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III.

EL ORIGEN DE LA CONCIENCIA NACIONAL


Si el conocimiento manuscrito era algo escaso, el conocimiento impreso sobrevivía por su capacidad de
reproducción y diseminación. La imprenta había cambiado la apariencia y el Estado del mundo. Como una
de las primeras formas de la empresa capitalista, la actividad editorial experimentó la búsqueda incesante
de mercados. Y dado que en 1500 a 1550 Europa vivía épocas de prosperidad, la actividad editorial
compartió el auge.
El mercado inicial fue la Europa alfabetizada, un estrato amplio pero delgado de lectores de latín. La lógica
del capitalismo significaba entonces que, una vez saturado el mercado elitista del latín (tardó 150 años),
llegaría el momento de los mercados potencialmente enormes representados por las masas monolingües.
Esta reforma llevo al resurgimiento de las ediciones en latín pero entraron en decadencia en el S XVII,
sumado a que Europa no pasaba un buen momento económico; los impresores solo pensaban en vender
más y más ediciones baratas y en lengua vernácula (lenguaje común que utilizan las personas a diario).
El impulso revolucionario de las lenguas vernáculas por el capitalismo se vio reforzado por tres factores
externos, dos de los cuales contribuyeron directamente al surgimiento de la conciencia nacional. El
primero, fue un cambio en el latín mismo. Gracias a los esfuerzos de los humanistas por revivir la literatura
de la Antigüedad precristiana, y de difundirla mediante las impresiones. El latín se volvió cada vez más
ciceroniano (orador y literato) y, por la misma razón, cada vez más alejado de la vida eclesiástica y
cotidiana. El segundo factor fue la repercusión de la Reforma, que al mismo tiempo debía gran parte de su
éxito al capitalismo impreso. Antes de la imprenta Roma ganaba todas las guerras contra la herejía porque
tenía mejores líneas de comunicación. Pero cuando Martín Lutero clavó sus tesis en la puerta de la catedral
de Wittenberg, las mismas se reprodujeron a todos los rincones del país mediante la imprenta.
Lutero se convirtió en el primer autor de éxitos de librería hasta entonces conocido. La coalición creada
entre el protestantismo y el capitalismo impreso, que explotaba las ediciones populares baratas, creó
rápidamente grandes grupos de lectores nuevos (comerciantes y mujeres que no sabían nada de latín) al
mismo tiempo los movilizó para fines político-religiosos. No solo la iglesia se ve debilitada, sino que
también se empiezan a crear los primeros estados no dinásticos. El tercer factor fue la difusión lenta,
geográficamente despareja, de lenguas vernáculas particulares como instrumentos de la centralización
administrativa, realizada por ciertos aspirantes a monarcas absolutistas privilegiados. El nacimiento de las
lenguas vernáculas administrativas antecedió a las revoluciones de la imprenta y la religión del siglo XVI y
por lo tanto debe considerarse como un factor independiente en la erosión de la sagrada comunidad
imaginada.
Sin embargo, la elevación de estas lenguas vernáculas a la posición de lenguas del poder, cuando eran en
cierto sentido competidoras del latín hizo su propia contribución a la decadencia de la comunidad
imaginada de la cristiandad. Lo que hizo imaginables a las comunidades nuevas era una interacción
semifortuita, pero explosiva, entre un sistema de producción y de relaciones productivas (el capitalismo),
una tecnología de las comunicaciones (la imprenta) y la fatalidad de la diversidad lingüística humana.
Nada mejor que el capitalismo, para poder reunir lenguas vernáculas, ya que estos creaban lenguas
impresas capaces de esparcirse por todo el mercado.
Estas lenguas impresas echaron las bases de la conciencia nacional de tres maneras: En primer lugar
crearon campos unificados de intercambio y comunicación, por debajo del latín y por encima de las
lenguas vernáculas. De repente ingleses, francesas y españoles podían entenderse mediante la imprenta.
Esto lectores empezaron de manera desmedida. Y esos millones de lectores que se relacionaban a través
de la imprenta, formaron el embrión de la comunidad nacionalmente imaginada.
En segundo lugar, el capitalismo impreso dio una nueva fijeza al lenguaje, lo que a largo plazo ayudo a
forjar esa imagen de antigüedad fundamental para la idea de nación. En tercer lugar, el capitalismo creó
lenguajes de poder de una clase diferente a las lenguas vernáculas administrativas.
Pudiéramos concluir con que convergencia del capitalismo y la tecnología impresa en la fatal diversidad del
lenguaje humano hizo posible una nueva forma de comunidad imaginada, que en su morfología básica
preparó el escenario para la nación moderna.

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