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"Nuevas tendencias y dinámicas migratorias en América Latina y el Caribe"

La migración es un tema vigente, y así lo demuestra el informe “Nuevas tendencias y


dinámicas migratorias en América Latina y el Caribe” realizado por la División de
Población de la CEPAL1 y la Organización Internacional para las Inmigraciones2, y que
considera principalmente las rondas censales del 2000 al 2010 de toda la región.
Martínez y Orrego, los dos investigadores que encabezan la producción del documento
publicado el 2016, lo afirman constatando que los patrones migratorios muestran
cambios de volumen, direcciones de flujo y características del perfil migrante. Estos tres
puntos los desarrollan en tres capítulos que refiere a las dinámicas migratorias, niñez
inmigrante y procesos de retorno, respectivamente. El presente documento que
presentamos pretende sintetizar esas tendencias migratorias en miras de recalcar a la
migración no sólo como un problema geográfico, sino profundamente social y vigente, y
por tanto sus cambios merecen ser discutidos en sus implicancias para América Latina y
el Caribe.

En el primer capítulo se presentan las dinámicas migratorias en general: emigración


internacional, inmigración de ultramar3 e intrarregionales4. En términos generales, la
emigración internacional presenta una disminución en términos relativos al 2010, pero
más bien sigue siendo el patrón más significante. Los datos presentados en la ronda
censal del 2010 muestran que hay 30 millones de emigrantes ( correspondiendo un 4%
de la población de la región) y 7,6 millones de inmigrantes de la cual 37,2% corresponde
a ultramar. Empero, se destaca en el informe no este patrón migratorio, sino el
intercambio intrarregional debido a su intensificación evidente. Parece interesante esto
último, puesto que un 62,7% de los inmigrantes de América Latina y el Caribe provienen
de la misma región, es decir, si se piensa esquemáticamente hay un claro intercambio de
nacionales en nuestro continente que es mediado una misma dinámica migratoria.
En relación a este último punto,el gráfico 1 muestra la considerable disminución de
emigración a países ultramar desde 1970 a 2010 (de 76% a 37,2%). Aunque no se ve
directamente, parece tener dos fases el descenso al calcular las tasas de cambio en la
emigración5, lo cual puede parecer interesante para una discusión sobre las condiciones
que podrían haber posibilitado ese cambio.

Lo principal es que, la disminución migrante hacia afuera de América Latina nos dice que
lo latinoamericanos y caribeños están circulando más dentro de la misma región
(migración intrarregional). Los autores plantean que los factores que confluyen en la
tendencia se deben al impacto de la crisis “sobre los mercados laborales y los salarios, en
1
Comisión Económica para América Latina y el Caribe
2
OIM
3
Migración ultramar supone a migrantes nacidos en otros países que no pertenezcan a la región de
América Latina y el Caribe
4
Migración intrarregional refiere a migrantes nacidos en América Latina y el Caribe o “región” como
se le denomina a esta unidad continental.
5
De 1970 a 1990, disminución en un 12,5% ,y desde 2000 a 2010 disminución de 7%.
conjunto con medidas de recorte fiscal, directivas específicas sobre el ingreso a los
territorios y una serie de dificultades” para el ingreso (Martinez y Orrego, 2016). Sobre
esta posible hipótesis debatiremos más adelante.

Ahora bien, es importante constatar que los países emisores de emigrantes presentan una
evolución. Por un lado, pese a que los países con tradición migratoria como Honduras y
Paraguay han aumentado su emigración, hay aumentos elevados de nacionales viviendo
en un país distinto al de origen como en Haití (con un aumento relativo de 400%) y en la
República Bolivariana de Venezuela (un aumento de un 100%). Otro escenario es el de
Chile, país que ha tendido a la retención de la población (8,8% de disminución en
emigración) provocando directamente, según los autores, condición de país receptor. A
ello añaden que se viven efectos de estabilidad política y económica, oportunidades
laborales y existencia de redes migratorias en Chile.

A modo de discusión, a lo largo del capítulo se dio cuenta que el aumento de los flujos
intrarregionales fue asociado a algún nivel de estabilidad económica de los países
receptores. Se plantea que posiblemente la emigración ultramar se deba a las
restricciones y altos costos relacionados a la salida a países desarrollados, “la mayor
posibilidad de desplazamiento y la emergencia de mercados laborales más abiertos y
diversos” (Martinez y Orrego, 2016). Si pensamos en la posible asociación planteada y en
lo significante que ha sido el aumento de la migración intrarregional, los dos primeros
factores suponen barreras objetivamente difíciles de transformar, y por ello poco
probable que sean constatada en unas rondas censales por ser situaciones estructurales
(alto costo vida en países desarrollados en relación a la región) y geográficas (es más fácil
emigrar por transportes a Argentina desde Chile, que a España). Por ello, estos puntos
deben ser despejados de una causa primera, para explicar el aumento de inmigración
intrarregional. Más bien, como se constata en el gráfico 1 y 2, la intensificación de la
inmigración intrarregional en relación a la ultramar es un patrón que viene
produciéndose desde décadas anteriores al 2000. Por ello, debemos volvernos a pensar
los datos no en sí mismos, y más bien como una respuesta de un entramado de
condiciones sociales, económicas y políticas de modo más crítico. En ello, llama más la
atención de la posibilidad de que los “mercados laborales más abiertos y diversos” sean
un posible factor central por la capacidad de transformar las expectativas y posibilidades
socioeconómicas de los inmigrantes. Y es que esta nueva forma de los mercados laborales
efectivamente comienza a configurarse a fines de 1980, con la entrada de la flexibilización
y tercerización ( Toledo y de la Garza, 1997)

