EDITADO POR
PRENSA ESPAÑOLA
SOCIEDAD ANÓNIMA
23 DE MARZO DE 1996
FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA
L
A mayor parte
de la inmensa
cantidad de
información que de
todo orden recibe el
ciudadano medio, está compuesta por
datos. Estos nos sumergen en un profundo
pozo que condiciona nuestro entorno e
impiden, por otro lado, poder estar bien
informados. No nos es posible, la mayoría de
las veces, seguir el rastro de esos datos para
recabar una más amplia información y pro-
fundización sobre algo que ha despertado
nuestra curiosidad por la cantidad de infor-
mación que nos llega y la rapidez con que
pasa una noticia. Tainpoco tenemos el debi-
do tiempo para asimilar éste ingente núme-
ro de hechos e ideas que se nos suministran
y, lo que' es más grave, no tenemos en gene-
ral los medios suficientes para verificar si
esos datos responden a la verdad o son ma-
nipulados según unos intereses que nos son
ajenos.
Es el fruto de nuestro tiempo, donde el
dato, la estadística, la encuesta, el balance,
supera al hecho real en sí mismo y la acu-
mulación de información nos aparta de la
posibilidad de poder personalmente inter-
pretar la realidad. Esta situación, que para
algunos aspectos de nuestra vida puede ser
positiva, juega un papel negativo en otros,
ya que, va en detrimento del rigor. En esa
inmensa selva informativa a pocos importa,
ni al informador ni al común consumidor de
esa información, un cero más o menos en
las macrocantidades que se barajan, si un
nombre propio de lugar o persona se escri-
be de una u otra forma y si la traducción de
un texto se cita textualmente, se interpreta
o si ese texto que ha recibido una adapta-
ción a una distinta lengua ha seguido la
ínfima intención del autor o si ésta ha sido
desvirtuada.
Aquí vuelve a ser verdad que los árboles
de la información nos impiden no ya apre-
hender la realidad del bosque sino hasta
saber si el bosque es de pinos, abedules,
castaños o robles.
Cuanto aquí digo viene a propósito de una
dura crítica que hace unas semanas y desde
estas mismas páginas hice de un «Diccio-
nario de las Artes» cuyo autor, el señor Fé-
lix de Azúa, me respondió también desde
estas páginas tradicionalmente abiertas al
diálogo y a la sana polémica intelectual.
Pero esta respuesta carece de argumentos
válidos para rebatir mi crítica, hace alusio-
nes de tipo personal y vuelve a incurrir en
el principal defecto que he visto en su libro
original: su falta de rigor, su hablar en torno
a, pero sin precisar unos datos que escritos
en un libro con ese título son imprescindi-
bles para establecer una comunicación de
ABC (Madrid) - 23/03/1996, Página 3
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EL RIGOR
ideas basadas en fundamentos inamovibles.
Las ideas podrán ser discutidas pero nunca
la solidez de las realidades sobre las que se
sustentan.
Veamos: mi crítica fundamental se basaba
en una definición de la música que yo no
puedo tomar como válida en un diccionario
de las artes: «Construir el tiempo con soni-
dos no lingüísticos», tomada literalmente
del libro del señor Azúa, donde figura sin
ningún tipo de referencia que pueda indu-
cir a pensar que no sea suya. En su réplica
a mi escrito, el señír Azúa argumenta que
dicha definición es de Hegel, la pone entre
comillas y cita su procedencia—«Lecciones
sobre la estética»-, editor, fecha de la edi-
ción y páginas. Consultada la fuente resulta
que la expresión «construir el tiempo...» no
figura ríi en ese lugar ni en ningún otro del
citado libro.
Valerse de Hegel así, sin nombrarlo, me
parece que es adornarse con plumas ajenas,
aunque todos somos herederos de ideas,
definiciones y conceptos anteriores a noso-
tros. Excelente y sabio es saber al menos de
dónde venimos, ya que es tan difícil poder
saber a dónde vamos. Pero defenderse
cuando esa herencia en forma de idea, defi-
nición o concepto puede no ser correcta y
citar como referencia un libro y una página
y que en esa publicación no aparezca una
concreta expresión Uteralmente, ni pueda
desprenderse del contexto de páginas ante-
riores o posteriores, es la falta de rigor de la
que hablaba más arriba y que invalida, al
menos para mí, toda, una publicación por
mucha audiencia que pueda tener su autor.
