debido a que en la relación
valor-precio, la forma-precio es la forma general de existencia dineraria del valor social
de las mercancías y los valores sociales representan siempre una determinada cantidad
de tiempo de trabajo social abstracto. Tras el análisis del desenvolvimiento dialéctico de
la forma-precio y de la relación valor-precio en los diferentes momentos de la estructura
lógica del concepto de capital, la propuesta de solución puede ser resumida así: si la
forma-precio es la forma general de existencia del valor social, los valores sociales
actualizados o definitivos de las mercancías como productos de capitales son aquéllos
puestos por mediación de la determinación de sus precios de producción y, por tanto,
los diferentes tiempos de trabajos privados objetivados en ellas son reducidos a tiempos
de trabajo social abstracto definitivo por medio de dicha determinación. Esto representa
una inversión en términos dialécticos de la relación de determinación entre valor y
precio: en el cuarto momento de la presentación, los precios no aparecen determinados
por el trabajo, sino, por el contrario, los tiempos de trabajo social abstracto definitivos y,
por tanto, los valores sociales actualizados aparecen determinados por los precios.