En el segundo capítulo sobre niñez y adolescencia (NNA) migrante, los principales puntos
que podemos identificar respecto a esta tendencia, radican en la falta de consenso
internacional respecto de las definiciones tanto etarias, como de derechos, que permitan
concebir a la niñez y adolescencia de manera homogénea en lo que refiere a políticas
migratorias tanto intra como extrarregionalmente. Si bien existen intentos de
universalizar el concepto de niñez, como la Convención sobre los derechos del niño de
1989, que lo hace desde una perspectiva etaria, o de parte de organismos internacionales
como la UNICEF, que va más allá de la edad y alude al estado y condición de vida, y la
calidad de esta, todavía existe diferenciación en la concepción de la niñez y adolescencia
en países de importancia en los procesos de migración, como p. ej., México, Honduras y
Guatemala.

A nivel latinoamericano, la migración de NNA presenta distintas subcategorías de


vulnerabilidad dependiendo de la situación en la que se encuentren los y las menores,
destacando aquellos no acompañados, nacidos en calidad de migrantes fuera de su país
de origen y retornados tanto solos como acompañados, entre otros. La principal gravedad
de estas situaciones radica en la doble vulnerabilidad en la que se encuentran los NNA en
su condición de menores y migrantes. Es por esto que se hace necesario tener ciertas
consideraciones en las distintas decisiones políticas o programas respecto de la
migración de NNA, tales como la no discriminación de estos por raza o situación, el
derecho a ser oídos en los distintos procesos en los que se vean comprometidos, el interés
superior del NNA y protección de la infancia por sobre otras políticas o fines, la no
privación de libertad, o cualquier política que apunte a la conservación del menor, la
aseguración de derechos básicos y una calidad de vida digna.

En centroamérica y los países del norte cobra especial relevancia la situación de menores
de edad no acompañados (MENA) en su calidad de migrantes, con estimaciones
estadísticas que indican un incremento mayor al 50% de MENA devueltos a
Centroamérica en 2014 en relación a 2012 (Martínez y Orrego, 2016). Entre las causas de
la migración infantil no acompañada y el incremento de esta, encontramos el clima de
violencia, las condiciones de pobreza y abandono en las que se encuentran los NNA de la
región, así como la reunificación familiar, la búsqueda de oportunidades laborales y
educativas donde destacan países como Haití, Paraguay, Nicaragua, Colombia y el Estado
Plurinacional de Bolivia como foco de emigración y Argentina, Venezuela, Costa Rica,
República Dominicana, como principales países de destino (Martínez y Orrego,2016).

Es imperativo el caracterizar esta crisis migratoria con un sentido humanitario, en la que


se encuentran en juego la vida niñas, niños y adolescentes, y no una problemática de
seguridad nacional, por lo que los enfoques de futuras medidas deben ir siempre
orientadas a la protección del menor, poniendo el interés último en este, y no optando
por la securitización y endurecimiento de políticas migratorias.

Dentro de las problemáticas indefinidas que se suman a las condiciones de mano de obra
barata en mercados informales, venta ambulante, explotación sexual, abuso y maltrato,
entre otras, nos encontramos, p. ej., en el caso específico de la frontera entre México y
Guatemala, con una ausencia de perspectiva niñez en la política migratoria, legislación
desfasada e inadecuada, procedimientos carentes de garantías básicas, y abusos y
extorsiones a migrantes, como algunas de las trabas institucionales y legales que
evidencian lo contradictorio y arcaico de las políticas migratorias de los diferentes países.
Esto trae como consecuencia, no solo que los objetivos de estas políticas migratorias
primen por sobre el interés superior del niño/a, sino una serie de violaciones de derechos
naturalizada e invisibilizada por parte de estos estados.

En el contexto de mejorar las políticas migratorias y procesos inherentes a estas, se han


realizado esfuerzos, como en 2014 cuando se emite la Opinión consultiva sobre
“Derechos y garantías de niñas y niños en el contexto de la migración y/o necesidad de
protección internacional”, ante una solicitud presentada por Brasil, Paraguay, Uruguay y
Argentina, donde se establecen obligaciones estatales respecto de niñas y niños, respecto
de su condición migratoria o la de sus padres. Así, se fijan ciertas garantías de debido
proceso que deben regir a todo proceso migratorio que involucra a niñas y niños, como:
el derecho a ser informado de la existencia de un proceso migratoria y su resolución, el
derecho a que la resolución evalúe el interés superior del niño/a y sea debidamente
fundamentada; el derecho a ser asistido legalmente y a comunicarse libremente con dicho
representante; el acceso efectivo a comunicación y asistencia consular, entre otros.
también, se menciona que no se puede recurrir a la aprobación de libertad para cautelar
los fines del proceso migratorio y que los espacios de alojamiento asignados a niños y
niñas deben asegurar condiciones materiales y un régimen adecuado para los menores
(Martínez y Orrego, 2016).