Es decir, primero se ofrece una definición
como si fuese propia y cuando alguien argu-
menta que ésta no es válida con unos razo-
namientos precisos, equivocados o no, se le
atribuye a Hegel. Luego resulta que el filó-
sofo alemán no ha dicho tal cosa ni en ese
libro, ni en esa página ni en todo el contex-
to de sus complejas ideas sobre las artes.
Resultado, que la tal definición sigue para
mí siendo inválida, lo dijese Hegel, que
según mis datos no lo dijo, lo diga Azúa,
Agamenón o su porquero (Machado).
Hegel es un punto de partida para la
mayor parte de los estudiosos del arte y del
pensamiento, pero, con todos mis respetos,
en música y a pesar de los amplísimos cono-
cimientos de los que hace gala, no llegó a
situar sus ideas a la altura donde las colocó
en el campo de la escultura, la pintura, la
arquitectura y la poesía. De esto fueron víc-
timas Adorno y toda su escuela, que sin lle-
DOMICILIO SOCIAL
J. I. LUCA DE TENA, 7
2 802 7 - MADRID
DL: M-13-58. PÁGS. 136
gar a Hegel, se basa-
ron en él mal inter-
pretándolo y escri-
bieron tanta página
de inútil compleji-
dad que si en su versión original alemana
pudiera tener alguna razón de ser, al ser
traducidas a otra lengua hoy se nos caen de
las manos.
El resto de mis objeciones son contesta-
das con ese mismo afán de situar la realidad
en un hábil fluir de palabras que sumen al
lector en una bella nebulosa literaria de la
que pueden extraerse las más diversas con-
clusiones. No hay ninguna ley que prohiba
escribir y publicar libros sobre Jas materias
de las que no se tienen unos sólidos conoci-
mientos y si la hubiese habría que prohibir-
la. Pero hay que saber asumir los riesgos
que con esta práctica se corre. Un opositor
a notarías, se quejaba de no haber obtenido
plaza cuando a una pregunta concreta del
presidente del tribunal de oposiciones, res-
pondió como el viejo y sabio filósofo griego:
«Sólo sé, que no sé nada». Como punto de
partida intelectual, esta frase me parece
del todo válida, pero para escribir un libro o
pretender ser notario, me parece un muy
escaso bagaje.
Los que tenemos la suerte de .poder prac-
ticar la más noble actividad que el ser
humano puede ejercitar, el hecho de tratar
de conocerse a sí mismo y el micro y macro-
cosmos en que vivimos y transmitir nuestro
pensamiento bien por medio de un lengua-
je con una determinada semántica o bien
por la creación de una comunicación sensi-
ble por medios abstractos como colores,
sonidos o formas, ejercicio, además, en que
• los valores no se miden por las cantidades
de gentes que nos leen, ven o escuchan,
sino por las calidades del contenido del pro-
ducto que ofrecemos, debemos aspirar al
máximo de rigor en la creación de nuestra
obra si no queremos traicionar la funda-
mental labor que la sociedad de la que for-
mamos parte nos permite ejercer. De no
hacerlo así estaríamos prostituyendo nues-
tra propia vocación y desvirtuando la fun-
ción que esa sociedad nos ha. asignado,
sociedad con la que libremente hemos esta-
blecido un compromiso que debemos guar-
dar por encima de todo. Acertar en nuestra
tarea o no, eso ya es otra cuestión. Pero en
el ejercicio de esa tarea el máximorigoren
la autenticidad del dato que manejamos, la
. más clara expresión posible de nuestras
ideas por muy complejas que éstas sean, y
la más alta perfección de su parte artesanal
debe ser el punto de partida inicial para
que nuestra obra adquiera unos principios
de validez.
Cristóbal HALFFTER