En el tercer capítulo, se da cuenta que la migración de retorno es una de las tendencias


relativamente postergadas en lo que respecta a debates y estudios sobre migración. Hay
dos acontecimientos principales que han hecho del retorno un foco de estudio más
especializado: la crisis económica de la década de 2000, con sus respectivas
repercusiones en la población migrante, y la decisión número 575/2007/CE del
Parlamento Europeo y del Consejo del 23 de mayo de 2007, que proporciona
herramientas legales de carácter coercitivo, que sirven para avalar la expulsión de
inmigrantes extracomunitarios en situación irregular (Cavalcanti, 2014; Martínez y
Orrego, 2016). Estos últimos catalizadores, y aún antes, distintas controversias
académicas y públicas en la década de los ochenta nos han permitido advertir la urgencia
respecto de examinar las iniciativas de los distintos estados y la necesidad de una
articulación entre los distintos países en relación a medidas conjuntas y coincidentes en
su calidad de focos tanto de origen como destino, siempre teniendo como fin último el
resguardo y bienestar del migrante antes que el interés estrictamente nacional o regional.
Empero, se advierte que el retorno carece de una teoría general. Este encierra más de una
connotación y ha sido interpretado de distintas maneras por distintas disciplinas,
además, puede tener muchas particularidades, desde el género, la condición étnica, y
tanto las motivaciones como las condiciones en que se ocurre, entre otros.

Entendiendo que el retorno representa un elemento constitutivo del proceso y proyecto


migratorio (como desarrollaremos más adelante), la reflexión en torno a este debe
reconocer la dicotomía a la cual se enfrenta: por un lado, su relevancia en las dinámicas
migratorias, y por otro, la escasa reflexión y compleja medición de este como parte
constitutiva de los mismos (Martínez y Orrego, 2016). De esta manera, se hace necesaria
una conceptualización y concepción de las implicancias de la migración de retorno y la
forma en cómo este proceso se ha ido configurando, teniendo en cuenta los diversos
elementos que se asumen constitutivos de este.

Lo que hoy en día entendemos como retorno es el producto de una larga evolución del
término. En un primer momento, estuvo centrado en la noción de regreso a un punto de
origen, un “retorno al pasado”, visión problematizada por Cassario (2007) , al agregar que
la idea retorno a este lugar anterior debía considerar además, el país de tránsito y hasta
un tercer país. Luego debemos tener en cuenta la dimensión temporal de permanencia,
relativa a la duración de la emigración y posteriormente el tiempo de residencia en el país
de origen luego del retorno.
Todas estas definiciones se aplican directamente al individuo como objeto análisis, sin
embargo, ante la carencia de antecedentes Recaño, se ven en la necesidad de cambiar la
metodología, y con esta, el objeto de análisis desde el individuo a la familia, debido a que
el marco familiar y de género permiten una mejor comprensión del fenómeno y su
demografía (Recaño, 2010; Martínez y Orrego, 2016). Así, la diversidad de condiciones en
que las personas abordan sus travesia exige la distinción de diversas modalidades con
que las personas se constituyen como retornados. Existen tres modalidades: retorno
espontáneo, retorno involuntario o forzado, y el que tiene relación con programas de
retorno asistido. De manera complementaria se proponen dos variables que derivan de
la mayoría de las definiciones de tipologías: la propensión al retorno definitivo y el apego
al lugar de origen. Cada una valorizada dualmente como alta o baja. En base a estas dos
variables y su valoración se elaboran la mayoría de las tipologías de migración de retorno
por los distintos autores, clasificándose en cuatro grupos según sus características,
permitiendo predecir al mismo tiempo la naturaleza del retorno según las distintas
situaciones en las que se enmarque.

Una particular mirada del proceso de retorno es la relativa al transnacionalismo, que dice
relación tanto con el país de origen como el de destino, así como las expectativas y
experiencias que condicionarán, junto a factores tanto personales como estructurales y
las distintas variables, como se concebirá ese tipo específico de retorno. Esta concepción
permitiría la articulación, necesaria, entre los países de origen y destino en cuanto a
políticas que se condigan con un correcto abordamiento y trato de las distintas
situaciones de retorno, teniendo como fin último el bienestar y el complimiento de los
derechos de los inmigrantes.
Bibliografía

Martinez, J.; Orrego,C. (2016) Nuevas tendencias y dinámicas migratorias en América


Latina y el Caribe. Serie Población y Desarrollo N° 114, CEPAL.

Toledo, E. de la G. (1997). La flexibilidad del trabajo en América Latina. Revista Latino-


americana de Estudos do Trabalho, 3(5). Recuperado a partir de
http://sgpwe.izt.uam.mx/pages/egt/publicaciones/libros/Tratadolatinoamericanodeso
ciologiadeltrabajo/Flexibilidaddeltrabajo.pdf

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